Jesse sacó los pedidos matinales del ordenador y leyó el informe. Comparó la lista con el inventario, y anotó el número de brownies y tartas que debían terminar aquel día. Sabía que, mientras trabajaba, Nicole y Claire la estaban mirando y susurrando en una esquina.
No eran muy sutiles, pensó, a la vez exasperada y conmovida por su atención constante. Estaban preocupadas por ella, lo cual significaba que la querían. Esa era la buena noticia. La mala era que con cada mirada de preocupación le recordaban lo que había hecho Matt, y hacían que se derrumbara emocionalmente otra vez.
Por lo menos, cada vez se le daba mejor recuperarse y seguir adelante.
Claire le había ofrecido el dinero necesario para contratar al mejor abogado de toda la costa Oeste. Nicole le había dicho que todos los recursos de la pastelería eran suyos. Aunque no quería aceptar nada de ellas, no le quedaba más remedio que hacerlo. Tenía que luchar contra Matt en igualdad de condiciones.
Sus hermanas se despidieron de ella y se marcharon, y ella siguió sentada en su rincón de la oficina, intentando trabajar. En aquel momento, le estaba resultando muy difícil concentrarse. Sólo podía pensar en todo el daño que le había hecho Matt. La última vez que le había roto el corazón se había quedado destrozada, pero ahora no estaba segura de poder sobrevivir. Podía perder algo muy importante. Su hijo estaba en juego.
Bill le había contado que había visitado a Matt, y que éste le había dicho que no quería que le entregaran aquella notificación. El problema era que él había ordenado redactar aquel documento. Lo había manipulado todo entre ellos.
Alguien entró por la puerta y Jesse alzó la vista. Era una mujer.
– ¿Es aquí donde está ahora la Pastelería Keyes? -preguntó.
– Sí -dijo Jesse. Se puso en pie y se acercó a ella-. Pero ahora no estamos vendiendo al por menor. Nuestro local se quemó.
– Lo sé. Me acerqué por allí, y me quedé espantada -dijo, y sonrió-. Disculpe. Permíteme que me presente. Me llamo Cathy. Mis suegros van a celebrar sus bodas de oro este fin de semana. Vamos a dar una gran fiesta. Todo estaba listo, o lo estaba. Mi suegra me ha contado que cuando se casaron, la tarta de bodas era una de sus famosas tartas de chocolate, y que le gustaría darle una sorpresa a mi suegro llevándole esa tarta de nuevo. ¿Es posible pedir una?
Jesse sonrió.
– Claro que sí. ¿Quiere recogerla el viernes?
– Sí. Sería maravilloso. Muchas gracias.
Jesse tomó nota. Quedaron a una hora, la mujer pagó la tarta y se marchó. Cuando se fue, ella se preguntó cómo sería estar casado durante tanto tiempo. Cincuenta años parecía toda una vida. Una vez, cuando era joven e ingenua, había pensado que Matt y ella podrían tener tanta suerte, pero se había equivocado.
Jesse salió de la pastelería cerca de las cuatro. Estaba muy cansada, pero sabía que no iba a poder dormir aquella noche. Apenas había podido cerrar los ojos desde que había recibido la notificación. Cada vez que intentaba relajarse, sentía pánico por la posibilidad de perder a Gabe.
Cuando se acercaba a su coche, vio a alguien en el aparcamiento. Matt.
Se detuvo sin saber qué hacer. Quería huir, pero irguió los hombros y caminó hacia él, diciéndose que aquél no era el hombre del que se había enamorado. Quizá aquel hombre no había existido nunca. Tal vez ella lo había creado en su mente.
Él esperó sin decir nada. Jesse se detuvo frente a él y se dio cuenta de que tenía unas profundas ojeras. Tenía mal aspecto, lo cual debería hacer que ella se sintiera bien. Sin embargo, no era así. Al final, no habría ganadores en aquella batalla. La victoria tenía un precio que iban a estar pagando para siempre.
– Lo siento -dijo Matt-. Jesse, no sabes cuánto lo siento. No deberían haberte entregado los papeles. Me imagino lo que has debido de pasar cuando los leíste. No quería que sucediera eso.
– ¿Y cuándo dejaste de quererlo? -le preguntó ella-. Es evidente que has visitado a un abogado más de una vez para preparar ese documento. Tú lo pusiste todo en marcha, y luego ¿qué? ¿Cambiaste de opinión en el último instante? No me importa. Ya está hecho, Matt, y no puedes deshacerlo.
– Estaba furioso, porque me quitaste algo que nunca podría recuperar.
– Así que decidiste hacer lo mismo para que estuviéramos empatados. Tienes razón. Yo no puedo cambiar el pasado, pero por lo menos he admitido que estaba equivocada. Haré todo lo que pueda para compensarte por el error. Porque fue un error, nada más que eso. No fue algo deliberado, no fue un plan cruel. Tú no quieres que te engañen, pero me has engañado por completo a mí. Pensaste en todo esto cuidadosamente y observaste cómo sucedía todo. ¿Cómo crees que me siento?
– Muy mal -dijo él-. Como yo me sentí cuando te fuiste.
– Yo me fui porque tú nos rechazaste a mí y a tu hijo. Dejaste que me fuera porque pensabas lo peor de mí.
– ¿Y qué otra cosa podía hacer? -inquirió él, alzando la voz-. ¿Sabes cómo fue averiguar que me habías traicionado?
– Lo sé perfectamente.
Matt se quedó rígido.
– Es mejor tener razón, ¿verdad? -prosiguió ella-. Es mucho más incómodo ser el malo de la película. No vas a ganar en esto, Matt. No vas a poder convencerme de que no eres un canalla. Usaste todos los medios a tu alcance para que me enamorara de ti. Querías oírlo. En cuanto dije que te quería, llamaste a tu abogado y le dijiste que me entregara los documentos.
– Sí.
– Yo hablaba en serio. Te quería y confiaba en ti, y tú has usado todo eso para destruirme. Me has amenazado con quitarme a mi hijo. Puede que yo no te parezca gran cosa, pero no estoy sola. Haré lo necesario para que Gabe esté a salvo. Tú no vas a ganar. Todos los miembros de mi familia me han ofrecido dinero y voy a aceptarlo. Te aniquilaré en el juicio. No tienes ni idea de a qué te enfrentas.
Al menos, él podría haber fingido que se asustaba. Sin embargo, su expresión se volvió triste.
– Lo siento -le dijo.
Jesse no se esperaba aquella respuesta.
– ¿Y qué? Para mí eso no significa nada.
– Lo sé, pero es cierto. Quería vengarme y preparé la venganza. Sin embargo, las cosas cambiaron cuando conocí a Gabe y comencé a estar contigo. No me di cuenta de que mi plan tenía un defecto: que iba a perder todo lo que era importante para mí, incluida tú. Si pudiera, lo borraría todo. No sólo lo de que hayas recibido los papeles, sino también haber involucrado a mi abogado.
Lo más patético de todo era lo mucho que ella deseaba creerlo.
– No voy a tragarme eso otra vez -le dijo, pero al hacerlo, notó una punzada de dolor.
– Lo sé. Lo he estropeado todo, Jesse. Lo sé -respondió Matt, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón-. No necesitas un abogado. No voy a intentar quitarte a Gabe. No quiero hacerte daño. Quiero que lo intentemos de nuevo.
Jesse se quedó mirándolo con asombro.
– ¿El qué? ¿Estar juntos? ¿Después de esto? Ni lo sueñes.
Él pasó por alto su respuesta.
– Quiero una relación de verdad contigo. Quiero ser el padre de Gabe. Quiero que seamos una familia.
– Eso es mentira. Alguien que quiere tener una relación no organiza la destrucción emocional de la otra persona. Si yo te importara de verdad, habrías abandonado tu plan, pero no lo hiciste. Después de que yo te dijera que te quería, llamaste a tu abogado. Lo que más te importa es la venganza. Yo no podría estar con alguien como tú.
– No lo dices en serio.
– Sí. Todas y cada una de las palabras.
– No puede ser -murmuró él-. Te quiero, Jesse.
– Tú no quieres a nadie más que a ti mismo. No sabes cómo querer. No sientes lo que ha pasado, sólo lamentas que te hayan pillado.
– No, Jesse. Eso no es cierto. No puedes alejarte de mí.
– Hace cinco años, te rogué que me creyeras cuando te dije que no había hecho nada malo. Sin embargo, tú no me escuchaste. Sólo te importaba el dolor que sentías. Lo más irónico es que yo no había hecho nada malo, pero tú no te molestaste en averiguar la verdad. Ahora he vuelto con la idea de que fuéramos una familia. No sabía que iba a sentir algo por ti. Pensaba que seríamos amigos y que tú serías el padre de Gabe. He hecho todo lo posible por compensarte los años que has perdido con tu hijo, y no he juzgado ninguno de tus actos. Tú sigues siendo el padre de Gabe y no voy a impedir que lo veas, pero lo que teníamos, lo que sentíamos, está muerto. No te voy a perdonar, ni voy a volver a confiar en ti, y si no fuera por el hecho de que tu hijo te echaría de menos, te diría que te fueras al infierno.
Jesse lo apartó de un empujón, entró en su coche y se alejó. Estaba orgullosa de sí misma por no perder el control, hasta que a un par de kilómetros de distancia tuvo que parar porque no veía a través de las lágrimas.