Matt estaba frente al gran ventanal mientras hablaba. Todavía estaba furioso. Sentía la rabia quemándole por dentro, aunque hacía todo lo posible por mantener el control del tono de voz. Aunque en realidad, no podía engañar a su abogado.
– No es el mejor momento para tomar decisiones -le dijo Heath-. Espera unos días, un par de semanas. Las cosas no van a cambiar en ese tiempo, y tú tendrás tiempo de calmarte.
– ¿Es que tú no estarías enfadado en mi lugar?
– Yo estaría más que enfadado -admitió Heath-. Es imperdonable que no te dijera que estaba embarazada y se marchara. Podemos demandarla.
Eso no iba a suceder, pensó Matt con tristeza. Sobre todo, porque Jesse sí le había dicho que estaba embarazada, pero él no la había creído. O, más bien, no había creído que el niño fuera suyo.
No quería pensar en el pasado. Se había convertido en un hombre distinto, más controlado, más capaz, no alguien que se dejara llevar por sus emociones. Había aprendido una lección muy difícil, y no iba a cometer los mismos errores. Que él fuera el padre del niño no alteraba el hecho de que ella se había acostado con otro hombre.
– Quiero destruirla -dijo en voz baja-. Comienza con una investigación minuciosa. Quiero saber todo lo que ha hecho durante estos últimos cinco años. Dónde ha vivido, con quién se ha acostado, con quién ha hablado. Todo. Antes tenía muchos amantes, así que eso no habrá cambiado. Y puede que haya otras cosas.
Heath asintió.
– Averiguaremos lo que haya que saber y lo usaremos contra ella. Hay muchos modos de hacer que su vida sea incómoda: acuerdo en la toma de todas las decisiones, o la prohibición de salir de Seattle. La medida más importante sería pedir la custodia del niño.
Quitarle el niño. Matt pensó en cómo reaccionaría Jesse.
– Hazlo -dijo. Heath carraspeó.
– ¿Te das cuenta de que si ganas te quedarías con el crío?
– Ya me ocuparé de eso cuando suceda -dijo.
Si necesitaba ayuda, contrataría personal. Las niñeras y los internados existían por un motivo.
– Hazlo -repitió-. Prepara la demanda, pero no se la hagas llegar hasta que yo te lo diga. Quiero ver cómo va a acabar todo esto.
Había otras opciones que debía explorar. Era paciente. No tenía por qué apresurar las cosas. Podía esperar y averiguar cuál era la mejor forma de jugar la partida. La mejor forma de hacerle daño y de ganar.
Jesse sacó los brownies del horno y miró la bandeja. Parecían perfectos, como los de las otras tres hornadas que había hecho aquella mañana, pero quizá debiera probar una vez más.
– ¿Un poco obsesionada? -se preguntó, sabiendo que tenía que hacerlo lo mejor que pudiera. O Nicole admitía que los brownies eran fabulosos, o no, y había muy pocas cosas que ella pudiera hacer para cambiar el resultado. Lo único que podía hacer era mantenerse tranquila, racional.
Dejó la bandeja del horno sobre un salvamanteles para que los bizcochos se enfriaran y, en aquel momento, sonó su teléfono móvil. En la pantalla apareció un número con un código de Seattle.
– ¿Diga?
– ¿Jesse? Soy Matt. Me gustaría conocer a mi hijo.
A ella se le aceleró el pulso y se le secó la garganta. Así, tan fácil, pensó. Sin preliminares ni charla. Directamente al grano.
– A él también le gustaría -dijo entonces, con la esperanza de que pareciera que se sentía tranquila.
Sabía que la oficina de Matt estaba en Bellevue, y recordaba que había un McDonald's cerca, con una zona de juegos. El hecho de que hubiera diversión para Gabe haría que la reunión fuera más relajada. Por lo menos, ésa era la teoría.
– ¿Te apetecen una hamburguesa y unas patatas fritas?
– No tengo ganas de comer.
Y parecía que tampoco tenía ganas de ser amable, pensó ella. Le dio la dirección de la hamburguesería y quedaron a las dos de la tarde. Cuando colgaron, Jesse miró el reloj. Quedaban tres horas para la cita, lo cual le daba tiempo más que suficiente para rendirse al pánico y a la obsesión.
Dos horas y cincuenta y cinco minutos más tarde, Jesse metió el coche en el aparcamiento de McDonald's. Cuando fue a desabrocharle el cinturón de seguridad a Gabe, éste se echó en sus brazos.
– ¿Está aquí? ¿Está aquí?
– No lo sé -respondió Jesse, casi tan nerviosa como Gabe, pero por distintos motivos. Matt era el único hombre a quien había querido. Su último encuentro había sido tenso y difícil. Esperaba que las cosas mejoraran.
Gabe y ella se dirigieron hacia el interior del establecimiento. Vio a Matt enseguida. Era el único hombre que llevaba traje. Él se levantó y los miró.
Dios santo, era muy guapo, pensó Jesse al ver sus rasgos marcados y sus ojos oscuros. Irradiaba seguridad y poder, y seguramente, eso les resultaría irresistible a muchas mujeres. Sin embargo, ella conocía facetas de aquel hombre que el resto del mundo no veía. Sabía lo que le hacía reír, lo que le enfadaba, cómo le gustaba que lo besaran y acariciaran, y cómo podía ponerlo literalmente de rodillas si…
O cómo había podido hacerlo, se recordó Jesse, reprimiendo el impulso de acariciarlo y de pedirle que la abrazara. Él había sido la única persona del planeta que podía conseguir que se sintiera segura.
Cinco años era mucho tiempo para echar de menos aquella sensación, pero tendría que superarlo. Aquel Matt era un extraño para ella. Ya no lo conocía, y debería tenerlo en mente.
Él apenas la miró. Se concentró en su hijo. Gabe se acercó a él y sonrió.
– ¿Eres mi papá?
– Sí -dijo Matt.
Sin embargo, habló sin emoción, y no sonrió ni se agachó para ponerse al nivel de Gabe. Su hijo dio un paso atrás y frunció el ceño.
– ¿Estás seguro?
– Sí -dijo Matt, y se volvió hacia ella-. Vamos a hacer una prueba de ADN.
– Claro -respondió Jesse.
Ella misma se lo había ofrecido antes, ¿por qué iba a importarle ahora? Pero ¿y Gabe? ¿Por qué se comportaba Matt de aquel modo?
Entonces Jesse recordó a Electra, y se dio cuenta de que la forma de actuar de Matt no tenía nada que ver con que fuera un idiota, sino con su falta de experiencia con los niños. No sabía cómo hablarle a un niño de cuatro años.
Se relajó, y le puso la mano en el hombro a Gabe.
– No te preocupes -le dijo-. Es como el primer día de colegio, cuando no conoces a nadie. Te sientes raro, pero sabes que vas a hacer muchos amigos, ¿verdad?
Gabe la miró con una expresión decepcionada. Ella recordó cómo lo había recibido Paula, con los brazos abiertos.
Jesse se agachó.
– Está nervioso -le susurró, aunque no le importaba que Matt la oyera o no-. Tú eres su primer niño. A lo mejor tenemos que darle un poco de tiempo. Se acostumbrará a ti.
Gabe suspiró.
– ¿Puedo ir al tobogán?
– Claro.
Jesse observó cómo Gabe se alejaba hacia la zona de juegos y se preguntó si a Matt le importaba haber desilusionado a su hijo. Ella sabía que Gabe esperaba mucho más que una presentación formal.
Se acercó a una mesa desde la que podía vigilar al niño. Matt vaciló, pero después la siguió. Una vez había visto a su hijo, ¿pensaría que la reunión había terminado ya?
– Va muy bien en la escuela -dijo Jesse después de decidir que iba a comenzar a hablar-. Ha hecho el primer año de preescolar, y ha sido estupendo. Tiene una expresión verbal muy adelantada, y es muy sociable. Hace amigos con facilidad. Los profesores lo adoran.
Matt la miraba a ella, en vez de mirar a Gabe.
– Eso debe de haberlo heredado de ti.
– Quizá. También se le dan muy bien las matemáticas, lo cual seguramente le viene de ti -dijo ella, y titubeó-. Esto tiene que resultarte muy raro. El hecho de verlo así. Probablemente, ni siquiera te parece real.
– Sí, me parece muy real.
Así que Matt no iba a ponerle fáciles las cosas.
– ¿Qué quieres? -le preguntó-. ¿Lo has pensado ya?
Él la miró fijamente.
– Una pregunta interesante.
– Creo que deberíais estar juntos, para empezar a conoceros. Aunque no tengas mucha experiencia con niños, no pasa nada. Os iréis tomando confianza poco a poco.
– Lo dices con mucha seguridad.
– Es un niño muy sociable -repitió Jesse con una sonrisa-. Es muy fácil estar con él. Quiero que esto vaya bien, Matt. Tú eres su padre. Eso significa mucho para él.
Hablaba con sinceridad, con seriedad, pensó Matt. Antes, él era lo suficientemente joven y tonto como para creerla. Sin embargo, había cambiado. Jesse estaba jugando con él, pero no importaba. Había decidido que iba a vengarse. Sólo tenía que pensar cómo.
Siguió su mirada y se dio cuenta de que estaba vigilando al niño. Mientras la observaba, pensó que Jesse seguía siendo guapa, con su pelo rubio y sus ojos azules. Ella se volvió y le sonrió. Una sonrisa fácil, compartida. Como si tuvieran algo en común. Como si ella nunca lo hubiera traicionado.
– ¿Por qué ahora? -le preguntó.
Ella no eludió la cuestión.
– Gabe llevaba un tiempo preguntando por ti. No quería mentirle y decirle que su padre había muerto, así que le dije la verdad. Que tú no sabías nada de él.
– Sí lo sabía. Me lo dijiste.
– Pero tú no me creíste -dijo Jesse, y bajó la mirada-. Entiendo el porqué. Me dolió mucho, pero, claro, teniendo en cuenta mi pasado, no debía sorprenderme, ¿verdad? Aunque te dije que te quería, no conseguí cambiar nada.
Ella lo miró, con los ojos muy abiertos, con una expresión dolida, como si el hecho de recordarlo la angustiara. ¿De veras pensaba que iba a tragárselo?
– Yo esperaba que lo pensaras bien y que te hicieras preguntas, pero no fue así -continuó Jesse-. Gabe y yo hemos vuelto para arreglar eso -dijo, y se levantó-. ¿Te importaría vigilarlo mientras voy por algo de comer?
Se alejó antes de que él pudiera decir nada, y lo dejó con la responsabilidad de cuidar a un niño de cuatro años. Sin embargo, el niño no se dio cuenta de que su madre se había ido. Estaba hablando con una niñita. Los dos estaban jugando con un camión grande, y riéndose.
Unos minutos después, Jesse volvió con leche, dos cafés y un postre de yogur. Le dio uno de los cafés a Matt. Gabe se acercó corriendo y señaló el dulce.
– ¿Es para mí? -preguntó con una sonrisa.
Ella le acarició el pelo.
– Lo compartiremos. Oh, mira, se te ha desatado el cordón del zapato.
Gabe miró a Matt, se agachó y se ató el cordón lenta, cuidadosamente. Jesse lo observó con suma atención, como si aquello fuera muy importante. Matt no sabía cuándo aprendían los niños a atarse los zapatos. ¿Gabe lo había aprendido antes de tiempo?
El niño terminó y se irguió. Jesse lo abrazó.
– Muy bien hecho.
Gabe miró a Matt, que sonrió ligeramente.
– Acaba de aprender -dijo Jesse a modo de explicación-. Es algo difícil para los niños pequeños. Su capacidad motora tarda un tiempo en desarrollarse.
– El tío Bill me enseñó -dijo Gabe mientras tomaba la leche.
¿Quién demonios era el tío Bill?
– ¿Te has casado? -preguntó Matt a Jesse.
– No -dijo ella. Carraspeó, y después se echó a reír-. Casarme. Eso sí que es bueno. No tengo tiempo ni para ir al tinte, así que mucho menos para tener citas. Ojalá.
¿Jesse sin un hombre? A Matt, eso le resultaba imposible de creer. Así que ella también estaba mintiendo al respecto…
Una mujer mayor, vestida de traje, se acercó a la zona de juegos. Matt no la había visto antes, pero tenía un aspecto oficial y estaba fuera de lugar, así que le hizo una seña.
– ¿Señor Fenner? -dijo ella-. Soy del laboratorio.
– Es por lo de la prueba de paternidad -explicó Matt, cuando Jesse arqueó las cejas.
Ella parpadeó.
– Oh, sí. Claro. Seguro. ¿Qué se necesita? -le preguntó a la mujer del laboratorio.
– Una muestra de la mejilla. No duele.
Jesse titubeó.
– ¿Le importaría tomármela a mí primero? -le pidió-. Sé que no la necesita, pero Gabe se sentiría mejor.
– A mí también me lo va a hacer -dijo Matt-. ¿Será suficiente?
Jesse vaciló el tiempo suficiente como para que él se sintiera molesto, pero después asintió y llamó a su hijo.
– Esta señora tan simpática va a hacerte una prueba especial -comenzó a decir, y luego alzó las manos-. Nada de agujas. Mira, Matt te va a enseñar lo que hay que hacer para que tú lo sepas y no te asustes.
Gabe se mostró dubitativo, pero no protestó. La mujer se puso unos guantes de plástico, sacó una muestra de un envoltorio esterilizado y le pidió a Matt que abriera la boca. Segundos después había terminado.
– Parece muy fácil -dijo Jesse alegremente-. ¿Te ha dolido?
– Nada en absoluto -le dijo Matt, sintiéndose como un idiota. ¿Cómo iba a dolerle?
Gabe tragó saliva y abrió la boca. Cuando terminó la toma de la muestra, sonrió.
– He sido valiente.
– Sí, muy valiente -le dijo Jesse-. Esto es para estar seguros de que Matt es tu papá.
– Pero tú has dicho que lo es.
– Lo sé, pero con esto será oficial. Es para estar seguros.
Era evidente que Gabe no estaba acostumbrado a que se cuestionara la palabra de su madre. «Dale tiempo», pensó Matt.
La mujer del laboratorio se marchó.
El niño se acercó a Jesse.
– Cuando esté seguro, ¿le caeré bien? -le preguntó en un susurro perfectamente audible para Matt.
Jesse lo miró, y después abrazó a Gabe.
– Ya le caes bien, cariño, pero con la prueba, todo el mundo se sentirá mejor.
Jesse tomó a Gabe en brazos y se lo sentó en el regazo.
– Te estás haciendo muy grande -le dijo-. Algunos días te veo crecer.
Gabe se echó a reír y se volvió hacia él.
– Cuando llegue a la marca de la pared, podré tener una bicicleta de verdad.
Jesse suspiró.
– Algo que te prometí en un momento de debilidad. Una bici de dos ruedas, pero con ruedas auxiliares.
– Sí, mamá. Pero cuando el tío Bill me enseñe a montar sin ellas, ya no tendré que usarlas.
¿Quién era aquel tío Bill? Era la segunda vez que se mencionaba su nombre. Matt tomó nota de que debía recordarle al investigador que averiguara todo sobre aquel hombre.
– Dame un respiro -dijo Jesse a su hijo, abrazándolo-. No crezcas tan rápidamente. Me gusta que seas pequeño.
– ¡Pero si yo quiero ser mayor!
Jesse se echó a reír y se volvió hacia Matt, feliz, bella y llena de vida.
Él la había visto así cientos de veces, sonriéndole, y la había amado cuando era joven y estúpido, antes de que ella lo traicionara. Quitarle a Gabe no era venganza suficiente. Tenía que haber algo más, pero ¿qué?
– ¿Te gusta mi mamá? -le preguntó Gabe.
Aquella pregunta tomó por sorpresa a Matt.
– Por supuesto -mintió rápidamente.
– ¿Y la quieres? -le preguntó el niño.
– Shh -dijo Jesse rápidamente mientras se le teñían las mejillas de rojo-. Ya hemos hablado de que no se debe hacer ese tipo de preguntas indiscretas.
– Pero, ¿por qué?
– Porque no.
Ella estaba avergonzada. ¿Por qué?, se preguntó Matt. ¿Por el sentimiento de culpabilidad? ¿O acaso seguía sintiendo algo por él? Siempre y cuando tuviera algún punto débil, él quería saberlo y aprovecharlo, pero ¿cómo? No había manera de obtener una compensación por lo que ella le había hecho, a menos que él pudiera hacerle lo mismo. Conseguir que Jesse se enamorara de él, conseguir que le entregara su corazón para rompérselo.
¿Era ésa la respuesta? ¿Robarle a su hijo y destrozarle el corazón? Eso la dejaría sin nada.
Era un plan despiadado y cruel. A Matt le gustaba. Se había pasado los cinco años anteriores afinando su habilidad con las mujeres. Si se lo proponía, Jesse no tendría la más mínima oportunidad de resistirse. Y luego él la dejaría sin mirar atrás.