Cinco años atrás…
Jesse le dio un sorbito a su café con leche y siguió leyendo las ofertas de trabajo del Seattle Times. No estaba buscando trabajo. No estaba cualificada para nada de lo que quería hacer, y nada para lo que estuviera cualificada era mejor que su horrible turno en la pastelería. Así pues ¿qué sentido tenía cambiar?
– Alguien tiene que mejorar su actitud -se dijo, sabiendo que el hecho de sentirse una fracasada no iba a ayudarla en su situación. Tampoco el sentirse atrapada. Sin embargo, ambos sentimientos estaban muy presentes en su vida.
Quizá fuera debido a su más reciente pelea con Nicole, aunque las peleas con su hermana no fueran nada nuevo. O quizá su total falta de rumbo. Tenía veintidós años. ¿No debería tener objetivos? ¿Planes? En aquel momento, lo único que hacía era dejar que pasaran los días, como si estuviera esperando a que ocurriera algo. Si se hubiera quedado en el colegio universitario, ya se habría graduado, pero sólo había durado allí dos semanas antes de irse.
Plegó el periódico, se irguió en el asiento e intentó inspirarse para llevar algo a cabo. No podía seguir a la deriva.
Le dio otro sorbito a su café y meditó sobre las posibilidades. Antes de que pudiera decidirse por algo, un chico entró por la puerta de Starbucks.
Jesse solía ir bastante por allí y no lo había visto nunca. Era alto, y podía haber sido mono, pero todo en él era una equivocación. Su corte de pelo era un desastre y sus gafas gruesas lo catalogaban a gritos como un cerebrito de los ordenadores. Llevaba una camisa de manga corta de tela escocesa demasiado grande para él, y un protector de bolsillo. Peor todavía, sus vaqueros eran demasiado cortos, y calzaba unas zapatillas deportivas anticuadas con calcetines blancos. Pobre hombre. Parecía que lo había vestido una madre a la que no caía muy bien.
Jesse estaba a punto de volver a su periódico cuando vio que el chico se erguía de hombros con un gesto de determinación. Y pedir café no era tan difícil.
Se dio la vuelta en su asiento y vio a dos mujeres en una mesa que había en el otro extremo del local. Eran jóvenes y guapas. Parecían modelos, de las que salían con las estrellas del rock. No podía hacerlo, pensó Jesse frenéticamente. A ellas no. No sólo estaban fuera de su alcance, sino que estaban en otro plano de la realidad.
Sin embargo, el chico caminó hacia ellas con las manos ligeramente temblorosas. Tenía la mirada fija en la morena de la izquierda. Jesse sabía que aquello iba a ser una catástrofe. Probablemente debería marcharse y dejar que se estrellara en privado, pero no pudo hacerlo, así que se quedó acurrucada en su asiento y se preparó para soportar el desastre.
– Eh… ¿Angie? Hola. Soy… eh… Matthew. Matt. Te vi la semana pasada en una sesión fotográfica, en el campus. Me tropecé contigo.
– ¿Te refieres a la sesión en Microsoft? -le preguntó Angie-. Fue muy divertido.
La voz del chico era grave y tenía potencial para ser sexy, pensó Jesse. Ojalá no tartamudeara tanto. Parecía muy tímido.
Angie lo miró amablemente mientras hablaba, pero su amiga frunció el ceño con un gesto de fastidio.
– Estabas muy guapa -murmuró Matt-, con la luz, y todo eso, y me preguntaba si te apetecería tomar un café, o algo, no tiene por qué ser un café, podríamos ir a dar un paseo, o no sé…
«¡Respira!», pensó Jesse, deseando con todas sus fuerzas que él dividiera su monólogo en frases. Sorprendentemente, Angie sonrió. ¿Sería posible que aquel bicho raro ligara con la chica?
Al parecer. Matt no se dio cuenta, porque continuó hablando.
– O podríamos hacer cualquier otra cosa. Si tienes alguna afición o, ya sabes, una mascota, un perro, supongo, porque me gustan los perros. ¿Sabías que la gente tiene más gatos como mascota que perros? Para mí no tiene sentido, porque ¿a quién le gustan los gatos? Yo soy alérgico, y no hacen más que echar pelo.
Jesse se encogió al ver que Angie se ponía muy seria, y que su amiga arrugaba la cara como si fuera a llorar.
– ¿Pero qué dices? -se escandalizó Angie, que se puso en pie y fulminó al pobre muchacho con la mirada-. Mi amiga tuvo que sacrificar a su gato ayer. ¿Cómo has podido decir algo así? Creo que es mejor que nos dejes tranquilas ahora mismo. ¡Vete!
Matt se quedó mirándola con los ojos muy abiertos, con una total confusión. Abrió la boca, y después volvió a cerrarla. Se le hundieron los hombros y, con un aire de derrota, salió del local.
Jesse lo observó mientras se marchaba. Había estado muy cerca de conseguirlo; si no hubiera empezado a hablar de gatos… Aunque en realidad eso no había sido culpa suya. ¿Quién iba a imaginar que…?
Miró por el ventanal de la fachada y lo vio junto a la puerta. Estaba desconcertado, como si no pudiera entender qué era lo que había salido mal. Angie había reaccionado bien, y se había mostrado dispuesta a ver lo que había en el interior de aquel chico, pasando por alto su apariencia. Si él hubiera dejado de hablar antes… Y si fuera un poco mejor vestido… En resumen, aquel chico necesitaba una revisión a fondo.
Mientras ella lo observaba, él sacudió lentamente la cabeza, como si aceptara la derrota. Jesse sabía lo que estaba pensando: que su vida nunca iba a cambiar, que nunca iba a conseguir a ninguna chica. Estaba atrapado, como ella. Sin embargo, su problema tenía una solución mucho más fácil.
Casi sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, Jesse se levantó, tiró su vaso de plástico vacío en el contenedor y salió. Alcanzó a Matt un poco más arriba de la calle.
– Espera -le dijo.
Él no se volvió. Probablemente, no se le ocurría que una mujer pudiera estar hablando con él.
– Matt, espera.
Él se detuvo y miró hacia atrás, y entonces frunció el ceño. Ella se acercó a él apresuradamente.
– Hola -le dijo, aunque todavía no tenía ningún plan-. ¿Cómo estás?
– ¿Nos conocemos?
– En realidad, no. Yo sólo… eh… he visto lo que ha ocurrido. Ha sido una pesadilla.
Él se metió las manos en los bolsillos y agachó la cabeza.
– Gracias por el resumen -dijo, y siguió caminando.
Ella lo siguió.
– No era mi intención hacer un resumen. Es obvio que se te dan mal las chicas.
Él se ruborizó.
– Buena valoración. ¿Te dedicas a eso? ¿Sigues a la gente y le dices cuáles son sus puntos débiles?
– No, no es eso. Es que puedo ayudarte.
Él apenas aminoró el paso.
– Déjame en paz.
– No. Mira, tienes mucho potencial, pero no sabes cómo usarlo. Yo soy una mujer. Puedo decirte cómo debes vestir, qué es lo que tienes que decir, cuáles son los temas que tienes que evitar.
Él se estremeció.
– No, no creo.
Entonces Jesse recordó un reportaje que había visto en la televisión unas semanas atrás.
– Me estoy formando para ser asesora de estilo de vida. Necesito practicar con alguien. Tú necesitas ayuda, y yo no te voy a cobrar por mi tiempo -dijo. Sobre todo, porque se lo estaba inventando mientras hablaba-. Te voy a enseñar todo lo que tienes que saber para conseguir a la chica que quieras.
Él se detuvo y la miró. Incluso a través de las gafas, Jesse se dio cuenta de que tenía los ojos grandes y oscuros. Preciosos. Las chicas se volverían locas por ellos si pudieran verlos.
– Estás mintiendo -dijo-. Tú no eres asesora de estilo de vida.
– He dicho que me estaba formando para serlo. De todos modos puedo ayudarte. Conozco a los tíos. Sé lo que funciona. No tienes por qué creerme, pero tampoco tienes nada que perder.
– ¿Y qué ganas tú?
– Yo conseguiría hacer algo bien -le dijo ella con sinceridad.
Matt la observó durante unos momentos.
– ¿Por qué tengo que confiar en ti?
– Porque soy la única que te está ofreciendo ayuda. ¿Qué es lo peor que podría ocurrirte?
– A lo mejor me drogas y me envías a algún país donde mi cadáver aparecerá en la playa.
Jesse se echó a reír.
– Por lo menos tienes imaginación. Eso es bueno. Di que sí, Matt. Dame una oportunidad.
Ella se preguntó si iba a hacerlo. Nadie creía en ella. Él se encogió de hombros.
– Qué demonios.
Jesse sonrió.
– Muy bien. Lo primero… -entonces, sonó su teléfono móvil-. Disculpa -dijo mientras lo sacaba de su bolso y respondía-: ¿Dígame?
– Hola, preciosa. ¿Cómo estás?
Ella arrugó la nariz.
– Zeke, éste no es buen momento.
– Eso no es lo que decías la semana pasada. Lo pasamos muy bien. El sexo contigo es…
– Tengo que dejarte -dijo Jesse, y colgó, porque no quería oír cómo era el sexo con ella. Volvió a concentrarse en Matt-. Lo siento, ¿por dónde iba? Ah, sí. El siguiente paso -sacó el recibo de Starbucks del monedero y le escribió su número de teléfono en el reverso. Después se lo dio.
Él lo tomó.
– ¿Me has dado tu número?
– Sí. Conseguir que cambies será más difícil si no nos reunimos. Ahora dame el tuyo.
Él lo hizo.
– Muy bien. Necesito un par de días para pensar en un plan. Cuando lo tenga, me pondré en contacto contigo -dijo ella, y sonrió-. Va a ser estupendo. Hazme caso.
– ¿Me queda otro remedio?
– Sí, pero haz como si no.
Jesse dejó su pesada mochila sobre una silla y posó su café con leche sobre la mesa. Matt y ella habían quedado en otro Starbucks para hablar de su plan.
Jesse estaba verdaderamente entusiasmada con aquel proyecto, y no recordaba la última vez que se había entusiasmado por algo. Aunque Matt, en realidad, no se había mostrado tan emocionado como ella cuando lo había llamado. Pero, al menos, había accedido a encontrarse con ella.
Cinco minutos más tarde, Matt entró en la cafetería. La saludó y se dirigió al mostrador para pedir un café. A ella le sonó el teléfono móvil.
– ¿Diga?
– Nena. Andrew. ¿Esta noche?
– Andrew, ¿nunca has pensado que las cosas te irían mucho mejor durante el día si usaras verbos? -dijo Jesse. Miró hacia arriba y sonrió al ver que Matt se acercaba-. Sólo será un segundo -susurró.
– No necesito verbos, nena. Tengo todo lo necesario para estar con una chica. ¿Quedamos, o qué? Hay una fiesta. Vamos, y luego volveremos aquí. Todo el mundo sale ganando.
Vaya. Casi una conversación entera.
– Tentador, pero no.
– Tú te lo pierdes.
– Estoy segura de que lo lamentaré durante semanas. Adiós -dijo Jesse, y colgó-. Disculpa. Voy a apagar el teléfono. No quiero que vuelvan a interrumpirnos.
– ¿No era tu novio?
– ¿Por qué lo preguntas?
– El que te llamó el otro día era Zeke. Este es Andrew.
– Eres observador. Una cualidad muy buena. Y no, ninguno de los dos es mi novio. Yo no voy en serio con nadie.
– Interesante. ¿Y por qué?
– No pienses que vas a conseguir que se me olvide por qué estamos aquí preguntándome cosas sobre mí.
Matt se encogió de hombros.
– Merecía la pena intentarlo.
– Bueno, vamos a cambiar de tema. Tenemos mucho que hacer hoy -dijo ella-. Tengo un plan.
Matt tomó un poco de café y la miró.
– Primero -dijo Jesse -, quiero que contestes algunas preguntas. ¿En qué trabajas, algo de ordenadores?
Él asintió.
– Soy programador. Trabajo mucho haciendo juegos. En Microsoft.
– Me lo imaginaba. ¿Tienes aficiones?
Él lo pensó durante un segundo.
– Los ordenadores y los juegos.
– ¿Nada más?
– El cine, quizá.
Lo cual significaba que no, pero él había dado con una respuesta rápida.
– ¿Has visto Cómo perder a un hombre en diez días? La estrenaron la semana pasada.
Él negó con la cabeza.
– Ve a verla -le dijo Jesse-. Y deberías estar anotando lo que te digo. Vas a tener deberes.
– ¿Qué?
– Tienes que aprender muchas cosas, y te va a costar esfuerzo. ¿Estás dispuesto a hacerlo?
Él vaciló durante un instante.
– Sí -dijo finalmente, aunque con cierta reticencia.
Entonces ella le pasó un par de folios. Él apunto obedientemente el título de la película.
– Después hablaremos de tu apartamento. Hoy quiero hablar sobre tus referencias culturales y tu guardarropa.
– No tengo apartamento.
– ¿No? ¿Y dónde vives?
– Vivo en mi casa, con mi madre -dijo Matt, y se ajustó las gafas a la nariz con un dedo-. Antes de que digas nada, es una casa muy bonita. Hay mucha gente que vive en casa con sus padres. Resulta más cómodo.
Oh, Dios. La situación era peor de lo que ella había pensado.
– ¿Cuántos años tienes?
– Veinticuatro.
– Seguramente ya es hora de que vueles del nido. ¿Para qué vas a ligar con una chica si después no tienes adonde llevarla? -dijo ella, y lo anotó-. Como ya he dicho, esto es para la clase avanzada.
– ¿Dónde vives tú?
Ella se quedó mirándolo fijamente, y después soltó una carcajada.
– Con mi hermana.
La expresión de Matt se volvió petulante.
– ¿Lo ves?
– Yo no soy un chico.
– ¿Y?
– Muy bien, me lo apunto. Pero tú tienes que mudarte antes -dijo ella. Después sacó unas cuantas revistas de su mochila-. People es semanal. Suscríbete. Cosmo y Coche y Conductor son mensuales. También In Style. Léelas. Te voy a hacer un test.
Él hizo un gesto de horror.
– Eso son revistas de chicas, salvo la de coches, y a mí no me gustan los coches.
– Son libros de texto culturales. In Style tiene una sección estupenda de hombres que visten bien. También tiene muchas fotografías de mujeres guapas. Te gustará. People te mantendrá al día de las noticias sobre los famosos, que aunque no te importen, al menos podrás reconocer cuando la gente los mencione. La revista de coches es para equilibrar, y Cosmo es la compañera fiel de cualquier mujer de veintitantos años. Considéralas el libro de cabecera del enemigo -le explicó Jesse, y le entregó las revistas-. También debes ver la televisión -añadió, y le dio los nombres de unos cuantos programas a los que debía aficionarse para saber más cosas sobre las que hablar con las mujeres.
– No se puede aprender cómo hablar con las mujeres viendo la televisión -le dijo Matt.
– ¿Cómo lo sabes? ¿Lo has intentado?
– No.
– Bueno, pues hazlo -dijo ella, y miró su lista-. Siguiente. Vamos a salir a cenar. Quiero que me llames y me pidas una cita, una y otra vez. Algunas veces diré que sí, y otras veces diré que no. Vamos a hacer eso un par de veces por semana, hasta que te sientas cómodo haciéndolo. Lo siguiente, ir de compras. Tienes que comprarte algo de ropa.
Él se miró.
– ¿Qué tiene de malo mi ropa?
– ¿Cuánto tiempo hace que la tienes? No te preocupes. Todo se puede arreglar. Lo que más me preocupa, en realidad, son las gafas.
Él frunció el ceño.
– No puedo llevar lentillas.
– ¿Has pensado en hacerte la cirugía LASIK?
– No.
– Míralo en Internet. Tienes unos ojos maravillosos. Sería agradable poder verlos. ¿Te parece que los Mariners tienen posibilidades de ganar esta temporada?
Él se quedó confundido.
– Eso es béisbol, ¿no?
Jesse soltó un gruñido.
– Sí. Sigue al equipo esta temporada. Y haz los deberes.
Él apartó su silla y se puso de pie.
– Todo esto es una tontería. No sé por qué te molestas. Olvídalo.
Jesse se levantó y lo agarró del brazo. Era mucho más alto que ella, y tenía músculo. Eso estaba bien.
– Matt, no. Sé que parece mucho, pero cuando consigamos resolver lo más difícil, no será tan malo. Quizá te guste. ¿No quieres encontrar a alguien especial?
– Quizá no tanto.
– No lo dirás en serio…
– ¿Y por qué estás haciendo esto? -preguntó-. ¿Qué sacas tú?
– Me estoy divirtiendo. Me gusta pensar en ti. Es más fácil que pensar en mí.
– ¿Por qué?
– Porque en este momento estoy atascada.
Matt se quedó muy sorprendido.
– Pero si tú eres la que no hace más que hablar de cambios.
– Los que pueden, lo hacen. Los que no pueden, enseñan.
Él la observó durante un segundo.
– Eres evasiva.
– Algunas veces.
– ¿Por qué?
– Porque no siempre me gusta quién soy. Porque yo no sé cómo cambiar, pero veo exactamente cómo cambiarte a ti. Conseguir algo así hace que me sienta mejor.
– Has sido muy sincera.
– Lo sé. También a mí me ha sorprendido -dijo Jesse, y esperó a que él se sentara-. Dame un mes. Haz lo que yo te diga durante un mes. Si odias los cambios, podrás volver a tu vida anterior como si no hubiera pasado nada.
– No si me opero de la vista.
– ¿Y eso es algo malo?
– Quizá no.
– Tienes que confiar en mí -dijo ella-. Quiero que esto salga bien para ti.
Porque, por algún motivo, si funcionaba para él, quizá también funcionara para ella. Al menos, ésa era la teoría.
Diez días más tarde, Jesse estuvo a punto de desmayarse al verlo entrar en el vestíbulo del restaurante. Se levantó del banco en el que estaba sentada y lo señaló con el dedo.
– ¿Quién eres?
Matt sonrió y se detuvo frente a ella.
– Tú me dijiste qué ropa tenía que comprar. No deberías sorprenderte.
– Pero puesta es mejor de lo que recordaba -murmuró Jesse, indicándole que se diera la vuelta lentamente.
Era asombroso lo que se podía conseguir con un poco de tiempo y una tarjeta de crédito. Matt había cambiado de pies a cabeza. Se había dado un buen corte de pelo, y se había quitado los vaqueros demasiado cortos, las zapatillas deportivas y los calcetines blancos. En su lugar llevaba una camisa azul claro, unos pantalones de pinzas y unos mocasines de cuero.
Sin embargo, el mejor cambio de todos era que ya no llevaba gafas.
Su cara tenía unos rasgos muy masculinos, y una suave hendidura en la barbilla, cosa que ella no había notado antes. Sus ojos eran mejores incluso de lo que había pensado, y su boca… ¿Siempre había tenido aquella sonrisa burlona?
– Estás despampanante -le dijo, y sintió un cosquilleo por dentro-. Verdaderamente sexy. Vaya.
Él se ruborizó.
– Tú también estás muy guapa.
Jesse descartó el cumplido con un gesto de la mano. Su aspecto no tenía importancia. Lo importante era él.
La maître se acercó a ellos y los guió hacia una mesa.
– ¿Te has dado cuenta? -preguntó Jesse en voz baja cuando se sentaron-. Se ha fijado en ti.
Matt se ruborizó otra vez.
– Eso es lo que tú crees.
– No, de verdad. Si yo me fuera en este momento, ella te abordaría.
Aquello le puso más nervioso que contento.
– No vas a marcharte, ¿verdad?
Ella se echó a reír.
– Quizá la próxima vez. Primero tendrás que acostumbrarte a llamar la atención, y después podrás empezar a disfrutarlo -dijo Jesse. Sin prestarle atención a la carta, se inclinó hacia él-. Bueno, y dime, ¿cómo ha reaccionado la gente en el trabajo?
– Ahora es diferente.
– ¿En qué sentido?
– La gente me habla.
Jesse sonrió al saber que ya tenía resultados.
– ¿Te refieres a las mujeres?
Matt sonrió.
– Sí. Muchas de las secretarias han empezado a saludarme. Y hay una mujer del departamento financiero que me pidió que la ayudara a llevar unas cosas a su coche, pero no era mucho y ella podría haberlo hecho sola perfectamente.
– ¿Y le pediste que saliera contigo?
– ¿Cómo? No -dijo él, horrorizado-. No podía hacer algo así. Era… bueno, ya sabes… mayor.
– ¿Cuánto?
– Unos cinco o seis años. No es posible que esté interesada en mí.
– Oh, querido, tienes mucho que aprender sobre las mujeres. Eres alto, estás en buena forma y eres guapo. Tienes un buen trabajo, eres amable, divertido y listo. ¿Cómo no ibas a interesarle?
Él enrojeció.
– Yo no soy así.
– Sí, exactamente así. Estaba ahí todo el tiempo, escondido detrás del protector de bolsillo -dijo ella, y entornó los ojos-. Te dije que los tiraras todos. ¿Lo has hecho?
Él puso los ojos en blanco.
– Sí, te he dicho que sí.
– Está bien.
El camarero se acercó y tomó nota de las bebidas que querían. Cuando se las sirvió, un poco más tarde, Jesse dijo, mientras removía su té helado:
– Estás haciendo algunos cambios estupendos. ¿Cómo te sientes al respecto?
– No vas a conseguir que hable de lo que siento. Es una incapacidad masculina.
– Buena respuesta.
– ¿Me estás tomando el pelo?
– Tal vez un poco.
– Me aguantaré.
Sin dejar de mirarla, Matt le preguntó:
– ¿Cuál es tu historia? Sé que no eres asesora de estilo de vida. ¿Quién eres, y qué haces cuando no me estás obligando a ir al centro comercial?
– No hay mucho que contar -dijo Jesse-. Trabajo en una pastelería, que es mía y de mi hermana mayor. Bueno, mi parte está en fideicomiso hasta que cumpla veinticinco años. No me gusta demasiado trabajar allí, pero porque no me llevo bien con Nicole, no por otra cosa.
– ¿Y por qué no os lleváis bien?
– Bueno…, tengo otra hermana. Se llama Claire. Es una pianista famosa. Se marchó de gira por el mundo justo después de que yo naciera, así que no la conozco mucho. Cuando yo cumplí seis años, mi madre se fue para estar con Claire y Nicole se quedó a mi cuidado. Mi padre no ayudaba nada. Yo era muy rebelde, según dicen. Nicole piensa que soy una inútil, y yo creo que ella es una bruja. Por ejemplo, con lo de la pastelería. Le he suplicado que me compre mi parte para poder marcharme, pero ella no quiere.
– ¿Y qué harías con el dinero?
– No lo sé.
– Entonces quizá por eso no quiere dártelo.
Jesse sonrió.
– Si vas a ser razonable, no podemos tener esta conversación.
– Lo siento.
– No pasa nada, pero ya está bien de hablar de mí. Sé que vives con tu madre. ¿Y tu padre? ¿Están divorciados?
– No llegaron a casarse. Mi madre no habla de él para nada. Siempre hemos estado solos. Ella trabajaba mucho cuando yo era pequeño. Lo hizo todo por mí.
Una idea que posiblemente daba miedo, aunque Jesse decidió no juzgar hasta conocer todos los hechos.
– Parece muy buena.
– Lo es. No le molestaba que a mí me gustaran tanto los ordenadores. Nunca me presionó para que saliera, ni se preocupó porque yo no tuviera muchos amigos. Decía que yo crecería y me convertiría en quien debía ser, y que no debía preocuparme si las cosas no eran exactamente como yo quería en aquel momento.
– Bien dicho.
– Un día, a los quince años, me sentí muy frustrado por un juego al que estaba jugando. Entré en su sistema, accedí al código y lo escribí de nuevo. Después les llevé la versión nueva. Me pagaron la licencia. Nuestra situación económica mejoró mucho entonces.
Jesse se quedó asombrada.
– ¿Conseguiste la licencia de un juego de ordenador cuando tenías quince años?
Él asintió.
– ¿Y te pagaron mucho?
– Me da un par de millones al año.
Si Jesse hubiera estado bebiendo en aquel momento, se habría atragantado.
– Entonces ¿eres rico?
– Supongo que sí. No lo pienso mucho.
– ¿Eres rico y llevas un protector de bolsillo?
– Déjalo ya. Te he dicho que los he tirado todos.
– Eres rico -dijo ella, sin poder quitárselo de la cabeza.
– ¿Y qué? ¿Cambia eso las cosas?
Más de lo que él pensaba, pero Jesse podía dejar la advertencia de que muchas mujeres podían ir sólo detrás de su dinero para más tarde. Se echó a reír.
– Cambia quién va a invitar a cenar.