Capítulo Seis

Después de la cena, Matt acompañó a Jesse a su coche. La velada había sido una interesante combinación de momentos, agradables unos y tirantes otros. Habían tenido algunos ratos de conversación agradable, así que Jesse pensó que era cuestión de darle tiempo al tiempo.

– Gracias por invitarme a cenar -le dijo cuando llegaron a su Subaru-. Necesitábamos hablar.

Él le acarició la mejilla con la yema de los dedos.

– Entiendo por qué has vuelto. Estoy trabajando en ese asunto.

– Se nota que has ido a seminarios de dirección -bromeó Jesse.

Él sonrió.

– Más veces de las que me gustaría admitir.

– Debes de odiarlos.

– Todos y cada uno de los segundos.

– Todas esas actividades de vinculación de grupo.

– No es mi estilo -dijo Matt.

En eso no había cambiado. Siempre había sido más proclive a las relaciones uno a uno. Y hablando de uno a uno…

Jesse tenía la sensación de que él estaba demasiado cerca. Le estaba acariciando la mejilla, y tenía los ojos tan oscuros que ella se estaba quedando aturdida. Recordaba los tiempos en los que perderse en aquellos ojos era la mejor forma de pasar el día. ¿Seguía siendo así?

– Demonios, Jesse -murmuró Matt.

Entonces la besó, tal y como ella había deseado. Le dio un beso ligero, y Jesse tuvo tiempo de adaptarse a la realidad después de haber estado viviendo de fantasías durante años.

Su boca era exactamente tal y como recordaba, cálida y firme. Ella se apoyó en él y posó la mano en su antebrazo, donde sintió sus músculos fuertes. Él le tomó la barbilla con la palma de la mano, ladeó la cabeza y le lamió el labio inferior.

Jesse notó una descarga eléctrica que le recorrió el cuerpo, y que la derritió por dentro. Pasó de estar interesada a estar ardiendo en un segundo.

Él le puso la mano en la espalda, un poco más abajo de la cintura, y la acercó hacia sí suavemente mientras hacía más profundo el beso. La besó una y otra vez excitándola con cada roce de su lengua. Sin embargo, había algo distinto, y aquella diferencia en sus besos fue lo que devolvió a Jesse a la realidad.

Se dio cuenta de que le estaba acariciando la espalda suavemente con la mano, dibujando círculos. Era delicioso y le daba ganas de ronronear, pero antes nunca había hecho algo así. Él bajó la mano desde su barbilla a su hombro, y le rozó el brazo desnudo. De nuevo, delicioso, pero no propio de Matt. Incluso su forma de besar era distinta. Era más perfecta, más estudiada. Era un hombre que sabía excitar a una mujer en cuestión de segundos.

Ella no le había enseñado eso.

Se echó hacia atrás, diciéndose que no tenía importancia. Que había pasado mucho tiempo, y que por supuesto, él había estado con otras mujeres. Sin embargo, le había dolido tener la prueba de que Matt había continuado con su vida.

– ¿Jesse?

Ella forzó una sonrisa.

– Impresionante. Sabes lo que es una buena seducción.

– Siempre me ha gustado besarte.

– Pero ahora lo haces de una manera diferente.

– He practicado.

– Ya lo veo.

Había algo en su tono de voz, pensó Matt. ¿Resentimiento?, ¿dolor? Él había hecho todo lo posible por encandilarla durante la cena, siguiendo su plan, y en aquel momento se recordó que tenía un objetivo. Sin embargo, estaba enfadado.

– ¿Es que pensabas que iba a vivir como un monje después de que te fueras? -le preguntó.

– No. Esperaba que utilizaras todo lo que te enseñé con otra persona.

Estaba herida y enfadada, pensó él. Bienvenida al club.

– Entonces no te sientas decepcionada -dijo-. He recogido todas tus enseñanzas y les he dado buen uso -al ver que ella se estremecía, Matt añadió-: Vamos, Jesse. No creo que tú hayas llevado una vida solitaria. Habrás estado con muchos tipos. Ese era tu estilo.

Ella dio un paso atrás.

– Ya te he dicho que no he tenido tiempo. No sabes lo que es ser madre soltera.

– En eso tienes razón -dijo Matt. Por culpa suya, no sabía nada de lo que era ser padre-. ¿Y el tío Bill? A Gabe le cae muy bien.

– Es un amigo.

– Claro.

Ella le clavó una mirada fulminante.

– ¿Por qué me juzgas? Te he dicho la verdad.

– Es difícil de creer. Han pasado cinco años, es mucho tiempo sin sexo. Y antes de que tú y yo empezáramos a salir, siempre estabas con uno u otro. No, espera. Estuviste con un tipo incluso mientras salíamos juntos.

– Sabes que eso no es cierto -replicó Jesse-, pero, por favor, no permitas que la verdad se interponga en el camino de tu ira. Si yo fui ligera de cascos una vez, nunca podré dejar de serlo, ¿verdad? Creo que me dijiste algo por el estilo cuando creíste que me había acostado con Drew. Yo no había hecho nada malo. Un día lo sabrás con seguridad, Matt. Y cuando lo sepas, tendrás que admitir que yo te quería, que fui fiel y que cuando te dije que iba a tener un hijo tuyo, tú me echaste. No estabas interesado, y no pudiste pensar ni por un segundo que cabía la posibilidad de que el niño fuera tuyo.

Él entornó los ojos.

– No es que tú intentaras convencerme -le recordó él-. Sabías lo que le había dicho Nicole a mi madre, y que después mi madre me lo había dicho a mí. ¿Por qué iba a pensar yo que tu hermana había mentido? ¿Por qué no iba a creerla?

– Porque me querías -le gritó Jesse-. Porque sabías que yo te quería. Tendrías que haberme escuchado.

– No fuiste muy convincente. Sabías que yo estaba destrozado, y de todos modos te marchaste.

– Me fui a Spokane, Matt. Está a menos de seiscientos kilómetros de aquí. Si te hubiera importado de verdad, habrías ido a buscarme. Habrías averiguado la verdad. Sin embargo, ni siquiera te molestaste -dijo Jesse. Abrió la puerta del coche y tiró el bolso al asiento-. Pues voy a decirte una cosa: si quieres tener alguna relación con tu hijo, vas a tener que tratar conmigo. Eso significa que tendrás que aceptar el pasado y aceptar que, pese a mis defectos, no te mentí.

Entró en el coche y cerró de golpe. Él retrocedió y vio su coche alejarse.

Jesse pensaba que él seguía siendo el chico ingenuo a quien había engañado cinco años atrás, pero se equivocaba. Iba a conseguir que se enamorara de él y después iba a dejarla. Entonces sí podría aceptar el pasado, y nunca volvería a mirar atrás.


Jesse entró en la pastelería un poco antes de las seis de la mañana. Era su primer día de trabajo y no quería llegar tarde. Si las cosas salían bien y sustituía de verdad a Nicole, pronto tendría que ir al obrador mucho antes. Sid y Phil comenzaban a las tres de la madrugada, y ella debería estar allí a las cuatro y media.

Años atrás siempre se había quejado de aquel horario, pero ahora ya no le importaba. Podría salir al mediodía y pasar toda la tarde con Gabe.

Entró por la puerta trasera del edificio, la del obrador. Los sonidos y los olores eran familiares: el aroma de la masa reposando y del azúcar y de la canela que impregnaban el aire. Oyó los mezcladores y el zumbido de los hornos, una radio y una conversación. Se dirigió hacia lo último.

Encontró a Sid junto a la cuba del mezclador más grande de todos. Estaba un poco más mayor, un poco más gordo. Iba vestido de blanco de pies a cabeza, y al ver su ceño fruncido habitual, Jesse sonrió.

– Buenos días -dijo en voz alta.

Él se volvió. El gesto ceñudo desapareció, y en su lugar apareció una sonrisa.

– ¡Jess! Has vuelto. Nicole me dijo que ibas a venir a trabajar al obrador, pero no sabía que empezabas hoy. ¿Qué tal estás, hija?

Ella se acercó y Sid la abrazó con fuerza, estrechándola hasta que le hizo daño en las costillas, pero Jesse no se quejó. Aquella bienvenida la hacía sentirse bien.

– Estoy muy bien. Sid. ¿Y tú?

– Cada vez más viejo, cada vez más viejo. Y muy ocupado. Bueno, ¿y qué es eso que he oído de que vas a hacer brownies?

– Llevo un tiempo trabajando en la receta -explicó mientras él la soltaba-. Son muy buenos.

– Mmm…, ya te diré lo que me parecen. Una cosa es cocinar en tu cocina, y otra hacer hornadas lo suficientemente grandes como para venderlas. ¿Has pensado en todo eso, niña?

– Lo vamos a averiguar.

No le importaba que Sid quisiera que demostrara lo que estaba diciendo. Él siempre había sido justo con ella. Si le gustaban los brownies, se lo diría.

Sid le presentó a los nuevos empleados. Todos parecían agradables.

– ¿Dónde está Phil? -preguntó ella.

– En Florida. A su mujer y a él les tocaron dos millones de euros a la lotería, y se marcharon a vivir bajo el sol. Qué suerte…

Continuó hablando sobre Phil y su buena fortuna. Jesse aprovechó para echar un vistazo a su alrededor.

El equipo estaba exactamente igual a como ella lo recordaba. Las viejas máquinas estaban en el mismo sitio. Todo necesitaba una puesta al día. Ella había estado investigando mucho y sabía que podían comprar hornos más pequeños con más eficiencia energética, que trabajaban más rápidamente. Y lo mismo ocurría con los mezcladores. Sin embargo, no iba a mencionarle nada de aquello a Nicole. Su hermana no tendría interés en sus ideas. Al menos, durante un tiempo.

– Voy a tener que demostrar lo que valgo -murmuró Jesse-. Y lo voy a hacer.

Sid la miró.

– ¿Hablando sola? Eso es nuevo.

Ella se echó a reír.

– Algunas veces, soy la única adulta que hay en la habitación. Intento acordarme de no gorgojear en público.

– Me he enterado de que tienes un niño.

– Sí. Gabe. Es estupendo.

– ¿Y lo vas a traer a conocer a su tío Sid?

Jesse asintió y volvió a abrazarlo.

– Te he echado de menos.

Él le acarició el pelo.

– Yo también te he echado de menos, Jess. Me puse muy triste cuando tu hermana y tú os enfadasteis. Fue una pena.

Jesse no quería hablar de ello.

– ¿Puedes decirme cuál es mi rincón de la cocina, para que pueda empezar con los brownies?

– Claro. Y voy a poner a un par de chicos a ayudarte. Nicole dijo que te diera la ayuda universitaria.

Jesse arrugó la nariz. Estupendo. Su hermana le había asignado a los empleados de verano, que no tenían experiencia de verdad. Más pruebas de que no estaba de acuerdo con la idea de los brownies. Sin embargo, Jesse no se acobardó. Iba a tener éxito, pese a todos los obstáculos que encontrara por el camino.

– Cualquier ayuda me vendrá bien -dijo.

– Buena actitud. Jasper es muy majo. Y D.C. tiene un poco de chulería, pero trabaja, así que no le hagas mucho caso y se acabó.

Sid la llevó hasta uno de los mezcladores más antiguos del obrador, también por orden de Nicole, y le envió a los estudiantes para que la ayudaran. Jesse se presentó. Después envió a Jasper a buscar los ingredientes, los utensilios y los recipientes que iba a necesitar, y puso a D.C. a comprobar que el mezclador que iban a utilizar funcionaba adecuadamente.

Una hora más tarde sacó la segunda bandeja de brownies del horno, y estuvo a punto de soltar un gemido al percibir el aroma del chocolate. Dejó los bizcochos enfriando y se dirigió hacia la primera bandeja, que ya estaba lista para ser cortada. Lo hizo a mano, cuidadosamente, y D.C. la ayudó a poner cada porción en un envoltorio de papel individual. Después los colocaron en una bandeja de las de la vitrina de la tienda.

Jesse tomó un pedazo de las esquinas de la bandeja, lo partió en dos y le dio un trozo a cada uno de los chicos.

– Demonios -dijo Jasper, y después se corrigió-. Caramba, Jesse, qué bueno está.

Ella se rió.

– ¿Sid sigue con su regla de no tolerar palabrotas?

– Sí, y se enfada mucho si oye alguna.

D.C. se chupó los dedos.

– Está riquísimo. Es lo mejor de toda la pastelería.

– Me alegro de saberlo -dijo Nicole, que acababa de llegar, mientras se acercaba a su rincón del obrador-. Dos votos más a favor de lo que estás haciendo. Enhorabuena.

– Gracias -respondió Jesse.

Sin embargo, Nicole no estaba muy complacida. Observó la bandeja que iba a ir a la tienda.

– ¿Sólo un sabor?

– Dos. Con y sin nueces. Pensé que es mejor esperar para comenzar con la mezcla de chocolate y mantequilla de cacahuete hasta la semana que viene.

– De acuerdo. No hemos hablado del precio.

– Tengo el desglose de los costes -dijo Jesse. Se quitó uno de los guantes de plástico y sacó una carpeta de su mochila-. En una de las clases de la universidad nos requirieron un plan de negocio, con prototipo del producto incluido. Eso fue lo que me dio la idea de los brownies. Tuve que hacer el estudio de costes y asignarle un valor basándome en lo que investigara por Internet.

Le entregó a Nicole la hoja con la información.

– Un dólar y medio nos daría un margen decente. Si añadimos más sabores, podemos cobrar más dependiendo de lo especiales y caros que sean los ingredientes.

Nicole estudió la hoja.

– Has sido muy concienzuda.

Jesse iba a decir que había obtenido un sobresaliente en aquel proyecto, pero se quedó callada. Nicole no se estaba mostrando muy entusiasmada con todo aquello. Era mejor darle tiempo y dejar que viera cómo iban a venderse los brownies. Era lo más maduro que podía hacer, aunque a veces se cansara de tomar siempre las decisiones adultas.

Jasper y D.C. le dijeron por señas que se marchaban, y Jesse asintió, al darse cuenta de que habían percibido la tensión que irradiaba Nicole. Era evidente para otra gente, aparte de para ella.

– ¿Quieres que te firme algo? -le preguntó Nicole-. Una declaración diciendo que si esto no funciona…, no venderé los brownies sin tu consentimiento.

Jesse se obligó a no reaccionar. Robar. Nicole se refería a robar. Era una pulla nada sutil dirigida a ella, por el incidente de la tarta de chocolate de cinco años atrás.

– Estoy dispuesta a confiar en ti -dijo con una despreocupación que no sentía. Era evidente que había sido tonta al pensar en que su hermana la recibiría con los brazos abiertos. Nicole estaba decidida a ponerle las cosas difíciles.

– Ya hemos hecho sitio en la vitrina -dijo Nicole-. Puedes llevar los brownies cuando quieras. Maggie va a ponerles un letrero, y vamos a dar muestras.

– Gracias.

Nicole se dio la vuelta para marcharse, pero Jesse la llamó.

– Te he echado de menos -le dijo-. Fue muy duro marcharme. Tener a Gabe sola me aterrorizaba, pero también hizo que entendiera todo por lo que habías pasado tú. Eras también una niña. No deberías haber tenido esa responsabilidad. Quiero que sepas que aprecio y agradezco todo lo que hiciste por mí, y todo lo que tuviste que soportar.

Nicole frunció la boca. Por un segundo, Jesse pensó, esperó, que tuvieran un momento de comunicación sincera. Entonces Nicole se encogió de hombros.

– Todos hacemos lo que debemos. Te diré cómo va la venta de los brownies.

Después, se marchó.


– ¿Estás seguro? -preguntó Jesse.

Wyatt, el marido de Claire, volcó más cajas de piezas de construcción sobre el suelo de la sala de estar.

– Vamos a hacer un castillo -dijo con una sonrisa-. El castillo es nuestro favorito.

Robby, el hijo de cuatro años de Claire y Wyatt, y Mirabella, su hija de dos años, se sentaron junto a Gabe, que estaba observando con toda su atención las piezas y pensando en las posibilidades que representaban.

– Es estupendo con los niños -dijo Claire mientras se dirigía hacia el salón, para tener más tranquilidad y privacidad con su hermana.

– Me acuerdo de cómo era con Amy -dijo Jesse, lamentando que la hija mayor de Wyatt no estuviera allí. Amy, que se había convertido en una adolescente, estaba en un campamento de verano-. Estoy impaciente por verla.

– No te vas a creer lo que ha crecido -dijo Claire con una carcajada-. Es guapísima, y Wyatt se está volviendo loco con eso. Los chicos no dejan de husmear por la casa todo el tiempo. Hasta el momento, Amy no tiene interés en salir con ninguno, pero es sólo una cuestión de tiempo. Esperamos tener dos años más de paz.

– Buena suerte -dijo Jesse. Se sentó en el sofá, junto a su hermana, y añadió-. Te va muy bien. He leído artículos sobre ti en el periódico.

Claire descartó el cumplido con un gesto de la mano.

– Cada año toco menos. Sólo hago giras cuando me interesan de verdad, y cuando puedo programarlas. Con tres hijos, es difícil. Ya no siento la misma pulsión por tocar. La música siempre formará parte de mi vida, pero no del mismo modo. Oh, estoy enseñando a tocar a Eric y a Robby una vez a la semana. Si quieres que Gabe venga también, a mí me encantaría.

– Pues claro -dijo Jesse-. ¿Qué madre no querría que la famosa Claire Keyes dé clases a su hijo?

Claire se echó a reír.

– No esperes mucho. Tocamos más de lo que aprendemos, pero quiero que aprendan a apreciar la música y que les guste. Si les interesa, aprenderán la técnica más tarde.

– Tú eres la experta. Sólo tienes que decirme cuándo, y lo traeré -dijo Jesse, e hizo una pausa-. Suponiendo que a Nicole le parezca bien.

– Jesse, no seas así.

– ¿Cómo? ¿Que no sea realista? Admítelo. Ella no quiere que me vayan bien las cosas, Claire. Lamenta que yo haya vuelto.

– No es verdad. Tiene mucho que asimilar. Acuérdate de que no le dijimos nada.

Ésa había sido una condición de Jesse, que Claire no le dijera a Nicole que iba a volver.

– Quizá fuera un error, y debería haberte permitido que se lo contaras. Aunque, seguramente, las cosas no habrían sido distintas. Todavía está enfadada conmigo por algo que no sucedió.

– Lo superará. Dale tiempo.

– No estoy segura. Le he dicho una y otra vez que no ocurrió nada, y no me cree. Han pasado cinco años, y sigue enfadada.

– No lo intentaste con mucho ahínco.

– ¿Cómo?

– Hace cinco años no fuiste muy convincente. Sólo decías que no había pasado nada.

– Es que no pasó nada.

– Pensábamos que querías decir que Nicole no debería estar enfadada por que Drew y tú no habíais llegado lo suficientemente lejos como para tener relaciones sexuales.

– ¿Qué? -Jesse no podía creerlo-. Lo que quería decir era que no había pasado nada, no que nos habían interrumpido y que ése era el motivo de que no hubiera sucedido nada.

¿Y por qué iban a pensar otra cosa? ¿Por qué…?

Se frotó la sien. Nicole había pensado lo peor de ella porque estaba acostumbrada a que su hermana pequeña fuera un desastre. Porque era más fácil pensar siempre lo malo.

– Y todo esto por unas palabras… -murmuró. Vidas cambiadas para siempre, oportunidades perdidas por la semántica.

– Las palabras tienen importancia. Nicole se quedó destrozada. No sé si hubiera escuchado algo de lo que tú hubieras podido decir.

Claire tenía razón. Sin embargo, si hubiera conseguido que Nicole la entendiera, quizá ahora se llevarían mejor.

– No pasó nada -repitió Jesse-. Drew y yo nunca tuvimos nada que ver, ni nos acostamos juntos, ni nunca quisimos acostarnos. Bueno, puede ser que él quisiera aquella última noche, pero no sé de dónde salió eso. Yo estaba enamorada de Matt, y le era fiel. Drew sólo era un amigo. ¿Está claro?

Claire le acarició la mano.

– Yo te creo.

– Estupendo. Cuando tengas ocasión, díselo a Nicole.

– Dale tiempo.

Jesse asintió. Tampoco podía hacer mucho más.

Claire sonrió.

– Has cambiado. Eres una adulta.

– Una victoria que me ha costado mucho.

– Una victoria impresionante.

– Quiero hacer muchas cosas -dijo Jesse-. Quiero conseguir muchas cosas. Volver aquí es sólo el comienzo. Reconciliarme con Nicole es parte de eso, pero al final, la decisión es suya.

– Estoy de acuerdo. Haz lo que puedas, y no te preocupes demasiado.

– No creo que sea posible. Te agradezco mucho que te hayas mantenido en contacto conmigo.

– No tenía la misma carga emocional que Nicole hacia ti.

Porque no habían crecido juntas. Todavía eran casi unas extrañas que por casualidad, eran hermanas.

– Lo conseguiré. Soy fuerte. Creo que siempre lo he sido, pero no lo sabía.

– Ahora ya lo sabes -dijo Claire-. ¿No es eso lo más importante?


Jesse se sentó en su coche y sacó el teléfono móvil. Marcó un número familiar y, a los pocos segundos, oyó una voz grave.

– ¿Diga?

– Hola, Bill.

– Hola, Jess. ¿Cómo estás?

– Bien. Más o menos.

Él se rió.

– Todavía sigues intentando decidir.

– Oh, sí. Nada es como yo había pensado.

– ¿Mejor o peor?

– Ambas cosas.

– Suele pasar.

Ella le hizo un resumen de cómo habían sido las cosas en Seattle.

– Voy a quedarme seis meses, trabajando en la pastelería. Quería decírtelo para que puedas sustituirme.

– No puedo sustituirte, pero contrataré a alguien que cubra tu puesto.

Jesse se echó a reír.

– Eres encantador.

– Eso es lo que decía mi madre.

– La pena es que todo ese encanto se pierda.

– Tú lo aprecias.

– Ya sabes lo que quiero decir. Vamos, Bill, hace seis años que murió Ellie. Tienes que pensar en salir con otras mujeres, en encontrar a alguien. Deberías ser feliz.

– Lo mismo te digo.

– Las circunstancias son distintas -respondió Jesse. La persona a la que ella no podía olvidar estaba con vida.

– No tan diferente, hija. Y ahora, déjame en paz.

– Por el momento.

– Voy a ir a visitarte. Os echo de menos a Gabe y a ti, más de lo que debería.

– Nos encantaría -dijo ella, y le dio la dirección y el número de teléfono de Paula.

– Me dejaré caer por allí durante las próximas semanas.

– Muy bien.

– Ahora, ve a buscar a alguien -le ordenó él.

– Lo mismo te digo, Bill -repitió ella.

Él se rió y se despidió.

Jesse colgó el teléfono y pensó en lo que le había dicho su amigo. Que tenía que encontrar a alguien.

Quizá fuera posible en el futuro, pero no en aquel momento. Antes tenía que resolverlo todo con Matt. Tenía que poner fin a aquella situación, asegurarse de que no seguía enamorada de él. Sólo entonces podría dejar atrás el pasado y mirar hacia el futuro.

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