Capítulo Siete

Cinco años atrás…

Jesse se paró delante de la casa durante un segundo, antes de acercarse a la puerta y llamar con los nudillos, suavemente. Tendría que haberle dicho a Matt que se vieran en otro sitio, pero él había sugerido su casa y ella había accedido antes de pensarlo bien.

Un instante después se abrió la puerta y apareció una Paula Fenner muy enfadada.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó con la voz aguda-. ¿Es que no sabes qué hora es?

Jesse abrió la boca, pero después la cerró, sin saber qué decir.

– Ha salido con otra -continuó Paula-. Con otra chica. No está contigo. ¿Es que no tienes orgullo?

Jesse no entendía por qué la odiaba tanto la madre de Matt, apenas la conocía. Y ella ni siquiera estaba saliendo con su hijo, sólo lo estaba ayudando. Parecía que Paula no veía nada de eso. Por algún motivo, pensaba que Jesse era una amenaza, y la atacaba cada vez que estaban en la misma habitación.

– Siento haberla molestado -dijo Jesse, y se alejó-. Buenas noches.

Paula la fulminó con la mirada, sin moverse de la entrada, hasta que ella subió a su coche. Entonces cerró de un portazo.

Jesse suspiró.

Ojalá la madre de Matt no fuera tan reacia a hablar con ella, porque tenía muchas cosas que decirle. Que estaba aferrándose demasiado a su hijo, y que con esa dependencia sólo iba a conseguir que Matt se alejara de ella. Jesse se daba cuenta cada vez que Matt hablaba de su madre. Paula lo estaba volviendo loco y, si no tenía cuidado, iba a perder a su hijo completamente.

– No es mi problema -murmuró Jesse mientras un coche se detenía junto al suyo.

Matt salió del vehículo y se aproximó a su puerta.

– Gracias por quedar conmigo -dijo él-. ¿Quieres pasar?

Ella miró hacia la casa y negó con la cabeza.

– Tu madre todavía está levantada, y no se ha quedado exactamente entusiasmada al verme.

Matt hizo un gesto de resignación.

– Está empeorando. Vamos. Conozco una cafetería que está abierta toda la noche. ¿Quieres que conduzca yo?

– Te sigo.

Sería más fácil tener su propio coche para marcharse al final de la reunión.

Mientras arrancaba el motor, Jesse intentó no pensar en lo que habría estado haciendo Matt durante las últimas horas, y con quién. Después de todo, lo que ella quería era que él consiguiera citas. Su objetivo había sido sacar a la superficie el potencial oculto de Matt, y sus lecciones estaban dando resultado. Había tenido tres citas aquella semana.

Era exactamente el hombre que querían todas las mujeres: divertido, listo, considerado, guapo y rico. Los cambios habían sido sencillos: un nuevo guardarropa, interés en los asuntos de actualidad, prácticas sobre cómo pedirle salir a una chica, y normas de etiqueta básicas durante una cita. Todo eso lo había transformado. Sólo había un pequeñísimo problema…

Se había enamorado de él.

Suspiró. No estaba dispuesta a admitirlo ante nadie, y apenas podía creérselo, pero así era. Le gustaba Matt. Le había gustado cuando era un bicho raro, y le gustaba también ahora. Él hacía que se sintiera segura, y aquél era un estado anímico muy raro en ella.

Sin embargo, su trabajo era ayudarle a que se convirtiera en lo que era capaz de ser, no tener una aventura con él. Como en esa ocasión. Matt le había pedido que quedaran para hablar de la cita que acababa de tener.

Se volvieron a encontrar en el aparcamiento de la cafetería y entraron al local. Cuando estuvieron sentados a una mesa tranquila de un rincón, Jesse le dijo:

– Bueno, cuéntamelo todo. ¿Cómo ha ido?

– Bien -dijo Matt-. Kasey es lista y muy guapa. Le gustan demasiado sus perros, pero no es un gran problema.

– ¿Qué significa que le gustan demasiado? -preguntó Jesse, intentando no sonreír-. ¿Les pone trajes a juego?

– No, pero les deja dormir con ella.

– Seguro que los echa de la habitación cuando aparece un chico guapo.

Matt sonrió.

– No sé… Fluffy y Bobo son sus mejores amigos.

– ¿Bobo? -preguntó Jesse con un resoplido-. Bueno, sí, quizá los perros sean un problema. Por lo demás, ¿qué tal fue?

– Bien. Le gusta la música, y a mí también. Aunque no le van demasiado los ordenadores.

– Sobresaliente -dijo ella-. ¿Y ha habido chispa?

Matt se rió.

– Ya nadie dice eso, Jesse.

– Yo sí.

El camarero les llevó la carta. Matt pidió directamente dos cafés y dos tartas de moras, que era la especialidad de la cafetería.

– No has respondido a mi pregunta -insistió Jesse cuando estuvieron a solas de nuevo.

– La besé, si es eso lo que quieres saber.

– ¿Y?

Matt se encogió de hombros.

– Estuvo bien. No ha habido mucha química. Soy un chico, y ella es muy guapa, así que claro, el beso estuvo bien, pero hay grados, ¿sabes? Puede ser agradable, y puede ser del tipo «tengo que acostarme contigo aquí mismo, ahora». Con ella fue agradable.

– Quizá la siguiente sea mejor -dijo ella.

– Quizá -respondió Matt-. Te has acordado de apagar el móvil. No has tenido llamadas de Ted, ni de Butch, ni de Spike.

– Nunca he salido con nadie llamado Butch.

– ¿Y Spike?

Ella se rió.

– Una vez.

– Lo sabía.

Jesse tocó su bolso.

– No tengo llamadas.

Durante las dos semanas anteriores no había contestado las llamadas. Sabía cuál era el motivo: estaba sentado frente a ella.

La camarera les llevó los cafés y las tartas, y se marchó. Matt tomó su tenedor.

– Creo que quiero otra cosa -dijo vacilante.

– ¿Te refieres a otra tarta?

– No. A las citas. Está bien, pero es siempre la misma conversación, para que nos conozcamos, y tengo que recordar si he contado esa historia o no. Quiero una segunda cita.

– Quieres tener una relación -dijo Jesse, intentando dejar la tristeza para más tarde-. Eso tiene sentido. Pídele a alguien que salga contigo otra vez. Si sale bien, pídeselo una vez más. Así es como las citas se convierten en una relación.

– No he conocido a nadie que me interese tanto. No hay nadie con quien me sienta cómodo, ¿no te parece estúpido? Tú nunca tienes relaciones.

– Pero eso no es algo para sentirse orgulloso. Tú sabes lo que quieres. Eso sí es bueno.

Ojalá la quisiera a ella.

Hora de cambiar de tema.

– ¿Has estado buscando apartamento?

– He visto algunos.

– Tienes que conseguir una casa propia. Nunca vas a tener relaciones sexuales si no tienes casa.

Él sonrió.

– ¿Y quién dice que no?

En su pregunta había un tono de confianza muy sexy. Jesse sintió la punzada aguda de los celos en el estómago.

– Bueno, no vas a tener «demasiadas» relaciones sexuales -dijo entonces, intentando que su voz sonara normal-. Necesitas tu propio apartamento.

Él la miró.

– ¿Estás bien?

– Perfectamente.

– Sólo estaba bromeando. No me he acostado con ninguna de esas chicas.

Gracias a Dios, se dijo Jesse.

– No tendría nada de malo que lo hubieras hecho. Tú eres soltero, ellas son solteras. Así es como se supone que deben ser las cosas.

Matt la observó con atención, como si estuviera buscando algo. Ella notó que las mejillas le ardían de humillación, y agachó la cabeza para ocultarlo. No quería que Matt supiera que sentía algo por él. Cabía la posibilidad de que sintiera pena por ella, y eso sería lo peor de todo.

– Soy un tío -dijo él-. No me gusta ir de compras. Elegir un apartamento es como ir de compras a gran escala. Ven conmigo. Eso facilitará las cosas.

Quizá a él, pensó Jesse. Sin embargo, no iba a decir que no. Quería estar con él, fingir que, claro, todo podía salir bien.

– Sólo tienes que decirme cuándo.


– Puedes gastar más que esto -murmuró Jesse mientras recorrían la casa de tres pisos de Redmond, que estaba vacía-. Algo cerca del mar. Con vistas.

– Es demasiado grande -le dijo Matt, haciendo caso omiso de su comentario acerca del dinero-. Tres habitaciones. ¿Para qué necesito tres habitaciones?

– Una para ti, otra para el despacho, otra para invitados.

– No tengo invitados.

Buena observación. Porque las mujeres que fueran a aquella casa pasarían la noche en su cama.

– Entonces usa la tercera habitación para tus aparatos electrónicos.

A él le brillaron los ojos.

– ¿Sí?

– ¡Los tíos sois tan simples! -exclamó ella-. Sí. Llénala de aparatos electrónicos. Haz que vibren las paredes. Pero si vas a hacerlo, usa el dormitorio de la tercera planta, para no tener ninguna pared común y no molestar a los vecinos.

– Bien pensado.

Siguieron por la cocina, que era grande y brillante.

– Los muebles son bonitos -dijo Jesse, y señaló la encimera de acero inoxidable-. Y tiene hornos dobles. Eso es importante.

Matt la observó.

– ¿Para todas esas cenas de cinco platos que voy a cocinar?

– Podría suceder.

Volvieron al dormitorio principal.

– Bonita ducha -dijo Jesse mirando la mampara sin marcos-. Suficientemente grande para dos.

– Lo he oído -dijo la agente inmobiliaria mientras entraba en la habitación-. Sois una pareja encantadora. Bueno, he venido a deciros que tengo que irme -añadió mirando su reloj-. Tengo otra cita, así que debo darme prisa. Si queréis mirar un poco más, quedaos tranquilamente. Sólo tenéis que cerrar bien la puerta cuando os marchéis.

Matt negó con la cabeza.

– Ya he visto suficiente. Elegiré algo esta tarde, y después podemos reunimos y rellenar los papeles.

– Estupendo. Tenéis mi número de móvil. Estaré disponible después de las cuatro.

Se despidió y se marchó.

Jesse miró a Matt.

– ¿Lo has dicho en serio? ¿Vas a comprar una casa?

– Probablemente ésta. Tiene todo lo que necesito, así que ¿por qué no?

– Pero antes no querías tomar esa decisión…

– No quería hacer un cambio -corrigió él-. Tenías razón en eso, de todos modos: ya es hora de que viva solo. Lo más fácil era quedarme con mi madre. A ella no le va a gustar que me vaya, pero lo superará.

– Vaya. Estupendo. Creo que ésta es la mejor de todas, pero debes decidirlo tú. Imagínate lo mucho que te vas a divertir eligiendo los muebles -dijo Jesse, y salió del dormitorio-. El salón es precioso, con el techo abovedado. Y puedes volverte loco con la habitación de música.

Se volvió, y se dio cuenta de que él la estaba mirando fijamente.

– ¿Matt?

– No me había dado cuenta hasta ahora -dijo él.

– ¿De qué?

– De que, en algún momento, me he convertido en algo más que en un proyecto para ti. ¿Cuándo cambió?

Ella se quedó paralizada, sin respiración. Allí estaba lo que había querido evitar, aquel momento de humillación total. Porque él ya no era un pobre bicho raro que necesitara su ayuda. Era masculino y capaz, y alguien por quien se sentía muy atraída. Matt podía aplastarla emocionalmente como si fuera un insecto.

– No sé de qué estás hablando. Bueno, tengo que irme porque se ha hecho tarde.

Había un inconveniente: que habían ido en el mismo coche. Demonios.

– Jesse.

El modo de pronunciar su nombre hizo que ella se estremeciera.

– ¿Qué?

– No has respondido a mi pregunta.

– No puedo.

– ¿Por qué?

– Porque estoy asustada.

Ahí estaba. La verdad. Toda la verdad, dejándola expuesta. ¿Y si él se echaba a reír? ¿Y si le decía que agradecía sus sentimientos, pero que sería mejor que sólo fueran amigos? ¿Y si…?

Entonces Matt se acercó a ella de dos zancadas y la besó.

Fue un beso suave, como si estuviera dándole la oportunidad de que se acostumbrara a estar cerca de él. Ella alzó los brazos, pero volvió a bajarlos. Por primera vez en su vida, no sabía cómo responder.

Él ladeó ligeramente la cabeza, pero no profundizó en el beso. Pasaron los segundos, y ella se vio embargada por el miedo y el deseo. Finalmente no pudo soportarlo más y se apartó.

– No puedo -susurró-. No puedo hacer esto.

– ¿Por qué no?

– Porque no soy lo que tú piensas. No soy nadie con quien tú quieras estar.

– Eres exactamente la persona con la que quiero estar -replicó él-. Lista, divertida y buena. Y también muy sexy.

– Lo que pasa es que estás agradecido porque te he ayudado a ver tu potencial.

– Estoy mucho más que agradecido -dijo él, y volvió a besarla-. Eres preciosa -murmuró entre besos-. Eso es lo que recuerdo de la primera vez que nos vimos. El sol en tu pelo, y cómo tu sonrisa me llegó directamente a las entrañas. Fue el mejor y el peor momento de mi vida. El mejor porque te conocí, y el peor por lo que habías visto.

– Matt, yo nunca pensé nada malo de ti -dijo Jesse, que apenas podía hablar. Estaba ardiendo en todos los lugares que él rozaba, y en otros que él no rozaba.

– Lo sé. Para mí fue increíble. Viste más allá de las apariencias. Y cada vez que salgo con una chica, lo único que pienso es que me gustaría estar contigo.

Entonces volvió a besarla, con dureza, con ardor. Ella separó los labios porque no tenía otra elección. Lo acogió en su boca, dejó que sus lenguas se tocaran, sintió cómo se le hinchaban los senos.

Se apretaron el uno contra el otro, todo el cuerpo. Él ya estaba excitado, y Jesse pensó de repente, con tristeza, que todo sería muy fácil. Podría acostarse con él allí mismo, en aquella casa vacía, y podrían estar juntos. Y después ¿qué?

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Se apartó de él y se dirigió apresuradamente hacia la puerta.

Matt la alcanzó cuando estaba saliendo y la tomó del brazo.

– ¿Por qué estás huyendo? -le preguntó.

Ella tuvo que esforzarse por no llorar.

– No puedo hablar de ello. Lo siento. Deja que me vaya.

– Jesse, no. Habla conmigo. Dime lo que está pasando.

Ella lo miró. Quizá lo mejor fuera decir la verdad.

– Tienes razón -murmuró-. Eres algo más que un proyecto. No quería que pasara esto, sólo quería mejorar algo, ¿sabes? Hacer algo bien. Te vi y me di cuenta de que eras estupendo. Y después, cuando empezamos a quedar, me di cuenta de que eras incluso mejor de lo que pensaba.

– Tú me adoras, y a mí me gusta que me adoren. ¿Qué tiene de malo?

Pese a todo, ella se echó a reír.

– No eres tú. Matt. Soy yo. No soy quien tú crees.

– Ya lo has dicho antes, y no es cierto. Te conozco.

– No. Tú conoces a la persona que yo te he dejado ver, pero no soy ésa. Siempre he sido un desastre. Mi hermana dice que soy una inútil profesional, y tiene razón. Comencé a beber cuando tenía doce años. Me metí en las drogas cuando tenía trece. Me aburrí cuando tenía catorce, porque entonces descubrí a los chicos.

Jesse caminó hacia la ventana, porque mirar los árboles era mucho mejor que mirarlo a él y ver cómo se reflejaba la desilusión en sus ojos.

– Muy pronto aprendí que ser una chica fácil también era un modo de ser popular en el instituto. También me gustaba el sexo en sí mismo. Sobre todo, estar cerca de alguien, sentir que importaba, aunque sólo fuera durante unos minutos. Fui la chica fácil durante todo el instituto. Nicole se enteró y me llevó al médico para que me dieran la píldora y no me quedara embarazada. Tuve suerte, porque no me contagiaron ninguna enfermedad. Pero hubo chicos, Matt. Muchos. De algunos ni siquiera me acuerdo.

– ¿Esos chicos que llaman?

– Me acuesto con ellos. Con todos -contuvo las lágrimas y siguió-: Pero entonces te conocí, y me di cuenta de que eras genial, y de repente quería más. Quería ser distinta para poder gustarte. Tú puedes estar con alguien mucho mejor que yo. Yo estoy a la deriva, sin rumbo; vivo con mi hermana y no sé cómo encarar el futuro. Tú no necesitas eso. Necesitas a alguien tan centrado y estupendo como tú.

Ya lo había dicho. Todo, o casi todo.

– ¿Has terminado con los otros tipos?

Ella bajó la cabeza.

– Sí. Ya no quiero ser esa persona. Quiero… muchas otras cosas.

Entonces él la abrazó. Jesse mantuvo los brazos cruzados en una posición de defensa, pero Matt siguió abrazándola.

– ¿Es que no sabes que nada de eso tiene importancia?

Ella lo miró.

– No lo dices en serio.

– Claro que sí. Jesse, tu pasado no cambia nada. Tú eres la persona con la que quiero estar, por cómo eres ahora.

Matt estaba poniendo las cosas demasiado fáciles.

– Quiero creerte -susurró Jesse.

– Entonces inténtalo. Date tiempo. Yo no voy a fallarte -dijo él, y después sonrió con reticencia-. Y no te voy a presionar sexualmente. Aunque quiera hacerlo.

Ella sonrió.

– Si hay alguien que tiene que contenerse, soy yo.

– No me asustas.

¿Cómo era posible?

– Yo estropeo las cosas. Destruyo las relaciones importantes.

– No, claro que no.

– Matt, tienes que escucharme.

– Jesse, ¿quieres salir conmigo? ¿Quieres estar conmigo?

– Sí.

– Entonces hazlo. El resto funcionará por sí solo. Yo puedo enfrentarme a todo lo que me propongas. ¿Lo crees?

– Quiero creerlo -dijo ella.

– Pues confía un poco en mí. No te voy a fallar, te lo prometo, pase lo que pase. Sólo quiero que me des la oportunidad de demostrártelo.

Ella asintió, porque no tenía otra elección. Alejarse de él le resultaba imposible de imaginar. Quizá Matt tuviera razón, quizá pudiera confiar en él. ¿No sería un milagro?

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