Matt se puso en pie.
– No me gusta mucho el yogur -dijo-. ¿Te apetecen unas patatas fritas?
– Claro -dijo Jesse, y observó cómo Matt se alejaba hacia el mostrador para pedir.
Era tan distinto, pensó con tristeza. Ojalá pudieran estar más cómodos juntos. Eso llevaría tiempo, ella lo sabía. La mayor parte de las cosas buenas requerían tiempo. Sin embargo, eso no era lo que quería, ni la distancia, ni las conversaciones tensas. Quería que estuvieran cómodos juntos…, una familia.
Ojalá. No estaba segura de que eso pudiera suceder. Había pasado demasiado tiempo. Le hacía daño pensar lo unidos que habían estado Matt y ella, y lo mucho que se había perdido.
Él volvió con tres raciones de patatas fritas en una bandeja.
– Eso es mucha comida -murmuró Jesse. Gabe no iba a poder comerse ni la mitad de su ración, y ella no debía. Las patatas fritas iban directamente a sus muslos.
– Come lo que quieras, y deja lo demás -le dijo Matt.
Gabe se acercó y miró las patatas fritas. Jesse sonrió.
– Sí, puedes comer unas pocas.
El niño también sonrió y tomó una patata. Las patatas fritas no eran una comida muy habitual en casa. Tanto salir fuera a comer y tanta comida rápida se le iba a subir a la cabeza.
– ¿Has vivido en Spokane durante todo este tiempo? -le preguntó Matt.
– Sí. Se me acabaron el dinero y la gasolina casi al mismo tiempo. Cuando empecé a trabajar allí, no vi la necesidad de mudarme.
Matt asintió.
– ¿Has ido a ver a tu hermana ya?
– Sí. Fui a su casa después de visitarte a ti.
– ¿Y cómo fue?
– No muy bien. Tiene muchas cosas en la cabeza en este momento. Sus gemelas tienen pocos meses, y eso es muy duro. Voy a empezar a trabajar en la pastelería para ayudar. Además, he creado una receta para brownies que creo que le va a gustar mucho. Tengo que hacer unos cuantos para que pueda probarlos.
Eso no tenía por qué interesarle demasiado a Matt. Así que quizá pudiera hablar sobre algo que fuera más relevante para él, por mucho que le doliera mencionar el pasado.
– Quería decírtelo -murmuró Jesse, consciente de que Gabe seguía a su lado, comiendo patatas fritas-. No sabía cómo. Tú estabas tan enfadado cuando me fui, y yo me sentía tan herida… Me sentía culpable.
– ¿Por lo de Drew? -preguntó Matt, con un brillo de ira en la mirada.
Ella se puso rígida.
– No. No ocurrió nada entre nosotros, ya te lo dije -Jesse miró a su hijo-. Ya hablaremos en otro momento de eso.
– Está bien, pero hablaremos de ello -dijo Matt, y cambió de tema-. Te debo un dinero por la manutención del niño.
– No, claro que no.
– Gabe es hijo mío. Es mi responsabilidad.
– No se trata de eso. No he vuelto por dinero. He vuelto para que Gabe y tú os conozcáis.
No parecía que Matt la creyera, pero no dijo nada. ¿Eso era bueno o malo? ¿Era demasiado tarde como para que forjara vínculos con su hijo? Jesse quería creer que no.
Gabe se apoyó en ella y suspiró.
– ¿Estás cansado, hijo mío? -le preguntó mientras le acariciaba la cabeza-. Has tenido una mañana muy animada.
Gabe miró a Matt.
– He estado jugando en el jardín con mi abuela, y después me ha leído un cuento. Estoy aprendiendo el abecedario. Voy por la cu.
Matt se puso muy tenso.
– ¿Tu abuela?
Jesse soltó un juramento en voz baja. Ella tenía intención de contárselo.
– Sí -dijo Gabe-. Mi abuela Paula.
Jesse rodeó a su hijo con un brazo.
– Fuimos a verla a ella también. Es la única abuela que tiene Gabe, y quería que se conocieran. Se emocionó mucho y nos invitó a quedarnos en su casa.
– No puedes. No puedes quedarte allí.
– ¿Por qué no? Hay mucho sitio, y ella es estupenda con Gabe. Quiero que él conozca a toda su familia.
– No vas a sacarle nada. Aunque finja que le importa el niño, tiene el dinero bien guardado.
A Jesse le ardieron las mejillas y se puso en pie.
– ¿Es que piensas que todo esto es por dinero? Hay cosas más importantes.
– La gente que cree eso es la que no tiene dinero. Supongo que tú eres una de ellos.
– Tienes razón. No tengo tantos millones como tú, y no los necesito. Gabe y yo nos las arreglamos perfectamente.
– Eso es mentira, y lo sabes. Todo esto lo haces para conseguir una parte de todo lo que yo tengo. Admítelo, Jesse. Al menos, así podremos empezar desde un punto en el que todo esté claro, en el que haya sinceridad.
Jesse no daba crédito a lo que él le estaba diciendo. ¿De veras creía eso de ella?
¿O el problema no era ella, específicamente? ¿Era todo el mundo?
– Tú no tienes ningún interés en que yo sea sincera -le dijo-. Tú crees lo que quieres creer porque es más fácil. No puedo impedírtelo, así que no voy a intentarlo, pero me gustaría saber por qué has cambiado tanto. Antes no eras así.
Él se levantó también y la miró fijamente mientras esbozaba una sonrisa burlona.
– Tú me has convertido en lo que soy, Jesse. Deberías estar orgullosa.
Jesse se detuvo en el semáforo en rojo e intentó mantenerse despierta. Todavía estaba disgustada por la conversación que había mantenido el día anterior con Matt. No había dormido mucho, y se había levantado muy pronto para hacer los brownies.
Ni siquiera inhalar el aroma delicioso que desprendía el bizcocho conseguía que se sintiera mejor. Estaba cansada, derrotada. Intentaba convencerse de que debía olvidar a Matt, pero no podía. Parecía que una parte de ella esperaba, tontamente, que todavía quedara algún lazo entre ellos.
Con un suspiro, aparcó frente a la casa de su hermana. Tomó la caja en la que había metido los brownies, caminó hasta la entrada y llamó a la puerta.
Pocos segundos después, abrió un hombre alto, atlético, impresionante.
– Hola -dijo con una sonrisa-. Soy Hawk. Tú debes de ser Jesse. Pasa. No me dejan quedarme a la degustación. Nicole dice que no tengo el paladar lo suficientemente sutil, pero esos brownies huelen muy bien, así que no dejes que se los coman todos.
– No te preocupes, he traído tres docenas -dijo Jesse. Hawk le había caído bien al instante.
Él la llevó a la cocina, que estaba mucho más ordenada que durante su anterior visita. Nicole estaba junto a la encimera, sirviendo café. Se volvió cuando Jesse entraba.
– Buenos días -dijo, aunque no parecía que estuviera muy contenta por tener visita-. ¿Has traído los brownies?
– Sí -respondió Jesse, y depositó la caja sobre la encimera.
En aquel momento entró otra mujer en la habitación. Era alta, y tan rubia como Nicole, con rasgos similares.
Claire, pensó Jesse, y tuvo una sensación extraña al ver a su otra hermana, a la que nunca había llegado a conocer, en realidad.
Claire y Nicole eran mellizas, seis años mayores que ella. Cuando tenían tres años, Claire se había sentado al piano en casa de unos amigos de sus padres y había empezado a tocar perfectamente, aunque nunca había tomado una clase. Cuando Jesse nació, a Claire la habían enviado ya a Nueva York a estudiar, y después, de gira por todo el mundo, mientras Jesse y Nicole se quedaban atrapadas en Seattle, intentando hacerse adultas sin demasiada supervisión. Nicole siempre había odiado a Claire por marcharse, aunque Claire no hubiera podido decidir nada al respecto, mientras que Jesse se limitaba a envidiar sus viajes.
Jesse seguía sin conocer bien a Claire, pero era con ella con quien se había mantenido en contacto desde que se había marchado.
– Has vuelto -le dijo Claire, a modo de saludo-. ¿Sigue Seattle tal y como lo recordabas?
– Más o menos. Hay muchas casas nuevas.
– Hay un mercado de trabajo muy fuerte, y atrae a la gente -dijo Claire mientras tomaba la taza de café que le ofrecía Nicole. Jesse hizo lo mismo.
Hubo un momento embarazoso de silencio. Aunque aquella gente era su familia, eran extraños, por un motivo o por otro. Y sus dos hermanas mayores pensaban lo peor de ella.
Hawk se acercó a Nicole y le puso las manos sobre los hombros. Le susurró algo al oído y la besó. Después se volvió hacia Jesse y Claire.
– Bien, señoras, las dejaré para que hagan la degustación -dijo-. Nicole, acuérdate de lo que te he dicho.
Nicole se echó a reír.
– No nos los vamos a comer todos. Te dejaremos muchos.
Hawk y ella compartieron una de aquellas miradas íntimas de las parejas que se conocían y estaban seguras de su amor, y después, él se marchó.
Nicole y Claire se sentaron a la mesa. Jesse se unió a ellas y abrió la caja.
– Tengo tres clases de brownies -dijo Jesse-. De chocolate, de chocolate con nueces y de chocolate con mantequilla de cacahuete.
– ¿Y son recetas tuyas? -preguntó Nicole.
Jesse tuvo que reprimir el impulso de dar una respuesta airada.
– Sí. Las he desarrollado yo. Tengo anotaciones del proceso, para poder comprobar su evolución.
Detestaba tener que dar explicaciones, que Nicole no confiara en ella, pero así era su hermana. Nicole nunca le perdonaría que hubiera vendido por Internet la famosa tarta de chocolate Keyes, cinco años atrás.
Nicole tomó un brownie de cada clase. Claire hizo lo mismo y se rió.
– No soy ninguna experta -dijo-. ¿Será suficiente si digo que me gustan?
– Para mí sí -dijo Jesse, y contuvo la respiración mientras Nicole mordía el bizcocho.
Nicole masticó y tragó sin decir nada. Se levantó y llenó un vaso de agua, tomó un sorbo, volvió a la mesa y probó de nuevo.
Comió despacio, con atención. Degustó cada uno de los brownies tres veces antes de terminar su vaso de agua. Después se volvió hacia Claire.
– ¿Qué te parecen? -le preguntó.
– Son increíbles. Son dulces y ricos, pero sin llegar a ser empalagosos. Normalmente, a mí no me gusta demasiado la combinación de chocolate y mantequilla de cacahuete, pero incluso esos son deliciosos.
Jesse no se relajó. A Nicole no iba a importarle lo que pensara Claire.
Nicole apartó los brownies.
– Son buenos. Los vendería en la pastelería.
Jesse exhaló.
– ¿Los tres sabores?
Nicole asintió.
El alivio fue instantáneo y dulce.
– Estupendo. ¿Y ahora qué?
Claire se levantó.
– Os dejaré para que habléis de negocios. Estaré en el jardín, con los niños -dijo, y le dio una palmadita a Jesse en el hombro al pasar.
Nicole se apoyó en el respaldo de la silla.
– ¿Qué quieres? El otro día me dijiste que quieres recuperar tu sitio. ¿Es cierto?
– Sí. Quiero trabajar para ti durante seis meses -dijo Jesse, pensándolo mientras hablaba-. Después de eso, hablaremos sobre si nos convertimos en socias. Durante esos seis meses, tendrás la receta de los brownies. Si las cosas no marchan bien, me los llevaré.
– ¿Para venderlos en otro sitio? No. Si te vas, los brownies se quedan, pero te pagaré las recetas.
A Jesse no le gustó aquella idea, pero entendía la preocupación de Nicole. No quería vender algo durante seis meses en la pastelería, para luego dejar de hacerlo y perder clientes.
Antes de que pudiera responder, Nicole dijo:
– También puedo comprarte tu parte del negocio. Ahora tienes más de veinticinco años. Puedo pedir un préstamo y darte el dinero por la mitad de la pastelería.
– No. Quiero que esto funcione -le dijo a su hermana-. Por eso estoy aquí.
– Me cuesta creer eso -admitió Nicole-, pero eres diferente. Es obvio.
– No me importa lo que tenga que hacer en la pastelería. Tú siempre necesitas ayuda extra. Yo te la daré. No quiero decir que tenga que estar a cargo de las cosas, tú sigues siendo la jefa.
– Una idea interesante. Desde que tuve a las gemelas me está resultando difícil ir mucho a la pastelería. Precisamente, necesito a alguien que la dirija. ¿Tienes experiencia en la dirección?
– He estado llevando un bar.
Nicole abrió unos ojos como platos.
– Estás de broma.
– No. Fui ascendiendo desde el puesto de camarera. Atendía las mesas y dirigía el local unas cuantas noches a la semana. He gestionado a los empleados y me las he visto con los clientes borrachos. Supongo que la gente que entre a tomar café y a comprar bollería y pasteles será más fácil. Además, tengo un graduado en empresariales.
– ¿Fuiste a la universidad?
– Por las mañanas. Trabajaba por la noche y hacía los deberes cuando podía.
– ¿Y Gabe?
– También lo he criado.
– Has estado muy ocupada.
Jesse asintió. Sintió un poco de orgullo, y también de satisfacción, al ver que su hermana estaba impresionada. Pese a lo que creyera Nicole, a ella le importaba lo que pensara su hermana. Por eso estaba dispuesta a acabar con aquel momento de conexión, diciendo:
– Tenemos que hablar sobre Drew.
– No, no tenemos por qué -respondió Nicole con tirantez.
– Muy bien. Tú puedes escuchar sólo, si quieres. No me acosté con él. Nunca me acosté con él, ni tuve nada que se pareciera a una relación inapropiada con él -Jesse hablaba rápidamente, por miedo a que Nicole se levantara y se fuera-. Solíamos hablar, nada más. Él escuchaba, y yo tenía mucho que decir. Una noche… -Jesse tomó aire-. Una noche, yo estaba muy alterada. Había encontrado un anillo de compromiso mientras ayudaba a Matt a deshacer su equipaje. Sabía que iba a pedirme que me casara con él. Yo lo quería muchísimo, pero estaba aterrorizada. Tenía mucho miedo de estropearlo todo. Nunca había tenido una relación de verdad, y no sabía si podía tenerla con Matt. Lo deseaba, pero siempre me las había arreglado para estropear todo lo bueno que tenía en la vida. No quería fastidiar las cosas con él.
Nicole hizo amago de ponerse en pie. Jesse le puso una mano en el brazo.
– Tienes que escucharme.
– No quiero oír eso.
– Yo necesito contártelo.
Nicole volvió a sentarse y se cruzó de brazos.
– Continúa.
– Yo estaba llorando. Drew se sentó en la cama y me dijo que no podía cambiar quién era. Que yo nunca podría conformarme con un solo hombre, y que las chicas como yo no podíamos sentar la cabeza.
Jesse tuvo que tragar saliva para intentar aliviar la tensión que sentía en la garganta.
– Yo me quedé aturdida, sin saber si tenía razón. No quería hacerle daño a Matt, y quizá no me lo mereciera.
Cerró los ojos, llena de vergüenza. Sentía vergüenza porque alguien pudiera pensar que valía tan poco.
– Entonces, Drew me besó, y yo le dejé, porque siempre había usado a los hombres para sentirme mejor. ¿Por qué iba a ser aquello distinto? Entonces, él me quitó la camiseta y me acarició, y yo salí de mi estupor. Sabía que no quería a nadie más que a Matt. Que había cambiado. Y comencé a empujarlo. Entonces fue cuando tú entraste en la habitación -susurró-. Drew se levantó de un salto y gritó que yo lo había provocado todo. Yo sabía que tú te lo ibas a creer.
Abrió los ojos. Nicole la estaba mirando, pero Jesse no podía descifrar su expresión. ¿La creía su hermana?, ¿la odiaba todavía?
– No me acosté con él -repitió Jesse-. No ocurrió nada, y no porque nos interrumpieras.
– Quiero creerte -dijo Nicole-. Por muchas razones.
– Pero no me crees.
– No estoy segura.
Jesse no debería sentirse sorprendida.
– No puedo darte ninguna prueba. Algunas veces hay que tener fe. Yo estropeé las cosas muchas veces, Nicole, lo sé. Pero nunca hice nada, deliberadamente, que pudiera hacerte daño.
Nicole la observó sin decir nada.
Jesse lo había intentado, y seguiría intentándolo, pero en aquel momento estaba muy cansada.
– Iré a la pastelería mañana por la mañana -dijo mientras se ponía en pie-. Ya sabes cómo ponerte en contacto conmigo si necesitas algo antes de entonces.
Nicole asintió.
Jesse salió sin mirar atrás.
Había vuelto a casa con grandes esperanzas y muchos sueños. Hasta el momento, ninguno de ellos se había hecho realidad, pero no estaba dispuesta a rendirse. Ya había recorrido mucho camino, e iba a seguir hacia delante hasta que todo se arreglara. Durante los cinco años anteriores había aprendido a ser fuerte, y a luchar por lo que necesitaba. No tenía miedo del trabajo duro ni de los retos. Era una superviviente.
Esa tarde, un poco después de las tres, Matt la llamó para disculparse por la conversación que habían tenido durante la reunión del día anterior, y para pedirle que cenara con él aquella noche en un restaurante italiano que había cerca de su casa. Aunque Jesse se sentía dolida y confusa, y un poco triste por los cambios que había visto en él, accedió. Matt era el padre de Gabe, así que tenía que restablecer la relación con él.
Cuando llegó al aparcamiento del restaurante, un poco antes de las siete, estaba bastante nerviosa. Paró el motor y pasó unos minutos respirando profundamente para calmarse. Después salió del coche y entró en el local.
Matt la estaba esperando en el mostrador de recepción, alto, guapo, vestido con una camisa de manga larga y unos pantalones de pinzas. Después de que se saludaran, el maître los condujo hasta una mesa con vistas al patio. Jesse se sentó y tomó la carta que le ofrecían. Aunque todo sonaba muy bien, ella no sabía si iba a poder comer algo sentada enfrente de Matt.
Él le dio las gracias al camarero y estudió la carta de vinos.
– Tienen una buena selección de vinos italianos -dijo a Jesse-. ¿Te apetece alguno en especial?
– No. Lo que tú elijas estará bien.
Él asintió, sin dejar de mirar la carta.
Ella recordó la primera vez que habían ido a cenar juntos, a un restaurante llamado Olive Garden. Jesse había pensado que era adorable. Todavía recordaba su sonrisa, y cómo se había dado cuenta de que aquel chico era alguien por quien quizá tuviera que preocuparse.
– ¿En qué estás pensando? -preguntó Matt.
– En nada.
– Era algo. Tenías una expresión interesante.
Jesse no creía que decirle la verdad fuera buena idea, y le contó que la degustación de brownies en casa de Nicole había ido bien, y que iban a venderlos en la pastelería.
– Me alegro -dijo él-. ¿Qué tal están las cosas con ella?
Jesse pensó en que su hermana seguía empeñada en pensar lo peor de ella.
– Estamos haciendo progresos.
– ¿Todavía estás en casa de mi madre?
– Sí. Se está portando maravillosamente. A Gabe le parece fabulosa, y ella siempre quiere estar con él. Juegan, ven películas y van a pasear. Me siento un poco culpable por tener tanto tiempo libre. Está siendo muy agradable.
La expresión de Matt era ilegible. Ella titubeó, y después siguió hablando.
– Ha cambiado. Antes no quería tener nada que ver conmigo, pero ahora es distinta. Más abierta. Quiere tener una relación de familia conmigo y con Gabe -dijo. Tomó su copa de agua, pero no bebió-. Te echa de menos.
En aquel momento el camarero se acercó a la mesa, y Jesse suspiró por lo inoportuno de su aparición. Matt y ella pidieron la cena. Cuando estuvieron a solas de nuevo, ella preguntó:
– ¿Qué ocurrió entre vosotros? Antes estabais muy unidos.
Él se quedó mirándola un largo instante.
– Nunca le perdoné que me contara lo tuyo con Drew.
Su voz sonó grave y neutra. Pese a que era inocente, Jesse se ruborizó y se sintió humillada.
– Nunca se lo perdoné -repitió él, y se corrigió-. No el hecho de que me lo contara, sino que aquello la hiciera tan feliz.
– Ahora lo siente. Te echa de menos.
– ¿Te pones de su parte? -preguntó él con sorpresa.
– Sí. Ya te he dicho que ha cambiado. Es muy buena con Gabe y conmigo. Ojalá nos hubiéramos hecho amigas hace cinco años. Te teníamos a ti en común.
– Le estás concediendo demasiado mérito.
– No. Todos cometemos errores.
– ¿Incluyéndote a ti?
– Mi lista de errores es larga e impresionante, pero no incluye el de acostarme con Drew.
– Jesse… -comenzó él.
– No, Matt. Tengo que decirlo. Tengo que explicarme -insistió ella.
Por segunda vez aquel día, contó la historia de aquella noche horrible, aunque omitió el detalle de que había encontrado el anillo de compromiso y le dijo que estaba enamorada de él y que temía estropearlo todo.
– No me acosté con él -concluyó-, no quería hacerlo. Él se equivocaba respecto a mí. Tú eras el único a quien quería. Sé que te has pasado estos cinco años pensando lo peor de mí -le dijo-, sé que va a hacer falta tiempo para que puedas plantearte que quizá hay otra explicación de lo que ocurrió. ¿Podrías estar, al menos, abierto a esa posibilidad?
– Puedo intentarlo.
– Bueno.
Él tomó su copa de vino.
– Por los comienzos.
Ella brindó con Matt, con la esperanza de que aquel comienzo fuera posible de verdad.
Comieron su ensalada y charlaron de lo mucho que había cambiado Seattle. Cuando llegó el plato principal, ella le preguntó por su empresa.
– ¿Cuándo te estableciste por tu cuenta?
– Hace cuatro años. Tuve algunas ideas que no encajaban con lo que hacía en Microsoft. Con el dinero de la licencia de los juegos, pude montar mi nueva empresa sin necesidad de pedir financiación a un banco.
– Y quedarle con todos los beneficios.
– ¿Cómo sabes que hay beneficios?
– He visto tu casa.
– Sí, he tenido suerte.
Más que eso, pensó Jesse.
– Ahora eres el jefe. ¿Qué se siente?
– Me gusta -admitió él-. Tener empleados significa que puedo concentrarme en lo que quiero hacer. Ellos se ocupan de los detalles -dijo, y cortó un pedazo de pollo-. Te caería muy bien mi secretaria, Diane. Dice lo que piensa, y se empeña en manejar mi vida.
– Me sorprende que se lo permitas.
– No se lo permito, pero ella lo intenta.
– Entonces debe de ser muy buena en su trabajo.
– Sí.
A Jesse le gustó la idea de que Matt tuviera una secretaria, pero no sabía por qué. ¿Lo hacía más accesible?, ¿más parecido al hombre que ella recordaba?
– ¿Vas a creerme alguna vez? -le preguntó-. ¿Se va a arreglar esta situación?
Él la miró durante un momento, antes de tomarle la mano por encima de la mesa.
– Yo quiero que se arregle -le dijo.
Y, por el momento, eso era suficiente.