Dev Riley llegaba tarde. Había estado a punto de cancelar aquel viaje, pero, en el último minuto, había decidido seguir con sus planes. ¡Al diablo con Jillian Morgan! Y, en lo que a él se refería, todas las mujeres en general. ¡Antes de que él decidiera enamorarse de otra mujer y se confiara a ella, haría frío en los Cayos de Florida!
Se suponía que aquel viaje iba a marcar un punto clave en su vida. Había estado saliendo con Jillian durante casi dos años y el matrimonio había parecido, por lógica, el siguiente paso. Dev no había llegado a aquella conclusión sin pensárselo mucho. Había sopesado los pros y los contras y por fin se había animado a proceder.
Después de todo, Jillian era una mujer hermosa, segura de sí misma, inteligente e independiente, el tipo de mujer que él se sentiría orgulloso de tener como esposa. Ella adoraba su trabajo, pero lo que era más importante para Dev, entendía la obsesión que él tenía por el suyo, las largas horas y las noches que llegaba tarde a casa. Casarse con Jillian era preferible a tener que buscar otra mujer que aceptara su ajetreado estilo de vida y sus pocas ganas de fundar una familia. Además, los dos pasaban el poco tiempo del que disponían juntos, así que, ¿por qué no hacerlo oficial?
Dev le había dado a su agente de viajes, Susie Ellis, carta blanca para que le planeara la escapada más romántica que le pudiera encontrar. Cuando tuvo los billetes, había ido a darle a Jillian la sorpresa. Al principio ella se había negado a acompañarlo, con excusas de trabajo. Después de mucho insistir, ella había decidido que unas vacaciones era precisamente lo que necesitaban.
Dev no pudo evitar una amarga sonrisa. Había sido lo suficiente estúpido como para creer que Jillian había compartido sus planes para el futuro… hasta dos días antes de la salida. Al volver a casa, había descubierto que ella se había marchado. Él había encontrado una nota, redactada en términos muy impersonales, en la que le explicaba que había decidido aceptar un ascenso en su trabajo. Y aquel ascenso implicaba mudarse inmediatamente a Nueva York.
Aquella carta concluía con sus más sinceros deseos de felicidad. Ella había querido darle la noticia durante las vacaciones, pero luego se lo había pensado mejor. No mencionaba el amor ni el compromiso, ni tampoco se lamentaba por aquella repentina decisión. Las palabras que ella le había susurrado en sus momentos de pasión no parecían significar nada para ella, sobre todo cuando se interponían con su valiosa trayectoria profesional.
Dev bajó la cabeza y contempló las luces del paseo marítimo de Miami a través de las ventanas ahumadas de la limusina. Él mismo había estado tan obsesionado con el trabajo que había decidido pasar aquellas vacaciones en un lugar cercano a Chicago. Podría haberla llevado a Roma o París, pero había pensado en el trabajo lo primero. Había sido un estúpido al pensar que podrían tener un futuro juntos. El único interés común que compartían era el éxito profesional. Pero, si no podía tener un futuro con una mujer como Jillian, ¿quién le quedaba?
Tal vez nadie. Tal vez estaba destinado a permanecer soltero toda la vida. Lo que, considerando la situación, no era una mala perspectiva. Él nunca tenía problemas si quería salir con alguna mujer. Cuando esta le empezaba a pedir demasiado tiempo o energía, cortaba con la relación y seguía su camino. Podía volver a su antigua vida tan fácilmente como había decidido casarse.
Dev se frotó la frente, deseando erradicar el dolor que le crecía dentro. Así sería su vida. A partir de aquel momento, estaría solo. Las mujeres solo tendrían un lugar en su vida, es decir, en su cama. Cuando volviera de aquellas vacaciones, se volcaría de nuevo en su trabajo. Pero, hasta entonces, pasaría la semana solo, poniendo en perspectiva los amargos recuerdos de Jillian. Sacando a las mujeres de su vida para siempre.
Aprendería todo lo que se refería a la navegación. Disfrutaría del sol y de la brisa del mar. Practicaría algo de submarinismo. Dormiría todo lo que pudiera y aprendería a relajarse. Cuando regresara a casa, su relación con Jillian formaría parte del pasado.
La limusina se detuvo a la entrada del puerto. Mientras el conductor le abría la puerta, Dev oyó el golpeteo de los barcos, mecidos por el mar, contra las maderas del muelle. Los altos mástiles se movían contra el oscuro cielo de la noche, creando sombras en el suelo.
Durante un momento, Dev estuvo a punto de pedirle al conductor que lo llevara de nuevo al aeropuerto. Aquel viaje solo podría aburrirlo sobremanera… Probablemente podría aprovechar el tiempo mejor en su despacho, planeando su siguiente adquisición mientras intentaba olvidar a Jillian.
Sin embargo, nunca se había tomado unas vacaciones de verdad, que incluyeran una relajación en una soledad completa. Lo único que conseguía era tomarse unos días de vez en cuando y normalmente se llevaba el trabajo.
– Venga, Dev -musitó en voz baja. -Diriges una compañía multinacional. Claro que puedes pasarte unas vacaciones solo. Ya es hora de que aprendas a relajarte.
¿De qué tenía miedo? ¿De tener demasiado tiempo para pensar? ¿De poder ponerse a examinar lo que había hecho en su vida? ¿De los errores? Tenía treinta y siete años. A su edad, debería estar muy a gusto con el hombre en el que se había convertido. Sin embargo, desde que se había hecho cargo de la empresa de su padre quince años atrás, Dev se había pasado los días rodeado por la responsabilidad y disfrutando todos y cada uno de los minutos de ella. Era solo cuando se quedaba tranquilo cuando se planteaba si no habría más en la vida que lo que él tenía.
Maldiciendo en voz baja, Dev salió de la limusina y tomó la bolsa de viaje que le extendía el conductor. Aquel no era el momento para examinar sus faltas. ¡Se suponía que unas vacaciones tenían que ser divertidas! Al cruzar la portezuela, saludo al hombre uniformado que lo esperaba allí.
– Siento llegar tan tarde -dijo Dev.
– Está de vacaciones, señor Riley -le respondió el capitán, con una sonrisa. -Aquí no se tienen en cuenta los relojes.
– Intentaré recordarlo, señor…
– Capitán Fergus -replicó el hombre. -Estamos listos para partir tan pronto como usted suba a bordo. Su acompañante llegó a primera hora de la tarde y se ha acomodado en el camarote. -¿Mi acompañante?
– Ha tenido un pequeño problema de mareo, pero ya nos hemos ocupado de eso. Creo que ahora está dormida. Es una joven muy bonita, señor.
– Mi acompañante -repitió Dev, respirando profundamente.
Así que Jillian había cambiado de opinión. Su nota había parecido ser tan definitiva que él había decidido cancelar su parte del viaje con Susie y él mismo no se había decidido hasta unas pocas horas de que despegara el avión.
Si se lo había pensado mejor, ¿por qué no lo había llamado? ¿Por qué se presentaba allí sin decir una sola palabra? Tal vez quería disculparse, arreglar las cosas. Dev suspiró. ¿Estaría él dispuesto a perdonarla?
– ¿Le apetece algo de cenar, señor Riley? -le preguntó el capitán. -Tal vez le apetezca beber algo antes de que levemos anclas.
– ¿Levar anclas? ¿Ahora? -preguntó Dev, tras mirar el reloj. Era casi medianoche.
– Siempre navegamos de noche para que nuestros tripulantes tengan los días para hacer turismo. Conozco estas aguas como la palma de mi mano. No tiene que preocuparse. Con los sistemas de navegación por satélite no hay ningún problema.
– Creo que me apetece dormir un poco -respondió Dev. -Podemos marcharnos cuando usted quiera. Siento haberlos retrasado.
El capitán mostró a Dev el salón principal y luego señaló un estrecho pasillo.
– El camarote está ahí delante. Hay uno más pequeño donde puede dejar el equipaje. Llegaremos a Cayo Elliott a primera hora de la mañana. Pueden comer en tierra si así lo prefieren.
– Maravilloso -respondió Dev, sin mucho entusiasmo. Ni siquiera estaba seguro de que él y Jillian se fueran a hablar al día siguiente, así que mucho menos que fueran a compartir una comida. -Hasta mañana, capitán.
El camarote estaba a oscuras cuando Dev entró. La única luz se filtraba a través de los ojos de buey que había a cada lado de la cama. Extendió la mano para encender la luz, pero se lo pensó mejor. En aquellos momentos, no le apetecía hablar con Jillian. No estaba de humor para discutir.
Con un profundo suspiro, dejó caer las bolsas en el suelo y se quitó la chaqueta. Esperaría a la mañana para hablar con ella cuando él estuviera más centrado. Mientras se desnudaba, no dejó de mirar el bulto que se acurrucaba debajo de las sábanas.
De repente, tuvo la urgencia de quitarse los calzoncillos, que era lo único que lo cubría, y meterse en la cama con ella, despertarla lentamente… Tal vez si hacía el amor con ella, olvidaría toda la furia que sentía y podrían pasar unas buenas vacaciones. Siempre se habían sentido bien juntos, compartiendo una pasión que ambos encontraban satisfactoria. Y al final de las vacaciones, seguirían caminos separados.
Al final, Dev se estiró encima de la sábana, poniéndose los brazos detrás de la cabeza. Mientras se dirigía al barco, se había convencido de que pasaría aquellas vacaciones a solas, e incluso le había empezado a apetecer. En aquellos momentos, casi lo molestaba la presencia de Jillian.
En aquel momento, ella gimió suavemente y él sintió cómo se abrazaba a él. Dev apretó los dientes y luchó por controlar sus impulsos. A pesar de que no quería despertarla, ¿cómo iba a resistir la calidez del cuerpo de ella y el suave aliento contra la piel? él se volvió hacia ella y le acarició la mejilla, cubierta de una piel suave como la seda.
Sin poder resistirse, se acercó aún más a ella y la besó. Durante un instante, dudó. Ella parecía diferente, le sabía diferente. Tras pasarle la mano por el pelo, Dev se preguntó por qué se lo habría rizado.
Él decidió apartar aquellos pensamientos y levantó la sábana que le cubría el cuerpo. Lentamente, las manos empezaron a acariciar el tacto familiar de la carne, y, sin embargo, había algo que no encajaba. Donde antes había encontrado duros músculos, en aquellos momentos eran suaves curvas. La suave fragancia del perfume de ella lo inundó al inclinarse para besarle los pechos. Hasta el perfume olía diferente, exótico, excitante…
– Mmm -murmuró ella, arqueándose contra él. -Estás aquí, estás aquí de verdad.
Dev se quedó helado y se apartó de ella. Completamente aturdido, extendió la mano y encendió la luz de la mesilla de noche. A pesar de tener la cara levantada, ella seguía teniendo los ojos cerrados. Durante un instante, a Dev le pareció reconocerla, pero enseguida se dio cuenta de que la mujer que había en su camarote era una completa extraña.
Rápidamente, tomó la sábana y le cubrió el cuerpo. Cuando consiguió tranquilizarse, Dev extendió las manos y la sacudió por los hombros, suavemente. Ella no abrió los ojos. Entonces, él se levantó y se puso de pie, al lado de ella, sin saber lo que la decencia mandaba hacer en aquellos casos. Se dio cuenta de que lo primero que la decencia mandaba era cubrir de algún modo su evidente deseo, por lo que se puso rápidamente los pantalones.
¿Se había colado otra pasajera en su camarote por error? Eso era imposible. Se suponía que él y Jillian iban a ser los únicos pasajeros a bordo del Serendipity. Aquello le dejaba solo con un miembro de la tripulación. Al inclinarse sobre ella y estudiarle la cara, se dio cuenta de que, por la palidez de su rostro, no era una persona que se pasara la vida al bordo de un barco.
Además, el capitán Fergus la había llamado «su acompañante». Tal vez aquella mujer se había colado en el barco bajo falsas pretensiones. ¿Quién sería? ¿Qué demonios estaba haciendo en su cama? ¡Con toda seguridad aquello no estaba incluido en el precio del pasaje!
Extendió la mano para tocarla de nuevo, pero la retiró enseguida. Tenía una piel increíblemente suave, como no la había tocado antes. Dev se arrodilló y la estudió cuidadosamente. A primera vista, ella no era lo que él consideraría una mujer hermosa, sin embargo, tenía que admitir que era bastante intrigante.
Aquella mujer y Jillian eran como el día y la noche. Jillian era fría e inaccesible. Su esbelto cuerpo había sido esculpido por un entrenador profesional y poseía una actitud que reflejaba que era consciente de que su belleza era superada solo por su empuje y su inteligencia.
Por el contrario, aquella mujer era toda luz, desde la rubia melena hasta la frescura de su rostro. Unas cuantas pecas le cubrían la nariz y las pálidas mejillas. Tenía los labios fruncidos en lo que parecía ser una picara sonrisa. Además, por las curvas que se adivinaban bajo la sábana, Dev dudaba mucho que se pasara la vida levantando pesas en el gimnasio.
Aquella mujer tenía todas las cualidades que nunca lo habían atraído. Sin embargo, Dev no podía apartar los ojos de ella ni podía quitarse de encima la sensación de que ya la conocía. La suave brisa marina entró a través de uno de los ojos de buey, moviéndole un mechón de pelo.
Un hombre más sensato la hubiera despertado y le hubiera pedido una explicación. Un caballero al menos hubiera buscado al capitán y hubiera intentado averiguar cómo aquella extraña se había colado en su camarote. Sin embargo, Dev Riley no era ni un caballero ni un hombre sensato. En vez de eso, decidió meterse en la cama e intentar dormir.
Muy pronto descubriría quién era aquella mujer. Hasta entonces no iba a darle ninguna oportunidad de saltar del barco sin darle una explicación aceptable.
Carrie gruñó y estiró los brazos. Durante un largo momento, se negó a abrir los ojos, segura de que si lo hacía, sentiría náuseas. Se sentía enferma, como si tuviera gripe o una indigestión. Entonces, recordó dónde estaba.
– Dios -gritó ella. -Sigo en este maldito barco.
– La pregunta es, ¿qué diablos está haciendo en este maldito barco?
Asustada al oír la voz, Carrie se sentó en la cama de un salto. Al girar la cabeza, contempló un hombre tumbado a su lado. Ella parpadeó y trató de centrar la mirada. En cuanto lo consiguió, sus náuseas se incrementaron. ¡Dios santo! Era Dev Riley. Y no llevaba puestos más que unos calzoncillos de seda y una sonrisa.
– Debo de estar soñando -murmuró ella, sintiendo que la habitación le daba vueltas alrededor. Ella misma se dio la vuelta hacia su lado de la cama, convencida de que estaba dormida. -Por favor, tengo que estar soñando.
– Esto no es ningún sueño, querida.
¿Querida? ¿Dev Riley estaba en su cama y la estaba llamando «querida»? Aquello tenía que ser un sueño. Sin embargo, no tenía los ojos cerrados y podía oler perfectamente la colonia, oír el ruido del mar contra el casco del barco… ¡Y las náuseas! Si aquello fuera realmente un sueño, no se sentina tan mal.
Lentamente, Carrie se incorporó de nuevo y volvió a mirarlo. ¿Qué estaba haciendo aquel hombre en su cama? ¿Cómo habían…? ¡Susie! ¡Susie había sido la autora de aquel encuentro! La había llevado a Miami con falsas pretensiones y la había metido en la cama con Dev Riley.
– Yo no estoy soñando, ¿verdad?
Él sonrió y sacudió la cabeza, bajando luego la mirada hacia el pecho de ella. Entonces, Carrie se dio cuenta de que la sábana no tapaba lo suficiente. Con un gritito, se subió rápidamente la sábana hasta la barbilla y se apartó al borde de la cama.
Susie lo había preparado todo: el viaje, el camarote compartido… la había obligado a compartir aquella intimidad con el hombre de sus sueños. Si Carrie no se equivocaba, el barco ya estaba en plena travesía, lo suficientemente lejos de tierra como para permitirla escapar.
– Creo que voy a vomitar -susurró ella, intentando ponerse de pie.
– Antes de que vomites, tal vez me puedas explicar quién eres. Y lo que estás haciendo en mi camarote.
– Justo ahora no puedo hablar.
Ella lo oyó protestar entre dientes y unos segundos más tarde él volvió a aparecer al lado de ella.
– Aquí tienes. Toma.
Ella levantó la mirada a lo largo de sus musculosas piernas hasta llegar a los calzoncillos, en los que se adivinaba…
– Dios mío -murmuró ella.
Dev le entregó un vaso de agua. Ella lo tomó con mano temblorosa junto con la dosis de medicina.
– Tómatelo -le ordenó él. -Y ahora vamos a hablar.
Carrie hizo lo que él le decía, intentando ordenar sus pensamientos mientras se bebía el agua. Susie les había hecho una reserva en el mismo barco y en el mismo camarote. Sin embargo, Dev no sabía quién era ella ni la había reconocido, así que era imposible que él supiera que aquello había sido idea de Susie. ¿Y su…? Carrie escondió la cara entre las sábanas. ¿Habría encontrado Susie algún modo de deshacerse también de su novia? ¿Cómo podría ella haber organizado aquello también?
Jillian… así se llamaba. Su prometida. Estar desnuda en la cama, al lado de él, era bastante humillante. Lo único que podía empeorar las cosas era que ella entrara en el camarote y los pillara juntos.
– Tal vez si pudiera dormir un poco -dijo Carrie, frotándose la frente. -Ahora estoy muy confusa.
– Pues imagínate cómo me sentí yo cuando te acurrucaste contra mí y me besaste.
Carrie levantó la vista, con los ojos como platos. ¿Que lo había besado? ¿Cómo se podía haber perdido un momento tan memorable?
– ¿Que tú y yo…? ¿Nos hemos besado… en los labios… encima de esta cama?
Él frunció las cejas y sonrió del modo tan devastador en que solía hacerlo.
– En los labios. Y encima de esta cama. Ha sido muy apasionado. La tierra se sacudió bajo los pies, los ángeles cantaron…
Aturdida, Carrie se incorporó, dejándose caer la sábana hasta la cintura. Rápidamente, la recogió y se la colocó bien por debajo de los brazos. Aquella era la razón por la que la gente no debería dormir desnuda. Nunca se sabe con quién te puedes despertar.
– ¿Qué más… bueno… qué más hicimos…?
– ¿Es que no te acuerdas? -replicó él, con una sonrisa. -Me siento dolido. Normalmente, todas las mujeres me recuerdan perfectamente.
De hecho, me recuerdan tanto que la mayoría quieren volver a vivir los momentos que hemos compartido juntos, una y otra vez…
– Ya me hago a la idea -musitó Carrie, con el corazón latiéndole fuertemente contra el pecho.
¿Cómo podría haber estado dormida mientras…? Acababa de hacer el amor con el hombre de sus fantasías y no se acordaba de nada. A menos que… Al mirarlo, vio que tenía una expresión divertida en los ojos. ¿Estaría tomándole el pelo? Carrie se aclaró la garganta y se colocó bien la sábana.
No podía decirle abiertamente que le estaba mintiendo. Además, una parte de ella quería pensar que el sueño que había tenido la noche anterior había sido real. Aunque ella no lo recordara, tenía que haber sido uno de los momentos más memorables de su vida. Pero lo habría recordado, ¿no?
– ¿Fui… fui buena? -preguntó ella.
– ¿Buena? Estuviste increíble. Tan apasionada y tan desinhibida.
Carrie apretó los dientes. Sabía que él estaba mintiendo, se estaba burlando de ella. Y ella quería que pagara por ello. Quería borrarle aquella sonrisa de satisfacción de su atractivo rostro.
– Eso me sorprende -dijo ella en voz baja, -considerando que era la primera vez. Siempre había soñado con que sería perfecto… También había creído que lo recordaría.
– ¿Que es la primera vez? -preguntó él, con la sonrisa helada y los ojos muy abiertos. -¿Quieres decir que eres…?
Carrie suspiró muy dramáticamente.
– Mmm. La primera vez que yo… he conocido a un hombre tan canalla, despreciable, presumido, mentiroso, hijo de…
– Vale, vale -la interrumpió él, levantando una mano. -No hay necesidad alguna de insultar a mi madre. Siento haber adornado un poco la verdad, pero tienes que comprender mi sorpresa al encontrarte en mi cama.
Carrie se puso de pie a duras penas, sujetando la sábana fuertemente.
– Puede que no sepa lo que ha pasado exactamente aquí, pero sé perfectamente que no hicimos el amor.
– Bueno, tal vez lo pudiéramos haber hecho -dijo él, tras un momento de duda, -si yo no hubiera sido un caballero. Y tú no hubieras estado casi en coma.
– Y si yo no fuera una dama, empezaría a llamar a gritos al capitán.
– ¡Espera un momento! Eres tú la que está en mi camarote -exclamó Dev, apartándose de la cama para ir a sentarse en un sillón. -¿Por qué no empezamos con tu nombre?
– Me llamo Car… a. Cara. -dijo ella, corrigiéndose enseguida ya que sabía que no debía revelar su nombre.
Si él averiguaba quién era podría llegar a pensar que ella había planeado aquel encuentro para estar con él. Sin embargo, se dio cuenta de que él siempre había tratado con Susie y no había medios de que él supiera su nombre ya que no estaba impreso en la puerta.
– ¿Cara? ¿Cara qué?
– Carrie -se corrigió ella rápidamente. -Carrie Reynolds -añadió ella. Sabía que no era tan exótico como Jillian. -Pero mis amigos me llaman Carrie.
Ella lo observó cuidadosamente, esperando que él diera muestras de haberla reconocido, pero no pasó nada. Se habían encontrado cara a cara hacía unos pocos días, ella era la dueña de la agencia de viajes que él visitaba dos veces al mes, ¡y ni siquiera la reconocía! Carrie se sintió algo indignada.
– ¿De dónde eres?
Carrie sabía perfectamente que no debía decir de Lake Grove. Ni siquiera de Chicago. Por eso, Carrie rebuscó un lugar con el que él no hubiera podido tener ningún contacto.
– Soy de todas partes -dijo ella. -Mi padre era… vendedor. Principalmente vivimos en Anchorage, en Alaska. ¿Conoces Anchorage?
– He estado allí algunas veces.
– Bueno, no vivimos allí mucho tiempo antes de trasladarnos a Helena, en Montana.
– Me temo que nunca he estado en Helena.
Carrie suspiró aliviada. Sabía todos los lugares que Dev había visitado. ¿Cómo se le podía haber pasado Anchorage? Así que sería Carrie Reynolds de Helena, Montana. Mientras que él no conociera su verdadera identidad, ella podría salir de aquella situación sin que él se diera cuenta de quién era. Podría volver a Lake Grove y seguir con su vida como si nada hubiera pasado. Cuando Dev Riley volviera a entrar en la agencia, ni siquiera se dignaría a mirarla.
– Helena es la capital de Montana, ¿lo sabías? Aunque debería serlo Great Falls, dado que está más en el centro geográfico del estado. Montana se llama también «El estado del tesoro». Es el cuarto estado más grande de la unión -concluyó ella con una sonrisa.
– Ahora que has acabado con la clase de geografía -dijo Dev, -¿por qué no me dices lo que estás haciendo aquí?
– ¿Te importaría mucho si tuviéramos esta conversación vestidos? -preguntó Carrie.
– ¿Y renunciar a mi ventaja? Mientras tú tengas que refugiarte en esa sábana, no puedes escaparte a mis preguntas. ¿Cómo acabaste en este camarote?
– Evidentemente, todo ha sido un error -dijo ella, encogiéndose de hombros. -Yo pensé que mi agente de viajes me enviaba a un complejo turístico.
– Y yo reservé este barco para dos personas, que son todos los pasajeros que puede llevar este barco.
– Entonces, ¿dónde está tu compañera de viaje? No habrá estado en la cama con nosotros, ¿verdad?
– Ella lo canceló -replicó él, muy serio.
– Bueno, entonces ya está. Lo que hicieron fue una reserva doble de este camarote. Ocurre con frecuencia. Tal vez el capitán Fergus pensó que tú también cancelabas y por eso aceptó mi reserva.
– Pero él nos estaba esperando a mí y a mi acompañante. De hecho, él creía que tú eras mi acompañante. ¿Cómo me puedes explicar eso?
– Si estás sugiriendo que me he metido en este barco con engaños…
– ¿Lo hiciste? Hay muchas mujeres a las que les gustaría meterse en la cama con Dev Riley por más motivos de los que me puedo parar a pensar. ¿Eres tú una de esas mujeres, Carrie Reynolds? Eso si ese es tu verdadero nombre.
De todos los hombres arrogantes y condescendientes que ella había conocido Devlin Riley se llevaba el primer premio. ¿Cómo podría ser tan orgulloso como para pensar que las mujeres, o mejor dicho ella, pudiera ser capaz de mentir para meterse en la cama con él? ¿Cómo se había podido sentir atraída por alguien tan repugnante?
Carrie se envolvió aún más en la sábana y se dirigió a la puerta.
– Salga de mi camarote, señor Riley.
– Es mi camarote.
– Yo estaba aquí primero. Y el derecho de posesión es muy importante dentro de la ley.
– Posesión… -murmuró él. -Me parece que esa palabra es algo peligrosa de utilizar cuando se lleva puesta solo una sábana.
Carrie rápidamente se dio la vuelta, tomó los pantalones de él y se los tiró a la cabeza. Luego, abrió la puerta del camarote. -Fuera.
Con una encantadora sonrisa, Dev se puso los pantalones encima del hombro y salió de la habitación, silbando tranquilamente.
– Todavía no hemos acabado esta conversación.
Carrie cerró la puerta de un portazo, sonido que acompañó con una buena retahíla de juramentos.
– ¿Cómo he podido ser tan estúpida? -musitó. -¿El hombre de mis fantasías? ¡Es el hombre de mis pesadillas y estas vacaciones van a ser un desastre!
Dejando caer la sábana, Carrie se inclinó para sacar ropas limpias de la maleta. Finalmente encontró un vestido que no estaba demasiado arrugado y se lo metió por la cabeza. Tenía el pelo revuelto y, al alcanzar la bolsa del maquillaje, se regaño a sí misma. Después de lo que había dicho de ella, ¿cómo le podría importar lo que él pensara de su aspecto?
¿Cómo había podido crear una fantasía a partir de aquel monstruo? Todos sus sueños no tenían base real alguna más que su propia imaginación. Sin embargo, era muy guapo y encantador. Solo mirarlo le hacía contener la respiración…
Carrie apartó aquellos pensamientos y se pasó el cepillo por la enredada mata de pelo. Ella debería odiarlo, pero todo lo que podía conseguir era sentirse ligeramente indignada. Después de todo, el día que ella resbaló en el hielo había sido muy galante y se había comportado como un caballero en la cama, a pesar de que ella se le había insinuado.
– ¡No presentes excusas por él! -musitó ella, tirando el cepillo encima de la cama.
Él era un canalla con enorme ego. ¿Cómo se había atrevido a insinuar que Carrie se había metido en la cama para seducirlo?
En un intento por calmarse, Carrie se sentó en la cama y sopesó todas las opciones que tenía.
Tenía que bajarse de aquel barco. Lo último que necesitaba era que Dev descubriera cómo había llegado a aquella cama y a aquellas vacaciones. O que se diera cuenta de lo mucho que a Carrie le gustaba.
– No sé dónde estamos, pero tenemos que estar cercanos a tierra -murmuró Carrie, poniéndose de pie para abrir la puerta.
Le explicaría el error al capitán Fergus y él llevaría el barco al puerto más cercano. Mientras tuviera que seguir en el barco, ignoraría a Dev Riley y, si todo iba bien, se desharía de todas sus fantasías, y del hombre que las había inspirado, para cuando se pusiera el sol.
– Tiene que haber habido un malentendido -explicó Dev.
El capitán Fergus estaba de pie en el timón, inspeccionando las profundas aguas de color turquesa. Dev se sentó a la mesa que estaba preparada para el desayuno.
– ¿Es que no se encuentran satisfechos con el camarote? -preguntó el hombre. -Si hay algo más que podamos darles, pídanselo a Moira. Ella se lo conseguirá encantada.
– El camarote es perfecto -respondió Dev, saboreando el delicioso zumo de naranja. -Es la mujer con la que lo comparto. Es una extraña.
Dev no pudo evitar pensar que aquella extraña tenía un cuerpo suave y seductor escondido bajo aquella sábana. Al mismo tiempo podía ser dulce y vulnerable o testaruda e impertinente. Aquella combinación resultaba de lo más atrayente.
Dev había llegado a la conclusión de que la aparición de Carrie en aquel camarote había sido efectivamente una equivocación. No parecía el tipo de mujer que pudiera engañar a nadie. Sin embargo, la indignación y el enfado que ella había demostrado le parecieron muy divertidos.
– ¿Una extraña, dice? -preguntó el capitán Fergus, conteniendo la risa. -Muchacho, esto ocurre constantemente. Es ante la perspectiva de pasar unos pocos días confinados en un barco. En mi opinión, todas las parejas deberían pasar una semana o dos en un barco de vela antes de casarse. Con eso se acabarían todos los problemas de convivencia.
Dev tomó el cuchillo y el tenedor y se puso a comer una gruesa tortilla rellena de pimientos y queso. -No lo entiende. Hasta anoche, no había visto a esa mujer en toda mi vida.
– Una pelea de enamorados. Eso se arregla con un almuerzo íntimo en la playa de Cayo Elliott. Haré que Moira se encargue de prepararlo todo.
– Le digo que no conozco a la mujer que está en mi camarote -insistió Dev, empezando a perder la paciencia. -Mi acompañante, Jillian Morgan, canceló el viaje en el último minuto. Yo he venido a este viaje solo.
– Entonces, la señorita Reynolds no es su…
– Eso es exactamente lo que estoy diciendo. Es una extraña para mí. No nos habíamos conocido hasta… anoche.
– Son esos malditos ordenadores -dijo el capitán, chascando la lengua. -Ya le dije a Moira que no podía confiar que una máquina hiciera el trabajo de un primer oficial. Me temo que es otro error.
– ¿Quiere decir que esto ya ha ocurrido antes? -Esto es lo que no pasa por apuntarnos a una central de reservas. Mi esposa pensó que reduciría el papeleo, pero yo…
– Lo importante es que yo pagué el camarote entero -lo interrumpió Dev. -Ella no tiene por qué estar aquí. Va a tener que encontrarle otra cabina.
– Bueno, ese es el problema, señor -respondió el capitán, rascándose la barbilla. -Ella también pagó el pasaje entero. Y nosotros solo tenemos otro camarote, en el que guardamos el equipaje. No es ni la mitad de lujoso. Solo tiene unas hamacas y un ojo de buey. Lo utilizamos cuando los nietos vienen a vernos. No está preparado para nuestros huéspedes. Supongo que usted y…
Aquella conversación se vio interrumpida por un pequeño estrépito. Un segundo después apareció una maleta, seguida de la otra. Dev oyó una maldición ahogada antes de que una bolsa de viaje apareciera en cubierta. Detrás apareció Carrie Reynolds, tropezando con las maletas que tenía esparcidas entre los pies. Al levantar la vista y ver que los dos hombres la estaban mirando, ella se sonrojó. Entonces, recobró rápidamente la compostura y se alisó la falda del vestido y se arregló el pelo.
Dev no pudo evitar sonreír y le extendió un zumo de naranja.
– ¿Le apetece desayunar, señorita Reynolds?
Ella le hizo un gesto de burla y centró su atención en el capitán.
– ¡Quiero bajar de este barco! Necesito hacerlo. ¿A qué distancia estamos de tierra?
– Lo siento mucho, señorita Reynolds. El señor Riley me ha explicado el problema.
– Estoy segura de que lo ha hecho -musitó ella, mirándolo de reojo. -Bueno, necesitamos encontrar un puerto para que yo pueda bajarme de este barco. Me sirve cualquier lugar en el que pueda conseguir un avión para regresar a Miami. Estas no son las vacaciones que yo reservé. Se suponía que iba a ser un complejo hotelero con servicio de habitaciones, masajes, una piscina y un… suelo que no se te mueva bajo los pies -añadió, poniéndose blanca de repente. -¡Dios mío!
– Tal vez unas tostadas te sienten bien -sugirió Dev.
Carrie se acercó titubeando hasta la mesa y se aferró a ella con desesperación. Los dedos le temblaban, pero rápidamente tomó la tostada de manos de Dev y le dio un bocado.
– ¿Cuánto… cuánto tiempo falta hasta que alcancemos tierra?
– Unas tres horas -respondió el capitán.
– Tres horas -repitió ella, sentándose lentamente en el banco. -Tres horas. Si me quedo aquí sentada y me concentro, puedo conseguir superar estas tres horas.
Dev la observó mientras cerraba los ojos. Unos segundos después, se volvió a poner muy pálida y abrió los ojos lentamente. Él le dio otra tostada y ella la tomó de mala gana.
– Es mejor que abras los ojos y los fijes en el horizonte -le sugirió Dev. -Los mareos en el mar se deben a un problema del oído interno. Si miras lo que hay a tu alrededor te sentirás mejor.
– No necesito tus consejos -musitó ella, mordisqueando la tostada.
– Solo intentaba ayudar.
Sin embargo, ella parecía tan desgraciada, que se sintió obligado a hacer algo por ella. Aunque nunca había protegido a las mujeres, Carrie Reynolds le parecía del tipo que necesitaba que alguien cuidara de ella. Tal vez, si no la vigilaba, podría tropezar y caerse al mar, quedarse inconsciente o…
Dev reprimió una sonrisa. Carrie no era el prototipo de la gracia femenina, pero encontraba su torpeza bastante atrayente. Además, una mujer no tenía por qué estar perfecta en todos los momentos del día y de la noche. Carrie era una mujer normal y no tenía miedo de demostrarlo. Y eso era algo por lo que Dev la admiraba.
En aquellos momentos, la brisa del mar le alborotaba el pelo y Dev notó que no podía apartar la atención de un mechón que le jugueteaba en el cuello. Ella estaba mirando el horizonte, con el perfil destacando contra la suave luz del sol. Entonces ella se volvió y lo sorprendió mirándola. Durante un momento, a Dev le pareció que ella iba a sonreír. Sin embargo, ella se limitó a limpiarse con una servilleta.
– Gracias -dijo. -Ya me encuentro mejor.
– ¿Te apetecería tomar algo más? Esta tortilla está bastante bien y también hay jamón a la plancha.
– Tengo mucha hambre -admitió ella, sonriendo ligeramente.
– Bien -dijo Dev, cortando su tortilla en dos partes y poniendo un trozo en el plato de ella. -Te sentirás mucho mejor después de comer.
Carrie se empleó en el desayuno con el apetito de un marinero hambriento. Dev nunca había visto a nadie disfrutar tanto de la comida como ella. Jillian comía como un pajarito. Sin embargo, Carrie se comió el trozo de tortilla que él le había dado, otra tostada, dos trozos de jamón y se bebió la mitad de la jarra de zumo de naranja. Para cuando hubo terminado, el color le había vuelto al rostro y parecía satisfecha.
– Háblame de ti, Carrie Reynolds -le dijo Dev, inclinándose hacia ella. -Ya sé que disfrutas de un buen desayuno.
– Llámame Carrie -dijo ella.
– De acuerdo, Carrie. Empecemos con tu vida personal. ¿Estás casada? ¿Prometida? ¿Tienes alguna relación seria?
– Eso no es asunto tuyo.
– Estás equivocada. Hemos pasado la noche juntos. Tengo curiosidad por conocer a la mujer que ha compartido mi cama.
– Era mi cama. Yo estaba allí primero. Y apenas nos tocamos.
– De acuerdo, te concedo los dos primeros puntos. En cuanto a lo de no tocarnos… bueno, tú sí que me tocaste a mí. No hay que negar eso.
Entonces se produjo un largo silencio, solo roto por el aleteo de las velas contra el viento.
– No hay mucho que contar -dijo ella por fin. -Llevo una vida bastante corriente.
– Sin embargo, estás aquí, tomándote unas vacaciones extraordinarias. Esto no es nada barato. ¿Qué haces para ganarte la vida?
– ¡Estas no son las vacaciones que se suponía que yo iba a tener! -insistió ella. -Mi agencia de viajes se ha equivocado. Cuando me baje de este barco, tendré las vacaciones que yo pagué.
– Si quieres, te puedes quedar.
– No -replicó ella, más enojada que sorprendida. -Estoy segura de que muchas mujeres encontrarían esa propuesta irresistible, es decir, el hecho de pasar unos días contigo, en tu cama, pero…
– Yo no estoy sugiriendo que compartamos la cama, Carrie. Hay otro camarote a bordo. No es tan bonito, pero…
– No. Aprecio mucho tu ofrecimiento de cambiarte de camarote, pero…
– Yo no me estoy ofreciendo a cambiarme -dijo Dev. -Lo que quería decir es que tú podrías quedarte con el otro camarote.
– ¡Pero si yo llegué aquí primero!
– Pero fue tu agencia de viajes la que cometió el error, no la mía. Lo dijiste tú misma.
– Quienquiera que dijera que la caballerosidad había muerto -protestó Carrie, arrugando la servilleta y tirándola encima de la mesa, -estaba equivocado. No es que esté muerta, está enterrada a muchos metros de profundidad debajo del ego del hombre moderno.
Dichas aquellas palabras, ella se puso de pie, pero obviamente no había conseguido acostumbrarse al vaivén del mar porque se le doblaron las rodillas y tuvo que agarrarse a la mesa.
Dev se puso de pie y la sujetó por los hombros antes de que ella perdiera el equilibrio completamente.
– ¡Eh! ¿Te encuentras bien? -preguntó él.
Al mirarla a los ojos, tuvo la extraña sensación de haber vivido aquello antes y hubiera jurado que a ella le pasaba lo mismo. Sin embargo, todo pasó tan rápido que debía haberlo solo imaginado.
– Estoy bien -dijo ella, soltándose de él. -Lo que tengo que hacer es bajar de este barco.
– Tal vez deberías tumbarte un poco. Puedes hacerlo en el camarote si quieres, no me importa.
– No, me quedaré aquí fuera -dijo ella, dirigiéndose a un lugar de cubierta, donde se sentó y se puso a contemplar el horizonte.
Dev se repantigó en su silla y se puso las manos entrelazadas detrás de la cabeza. Si tenía que ser sincero consigo mismo, estaba esperando que ella decidiera quedarse. Le vendría bien la compañía y Carrie Reynolds no era una compañera de viaje tan desagradable. Sin embargo, ella no parecía compartir ese deseo. De hecho, se comportaba de un modo muy hostil con él.
¿Qué le importaba lo que ella pensara de él? Dev había ido a aquellas vacaciones para escaparse de las mujeres. Si tenía que pasar algún tiempo con una, era mucho mejor que ella lo odiara. De esa manera, él podría evitar pensar cómo iba a volver a meterse a Carrie Reynolds en la cama.