El sol abrasador caía sobre la carretera que unía el club de yates con la pequeña pista de aterrizaje. Carrie había convencido al capitán Fergus de que tenía que volver a Miami, por lo que él no había parado en Cayo Elliott y se había dirigido al norte de Cayo Largo. Ella había esperado ver la ciudad de la película de Bogart, un lugar civilizado, cuando desembarcó. Sin embargo, estaban en la isla de Cayo Largo, lejos de la ciudad con la que compartía el nombre.
Cayo Largo era solo un trozo de tierra en medio del océano. Fuera de los confines del club de yates, había una pequeña zona residencial con unas preciosas casas y unas cuantas tiendas. Carrie se las había arreglado para encontrar un taxi, algo destartalado. La misma Carrie había colocado el equipaje en el maletero y le había dado indicaciones al conductor para que la llevara al aeropuerto.
El paisaje era probablemente bastante hermoso, pero Carrie no podía verlo a través de la cortina de polvo que levantaba el desvencijado vehículo. El conductor era casi un niño, lo suficientemente alto como para ver por encima del volante. El largo pelo le cubría los ojos y conducía con una mano, con la otra preocupada por despejarle constantemente la visión. La música bramaba desde los altavoces de la radio. Carrie se acercó a la ventana para cerrarla, pero entonces se dio cuenta de que el taxi no tenía ventanas.
– Parece que me he ido al infierno de vacaciones -murmuró, tapándose la cara para evitar tragar polvo.
Tan pronto como el Serendipity había tocado puerto, Carrie había desembarcado, agradecida de poder pisar por fin tierra firme. El capitán Fergus y Moira no dejaban de disculparse, pero no lograron convencerla de que se quedara en el barco. Dev Riley la había estado mirando todo el tiempo, con los brazos cruzados sobre el pecho y apoyado contra el mástil.
Si ella hubiera hecho caso a sus antiguas fantasías, hubiera podido pensar que a él lo apenaba verla marchar. Hubiera pensado que aquella implacable expresión ocultaba a duras penas sus verdaderos sentimientos. Pero Carrie había aprendido la lección.
Aquel era el problema de las fantasías. Se desvanecían a la luz de la realidad. Ella había imaginado a Dev Riley como un compendio de perfección masculina, pero la realidad le había mostrado que en realidad era un hombre testarudo, irritante y terco.
El taxi dio una curva muy cerrada y, con el movimiento, Carrie se vio lanzada hacia el otro lado. Si aguantaba unas horas más, estaría en un maravilloso hotel en Miami, donde podría dormir. Al día siguiente, volvería a casa y olvidaría aquella pesadilla.
Una imagen de Dev Riley, sin camisa, con las bronceadas piernas al sol, le asaltó el pensamiento. Si hubiera sido una mujer más valiente, se hubiera quedado. Una semana a solas con un hombre como Dev sería como un sueño hecho realidad. Pero tras pasar una mañana con él, Carrie había tenido que admitir que él estaba muy lejos de su alcance. Las conversaciones rápidas e ingeniosas, de las que Dev parecía disfrutar, no eran su fuerte.
Cuando volviera a casa, se olvidaría de él. Cuando él volviera a entrar en la agencia, no notaría que ella estaba allí. Él sería como otro cliente. Solo uno más, con un abrigo de cachemir, maravillosos ojos verdes… y el perfil de un dios griego.
– ¡Ya hemos llegado! -exclamó el conductor del taxi, deteniendo el coche de repente al lado de un claro para que Carrie pudiera bajar. -Ese es el avión de mi tío. Y él nunca está muy lejos de su aparato.
Tras sacar su equipaje, Carrie sacó el monedero y pagó al joven.
– ¿Cuándo sale el próximo vuelo? -preguntó Carrie.
– Cuando Pete despegue -replicó el chico, señalando el avión.
– Debe de haber más de una compañía aquí.
– No. Bueno, algunas veces, si hay más de un avión aparcado aquí. Pero no se preocupe. Pete la llevará a donde usted quiera por un precio justo.
– De acuerdo -replicó Carrie, tomando su maleta. -Voy a comprar mi billete.
Carrie inspeccionó la pista de aterrizaje, cortada entre la espesa vegetación que la rodeaba y la caseta de metal que había al final de esta. Lo único que indicaba que aquello era un aeropuerto era el indicador de viento. Aparte de eso, aquella pista parecía más bien un terreno de labor.
A continuación, ella empezó a andar a través del raído asfalto, tirando de las maletas como podía. Cuando llegó al avión, sudorosa y cubierta de polvo, pudo inspeccionar de cerca su medio de transporte. El avión parecía estar hecho de trozos de chatarra pegados con cinta adhesiva. Había arañazos y golpes por todo el fuselaje y una de las ruedas estaba pinchada.
De repente, desde el otro lado del avión, oyó el murmullo de una voz, pero no pudo distinguir las palabras. Inclinándose por debajo del avión, vio un par de desgastadas sandalias y unos calcetines dados de sí.
– ¡Perdone! -exclamó ella.
– Tercer tee, Pebble Beach.
– Estoy buscando a alguien que me lleve a Miami -dijo Carrie, rodeando el avión. -El chico que me ha traído en el taxi me ha dicho que usted puede hacerlo.
Al ver al piloto, Carrie se detuvo en seco. El hombre, vestido con una llamativa camisa hawaiana, no le estaba prestando ninguna atención. En vez de eso, hacía rodar una pelota de golf delante de él, la miraba durante unos segundos mientras masticaba el cigarro que tenía en la boca y luego la golpeaba con el palo de golf. Cada uno de sus golpes se veía seguido de un murmullo.
Tenía la cara muy dorada por el sol, como la mayoría de la gente de la zona. Lo único que le daba un aspecto un poco respetable era el pelo gris que le asomaba por debajo de la gorra de béisbol y las alas doradas que llevaba prendidas en la camisa.
– ¿Es usted el piloto? -preguntó Carrie.
– Teniente coronel Pete Beck, de la Marina de los Estados Unidos. Jubilado -añadió, mientras estudiaba otra bola y la golpeaba. -Tee número diecisiete, Augusta. Hay otros pilotos por aquí -dijo, por fin dirigiéndose a ella, -pero yo soy el único que está por aquí ahora. Este avión es todo mío. Comprado y pagado.
Carrie volvió a mirar el avión, añorando el mostrador de primera clase de Delta y un billete a casa en primera clase en un brillante avión. Sin embargo, el teniente Pete era su único medio de transporte a Miami, a no ser que quisiera tomar otro barco.
Ante aquella perspectiva, Carrie decidió que un corto vuelo con un aviador obsesionado por el golf era mejor que ir en barco… o volver a encontrarse con Dev Riley.
– ¿Puede llevarme a Miami?
– Puedo llevarla a cualquier parte, si tiene dinero suficiente.
– ¿Cuánto? -preguntó, contando mentalmente el dinero que llevaba en efectivo. Pete no parecía el tipo de hombre que aceptara American Express.
– Cuatrocientos -dijo por fin el hombre, después de calcular mentalmente el dinero y las ganas que ella tenía por abandonar la isla.
– ¿Cuatrocientos dólares? -preguntó Carrie, asombrada. -¿Por un vuelo de treinta minutos, solo de ida? Florida Air vuela desde el Cayo Oeste a Miami, lo que está el doble de lejos, por solo ciento cincuenta dólares. Y es billete de ida y vuelta.
– Bueno -se mofó Pete. -Yo no soy Florida Air, señorita. Y tampoco estamos en el Cayo Oeste, ¿verdad? Además, ocurre que necesito justamente cuatrocientos dólares para poder hacer dieciocho hoyos en un pequeño y maravilloso club de golf que hay en West Palm Beach. Lo toma o lo deja.
– Escuche señor -exclamó Carrie, dejando las maletas en el suelo y tomando al hombre por la camisa. -Necesito salir de esta isla y usted es el único modo que tengo de hacerlo. Usted va a llevarme a Miami por un precio razonable si no quiere que tenga un ataque de nervios en su maldita autopista. ¿Nos vamos entendiendo?
Durante un momento, Carrie pensó que el hombre podría ceder, pero luego endureció la mandíbula y entornó los ojos.
– Trescientos -bufó el hombre. -En efectivo. Ese es mi último precio.
Con eso, volvió su concentración a su palo de golf y siguió tirando bolas por la pista. Carrie inspeccionó el avión y luego al piloto y sopesó las opciones. Tenía trescientos dólares en la cartera, pero, por principios, no podía pagar una suma tan alta por un vuelo. Y ella sabía mejor que nadie el valor del transporte entre dos puntos cualquiera del planeta.
Por trescientos dólares era capaz de pasar otro día con Dev Riley. Aquella le parecía la mejor de las opciones que tenía. Al menos no correría el riesgo de estrellarse con un piloto que estaba más preocupado por el golf que por el estado de su avión.
– Trescientos dólares es demasiado -dijo carne por fin, esperando que él se aviniera a negociar.
– Como usted prefiera.
– Bueno, en ese caso, voy a volver al club de yates. Mi barco me está esperando allí. Si puedo usar su teléfono para llamar al taxi, yo…
– No puede llamar a un taxi.
– ¿Es que no piensa dejarme utilizar el teléfono?
– Lo haría si tuviera uno, viendo lo mucho que me está molestando.
– Entonces, ¿cómo voy a regresar?
– Supongo que lo tendrá que hacer andando.
– ¿Cómo va usted normalmente a la ciudad? -preguntó Carrie.
– Mi sobrino viene por aquí de vez en cuando y, entonces, consigo que me lleve.
– ¿Cuándo va a regresar?
– No sabría decirle -dijo el piloto, encogiéndose de hombros. -Me parece que, si quiere volver a la ciudad, es mejor que empiece a andar. Está a poco más de un kilómetro, pero hace mucho calor por las tardes.
Completamente desesperada, Carrie recogió sus maletas y se marchó.
– Esto no me puede estar pasando -se decía. -No he aterrizado en otra dimensión en la que las vacaciones son una forma de tortura. Solo estoy pasado por… un mal día. Eso es, un día realmente malo.
Mientras se afanaba con el equipaje a lo largo de la carretera, se dijo que si hubiera sido más encantadora, tal vez hubiera podido alcanzar un acuerdo con el teniente coronel Pete. Para cuando llegó a la carretera principal que llevaba al club de yates se sentía completamente agotada. El vestido de algodón se le pegaba al cuerpo y el polvo le cubría todo el cuerpo. Había caminado unos doscientos metros y el equipaje le pesaba tanto que se sentía tentada de dejarlo y seguir su camino sola. Sin embargo, sabía que si lo dejaba, no lo volvería a ver.
Un poco más adelante, oyó el ruido de un camión. Se detuvo y empezó a hacer señales al conductor para que parara. Cuando al final lo hizo, Carrie se dirigió a la cabina con su mejor sonrisa.
El hombre que había dentro podría haber pasado por hermano del teniente Pete, con la excepción de que llevaba un sombrero de paja en vez de la gorra de béisbol. Una nube de humo le rodeaba la cabeza, proveniente del cigarro que llevaba entre los dientes.
– Necesito ir al club de yates. ¿Puede llevarme?
– Tengo que llevar esos pollos al aeropuerto. Los va a recoger el flete dentro de veinte minutos.
– Si da la vuelta, le pagaré bien. Cincuenta dólares, en efectivo.
– Puede montar en la parte de atrás -replicó el hombre después de pensárselo.
Carrie frunció el ceño. No había asientos en la parte de atrás. Y un perro enorme ocupaba el asiento del pasajero. Entonces, se dio cuenta de que se tenía que montar en la zona de carga. Sin embargo, como sabía que no le quedaba opción, aceptó y se montó, junto con su equipaje, entre las jaulas de pollos. Estos la recibieron con gran alboroto, piando y aleteando. El olor que provenía de las jaulas estuvo a punto de hacerla desmayar y las plumas, que flotaban por todas partes, se le pegaban a la piel y al pelo.
La carretera era peor de lo que recordaba. Se pasó todo el viaje intentando sujetar las jaulas para que no se le cayeran encima. Para cuando llegaron al club, ya tenía impregnado el olor tan especial de sus compañeros de viaje. Mientras se bajaba de la furgoneta, varios hombres y mujeres, bien vestidos, se quedaron helados al verla.
Considerando la suerte que tenía, estaba segura de que Serendipity ya se habría marchado para cuando llegara al puerto. Pero el barco estaba allí, meciéndose suavemente sobre las olas. Rápidamente, fue a pagar al conductor.
Carrie no pensaba que fuera a estar tan contenta de volver a subir a aquel barco, pero así fue. Estaba demasiado agotada para transportar el equipaje al barco, así que lo dejó en el muelle para que lo subiera el capitán Fergus. Sin embargo, no pudo encontrar al capitán, ni a su esposa. Ni a Dev Riley.
Al bajar al salón principal, vio que estaba vacío. Con un suspiro de alivio, se metió en la habitación y se dejó caer en la cama en la que había dormido la noche anterior. Luego cerró los ojos y sonrió.
No le importaba en absoluto estar en la cama de Dev de nuevo. Él no estaba allí y ella solo necesitaba unos minutos para recuperarse. Luego, encontraría un taxista que la llevara a la estación de autobuses más cercana. E incluso, por un precio decente, la podría llevar el mismo a Miami. Sin embargo, durante unos instantes, no se levantaría de aquella cama por nada del mundo. En cuanto a Dev Riley, ya se ocuparía de él más tarde.
Dev regresó a bordo del Serendipity contemplando los potentes barcos que se dirigían navegando al océano. El sol estaba muy bajo en el cielo y brillaba sobre la superficie del mar.
Después de la repentina marcha de Carrie, Fergus le había sugerido una excursión al refugio de cocodrilos, por lo que había tomado uno de los pocos taxis que había y había observado los animales desde la carretera, ya que el refugio estaba cerrado a los turistas.
Dev había disfrutado mucho con aquella primera excursión, pero lo que más le había gustado había sido la conversación que había tenido con el taxista cuando volvían al barco. El joven le habló de una mujer que había llevado a la pista de aterrizaje justo antes de llevar a Dev. Aquella joven estaba tan desesperada por llegar a Miami que se había arriesgado a subirse en un avión con el piloto de peor reputación de los Cayos.
Al taxista, todo aquel incidente le parecía de lo más divertido y luego le contó un montón de historias sobre las aventuras de su tío en el aire. Para cuando llegaron al club de yates, Dev se había empezado a sentir culpable de haber enviado a Carrie a las manos de aquel hombre. Sin embargo, Carrie era una mujer adulta y ella era la que se había querido marchar.
Sin embargo, él se sentía algo culpable por haberla hecho sentirse tan mal. Debería haberse dado cuenta de que era una mujer muy sensible y de que tenía que tratarla con más cuidado. Tenía que reconocer que había hecho pagar a Carrie la frustración que sentía por Jillian, algo que ella no se había merecido.
A pesar de todo, ya no era momento de lamentar sus actos. Ella se había ido y él nunca volvería a verla. Al ver la bandera del Serendipity, se dio cuenta de que estaba solo, pero no se sentía tan contento como había pensado.
Para no volver a la soledad del barco, Dev se detuvo en el bar del puerto y pidió una de las especialidades locales para comer. La camarera le llevó una cerveza fría con un plato de moluscos de la zona. Los demás hombres que había en el bar eran una mezcla de marineros y hombres de la isla que lo invitaron a que participara en su conversación.
Después de compartir algunas cervezas más y un juego de dardos, Dev se dirigió al barco. El sol se había puesto. Al acercarse al barco, saludó al capitán Fergus, que estaba arriando las velas.
Sin saber por qué, volvió a pensar en Carrie Reynolds. Se dio cuenta de que estaba medio esperando encontrarla de nuevo en el barco. A pesar de solo haber pasado una noche juntos, aunque no había pasado nada entre ellos, no podía dejar de sentir cierta unión entre ellos. Ella era tan diferente…
Carrie Reynolds no era su tipo, pero tenía un encanto que él no podía dejar de encontrar atractivo. Y tampoco es que fuera fea. De hecho, era bastante bonita. Sin embargo, aquella noche tendría la cama para él solo.
Se quitó los zapatos y subió a bordo. El capitán Fergus lo llamó y le preguntó que si quería algo de cenar, pero Dev le dijo que no. Al entrar en el camarote, se quitó la camiseta.
En cuanto los ojos se le acostumbraron a la oscuridad, casi no pudo reprimir un grito de sorpresa. El salón principal estaba cubierto de las ropas de él. Las maletas estaban revueltas y una toalla, de la ducha que ella se había tomado, estaba extendida por encima de las sillas. Entonces, él cruzó el salón y abrió la puerta del camarote.
Ella estaba acurrucada encima de la cama, aferrada a una almohada. Durante un momento, él pensó que estaba dormida, pero entonces oyó un suave suspiro.
– Has vuelto -dijo él.
– Qué observador.
– Lo sospeché en el momento en que vi que todas mis cosas estaban ahí fuera tiradas -replicó él secamente. -También he notado que estás en mi cama.
– Ahora es mi cama y no tengo intención de marcharme. Vete. Quiero estar sola.
Dev cerró la puerta tras de él y se apoyó contra ella. Tuvo que apartar enseguida el sentimiento de alegría que había experimentado por verla. Ella había vuelto. A pesar de que no quería hacerlo, la había echado de menos y aquello lo enojaba. Normalmente controlaba perfectamente sus sentimientos, pero en lo que se refería a Carrie Reynolds, le resultaba imposible.
Al verla en la cama, no podía pensar en otra cosa que no fuera tumbarse junto a ella y besarla.
– Pensé que querías volver a Miami.
– No siempre conseguimos lo que queremos.
– Yo siempre consigo lo que quiero.
– Entonces, intenta echarme. ¡Venga, atrévete!
– Esa sugerencia me parece muy interesante. Tal vez disfrutara tirándote por la borda.
– Déjame en paz -dijo ella, sentándose en la cama. -Estoy cansada y sucia y huelo a pollos. Me he quemado por el sol y tengo un terrible dolor de cabeza. Tú me estás poniendo de los nervios. Esta cama es tan mía como tuya. Y ahora me estoy echando una siesta.
– ¿Pollos? ¿Es a eso a lo que huele?
– Voy a quedarme en este barco hasta que lleguemos a una ciudad más importante… A algún lugar con un aeropuerto de verdad y aviones de verdad y entonces me marcharé. Pero, hasta entonces, esta es mi cama. ¿Te enteras?
– ¿Y dónde se supone que voy a dormir yo?
– Me da igual. Por mí como si te atas al mástil.
Dev, en aquel momento, se acercó un poco más para mirarla a la cara.
– ¿Te encuentras bien?
– Ya te he dicho que estoy cansada, quemada por el sol y…
– Tienes granos -dijo Dev, señalándole a las mejillas.
– ¿Granos? ¿Qué clase de granos? -preguntó ella, tocándose la cara.
Dev se acercó a la cama y se sentó en el borde para poder mirarle la cara.
– A mí me parece sarampión o varicela. Pero son mayores y más rojos. ¿Te ha picado algo?
Tras lanzar un grito, Carrie se levantó de la cama y se miró en un pequeño espejo que llevaba en el bolso.
– Dios mío… Tengo granos por toda la cara. Estoy segura de que uno no se contagia de nada por estar con pollos, ¿verdad? Es imposible. Además, yo ya he pasado casi todas las enfermedades infantiles.
Ella se volvió a mirarlo. Al verla, Dev pensó que jamás había visto a una mujer más digna de lástima que Carrie Reynolds. Incluso con aquellos granos, seguía estando bonita. Por mucho que lo intentara, no podía apartar los ojos de ella.
Sin embargo, a Carrie no le gustó que la mirara con tanta intensidad. Las lágrimas empezaron a brotarle de los ojos y ella se hundió la cara entre las manos. Dev, que nunca había podido resistir las lágrimas de una mujer, se acercó a ella.
– No es tan grave -le dijo. -Con un poquito de maquillaje, o de esos polvos que lleváis las mujeres, ni se notarán. Y no es algo permanente. Desaparecerán enseguida. ¿Verdad?
Aquellas palabras no parecieron tener ningún efecto en Carrie. Ella siguió sollozando, con la cara cubierta por las manos. Suavemente, él le apartó los dedos para poder verle los ojos, que brillaban azules bajo las lágrimas.
– A mí me parece que es una reacción al sol -añadió Dev.
– No sé lo que se apropió de mí para venir de vacaciones. ¡Nunca debería haber venido! Debería haberme quedado en casa, donde no me apetece vomitar cada dos minutos, donde el sol está detrás de las nubes y donde no tengo que preocuparme por tener granos.
– No llores -murmuró Dev. -Realmente no me parece tan grave.
– Eso es lo que tú dices.
– Sí, claro que es lo que yo digo. En estos momentos, diría cualquier cosa para que dejaras de llorar.
– Bueno -dijo ella por fin, esbozando una ligera sonrisa. -Gracias por intentar que me sienta mejor.
Dev nunca supo lo que pasó por él en aquellos instantes. Nunca supo si fueron los ojos, húmedos, o la boca, suave y seductora. Todo lo que podía pensar era en el beso que habían compartido la noche anterior en la cama y la pasión le hacía hervir la sangre. Quería volver a experimentar lo mismo, a saborear la dulce boca y apretar aquel atractivo cuerpo contra él.
En el momento en el que se inclinó sobre ella y le rozó los labios, supo que estaba perdido. No podía pensar en nada que no fuera en besarla. Esperaba que ella se resistiera, pero no lo hizo. Temeroso de tocarla y romper el hechizo que parecía haber entre ellos, él la saboreó lentamente con la lengua y gruñó suavemente cuando ella abrió los labios.
Sin embargo, cuando él la tomó por los hombros, ella se echó atrás. Al mirarla, vio tanto dolor en sus ojos que por un momento pensó que ella se arrepentía de lo que había pasado entre ellos. Entonces, se dio cuenta de que el dolor era real y provenía de la piel abrasada por el sol.
– Lo siento -dijo Dev, apartándose.
– ¿Que lo sientes?
Las palmas de las manos de él se detuvieron durante un momento encima de los hombros de ella y sintió cómo el calor le irradiaba desde la piel de ella.
– Estás en el trópico. ¿No se te ocurrió traerte un protector solar?
– Claro que sí, lo que pasa es que no me lo puse. Yo solo quería irme a casa. Eso era lo único en lo que podía pensar. Y entonces, el taxi se marchó y me dejó en aquel lugar con aquel piloto horrible y aquel avión horrible. Y no había teléfonos. Tuve que andar hasta la carretera principal y hacía tanto calor…
– No has viajado mucho, ¿verdad?
– Claro que sí -replicó ella, sintiéndose insultada. -He viajado por todo el mundo. Lo que pasa es que estaba algo… distraída.
– Probablemente eso sea culpa mía. Me siento parcialmente responsable de todo esto. Después de todo, yo soy el que ha estropeado tus vacaciones.
– Gracias. Me alegro de que finalmente lo admitas. Todo esto ha sido culpa tuya.
– Eso no significa que vaya a cederte mi cama -dijo él, sonriendo. -Por lo que yo sé, tal vez te hayas expuesto al sol de esta manera solo para que yo me sienta culpable.
Con un gritó, Carrie tomó una almohada de la cama y se la tiró a la cabeza. Él la esquivó y se echó a reír.
– ¿Estoy cerca de la verdad?
– Me tenía que haber imaginado que no podías ser amable por mucho tiempo -exclamó ella, empezando a recoger sus cosas.
– Carrie, estaba bromeando.
– Bueno, pues ahora no tendrás a nadie a quién gastarle bromas. Te puedes quedar con la maldita cama. Que duermas bien. Espero que todos tus sueños se conviertan en pesadillas.
Dev se arrepintió. Él debía haber adivinado que ella estaba al borde de la histeria. Probablemente había sufrido mucho aquella tarde y estaba quemada por el sol y agotada. Unos pocos minutos atrás, se había puesto a llorar. Dev comprendió que aquella vez había ido demasiado lejos.
– Carrie, yo…
– Me marcho -musitó ella. -No sé cómo me has podido caer bien en alguna ocasión. Eres un… patán.
Con eso, ella salió por la puerta, dejando a Dev completamente aturdido.
– Qué listo eres, Dev -se dijo. -Un verdadero príncipe. La besas y luego la insultas. Ese es el modo perfecto de hacer amistades. Y una estrategia maravillosa para conseguir que una mujer se vaya a la cama contigo.
¿Por qué le resultaba tan difícil sacarse a Carrie Reynolds de la cabeza? Menos mal que había decidido olvidarse de las mujeres. Aquella resolución le había durado tanto como la excursión para ver los cocodrilos. Sin embargo, estaba decidido a no implicarse en otra relación romántica. Y mucho menos con una mujer como Carrie Reynolds.
Después de lo mucho que le había dolido el abandono de Jillian, tal vez simplemente estaba utilizando a Carrie para vengarse. Era evidente para cualquiera que ella no era su tipo. Carrie era lo opuesto de Jillian: nerviosa y un poco inocente. Sin embargo, era hermosa. Y tremendamente atractiva.
– Ten cuidado, Riley -musitó él. -Con toda seguridad no necesitas a una mujer que te necesita más de lo que tú la necesitas a ella.
Carrie debería haber sabido que aquellas vacaciones no iban a salir bien. Sin embargo, nunca había esperado verse atrapada en medio de un huracán de confusión y emociones. Con cada minuto que pasaba, se lamentaba más de no haberse gastado los trescientos dólares que el piloto le había pedido para llevarla a tierra. ¿Sería que, secretamente, había deseado volver con Dev?
Unas veces, parecía el caballero perfecto. Otras, la volvía loca con su arrogancia. A pesar de que no quería, no podía evitar sentirse atraída por él. Podría pasarse horas fantaseando sobre el tacto del pelo o el roce de la piel de él contra la suya…
Con un suave gemido, se aferró con manos y pies al sofá para anticipar el movimiento del barco. Durante la última hora, parecían haberse encontrado con mar arbolada. Por cuarta vez aquella noche, se cayó de la cama que había improvisado en el salón principal y se golpeó contra el suelo. En silencio, maldijo al capitán Fergus, a Dev y a todo el océano Atlántico.
Probablemente, en aquellos momentos, Dev estaba cómodamente instalado en la cama. Sin embargo, ella no iba a admitir la derrota. Le haría lamentar sus acusaciones aunque muriera intentándolo.
Carrie suspiró. En realidad, aquella reacción había sido innecesaria. Después de todo, él había estado bromeando. Sin embargo, su mal genio combinado con la insolación y los efectos del beso le habían hecho perder el sentido común y salir de la habitación.
Carrie se incorporó y apartó la manta. Si no encontraba un modo de no caerse al suelo, no conseguiría dormir. Y tendría unos buenos hematomas para añadir a sus granos al día siguiente.
– Debería dormir en el suelo -musitó ella.
Entonces se puso de pie, pero estuvo a punto de caerse de nuevo por una nueva ola. Tal vez sería más seguro dormir en una de las pequeñas hamacas del camarote pequeño. Al menos así no se caería al suelo.
A duras penas, se dirigió al camarote, dando gracias por no experimentar náuseas aquella noche, y abrió la puerta. Era poco mayor que un armario, con dos hamacas colgadas de un lado a otro. Frunciendo el ceño, se preguntó cómo se subía uno a aquella masa de cuerdas. Al principio probó a sentarse, pero acabó por darse la vuelta. Luego intentó poner la rodilla primero y, al ver que no funcionaba, se montó a horcajadas y por fin consiguió tumbarse.
La hamaca no era muy cómoda. Tenía los pies más altos que la cabeza y el cuerpo estaba doblado en un ángulo. La cuerda le rozaba contra la piel quemada por el sol, lo que hacía que viera las estrellas cada vez que intentaba acomodarse.
Cuando lo consiguió, respiró profundamente y cerró los ojos, decidida a dormir un poco. Sin embargo, con cada movimiento de las olas, la hamaca se balanceaba, lo que le estaba empezando a producir náuseas. Admitiendo su derrota, se bajó de la hamaca a los cinco minutos.
– Esto es ridículo -musitó ella. -¡Tengo todo el derecho del mundo a dormir en una cama de verdad!
Con eso, tomó su manta y se dirigió al camarote principal. Sin ninguna etiqueta, abrió la puerta. Dev la miró asombrado y se incorporó de la cama, donde estaba leyendo una revista. Llevaba un par de gafas de montura muy fina y la miró por encima de los cristales, completamente asombrado.
– Vengo a reclamar mi mitad de la cama -dijo Carrie, cruzando la habitación.
Entonces, él sonrió, pero no dijo nada. Se limito a apartar, a modo de invitación, las sábanas del lado libre. Ella sintió que su enfado subía varios grados. ¡Porque fuera a dormir con él, no significaba que le permitiera tomarse libertades!
Carrie tomó dos cojines y los colocó en el centro de la cama y luego los reforzó con un par de almohadas, creando una resistente barrera en medio de la cama.
– Simplemente vamos a dormir en la misma habitación -dijo ella. -Mientras tú permanezcas en tu lado de la cama y yo en el mío, todo irá bien.
– No sé -respondió Dev. -Yo me muevo mucho mientras duermo. No te puedo garantizar lo que voy a hacer.
– Es muy tarde -le espetó ella, cubriéndose con la manta hasta la barbilla. -Si no te importa, me gustaría dormir un poco.
Dev sonrió y entonces extendió la mano y apagó la luz de la mesilla de noche. Pero Carrie no se sentía a gusto en la oscuridad, así que encendió su lámpara.
– Yo no puedo dormir con la luz encendida -dijo él.
– Y yo no pienso dormir con ella apagada -replicó Carrie.
Dev pegó un empujón a la barrera y pasó por encima de ella como si no estuviera allí. El cuerpo de él cayó sobre el de ella, haciéndole sentir el calor que emanaba de su cuerpo a través del pijama de algodón que ella llevaba puesto. Entonces, él apagó la luz, pero no hizo intento alguno por volver a su lado de la cama.
Ella no podía verlo en la oscuridad del camarote, pero sí podía sentir la caricia del aliento de él sobre los labios. Conteniendo la respiración, esperó, preguntándose si iba a besarla. Si así era, no podría rechazarlo. No podía ignorar el deseo que la embargaba.
– Dulces sueños, Carrie.
Entonces, él se apartó, dejándola fría y sola en su lado de la cama. Carrie respiró profundamente para intentar evitar las sensaciones que había experimentado. Aquello era típico de aquellas desastrosas vacaciones. La primera noche, ella no había sentido los besos de Dev. Y entonces, estaba esperando que pasara lo mismo para poder experimentar lo que se había perdido aquella primera noche.
Estuvo esperando hasta que la respiración de él se hizo lenta y profunda. Entonces, se volvió hacia él e intentó distinguirle los rasgos en la oscuridad a través de la suave luz que entraba por los ojos de buey.
Lentamente, ella extendió la mano y le tocó el pelo, apartando la mano enseguida. Se había pasado tanto tiempo teniendo fantasías con aquel hombre… Sin embargo, en aquellos momentos, le pareció que, a pesar de todos los problemas que había entre ellos, le estaba empezando a gustar más la realidad que la fantasía.