Carrie se miró al espejo para examinar sus granos. Habían desaparecido y la piel de su rostro tenía un aspecto muy saludable. Lo único que revelaba que había pasado otra noche en la misma cama que Dev eran las oscuras ojeras que tenía bajó los ojos.
Aquel beso no había sido muy romántico. Él la había pillado desprevenida, tanto que casi no había tenido tiempo de reaccionar. Sin embargo, le parecía que debía haber hecho algo para que él quisiera besarla, pero no podía recordar el qué, lo que era una pena. Si supiera lo que le había impulsado a besarla, lo volvería a hacer para que él repitiera aquel beso.
Carrie tomó el lápiz de labios, pero tras quitar la tapa se detuvo. Dev le había dejado sus sentimientos perfectamente claros. Eran amigos, compañeros de viaje. Nada más. Sin embargo, los amigos se besaban en la mejilla, no en los labios. Y los amigos dormían en camas separadas. Los lazos de aquella amistad parecían cambiar a cada paso.
Con mucho cuidado se pintó los labios y luego tiró el lápiz a la bolsa de aseo y se pasó los dedos entre el pelo. Si ella tuviera más experiencia con los hombres, tal vez pudiera interpretar los signos mejor.
– Pase lo que pase -musitó, -habré practicado lo suficiente como para conquistar a todos esos hombres que están ahí fuera esperándome -añadió. Después de todo, para eso había ido a aquel viaje. Para hacerse más interesante. -Creo que necesito un poco de café.
Carrie tomó la manta y se la envolvió alrededor de los hombros. Se tomaría el café en el camarote, mientras se vestía. Sin embargo, al salir a cubierta, no pudo ver ni a Moira ni al capitán Fergus por ninguna parte. Ni a Dev. Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que el barco estaba parado.
Carrie llamó a los demás, pero no contestó nadie. Entonces, se dirigió a popa, donde comían habitualmente y encontró café, bollos y fruta fresca.
Mientras se comía un bollo, miró a través del agua azul. Era un día maravilloso, con el cielo tan azul como…
Entonces vio algo en la superficie del mar.
¡Un cuerpo! Estaba flotando boca abajo en el agua.
– ¡Eh! -gritó Carrie. Al inclinarse sobre la barandilla, reconoció los pantalones azules y el pelo oscuro. -¡Dev!
No se movía. Tenía las piernas colgando hacia las profundidades y los brazos extendidos. Enseguida, Carrie pensó que él se había ahogado mientras ella dormía. O tal vez lo había atacado un tiburón mientras ella se pintaba los labios. Tal vez había sido uno de esos peces venenosos o…
Carrie recorrió la cubierta buscando algo que tirarle. Empezó a tirar los cojines de las sillas uno por uno y luego tiró dos de los protectores de goma que llevaba el barco para evitar golpes en el casco. Sin embargo, el cuerpo seguía inmóvil. Cuando tomó el flotador, Carrie se dio cuenta de que no tenía otro remedio que saltar.
– Si no quieres ahogarte, no te acerques al agua -musitó. Nunca había sido una buena nadadora y la costa estaba muy alejada. Sin embargo, el agua no era muy profunda, así que si no se despegaba del flotador tal vez conseguiría salvar a Dev. Tiró la manta y se colocó el flotador en la cintura. Poco a poco empezó a bajar por la escalerilla hasta el agua.
El camisón flotaba alrededor de ella, como un anillo. El agua estaba bastante fría, pero en cuanto se aseguró de que iba a flotar, Carrie se soltó de la escalerilla y empezó a nadar hacia Dev.
– Puedes hacerlo -se decía.
Sin embargo, lo que no sabía era lo que haría cuando llegara a él. ¿Tendría fuerzas suficientes para llevarlo al barco y subirlo a cubierta? ¿Se acordaría de cómo hacerle la respiración boca a boca? ¿Y si estaba muerto?
Carrie empezó a nadar más rápido y enseguida estuvo a punto de alcanzarlo. De repente, él sacó la cabeza del agua tan rápido que ella no pudo evitar gritar. Unas gafas de bucear le cubrían el rostro y por primera vez ella notó el tubo que le subía por detrás de la oreja.
– Buenos días -dijo él, quitándose las gafas.
– ¡Pensé que estabas muerto! -exclamó ella, dando un manotazo al agua.
– ¿Cómo dices?
– ¿Cómo puedes ser tan poco responsable? Nadar solo es peligroso. ¿Dónde están el capitán Fergus y Moira?
Dev se limpió el agua de los ojos, primero sorprendido y luego divertido por aquella regañina. Entonces, la tomó por la cintura y la estrechó contra él.
– Se han ido en el bote al Cayo Little Torch. ¿Por qué estás tan enfadada?
– Te vi desde el barco y pensé que te habías ahogado. Estabas tan quieto…
– ¿Estabas intentando salvarme? ¿Es esa la razón de que la mitad de los cojines del barco estén flotando por aquí?
Carrie apretó las manos contra el pecho de él, sintiendo los fuertes músculos bajo la piel y las dejó allí unos segundos antes de apartarlo.
– No te movías. No sabía lo que hacer. El pánico se apoderó de mí.
– Solo estaba buceando un poco. Hay un precioso arrecife ahí abajo. Estaba viendo una manta raya y no quería asustarla.
– ¿Una manta raya? -preguntó ella, rodeándole de repente el cuello con los brazos y enganchándose con las piernas a la cintura de él-Eso no será venenoso, ¿verdad?
– No. Ya hace mucho que se ha ido -dijo él, poniéndole las manos en los muslos. -Tú la asustaste.
Ella se soltó de él y se apartó.
– ¿Me viste nadar hacia ti y no pudiste levantar la cabeza?
– Me gustaba mucho lo que se veía debajo de la superficie. Tienes unas piernas preciosas, Carrie. Increíbles -añadió, mirando a través del agua. -Y también me gustan mucho las braguitas de encaje.
– Me podría haber ahogado, ¿sabes? -le espetó ella, bajándose el camisón. -No se me da muy bien nadar.
– ¿Me estás diciendo que arriesgaste tu vida por mí? ¿Por un simple conocido? ¿Al tipo que te robaría la cama en cuanto bajaras la guardia?
– La próxima vez no me lanzaré tan rápidamente al agua. Te dejaré para los tiburones.
Cuando él sonrió, ella se dio cuenta de que había respondido con el ingenio que tanto admiraba en otras mujeres. Había sido capaz de responderle y se estaban divirtiendo.
– Estás muy guapa cuando estás mojada -dijo él, apartándole un mechón de la mejilla.
Él la tocaba por todas partes. Carrie temblaba. ¿Cómo era posible que él no sintiera nada? Al levantar la vista, vio algo que le detuvo el pulso.
Él la miraba fijamente, sin apartarle los ojos de la boca. Carrie deseó que la besara de la misma manera que lo había hecho la noche anterior, pero más profundamente.
Dev se acercó un poco más y ella contuvo el aliento. En aquel momento, ella se sintió como si se estuviera ahogando. No estaba segura de lo que hacer ni decir. Sin embargo, ella le debía de haber enviado de nuevo la señal porque él la estrechó fuertemente entre los brazos.
Ambos flotaron en el agua. La boca de él tenía un tacto cálido contra la fresca piel de Carrie. Los labios de Dev trazaron una línea a lo largo de la mandíbula de ella hasta la clavícula. Carrie se sintió transportada.
El movimiento de las olas hacía que las caderas de ambos se juntaran y se separaran, sugiriendo lo que podría pasar entre ellos si daban rienda suelta a su pasión.
Él le acarició las caderas y le cubrió el trasero con las manos, haciéndole que le rodeara la cintura con las piernas. Carrie no se había sentido nunca tan viva y, sin embargo, tan perdida. Cada una de aquellas sensaciones era nueva para ella. Él la besó de nuevo y le exploró la boca con la lengua, suavemente al principio, para hacerlo luego con una intensidad que casi la dejó inconsciente. Ella gimió. Entonces, él se apartó.
– Yo podría enseñarte -murmuró él, acariciándole el labio inferior con el pulgar. -No es difícil.
– ¿Tan mala fui?
– Es más fácil si no te esfuerzas tanto. Relájate.
– Estoy relajada. Muy relajada…
– Soy un profesor cualificado. Desde el instituto. He enseñado a muchas personas.
– ¿A besar? -preguntó Carrie, sin entender nada.
– ¡No, tonta! -exclamó Dev, riendo. Entonces la soltó y empezó a trazar un círculo alrededor de ella. -A nadar. Podría enseñarte a nadar. Ya sabes cómo se besa.
Carrie no quería aprender a nadar, solo quería seguir besando a Dev. ¿Cómo podía cambiar tan rápidamente, de nada a besar y de besar a nadar?
– Creo que no -replicó Carrie. -Yo no soy muy atlética. Cada vez que lo intento, me hundo como una piedra.
– Quítate el flotador -dijo él, tomándola por la cintura. -Vamos a dar nuestra primera clase. A cambio por salvarme la vida.
– No puedo, de verdad. No me he traído el traje de baño.
– ¿Te vienes al Caribe y no te traes crema protectora ni traje de baño? Realmente no tienes ni idea sobre los viajes. ¿Qué voy a hacer contigo, Carrie?
Carrie quiso pedirle que la besara de nuevo, que la acariciara hasta que la piel le ardiera, que la llevara a la playa y le hiciera el amor…
– La verdad es que no he viajado mucho -dijo ella por fin. -Mi madre murió cuando yo era muy joven y yo cuidé de mi padre durante los años que pasé en el instituto y la universidad. Cuando me gradué, me puse a construir mi negocio.
– En Helena.
– ¿Helena?
– Sí, en Montana. Eso fue lo que me dijiste la primera noche ¿Te acuerdas?
– Oh, sí. Helena.
– La capital de Montana, El estado del tesoro. ¿Ves? Si tú me puedes enseñar geografía, yo te puedo enseñar a nadar.
– Supongo que sí.
– Confía en mí.
Con esas palabras, él le sacó el flotador por la cabeza. En cuanto lo hubo hecho, ella se sintió como si fuera a hundirse. Carrie se aferró a los hombros de él, con sus senos apretándose contra el fuerte pecho de él, sin nada más que la tela del camisón entre ellos. Carrie deseaba que no hubiera nada más que el agua entre ellos, besarle el pecho y saborear la sal que tenía sobre la piel. Si hubiera sido más valiente, se hubiera quitado el camisón, pero no se atrevió. En vez de eso, contuvo el aliento y trató de calmarse.
– Empezaremos aprendiendo a flotar -dijo él. -Echa la cabeza hacia atrás y arquea el cuello -añadió, mientras le ponía una mano en la espalda y la empujaba hacia arriba. -Saca los dedos de los pies. Ahora, aspira profundamente y saca pecho.
Carrie pataleó y se hundió en el agua, teniendo que aferrarse al cuello de Dev otra vez.
– ¿Qué es esto? -preguntó ella. -¡No me estás enseñando cómo flotar! Eres malvado.
– Te juro que eso es lo que hay que hacer.
– ¿Estás seguro?
Dev asintió y la empujó, volviendo a colocarla en la posición en la que lo habían dejado.
– Saca los brazos -le ordenó él.
La manera paciente y segura en la que él la guiaba la dejaron tan relajada que Carrie se sintió segura. Mientras escuchaba la voz de él, miraba al cielo. Poco a poco, él fue apartando las manos hasta dejarla flotando encima de la superficie del mar. Ella sonrió. No tenía miedo. Sabía que Dev la rescataría si corría algún peligro.
Sin embargo, a pesar de que estaba relajada, no podía dejar de sentir las manos de Dev en su cuerpo. ¿Cómo se sentiría si él la tocaba sin otra intención que el placer? Él siempre se detenía cuando ella empezaba a excitarse. ¿Cómo sería si él no se detuviera?
Solo unos cuantos días atrás, Dev Riley parecía estar tan lejos de su alcance. Era solo un hombre de fantasía que ella nunca podría tener. Sin embargo, todo había cambiado tanto. ¿Qué le había pasado? ¿Se habría convertido en una persona diferente en el momento en el que había subido al barco? ¿O era que simplemente había florecido al calor del sol? Podía hablar con él de un modo en el que nunca había podido hablar con otro hombre antes. Y se sentía más fuerte de lo que se habría imaginado.
Carrie cerró los ojos. Sin peso alguno, suspendida en el agua, todas sus dudas y temores parecían desvanecerse. Ella suspiró. Sería tan fácil tentarlo. Además, ¿qué podía perder? Cuando regresara a casa, no volvería a hablar con él. Si hacía el ridículo en el intento, siempre podría volver a ser la Carrie Reynolds de siempre.
No había riesgos a excepción de que ella podría destruir su recién creada amistad. Pero, ¿era una amistad lo que quería llevarse de aquellas vacaciones o prefería los recuerdos de una noche apasionada con Dev Riley?
Dev estaba sentado en la cubierta con las piernas colgando por el lateral del barco. Tomó un sorbo de la cerveza y miró a Carrie. Estaba tumbada en la cubierta de proa, con los ojos cerrados. Dev sospechaba que estaba dormida.
Había estado nadando durante casi una hora. Para cuando hubieron acabado, ella se había convertido en una nadadora aceptable. Le resultaba agradable tener algo que poder ofrecer a una mujer. Jillian era tan independiente que nunca había necesitado nada de él. Incluso cuando él le había dado un consejo, Dev siempre había tenido la sensación de que no lo estaba escuchando.
Sin embargo, el mero hecho de enseñar a Carrie a nadar le había dado un placer inconmensurable. Ella disfrutaba con las cosas pequeñas, una caracola que él le había llevado de la playa, un refresco que él le había preparado, la lona que le había extendido para protegerla del sol tropical… Cualquier cosa la agradecía con una dulce sonrisa.
La mirada de Dev se pasó de la boca al cuerpo. Ella no se había molestado en quitarse el camisón. Tal vez lo hubiera hecho si se hubiera dado cuenta de que se transparentaba cuando estaba mojado. La tela mojada se le pegaba a la piel, revelando la suave curva de los senos y el color rosado de los pezones.
Dev respiró profundamente. La amistad con Carrie le había parecido algo muy práctico para aquellas vacaciones. Sin embargo, desde el momento que había hecho aquella sugerencia, Dev se había empezado a preguntar si aquella decisión era la aceitada. ¿Cómo iba él a apartarse de ella cuando Carrie aparecía en sus brazos en cualquier ocasión?
Le costaba creer que la encontrara tan cautivadora. Si alguien le hubiera dicho que se iba a sentir atraído por una mujer como ella, le habría parecido absurdo.
– ¡Ah del barco!
Dev apartó los ojos de Carrie y vio a Fergus y a Moira acercándose en el bote. Entonces, él se llevó el dedo a los labios y señaló a Carrie.
Fergus asintió y Moira sonrió. Después de atar el bote, Fergus le dio las bolsas de la compra a Dev y luego ayudó a su esposa a subir a bordo, para luego hacerlo él.
– Entonces, ¿habéis tenido una buena mañana?
– Sí -respondió Dev. -Yo estuve buceando y Carrie aprendió a nadar.
– ¿De verdad? -preguntó Moira, con una picara sonrisa. -¿Y la enseñaste tú?
– ¡Moira McGuire O'Malley! -le gritó Fergus. -Deja el tema. A mi esposa le gusta hacer de celestina. Tendrás que perdonarla. Ya le he dicho que no había nada entre vosotros, pero a ella le parece que no es así.
– Si yo hubiera esperado a que tú te decidieras, Fergus O'Malley, todavía estaría soltera -le espetó Moira a su marido. -Reconozco cuando dos personas están hechas la una para la otra en cuanto las veo.
Con eso desapareció en la cocina, donde empezó a meter mido con las sartenes y las cacerolas.
– Ella tiene en mente que hay algo entre vosotros dos -le explicó Fergus. -No sé de dónde se saca esa mujer esas ideas, porque le he explicado que no hay ningún sentimiento entre vosotros.
– No. Solo somos amigos.
– Y yo sé que la señorita Reynolds quiere bajar del barco tan pronto como pueda para que pueda tener esas vacaciones que le prometieron.
Dev dudó. No le gustaba la dirección que estaba tomando aquella conversación.
– Tal vez. No sé. A mí no me ha dicho nada.
– He hablado con unos amigos en tierra. Van a volver en coche a Miami esta tarde. Le pregunté si les importaría llevar a la señorita al aeropuerto y me dijeron que no. O si quiere, puede esperar hasta mañana. Estaremos en Cayo Oeste y allí hay aeropuerto.
– En realidad, me parece que ha decidido quedarse.
– ¿Cómo? Pero si yo creía que…
– No -lo interrumpió Dev. -Nos hemos declarado una tregua. No hay razón alguna para que dos adultos no puedan pasar unas agradables vacaciones sin que tengan una relación. ¿No te parece?
Fergus frunció el ceño, con una expresión de sorpresa.
– ¿Has estado antes de vacaciones, joven? -preguntó el capitán, riendo.
– Sí. No. Bueno, no exactamente. He viajado, si es eso lo que me estás preguntando, pero nunca me he tomado unas vacaciones.
– Yo llevo paseando viajeros por estas aguas durante más años de los que me atrevo a contar -dijo Fergus. -Y lo que sé es una cosa. Sé que estas aguas, estos cayos de Florida tienen una manera de cambiar a las personas. Cuando una persona olvida sus problemas durante una semana o dos, se deja sitio para otras posibilidades mucho más intrigantes. El amor, por ejemplo.
– Nosotros no vamos a enamorarnos -dijo Dev, forzando una sonrisa. -Casi no nos conocemos.
– Yo supe que Moira era la chica que yo había estado esperando en el momento en que la vi. Fue amor a primera vista.
Dev consideró aquellas palabras durante un momento. Tal vez si él fuera un loco sentimental, creería al capitán Fergus. Sin embargo, él sabía que el amor no era algo que llegara tan fácil y rápidamente. Él y Jillian habían estado juntos durante más de dos años hasta que se habían planteado una vida juntos. Y en ese momento, su relación se había ido al garete.
– Yo no estoy planeando enamorarme de Carrie.
– Los planes no tienen nada que ver con esto -dijo Fergus, dándole una palmada en el hombro. -Por cierto, si estás tan decidido a no enamorarte, tal vez no deberías pasar estos días en una romántica isla con una chica bonita. Tal vez deberías ser tú el que se marchara a Miami antes de que lleguemos al Cayo Cristabel.
Dev observó al capitán mientras se dirigía a su cabina antes de volverse a Carrie. Tal vez debería decirle que podía volver a Miami. Si se le diera la opción, tal vez ella quisiera marcharse. Ya lo había querido hacer antes. ¿Qué le hacía pensar que había cambiado de opinión?
Dev inclinó la cabeza y suspiró. Estaba seguro de no haber mal interpretado el deseo que había visto en sus ojos azules. Ella había querido que él la besara. Pero, ¿acaso lo deseaba a él más de lo que deseaba irse a casa?
Sin embargo, él no quería que se marchara, al menos no hasta que hubiera averiguado por qué sentía esa fascinación por ella y supiera que ella no era la mujer que él buscaba.
Tenía que conseguir dejar de ver su hermoso rostro invadiéndole los sueños. No, no podía dejarla marchar. Si ella quería marcharse, entonces podría hacerlo desde Cayo Oeste. Hasta entonces, le quedaba un día para averiguar el misterio de Carrie.
– Ponte los zapatos. Nos vamos.
Carrie levantó la vista desde la cubierta de proa donde se había tumbado con una revista y una bebida fría. Él estaba apoyado contra el mástil, sin camisa y con los pantalones cortos que se había puesto para nadar. Cada día que pasaba, se parecía menos al hombre de negocios de Lake Grove y más a uno de esos cuerpos que se ven por la playa.
– ¿Dónde? Estamos en medio de ninguna parte.
– Entonces, no te pongas los zapatos -dijo él, saltando a su lado y poniéndola de pie. -Puedes ir descalza.
– Pero, ¿dónde vamos?
– Tengo algo especial que quiero enseñarte. Vamos a ir en el bote.
– Pero…
– Querías practicar, ¿no? Pues quiero que practiques aceptando mi invitación de buen grado. Entonces, quiero que te comportes como si de verdad te apeteciera pasar algún tiempo conmigo, como si tuvieras curiosidad sobre mis planes. ¿Podrás hacerlo?
– Sí, supongo que sí.
– Muy bien. La lección número uno va bastante bien -dijo él, dándole un rápido beso en los labios. -¿No crees? Eres una estudiante muy aplicada, Carrie Reynolds.
Carrie sonrió, tomando sus zapatos del camarote y siguiéndolo luego al bote. A ella le gustaban las sorpresas, especialmente cuando estas implicaban pasar tiempo a solas con Dev. Se habían pasado la mayor parte del día juntos, tomando el sol y nadando. Dev la había enseñado a bucear y a ella le había parecido que resultaba tan fácil como flotar.
Vieron un banco de peces loro y tres tipos diferentes de pez ángel y un pez mariposa, de cuatro ojos. A Carrie le estaba empezando a gustar el bucear cuando vieron un banco de pequeños tiburones. Aquello puso fin al buceo, ya que Carrie subió rápidamente al bote. Tras una larga siesta, se ducharon.
Carrie puso especial cuidado en arreglarse el pelo y se puso el vestido más bonito que tenía. Cuando salió del camarote, Dev la estaba esperando en la mesa con una maravillosa comida de pastelillos de cangrejo picantes y ensalada. Carrie aceptó tomarse una margarita, hecha con lima fresca de los Cayos. Después de la comida, ella se había puesto a leer en cubierta mientras Dev se iba de nuevo a bucear. Sin embargo, le había costado mucho concentrarse en la lectura.
Dev estaba en su elemento en el agua. Sin embargo, Carrie lo prefería fuera del agua, donde podría admirar su esbelto físico y las gotas de agua que empapaban el vello de su pecho y las imposibles pestañas.
Mientras Dev ayudaba a Moira a subir una cesta y una manta, Carrie no pudo dejar de admirar sus anchos hombros. Aunque le gustaba verlo con aquellos pantalones tan amplios, no podía dejar de preguntarse cómo estaría sin ellos.
¡Qué extraña parecía cuando, casi una semana atrás, había admirado el abrigo de cachemir que él llevaba puesto! En aquellos momentos, se imaginaba a Dev en la ducha, vistiéndose por la mañana, desnudo entre las sábanas… Nunca había sido una experta en la anatomía masculina, pero le parecía que estaba tan bien con la ropa como sin ella. Incluso, creía que tenía el más bonito…
– ¿Lista?
– Estoy lista -dijo Carrie, saliendo de sus ensoñaciones. -¿Dónde…? No importa. No me importa dónde vayamos.
– Ese es el espíritu -admitió Dev, mientras la ayudaba a bajar al bote.
Luego, desató el cabo y arrancó el motor. Poco a poco empezaron a separarse del Serendipity y se metieron en el canal. Islas diminutas los rodeaban, llenas de vegetación. A la suave luz del atardecer, Carrie podía ver los puentes que conectaban los cayos uno con el otro, como si fueran un collar de perlas. El aire era suave y cálido. Carrie podía saborear la sal en la brisa. Una bandada de pájaros marinos cruzó por encima de ellos, sumergiéndose en el agua como si fueran uno. A ella le costaba creer que aquellos eran los mismos cayos que estaban plagados de turistas. Desde el agua todo parecía verde y salvaje.
Dev había planeado unas vacaciones maravillosas. Si Jillian hubiera ido con él, hubiera podido contemplar toda aquella belleza. Y también hubiera sido el centro de las románticas atenciones de Dev. Sin embargo, era Carrie la que estaba allí, como si significaran algo el uno para el otro. Al mirarlo, él sonrió. Carrie supo entonces que sería feliz con los días que pasaran juntos. Después de todo, ¿qué mujer podría presumir de pasar unos días con el hombre de sus sueños en un lugar tan idílico?
Carrie miró al horizonte y suspiró. Todavía no había vivido todas sus fantasías. Había una en la que Dev y ella visitaban una isla desierta, como a la que se estaban acercando en aquellos minutos. Entonces, el bote se estropeaba y los dejaba allí, aislados del mundo. Por supuesto, Fergus y Moira irían a buscarlos, pero mientras tanto, estarían solos. Él construiría una pequeña cabana de hojas de palmera y pescaría peces y recogería cocos. Se pasarían el día nadando y haciendo el amor en la playa. Vivirían en un estado salvaje y desinhibido y se enamorarían. Cuando los rescataran, ya no tendrían ninguna duda de que pasarían el resto de su vida juntos.
De repente, el bote se detuvo y la proa se hundió en la arena de la playa. Carrie observó a Dev mientras él saltaba para meter el bote más en la arena. Luego, extendió la mano y la ayudó a salir.
– ¿Ya hemos llegado? -preguntó ella. -Sí. Tu isla desierta particular. ¿Qué te parece?
Ella tragó saliva. ¿Le habría él leído los pensamientos?
– Es muy tranquila.
– Exacto -dijo él, tomando la cesta y la manta. -Vamos. El mejor sitio está por aquí.
– ¿Cómo sabes tanto sobre este lugar? -preguntó Carrie.
– Vine aquí esta tarde mientras tú estabas durmiendo.
– ¿Qué estuviste haciendo aquí?
– Espera -dijo él, extendiendo la manta en la arena. -Ya lo verás -añadió, obligándola a que se sentara a su lado y luego sacando la botella de vino y las dos copas. Abrió la botella y llenó las copas. -Por los nuevos amigos.
– Por los nuevos amigos -repitió ella, golpeando suavemente su copa con la de él.
Se quedaron sentados en silencio, mirando el horizonte. Carrie no sabía lo que decir. ¿Por qué la habría llevado a aquel lugar? ¿Sería que él tenía la misma fantasía?
– Bueno -dijo ella.
– ¿Bueno qué?
– ¿Por qué estamos aquí?
– Ten paciencia -dijo él, bebiendo un poco de vino. -Ya lo verás.
– ¿Solo vamos a estar aquí sentados?
– Podríamos hablar -sugirió Dev. -Eso te serviría de práctica. ¿Por qué no me hablas de tu vaquero de Helena?
– ¿Vaquero?
– Del tipo del que estás enamorada.
– No es un vaquero -explicó ella, con voz suave. -Es un… un hombre de negocios. No sé exactamente lo que hace, pero es muy bueno en su trabajo.
Dev se detuvo un momento y luego sonrió.
– Me parece que ese tipo es un tesoro. Es el que buscan todas las mujeres. Rico, poderoso, con éxito…
– Eso no es todo lo que una mujer busca en un hombre -replicó Carrie.
– Entonces, ¿por qué no me explicas lo que quieren las mujeres, Carrie? Cuéntamelo.
– Me imagino que a todas las mujeres les gustaría encontrar un buen hombre -dijo ella, de mala gana. -Alguien amable y honrado. Y algunas mujeres quieren hijos. Una familia y una vida feliz.
– ¿Es eso lo que tú quieres, Carrie?
– Creo que sabré lo que quiero cuando lo encuentre -respondió ella, encogiéndose de hombros. -Pero hasta que lo encuentre, no estoy segura.
– Pero estás segura de que encontrarás lo que buscas con ese hombre.
– Tal vez. O tal vez con otra persona -afirmó ella, sintiendo que él no apartaba la mirada de ella. ¿Y tú? ¿Qué…? ¿Qué quieren los hombres?
– Alguien amable y honrada -dijo él repitiendo lo que ella había dicho. -Alguien a quien querer. Alguien como tú.
– Casi no me conoces -susurró ella, sonrojándose.
– Te conozco lo suficiente -murmuró él, tomándola de la mano. -Mira -añadió, señalando al horizonte. -Para eso te he traído aquí.
Carrie miró hacia dónde él le decía y se quedó sin aliento. El cielo parecía estar ardiendo con llamas rojas, rosas y violetas. No había visto en su vida nada tan hermoso ni una puesta de sol tan llena de color.
– Es maravilloso -dijo ella, volviéndose hacia Dev. Entonces, vio que él la estaba mirando. -Nunca he visto nada tan maravilloso.
– Pensé que te gustaría.
– Gracias por traerme aquí. No lo olvidaré nunca -agradeció ella, inclinándose sobre él y dándole un beso en la mejilla.
Carrie se volvió a ver cómo el sol se ponía lentamente sobre los cayos. Ninguno de los dos volvió a hablar, solo se dieron las manos y disfrutaron el momento. Cuando el sol se terminó de poner, Dev la llevó de vuelta al Serendipity, donde estuvieron sentados en la cubierta durante mucho tiempo, hablando y riendo, hasta que la luna los iluminó desde el cielo. Cuando él dijo que se iba a la cama, Carrie esperó que él quisiera compartir la cama de nuevo con ella. Pero cuando ella abrió la puerta del camarote, él se detuvo en el salón.
– No importa -dijo ella, con una sonrisa.
– Sí. Sí que importa.
– Pero no puedes dormir aquí. Lo hicimos anoche y no hubo… bueno, no… Te prometo que estás a salvo.
– Nadie que comparta una cama contigo puede estar a salvo, Carrie -susurró él, besándola en la frente.
Con eso, él la empujó dentro del camarote y cerró la puerta. Ella se sentó en el borde de la cama y se frotó la frente. Un temblor le recorrió la espalda por lo que se abrazó a sí misma y suspiró.
¿Que nadie que compartiera la cama con ella podía estar a salvo? Carrie sonrió. ¿Significaba eso que ella era peligrosa?
– Peligrosa -murmuró ella. -Compartir la cama conmigo es peligroso -añadió, riendo. -Me imagino que toda esta práctica está empezando a surtir efecto.