ANTES de que Annie tuviera que buscar a Matt lo encontró a su lado, sosteniéndola con un brazo alrededor de su cintura.
– ¿Por qué no bajamos a la sala de conferencias? -sugirió con calma-. Así nadie os molestará.
Tomaron el viejo ascensor. Y mientras bajaban los tres, Annie se dio cuenta de que estaba entre los dos hombres que más le importaban en el mundo. Rezó en silencio para que ambos siguieran sintiendo afecto por ella cuando todo aquello terminara.
La sala de juntas, que acababa de ser remodelada, tenía un aire de solemnidad que parecía expresar que allí sólo ocurrían cosas importantes. Una pared estaba cubierta con una señorial librería y otra panelada con madera de caoba y adornada con premios conseguidos por la empresa. Había una gran y larga mesa en el centro, rodeada por sillas tapizadas con exquisitas telas.
– ¿Quieres que espere fuera? -le preguntó Matt a Annie.
– No, puedes quedarte si quieres -dijo Josh. Se sentaron a un extremo de la mesa.
– Lo primero que quiero decirte, Annie, es que he hablado con gente que me ha asegurado que tu historia es cierta. De hecho, Hiram, el que ha sido nuestro capataz durante treinta años, me ha confesado que supo quién eras en cuanto te vio.
Annie pudo por fin respirar. Era un alivio saber que la creía.
– ¿Y por qué no dijo nada?
– No lo sé. Dijo que no era asunto suyo y que sabía que lo arreglaríamos nosotros. Y eso espero.
– Yo también.
– Pero tengo que hacerte una pregunta que me tiene en ascuas: ¿por qué volviste a aquí?
Brevemente, le explicó lo que le había pasado a su madre. Le habló también de su experiencia con Rick, esperando no tener que pasar por ello de nuevo. También le contó lo sola y perdida que se había sentido y cuánto ansiaba tener una familia.
– Mi madre murió. Mi tío se había vuelto a México y hacía mucho que no sabía nada de él. Volví a Chivaree porque era lo más parecido a un hogar que tenía. No tenía otro sitio a dónde ir. Y como sois la única familia que tengo en el mundo, quería contactar con vosotros. Cuando vi el anuncio sentí que era la respuesta a mis oraciones.
– ¿Por qué no hablaste con nosotros directamente?
– No sabía si sería buena idea. Pensé que sería mejor conoceros antes. No quería causaros problemas. Y la verdad es que había decidido no decíroslo, pero alguien me reconoció y no quería que os llegara la noticia por otra persona. Así que Matt me convenció para hablar con vosotros. Ahora veo que debería haberlo hecho desde el principio. Lo siento. No quería hacer daño a nadie.
Josh se quedó mirándose las manos. Después levantó la vista y la miró.
– Supongo que tendremos que negociar una compensación para ti.
– ¿Una compensación? -exclamó horrorizada-. No quiero ninguna compensación. No quiero ni un céntimo vuestro -añadió, levantándose del asiento para poner énfasis a sus palabras-. Ni un céntimo, Josh. De verdad.
Él también se puso en pie.
– Muy bien, Annie. ¿Y qué te parece si te ofrecemos nuestro cariño? -dijo abriendo sus brazos hacia ella-. Por favor, forma parte de nuestra familia.
Se echó a sus brazos llorando y se abrazaron durante largo rato.
– Cathy te echa de menos. ¿Por qué no vienes a cenar el miércoles por la noche?
– Me encantará -dijo Annie con los ojos brillantes por la alegría.
– ¿Y por qué no viene él también? -sugirió señalando a Matt-. Algo me dice que también a él llegaremos a conocerlo bien.
La cena fue estupenda. Al principio tanto Josh como Matt se mostraron recelosos pero, poco a poco, descubrieron que tenían mucho en común. Cuando Matt y Annie se fueron, ambos hombres sabían que podrían llegar a ser buenos amigos si lo intentaban. Las cosas iban tan bien que Annie se sintió con valor suficiente como para preguntarles si habían recibido la invitación de boda de Kurt y Jodie.
– Allí estaremos -dijo Cathy riendo-, dispuestos a celebrarlo.
– ¿Creéis que éste pudiera ser el fin del viejo enfrentamiento entre ambas familias? -preguntó Annie esperanzada.
– No creo que sea el fin -dijo mirando a Matt-. Pero creo que está habiendo algunos cambios muy importantes.
Matt se entusiasmó tanto que los invitó a la fiesta familiar que se celebraría en el restaurante de Millie a la noche siguiente. Y prometieron acudir también.
De vuelta a casa, Annie estaba en el séptimo cielo.
– William -dijo de repente, alto y claro, como si fuese una declaración de intenciones.
– ¿Qué? -preguntó Matt sorprendido.
– William. Voy a llamar a mi bebé William, por mi padre.
Matt asintió en silencio, con los ojos puestos en la carretera. Después, una sonrisa comenzó a aparecer en su apuesto rostro.
– Lo llamaremos Billy -dijo-. Le enseñaré a montar a caballo y a jugar al béisbol. Y él me puede llamar tío Matt.
– Trato hecho -repuso ella feliz.
– O… -dijo mientras aparcaba a la entrada de la casa, apagaba el motor y la miraba-. O podría llamarme papá. Depende de ti.
Annie no le contestó. Pero lo besó. Por primera vez, se atrevió a dejarle ver con claridad sus sentimientos. Aquel beso no estaba atado por la pasión como había sucedido otras veces. Era mucho más que eso. Mucho más profundo y trascendente. Se preguntó si Matt se daría cuenta de que estaba enamorada de él.
Fuese como fuese, él la besaba con la misma emoción. Y cuando dejaron de besarse, su sonrisa estaba llena de amor, aunque no se lo dijese con palabras.
– Eres lo mejor que hay en mi vida ahora mismo -dijo él.
– ¿Para ti también? Pensé que era la única.
Matt sonrió y acarició su cara.
– Lo segundo mejor de la velada fue ver a esa preciosa niña de nuevo. ¿Cuánto tiempo tiene?
– ¿Emily? Año y medio, más o menos.
– Eso me pareció. Seguramente es de la misma edad de mi hijo.
– Así es.
– La estuve mirando y pensando que mi hijo debe de ser muy parecido a ella.
– Supongo que sí.
Estaba a punto de comentarle que Emily era adoptada cuando una idea la sacudió con la fuerza de un rayo. Y una vez que pensó en ello, se preguntó por qué no se le habría ocurrido antes.
Su corazón comenzó a latir con fuerza. Recordó las cosas que Matt le había contado sobre su hijo. Cómo su novia había dado a luz en San Antonio y había entregado a su hijo en adopción, cómo el detective pensaba que los papeles habían sido gestionados fuera del estado. Recordó todo de pronto. Cathy le había dicho que adoptaron a Emily en San Antonio, que la madre biológica quería a una familia de Chivaree y que gestionaron la adopción»en otro estado para agilizar el proceso. Eran demasiadas coincidencias. Todo parecía encajar.
Annie no pudo dormir. Se pasó casi toda la noche en la ventana de su dormitorio, mirando a la luna. No sabía qué hacer.
Cuanto más pensaba en ello, más temía que existieran grandes probabilidades de que Emily fuera la hija biológica de Matt. Por una parte, eso acabaría con la desesperada búsqueda de Matt pero, por otra, terminaría con la recién iniciada amistad entre él y Josh. Además de la de Annie con Josh y Cathy. Se preguntaba si el asunto llegaría a los tribunales o si Matt querría recobrar la custodia de la niña. Estaba poniendo tanta pasión en encontrar a su hijo que se temía que sí intentaría tener la custodia. Y sabía que Josh y Cathy lucharían con uñas y dientes por la niña.
Pero estaba claro que tenía que contarle a Matt lo que sospechaba. Y si había aprendido algo en las últimas semanas, era que debía decirlo cuanto antes. De hecho, se arrepentía de no habérselo dicho en el mismo momento en que tuvo la idea. Decidió decírselo en cuanto llegara al despacho. Y, aunque temía lo que iba a pasar después, sería un alivio quitárselo de encima.
Por desgracia, sus planes se vinieron abajo. En cuanto llegó a la oficina vio un mensaje de Matt. Uno de sus pacientes necesitaba un importante medicamento que se había quedado en la oficina de correos de San Antonio y había ido a allí a recogerlo personalmente. Pasaría la tarde con ese paciente y no iba a poder verla hasta esa noche en el restaurante.
Pasó el día angustiada por lo que estaba por llegar. Para colmo de males, empezó a encontrarse mal por la tarde, algo nerviosa y deprimida, por lo que empezó a pensar que quizá fuera mejor decírselo después de la fiesta. Al fin y al cabo, Josh y Cathy iban a estar allí también. Era su primera oportunidad para empezar a conocer a los Allman y no quería arruinarlo todo antes de que empezara.
Estaba a punto de irse hacia el restaurante cuando oyó el teléfono de Matt sonando. Cuando comenzaron a dejar el mensaje tardó unos segundos en darse cuenta de quién era.
– Hola, Matt. Soy Dan Kramer. Tengo buenas noticias. He encontrado a tu hijo y lo más curioso de todo es que fue adoptado por una pareja de tu pueblo. Intentaré localizarte en el móvil o en el piso de tu hermano. Pero si no puedo, llámame en cuanto oigas esto. Hasta luego.
Se quedó helada, no podía respirar. Así que era verdad. Era verdad y no se lo había contado. Nunca le perdonaría aquello. Tenía que encontrarlo de inmediato. Quizás estuviera ya en el restaurante.
Fue hasta allí tan deprisa como pudo, pidiéndole a su viejo coche que no la dejara tirada en ese momento. El restaurante se estaba llenando ya. Los Allman lo habían reservado todo para esa noche y los familiares comenzaron a llegar desde todo el condado. Buscó a Matt con la mirada y no lo encontró, aunque sí vio a Cathy y Josh saludándola desde una mesa. Emily estaba sentada entre los dos.
Ella los saludó también, intentando disimular su angustia. Y* entonces vio a Matt. Él también la reconoció y sus ojos se iluminaron. Justo cuando empezaba a acercarse a ella, Rafe lo paró y Annie pudo leer en sus labios lo que le estaba diciendo.
– Matt, el detective llamó justo antes de que saliera del piso. Tiene noticias y quiere que lo llames.
Matt se volvió hacia el teléfono y a Annie se le paró el corazón. Demasiado tarde. Era cuestión de segundos antes de que lo supiera. Se preguntaba si iría directamente a hablar con Josh y Cathy. No sabía si debería avisarlos de lo que iba a ocurrir. Pero si lo hacía estaría traicionando a Matt. Ya podía imaginárselos tomando a Emily en sus brazos y volviendo a casa para llamar a sus abogados. Y Matt querría saber por qué ella no le había contado lo que ya sospechaba.
Sintió que se mareaba, como si fuera a desmayarse en medio del restaurante de nuevo.
– ¡Cariño! -le dijo Millie-. ¿Estás bien?
Annie agarró su mano.
– Él nunca lo entenderá -le dijo fuera de sí-. Tenía que habérselo dicho antes. Todo se va a echar a perder y es culpa mía.
Sin pensárselo dos veces se dio me dio vuelta y corrió hacia la puerta. Tenía que irse de allí y Houston le pareció tan buena idea como cualquier otra. Se preguntó si podría llegar allí antes de medianoche.
Cuando las contracciones empezaron a aparecer con más fuerza y regularidad se dio cuenta de que, si se había sentido tan mal esa tarde, había sido porque el gran momento estaba muy cerca. Y ella no había prestado la suficiente atención a su cuerpo como para darse cuenta de ello. Además, aún faltaban unas semanas para que saliera de cuentas.
Lo único que tenía claro era que no iba a llegar a Houston, ni siquiera a Austin. De hecho, había tenido suerte de haber podido llegar hasta el parque del Coyote antes de que su coche la dejara tirada. Su idea había sido pasar al lado de ese lugar para poder despedirse de sus recuerdos pero, cuando lo hizo, el automóvil comenzó a renquear. Pudo llegar hasta el aparcamiento del parque instantes antes de oír los últimos estertores del motor. Estaba claro que ese coche no iba a arrancar de nuevo, por mucho que lo intentó.
Así que estaba sin coche, sin teléfono y sin nada. El parque estaba oscuro y vacío. No había un alma alrededor. Y lo peor de todo, se había puesto de parto.
Durante unos minutos perdió el control. No podía creerse lo que estaba pasando, la angustia la invadía. Llegó como pudo hasta el edificio donde estaban los baños y la sala multiusos. Los baños estaban abiertos y no muy sucios, pero la puerta de la sala estaba cerrada. Se alegró al menos de conocer bien el lugar, porque recordaba que solían esconder una llave extra sobre el marco de la puerta. Tomó una caja de plástico y se subió a ella. Buscó en el hueco que había entre dos ladrillos y, ¡allí estaba!
– ¡Después de tanto tiempo! -murmuró asombrada y agradecida.
Abrió la puerta y entró. No había cambiado mucho desde su infancia. Había armarios llenos de materiales para manualidades, un montón de sillas plegables y una larga mesa. Había luz y un fregadero con agua que funcionaba. Estaba bastante limpio.
De camino de nuevo al coche tuvo que pararse y practicar las respiraciones que le habían enseñado para poder soportar el dolor. Cuando llegó a su automóvil, recogió ropa que aún tenía en el maletero y volvió a la sala de reuniones. Allí empezó a preparar una especie de cama en el suelo donde poder echarse.
Tomó lápiz y papel y comenzó a apuntar la frecuencia y duración de las contracciones con la ayuda de su reloj. Por suerte, estaba recordando mucho de lo aprendido durante sus estudios de enfermería. Empezó a ganar confianza y a creer que podría hacerlo sola.
– Al fin y al cabo las mujeres parían solas antiguamente -se dijo para animarse-. Y ellas no sabían nada de medicina.
Pasó una hora. Bebió algo de agua e intentó andar durante las contracciones. Una hora más tarde, no podía ni mantenerse en pie. Afuera era ya noche cerrada, pero la bombilla que colgaba en el centro del techo mantenía iluminada la sala. Se preguntó si alguien podría distinguirla desde la autopista y acercarse a ver qué pasaba. Pensó en lo que Matt estaría haciendo y qué pensaría.
No podía creerse cómo había conseguido embrollar las cosas tanto. Si hubiera sido honesta con todo el mundo desde el principio, seguramente no estaría en esa situación.
– ¡Aaaah! ¡Billy! -gritó sin aliento cuando llegó otra contracción.
Cada vez eran más fuertes y seguidas, casi imposibles de superar, y no podía evitar gemir. Era tanto el dolor que empezó a pensar que no podría sobrevivir aquellas circunstancias ella sola. Pero cuando llegó el momento de empujar, se olvidó de sus miedos y se dispuso a darlo todo o morir en el intento. Cuando el bebé empezó a salir, quería verlo fuera y respirando tan pronto como fuera posible.
– ¡Aaaah!
Esa contracción fue insoportable. Soplaba y respiraba tan bien como podía, pero no se sentía mejor en absoluto. No creía que pudiera conseguirlo. Aquélla pasó, pero llegó otra enseguida sin que tuviera tiempo apenas de recobrar el aliento. La última estaba siendo aún peor que la anterior. No podía más.
– ¡Aaah! ¡Matt! -gritó desesperada.
Y entonces ocurrió un milagro y él apareció.
– ¡Annie, Annie! ¡Cariño mío! -exclamó mientras se abalanzaba sobre ella, comprobaba la dilatación y llamaba a una ambulancia desde su móvil, todo al mismo tiempo.
– Aguanta, cariño. Ya sé que quieres empujar, pero trata de no hacerlo hasta que esté preparado.
«¿Que aguante?», pensó ella. Eso sería como decirle al planeta que dejara de rotar. No podía impedirlo, ¡el niño quería salir e iba a ser ya!
Pero, por fortuna y para asombro de Annie, fue capaz de sostenerlo dentro durante otras dos contracciones.
– ¡No puedo! -le dijo a Matt gimiendo-. ¡No puedo!
– Lo estás haciendo fenomenal, Annie. Ya veo la cabeza -le dijo mientras colocaba la mano en su tripa-. Se acerca otra contracción, Annie. Y esta vez puedes empujar, estoy listo.
Empujó con un grito que debió de hacer que temblaran las paredes de la sala.
– ¡Muy bien! Aquí está la cabeza. ¡Empuja de nuevo!
Hizo lo que le decía con toda la fuerza que le quedaba y notó que salía el niño.
– ¡Aquí está! -dijo Matt emocionado.
Lo sostuvo para que Annie pudiera verlo. Era largo y estaba cubierto de algo blanco. Era lo más bonito que había visto en su vida.
– Te presento al señor William -añadió él.
– Billy -le recordó ella sin apenas fuerzas mientras alargaba la mano para tocarlo-. Billy Matthew Torres.
– ¿Estás segura?
– Desde luego -le dijo ella, llena de alegría y orgullo.
Matt se inclinó y la besó en los labios. Estaba demasiado exhausta para responderle. Exhausta pero completamente feliz.
– ¿Cómo me encontraste? ¿Cómo lo supiste?
– Bueno, tardé un tiempo. Demasiado. Todo fue tan confuso… No supe que te habías ido hasta que Millie me lo dijo. Y empecé a preocuparme. Volví a la casa a buscarte y, al ver que no estabas, me volví loco. Entonces recordé la conexión que tienes con este sitio y vine para acá.
Annie oyó la sirena de la ambulancia entrando en el parque. Tenía la imagen de su hijo grabada en la mente y no quería ver otra cosa. Cerró los ojos y, agotada por el gran esfuerzo, se durmió.
Se despertó en una habitación de hospital. Matt estaba sentado al lado de la cama, esperando a que Annie abriera los ojos. Le sonrió.
– Tengo un bebé -le dijo feliz y aún medio dormida.
– Así es -repuso él mientras se acercaba para tomar su mano-. Y hemos descubierto que eres toda una campeona dando a luz.
– ¿De verdad?
– De las mejores. Además, el bebé está fenomenal y ha pesado casi cuatro kilos.
Annie rió con ganas hasta que el dolor la detuvo.
– ¡Aaah! Aún tengo dolores por todas partes.
– No me extraña. Lo de anoche fue una maratón, Annie. Y tú has ganado la carrera.
Cerró los ojos y recordó todo lo que había vivido en el restaurante. Pensó en Josh, Cathy, Emily y la disputa entre las dos familias.
– ¿Estás enfadado conmigo?
– La verdad es que estoy furioso.
– ¿Sí? -preguntó abriendo los ojos y mirándolo.
– Sí. Por muchas cosas -respondió besando su mano-. Pero seguramente no por lo que piensas.
– ¿Por qué entonces?
– Lo primero que me dolió fue que te fueras del restaurante en plena noche, sin más y sin decir nada a nadie. Te pusiste en peligro, Annie. Fue una locura por tu parte hacer lo que hiciste.
– Lo sé, pero es que anoche estaba muy mal. Supongo que fue porque estaba poniéndome de parto sin saberlo y todo eso. El caso es que no podía pensar con claridad. Lo siento muchísimo.
– Muy bien. Pero por otro lado estoy enfadado porque veo que no confías en mí.
– ¿Qué quieres decir?
– Annie… -comenzó mientras besaba de nuevo su mano-. ¿Qué pensabas que iba a hacer cuando supiera lo de Emily?
Ella no pudo contestar.
– Annie… ¿Cómo pudiste pensar que podría romper esa familia? Estaría haciéndole daño a mi propia hija si lo hiciera. Estaba obsesionado intentando encontrarla porque quería asegurarme de que estaba bien. Y, a menos que la hubiera encontrado en malas condiciones, nunca me planteé intentar luchar por la custodia del bebé. Eso hubiera sido pensar en mis necesidades y no en el bienestar de mi hija. Yo no podría hacer eso. Sólo quería saber que estaba bien.
– Por supuesto -reconoció mirándolo-. Entonces, ¿no vas a intentar recuperarla?
– No. Josh, Cathy y yo hablamos de todo esto ayer mismo. De no haber sido por ello, te habría encontrado antes. Al principio se asustaron, pero los tranquilicé de inmediato. Hablaremos más de todo ello durante los próximos días, pero les dije que lo único que quiero es ser parte de su vida. Podría ser su tío Matt. Así todo se solucionará. De todas formas -dijo besando la palma de su mano-, eso es lo que seré cuando nos casemos.
– ¿Casarnos? Espera un poco…
– No, Annie. No voy a esperar ni un minuto más -dijo tomando su cara entre las manos-. Te quiero y quiero casarme contigo. Billy necesita un padre, tú un marido y yo te necesito a ti.
Pero Annie no había oído más allá de su tercera frase.
– ¿Me quieres? -le preguntó de nuevo con un emocionado temblor en la garganta.
– ¡Dios mío, Annie! ¿Es que aún no lo habías notado? Pensé que las mujeres erais intuitivas y os dabais cuenta rápidamente de estas cosas. Sí. Te quiero. Te he querido desde que caíste aquel día a mis pies.
– ¿Sí? Pues, ¿sabes qué? Yo te he querido desde el día que me pusiste la zancadilla en el restaurante para que cayera a tus pies. Cuando me tomaste en brazos y me sacaste de allí supe que eras el hombre de mi vida. Siempre me han gustado los cavernícolas.
– Entonces, ¿te casarás conmigo?
– ¿Es que tengo otra opción? Matt rió entusiasmado.
– No, no tienes otra opción -dijo besando sus labios.