Capítulo 8

ANNIE se quedó helada ante la pregunta de Josh, pero esperó que no lo hubieran notado. Tenía que habérselo dicho nada más llegar esa misma tarde. Ahora no podía remediarlo, pero sí intentar suavizar la situación. Les explicó lo que había pasado. Les habló del desmayo, de la preocupación de Matt por su embarazo y de cómo apareció en su apartamento cuando una pareja se peleaba en el piso contiguo.

– ¿Así que decidió acogerte en casa, sin más? -preguntó Cathy intrigada.

Annie asintió en silencio.

– ¡Vaya! ¡Qué buen vecino! -dijo Josh con un tono tan sarcástico que provocó la mirada reprobatoria de su mujer.

– Ha sido por lo del embarazo, creo. Tiene… Tiene razones para sentir un especial interés por los bebés ahora.

Prefirió no contarles lo que Matt opinaba de las adopciones.

– ¿Es el primer Allman que conoces? -preguntó Josh tomando a Emily en sus brazos.

La niña consiguió relajarlo en cuestión de segundos. Emily reía mientras intentaba agarrar las orejas de su padre. Annie tampoco pudo evitar sonreír al contemplar la cómica escena.

– El fue el primero. Ahora conozco a un montón.

– Será mejor que te presentemos a algún McLaughlin para compensar. Dicen que la gente normal se vuelve loca después de pasar tiempo con los Allman. ¿Sabes que hay un enfrentamiento entre las dos familias?

– Claro. Hace años que lo sé -repuso Annie mientras iba la despensa a colocar lo que acababan de comprar en el supermercado-. Pero eso es ya casi historia antigua. ¿No ha llegado ya el momento de enterrar el hacha de guerra?

Josh la siguió hasta allí.

– Es curioso, pero esta disputa se ha vuelto parte de mi vida. Está muy arraigada en nuestra familia a pesar de que muchos ni recuerdan cómo empezó todo.

– ¿Qué crees que fue el origen de todo? -preguntó Cathy.

– Bueno, las dos familias fundaron la ciudad y supongo que eso las hizo ser adversarias desde el primer momento. Y creo que hubo problemas con caballos y con unos robando las mujeres de los otros. Eso fue hace generaciones, claro.

– Entonces, ¿por qué sigue vivo el enfrentamiento? -preguntó Annie.

– No lo sé. Creces oyendo hablar de ello. Luego vas al colegio y todo el mundo espera que estés de un lado o de otro. Y así sigue y sigue. Los años de adolescente fueron los peores. Siempre nos ponían en bandos opuestos. Sobre todo en los rodeos y cosas así. Siempre existía esa lucha y competitividad con ellos.

– ¿Cómo consigue Kurt evitar todo eso?

– ¿Lo has conocido? -preguntó con una sonrisa-. ¡El bueno de Kurt! Era mi primo favorito, pero ahora se ha convertido en un traidor yéndose al otro bando.

– ¿Ves? Suena fatal si lo dices así, pero el hecho es que Kurt podría ser un puente.

– ¿Un puente? ¿Quién necesita un puente? ¿Un puente entre los Allman y los McLaughlin?

– A lo mejor yo podría ser el puente -murmuró, encantada con la idea.

Josh la miraba con curiosidad, sin entender por qué había dicho eso. Se sonrojó y decidió que era hora de hablar. Pero vaciló. Era su gran oportunidad. La conversación la había conducido a ese punto. Era el momento perfecto. Se lo podría decir entonces. Se mordió el labio e intentó obligarse a hablar, pero se dio cuenta de que no tenía valor. Al menos no aún.

– El caso es que voy a vivir con ellos unas semanas. ¿Será eso un problema para vosotros?

– No, claro que no -dijo él sonriente después de pensarlo.

– Menos mal. Parece que mi marido no está completamente loco -dijo Cathy con un suspiro.

Annie sonrió, pero se dio cuenta de que entendía mejor a Josh que su propia mujer. La disputa estaría siempre presente con puente o sin él. No habría manera de borrarla de su historia.


Annie había pensado que la tensión desaparecería cuando Matt se mudase al piso de su hermano y no estuviera todo el tiempo en la casa tentándola. Pero no fue así. Había electricidad entre ellos incluso en el trabajo. Era innegable.

«Pero eso no significa que tenga que hacer nada al respecto. Porque no puedo y no lo haré. Y él tampoco», se repetía constantemente.

A menudo se encontraba trabajando en alguna tarea complicada, con el gesto torcido por la concentración, cuando algo le hacía levantar la vista y allí se lo encontraba, mirándola con una expresión difícil de interpretar pero que le producía escalofríos.

Otras veces bastaba con sentir que estaba en la misma habitación que ella. Notaba que.estaba allí aunque estuviera de espaldas. Había algo en él que le producía placer en los momentos más extraños.

La oficina estaba funcionando mejor que nunca y Matt estaba encantado. Quizá fuesen sus conocimientos de enfermería los que ayudaban a Annie a sistematizar mejor los temas médicos. O quizás su habilidad innata para la organización.

Matt estaba pensando en emprender una campaña de vacunación para toda la plantilla. Annie se encargó de hacer las llamadas, darles citas y todos los empleados estuvieron vacunados en menos de dos semanas. Después decidió organizar unos cursos sobre seguridad en el trabajo. Contrató a una empresa de San Antonio para que fuera y les diera a los empleados una charla sobre el tema.

Mientras tanto, Matt atendía los problemas médicos de los empleados en ese despacho y también pasaba consulta en su clínica privada. Esto le daba a Annie la oportunidad de librarse de la intensidad de su presencia durante unas horas cada día. Por otro lado, estaban los negocios de la empresa. Aunque Rafe actuaba como presidente, todos sabían que Jesse Allman quería que fuese Matt el que tomase el relevo al frente de la empresa. Así que se veía obligado a participar. Annie pensaba que quizá la situación afectase a la relación entre los hermanos, pero no era así.

Los días pasaban deprisa y estaban tan ocupados que apenas tenían tiempo para darle vueltas a los sentimientos que tenían el uno por el otro. Cuando no estaba en el trabajo, Annie pasaba el tiempo en la casa, preparando invitaciones, regalitos o aperitivos. No era hasta más tarde, cuando por fin se tumbaba en la cómoda cama a dormir, cuando empezaba a pensar en Matt.

Estaba claro que sentía atracción por él. Matt tenía la facilidad de producir ciertas reacciones en ella distintas a las experimentadas con otros hombres. La estaba tratando con mucho respeto. Sólo temía qué pasaría cuando tuviera al bebé y dejara de ser la embarazada que él protegía.

Si las cosas fueran de otro modo podría permitirse soñar. Pero estaba embarazada de otro hombre, era una McLaughlin y él un Allman. Además, Matt acababa de descubrir que era padre y era eso lo que le había llamado la atención de Annie, el hecho de que estuviera embarazada. Y cuando eso dejara de ser así, lo más seguro era que no siguiera interesado en ella. Había confundido el interés de un hombre con algo más profundo.

Los sueños quedaban para la gente que se los podía permitir. Ella también había tenido sueños, pero todos se habían ido esfumando. Tenía otras cosas en que pensar, pop ejemplo, en lo que iba a hacer con el bebé.

El día de la cita con el doctor Marín salió de la oficina antes de comer. Se despidió de Matt, pero éste sólo la miró con el ceño fruncido, sin mediar palabra. La consulta fue breve pero, cuando el médico preparaba el equipo para ser monitorizada, Annie le preguntó algo que a ella misma la sorprendió.

– ¿Me puede decir el sexo del bebé?

– Claro. Te enseñaré las imágenes de la última ecografía que te hicieron el otro día.

Su corazón comenzó a latir con fuerza al darse cuenta de lo que le había pedido. Iba a ver una foto del bebé y no sabía si sería una buena idea.

– Es un niño muy activo -le dijo con una sonrisa-. Y parece que goza de muy buena salud.

– ¡Un niño! -exclamó sin poder articular palabra.

Cerró los ojos un segundo, y cuando los abrió se sintió más feliz que nunca.

El doctor Marín dejó de sonreír y la miró con seriedad.

– ¿Has estado pensando en lo que hablamos? -le dijo-. ¿Tienes alguna pregunta sobre el proceso de adopción?

– No -dijo volviendo a la cruda realidad-. Todavía tengo que pensarlo.

– No pasa nada. Pero tienes que estar segura de que estás preparada para hacerlo.

– Sé lo diré en cuanto lo sepa. Pero más adelante.

– Muy bien.

Salió de la clínica poco después y volvió al trabajo sintiéndose algo nerviosa. El bebé nacería en menos de dos meses. Cuando había decidido volver a Chivaree, también se había propuesto mantener las distancias con el niño. Estaba decidida a cuidarse y cuidarlo, pero no quería saber el sexo del bebé ni ver ninguna ecografía. Tampoco iba a pensar en nombres. Ya se había saltado dos de las tres reglas. Así que prometió no pensar en nombres para el niño.

Pero sabía que no sería fácil. Acarició su barriga y sonrió. Saber que el bebé estaba allí y estaba bien la llenaba de felicidad.

Matt no le preguntó por su cita con el médico. Estaba de mal humor, con el ceño fruncido y aspecto sombrío. En cuanto pudo salió corriendo para la otra clínica, y Annie suspiró aliviada al verlo salir.

Esa misma noche apareció por la casa para cenar allí. Era la primera vez desde que se mudara y fue toda una sorpresa para Annie. Aún estaba algo malhumorado y no habló demasiado. Pero todos estaban tan contentos que nadie lo notó. Kurt había traído a Katy, su hija de un año y fruto de su primer matrimonio. La niña era una monada y Annie no dejaba de pensar en cómo sería su bebé y si llegaría a conocerlo.

De repente se dio cuenta de que quería conocerlo más que nada en el mundo. Miró a Matt y vio que estaba distraído. Su mente estaba en otra parte.

Pero cuando recogían la mesa, tras la cena, Matt vio a Annie sola y la convenció para que no fuera al comedor, donde Jodie y Rita trabajaban en las decoraciones de la boda.

– ¿Te apetece dar un paseo?

– ¿A dónde? -preguntó sorprendida.

– Por el jardín, hasta el cañón.

– ¿Por qué? -preguntó mientras la sangre comenzaba a latirle con fuerza en las venas.

Matt la miró con cara de impaciencia, tomó su mano y la arrastró hacia la puerta.

– Vamos -dijo de manera brusca.

Annie dejó que la sacara de la casa. Se estaba haciendo de noche y ya brillaban las luces en los árboles. Pasearon hasta el cañón, pero ella estaba cada vez más nerviosa con la situación.

– ¿Tienes algo que decirme? -le preguntó intentando abreviar la conversación y volver pronto a la casa.

Matt se giró para mirarla y metió las manos en los bolsillos.

– Siento haber estado tan desagradable hoy, pero es que he hablado con Dan Kramer, el detective.

– ¡No! ¿Son malas noticias?

– No son buenas. Ha agotado casi todas las pistas de archivos en Texas y teme que el papeleo para la adopción pudiera tener lugar fuera del estado. Si es así, voy a necesitar un milagro para encontrar a mi hijo.

– ¡Matt! Lo siento muchísimo -dijo tocando su brazo-. ¡Qué mala suerte! Pero no pierdas la esperanza. Estoy segura de que encontrará algo.

– Puede que sí, puede que no. Depende de la exactitud con la que se registraran los nombres en el archivo -explicó poniendo su mano sobre la de Annie-. Pero bueno, ése no es tu problema.

Sintió una sacudida cuando sus dedos la tocaron. Sus hombros parecían tan anchos como el horizonte y sintió el impulso de abrazarlo. Pero no podía.

– Claro que sí -dijo casi sin aliento-. Tú… Me importas.

– ¿En serio? -preguntó con poca convicción. Después sacudió la cabeza como si estuviera harto de él mismo y de esa situación.

– ¡Dios mío, Annie! Yo quiero estar contigo. Quiero hablar contigo, mirarte y escuchar tu voz.

La emoción en su voz consiguió mover algo dentro de ella que la asustó más que sus palabras.

– Matt…

Tomó su cara entre las manos y la miró a los ojos.

– Sólo quiero tocar tu pelo y mirarte bajo la luz de la luna -le dijo con voz seductora mientras la miraba como buscando algo que necesitaba como el aire.

Annie cerró los ojos. Era increíble sentir sus manos en la cara, pero era tan peligroso… Se preguntó qué pasaría si se enamoraba de él. Quizá se arrepintiese toda su vida…

– Matt, ¿por qué me haces esto? -le preguntó preocupada.

Se acercó más a ella, concentrado en sus labios.

– No lo sé, Annie. Intento que no ocurra, incluso ahora mismo. Pero hay algo que me lleva hacia ti por mucho que me intente apartar.

– Matt…

La besó con gran suavidad. No fue como la noche del apasionado beso. Esa vez todo fue muy delicado, como una caricia en sus labios que la dejó una gran sensación de bienestar. Después sonrió con dulzura y, tras colocar la mano de Annie sobre su brazo, continuaron paseando. Ella se sentía feliz y ligera, capaz de bailar sobre una nube.

Charlaron y charlaron sobre la boda, el tiempo y la apertura de una nueva tienda en el centro. Y Annie se dio cuenta de que esa sensación de bienestar que la embargaba era felicidad. Él le había confesado que la necesitaba para apaciguar el dolor que las noticias del detective le habían causado. Y ella estaba encantada de poder ayudarlo. Ambos tenían los sentimientos a flor de piel.

– Hoy me he enterado del sexo del bebé -le dijo de vuelta a la casa.

– Genial. Ya era hora -repuso con una gran sonrisa-. Y, ¿qué es?

– Es un niño.

– ¡Qué bien! -dijo apretando su mano-. ¿Cómo lo vas a llamar?

– No lo sé. Intento no pensar en eso.

Sabía que era primordial que no eligiera un nombre. En cuanto lo hiciera, sería incapaz de darle el niño a otra madre.

Se preguntó si besar a Matt tendría el mismo efecto. Si lo besaba muy a menudo, quizás acabara enamorándose y, entonces, iba a ser imposible alejarse de él.

Y no podía permitirse perder su libertad. Sabía que podía contar con su apoyo y que él nunca la dejaría en la estacada, como había hecho Rick. Pero también sabía que eso no era suficiente. Quizás estuviera haciendo feliz a Matt en ese momento, pero sabía que sus sentimientos estaban basados en el hecho de que esperaba un bebé. Y eso no era suficiente como para hacer que bajase la guarda. Annie lo quería todo. Quería amor verdadero. Y si no iba a tenerlo todo, no iba a sacrificar su libertad.


Era una calurosa tarde de sábado. Annie estaba sola en la casa. Rita y Jodie habían ido a San Antonio a ver vestidos para la boda. David había ido a jugar al tenis con algunos amigos. Se sentía inquieta.

Él bebé no paraba de moverse, era como un niño en una cama elástica. Atravesaba el pasillo cuando vio la puerta del dormitorio de Matt y algo la hizo ir hacia allí.

Se acercó en silencio y abrió la puerta. Ver sus fotos, libros y otros objetos personales le recordó cuánto lo echaba de menos. No había vuelto por allí desde el día que el detective le había dado las malas noticias. En la oficina era respetuoso y profesional. Era imposible leer su pensamiento. Tras el último paseo hasta el cañón, Annie pensó que comenzaría a mostrarse más cariñoso a diario, pero era todo lo contrario. Cada vez estaba más confusa.

Claro que prefería estar confusa a enamorada.

Nada había cambiado en su dormitorio desde el día que había hecho maleta para irse. Tomó una pelota de béisbol que estaba en un estante. Tenía el autógrafo de alguien que no reconoció. Estaba intentando leer el nombre cuando oyó un crujido de madera. Contuvo el aliento y escuchó con atención. Silencio. Era una casa vieja y era normal que crujiera de vez en cuando.

Dejó la pelota y miró una foto de la madre de Matt. Era guapa y transmitía serenidad y alegría. Era muy duro perder a una madre. Había sido muy difícil para ella, a quien le había tocado vivirlo de adulta. Se imaginaba lo difícil que habría sido para Matt perderla cuando era tan joven.

Suspiró. Siempre que pensaba en Matt tenía sentimientos de compasión o de admiración. Tenía que dejar de torturarse así. No sería mala idea pedirle a sus hermanas que le contaran algunos defectos de Matt para evitar que le gustara tanto.

Se volvió y miró la cama.

Era una cama muy elástica. Sonriendo, extendió los brazos a los lados y se dejó caer en ella. Se quedó allí tumbada, intentando reconocer el aroma de Matt entre las sábanas.

– ¿Qué se supone que está haciendo aquí, señorita?

La voz la atravesó como un puñal y se sentó de inmediato en la cama. Jesse Allman la miraba desde la puerta. Viejo y enfermo, pero aún con capacidad para asustarla.

– Eh… Nada -tartamudeó al fin.

– ¿Sabe quién soy?

– Sí, señor Allman. Lo sé.

– ¿Es eso de Matt? -preguntó señalando su abultada tripa.

– No, no -respondió ella sorprendida por su brutal honestidad y bastante ofendida.

– Me alegro. Ha habido demasiados casos así por aquí.

– ¿Sí?

– Claro. Recuerdo que en el verano del 75… -comenzó sin terminar la frase-. Bueno, ¿qué importa? Me imagino que no estás casada.

– No, señor -contestó Annie con la cabeza levantada.

– Y me imagino que acabarás casándote con Matt, ¿no?

– ¡No! -exclamó atónita- Claro que no. No hay ninguna razón para que lo crea.

– Claro que sí. He visto tu cara soñadora mientras descansabas en su cama.

Sus palabras hicieron que se levantara de la cama como si le quemara.

– Sólo estaba…

Jesse Allman levantó la mano para hacerla callar.

– Cariño, soy un hombre viejo y sé lo que digo. Cuando eres joven piensas que puedes ir contra la fuerza de la naturaleza. Pero escucha lo que te digo: tu lucha será en vano. Cuando te enamoras no hay nada que te importe más y matarías a la madre de tu mejor amigo por conseguir lo que quieres.

– ¡Eso es ridículo! -exclamó ofendida.

– Recuerda mis palabras, hija. Yo ya lo he vivido y me he equivocado muchas veces. Y ahora lo estoy pagando -dijo mientras la miraba con curiosidad-. ¿Cómo has dicho que te llamabas?

– Annie Torres.

– ¿Annie Torres? -dijo con media sonrisa llena de cinismo-. ¿Tienes algo que ver con Marina Torres, la chica que solía trabajar en casa de los McLaughlin?

Estaba tan acostumbrada a que nadie la reconociera que había olvidado que cabía la posibilidad de que alguien supiera quién era. Aquello la había pillado por sorpresa. Tenía que salir del paso. Pensó en mentir, pero decidió no hacerlo.

– Era mi madre -admitió.

El señor Allman la miró con nuevos ojos.

– Era una muchacha muy bella, como tú. ¿Cómo está?

– Murió el año pasado.

– ¡Vaya! Lo siento de verdad -dijo estudiando su rostro-. Así que eres la niña de Marina -Annie se estremeció. Sentía que podía ver a través de ella-. Sí, os parecéis.

Lo dijo de tal manera que Annie se preguntó con quién la estaría comparando. Al fin y al cabo, él había conocido tanto a su madre como a su padre. Lo miró con intensidad, pero sus oscuros y brillantes ojos no revelaban nada. Sin embargo, sus palabras lo delataron.

– ¿Sabes quién fue tu padre?

– ¿Por qué? ¿Lo sabe usted? -preguntó ella a la defensiva.

– Bueno, no lo sé a ciencia cierta. Pero tu madre dijo entonces que había sido William McLaughlin. Si ella lo dijo, sería verdad.

Annie asintió lentamente. Que alguien le confirmara lo que su madre le había dicho la dejó sin aliento.

– Eso me contó a mí también.

– Esos dos hermanos McLaughlin, William y Richard, no valían para nada -dijo mientras se sentaba en una silla-. Te diré una cosa: puede que los Allman tengamos mala reputación, pero nunca le fui infiel a mi Marie. Ni una sola vez. Ni de palabra, ni de obra, ni de pensamiento. Ella era la luz de mi vida. Cuando la perdí quise morirme. Pero decidí poner toda mi pasión en otra cosa y comencé el negocio familiar.

– Seguro que habría estado orgullosa de usted -dijo ella sin saber por qué quería consolarlo.

– Ya lo sé. Yo siempre presumía de ella. Era un ángel. ¿Sabías que salvó a tu madre de morir antes de que se fuera de Chivaree?

A Annie se le encogió el corazón. Se sentó en la cama.

– No sé de qué me habla.

– Marie encontró a tu madre temblando y llorando en el parque del Coyote. Era pleno invierno. No tenía a dónde ir. La trajo a casa, le dio de comer y le hizo una cama en el sofá. Recuerdo lo pequeña y desdichada que parecía tumbada allí. Al día siguiente, la llevó en coche hasta la casa de su hermano, en San Antonio.

– Mi tío Jorge.

– Eso es. Supongo que se quedó con él hasta que naciste tú.

– Sí.

– Tu madre te trajo por aquí un par de veces, cuando tenías dos o tres años. Seguramente no te acordarás de ello. Después de esas visitas no supimos más. Marie se preguntaba de vez en cuando qué habría sido de vosotras. Y ahora estás aquí, en la misma casa donde estuvo ella. La vida es un misterio.

Y con eso, se levantó y salió del dormitorio. Annie se quedó paralizada por lo que acababa de oír. Pero enseguida se dio cuenta de que tenía que hacer algo al respecto, y pronto.

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