Capítulo 5

ANNIE levantó la mirada y vio a Josh McLaughlin, sonriente y con su bebé de año y medio en los brazos. Volvió la mirada hacia la puerta que acababa de atravesar Matt, contenta de no verlo por allí. No le gustaría estar presente en un encuentro entre un Allman y un McLaughlin.

Concentró su atención en Josh y se levantó para tomar al bebé.

– Ven aquí, preciosa -le dijo. La niña era redonda y blandita como un oso de peluche. Su carita estaba rodeada de rizos pelirrojos.

– Te he echado de menos toda la semana, gordita.

Josh rió al ver a la pequeña Emily haciendo ruidos y gorjeos de felicidad. Extendió su manita para intentar agarrar la nariz de Annie.

– ¿No trabajas hoy? -le preguntó Josh.

Annie lo miró, estudiando al hombre que posiblemente era su hermanastro. Era alto y esbelto como un corredor de fondo. Su pelo era rubio oscuro y lo llevaba siempre despeinado, por mucho que Cathy, su mujer, se empeñara en mejorarlo.

– Soy un granjero -era siempre su contestación-. Deberías estar contenta de que no lleve unas espigas detrás de las orejas.

A Annie le encantaba verlos juntos. Formaban una pareja perfecta. Cathy llevaba su pelo rubio muy corto y bien peinado. Era una mujer muy elegante, a pesar de que pasaba mucho tiempo trabajando en el campo con su marido. Era muy buena con los caballos. En la actualidad se estaban especializando en la crianza de caballos de raza árabe. Eran un buen equipo pero, sobre todo, una buena familia. Su relación había conseguido que Annie volviera a creer en la existencia del amor verdadero y de que éste podría durar mucho tiempo si se cuidaba y alimentaba día a día. Y la preciosa Emily venía a completar su felicidad a la perfección. Era una delicia trabajar para ellos.

Recordó lo nerviosa que había estado la primera vez que había conducido hasta el rancho para la entrevista de trabajo. El paisaje le había despertado viejos recuerdos de su infancia, lo que había hecho aún más duro el trayecto. En muchos aspectos, era como si estuviese volviendo a casa, aunque no sabía si iba a ser bienvenida allí. Además, tampoco sabía qué iba a hacer cuando estuviera allí. Se preguntaba si lo mejor sería decirle a Josh cuanto antes que compartían un padre o si sería mejor que intentara conseguir el empleo y esperar a que llegara el momento oportuno. Pensó que quizá la mirara y supiera de inmediato que era su hermana.

Pero no había ocurrido así. Si su parecido hubiera sido tan obvio, alguna otra persona se habría dado cuenta. Esperaba que hubiera química entre ellos y no la echaran con cajas destempladas del rancho.

Había llamado a la puerta con las rodillas temblando y conteniendo el aliento mientras oía cómo alguien se acercaba a abrir. La puerta se había abierto y había aparecido Josh. Desde luego, ni la había reconocido ni había sospechado nada, pero entre los dos hubo una conexión inmediata, aunque no en un sentido romántico. Le sonrió y abrió la puerta de par en par para dejarla pasar. Annie supo en ese momento que el trabajo era suyo.

Se preguntaba si Josh se daría cuenta de las similitudes entre los dos. Annie descubría más detalles comunes cada día. Sus bocas se torcían hacia el mismo lado cuando sonreían. Lo más seguro era que él no sospechara nada. Temía su reacción cuando por fin le contara la verdad, no quería ni pensar en ello. Su relación era tan buena por el momento que no quería correr el riesgo de arruinarla. Todavía no.

– La verdad es que no voy a volver a trabajar aquí -le explicó mientras abrazaba a Emily-. Parece que voy a conseguir otro empleo.

– ¿Vas a poder seguir trabajando con nosotros los jueves? -preguntó él algo preocupado.

– Desde luego -dijo ella.

Aunque la verdad era que aún no se lo había comentado a Matt y no sabía cómo se lo tomaría al saber que era un McLaughlin para quien trabajaba.

– Fenomenal -dijo aliviado mientras tomaba de nuevo a Emily-. Sólo me había pasado de camino a la tienda porque Cathy me pidió que te pidiera que fueras una hora antes este jueves. Quiere que la acompañes, si puedes, a los Estudios Graban para hacerle unas fotos a Emily.

– Muy bien. Será divertido.

– Sí, seguro -dijo él con una mueca-. Ya veremos qué tal se porta.

– Estoy segura de que Emily tiene talento para posar, ¿verdad, mi amor?

Emily rió de nuevo y Josh le pidió que dijera adiós a Annie.

– Bueno, te veo el jueves -se despidió él.

– Muy bien. Hasta luego.

Matt apareció en ese momento. Justo a tiempo para observar como se alejaba Josh.

– ¿No era ése Josh McLaughlin? -preguntó con brusquedad.

Annie asintió.

– No sabía que os conocierais -dijo con el ceño fruncido, tal y como se esperaba de un Allman ante la presencia de un McLaughlin y viceversa-. ¿Qué quería?

Por suerte, Nina apareció en ese momento con el café y huevos para dos y no tuvo que contestarle. Sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo, pero no estaba aún preparada. El bebé estaba dando patadas, lo que la dejó casi sin aliento. Puso su mano donde presentía que estaba el pie del niño, intentando así apaciguarlo.

– ¿Has hablado con Millie? -preguntó intentando cambiar de tema.

– Sí, se lo he dicho. Siente perderte, pero lo ha entendido, sobre todo después de lo que ocurrió ayer. Espera que te vaya muy bien -le contó él mientras extendía mantequilla en su tostada-. Le gustaría que te pasaras hoy a verla cuando tengas tiempo.

– Claro. Ya había pensado en hacerlo.

– Pero no dejes que te convenza de nada.

Annie lo miró. Sentía muchas cosas muy distintas al mismo tiempo. Le gustaba Matt, pero tenía miedo de depender de él.

Se preguntaba por qué estaba siendo tan amable con ella. Cualquier otro hombre habría levantado ya sus sospechas, aunque ya las había tenido cuando la había sacado de su apartamento en mitad de la noche. Pero ahora, y a pesar del beso, estaba segura de que no tenía oscuras intenciones.

Quizá fuera sólo un médico extremadamente concienzudo, preocupado por el bebé y por lo que ella estaba comiendo y haciendo durante la gestación. Quizá hubiese algo de eso, pero había algo más. Algo que conseguía conmoverlo en sus entrañas. Quizá fuese el hecho de que iba a entregar al bebé en adopción. Porque palidecía cada vez que salía el tema. Se preguntó si intentaría convencerla para que no lo hiciera.

Pero ahí estaba el problema. No podía ponerse en una situación en la que fueran otras personas las que le dijeran lo que debía o no debía hacer sólo porque ella se sintiera agradecida con ellas.

Tenía que ser fiel a sí misma, aunque para ello tuviera que prescindir de Matt y de su ayuda.

– ¿Sabes, Matt? -comenzó con cuidado-. Agradezco mucho lo que estás haciendo por mí, pero soy yo la que tiene que tomar las decisiones sobre mi vida. Voy a ir contigo y ver qué tal es el trabajo que me ofreces. Pero no puedo prometerte nada. Quizá no lo acepte y tenga que buscarme otra cosa.

Matt la miró intentando contener su desazón. Annie parecía no entender que todo lo hacía por su bien y el del bebé. Parecía seguir cuestionando sus intenciones.

Pero se dio cuenta de que no era así. Vio en sus ojos que lo que sentía era preocupación e incluso miedo. Le habían hecho daño en el pasado y no quería volver a confiar en nadie. De nada serviría que se enfrentara con ella, sólo haría que las cosas empeoraran.

La siguió mirando y se relajó. Había algo en ella que lo emocionaba de verdad. Parecía pequeña y vulnerable. Estaba embarazada y sola. Pero era valiente y defendía con uñas y dientes sus valores y sus decisiones. Había conseguido tocar su corazón de una manera muy especial. Pensar en ella le hizo recordar a Penny.

– Annie -dijo mientras tomaba su mano ante la sorpresa de ella-. Háblame del padre del niño. ¿Qué pasó?

Se quedó mirándolo y, de pronto, sus ojos se llenaron de lágrimas.

– ¡Vaya! -exclamó ella usando una servilleta para secar sus ojos-. Nunca me había pasado esto. Nunca lloro.

– Llora todo lo que quieras -la animó mientras apretaba con fuerza su mano-. Desde este rincón del restaurante no te ve nadie. Así que si necesitas llorar…

– ¡No! -dijo ella apartando su mano y mirándolo a través de las lágrimas-. No quiero tu compasión ni la de nadie. Eso es lo que me hace llorar.

Matt se echó hacia atrás en la silla y sonrió.

– De acuerdo, no volveré a apiadarme de ti.

Annie respiró profundamente, aún temblando, y lo miró a los ojos.

– Perfecto. Espero que así sea.

Se aclaró la garganta e intentó cambiar las lágrimas por una sonrisa sin mucho éxito. Resultaba tan cómica que Matt fingió concentrarse en la comida para no reírse en su cara.

– Escucha, Annie. Olvida lo que te he preguntado. Si no puedes hablar de ello…

– Sí que puedo -repuso con fortaleza-. Sólo necesito un momento -dijo antes de tomar un sorbo de café y mirarlo desafiante-. Conocí a Rick cuando estaba estudiando Enfermería. Nos conocimos en la cafetería de la escuela. Me choqué con él y mi gelatina de limón cayó al suelo.

Annie hizo una pausa y Matt asintió para mostrarle su apoyo. Tenía la mirada perdida en el pasado, quizás intentando comprobar si seguía sintiendo lo mismo, si su memoria no la traicionaba. Matt se alegró de que se hubiera decidido a contarle la historia, en vez de intentar salir del paso con sus habituales sarcasmos. Se sintió sobrecogido al reconocer que tenía el insaciable deseo de conocerla mejor. Quería saber dónde se había criado, cómo era su familia, qué experiencias la habían convertido en la mujer que era entonces.

No estaba seguro de por qué se sentía así. Pero mucho se temía que tuviera que ver con el hecho de que no hacía otra cosa que pensar en el sabor de su boca cuando la había besado inesperadamente la noche anterior. Intentó quitarse aquello del pensamiento para prestar atención a cada detalle de la historia que iba a contarle.

– Rick me ayudó a recoger la gelatina y nos estuvimos riendo un buen rato. Después insistió en invitarme a comer en un buen restaurante para resarcirme por aquello -dijo Annie sonriendo al recordar aquel momento-. Era muy distinto a los otros hombres que había conocido antes. Me enamoré de él como la estúpida colegiala que se enamora del primer chico que la besa. Ahora me doy cuenta de lo patético que fue.

– Es natural enamorarse.

– Sí, pero enamorarse de impresentables no es natural, es estúpido. Debería haberme dado cuenta. Era muy guapo, ya me había fijado antes en él. A todas las chicas del curso de Enfermería nos habían advertido que tuviéramos cuidado con alguno de los estudiantes de Medicina. Lo cual los hacía aún más apetecibles a nuestros ojos, claro.

– Claro.

Annie bebió un trago de café antes de seguir.

– Era muy interesante. No paraba de hablar de sus viajes a Europa, de yates y de gente famosa. Formaba parte de otro mundo. Uno que me era completamente nuevo y me deslumbró. No podía creerme que alguien como él me prestara atención -dijo sonriendo de nuevo-. Solía acercarse mucho a mi cara cuando hablaba conmigo, me hacía sentir como si fuera la única persona que le importara en el mundo -añadió riendo con amargura-. Pero ahora estoy segura de que su mente estaba lejos dé allí.

Matt asintió comprensivo con la cabeza, a pesar de que estaba un poco molesto. El tipo tenía toda la pinta de ser un estafador y no podía creerse que una chica lista como Annie se hubiera tragado sus patrañas.

– Hay muchos políticos como él -le dijo con brusquedad.

– Eso dicen. Lo más seguro es que haya votado a alguno de ellos. Igual que caí en las redes de Rick.

Matt esperó un instante. Annie permanecía callada, mirándose las manos.

– ¿Estabas enamorada de él? -le preguntó finalmente.

Annie dudó un momento antes de contestar y el corazón de Matt se aceleró. No entendía por qué le preocupaba tanto su respuesta.

– Creí que lo estaba -contestó ella mirándolo con honestidad-. De verdad que sí. Pero… Es curioso. En el mismo instante en que me dijo que me librara del bebé o no volvería a salir conmigo, toda la fantasía que me había creado en torno a él cayó y vi, claramente y por primera vez, al verdadero Rick -explicó con una mueca de desagrado-. Y no me gustó nada en absoluto. Después dijo que su familia contrataría a detectives que demostraran que él no era el único hombre con quien yo había estado…

Lágrimas, de ira esta vez, amenazaron con llegar a sus mejillas y la emoción hizo que se interrumpiera.

– ¡Menudo capullo! -dijo Matt con frialdad-. A lo mejor debería ir a hacerle una visita y…

– ¡No! Eso sería una locura.

Annie se quedó mirándolo, sorprendida por la rapidez con la que Matt había salido en su defensa.

– Además, ¿por qué crees que Rick no tenía razón? -le preguntó con suavidad mientras buscaba una respuesta en sus ojos.

– Porque te conozco -le repuso él sin dudarlo un instante.

– No, no me conoces -protestó ella sorprendida y algo asustada.

– Sí, te conozco -insistió él sin apartar la mirada.

Sus palabras consiguieron que se emocionara de nuevo. Buscó una servilleta y Matt aprovechó para dejar el dinero del desayuno encima de la mesa.

– Venga -dijo de repente-. Vámonos.

– Espera, tengo que hablar con Millie.

– Ya lo haremos después.

Annie no protestó porque no le apetecía hablar con nadie más en ese momento. No estaba de humor para ello. Dejó que la llevara fuera del restaurante y hasta el aparcamiento. No tenía energía suficiente para resistirse. Al contarle la historia se había quitado un peso de encima, pero se había quedado agotada.

– Podemos volver luego y comer aquí -sugirió Matt mientras iban hacia los coches-. Y entonces podrás hablar con Millie.

Annie lo miró de reojo. Matt usaba el plural en cada frase, como si fueran una pareja. Tenía que cortar aquello de raíz.

Matt había aparcado su deportivo al lado del viejo coche de Annie. Las comparaciones eran inevitables. Ella abrió la puerta de su coche y se volvió hacia él.

– Aquí no hay un nosotros -le dijo.

– ¿Qué? -preguntó sorprendido.

– Que llevas todo el día usando el plural como si estuviésemos juntos. Olvídate de ese nosotros, porque sólo somos Annie Torres y Matt Allman. Yo soy yo y tú eres tú. Dos personas por separado. Nada de nosotros.

– ¡Ya veo! -dijo cuando se dio cuenta de lo que pasaba-. Estoy de acuerdo. Por supuesto. Así es como tienen que ser las cosas. Lo siento. Mediré mis palabras a partir de ahora.

– Muy bien. Fenomenal -dijo ella mientras se metía en el coche.

Annie odiaba verlo allí observándola. No era nada fácil colocarse en su asiento con su enorme barriga.

– Nos vemos en el aparcamiento de Industrias Allman -le dijo mientras ponía en marcha el motor.

Fue un alivio oír el rugido del motor, porque no siempre arrancaba a la primera. Metió la marcha atrás. Matt seguía mirándola.

– ¡Tonto el último! -gritó por la ventana con tono infantil-. ¡Te voy a ganar!

Vio divertida la cara de preocupación de él al verla salir del aparcamiento antes de que tuviera tiempo de abrir la puerta de su deportivo.

– No te preocupes -dijo Annie, como si pudiera oírla-. No voy a ir muy deprisa. Voy a cuidar mucho de este bebé. Ya verás.


El interior del edificio de Industrias Allman parecía tan anticuado como las fachadas, pero estaba lleno de vitalidad y actividad.

Pero Annie se dio cuenta de que había algo más en el ambiente. Al principio no supo qué era, pero luego todo cobró sentido. Era el espíritu de Jesse Allman, el padre de Matt. No lo había visto allí y tampoco en la casa de la calle Álamo, pero su presencia era constante en los dos sitios. Era como si hubiera convertido ambos edificios en casas encantadas. Había oído hablar de él toda su vida y recordaba haberlo visto cuando era pequeña.

Era el enemigo de su padre, William McLaughlin. Nunca había tenido claro si debía unirse a Jesse Allman para vengarse de un padre que había estado siempre ausente o si debía estar contra él y del lado de los McLaughlin. Su forma de ver las cosas fue cambiando con el tiempo. Ahora podía verlo todo con mayor objetividad y se daba cuenta de que ambos habían sido unos imbéciles. Formaban parte de una generación en la que creían que los hombres que conseguían el éxito tenían derecho a convertirse en despóticos reyes.

Matt era distinto. Al menos eso creía Annie. Sintió que debía darle las gracias.

– Matt -le dijo mientras lo tomaba del brazo al entrar en el edificio-. Ya sé que a veces soy un poco antipática, pero quería decirte que aprecio mucho lo que estás haciendo por mí.

– Soy yo quien debo darte las gracias -dijo sonriente.

– ¿Porqué?

– Has conseguido que, para variar, piense en otra persona que no sea yo. Los dos vamos a hacer todo lo posible por el bien de este bebé -le dijo mirando su barriga-. Pero hasta entonces, ¿qué sabes hacer?

– Ya te lo dije. Tengo conocimientos de Enfermería.

– ¿Y de mecanografía?

– Un poco.

– Eso bastará. Con que uses dos dedos será suficiente por ahora. No hay mucho que escribir -explicó mientras saludaba con la cabeza a la recepcionista-. Lo que necesito más que nada es alguien que me organice la agenda y los horarios. También quiero que filtres las llamadas, organices las reuniones y coordines las actividades con los empleados de la otra clínica.

– Creo que podré ocuparme de todo eso.

– Muy bien.

Matt le enseñó el edificio y le presentó a muchos de los empleados. Terminaron el recorrido en su despacho, en la primera planta. Era una oficina sencilla, pero con muebles modernos y mucho gusto en la decoración. Ella estaría en una mesa en la salita de entrada al despacho. Matt trabajaba en la habitación contigua. Ambas estaban comunicadas por una puerta. No le costó mucho trabajo habituarse a usar el ordenador, las impresoras, la fotocopiadora y la centralita telefónica. Alguien llamó y Matt tuvo que ir a otro despacho.

– ¿Vas a estar bien? -le preguntó antes de salir.

– Claro -le dijo, encantada de tener algo de tiempo para ella-. Vete a esa reunión.

Se dio cuenta de que Matt no quería irse y dejarla sola y suspiró preocupada. Si quería que funcionara su relación laboral, Matt iba a tener que darle un respiro.

Decidió comenzar ordenando los ficheros. Sería una buena manera de aprender de qué iba su nueva ocupación.

Una hora después, seguía liada con esa tarea cuando una joven guapa y rubia se asomó por allí.

– ¡Annie!

Levantó la cabeza y vio a la hija de Millie en la puerta. La había visto unas cuantas veces en el restaurante. Se iba a casar con uno de los hermanos de Matt, Rafe.

– ¡Shelley! ¡Pasa, por favor!

Entró y echó un vistazo al despacho.

– Me han dicho que vas a trabajar aquí. Será genial. Tenemos que comer juntas un día de estos.

– Por supuesto.

Shelley le sonrió. Estaba radiante de felicidad. Parecía que su compromiso y futura boda le habían sentado muy bien.

– Seguro que mi madre te echará de menos en el restaurante. Siempre me ha dicho que eres muy buena camarera. No tiene más que elogios para ti.

– Quiero mucho a tu madre. Ha sido una jefa estupenda, pero con el parto tan cerca ya…

– Claro, lo entiendo. Un trabajo de oficina es mucho mejor para ti ahora… -dijo sonriendo al oír una voz en el pasillo-. ¿Quieres que te presente a Rafe? Es mi prometido.

Annie rió con ganas. Shelley estaba obviamente deseando presentárselo. Sabía que Rafe ejercía como presidente en funciones de la empresa durante la enfermedad de su padre, a pesar de que Matt era el mayor y el preferido del padre para ocupar ese puesto. También había oído que Shelley acababa de conseguir un importante ascenso y ahora dirigía el departamento de investigación y desarrollo. Eran, sin duda, una pareja de éxito.

– Claro -respondió Annie-. Me encantaría conocerlo.

Shelley salió al pasillo y lo llamó.

– Ven a conocer a Annie Torres.

El hombre que entró no se parecía demasiado a Matt. Tenía un aire indómito y oscuro que sorprendió a Shelley. Pero su cara se iluminó al instante con una sonrisa tranquilizadora.

– Así que eres la culpable de la pequeña revolución que ha habido hoy en la casa de los Allman. Debes de haber causado sensación, porque llevo toda la mañana recibiendo llamadas.

Annie se sonrojó. Todo aquello era una locura. Nunca se sonrojaba. Claro que tampoco solía llorar. Parecía que ese día iban a cambiar muchas cosas.

– Creo que estás exagerando un poco -protestó ella.

– No, de verdad. Lo he oído todo acerca de Matt y de ti.

– ¿De Matt y de mí? -repuso a la defensiva-. Ese concepto no existe. Todo el mundo está sacando una idea equivocada de esto. Su interés en mí es puramente profesional y médico -concluyó mientras acariciaba su abultada barriga.

– ¡Ah! -dijo Rafe con media sonrisa-. Seguro que sí. Rafe y Shelley intercambiaron miradas.

– Bueno, Annie. Ha sido un placer conocerte. Ya nos veremos. Shelley pasa mucho tiempo en la casa, preparándose para la boda.

– Y Rafe también pasa mucho tiempo en la casa. Pero sólo porque quiere -repuso Shelley burlándose de él-. No sé para qué se ha comprado un piso. Apenas va por allí.

– Bueno, a veces resulta bastante útil tener un piso -se defendió Rafe con picardía.

– Será mejor que dejemos que sigas trabajando -dijo Shelley riendo mientras salía-. ¡Nos vemos!

Annie se despidió y siguió con los archivos. No pudo evitar escuchar otro comentario antes de que salieran del despacho.

– Tiene hoyuelos -susurró Rafe a Shelley-. A Matt le encantan las chicas con hoyuelos.

– ¡Calla! -le dijo ella.

Annie se quedó parada. Se sentía como un pez nadando contra corriente. No entendía qué le pasaba a todo el mundo.

«Será mejor que no les haga caso. Están enamora-dos hasta los huesos y sólo bromean intentando emparejar a toda la gente», pensó Annie.

Se preguntó cómo sería estar enamorada hasta los huesos de alguien. Había llegado a creer que quería a Rick, pero no tenía nada que ver con el amor. Simple-mente lo admiraba. Había conseguido impresionarla, pero no era amor verdadero. Y ella había sido una tonta por acceder a tener relaciones íntimas con un hombre al que realmente no quería.

La verdad era que nunca había estado enamorada. Amar significaba darse a otra persona, arriesgarse a sufrir. Y ella había sufrido esas consecuencias sin llegar a estar enamorada. Se había acercado, a algo parecido al amor sin llegar a disfrutarlo plenamente. Y, aun así, se había quemado y pagado un alto precio. Ahora prefería no ir más allá del respeto hacia otra persona. El amor era para quien pudiera permitírselo, no para ella.

El bebé se movió dentro de ella y se relajó al momento. Acarició la zona y le dedicó palabras de cariño. Siguió trabajando. Eso era lo que necesitaba. No podía seguir pensando en Matt y en lo que los otros esperaban que sucediera.


El trabajo era más interesante de lo que había anticipado. Le gustaba poner orden donde reinaba el caos, así que disfrutó creando un nuevo sistema de archivar los mensajes y organizando el despacho para hacer las cosas más fáciles. Estaba tan inmersa en su tarea que perdió la noción del tiempo.

– ¡Hola! ¿Alguna novedad por aquí? -preguntó Matt entrando en el despacho.

Alzó la mirada y lo vio observándola sonriente. Annie le devolvió la sonrisa. Estaba decidida a mantener una relación estrictamente profesional con él.

– Veamos -comenzó pensativa-. Has tenido tres llamadas. Tienes una reunión en el hospital a las tres y Rita quiere que llames a tu padre cuanto antes porque le preocupa mucho el contrato de Núñez.

– Cree que si consigue que sea yo quien negocie ese contrato me tendrá atado a la empresa durante el resto de mis días -dijo con un quejido antes de mirar a su alrededor extrañado-. ¿Has hecho algo con la oficina? ¡Está distinta!

– No mucho. He limpiado el polvo, ordenado un poco y movido algunos archivadores de sitio.

– Bueno, sea lo que sea, recuérdalo para decírselo a Maureen cuando vuelva.

– Sí, claro -repuso ella riendo-. Le va a encantar que su sustituía temporal le diga cómo hacer mejor su trabajo.

– Bueno, si funciona… -dijo mientras entraba en su despacho para dejar el maletín-. Se ha hecho tarde. ¿Estás lista para ir a comer?

Dudó un segundo. Era una de esas ocasiones en las que tenía que aprovechar para hacerle ver que no eran una pareja.

– Puedo ir yo sola al restaurante.

– ¿No quieres comer conmigo? -preguntó mirándola con sus grandes ojos.

– Matt, no me hagas esto.

– ¿El qué?

– No me pongas en estas situaciones. No podemos ir a todas partes juntos. La gente… La gente va a pensar que…

– ¿Que estamos enamorados? -añadió él burlonamente.

– No creo. Pero eres mi jefe, no mi novio. Así que no deberíamos actuar como si lo fueras.

– Como jefe tuyo -insistió él-, te invito a comer para celebrar tu primer día de trabajo.

– Matt…

– Insisto.

Annie sacudió la cabeza, cediendo ante la presión. La verdad era que, muy dentro, le gustaba complacerlo. Estaba de nuevo en zona de peligro y dejándose llevar por la tentación.

– Te prometo que no te obligaré a comer conmigo ningún otro día esta semana -dijo él divertido.

– ¿Y qué pasará la semana próxima? -preguntó ella con rebeldía-. Si es que hay una semana próxima, claro.

– ¿Por qué? ¿Es que esperas que llegue el fin del mundo? -preguntó con sarcasmo.

– No -repuso Annie mirándolo con algo de hostilidad-. Pero quizá entonces ya me hayas despedido.

– Lo dudo mucho -dijo sonriente-. Entre tanto, vamos a comer algo.

Annie dejó que esperara unos minutos más. Pero luego se ablandó y tomó su bolso.

– Muy bien, Matt. Pero tenemos que intentar que los demás no se lleven una idea equivocada de lo que hacemos juntos.

– ¿Por qué te importa tanto lo que piensen los demás? -le preguntó con enfado en su voz.

– Tengo que hacerlo -dijo levantando la cara-. Me he pasado la vida luchando contra lo que otros pensaban de mí. Es importante.

– Annie… -dijo él con dulzura y alargando la mano hacia ella.

– Y una cosa más -lo interrumpió evitando su mano con destreza-. Es sobre mi decisión.

– ¿Qué decisión?

– La de trabajar aquí o no.

– ¡Ah! ¡Esa decisión!

– He decidido aceptar el trabajo. Pero necesito tener libres los jueves por la tarde.

– ¿Los jueves? ¿Para qué?

– Los jueves… -se interrumpió para respirar hondo-. Los jueves trabajo en el rancho de los McLaughlin.

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