Capítulo 7

QUÉ DICES? -preguntó él con la mirada fría como el hielo.

– No puedo quedarme aquí -aseguró volviéndose hacia él-. ¿No te das cuenta? Todo el mundo habla de nosotros y tu familia está atónita. Todos me miran como si supieran qué está pasando aquí. Y no lo soporto.

Seguía mirándola con seriedad, pero asintió lentamente. Se daba cuenta de que tenía sentido.

– Crees que sería mejor que no pasásemos mucho tiempo juntos. Supongo que tienes razón.

Se miraron y Matt no tuvo que decir nada más. Los dos sabían que la atracción entre ellos estaba creciendo por momentos y que, si no hacían algo para cortarlo, acabaría explotando.

Al principio se había sentido avergonzada al dejarle ver en el puente que deseaba que la besara, pero ahora sabía que Matt la entendía. Había tenido un momento de debilidad del que, por fortuna, él había sabido salir del paso. Podían seguir así o evitar pasar demasiado tiempo juntos. Si eso no funcionaba, Annie estaba dispuesta a volver a Houston, donde tenía algunos amigos.

– No te preocupes. Tengo una idea.

– Yo también -dijo ella con un suspiro-. Será mejor que me vaya.

– No, me voy yo.

– ¿Qué? -preguntó atónita.

– No pasa nada. Me iré a vivir al piso de Rafe. Tiene sitio de sobra.

– Pero, ¡es una locura!

– No. Será mejor para todos -insistió él, resuelto y contento con su decisión-. Así estaréis aquí todas las mujeres y os podréis dedicar de lleno a preparar la boda. Los chicos nos mantendremos al margen.

– Buena idea.

Annie se volvió y vio a Rita bajar al escaleras del porche llevando una bandeja con bebidas. Parecía haber oído casi toda la conversación.

– Matt tiene razón. Será lo mejor. Nos encantará que te quedes y nos eches una mano, Annie. No tienes ni idea de la cantidad de regalitos y flores de papel que tenemos que preparar.

– Os ayudaré todo lo que pueda -le aseguró Annie-. Pero para ello no hace falta que viva aquí.

Rita dejó la bandeja sobre la mesa y tomó las manos de Annie.

– Quédate, por favor. Queremos que te quedes. Perdona mi comportamiento de esta mañana. Es que todo fue tan repentino… -dijo mientras miraba de reojo a su hermano-. Sé que cuanto más te conozcamos, más contentas estaremos de que vivas aquí.

Annie dudó. La verdad era que no tenía muchas opciones y estaban siendo muy amables invitándola.

– De acuerdo. Supongo que podemos probar por un tiempo.

– Por cierto -dijo Matt satisfecho con la situación-, han traído casi todas las cosas de tu apartamento. La ropa está en tu dormitorio. El resto lo han dejado en un trastero.

– ¡Muchas gracias! -exclamó encantada al no tener que volver a ese lugar.

Era increíble cómo Matt se hacía cargo de todo y organizaba las cosas antes de que ella misma se diera cuenta de que había algo que solucionar.

– Entonces, supongo que no hay nada más que decir. Me quedaré aquí por el momento -dijo sonriendo a Matt.

– Fenomenal -repuso él yendo hacia la casa y desabotonándose la camisa al mismo tiempo-. Ahora que todo esta solucionado, voy a ponerme algo más cómodo antes de la cena.

El simple gesto de Matt hizo que algo temblara en el pecho de Annie. Miró a Rita sonriendo nerviosa, esperando que su reacción no hubiese sido obvia. Se dispuso a repartir las bebidas por la mesa. Parecía que iba a quedarse, pero no se sentía bien. Aunque Matt no estuviera allí, seguía dependiendo indirectamente de él y de la ayuda de su familia. Y eso no le agradaba en absoluto. A veces esa ayuda se esfumaba cuando más la necesitaba uno. Tenía experiencia en ello. Debía ser fuerte.

La cena fue alegre y divertida. Todos hablaron. Todos menos Annie. Tenía la sensación de que hacía tiempo que los conocía a todos. Uno de los puntos culminantes de la noche fue conocer a Kurt. Era guapo, alto y simpático. Y, además, era su primo.

Era muy especial conocer a familiares. Aunque sólo ella sabía que lo eran. Sabía que Kurt le iba a caer tan bien como lo había hecho Josh. Observó cómo seguía a Jodie con la mirada a donde quiera que ella fuera. Estaba completamente enamorado de ella. Y parecía buena persona, lo que debería ser suficiente para demostrar a todos los demás que los McLaughlin eran humanos después de todo.

Miró a Matt y lo sorprendió observándola sin descanso. Se ruborizó de inmediato. Le habría gustado decirle que no lo hiciera, pero los demás lo habrían notado. Además, reconocía que aquello la hacía sentir muy bien.

– Voy a subir a ver a Jesse -anunció Kurt mientras los otros comenzaban a recoger los platos-. Tengo asuntos que comentar con él.

Annie hizo una mueca. Aún no había visto a Jesse Allman por allí. No se encontraba bien y pasaba la mayor parte del tiempo en la cama. Se lo imaginaba como un hombre solitario y poderoso tramando confabulaciones desde el piso superior de la casa. La idea le hizo sentir un escalofrío. No sabía por qué tenía esa imagen tan oscura de él. Procedía de su infancia y esperaba que no se acercara a la realidad.

Media hora más tarde, cuando todo estaba recogido, algunos de ellos se enfrascaron en un juego de mesa. Matt no estaba allí. Se había excusado hacía ya un rato y aún no había regresado. Sin saber muy bien por qué, Annie se disculpó también y se fue hacia la casa para buscarlo. Quería aclarar con él algunas cosas y pensó que quizá fuera el momento adecuado.


Matt oyó a alguien entrando en la casa y se preguntó si sería Annie. Había dejado la puerta de su dormitorio abierta y estaba haciendo la maleta con tanto ruido que cualquiera podría localizarlo fácilmente. No sabía si lo había hecho a propósito, si estaba deseando que ella lo encontrara. Quizá fuera así.

Se volvió hacia la puerta y allí estaba Annie, mirándolo con su voluminosa y rizada melena danzando alrededor de su cara. Un mechón rebelde caía seductor sobre sus ojos. La visión hizo que el corazón le diera un vuelco.

– ¿Qué haces? -preguntó ella con algo de culpabilidad en su cara.

– La maleta -dijo mientras metía un par de calcetines.

Siguió organizando sus cosas con ella allí. Le pareció que el dormitorio se iluminaba con su presencia.

Esa mujer había cambiado su vida. Era completamente ridículo, apenas la conocía, pero había tirado a la basura su equilibrada existencia y ahora Annie ocupaba su mente las veinticuatro horas del día. Cuando la conoció, él estaba obsesionado con su propio hijo, intentando localizarlo. Estaba angustiado y llamaba al detective cada dos por tres esperando noticias. Ahora también estaba preocupado por Annie. Y todos esos sentimientos impedían que continuase con su vida como antes. Sólo pensaba en ella, pero la verdad era que no quería dejar de hacerlo.

– Me siento fatal. Te estoy echando de tu propia casa -le dijo ella.

Seguía cerca de la puerta. Lejos de Matt, pero no lo suficiente como para que no se sintiera intoxicado por su presencia.

– No me estás echando. Estoy encantado de abandonar esta casa de locos.

– ¿Hablas de la locura de la boda?

– Así es.

Pero eso no era todo. Había mucho más. «Annie, Annie, si supieras el efecto que tiene en mí sólo oír tu voz… Y tu aroma… Y tu preciosa y preocupada cara…», pensó él al borde de la desesperación. Era una locura, pero su cuerpo también estaba respondiendo a Annie. Se sentía como si estuviera bajo los efectos de alguna droga o de un exceso de cafeína.

«¡Tengo que salir de aquí como sea!», pensó irritado consigo mismo.

Annie se sentó en la cama y la hizo rebotar. Era una buena cama, firme pero muy elástica. Saltó de nuevo, encantada como una niña en una atracción de feria.

Matt tuvo que controlarse para no gemir. La situación era exasperante. Annie era preciosa y sus movimientos desencadenaron un montón de imágenes en la mente de Matt. Se imaginó cómo sería tenerla entre sus brazos, cómo se moverían juntos y cómo el colchón cedería bajo sus cuerpos. Annie estaba torturándolo sin saberlo.

Por fortuna, ella no debía de saber cómo se sentía. Tampoco Matt lo entendía. No comprendía cómo le atraía tanto una mujer que estaba a punto de tener el bebé de otro hombre. Intentó justificarse pensando que se sentía así por Penny y el complejo de culpabilidad que le creaba no haber estado a su lado en los momentos duros. Pero las cosas estaban yendo mucho más lejos. Intentaba convencerse de que sólo era un capricho, algo temporal que acabaría por pasar y que recobraría la cordura pronto. Pensaba que en el futuro se reiría recordando cómo se había sentido durante algún tiempo por esa mujer. ¿O quizá no?

– ¿Es esta habitación la misma que tenías de pequeño?

– No. Esta parte de la casa la construyeron cuando estaba en el instituto. Y ha sido mi dormitorio desde entonces. Éste ha sido mi hogar, mi nido y mi base de operaciones. Me fui a la universidad y volví a esta misma habitación.

Annie asintió mientras miraba las fotografías, los trofeos de béisbol, los libros y las revistas. Matt se arrepintió de haberle contado lo importante que era esa habitación para él cuando recordó lo que Annie le había confesado en el parque. Ella había crecido sin un hogar. A los otros sentimientos se unía la necesidad urgente que tenía de protegerla, de no dejar que nadie ni nada la hirieran. Pero sabía que si alguien podía hacerle daño, ése era él. Cuanto más lo pensaba, más convencido estaba de la necesidad de abandonar esa casa.

Annie se levantó de la cama y comenzó a leer los títulos de los libros.

– Quería comentarte algunas cosas, Matt. Necesito tomarme una hora libre el viernes. Tengo cita con el doctor Marín.

– Bueno. Si quieres yo puedo… -comenzó él levantando la mirada hacia ella.

– No, no puedes -interrumpió ella mirándolo también-. ¿Qué estás pensando? ¿En asistir el parto cuando llegue el momento?

– Bueno, podría hacerlo si fuese necesario -dijo con media sonrisa y encantado ante tal posibilidad.

– De eso nada.

Matt sabía que Annie tenía razón. Estaban tomando demasiada confianza como para que pudiera ser objetivo con ella. Además, el doctor Marín era un buen profesional.

– Y luego está lo de los jueves por la tarde. No voy a poder ir al despacho.

– Sí, ya me lo dijiste.

Había albergado la esperanza de que Annie acabara dándose cuenta de que no necesitaba ese segundo empleo, pero parecía no ser así. Quería convencerla de lo inapropiado que era que trabajase para los McLaughlin sin mostrar su enfado.

– Pero tenemos que hablar de eso.

– No hay nada de lo que hablar. Trabajo en el rancho de los McLaughlin los jueves por la tarde.

Sabía que, para controlar la ira, debía contar hasta diez antes de contestar, pero no pudo pasar de cinco.

– Pues tendrás que dejar de ir -dijo con firmeza.

– No -contestó ella con más firmeza aún-. No voy a dejarlo.

Su tono lo dejó helado. Estaba claro que hablaba en serio. No entendía que arriesgase un buen trabajo por conservar unas horas en ese rancho.

– Es importante para mí que no lo hagas -dijo con tanta calma como pudo.

– Lo siento -contestó sin vacilar-. Pero lo voy a hacer y no podrás convencerme de lo contrario.

– ¿Por qué es tan importante ese trabajo? -preguntó perplejo.

– No es por el trabajo, es por Josh y Cathy McLaughlin. Me gusta trabajar para ellos.

– Muy bien. ¿Y qué tienen ellos de especial?

– Me necesitan -dijo tras dudar un segundo-. Y me caen muy bien.

El instinto de Matt le decía que había algo más, pero también sabía que no conseguiría ninguna respuesta si seguía presionándola, así que decidió ser más sutil. Se sentó en la cama y se apoyó en el cabecero.

– ¿En que consiste tu trabajo allí?

Annie lo miró y se sentó con cautela a los pies de la cama.

– Bueno, se supone que soy su asistenta. Pero lo que más hago es cuidar de la niña, un poco de limpieza y algo de cocina -se paró para comprobar si Matt la estaba escuchando-. Voy los jueves por la tarde durante cuatro horas. Eso le da tiempo a Cathy a ir de compras, quedar con sus amigas o ir al dentista. Necesita tiempo libre, trabaja muy duro en el rancho y casi siempre con el bebé a cuestas.

– He oído que Josh está haciendo muy buen trabajo poniendo en marcha el rancho después de que su padre lo llevara casi a la ruina. Pero claro, es una tarea de proporciones gigantescas.

Annie lo miró sorprendida. Ella había llegado a la misma conclusión por sí misma, a pesar de que no conocía la historia.

– Y, ¿cómo los conociste?

– Llamé cuando vi su oferta de trabajo.

– ¿No los conocías de antes?

– No.

Matt se quedó un momento en silencio.

– Sabes que estamos enfrentados, ¿verdad?

– Por supuesto. Nadie que haya vivido en Chivaree ignora lo de vuestra disputa. Porque empezó con la fundación del pueblo, ¿no?

Matt asintió en silencio.

– Eso fue hace muchísimo tiempo. ¿No es hora ya de acabar con ello?

– ¿Acabar con ello? -dijo sorprendido por la mera sugerencia-. No se puede acabar con algo que viene de tan antiguo.

– ¿Sabes qué? -repuso ella con cara de hastío-. Este enfrentamiento familiar será importante para vosotros y para los McLaughlin, pero para el resto de nosotros, fuera de vuestro paranoico mundo particular, no significa nada. Creo que deberíais superarlo y pasar del tema.

– Para ti es fácil decirlo -concluyó él.

Matt había dejado de pensar en ese tema. Al decirle Annie lo de su cita con el doctor Marin, recordó que ya le había comentado que él estaba ayudándola con sus planes de dar el bebé en adopción.

– ¿El doctor Marin es el que te ha puesto en contacto con el abogado para la adopción? -le preguntó.

– Sí -repuso ella extrañada y preocupada. Matt hizo una mueca de desagrado.

– Tienes otras opciones, ¿sabes? Deberíamos hablar de…

– Es una buena opción -lo interrumpió Annie antes de que Matt le explicara nada más-. Las adopciones funcionan bien y hay muchos ejemplos que así lo confirman. Mira a…

Se detuvo justo antes de hablarle del caso de Josh y Cathy, segura de que a Matt poco le importaría lo que pasara en casa de los McLaughlin.

– Ya lo sé -contestó impaciente-. Sólo quiero saber si estás segura de lo que haces y de que has contemplado otras alternativas.

Annie hizo un esfuerzo para no enfrentarse a él.

– ¿Es que crees que no lo he pensado? No es un capricho, he meditado mucho sobre ello.

– Sólo porque tu madre tuvo una mala experiencia no significa que a ti te vaya a pasar lo mismo. Las cosas están mejor ahora. Tú tendrás oportunidades con las que tu madre no pudo ni soñar. Tienes una educación. Sé que te irá bien.

– No tienes ni idea. Yo viví esa vida y tengo que pensar en el futuro de este bebé -dijo mirándolo desafiante-. ¿No crees que los niños necesitan un padre y una madre?

– Por supuesto. Si es posible. Por eso es por lo que…

No puso terminar la frase. Suspiró y respiró hondo. Annie lo miró a los ojos y vio que estaba atormentado.

– Tengo algo que decirte, Annie -le dijo con suavidad-. Ya debería haberlo hecho, pero es duro hablar de ello. No va a hacer que mejore la imagen que tienes de mí.

– ¿Por qué? ¿De qué se trata?

Oyeron risas en el piso de abajo. Los otros estaban subiendo las escaleras. Matt tomó su mano.

– Será mejor no hablar ahora. Voy a asegurarme de que no queda nadie fuera. Tú baja por la parte de atrás y te veo en el jardín dentro de un momento.

Annie se levantó de la cama con cara de preocupación. Se apartó para dejarlo salir, pero justo cuando pasaba junto a ella tocó su brazo, intentando consolarlo. Era como si pudiera leer su mente y saber lo que le estaba entristeciendo. Matt se detuvo y miró su preciosa cara antes de salir de la habitación. Sólo fue un gesto, pero expresó mucho más que las palabras. Le iba a ser imposible no enamorarse de esa mujer si seguía haciendo cosas como aquélla.


Annie lo esperó a la sombra de un viejo árbol que se erguía como un centinela a un lado del jardín. Había luz en la ventana del piso superior. Se imaginó que sería la habitación de Jesse Allman. Esperaba no tener que verlo por allí.

Vio a Matt salir por la puerta de atrás y salió a su encuentro. No tenía ni idea de qué le iba a contar, pero sabía que tendría algo que ver con la expresión de dolor y preocupación que atravesaba con frecuencia su cara.

– Hola -lo saludó ella.

– Gracias por bajar -le dijo-. ¿Vamos hasta el borde del barranco?

– Vale.

Había luces en los árboles que rodeaban el jardín, pero aún así la iluminación era bastante deficiente. Matt tomó su mano para evitar que se resbalase. Era muy agradable sentir su mano, pero intentó no pensar en ello.

Caminaron más despacio al llegar al borde del pequeño cañón. Él le soltó la mano. Se oía el sonido del agua corriendo entre las piedras al fondo del cañón. Era una noche fresca. Annie se giró hacia él, pero apenas podía adivinar sus facciones en la oscuridad.

– No es un secreto de estado -comenzó él-. Todos los de casa lo saben ya. Pero aún no te lo he comentado y pensé que debías saberlo.

– Entonces, dímelo -dijo ella sonriente e intentando animarlo.

– El mismo papel que jugó tu padre en tu vida, aquello por lo que lo desprecias… -dijo metiendo las manos en los bolsillos-. Bueno, yo he hecho lo mismo. Tengo un hijo en algún sitio al que no he conocido nunca.

– ¡Matt! -exclamó atónita.

– No sabía nada hasta hace un par de meses -prosiguió él mirando hacia el cañón.

A pesar de la oscuridad, Annie pudo adivinar la expresión de dolor en su rostro.

– ¿Qué pasó? -preguntó con suavidad.

– Bueno… -dijo él dudando un instante-. Te contaré toda la historia. Estudié Medicina en Dallas y allí hice las prácticas. Durante unos meses salí con una mujer, Penny. Era muy divertida y lo pasábamos muy bien juntos. Poco después comenzamos a tener relaciones íntimas. Después surgieron los problemas y nos peleamos. Penny se fue de Dallas y no volví a saber nada de ella.

Annie asintió. Cosas como ésa pasaban todos los días. Parecían inofensivas, pero podían tener enormes ramificaciones y consecuencias.

– ¿Estabas enamorado?

– ¿Enamorado? -repitió Matt, extrañado por la pregunta-. No. Fue una relación muy superficial. Éramos muy jóvenes y no creo que ninguno de los dos pensara que allí había amor verdadero.

Asintió de nuevo. Se preguntaba si Penny habría sentido lo mismo por Matt. Porque las cosas cambiaban si eras tú quien llevaba el bebé dentro. Lo sabía por propia y dolorosa experiencia.

– El caso es que recibí hace unas semanas una llamada de un viejo amigo común. Me preguntó por Penny y le dije que no sabía nada de ella. Y entonces me preguntó que qué había pasado con nuestro bebé -dijo él pensando en cómo lo había afectado la conversación-. Me quedé aturdido.

– ¿No tenías ni idea?

– No.

– ¿Has intentado ponerte en contacto con ella?

– Sí. Shelley dio con el paradero del hermano de Penny, que vive en San Antonio. Lo traje a Chivaree y le ofrecí trabajo en la empresa -explicó Matt-. Pero, por desgracia, Penny murió y nadie sabe qué pasó con el bebé.

– ¡Dios mío! -exclamó ella llevándose la mano a la boca.

Matt se giró y se apoyó contra un árbol.

– He contratado a un detective, pero aún no ha conseguido nada.

– Matt, lo siento muchísimo.

– Como te puedes imaginar, esto me da una perspectiva distinta de tu situación y de tus planes de dar el bebé en adopción. Me temo que mi hijo, o hija, fue adoptado y puede que nunca sea capaz de encontrarlo.

Annie tenía un nudo en la garganta. Se sentía fatal por él, por Penny y por el bebé.

– Pero Matt, el hecho de que lo estés buscando sólo habla bien de ti -dijo acercándose a él.

– Sí, pero es un poco tarde.

– Mi padre nunca lo intentó -dijo ella más para sí que para él-. Claro que no sé si llegó a saber de mí. A lo mejor nunca lo supo.

– Me pregunto si Penny intentó decírmelo y yo no fui sensible o ignoré los síntomas. ¡Soy médico! ¡Debería haberme dado cuenta!

Annie apoyó de nuevo su mano en el brazo de Matt, deseando saber qué hacer para consolarlo.

– Matt, no te hagas esto. Según la información que tienes, lo más seguro es que ni ella misma lo supiera hasta después de dejarte.

La miró y encontró sus ojos.

– Annie -le dijo mientras rozaba su mejilla con un dedo-, ¿me desprecias ahora?

– ¡Matt! Yo nunca… nunca podría… -comenzó a decir ella.

Pero las palabras no iban a ser suficientes para expresarle lo que sentía. Tenía que demostrárselo.

Cuando rodeó su cuello con los brazos, no pensó que el abrazo fuera a acabar en un beso. Al menos no conscientemente. Pero ocurrió. En cuestión de segundos pasó de consolarlo a sentirse completamente hechizada. Fue la única manera de explicarlo que encontró poco después, cuando pensó en aquel beso. Y pensaba mucho en él… No era su primer beso ni mucho menos. Había tenido novios y después a Rick. El parque del Coyote había sido el escenario de algún que otro experimento durante sus años de adolescencia. Le gustaba besar. Sobre todo si era al hombre adecuado.

Pero Matt era todo lo contrario. Cuando la había besado la noche anterior había sido un beso breve, fugaz, casi entre amigos. Y enseguida se había retirado y disculpado. Pero ése era distinto. Ninguna disculpa iba a conseguir anular ese beso.

Sintió calor en la boca de Matt, parecía extremadamente hambriento. Y ella respondió de inmediato y con la misma urgencia. Sus lenguas se entrelazaron y Annie arqueó su cuerpo contra el de él para sentirlo más cerca. Matt deslizó las manos bajo su blusa. Su tacto, algo áspero, fue una tortura para la suave piel de Annie.

Y entonces sucedió. Llegó el hechizo.

Annie abandonó la realidad y cayó en otra dimensión donde su mente y su lógica dejaron de funcionar. Sólo contaban los sentidos. Las cosas más pequeñas pasaron a un primer plano, como el aroma mentolado de su loción de afeitado, el sensual sabor de su piel, la agridulce tortura que suponía sentir la mano de él acariciando su pecho… Gimió de placer cuando Matt comenzó a besarle, casi morderle, el cuello. Estaba al borde del éxtasis. Lo deseaba como nunca había deseado a ningún hombre. No lo entendía. Sabía que era un error, pero sentía lo contrario.

Se apartó cuándo encontró la fuerza necesaria. Estaba sin aliento y él también. Matt la miró, tomó su cara entre las manos y se rió.

– Annie, no sabes cuánto te deseo -dijo con suavidad, pero con la angustia del que admite por fin la verdad.

– Sí lo sé. Por eso no podemos dejar que esto pase de nuevo -repuso ella.

Su tono, más triste que decidido, hizo que Matt riera de nuevo y la abrazara, colocando la cabeza de Annie sobre su pecho.

– De acuerdo -dijo después, soltándola-. Seremos buenos.

– Seremos buenos -repitió ella-. O moriremos en el intento.

Volvieron a la casa hablando bajo y caminando de la mano. Matt soltó la de ella poco antes de encontrarse con el resto de la familia. Allí, se despidió bruscamente de todos, tomó su maleta y se fue. Annie se retiró a su habitación. Necesitaba tiempo para pensar en el beso y prometerse que no volvería a pasar.


El jueves por la tarde, Annie fue al estudio fotográfico con Cathy. Disfrutó observando cómo ponía caras para conseguir que su hija mirara a la cámara y sonriera. Sus trucos funcionaron y Emily comenzó a reír, momento que el fotógrafo aprovechó para comenzar a disparar.

– Van a salir preciosas -dijo Annie.

– Eso espero -respondió Cathy sentándose exhausta al lado de Annie-. Ha sido tan duro como domar a un potro salvaje.

Emily pasó pronto de la risa al llanto y Annie fue hacia ella. Consoló a la niña mientras Cathy pagaba la sesión de fotos. Al poco rato estaban de vuelta en el todoterreno de Cathy y de camino al rancho.

Annie estaba casi tan cansada como Cathy. Los últimos días habían sido muy gratificantes, pero estaban consiguiendo dejarla sin energía. Le gustaba el trabajo y no tenía quejas. El único problema era tener que trabajar tan cerca de Matt. Resultaba muy duro concentrarse cuando el hombre que había conseguido fascinarla estaba a pocos pasos. Tan cerca que casi podía escuchar su respiración.

Tenía que reconocer que Matt se estaba portando como todo un caballero. No se habían vuelto a besar y él ni siquiera se había pasado por la residencia de los Allman desde aquella noche. En la oficina la trataba con respeto y distancia. Pero nada de ello conseguía apaciguar los latidos de su corazón cuando lo miraba.

Sabía que era una locura, pero no podía evitarlo. No quería caer dos veces en la misma piedra, pero su corazón no se atenía a razones y traicionaba su voluntad.

Por suerte, había algo entre los, dos que les servía de recordatorio. El bebé seguía creciendo. Cada vez que sentía la tentación de echarse a los brazos de Matt, sentía también una patada en su interior que le hacía recobrar el sentido. A la siguiente semana, durante el reconocimiento con el doctor Marín, éste querría saber si definitivamente iba a ir adelante con la adopción. Era una decisión durísima y habría querido posponerla más aún.

Miró a Emily. La niña dormía en el asiento del coche. Recordó las palabras de Matt sobre la adopción. Reconocía que algunos de sus argumentos habían sembrado serias dudas en ella sobre ese tema. Ver a Cathy a su lado le dio la idea de que no le vendría mal conseguir algo de información desde el otro lado.

– Cathy, háblame de Emily y de cómo la adoptasteis.

– La encontramos en San Antonio -dijo mirándola con una sonrisa-. Fue una adopción privada, a través de un abogado que había estado trabajando para los McLaughlin durante años.

– Tuvisteis suerte.

– Sí.

– He oído que las adopciones se han complicado más ahora.

– A veces. Depende de las circunstancias. La verdad es que parte del papeleo se hizo fuera del estado para evitar algunas leyes que habrían retrasado el proceso durante meses. El abogado era un experto en ese tipo de cosas y se encargó de todo.

– ¿Sabéis algo de la madre biológica?

– Nada -dijo ella sacudiendo la cabeza-. Tenemos alguna información médica en caso de que fuera necesaria en Un futuro. Pero eso es todo. La verdad es que, cuando la adoptamos, el abogado nos dijo que su madre biológica había pedido que a Emily la adoptara alguien de Chivaree. Dijo que así se cerraba el círculo o algo así. Lo que me hace suponer que ella era de aquí. Entonces no hice preguntas, en cuanto vi a Emily sólo pensé en tenerla en mis brazos. Pero ahora, cuando voy por el centro y paso al lado de jovencitas, me pregunto si su madre será una de ellas.

– Supongo que nunca lo sabrás.

– Y espero que ella no sepa de nosotros. Me dan escalofríos esas historias que oyes de padres biológicos que intentan recuperar a sus hijos años después. Es una situación extraña pero, por otro lado, no es tan importante. Emily es tan nuestra como si la hubiese dado a luz yo misma.

– Ya lo sé. No hay más que veros.

Sabía que si Matt pudiera conocer a esa familia tan perfecta y unida, cambiaría su modo pensar sobre la adopción*Cathy y Josh no escondían que Emily era adoptada pero, viendo lo unidos que estaban, nadie lo habría sospechado.

Le encantaba ir a su casa y ver cómo se relacionaban. Tanto que a veces se sentía culpable por cobrarles sus horas allí. Habría seguido yendo aunque no la pagaran. Se habían convertido en sus amigos y temía que aquello cambiara cuando les contara la verdad. Iba a ser muy difícil decírselo.

A lo mejor debería haber sido honesta desde el principio, pero entonces quizá no la hubieran recibido en su familia ni hubiera podido conocerlos y ver cómo vivían. Lo único que tenía claro era que no quería herir a nadie y le dolía pensar que, para ello, quizá tuviera que salir de sus vidas sin contarles quién era.

Cathy detuvo el coche frente a un semáforo en rojo y se giró para mirar a Annie.

– ¿Por qué me haces estas preguntas, Annie? ¿Estás pensando en entregar el bebé en adopción?

– No lo sé -dijo más insegura de ello que en el pasado-. Es una opción que estoy considerando.

– Me imagino que es una decisión desgarradora. Y sólo tú la puedes tomar -dijo mientras tomaba la mano de Annie-. Josh y yo te apoyaremos sea cual sea tu decisión.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Últimamente se emocionaba con mucha frecuencia. Seguramente era debido al embarazo y a la revolución hormonal que implicaba.

Sentía una enorme gratitud por Cathy. Sabía que todo cambiaría cuando les dijera la verdad, pero estaba contenta de ver que, por el momento, la apreciaban.

Cuando llegaron a la casa, Josh estaba en la cocina, pero no las recibió con la sonrisa de siempre.

– Annie -dijo con cara de preocupación-, ¿es verdad que estás viviendo en casa de los Allman?

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