LLEGÓ el día de la boda y todo el duro trabajo realizado hizo que fuera mágico. El jardín de los Allman estaba espectacular. Guirnaldas de flores en los árboles, palomas en jaulas blancas y una gran tarta nupcial decoraban el lugar.
Tres pérgolas nupciales se habían colocado a un extremo del jardín. Cada una de ellas adornada con rosales de un color diferente.
Las sillas blancas de madera cubrían la gran explanada de césped.
Jesse Allman esperaba sentado en una gran silla. En su mente, recordaba la historia de su familia, que no podía entenderse sin la presencia de la familia McLaughlin. Pensó en el comienzo de todo, cuando su abuelo Hiram y Theodore McLaughlin fundaron la ciudad de Chivaree. Fueron socios hasta que Theodore McLaughlin secuestró a la abuela de Jesse e intentó seducirla. Para salvarla, Hiram tuvo que juntar a unos cuantos hombres armados y atacar el rancho donde Theodore la mantenía retenida. Eso había sido mucho tiempo atrás, pero Jesse recordaba con claridad cómo su padre, Hank Allman, descubrió que Calvin McLaughlin le había arrebatado el arrendamiento de una de sus mejores tierras, cerca del río Bandito.
Los enfrentamientos se sucedieron año tras año, como cuando William y Richard McLaughlin lo dejaron todo y medio desnudo frente al Ayuntamiento, para que todos se rieran de él. Sus hijos también habían sufrido las fechorías de otros miembros de esa familia. Aunque, por fortuna, habían encontrado de vez en cuando la manera de hacerles pagar por todo ello.
Sentía rencor contra todos y cada miembro de los McLaughlin por todo el daño que esa familia había hecho a la suya. Pero cuánto más pensaba en esa gente, más sonreía. Porque los peores ya no estaban. William estaba muerto y Richard se escondía en algún lugar de Europa. Los otros se repartían por distintos lugares. Eran muy pocos los McLaughlin que aún vivían en Chivaree, y los buenos estaban ahora bajo la influencia de los Allman.
– ¿Estás listo, papá?
– Tanto como puede uno estarlo.
David lo ayudó a colocarse en su sitio mientras el resto de los invitados comenzaba a sentarse. El pastor ocupaba también su lugar en medio de las tres pérgolas. Comenzó la música, todos se pusieron en pie y las tres novias salieron de la casa de una en una, todas preciosas con sus elegantes y elaborados trajes de encaje y satén blancos.
Jesse Allman sonrió a las tres y le devolvieron deslumbrantes sonrisas. Le ofreció el brazo a su hija y vio que Josh McLaughlin y Millie se unían a ellos. El pastor rezó una plegaria y comenzó la ceremonia.
– ¿Quién entrega a esta mujer, Annie Torres, para contraer matrimonio con Matthew Allman?
– Su hermano, Josh McLaughlin -dijo sonriendo a su hermana mientras se acercaban a Matt.
– ¿Quién entrega a esta mujer, Shelley Sinclair, para contraer matrimonio con Raphael Allman?
– Su madre -dijo Millie besando a su hija en la mejilla antes dé retirarse a su sitio.
– ¿Quién entrega a esta mujer, Jodie Allman, para contraer matrimonio con Kurt McLaughlin?
– Supongo que yo -dijo un orgulloso Jesse Allman mientras entregaba a su querida hija-. La entregamos yo y mi querida Marie que está en el cielo -prosiguió él-. Y, por si no os habéis dado cuenta, también entregamos a nuestros hijos Matt y Rafe.
– ¡Papá! -le gritaron cariñosamente sus hijos para que se callara.
– ¡Vale, vale! -gruñó mientras volvía a su silla.
La ceremonia terminó pronto y las tres parejas sellaron el momento con un beso. Se soltaron las palomas blancas, que planearon encima de sus cabezas antes de alejarse. Era un día para la celebración y la alegría, incluso en el cielo.
– Lo hemos conseguido, Marie -susurró Jesse mirando al brillante cielo azul-. Lo hemos hecho muy bien y ¡creo que hemos ganado la maldita disputa familiar!