EL DESPACHO se quedó en silencio. Matt intentó digerir lo que Annie acababa de decirle.
– ¿Qué? -preguntó algo alarmado.
– Ya te lo había dicho. Trabajo como asistenta un día a la semana.
– Sí, pero no me habías dicho que era para los McLaughlin.
– Bueno, pues así es.
Matt se levantó y comenzó a dar vueltas por el despacho. Se paró frente a la ventana y se pasó las manos por el pelo. Después se volvió para mirarla.
– ¿Crees que puedes trabajar para mí y para ellos al mismo tiempo?
– Sí, claro.
Annie decidió que la ofensiva era su mejor baza. Si esperaba a que él la convenciese con su lógica aplastante, acabaría disculpándose o, peor aún, terminaría prometiéndole que no volvería a trabajar para Josh y Cathy. Y era muy importante que siguiera en contacto con los McLaughlin, aunque no pudiera contarle a Matt el porqué.
– Puedo hacerlo y lo haré.
– Pero… -protestó él con la cara de quien está siendo torturado.
– ¿Pero qué? ¿Crees que soy una espía? Pensé que podías ver dentro de mi alma y ver cómo era. Dijiste algo parecido. Ahora, en cambio, no sabes si puedes confiar en mí.
– No se trata de confianza.
– Así que sólo se trata de odio irracional entre las dos familias.
– No sabes de lo que hablas, Annie. Cuando tengamos tiempo, te contaré cosas que te harán cambiar de opinión.
– No hace falta -repuso poniéndose en pie-. Si no puedes soportar que trabaje para ellos, me buscaré otro trabajo. O volveré con Millie.
Matt sacudió la cabeza y se acercó a ella. Su cara seguía reflejando su disgusto.
– Ya hablaremos mientras comemos. Vamos.
Charlaron durante la comida, pero no sobre los McLaughlin. Annie habló con Millie y hubo abrazos y lágrimas. Durante la hora siguiente, un montón de clientes se acercaron a su mesa para desearle suerte y decirle cuánto la echarían de menos.
– Bueno, no me voy muy lejos -les dijo ella-. Voy a seguir en el pueblo, trabajando para Industrias Allman. Podéis llamarme si queréis.
– Pero no será lo mismo que encontrarte aquí cada día cuando vengo a tomar mi bocadillo -se quejó Katy Brewster-. Tu sonrisa siempre me alegra el día.
Annie estaba encantada y emocionada con el cariño que le brindaban. No tenía ni idea de que fuera tan importante en la vida de esas gentes. Disfrutó con los halagos y con la mirada de Matt al oírlos.
– Parece que eres la preferida de todos -le susurró mientras se preparaban para irse y la gente se despedía de ella-. Tienes que presentarte a alcaldesa.
Matt estaba teniendo mucho cuidado para no tocarla ni acercase demasiado a ella. A Annie no se le pasó por alto y lo agradeció, aunque sabía que la gente hablaría de todas formas.
La ayudó a entrar en el coche mientras se despedía de otras personas. Cuando llegaron a la autopista, se relajó, aliviada de haber terminado con las despedidas.
– Pasémonos por las nuevas oficinas -sugirió Matt-. ¿Has estado allí?
– No. La verdad es que ni siquiera he estado en la zona -dijo ella.
Su corazón empezó a latir con fuerza. Tenía sus razones para no ir a esa parte de la ciudad. Iban a pasar al lado del parque del Coyote, donde pasaba los veranos de niña. Sabía que no tenía sentido sentirse mal por ello. Tendría que ser fuerte.
– ¿Quieres ver el nuevo edificio?
– Claro.
Había oído hablar mucho de ese edificio. Todos decían qué la nueva sede de Industrias Allman iba a ser espectacular. Por lo que pudo ver mientras Matt conducía despacio alrededor de la zona de obras, no habían exagerado. Los cimientos ya estaban listos y, muy pronto, una gran edificación de acero y cristal se levantaría allí. Era una clara señal de progreso para los Allman. Estaban apostando fuerte por el futuro. Annie estaba muy impresionada.
– Si te quedas con nosotros estarás trabajando aquí dentro de un año -le dijo Matt con algo de cinismo en su tono.
Lo miró para entender su sarcasmo, pero los ojos de Matt sonreían. Quizás hubiera sido sólo su imaginación.
– ¿Y tú? -le preguntó con curiosidad-. ¿Estarás aún trabajando en la empresa?
– Depende -respondió con una sombra de tristeza en la cara.
– ¿De qué?
Como todo el mundo en Chivaree, Annie sabía que Matt se había ido a estudiar fuera para alejarse de su padre, al menos en parte. Con esfuerzo, se había convertido en médico. Desde que su padre cayera enfermo, había vuelto a casa y a trabajar en la empresa familiar. Se había empeñado en abrir allí una clínica para dejar claro que no iba a renunciar a su carrera. A pesar de todo, su padre seguía queriendo que fuera él quien se encargara de llevar las riendas de la empresa.
– Nunca se sabe lo que el destino tiene preparado para ti -le dijo sonriente-. O si no, mira en cómo has caído de repente en mi vida.
– Sí, caer es la palabra apropiada, pero no fue a propósito. No fue mérito mío.
– ¿Me estás diciendo que desmayarte a mis pies no formaba parte de tu plan para robarme el corazón aprovechando que soy un hombre compasivo?
Lo miró para asegurarse de que estaba bromeando. Porque si no veía humor en sus ojos, tendría que salir de allí corriendo. Pero sus ojos sonreían, y Annie se relajó.
– Ojalá fuera tan lista como para idear un plan así -dijo fingiendo decepción-. Con lo tonto que eres…
– ¿Yo?
La respuesta era no, pero no quiso darle la satisfacción de decirlo. Además, las bromas estaban uniéndolos y no quería seguir por ese camino. Matt se dio por aludido y prosiguió la marcha con el vehículo, saliendo de esa zona.
– Matt. Hay algo que no entiendo. Si no quieres trabajar para la empresa familiar, sino como médico, ¿por qué no se lo dices a tu padre? ¿Por qué pierdes el tiempo fingiendo interés?
– Haces que suene muy fácil -dijo riendo-. Fácil y sencillo. Pero no sabes cómo es Jesse Allman.
– ¿Es tan autoritario?
– Sí, pero no es sólo eso. También me hace chantaje emocional para que me sienta culpable.
– ¿Culpable? ¿De qué?
– De la vida en general, ya sabes. A veces te arrepientes de cosas que has hecho. Unas veces por amar demasiado, otras por amar demasiado poco… ¿Comprendes?
La verdad era que no lo entendía. Ella no había tenido un padre que le hiciera la vida desgraciada. No había tenido padre y punto.
– Vayamos por la carretera vieja -anunció él cambiando de tema.
Ese camino pasaba al lado del parque. Se mordió el labio. «Bueno, no pasa nada. Estará bien volver a verlo», pensó algo nerviosa.
A los pocos minutos pasaron por delante. Tenía un aspecto muy descuidado. Había algodonales y enebros, tal y como recordaba. Pero algo era distinto. No había nadie por allí.
– Para -dijo de repente-. Para un momento, por favor.
Matt detuvo el coche y la observó con curiosidad. Annie salió del coche y miró a su alrededor. Estaba asombrada. Se acababa de dar cuenta de que no temía ese sitio. Muy al contrario, un montón de recuerdos de su infancia la invadieron.
– ¿Tienes un ratito? ¿Te importa que baje allí un momento? -le preguntó señalando un viejo puente de madera que cruzaba el arroyo.
– No hay problema.
Annie se dirigió hacia el puente. Matt salió también del coche y la siguió.
– ¿Qué pasa, Annie? -preguntó al ver cómo ella llegaba al puente y miraba a su alrededor.
Lo miró, a sabiendas de que contarle su historia perjudicaría la imagen que tenía de ella. Pero era la verdad y, en el fondo, esperaba que Matt se mostrara comprensivo.
– Solíamos acampar aquí durante el verano cuando era pequeña -le dijo con honestidad-. Pero no como cuando vas de vacaciones. Éste era nuestro hogar. Cuando teníamos algo de dinero o algún amigo, vivíamos en una caravana. Pero si no, sólo quedaba la opción de la tienda de campaña.
Matt la miró con incredulidad, sin poder aceptar lo que estaba oyendo.
– Recuerdo cuando había gente acampando aquí. Ya no está permitido. Ahora tienen que acampar cerca de las vías del tren. En un campamento del gobierno -dijo mirándola con cariño-. Recuerdo ver a esas personas, pero pensaba que casi todas eran gitanos.
– Había algunos, conocía a muchos de ellos -dijo ella con una sonrisa dulce.
– Pero tú no eres gitana.
– No. Mi madre era hispana y mi padre… -dijo sin terminar la frase.
– ¿Sí?
– No importa. Mi padre nunca estuvo presente. Él no cuenta -explicó quitándole importancia.
Un rastro de dolor atravesó la cara de Matt y ella se preguntó por qué sus palabras tenían esa reacción en él. Al momento, cambió de expresión y se acercó a donde ella estaba, en el centro del puente. Se apoyaron en la barandilla para observar el pequeño riachuelo.
– ¡Qué pena que el agua no dure en el verano! -dijo Matt-. Es un río bastante importante en primavera.
– Sí, me acuerdo. Algunos veranos sí que había caudal suficiente. Supongo que eran los años de las inundaciones.
Miró alrededor tratando de ubicarse y recordar dónde acamparon la última vez, cuando ella tenía trece años. Había sido junto a la caseta con los baños y una sala multiusos. Algunos veranos, el Ayuntamiento organizaba allí manualidades para los niños. Disfrutaba mucho con ellas. Durante un segundo le pareció oír el eco de las voces infantiles entre los árboles. Había sido divertido, como un campamento de verdad que duraba todo el verano. Había muchos niños allí y poco tiempo para el aburrimiento.
– Estás sonriendo -le dijo Matt-. ¿Tienes buenos recuerdos?
– Buenos y malos -dijo ella mirándolo-. Los buenos son de cuando era pequeña. Pero años después no pude evitar sentir vergüenza por tener que vivir aquí.
– ¿Por qué veníais aquí? ¿Dónde estabais el resto del año? -le preguntó.
A Annie le gustó ver interés en los ojos de Matt y decidió que no era mala idea contarle su historia. Sería como quitarse un peso de encima.
– Verás. Mi madre, Marina Torres, era hija de jornaleros. Era una joven muy guapa que quería salir de esa vida y conocer mundo, viajar y valerse por sí misma. Comenzó trabajando como asistenta en el rancho de una familia adinerada. Fue su gran oportunidad. Le pagaban bastante y la trataban bien. Creyó que estaba en el buen camino. Estaba ahorrando para poder ir a Dallas a estudiar.
– Bien pensado.
– Sí, pero, por desgracia, había un apuesto joven en esa familia que la rondaba. Se enamoró de él y acabó sin trabajo, sin amor y sin futuro. Sólo conmigo.
– ¿Qué pasó? -preguntó asombrado-. ¿Consiguió ayuda del padre?
Annie apartó la mirada y se quedó hipnotizada observando las colinas del parque.
– ¿Sabes qué? Ni siquiera sé si lo intentó. Nunca me lo dijo. Dejó el trabajo y se esfumó un tiempo hasta que nací. Desde entonces, conmigo a cuestas, fue muy complicado para ella encontrar otro buen empleo. Su vida fue de mal en peor desde entonces. Trabajó como limpiadora, camarera… un poco de todo. Durante un tiempo vivimos en una habitación de una clínica veterinaria porque había conseguido trabajo paseando a los perros. Siempre nos estábamos mudando de un sitio a otro. Pero casi todos los veranos los pasábamos aquí.
– ¿Por qué?
Annie dudó un momento. No podía contestar sin desvelar su secreto.
– Supongo que quiso darme un poco de sentido de hogar. Éramos los mismos los que volvíamos aquí cada verano. Así empezó la tradición -dijo ella sin contar que era la cercanía con su padre el principal motivo-. Este era el único lugar seguro en un mundo que era muy hostil con nosotras.
– Así que ver este parque te hace recordar tu infancia.
– Sí, es más que eso. Es como vivirlo todo de nuevo.
Intentó decir algo perspicaz y alegre para dejar el terna y volver al coche, pero no pudo. Estaba siendo honesta con Matt, aunque le dolía, y no podía parar.
– Crecí odiando nuestra forma de vivir. Me prometí que nunca" acabaría como mi madre. Que yo lo haría mejor -dijo riendo con amargura-. Y mírame. Es patético. He acabado como ella.
Sus palabras hicieron que Matt se rebelara. La tomó por los hombros para obligarla a mirarlo.
– Tú no has acabado de ninguna forma, todo lo contrario. Eres joven y estás empezando. Esto no es como la vida de tu madre.
Annie se sorprendió al ver cuánto le importaba a Matt todo aquello, al ver fuego en su mirada.
– No es distinto. Estoy cometiendo los mismos errores. Es como si estuviera destinada a repetir su historia -dijo intentando hacerle entender-. ¿No lo ves? Por eso creo que sería mejor dar este bebé a una buena pareja. Tengo que intentar cambiar el rumbo de mi destino.
– No vas a revivir su historia -protestó él con gran seguridad-. Tú tienes a alguien que te ayudará a que no pases por lo mismo.
– ¿Quién? -preguntó atónita.
– Yo.
Sabía que iba a decirle eso, pero no lo creía.
– Pero Matt, ¿quién soy yo para ti? ¿Por qué harías eso por mí?
Se quedó mirándola, sin poder o sin querer darle una respuesta.
– Tengo mis propias razones -dijo finalmente mientras se volvía de nuevo hacia el coche.
Annie lo siguió, decidida a conseguir una respuesta más convincente, pero tropezó con una madera del puente que estaba medio levantada. Matt se volvió justo a tiempo para agarrarla.
– ¡Aaaah! -gritó ella.
Sus brazos la rodeaban. Estaban muy cerca, más de lo necesario. Annie sentía con claridad los fuertes músculos de sus brazos y su torso.
– ¿Tú de nuevo por aquí? -le dijo Matt con media sonrisa-. Siempre cayendo en mis brazos, ¿eh?
Pero de pronto su mirada cambió. Pasó de cómica a. intensa y Annie dejó de respirar. De repente fue consciente de cómo sus pechos tocaban el torso de Matt. Ambos eran conscientes de ello. Sabía que iba a besarla. Estaba segura. Debería haberse apartado para evitarlo, pero no pudo moverse. Se dio cuenta de que quería que ocurriera.
Deseaba su protección y agradecía su ayuda. Pero había mucho más. Había electricidad, deseo y misterio entre ellos. Sólo un beso podía sellar el momento. Levantó la cara hacia él y separó los labios. Vio cómo los ojos de Matt respondían a su gesto. Él también la deseaba. Annie no podía respirar.
Pero no pasó. Despacio, Matt se separó de ella y se deshizo de su abrazo. Miró el reloj sin disimulo.
– ¡Vaya! Es tarde y tengo una reunión -dijo mientras se dirigía hacia el coche.
Annie comenzó a andar de manera automática, sin pensar en lo que hacía. Matt estaba charlando y comentando cosas, pero ella no podía oír nada de lo que le estaba diciendo. Tenía la cara colorada y el pulso aún acelerado. No podía creer que no la hubiese besado. Se había ofrecido a él y Matt la había rechazado. Debería sentirse agradecida con él por cumplir su promesa pero, por dentro, estaba furiosa.
La tarde pasó lentamente. Fue duro volver a pensar en archivos cuando lo único que quería era una explicación de Matt. Quería saberlo, pero no podía preguntar. En el fondo, sabía que quería más que una explicación; quería ese beso que había quedado en el aire.
La reunión fue breve y Matt pasó en el despacho las siguientes dos horas. Cada vez que levantaba la vista allí estaba él, y su corazón temblaba. Se convenció de que se sentía así porque estaba furiosa con él. No estaba dispuesta a dejarse manejar por ningún hombre. Nadie iba a tomar las riendas de su destino. Ella estaba a cargo de todo y nadie le iba a decir lo que tenía que hacer.
Claro que Annie no podía culparlo de estar intentando conquistarla ni mucho menos. Su actitud estaba siendo meramente profesional. Casi demasiado fría y distante. Tanto que Annie pensó que en cualquier momento comenzaría a llamarla señorita Torres y a tratarla de usted.
Así era como las cosas debían ser. Pero no podía evitar que su corazón diera un vuelvo cada vez que miraba sus hermosos ojos azules. Odiaba sentirse así.
Sabía que lo más inteligente sería dejar aquel trabajo. Todo era demasiado tentador y corría el riesgo de empezar a depender de él. Matt le había ofrecido refugio y seguridad, pero ella sabía que eso era sólo el cebo. Una equivocación y acabaría cazándola.
Llegó la hora de salir y lo dejó en el despacho, donde seguía trabajando. Aquello le dio la oportunidad de volver a casa de los Allman antes que él. No quería que nadie más los viera juntos. Claro que eso implicaba que tendría que enfrentarse sola al resto de su familia, y no sabía cómo la recibirían.
Aparcó en la calle, entró por el camino y llamó a la puerta. Rita la abrió casi de inmediato.
– No hace falta que llames -dijo dejándola pasar-. Ahora vives aquí. Estás en tu casa.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia la cocina.
– Estamos todos aquí haciendo la cena. Pero estarás cansada -dijo mirando su barriga-. ¿Por qué no te acuestas un rato? Te llamaremos cuando sea la hora de cenar.
– No estoy tan cansada -dijo ella mintiendo-. Me encantaría ayudaros en la cocina.
– Muy bien. Ven conmigo, entonces.
Jodie estaba frente a una encimara, mezclando mantequilla y ajo y untando rebanadas de pan que iba colocando en una fuente. Shelley estaba desenvolviendo una bandeja que le resultaba familiar a Annie. Las dos la saludaron cariñosamente.
– No sé si has conocido a nuestro hermano pequeño, David -dijo Rita mientras señalaba a un apuesto y atlético joven que le sonreía desde uno de los taburetes-. El pobre parece un surfista perdido en mitad de Texas.
– El destino es muy cruel -asintió él mientras se acercaba a saludar a Annie-. Pero tengo mi tabla preparada y encerada por si hay inundaciones por aquí.
Todos rieron con ganas. Parecía un muchacho en-cantador y muy querido por todos.
– Bienvenida a esta casa de locos -le dijo-. Aquí sólo se habla de la boda, así que no intentes sacar otro tema que no tenga que ver con el matrimonio, los trajes o las flores.
– Me temo que tiene razón -le advirtió Rita-. Va a ser una boda por todo lo alto y también preparamos una gran fiesta familiar para la semana anterior, así que estamos todos como locos intentando organizarlo todo. ¡Hemos invitado a la mitad del pueblo!
– Bueno, a la mitad que está con los Allman -aclaró Jodie-. Los que están relacionados con los McLaughlin… ¡Eso es otra historia!
Shelley miró afligida a Jodie y le tomó la mano.
– ¡Ojalá no fuera así, Jodie! Si las cosas fueran de otra forma, podríamos hacer una doble boda.
Jodie asintió emocionada y sus ojos se llenaron de lágrimas. Ambas mujeres se abrazaron.
– Me encantaría, Shelley -repuso Jodie-. Pero no sería justo para Kurt pedirle que no invitara a nadie de su familia. Y sabes que ningún McLaughlin pondría un pie aquí.
– Y nosotros tampoco iríamos a su casa -añadió David.
– Así es.
Annie se sintió mal por todos ellos y por el estúpido enfrentamiento entre las dos familias. Se imaginó que Jodie hablaba de Kurt McLaughlin, hijo de Richard McLaughlin, el cual era hermano de su propio padre. Eso la convertía en prima de Kurt.
– ¿Va a venir Kurt a cenar? -preguntó, temiendo al instante que les extrañara su interés.
– ¡Ah! ¡Es verdad, aún no lo conoces! Ya verás, te va a caer fenomenal. Como a todo el mundo.
David gruñó para llevar la contraria a su hermana y Jodie lo sacudió con un paño de cocina.
– Otra boda que tendré que sufrir -se quejó David-. ¿Por qué no os fugáis y os casáis en Las Vegas? Sería mucho más fácil para todos.
– Supongo que tú no estás casado -le dijo Annie sonriente.
– No, de momento no. Pero aún no siento la presión. Rafe aún no se ha casado y Matt no parece que lo vaya a hacer pronto. Así que aún tengo tiempo antes de que me metan prisa.
– Pero, David, ya has salido con casi todas las chicas del pueblo. ¿Qué vas a hacer cuando se te acaben? ¿Mudarte a otro pueblo? -bromeó Jodie.
– Ya encontraré a alguien. Pasará en cualquier momento. Estoy empezando a pensar en sentar la cabeza, ¿sabéis? -dijo él.
– Me lo creeré cuando lo vea -repuso Jodie con los ojos en blanco.
Todos rieron mientras Annie ayudaba a Shelley a retirar el papel de aluminio de la gran bandeja que tenía en sus manos.
– Mi madre ha mandado esta lasaña -le dijo Shelley-. Hace la mejor lasaña de toda la ciudad, ¿verdad?
– Desde luego -asintió Annie-. Me encanta.
Tenía que reconocer que Millie era una gran cocinera. Miró a su alrededor intentando ayudar con otra tarea. Jodie seguía con el pan de ajo, Shelley con la lasaña y Rita cortaba lechuga para la ensalada.
– ¿Pongo la mesa? -preguntó.
– Claro -dijo Rita secándose las manos y abriendo un armario-. Aquí están los manteles individuales y los cubiertos de plástico. He pensado que podemos comer fuera para no tener que mover todo lo que hay encima de la mesa del comedor.
Annie tomó los manteles y demás utensilios y salió al jardín. Había un pequeño huerto en un lateral de la casa y una gran zona con césped que llegaba hasta un pinar. Un par de jardineros trabajaban en la hierba plantando flores, probablemente para la boda que se celebraría allí en pocas semanas.
Sonrió a pesar del dolor, y se preguntó si algún día celebraría su propia boda. Ni siquiera sabía si deseaba casarse. Colocó una mano sobre su barriga y sintió una conexión muy profunda con el bebé que llevaba dentro. Eso la hizo sentirse muy bien y se relajó.
– Vamos a salir de ésta -le dijo en un susurro-. Pase lo que pase, estaremos bien.
Se dirigió hacia la larga mesa y empezó a colocar con esmero los manteles, platos y servilletas. Se estaba alejando un poco para contemplar el efecto cuando oyó pasos a su espalda. Matt se acercaba hacia ella. Estaba guapísimo con la camisa algo desabrochada.
– Hola -dijo él sin más.
– Hola.
Pasaron unos segundos sin que supieran qué más decir. Se miraron. Ambos recordaban lo que había pasado en el parque. Finalmente, Annie carraspeó y se decidió a hablar.
– He estado pensándolo -comenzó mientras apartaba la mirada de él-. Te agradezco mucho tu oferta de trabajo y la acepto, pero en cuanto a vivir en tu casa… Será mejor que me vaya.