CAPÍTULO 11

EM SE despertó con el murmullo del mar.

El hospital estaba situado sobre un acantilado con vistas a la ciudad y el dormitorio de Em miraba a la playa, igual que el que tenía en casa de su abuelo cuando era niña. Así era como se sentía. Como una niña.

Estaba echada, quieta y en silencio, repasando despacio los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas.

Primero el pánico. El miedo a que Sam se cayera al vacío, el temor a no resistir la incomodidad física de estar colgada en el arnés. Y la imprevista claustrofobia.

Luego, la sensación de alivio al llegar a la superficie. Había reaccionado llorando y llorando desconsoladamente, tanto que en cuanto Jonas se cercioró de que Sam estaba bien, se había vuelto hacia ella y le había recetado tranquilizantes y cama, sin admitir discusión alguna.

Em se dio cuenta de que deseaba llevarla a casa, pero Sam era quien más lo necesitaba. Chris, el médico de la zona sur, también estaba allí, por lo que la colaboración médica de Em no iba a ser necesaria.

Así que allí estaba, sola y segura en su cama, y agradecida de esa soledad. Así tendría tiempo para reflexionar sobre todas las cosas que se le agolpaban en la cabeza.

«Fantasmas», pensó. Con el rumor de las olas le llegaban ecos del pasado, de su abuelo y de Charlie. Ellos le habían enseñado a amar el mar. Y a amar tanto a Bay Beach, que había dedicado su vida a ser su único médico.

Una nueva esperanza crecía en su interior. Quizá los sacrificios que había hecho hasta entonces ya no serían necesarios.

«Jonas… ¿Qué había dicho Jonas?»

– Nunca te dejaré…

Pensó que lo había dicho sólo para tranquilizarla. Había sido sólo un impulso del momento para consolarla.

«Robby… Piensa en Robby». Debería levantarse e ir a ver cómo estaba su bebé.

¿Por qué no estaba allí con ella? Miró el reloj y se sorprendió. Las ocho de la mañana. No podía ser.

Pero lo era. Había dormido más de veinticuatro horas. No había nadie allí. Ni siquiera su perro Bernard. Sólo el arrullo del mar, y ya no deseaba la soledad. Cuando se levantaba cuando alguien abrió la puerta. Era Jonas.

Pero era un Jonas distinto, más ligero y más joven, como un hombre al que han aliviado de una pesada carga. Su pelo rojizo brillaba con el sol de la mañana y sus ojos verdes centelleaban. Estaba limpio y arreglado, a años luz del hombre que Em había visto el día antes.

Su Jonas…

Él miró a su alrededor y al verla despierta sonrió de alegría. Entonces, antes de que Em pudiera articular palabra, cruzó la habitación y la estrechó entre sus brazos.

– Mi Em…

La mantuvo apretada contra su pecho, como si estuviera reivindicando que era suya.

¿Estaba soñando? Seguramente. «Mi Em». Lo había dicho en un susurro, y ella se sintió insegura y se apartó.

Fue así como se dio cuenta de que no estaba soñando. Tenía todos los músculos doloridos. El haber estado colgada del arnés tanto tiempo le había causado innumerables magulladuras. Además, mientras la sacaban del pozo, se había golpeado varias veces contra las paredes.

Jonas vio las muecas que ella estaba haciendo.

– ¿Qué te pasa? ¿Algo que se me ha escapado?

Em recordó que la había examinado cuando salió del pozo. Recordó sus manos recorriéndole todo el cuerpo, comprobando que no se hubiera roto nada durante la subida, que había resultado mucho más difícil que el descenso. Se había balanceado. No había podido evitarlo, y se había golpeado varias veces contra las paredes. Pero estaba muy débil y no quiso esperar a que ensancharan el punto en el que se había encajado Sam para que pudieran sacarla por el túnel paralelo.

Ya no importaba, y sonrió tranquila. Sólo eran magulladuras. Lo que estaba ocurriendo en ese momento era mucho más importante. ¿Cómo la había llamado?

Mi Em…

– Estoy bien -mintió, y miró a Jonas con ojos soñadores-. ¿Qué has dicho?

– ¿Qué te pasa? -dijo evitando mirarla. -No. Antes de eso.

¿Antes de eso?

– Dijiste: «Mi Em».

– Sí. -el tono de su voz era de triunfo. La abrazó de nuevo y la besó en la cabeza-. Sí. Dije «Mi Em».

– Ah… -eso era maravilloso.

– Tu pelo está lleno de polvo -dijo dulcemente, volviéndola a besar-. Necesito deshacerte la trenza.

– Puedes cortármela, si quieres. No me importa. -¡Emily! Eso sería un sacrilegio -dijo con un gesto que fingía indignación, pero Em vio que había algo más. ¿Sería amor? Era amor. Jonas le tomó la cara entre las manos y la miró a los ojos.

– ¿Sabes que quiero casarme contigo? -preguntó con,ternura -. Lo sabes, ¿verdad, amor mío? El corazón de Em casi dejó de latir.

– Ya me lo habías dicho antes -susurró.

– Sí, pero por unos motivos equivocados.

– ¿Así que ahora tienes otros motivos?

– Digamos que siempre los tuve, pero que era demasiado estúpido para verlos. Quería casarme contigo porque creía que tú y Robby me necesitabais. Era un buen motivo, pero no me di cuenta de que yo te necesitaba aún más.

– Ya veo…

– Pobre amor mío. Todavía estás extenuada. No es justo que ahora te diga esto -estiró la mano hacia la trenza, le quitó la goma y, muy despacio, comenzó a deshacerla.

Era una sensación maravillosa y tan sensual que Em deseaba gritar de placer.

O abrazar a Jonas y…

¿Sabes? Sam está bien.

– ¿Sam? Ah, sí -asintió. Se había asegurado de ello antes de tomarse los tranquilizantes. Era un chico duro.

– Tiene un brazo roto. Chris y yo se lo colocamos anoche. También tiene un hematoma muy grande y varias rozaduras, No parece haber daño interno, aunque está conmocionado. Ahora está durmiendo y Anna está con él. Se quedó junto a él en el hospital y aún está allí.

– Anna… -eso la hizo volver a la realidad. Miró el reloj-. Anna tenía que empezar la radioterapia hoy -consiguió decir-. ¿Alguien se ha acordado de cancelar su cita?

– Siempre de guardia -Jonas se reía de ella. Iba deshaciendo la trenza con la ternura de un amante-. En realidad, hemos aplazado la radioterapia unos tres meses. Han pasado muchas cosas mientras dormías, amor mío.

Amor mío. Ese apelativo le gustaba. Pero tenía que concentrarse en Anna.

– ¿Por qué? -preguntó, y se estremeció de placer cuando las manos de Jonas le llegaron a la nuca.

– Ha decidido someterse primero a quimioterapia.

– No lo entiendo -dijo. Él sonrió con una sonrisa que parecía una caricia.

– Yo tampoco estoy seguro de entenderlo del todo. Sólo sé que Anna y jim llevaron a Sam al hospital, y están todavía sentados uno al lado del otro, dándose la mano. Se han hecho promesas que Anna nunca pensó que podría hacer, y ha decidido aceptar la quimioterapia.

– Pero, ¿por qué?

Donas sonrió de satisfacción.

– Anna dice que ahora tiene muchas posibilidades en su vida y quiere aumentarlas al máximo para poder vivir hasta los cien años. Aunque tenga que depender de toda la ciudad. Porque… -la voz de Jonas se quebró por la emoción. Agarró las manos de Em entre las suyas-. Porque, como yo, se ha dado cuenta de que la dependencia es de doble sentido. Al ver la cara de Jim mientras luchaba por salvar la vida de su hijo, se dio cuenta de lo mucho que a él le importan ella y sus hijos, y desea disfrutar de ese amor.

– ,¿Tanto como para renunciar a su independencia?

– La independencia no vale tanto como dicen. Ni para Anna, ni para mí. Al igual que ella, he estado persiguiéndola durante mucho tiempo y, de repente, me he dado cuenta de que no es tan maravillosa.

– ¿Por qué? -Em no podía casi respirar de la emoción.

– Porque no funciona. Yo estaba contento de que Anna contara conmigo, de que Robby y tú, y hasta tu perro Bernard, dependierais de mí. Entonces, cuando estabas allí abajo en ese maldito pozo, me di cuenta de que si te pasara algo y te perdiera…

– Calla -dijo Em, acariciándole los rizos con dulzura, al percibir que a Jonas se le quebraba la voz-. Calla.

– No -dijo él apartándose y mirándola fijamente-. Necesito decirlo, Em. Nada podría ser peor que perderte. No he podido mantener mi independencia. Primero me dije que era porque me había encariñado con Robby, que lo hacía por él. Él me necesitaba y esa fue la razón por la que te ofrecí el matrimonio. Pero también estabas tú.

– Jonas…

Él no iba a admitir ninguna interrupción.

– Y me di cuenta de que su madre adoptiva también me necesitaba. Pero ella se atrevió a decirme que me amaba y eso amenazaba mi independencia. Me parecía bien que me necesitaran, pero no que me amaran.

– Yo no…

– Tú no lo entiendes porque nunca te ha hecho falta entenderlo -terminó de deshacerle la trenza y extendió sus hermosos cabellos, acariciándolos una y otra vez-. Siempre has sabido lo que era amar y amas. Amas esta ciudad y a su gente. Amas a Robby y hasta a ese malnacido perro que, por cierto se está divirtiendo mucho con Lori, Matt y Ruby. No te es nada fiel. Mientras que yo…

– ¿Mientras que tú…? -Em estaba dichosa. Tan dichosa que le parecía que el mundo iba a explotar en mil pedazos. Ahí estaba el final feliz que tanto había deseado.

O el comienzo feliz.

– Mientras que yo tengo intención de serte fiel, a ti, a Robby, a Bernard y a quienquiera que aparezca -le brillaban los ojos con picardía-. Por mucho tiempo -la abrazó con tanta ternura que Em quería llorar.

Pero no podía, porque él le estaba alzando la cara para besarla en los labios. Besarla para siempre.

Bueno, no para siempre.

Jonas se apartó y le dijo con mucha pasión:

– ¿Qué te parecen sesenta años de matrimonio? Como mínimo. Sesenta años de felicidad. Vamos a intentarlo, amor mío, y cuando lo hayamos conseguido, intentaremos mejorar los cien años que Anna y Jim piensan durar.

A Em le pareció muy bien. Pero que muy bien.

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