CAPÍTULO 9

¡ESTÁS loca!

¿ Qué has dicho?

– ¿Has rechazado a Jonas Lunn? Emily Mainwaring, estás loca por él. Tengo ojos en la cara. Estás más que enamorada de él y ¡has rechazado su propuesta de matrimonio! -la voz de Lori parecía un chillido. Se dejó caer en la silla al lado de Em y miró estupefacta a su amiga-. Todos nuestros problemas quedarían resueltos -dijo-. Tendríamos un médico más. Tendríamos padres para Robby. Sería el fin de tu soledad. Además, tendrías una vida sexual. ¡Y tú vas y lo rechazas!

– Jonas no mencionó una vida sexual -dijo Em eludiendo la mirada de su amiga. Lori se sorprendió.

– ¿Quieres decir…?

– Cuando te fuiste nos quedamos en las mismas posiciones. Él en un extremo de la habitación y yo en el otro, discutiendo los aspectos técnicos del posible matrimonio. Él opinaba que era una propuesta muy razonable. De hecho… -respiró hondo-. De hecho, creo que hasta se encariñaría con Robby. Pero manteniendo las distancias.

– Jonas no es tan duro -aventuró Lori.

– Sí lo es. Ha aprendido de la forma más difícil a ser impersonal. Duro como tú dices. Y no está dispuesto a olvidar lo aprendido sólo porque yo…

– ¿Sólo porque tú lo ames?

– Sí. Esa es la cuestión, Lori. Yo lo amo.

– Y te volverías loca estando casada con él si no te corresponde.

– Tú sí lo entiendes -dijo Em agradecida-. Si Ray no te amara…

– Me volvería loca -afirmó Lori-. No me di cuenta hasta que estuve a punto de perderlo. Ese es uno de los motivos por los que estoy aquí. Vamos a casamos dentro de un mes y quiero que seas mi dama de honor. ¿Lo serás?

– Claro que sí.

– Pero ¿no sería posible que primero te casaras tú? -Lori, no puedo.

Lori la miró y se percató de que su amiga estaba diciendo la pura verdad.

Y de que se le estaba rompiendo el corazón.

– No quiero que lo adopte una mujer soltera -dijo la tía de Robby. Estaba furiosa, sentada frente a Tom y Em en la consulta de ésta -. ¿Qué va a pensar la gente? ¿Que he dejado que una mujer soltera adopte a mi sobrino cuando debía haberlo cuidado yo misma?

Desde donde estaba, Em podía ver que Tom se agarraba las rodillas debajo de la mesa para controlarse. Como director del pabellón infantil estaba acostumbrado a todo tipo de dramas familiares, pero aún conservaba la capacidad de que le afectaran emocionalmente. ¿Y quién no iba a conmoverse por la situación de Robby?

– Laura, estás diciendo que no quieres tenerlo tú, pero exiges que se quede en Bay Beach y que lo adopte una pareja casada.

– Así es.

– Pero Robby está lleno de cicatrices -dijo Tom en tono conciliador-. Tiene heridas que aún no han sanado y tiene por delante años y años de injertos de piel. Necesita atención médica constante. Em quiere darle precisamente eso, además del amor de una madre. No creo que encuentres a nadie más que lo quiera adoptar. No en ese estado.

– Entonces que se quede en el hogar infantil -dijo Laura con obstinación-. No vas a chantajearme para que acepte otra cosa. Yo sé lo que mi hermana desearía, si estuviera viva para decírmelo.

– Estoy seguro de que habría deseado que Robby estuviera con alguien que lo quisiera.

– Pero no querría que la gente de este pueblo dijera que he endosado a mi sobrino a una madre soltera. La doctora Mainwaring puede cuidar de él a corto plazo, si así lo desea -añadió tímidamente-. Sólo hasta que esté mejor. Así la gente lo entenderá como algo razonable. No me importa quién lo cuide a corto plazo siempre y cuando lo traten bien. Pero nada de adoptarlo. A menos que esté casada, ¡de ninguna manera!

– Es probable que ese corto plazo sea muy largo -advirtió Tom-. Y eso no sería un arreglo satisfactorio. Robby necesita constancia.

– Entonces encuéntrale una familia. Aquí. Una familia que lo acepte con sus heridas.

No había más que hablar.

Aquella noche Em meció a Robby hasta que se durmió y reflexionó sobre lo que debía hacer. No podía adoptarlo…

Podría cuidar a Robby temporalmente, pero se lo podrían quitar en cualquier momento. De momento no importaba, porque ella era todo lo que él tenía. -

Bernard estaba tumbado a sus pies. Sorprendentemente, el perrazo levantó la cabeza y meneó la cola, mirándola con ojos de reproche que revelaban que echaba de menos el ruido y el ajetreo de los hijos de Anna, y que no entendía adónde se habían ido.

Em podía oír que en el cuarto contiguo Jonas se estaba preparando para acostarse.

– Tenemos todas las piezas de un rompecabezas -le dijo Em a su peno-. Ahora, sólo necesitamos a alguien que lo encaje. Pero no creo que lo podamos conseguir. Parece que no hay muchos por estos alrededores.


En la habitación de al lado, Jonas pensaba qué más podía necesitar Em, si lo tenía todo resuelto.

«Es un poco cabezota», se dijo, pensando que su idea podría funcionar-para todos ellos. Si ella fuera capaz de olvidarse de esa estupidez de las ataduras sentimentales…

El no podía dar lo que nunca había aprendido a dar. No podía dar eso que lo asustaba tanto.

Pero lo que estaba pasando era ridículo. Guardar las distancias y que no les permitieran adoptar a Robby, y todo porque Em decía que estaba enamorada de él.

¡Era una estupidez! Una y otra vez se dijo que no podía ceder. Quería esa familia, quería que estuviera unida y el matrimonio podría lograrlo, pero Em quería más.

Ella pensaba que el amor era necesario para unirlos. El amor… Él estaba dispuesto a amar, pero… No podía permitirse necesitar a alguien.

– Eres un cobarde, Lunn -se dijo en la oscuridad, sabiendo que tenía razón.

Pero no podía hacer nada. Nada en absoluto.


La organización médica de Bay Beach se transformó de la noche a la mañana. Una vez tomaba una decisión, Jonas se ponía manos a la obra con mucho empeño.

De acuerdo. Em no estaba dispuesta a casarse con él, pero no cabía duda de que necesitaba que se quedara, lo mismo que Anna, y no iba a defraudarlas.

Así que elaboró los horarios y encargó el material quirúrgico. Contrató a Lou a tiempo completo para que pudiera atender a dos médicos en vez de uno y a Amy como niñera fija.

Jonas se había introducido en la escena médica de Bay Beach como si fuera quien estaba al mando, y eso hacía que Em se sintiera verdaderamente extraña.

«Debería sentirme molesta porque él está organizándolo todo», se dijo. «Parece como si yo en realidad sobrara».

No tenía ni idea de cómo debería sentirse. Jonas era un cirujano estupendo, quería trabajar allí y Em no era quién para impedírselo, sería una locura. Y casarse con él sería aún más locura. Estaba perdiendo el control de su mundo, así que si Jonas parecía haber tomado el mando, mejor, porque nadie más lo estaba haciendo.

Anna siguió mejorando. Em la visitaba cada dos días para ver cómo iba y para examinarle el costado. Físicamente había superado la operación, pero Em no estaba segura de que lo hubiera hecho psicológicamente.

– Empezarás la radioterapia la semana próxima -le recordó a Anna-. A menos que cambies de opinión y decidas también que quieres la quimioterapia.

– No la quiero.

– Aunque no es totalmente necesaria, no deberías descartarla. Las posibilidades de que se reproduzca son muy pequeñas, pero te daría aún más seguridad. No sé por qué me da que no quieres considerarla sólo porque te haría depender más de otra gente durante un tiempo.

Anna se sonrojó. Em había dado en el clavo.

– Detesto no poder colgar mi ropa. Detesto no poder alzar a Ruby en brazos…

– Eso pasará. En cuanto tu brazo cicatrice, volverás a ser igual de fuerte que antes. Los edemas linfáticos son cada vez menos frecuentes con las nuevas técnicas quirúrgicas, y Patrick es un cirujano excelente. Me sorprendería mucho que tuvieras problemas a largo plazo.

– Pero los tengo a corto plazo -le confió Anna-. Odio depender de alguien y la quimioterapia empeoraría la situación. Odio que todos se preocupen y que Jonas esté aquí todavía. Odio que Jim me visite cada noche…

– Anna, es porque te quieren.

– Yo no sé lo que es el amor, y no quiero saberlo. Jonas tampoco lo sabe -añadió con amargura-. Sólo está aquí porque soy su hermana pequeña. Cree que me tiene que cuidar porque es su deber. Además, se está quedando porque tiene algo contigo que no acabo de entender. Pero apuesto a que no es amor como la gente normal lo entiende. ¿Lo es? -Em contuvo el aliento, sin saber qué contestar, pero no hizo falta porque Anna no había terminado de hablar-. Sea lo que sea, es una tontería que se quede, pero no se va. Y Jim… ¿Sabías que me ha pedido que me case con él? ¿Casarme yo? Una mujer con tres niños y medio pecho. Si se cree que necesito su caridad…

– No creo que lo haga porque le des lástima.

– ¿Así que crees que debería casarme con él?

– Eso es asunto tuyo -Em tomó aliento-. Pero tendría que ser porque lo amas.

– ¿Como tú amas a mi hermano?

– ¿Qué quieres decir?

– Jonas me dijo que quiere casarse contigo. Dice que si aún está aquí es por ti.

– Creo que acabarás dándote cuenta de que es por ti.

– ¿Por mí? No me hagas reír. Nadie me quiere tanto como para hacer eso, ni nadie me querrá.

– Te querrían si los dejaras.

– No. Jonas y yo sabemos lo que el amor puede hacer. Destruyó a nuestros padres y casi nos destruye a nosotros. No puedo creer que Jonas quiera casarse contigo, pero si es así, tienes mucho sentido común al rechazarlo, porque él está tan dañado emocionalmente como yo.

Em estaba sumida en la incertidumbre y la amargura, pero por lo menos la presencia de Jonas significaba que podía seguir cuidando a su precioso bebé. Jonas pasaba la consulta matutina, lo que le permitía a Em pasar la mañana con su querido Robby, y eso era una maravilla.

Daban largos paseos y hasta Bernard empezó a disfrutar caminando junto al cochecito de Robby. Mientras tanto, Em pensaba y pensaba. Pensaba que era estúpida por anhelar algo que no existía. El amor de Jonas.

Em estaba cada vez más desmejorada, pero Robby resplandecía y sus heridas cicatrizaban antes de lo previsto. Ella lo quería cada vez más y, por mucho que se reprendiera y se torturara, también amaba a Jonas cada vez más.

«Él siempre está aquí», pensó desesperada. Ya fuera llamando a su puerta para consultar algo sobre un paciente, o pidiéndole que lo ayudara en una operación. Estaba hasta en el hospital cuando ella hacía la ronda.

O estaba en el salón leyendo el periódico, o haciendo el papeleo de los pacientes, o cocinando. Y si no estaba presente en persona, lo estaba en sus pensamientos.

Em decidió que Jonas no podía seguir viviendo en su casa, aunque le gustaba que estuviera allí y que llevara a sus sobrinos para alegrar a Bernard. Le hacía daño.

– A finales de mes se queda libre la casa de un pescador. ¿Quieres que pregunte por cuánto la alquilan? -comentó Em.

– ,¿Quieres que me vaya?

Tenía que decirlo y lo dijo.

– Sí. No quiero seguir compartiendo la casa. -¿Por qué no?

– Tú sabes por qué. ¿Tengo que deletrearlo, Jonas? Estás convirtiéndonos en una familia, sin aceptar ningún compromiso, y yo lo quiero todo.

Él hizo una pausa y siguió removiendo lo que había en la sartén.

– Este arreglo me va bien. Me gusta vivir contigo. -Pues a mí no me gusta vivir contigo -replicó Em-.

Me está volviendo loca.

– Pero hago unos guisos estupendos.

Era cierto. Un hombre que sabía cocinar… Em se endureció.

– No -dijo-. Tienes que marcharte. ¿Vas a preguntar tú sobre el alquiler o lo hago yo? -Bernard no quiere que me vaya. -Pero yo sí.

Jonas se volvió y la miró fijamente. -¿Lo dices en serio, Em? ¿De verdad? -¡Sí!

Él suspiró.

– De acuerdo, me iré. Si eso es lo que deseas de verdad.

Pero, ¿y si no aprendía? Todo era muy difícil. Dio vueltas y vueltas en la cama y se abrazó a la almohada, agobiada por sus pensamientos…

Quizás Jonas tenía razón. Amar era una tremenda equivocación.

¡Em quería que se fuera!

Jonas más o menos se lo esperaba. Era la decisión más lógica después de rechazar su oferta de matrimonio.

Em tenía mucha suerte porque él se iba a quedar en la ciudad. No. Eso lo decía porque estaba enfadado. Enfadado porque hubiera rechazado el plan más lógico para los tres. Pero, sobre todo, porque ella había dejado que su corazón prevaleciera sobre la razón.

Lo que no tenía lógica para ninguno de los dos era querer a Robby. Pero si Em no lo hubiera querido tanto, ¿le habría propuesto matrimonio?

Estaba hecho un lío.

Em…

Oyó ruido bajo la cama y estiró la mano. Era Bernard. ¿Cuándo había abandonado la comodidad de la cama de Em?

– Eres tonto por venirte -le dijo al perro-. Con lo a gusto que yo estaría allí.

Reflexionó sobre lo que había dicho. ¿ era cierto?

Sí. ¿Por qué no? Em era la mujer más preciosa que conocía. Tendría que estar loco para no querer acostarse con ella.

¿0… casarse? Eso también. Pero no amarla.

– No puedo -le dijo a Bernard-. Ni siquiera sabría cómo empezar a amar a alguien. Ella dependería de mí y eso me aterra. Soy independiente. Toda mi vida he luchado para ser independiente y así pienso quedarme

Pero no era lo que ella deseaba. Estaba tumbada en la cama y se preguntaba si era idiota. Rechazar casarse con él, rechazar compartir la casa…

¡Rechazar la oportunidad de quedarse junto a él para siempre!

– Quizá podría funcionar -susurró en la oscuridad, y estiró la mano para acariciar a Robby-. Quizá podría aprender a amarnos.

– Bernard le lamió la mano-. ¿Me estás diciendo que no soy tan independiente? ¿Que no puedo marcharme y dejarlos a todos? Y no es sólo por Em. También es por Anna y sus hijos. Y por Robby. Y hasta por ti, chucho malnacido -como si lo entendiera, Bernard le dio otro lametazo-. ¡Diablos! -cada vez estaba más metido en el lío-. La dama tiene razón. Tengo que salir de aquí. Necesito vivir solo.

Pero, ¿por qué le parecía una idea tan deprimente?

Faltaba un día para la radioterapia de Anna.

– ¿Quieres que vaya contigo el primer día? -preguntó Jonas por enésima vez-. Anna, no es algo a lo que debas enfrentarte tú sola.

– ¿Por qué? ¿Duele?

– No, no duele. Es como una radiografía. -Entonces…

– Habrá gente que estará más enferma que tú. Casos serios de cáncer.

Anna sonrió, pero negó con la cabeza.

– Puedo arreglármelas sola.

– Algunas personas lo encuentran muy amenazante.

– Y puede que yo también -reconoció ella-. Pero nunca he dependido de nadie y no pienso empezar ahora. Jim ya me ha pedido que lo deje acompañarme y le he dicho que no. Así que déjame tranquila.

Jonas no tenía más remedio que aceptar la decisión de Anna. Al fin y al cabo era lo mismo que él habría hecho en su situación.

Trabajó durante toda la tarde haciendo las visitas domiciliarias y, mientras se concentraba en la medicina, llegó a la conclusión de que él nunca podría depender de nadie. Anna y él lo habían aprendido a base de golpes.

Pero Em y Robby lo necesitaban. Necesitaban que él se quedara en la ciudad. No. Era Em quien lo necesitaba. Él no tenía que depender de nadie. Nunca.


Eran las dos de la tarde. Em estaba atendiendo a sus pacientes en la consulta y Jonas hacía las visitas. Así lo había organizado él para que ella no se agobiara. Cuando terminara la consulta a las seis, él se quedaría de guardia y ella podría volver a ser la madre de Robby.

Podría haber sido un arreglo estupendo si no fuera por el vacío que Jonas le había creado.

Le había pedido que se casara con él, pero no la amaba.

Em estaba examinando a la señora Harris, cuando sonó el teléfono. Debía de tratarse de una urgencia, porque Lou nunca la interrumpía durante la consulta a menos que fuera imprescindible.

– Em, se trata de Sam, el hijo de Anna -Em se sintió desfallecer al oír el tono de Lou.

– ¿Qué pasa?

– Anna acaba de llamar y está histérica. Sam se ha metido en el terreno de detrás de su casa, donde estaba la mina de oro. Al parecer, hay un viejo pozo que no rellenaron bien. Anna dice que se ha hundido y el niño se ha caído dentro. Dice que Matt y ella pueden oírlo como a varios metros de profundidad, pero no lo pueden sacar ni se pueden acercar. Voy a llamar a los servicios de emergencia, pero ¿podrías ir tú también?

Era salió como una exhalación, dejando a la señora Harris boquiabierta.

– Busca a Jonas -le pidió a Lou al pasar- y explícaselo a la señora Harris.

Загрузка...