CAPÍTULO 7

LOS RESULTADOS de las pruebas llegaron por la tarde y eran magníficos. Jonas condujo desde Blairglen sintiéndose como el amo del mundo. Llegó justo en el momento en que Em volvía de la consulta de la tarde y, al verla, se puso aún más contento. Quería gritar las buenas noticias con todas sus fuerzas, y ¿quién mejor que Emily para compartirlas?

Pero había alguien más esperando en la sombra bajo el porche. Era un hombre con cara de haber esperado mucho y preparado para esperar lo que hiciera falta. Donas lo reconoció del día anterior. Era Jim, el jefe de bomberos que había compartido con él la tensa espera. Necesitaba compartir las buenas noticias también con él.

Em se estaba acercando desde la consulta y Jonas sintió ganas de salir corriendo a tomarla en brazos y darle vueltas hasta que se marearan.

Pero Jim estaba esperando y parecía muy preocupado.

– Espero que no te moleste que haya venido -dijo Jim-. He estado telefoneando todo el día al hospital, pero no me quieren decir nada. Jonas, amigo… Necesito saber algo.

Ese hombre grandullón había estado esperando todo el día sin ver a Anna, pensó Jonas intentando aceptar esa nueva dimensión de la vida de Anna. Habían estado juntos en la sala de espera, y a Jonas lo habían dejado entrar, pero a él no.

Aun así, Jim había esperado. Y no había más que verlo para saber que estaba muy preocupado.

Jonas miró de reojo a Emily.

– Amas a Anna -dijo ella con dulzura, como si fuera un descubrimiento. Jim se puso más tenso.

– Es una mujer estupenda, doctora. Si le pasara algo, no podría soportarlo.

– No le pasará -dijo Jonas sin poder contenerse-. Los resultados son excelentes. La zona alrededor del bulto está limpia y los ganglios dan negativo. No ha tenido tiempo de causar ningún daño. Tendrán que hacerle más pruebas para confirmarlo, pero, por ahora, está todo muy bien.

La expresión de Jim se relajó.

– Oh… esa es una noticia magnífica. La mejor -dijo, y se apartó un poco-. Es… es…

No terminó la frase y salió huyendo dejándolos solos.

Jonas sonreía como un niño travieso, pero Em estaba de puntillas, dándole un pequeño beso en los labios, y dejó de sentirse como un niño.

No era un gran beso. Casi ni se notaba. Pero él sí lo había notado. ¡Y mucho!

– Ya he oído la noticia -dijo ella-. He venido a casa lo antes posible. Es fantástico.

– ¿Cómo diablos lo supiste? -preguntó intrigado.

– Anna es mi paciente, listillo. Pedí al departamento de patología que me llamaran en cuanto tuvieran los resultados. Si hubieran sido malos, habría ido a Blairglen a ver a Anna, pero pensé que tú y Patrick podríais explicárselos.

«Em habría ido a Blairglen… Porque le importa».

Jonas se encogió de hombros. Estaba aliviado, cansado y experimentaba una mezcla de sentimientos extraños.

«¿Qué estaba pasando?», se preguntó. Normalmente se mantenía frío, distante. En cambio, en ese momento tenía ganas de llorar.

– Todavía no han clasificado el tumor -dijo Em, mirándolo con una expresión extraña-. Aún no saben si es un receptor hormonal positivo o no. Pero Patrick piensa que podemos celebrarlo.

– Está bastante seguro de que es de grado uno.

– Él lo ha visto, y sabe mucho -aseguró ella-. Me inclino a pensar que la intuición de Patrick es buena. Y si lo es, no necesitará quimioterapia. Sólo algo de radiación para limpiar cualquier posible resto. Y luego, con un pequeño añadido de silicona en el sujetador para que ambos lados estén iguales, Anna podrá seguir con su vida.

Pero Jonas seguía luchando con sus sentimientos.

– Gracias… gracias a Dios consiguió decir.

– Y tú también -dijo Em, mirándolo a la cara-. Tú también podrás volver a ser Jonas Lunn, el doctor independiente.

– Dentro de tres meses. Cuando haya terminado la radioterapia.

– ¿Aceptará tu ayuda tanto tiempo?

– Necesitará ayuda mientras se la dan -dijo Jonas-.

Tendrá que aceptarla. ¿Cómo va a arreglárselas sola? -Hay un autobús diario a Blairglen.

– Magnífico. Dos horas para ir y dos para volver, todos los días durante siete semanas. Tendrá que quedarse en Blairglen.

– Quizá podrías alquilar una casa para todos vosotros -dijo Em observando toda la gama de sentimientos que se reflejaban en el rostro de Jonas-. Llévate a los niños y quédate con ella.

– Como si me fuera a dejar.

– Puedes intentarlo.

– ¿Y qué pasa contigo? ¿Cómo vas a arreglártelas? -Como siempre lo he hecho -contestó Em en tono prudente-. Sola. Nada ha cambiado para mí, Jonas.

– Pero está Robby…

Jonas pudo ver el dolor en el rostro de Em.

– Sí -reconoció-. Está Robby. Pero Lori regresará pronto. Las noticias de Sydney son buenas. Ray está en lista de espera para un bypass. Anna no estará lista para la radioterapia hasta dentro de unas semanas, así que, tal vez, tú podrías quedarte hasta que Lori regrese. De ese modo yo podré cuidar de Robby un poco más de tiempo y no necesitaré depender tanto de Amy.

– Me quedaré. Sabes que me quedaré. Diablos, Em, me siento tan bien por todo esto, que me gustaría…

Ella sonrió al percibir la alegría de sus palabras. Jonas había estado tan preocupado…

– ¿Celebrarlo? -sugirió, y él sonrió.

– Creo que esa es la palabra -miró el reloj. El estómago le decía que era hora de comer-. Te invito a cenar.

– Hmm…

Jonas arqueó las cejas. No estaba acostumbrado a que las mujeres reaccionaran ante sus invitaciones con un gruñido de indiferencia.

– ¿Qué quiere decir «Hmm»?

– Quiere decir que te has olvidado de tus responsabilidades, doctor Lunn -aclaró Em-. Es hora de que Amy se vaya, y tenemos que alimentar y cuidar a nuestros cuatro niños.

– Pero…

– No hay pero que valga. Se llama responsabilidad.

Ella tenía razón. Claro que tenía razón. El se había ofrecido a cuidar de esos niños y tenía que atenerse a las consecuencias.

Lo que significaba que no podía invitar a una chica a una cita sin llevar también a los cuatro niños.

– Entonces te invito a pescado frito con patatas en la playa -dijo resignado, y ella sonrió.

– Sabia elección. Mientras este cacharro no suene -dijo señalando el busca.

– Será mejor que no lo haga. Hace una noche magnífica, acabamos de recibir buenas noticias y nos merecemos una cena fantástica. Todos nosotros. ¿Qué opinas?

Em sabía lo que debía decir. Debía decir que cenaría con Robby tranquilamente en casa, mientras Jonas llevaba a los hijos de Anna a la playa. Debía insistir en que se mantuvieran separados..

Pero la invitación era muy tentadora. Una cena familiar en la playa. Jonas y ella y cuatro niños maravillosos.

¿Cómo podía rechazar una oferta así?

¿Cómo podía rechazar a un hombre como Jonas?

Sin duda fue una noche llena de magia.

El pescado frito con patatas nunca había sabido mejor. Los niños estaban tranquilos sabiendo que su madre estaba bien. Ya se habían acostumbrado a la compañía de su tío y de Em y se dedicaron a divertirse. A esa hora el sol de verano ya no quemaba, pero aún calentaba lo suficiente como para sentarse a la orilla del mar y dejar que las olas les bañaran los pies.

Hasta Bernard estaba allí y, para sorpresa de Em, saltaba las olas y corría de un lado a otro como un cachorro.

– Quizá echaba de menos tener niños a su alrededor -aventuró Em-. Puede ser que todos estos años haya estado deprimido y no supiéramos por qué. Pero mira… -Sam le acababa de dar una patata y el perro meneaba la cola como si fuera una bandera-. ¡Lo que necesitaba era una familia! -una familia. Qué idea tan dulce y tentadora ¿Qué mejor vida que esta? -exclamó Em con alegría-. Cuidado, Ruby. Esa ola es muy grande. Se va a llevar tu cena.

Ruby levantó los brazos para que la ola no mojara su bolsa de pescado y luego siguió comiendo hasta la siguiente ola.

A su vez, Em hacía juegos malabares con Robby a caballito sobre sus rodillas y tratando de que no se le mojara la bolsa de pescado.

– No va a funcionar -le dijo Jonas riéndose-. Vete hasta donde no rompen las olas. Es la única forma de solucionarlo. Además, así evitarás que se mojen los vendajes de Robby. Si se mojan, tendrás que cambiárselos y tardarás al menos media hora.

– Ni lo sueñes. A Robby le encanta el mar. ¿Verdad, Robby? -el bebé gritó dichoso-.Y a mí también. Si supieras las ganas que tenía hoy de venir a la playa…

– Entonces, deja que te ayude -le quitó la bolsa de pescado frito y comenzó a dárselo mientras ella saltaba las olas con Robby. Un trozo para ella y un trozo para él.

Todo extrañamente íntimo.

Robby reía a cada bote que daba su caballito y sus vendajes se mojaban más y más. Pero Em no hacía caso, porque tanta diversión bien valía la pena tener que cambiarle las vendas después.

Era una sensación indescriptible. Miró a su alrededor. El bebé, los niños, Jonas… Una ola rompió sobre sus pies descalzos. Jonas le metió en la boca otro trozo de pescado. Se alteró tanto que, por un momento, pensó que iba a llorar.

¡Qué estupidez!

– Debería irme a casa -dijo ella sin fuerzas-. Tengo trabajo.

– Pero el teléfono no ha sonado.

– Tengo un montón de papeleo legal por hacer.

– Yo te ayudaré cuando los niños se hayan ido a la cama -se ofreció Jonas, y eso la alteró aún más. Pensar en ese hombre sentado a su lado por la noche, trabajando en la montaña de papeles…

– No es necesario que lo hagas.

– Quiero hacerlo -dijo Jonas con dulzura, y le arrebató a Robby de los brazos-. Bueno, chicos. ¡Sam, Matt, Ruby! Recoged toda la basura, llevadla a la papelera y volved enseguida.

– ¿Por qué? -preguntó Sam, desafiante. Sam tenía los ojos verdes y el pelo rojo como su tío. Em sonrió al verlo. Era igual que Jonas.

– Porque nos vamos a nadar. Y el que no venga, que se prepare.

No sabían lo que les esperaba, pero sonaba divertido. -No te atreverás -retó Sam. -No vengas si quieres averiguarlo. -No -contestó el niño riendo. -Entonces, ¿a qué esperamos? ¡Vamos!

Em se quedó en la orilla mirando cómo Jonas y los niños chapoteaban y gritaban.

Robby iba seguro en brazos de Jonas, y los otros se envalentonaban, adentrándose más y más en lo profundo del agua. También Jonas se estaba adentrando más y más en lo más profundo del corazón de Em.

Eran casi las diez cuando terminaron de acostar a los niños. Em salió de su cuarto después de darle a Robby el último biberón y se encontró con que Jonas estaba ordenando los papeles de su escritorio.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó perpleja, y él se rió.

– Haciendo sitio para los dos. Pero yo, en tu lugar, me cambiaría antes -dijo mirando con aire virtuoso su camisa limpia de lino y sus pantalones.'Se había duchado con los niños. Por el contrario, Em había bañado a Robby,.le había cambiado los vendajes, lo había ayudado con los ejercicios y dado el biberón y aún llevaba puesto el bañador. «Está preciosa», pensó él. «Preciosa». ¡Pero no podría trabajar con ella así!-. No creo que pueda trabajar mucho a tu lado con esa ropa que llevas -le dijo.

– No creo que puedas trabajar conmigo de ninguna manera -dijo ella con firmeza-. Se trata de mi papeleo.

– Somos socios.

– No sabes nada sobre mis pacientes.

– Puedo hacer el papeleo legal con las manos atadas -dijo, y señaló el ordenador-. En tu ordenador están las cartas de los abogados y las notas sobre tus pacientes. Yo tengo mi ordenador portátil. Tú puedes mirar tus notas y decidir lo que podemos decir y yo voy escribiéndolo y editándolo sobre la marcha. ¿Alguna objeción?

Ninguna», pensó Em mirando la enorme pila de cartas. Parecía que uno de cada dos de sus pacientes tuviera alguna reclamación de seguros pendiente.

– Pero dúchate primero. Si me siento a tu lado con esa indumentaria, no respondo de las consecuencias.

Ni ella tampoco. Miró a Jonas, que se estaba riendo, y salió volando. Porque no se fiaba de sí misma. Nada.


Había un problema. Su pelo.

Em solía lavárselo una vez por semana. Tenía una mata espesa que tardaba horas en secarse.

No quería lavárselo en ese momento porque tendría que deshacer la trenza. Pero estaba lleno de arena y sal.

– Debería cortármelo. Es pura vanidad llevarlo así -dijo delante del espejo. Pero a su abuelo y a Charlie les gustaba. Y a ella también-. Así que lávalo y sécalo con el secador -se ordenó-. Pero eso tardará casi una hora y Jonas está esperando. Está haciendo tu trabajo…


Se deshizo la trenza, se lavó la cabeza y se peinó. Se puso el pijama y volvió a la sala con el pelo suelto.

Jonas se puso en pie al verla entrar. La miró fijamente y silbó, haciendo que Em se sonrojara.

– No hace falta que silbes -dijo cortante-. Sigo pareciendo un gnomo, sólo que algo más peludo.

– Me gustan los gnomos peludos -dijo él con una mirada franca. Estaba claro que le gustaban mucho. -Venga. Si insistes en ayudarme, empecemos de una vez -dijo ella en un tono frío y profesional.

– Tu pelo está goteando todavía. -No importa.

– Déjame que te lo seque con la toalla.

– Jonas Lunn, si -te acercas a menos de medio metro de mí, gritaré y saldré corriendo.

– ¿Qué? ¿Tiene miedo de mí, doctora Mainwaring?

– dijo Jonas sonriendo con picardía.

– Sí -repuso ella con franqueza. -No tienes por qué tener miedo.

– Al contrario, tengo que tenerlo. Estás jugando con mi equilibrio y, a veces, pienso que mi equilibrio es todo lo que tengo para mantenerme cuerda. Así que dejémonos de cosas personales y empecemos con mis cartas. -Sí, señora.

Así quedó zanjado el tema y él tuvo que olvidarse de que estaba sentado junto a la mujer más deseable que había conocido jamás y ponerse a trabajar.

Se preguntaba cómo conseguir que algún día esa mujer se deshiciera la trenza sólo para él.

Trabajaron durante dos horas seguidas, con tal ritmo que el montón de papeles disminuía por minutos. Cada vez que Em le decía a Jonas que se fuera a la cama, él agarraba una nueva carta. No debía dejar que lo hiciera. Pero él podía dormir al día siguiente y la idea de terminar con el papeleo era demasiado atractiva.

De repente, Robby se despertó.

Era un bebé inquieto. La piel que se estaba cicatrizando le picaba y, a veces, se hacía daño al cambiar de postura en la cuna y se despertaba con un quejido. Pero no era un niño llorón y, después de lloriquear un poco, se quedaba tranquilo en la cuna.

Era como si supiera que no tenía una madre que lo estrechara entre sus brazos y que, por lo tanto, no valía la pena llorar. Em no lo podía resistir. Se levantó, fue a buscarlo y lo llevó hasta donde estaba Jonas.

– ¿Qué le pasa? -preguntó Jonas, apartando los papeles. El trabajo les había cundido bastante y tenía ganas de acostarse.

– No lo sé -Em acunó al pequeño entre sus brazos y sus hermosos cabellos se balancearon brillando sobre sus hombros-. Ojalá me lo pudiera decir, pero no puedes, ¿verdad, cariño? Está mojado, pero eso no lo suele despertar. Pero como ya está despierto… -lo puso sobre el sofá y comenzó a cambiarlo. Luego volvió a acunarlo. Al volverse, vio que Jonas la estaba observando.

– Desearía que no lo hicieras -se quejó, y él parpadeó.

– ¿Que no hiciera el qué?

– Mirarnos fijamente. Robby y yo no somos atracciones turísticas.

– Deberíais serlo. Tú eres preciosa -Em estuvo a punto de tirarle un cojín. Ese hombre era capaz de desconcertarla.

– No -dijo ella emocionada-. Robby es precioso y no Yo. ¿Quieres tomarlo en brazos? -y antes de que Jonas pudiera decir nada, se lo había dejado sobre las rodillas y se había marchado hacia la cocina.

– Necesito un chocolate a aliente y supongo que tú también. Y le prepararé otro biberón a Robby. Cuídalo mientras los preparo.

Era sólo una excusa para apartarse de él. Para recuperar su equilibrio.

Jonas era tan distante…, pausó mientras estaba en la cocina. Ayudaría a Anna, pero luego saldría de nuevo de su vida. Y si le daba la oportunidad, le haría el amor y luego se marcharía sin volver la vista atrás.

No era suficiente. Él tenía que aprender que había algo más en la vida.

Que había algo más aparte de amar y ser necesitado. También era necesario necesitar a alguien. Pero Jonas Lunn no necesitaba a nadie, No sabía lo que se estaba perdiendo.

Cuando Em regresó a la sala, Jonas había adelantado más trabajo. Robby estaba tumbado sobre sus rodillas haciendo gracias y tenía a Jonas anonadado.

Cuando Em regresó, Jonas levantó la vista disimulando que el bebé también le había llegado al corazón.

– Es un bebé encantador. -Sí, lo es.

– ¿Por qué dijiste que su tía no lo quiere tener? -Porque tiene tres hijos.

– Eso no me lo impediría dijo Jonas, y su voz cobró una fiereza que hizo parpadeos Em-. Quiero decir… si fuera el hijo de mi hermana.

– Claro -Em lo miró preguntándose si estaba siendo sincero. Miró a Robby, que estaba parloteando y tenía las manitas agarradas a las de Jonas.

Em pensó que había algo mágico en el ambiente. -¿Quieres que le dé yo el biberón? -preguntó ella. -No, yo se lo daré. Termina tu chocolate. -El tuyo se va a enfriar.

– No importa -contestó Jonas.

Em se sentó y, mientras sorbía su chocolate, observó la ternura con la que Jonas le daba el biberón a Robby.. Una vez más sintió que su preciado equilibrio se le iba de las manos.

Hasta que se le fue para siempre, le gustara o no.


Al día siguiente una ambulancia trasladó a Anna hasta el hospital de Bay Beach. A su llegada, Em la examinó y se cercioró de que le dieran los analgésicos necesarios. Aliviada, Anna se recostó sobre su almohada.

– Le diré a tu hermano que venga -dijo Em acariciándole la cabeza para tranquilizarla-. El viaje en ambulancia te habrá despertado el dolor, pero ahora se te calmará. Si te parece bien, dentro de un ratito Jonas puede traerte a los niños. Están deseando verte.

– Y yo quiero verlos a ellos -susurró Anna-. Estoy tan contenta de que ya haya pasado todo…

– Lo estamos todos. ¿Podrías llamar al doctor Lunn a la consulta? -Em le pidió a la enfermera que la acompañaba y miró el reloj-. Dile que Anna ya está aquí. Que le he dado morfina y que dormirá un par de horas, pero que después puede traer a los niños y yo me encargaré de la consulta.

Em no vio a Jonas durante el resto del día. Necesitaba tiempo para reflexionar. Estaba tan confusa que no podía casi concentrarse en su trabajo.

Cuando regresó a casa por la noche, Jonas no había regresado con los niños y Robby estaba solo con Amy.

«Quizá Jonas también necesita tiempo para reflexionar», pensó Em con un asomo de amargura. Ese hombre había despertado en ella tantos sentimientos que no deseaba, que ojalá también él estuviera algo conmocionado.

Jugó un poco con Robby y luego lo llevó a dormir. Lo dejó al cuidado de las enfermeras del turno de noche y se marchó al hospital a hacer la ronda nocturna. Suponía que Anna estaría sola, pero se encontró con que Jonas estaba con ella.

Al verlo, se estremeció. Sus sentimientos volvían a estar en danza.

– ¿Qué has hecho con los niños? -preguntó alzando las cejas, y luego le sonrió a Anna fingiendo indignación-: ¡Menuda niñera!

Jonas se indignó también.

– No los he abandonado. Jim los ha invitado a comer una pizza.

– ¿Jim? -preguntó Em extrañada-. ¿Jim Bainbridge?

Se sorprendió gratamente cuando vio que la pálida cara de Anna se teñía ligeramente de color. Bueno, bueno… Así que Jim era correspondido.

– Él se ofreció -afirmó Anna a la defensiva- Y los niños lo conocen. Vive al otro lado de nuestra valla trasera. Él… -se sonrojó aún más-. Vino a Blairglen, pero yo no quise verlo. Luego esperó un par de horas aquí. Al final tuve que decirle que entrara a verme. Tenía tanto interés por ayudar en algo…

– Creo que ha sido una buena idea -afirmó Em. Tomó la ficha clínica de Anna para comprobar su evolución y sonrió-. A veces hace falta ser muy valiente para aceptar la ayuda de alguien. A menudo, es más fácil dar que recibir.

Anna negó con la cabeza.

– No estoy acostumbrada a recibir.

– No sé cómo lo habré adivinado -sonrió de nuevo-. Por lo que veo en tu ficha, estás evolucionando muy bien. No parece que el viaje hasta aquí te haya afectado demasiado. Parece que todo va bien, Anna. Ahora, te dejo con tu hermano.

Anna negó con la cabeza.

– Preferiría que Jonas también se fuera. Por favor… quisiera estar sola.

– Ella siempre quiere estar sola.

De regreso a la sala de estar del caserón, Jonas estaba dando zancadas como un tigre enjaulado.

– ¡Diablos! ¿Cómo puedo hacerle ver lo mucho que deseo estar cerca de ella?

Em lo observaba dar zancadas. Robby se acababa de despertar y lo estaba meciendo. El bebé estaba feliz de estar con ella y ella también con él, aunque la corroía la incertidumbre y sentía lástima de Jonas.

También sentía lástima de Anna.

– Tus padres la han lastimado mucho -dijo con dulzura-. Igual que a ti. Ha aprendido a ser independiente de la forma más dura.

– Si yo estuviera en su situación…

– ¿Dependerías de otra gente? -lo miró pensativa-. No lo creo.

– Claro que dependería.

– ¿Emocionalmente? -se puso en pie y abrazó a Robby más fuerte. El bebé se acurrucó contra su pecho y Em se llenó de ternura-. No estoy segura de que sepas lo que significan las palabras «dependencia emocional» -ella sí que lo sabía.

– No sé qué intentas decir -repuso Jonas, confundido.

– Claro que no -respiró hondo, buscando la mejor manera de decirlo-. Jonas, ¿tú necesitas a Anna?

Él la miró sin comprender.

– Es mi hermana pequeña.

– Ya lo sé, pero ¿la necesitas? ¿Se lo has demostrado alguna vez?

– No la necesito -afirmó, aún sin comprender-. Claro que no. Yo siempre he sido el fuerte de los dos.

– Porque tenías que serlo. Pero la dependencia emocional es recíproca -volvió a respirar profundamente-. Por ejemplo, Robby y yo.

– Bueno… eso es otra cosa.

– Robby me necesita. O al menos, necesita a alguien que lo quiera de verdad. Eso puedo hacerlo yo. Pero soy suficientemente sincera para reconocer que también yo lo necesito a él.

– No necesitas a Robby. Es sólo un bebé.

– Pero es capaz de dar – Em miró al niño y su expresión cambió-. Cada vez que me sonríe, cada vez que le hago daño cuando le cambio los vendajes o le hago un masaje, Robby no llora porque sabe que luego lo arrullo, y cada vez que él se arrima a mí, la necesidad crece. Esa es la clase de necesidad de la que te estoy hablando. Te estoy hablando del cariño, del amor, Jonas. Anna ha aprendido a sobrevivir sin eso. Y me parece que tú también.

– Eso es ridículo.

– No. Es la verdad -llamaron a la puerta-. Debe de ser Jim que trae a los niños a casa. Ese es otro como yo. Que ama y necesita, y que no tiene la más mínima oportunidad de que lo quieran y lo necesiten a él.

Jonas la miraba sin comprender nada. No tenía ni idea de lo que ella decía. ¡Estaba tan ciego…!

– Estás dramatizando.

Sabiendo que eso no era cierto, Em se dirigió a abrir la puerta.

Ella amaba y necesitaba. Y estaba ansiosa por ser amada y necesitada también. No era sólo el pequeño que sostenía en brazos quien le despertaba esos peligrosos sentimientos.

¡Era Jonas Lunn!

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