A LA MAÑANA siguiente, Em fue a Blairglen Já para ver a Anna al terminar sus pruebas. Sabía que Jonas estaba con ella, pero sentía la necesidad de estar allí también
Era martes, y los martes tenía un acuerdo con un médico que trabajaba en el sur de Bay Beach y que también tenía exceso de trabajo. El arreglo consistía en que él atendía las urgencias de Em los martes, y ella lo hacía por él los jueves. Así, esos días podían visitar a los pacientes en zonas alejadas donde los móviles no tenían cobertura, con la tranquilidad de que el equipo de enfermería tendría alguien a quien contactar en una emergencia.
Y ese martes Em pudo pasar revista a los enfermos del hospital, visitar a un paciente en el extremo norte de su zona y luego acudir al hospital de Blairglen.
Cuando llegó al departamento de Rayos X, ya le habían hecho la mamografía a Anna. Como médico de cabecera, Em pidió que se la enseñaran, y el corazón se le cayó a los pies cuando la vio. No parecía un quiste.
«Por otra parte», se dijo, tratando de ser positiva, «es una masa firme y limitada. Aparte del pequeño bulto, no hay ninguna zona sospechosa».
– ¿Dónde está Anna ahora? -preguntó a la enfermera de turno, y ésta se lo indicó.
– Ya le han hecho la prueba de ultrasonido y ahora le están haciendo la biopsia -informó la enfermera-. Ella ya ha visto la radiografía y su hermano le ha explicado lo que significa. Es un hombre muy agradable, ¿verdad? Aún está con ella.
Sí que lo era, pero Em estaba concentrándose en Anna.
– ¿Puedo entrar?
– Claro -asintió la enfermera.
Cuando Em entró, Anna estaba tumbada en la camilla y le estaban practicando la biopsia. Podrían tener los resultados al final del día y sabría a qué atenerse, aunque no fuera lo que ella deseaba. Desde la puerta no podía ver bien a Anna, pero vio a Jonas enseguida. Él alzó la vista y ella pudo adivinar la consternación que sentía.
Em pensó que era imposible ser médico y hermano al mismo tiempo, y sintió que su corazón se volcaba hacia él. ¿Qué había dicho la enfermera? ¿Que él le había explicado la radiografía a Anna? Ese no era su trabajo.
Anna era lo importante. Em cruzó la sala hasta la camilla y agarró una mano de Anna, mientras los médicos seguían con su trabajo.
– Hola -saludó-. No son buenas noticias, ¿verdad?
Anna negó con la cabeza y una lágrima le rodó por la mejilla. Vestida con la bata verde claro del hospital, tenía muy mal aspecto. Estaba lívida y la única nota de color la daba su pelo. En ese momento el cirujano estaba tomando una muestra de tejido y, bajo el efecto de la anestesia, Anna no sentía dolor, pero estaba tensa y tenía los labios apretados. «Al borde de una crisis», pensó Em.
Sin decir nada, Em le limpió la lágrima con un pañuelo y luego se lo dio.
– Ya te han tomado la muestra -le dijo cuando el médico se retiró-. Se acabó, Anna. Esa era la última prueba.
– Es cáncer…
– Sí, Anna, es cáncer. Es una mala noticia, pero no es terrible. Recuérdalo -y, dirigiéndose a la radióloga, prosiguió-. Ni siquiera será necesaria una mastectomía, ¿verdad, Margaret?
– Por lo que hemos visto, no -Margaret White era la jefa de radiología de Blairglen. Aunque la decisión de practicar una mastectomía era responsabilidad del cirujano, Patrick May, el especialista de Blairglen, trabajaba en equipo con Margaret y no le importaba que ella tranquilizara a las pacientes adelantando lo que iba a pasar-. ¿Vas a elegir a Patrick para la intervención?
– Voy a sugerirlo -dijo Em. Agarró de nuevo la mano de Anna y le sonrió-. Anna, Patrick May es uno de los mejores cirujanos que conozco -dudó un momento y añadió-. Aparte de tu hermano, claro.
– Cla… claro -tartamudeó Anna, y miró a su hermano.
– Patrick es muy bueno -reiteró Em mirando a Jonas, que parecía dudoso-. Si tú y Jonas estáis de acuerdo en que te opere él, y lo hacéis aquí en Blairglen, podemos trasladarte al hospital de Bay Beach de inmediato para el postoperatorio. Así los niños podrán visitarte.
– Pero la quimioterapia…, la radioterapia… ¿Cómo voy a enfrentarme a eso?
– La radioterapia es como si te hicieran una radiografía al día. Y si el tumor es tan pequeño y limitado como parece, la quimioterapia solo será opcional, para más seguridad. Eso es todo. Hazlo y sigue adelante con tu vida.
Anna cerró los ojos.
– ¿No me estás mintiendo? -preguntó con un hilo de voz-. ¿No me estáis mintiendo todos?
Em le apretó la mano.
– De ninguna manera.
– ¿Cómo diablos lo has conseguido? -mientras Anna se vestía, Jonas arrastró a Em hacia el pasillo para que no los oyera-. ¿Cómo te has escapado de Bay Beach para estar aquí con Anna? -preguntó con incredulidad.
– Los milagros ocurren a veces -dijo Em mirando el reloj-. Hago lo posible para que ocurran cuando son necesarios. Pero… -vaciló un poco-, este milagro toca a su fin. No puedo quedarme mucho más tiempo.
– Te has quedado lo suficiente. Eras la persona a quien Anna tenía más ganas de ver.
– Me lo imaginaba. La mayor parte del miedo que produce este tipo de pruebas es porque las realizan desconocidos. Así que, siempre que puedo, intento venir. -¿Lo harías por cualquiera? Em se puso tensa.
– ¿Quieres decir si lo haría por alguien que no fuera tu hermana?
Él sonrió y se encogió de hombros como disculpándose.
– Supongo que debes hacerlo. Anna es especial para mí, pero para ti sólo es una paciente.
– Nadie es sólo un paciente -repuso Em tajante-.Y si alguna vez pienso así, me retiraré de la medicina y no volveré a ejercer.
De repente, se hizo un silencio. Una enfermera que llevaba una bandeja con muestras patológicas pasó por allí, pero ni la vieron. Jonas estaba mirando a Em y no tenía ojos para nadie más.
– Los médicos de familia de las ciudades grandes no hacen esto por sus pacientes -afirmó Jonas, y Em negó con la cabeza.
– Eso es injusto. ¿Cuántos médicos de familia conoces?
– No es injusto. Es la verdad.
– Entonces prejuzgas a los médicos de familia -dijo Em, y sonrió para quitar peso a la conversación-. ¡Qué bien que vas a ser uno de ellos durante un par de meses!
– Un par de meses…
– Tres -enmendó ella-. Ese es el tiempo mínimo que Anna va a necesitarte.
– Si me deja.
– Te dejará. Así que tienes tres meses por delante para intentar ser un buen hermano y un buen médico de familia. Va a ser una experiencia muy estimulante para ti -volvió a mirar el reloj-. Jonas, tengo que irme.
– Lo sé.
Pero ella no quería marcharse. Y Jonas tampoco quería que se fuera, ella se daba cuenta de eso. Se quedaron callados unos segundos, Em con la vista fija en el suelo y Jonas, dudoso, mirándola a ella.
Antes de que Em pudiera detenerlo, Jonas tomó las manos de ella entre las suyas y las retuvo con firmeza, mirándolas con una sonrisa burlona.
Podía ver que eran unas buenas manos. Tenían las huellas de mucho uso, de ser lavadas cien veces al día, todos los días de la semana durante años, entre paciente y paciente. No eran como las manos de las mujeres que él frecuentaba, pensó Jonas, pero le parecían maravillosas.
– Gracias, Emily -dijo con sencillez, y luego hizo lo primero que se le ocurrió y que no pudo dejar de hacer.
Allí mismo, entre el ajetreo del pasillo del hospital, con gente yendo de un lado a otro a cada segundo, la estrechó entre sus brazos y la besó.
Y, cuando al fin la soltó, la vida de Em había cambiado para siempre.
– ¡No me interesa Jonas Lunn!
Se repitió Em mientras conducía de regreso. Y durante toda la tarde y toda la noche, mientras trabajaba no dejó de repetir la cantinela. «Es un soltero encantador, con un atractivo de muerte. Te ha besado por agradecimiento, y no significa nada. Y aunque significara algo… aunque se sintiera atraído por ti como tú te sientes por él…, sólo estará aquí por poco tiempo, mientras su hermana esté en tratamiento, y luego se marchará. ¡Y cuando se haya ido, tú tendrás que seguir con tu vida!»
Pero la cosa no era tan simple. La cantinela tenía sus fallos. Porque…
– ¡Es guapísimo! -exclamó Lori cuando Em llegó esa noche para curar las quemaduras de su pequeño paciente. Lori la estaba mirando mientras le cambiaba los vendajes a Robby y le hacía los ejercicios. Pero Lori no estaba pensando en Robby, sino en Jonas-. Es uno de los hombre más atractivos que he visto jamás -aseveró observando con interés cómo su amiga se ruborizaba y arqueaba las cejas-. ¡Eh! ¡Y tú también lo piensas!
– Claro, como que estoy a régimen de sexo -rebatió Em con una sonrisa. Estaba haciendo grandes esfuerzos para bromear-. He de reconocer que últimamente mi relación con el viejo Bernard está siendo un poco dura. Sus ronquidos están saliéndose de madre y, francamente, en comparación, Jonas Lunn no está mal del todo.
– En comparación con un chucho apolillado que sólo se dedica a dormir y que no sabe otra gracia que hacer que la gente se tropiece con él cuando menos lo espera. Vaya, eso es algo… – Lori miraba cómo Em masajeaba con suavidad las piernas de Robby-. Robby está evolucionando muy bien.
– Así es -contestó sonriéndole al bebé, que la miraba feliz y también sonreía. Robby sonreía incluso cuando le hacía daño, y al pensarlo, el corazón se le encogió. Maldición. Primero Robby y luego Jonas se estaban colando dentro de su corazón. Bernard tenía una competencia muy dura esos días.
– Desde mañana, Robby va a tener dos hermanos y una hermana -le comunicó Lori, y Em puso cara de sorpresa.
– ¿Quieres decir que los hijos de Anna van a venir aquí mientras la operan?
– Sí. Anna y Jonas vinieron hace dos horas a recoger a los niños y a organizar una estancia más larga para ellos. Al parecer, el cirujano quiere intervenirla lo antes posible y, ya que se ha decidido, no ve ninguna razón para posponerlo. Así que la operarán mañana. De hecho, a ella le habría gustado que lo hicieran esta misma tarde.
– No me extraña -dijo Em pensativa-. Así que Jonas te está endosando a los chicos.
– No seas injusta -amonestó Lori-. Él estará yendo de un lado a otro para visitar a Anna. Se ha ofrecido a trabajar contigo, lo cual me parece una idea excelente, y no tiene ni idea de cómo tratar a los niños. Además, apenas los conoce. Tenemos suerte porque, por primera vez, la casa no está llena. Kate y Anna, las gemelas que han estado conmigo mientras sus padres se aclaraban, se marcharon ayer, no han mandado a nadie desde Sydney y el único que queda es Robby.
Cuando Em terminó de curar a Robby, Lori lo alzó y lo abrazó.
– Eso nos deja a ti y a mí solos esta noche, ¿verdad, pequeñajo? -pero Robby apretó los labios, se puso rígido y estiró los bracitos hacia Em, dejando bien claro por quién sentía más afecto. Lori se lo pasó con un gesto de preocupación-. Todavía está muy apegado a ti, Em.
– Quizá fuera mejor si no lo viera más -dijo Em, pero al decirlo se le encogió el corazón. Tenía que endurecerse. No podía encariñarse con un paciente, aunque fuera un niño-. Supongo que ahora Jonas vendrá cada día a ver a sus sobrinos, y podría cambiarle los vendajes.
– Lo que deja a Robby sin nadie -contestó Lori.
– Lo deja contigo. Volverá a crear un vínculo con alguien, y no debería ser conmigo:
– Entonces, no sé con quién se vinculará -dijo Lori-. Sería desastroso que se apegara a mí. Soy solamente una madre de acogida temporal. Tengo que conseguir que su tía acepte que lo acoja una familia.
– ¿Sigue sin querer aceptar?
– No. Dice que la gente pensará que no le importa el niño, y que mandarlo a una familia de acogida es traicionar a su hermana.
– Así que prefiere dejarlo en un orfanato…
– Ante la duda, no hagas nada -sentenció Lori en un tono de voz que denotaba cansancio.
– Quizá podamos pedirle a Jonas que hable con ella -sugirió Em-. Es capaz de hacer sangrar a las piedras.
– Sí que puede -Lori miró a su amiga con atención-. ¿Estás segura de que no estás interesada en él?
– No estoy interesada en él.
– Pues… -Lori la miró de arriba abajo, observando con qué cariño abrazaba al niño-. No te creo.
– Será mejor que me creas. Y si encuentras a Jonas tan atractivo, ¿por qué no lo intentas tú con él?
– ¡Magnífico! -exclamó riendo Lori-. No gracias. Ya tengo a mi Raymond, que es bastante más sexy que tu Bernard.
– Habría que verlo -dijo Em pensando en el novio de Lori, el contable de Bay Beach, con una sonrisa picarona-. Se parecen bastante por la cintura. Y con lo corpulento que es Ray, seguro que roncan igual.
Lori sonrió abiertamente.
– Vale, tienes razón. Pobre Raymond. Pero se ha tomado en serio lo que le dijiste sobre los riesgos que corre su corazón y lleva semanas haciendo régimen.
– Eso es estupendo -dijo Em algo sorprendida.
– Pero no sirve de mucho -añadió Lori-. Tiene suerte de que me guste rellenito. Está siguiendo la dieta del agujero del donut.
– ¿La dieta del agujero del donut?
– El agujero del donut es lo que queda cuando le quitas el centro a un donut -explicó Lori-. En vez de comer donuts enteros, se come sólo los agujeros. Según dice, las calorías se quedan en la parte que has quitado. De todos modos, lo quiero. Si no estuviera tan liada con mis niños, puede que hasta me casara con él, pero parece que se conforma con la situación que tenemos ahora.
– Es afortunado.
– Yo soy la afortunada -Lori dejó de sonreír-. En serio, Em. Vas a compartir la casa con Jonas durante los próximos tres meses. Si yo fuera tú…
– Si yo fuera yo, tendría mucho cuidado -dijo Em con convencimiento-. A diferencia de ti, yo no puedo permitirme una vida amorosa. En serio, Lori, ¿sabes lo que pasaría si me enamorara de Jonas Lunn?
– No -suspiró Lori-. No lo sé. Pero tengo la impresión de que estás a punto de decírmelo.
– Sí -ya no había quien parara a Em-. Una de dos. Podría ser que me enamorara perdidamente, que él correspondiera plenamente a mi pasión y que yo lo dejara todo y siguiera al hombre de mis sueños adonde fuera.
– No necesariamente. Él podría quedarse aquí.
– Venga, Lori. ¿Crees que un hombre como Jonas podría ser feliz ejerciendo la medicina en Bay Beach?
– Quizá no, pero…
– O podría ser que tuviéramos un romance loco y apasionado y que, cuando él se marchara, se me rompiera el corazón y me quedara para el resto de mi vida como la señorita Haversham de la novela de Charles Dickens.
– ¿Qué? ¿Rodeada de ratas frente a la tarta nupcial? -miró a Em con expresión de duda-. ¡No lo creo! Bernard se las arreglaría para comerse la tarta y tus pacientes harían cola en la consulta aunque llevaras el vestido de novia. Em, ¿no crees que estás exagerando?
– No -Em intentó endurecerse.
– Hay una tercera opción -sugirió Lori.
– ¿Y cuál es?
Robby se había quedado dormido en brazos de Em. Lori lo alzó y lo metió en su cuna dándole un beso de buenas noches. Luego se incorporó y miró a su amiga con cara de preocupación.
– Podrías limitarte a divertirte. Podrías ser menos seria, echar una canita al aire y disfrutar. El cielo sabe que te lo mereces.
– Yo…
– No se acabará el mundo por que tengas un lío -dijo Lori en tono severo-. Y puede que te lo pases muy bien. Piénsalo. Ahora, vete a casa. Lo siento, cariño, pero mi Raymond viene a cenar y tengo que hacer la cena. Cuando hay pocos niños en esta casa, tengo que aprovechar el tiempo, porque yo sí pretendo tener una vida amorosa. La vida amorosa es divertida. Piénsalo bien.
Tras darle un beso en la mejilla a su amiga, la empujó hacia la puerta.
Y Em salió, quedándose pensativa.
Cuando entró en el apartamento, Jonas estaba allí cocinando.
Era una sensación tan inesperada que se detuvo y se quedó en la entrada inhalando el aroma de la carne asada.
– Um… ¿Por qué estás aquí? -consiguió decir, y él le sonrió.
– Vivo aquí, es la residencia de los médicos -contestó con dulzura-. Las enfermeras me acompañaron. He deshecho el equipaje en una de las habitaciones sobrantes. Me he presentado a tu felpudo, que dice ser un perro, y me siento como en casa. Y ahora estoy haciendo la cena -ella lo miraba asombrada y él le dedicó una gran sonrisa-. Le pedí a Lori que me telefoneara cuando salieras de su casa para poner la carne, ¡Estaba hambriento!
– ¿Así que Lori lo sabía?
– Claro que sí. Si no, ¿Cómo habría sabido yo cuándo poner la carne?
Eso no tenía respuesta. Em se esforzó por mantener la compostura y sonrió.
– Podrías haber cenado sin mí.
– ¿Por qué? No serás vegetariana, ¿verdad? No. Lori me lo habría dicho y, aunque lo fueras, no importaría, porque tengo tanto apetito como para comerme los dos chuletones yo solo. Además, tengo un montón de patatas crujientes a las finas hierbas en el horno.
– Patatas crujientes… -el aroma de la cocina era delicioso. Em se acercó al horno y lo abrió. Era tal como Jonas había dicho. Había un montón de pequeñas patatas doradas con olor a romero y a salvia que le hicieron la boca agua.
– ¿No me creías? -preguntó él dolido.
– ¡Sabes cocinar! -consiguió decir ella, y él arqueó las cejas con fingida indignación.
– Señora… Soy un cirujano. Si puedo reparar una válvula del corazón, también puedo seguir una receta.
– No siempre es así -murmuró Em, pensando en otros hombres que había conocido.
– Entonces, bienvenida al nuevo orden -dijo él, señalándole la mesa, donde había una ensalada y una botella de vino-. Siéntate.
– Yo no bebo.
– ¿Porque siempre estás de guardia? -lo había adivinado-. Pero esta noche estoy yo de guardia, así que siéntate y disfruta de la novedad.
Em se sentó mientras Jonas le llenaba el plato de carne y patatas y servía una copa de vino para ella y una de agua con gas para él.
– ¿Ves? -le dijo, y se sentó-. Esta noche yo estoy en la zona de no bebedores, por lo que tú puedes beber cuanto quieras.
– Será mejor que no -de ninguna manera podía beberse dos copas de vino con ese hombre delante, ¡y con esa sonrisa que tiene!, pensó soñadora. No habría sido responsable de sus actos. ¡ Y además sabe cocinar!.
Él estaba mirando al perro, que no se había movido desde que Em había llegado.
– ¿Bernard se mueve alguna vez? -preguntó Jonas señalando al gran perro color canela que esperaba espatarrado debajo de la mesa a que cayera algo.
Em sonrió y negó con la cabeza.
– ¿Que si Bernard se mueve? Eso es como preguntar si el felpudo se mueve.
– Ya veo. Lo escogiste por su conversación tan animada -Jonas tenía una sonrisa radiante y los ojos le brillaban-. Estupendo. Intuyo que yo encajo perfectamente. Una mujer que exige mucho de sus hombres…
Em se sonrojó. «Tengo que llevar de nuevo la conversación a la medicina», pensó. Era un terreno más seguro.
– Creía que ibas a pasar la noche en casa de Anna.
El rostro de Jonas se ensombreció.
– Quizás debería -dijo-, pero ella no quiere.
– ¿Está bien?
– Sí -contestó, mordiendo un trozo de carne y concentrándose en la comida-. Sí, está bien. Está controlándose. Está en casa con sus hijos y prepara el equipaje aparentando la más absoluta tranquilidad mientras espera para ir al hospital mañana.
– ¿Estás satisfecho de que sea Patrick quien la opere?
– Es un cirujano excelente -contestó Jonas sin dejar de comer-. Cuando lo vi me di cuenta de que lo conocía de algo. Es mayor que yo, pero hicimos las prácticas en el mismo hospital. Sí, estoy contento de que la opere Patrick, y lo que es más importante, Anna está contenta.
– ¿Te tranquilizó su opinión?
– El tumor no mide más de un centímetro y está muy bien delimitado. Quiere extirpárselo y limpiar los ganglios, pero está convencido de que no se ha extendido.
– ¿Y tú cómo te sientes?
– Mejor -Jonas pinchó una patata y la volvió a dejar en el plato-. No -se contradijo con sinceridad-. No me siento mejor. Me siento muy mala Me siento como si no controlara nada.
Permanecieron en silencio hasta terminar de cenar. Em sabía que Jonas necesitaba tiempo para resignarse a los hechos. Lo último que necesitaba era charlotear.
Em terminó de comer, recogió la mesa y llenó el lavavajillas mientras él permanecía sentado mirando al vacío. A Em ese silencio no la molestaba.
– Gracias por hacer la cena -dijo Em cuando terminó de recoger. Se sentía exhausta y él necesitaba espacio-. Bernard y yo nos vamos a dormir -dijo dándole al pasar una palmada a Jonas en el hombro-. ¿Necesitas algo?
El la miró.
– No.
– Todo saldrá bien -le dijo-. Telefonea a Anna.
– Son más de las diez…
– ¿Crees que estará durmiendo?
– No, pero…
– Llámala, Jonas -insistió Em con dulzura-. No he bebido tanto vino como para no poder hacerme cargo de esto. Y si quiere que vayas, ve a verla.
– Ya te lo dije. Estoy de guardia.
– Si Anna te necesita, considéralo una visita profesional. Al menos, llámala.
Él la miró de una manera extraña.
– Supongo que tienes razón.
– Creo que la tengo.
Él le agarró la mano y la retuvo una fracción de segundo. Había sido sólo un instante, pero fue suficiente para que Em se quedara sin respiración hasta que él la soltó. Si él supiera el efecto que le causaba…
Pero no parecía que ese contacto le hubiera producido a Jonas ninguna tensión sexual. Sólo pensaba en su hermana.
– Gracias -dijo con una sonrisa cansada-. Claro que tienes razón.
– Tengo que tenerla. No tengo otra opción.
La tuviera o no, la invencible doctora Mainwaring no se sentía invencible en absoluto.
Agarró a Bernard y lo cargó sobre su hombro, igual que lo había hecho todas las noches durante los diez últimos años. Con el perro al hombro como si fuera la bolsa de su pijama, se fue a la cama.