Capítulo 9

DURANTE el vuelo, Lindy preguntó a Atreus ciertas cosas sobre su familia.

– Tras la muerte de mi abuelo, mi tío Patras y mi tía Irinia se convirtieron en las personas más importantes para mí del mundo. Me llevaron a vivir con ellos a los siete años -comentó Atreus con una naturalidad muy bien calculada.

– No sabía que tus padres hubieran muerto cuando eras pequeño -se apiadó Lindy.

– Es que no fue así. Mi madre era heroinómana y mi padre no pudo soportarla. Ni a ella ni a su hijo. Cuando intervinieron los servicios sociales porque yo rara vez iba al colegio, la familia de mi padre se hizo cargo. Patras e Irinia quisieron ocuparse de mí. Sus hijos ya eran mayores, así que debió de ser un sacrificio hacerse cargo de un chiquillo de siete años, pero lo hicieron.

– ¿Tu madre era heroinómana? -le preguntó Lindy anonadada.

Nunca se le había pasado por la cabeza que Atreus no hubiera disfrutado siempre de una vida privilegiada en todos los sentidos.

– Sí, era modelo de artistas y llevaba una vida bohemia y salvaje. Antes de conocerla, mi padre era un hombre de negocios y un marido modelo que nunca había dado un paso en falso, pero, cuando la conoció, lo abandonó todo por ella e incluso desatendió sus responsabilidades dentro de la naviera familiar. Nunca volvió a trabajar. Se dedicó a vivir de los intereses del dinero que tenía. Se casó con mi madre, pero eran muy diferentes y la cosa nunca funcionó -le explicó Atreus con desdén-. Apenas me acuerdo de ellos, pero recuerdo sus violentas discusiones y que mi casa siempre estaba llena de gente desconocida que entraba y salía a cualquier hora del día y de la noche.

– Qué valor tuvo que tener tu padre para estar con tu madre. Supongo que apostó por ella después de todo lo que había dejado atrás e intentaría ser feliz a su lado -musitó Lindy.

– No es así como lo ve mi familia -la contradijo Atreus.

Lindy no le dijo que eso ya lo sabía por cómo hablaba del tema.

– Mi padre defraudó a todo el mundo. A su primera mujer, a su familia e incluso a los empleados de la naviera Dionides.

– ¿Ha muerto?

– Sí, murió en un accidente de tráfico diez años después que mi madre, que murió de una sobredosis. Era un hombre débil y egoísta. Se fue a vivir al extranjero y nunca intentó volver a verme.

– Lindy sintió compasión por él. Entendía que aquello último le tenía que haber dolido muchísimo. Lindy se dio cuenta de que a Atreus le habían enseñado a avergonzarse de sus dos progenitores que, a su juicio, era cruel. Ahora comprendía por qué le había dicho que sólo se casaría con una mujer de su misma clase social, lo que hacía que resultara todavía más increíble que le hubiera pedido que se casara con él.

Lo que acababa de contarle le daba una perspectiva completamente nueva sobre Atreus y sobre su propuesta de matrimonio.

Cuando llegaron a la preciosa mansión que los Dionides tenían a las afueras de Atenas, Lindy estaba un poco nerviosa. Llevaba un elegante traje de chaqueta de lino en tono terracota.

– Antes de entrar, quiero que sepas que mi familia está muy sorprendida de que vayamos a tener un hijo sin estar casados ni prometidos. Les he dicho que tienen que modernizarse, pero no sé si lo conseguirán algún día -le advirtió Atreus.

– Es estupendo que me lo digas justo ahora suspiró Lindy-. Si me lo hubieras dicho antes, no habría venido.

– Soy el cabeza de familia y son muy educados. Tranquila, nadie va a ser grosero contigo le aseguró Atreus en tono divertido.

Sin embargo, a pesar de que fue cierto que nadie se mostró grosero, Lindy lo pasó fatal durante todo el encuentro.

El interior de la casa tenía un aire sombrío y funerario y el silencio lo invadía todo, un silencio que encajaba con los serios rostros del grupo de personas que los esperaba. Eran unos quince y estaban en un salón enorme con las cortinas echadas. El ambiente era frío y poco acogedor.

Patras e Irinia Dionides fueron los más fríos y distantes de todo el grupo. No la miraron ni una sola vez la tripa y jamás mencionaron al niño que estaba en camino.

Por eso, cuando Lindy sintió una molestia algo fuerte, no dijo nada. Se quedó sentada, sin moverse mucho y aguantó. Cuando la molestia se tornó dolor, comenzó a respirar delicadamente y a hacer cálculos.

¿Sería una falsa alarma o se estaba poniendo de parto?

Con los nervios a flor de piel, no pudo evitar emitir un quejido y Atreus se giró hacia ella.

– Creo que me he puesto de parto -le dijo Lindy con discreción.

La reacción de Atreus no fue discreta en absoluto. Nada más oírla, interrumpió la conversación que estaba manteniendo, se sacó el teléfono móvil del bolsillo, marcó un número y comenzó a dar instrucciones en griego a toda velocidad.

Todos los presentes la miraron consternados y Lindy se dijo que, si se ponía de parto en aquella casa, la familia de Atreus siempre la recordaría a ella en lugar de acordarse de Krista Perris por muy bien que les hubiera caído.

– Menos mal que había reservado habitación en la maternidad -comentó Atreus satisfecho-.Un obstetra estupendo nos está esperando -añadió, acompañándola hasta la limusina que los esperaba fuera.

Lindy lo miró impresionada.

– Desde luego, sabes solucionar situaciones difíciles -comentó más tranquila.

A partir de aquel momento, nada de lo que sucedió fue según lo previsto. Lindy estuvo horas de parto y estaba ya muy cansada cuando el monitor indicó que el feto estaba sufriendo daños. Entonces, decidieron practicarle una cesárea de urgencia.

Su hijo, el bebé más bonito que había visto en su vida, llegó a este mundo con un potente grito, parecido al de una sirena de incendios.

Lindy se quedó dormida, pues estaba agotada y bajo los efectos de la anestesia. En uno de los momentos en los que abrió los ojos, vio a Atreus inclinado sobre la cuna del bebé, que le había agarrado del dedo.

Cuando se dio cuenta de que lo había sorprendido, se mostró muy feliz.

– ¿Te gusta? -le preguntó.

– Si le puedes perdonar por lo que te ha hecho pasar, yo también puedo. Sin problema -declaró Atreus con un brillo emocionado en los ojos-. Es absolutamente perfecto. ¿Has visto qué uñas tiene? Son minúsculas.

– Estará sano, ¿verdad?

– A juzgar por el peso, sí. Es un bebé sano -contestó Lindy encantada de que el padre de su hijo se mostrara así de entusiasmado.

Pero tuvo que apartar la mirada porque ver a Atreus así con su hijo hacía que se le acelerara el corazón. ¿Dejaría de fascinarla algún día?

A su lado, estaba hecha un desastre, con el pelo revuelto y sin maquillaje. El, sin embargo, estaba magnífico y eso que no había dormido en toda la noche. A pesar de que necesitaba un afeitado, de que se había quitado la chaqueta y la corbata y que llevaba todo el traje arrugado, estaba guapísimo.

Atreus se apartó de la cuna y abrió los brazos en un gesto revelador.

– Quiero verlo todos los días de mi vida. Quiero estar con él cuando sonría, cuando dé sus primeros pasos, cuando diga sus primeras palabras -declaró-. Quiero abrazarlo cuando se caiga, ayudarlo, estar a su lado para todo lo que necesite. Todo eso es muy importante para mí, pero, si no accedes a casarte conmigo, no podré hacerlas, no podré estar con mi hijo.

Al ver que Atreus le acariciaba la naricilla al pequeño, Lindy comprendió que ya no era la que más le interesaba.

Era evidente que Atreus se había enamorado perdidamente de su primer hijo.

Lindy sabía a ciencia cierta que sería un padre estupendo, que estaba dispuesto a darle a su hijo todo el tiempo, el amor y el cuidado que su padre no le había dado a él.

Obviamente, nadie lo iba a querer más que él. ¿Cómo le iba a negar la posibilidad de estar cerca del pequeño? Y, además, ella seguía enamorada de él. Sí, no le servía de nada seguir intentando negárselo a sí misma.

Cuando estaba con él, era feliz.

Incluso cuando entre ellos la relación era completamente platónica, como durante las semanas previas al alumbramiento. En ese tiempo, su ánimo había mejorado mucho y la ayuda que Atreus le había prestado desde el momento en el que se había puesto de parto había sido inestimable.

Entonces, ¿lo más normal no sería que se casara con él? Aunque lo suyo no funcionara y terminaran divorciándose, siempre podría tener la conciencia muy tranquila porque lo habría intentado.

– Está bien -murmuró somnolienta.

Atreus la tomó de la mano.

– ¿Está bien qué? -le preguntó.

– Me casaré contigo, pero asegúrate de que tu familia entienda que ha sido idea tuya -contestó Lindy horrorizada ante la idea de tener que volver a ver a los Dionides tras la poco digna salida de su casa que había protagonizado la tarde anterior.

– ¿Por qué has cambiado de opinión? -le preguntó Atreus enarcando las cejas.

– Creo que nuestro hijo debe tenernos cerca a los dos -murmuró Lindy medio dormida-. Tanto tú como yo crecimos sin padre.

– Duerme, glikia mu -le dijo Atreus soltándole la mano.

Lindy sintió que los párpados se le caían, pero, de repente, abrió los ojos.

– Te advierto que no nos vamos a casar hasta que no haya adelgazado y me pueda poner el vestido que yo quiera! -exclamó.


***

Lindy y Atreus decidieron llamar Theodor a su hijo porque era uno de los pocos nombres que les gustaban a los dos y en pocos días Theodor se convirtió en Theo.

La familia de Atreus fue a verlos al hospital. Se mostraron mucho más animados y simpáticos tras conocer al último recién llegado al clan Dionides.

En cuanto Lindy pudo viajar, Atreus, el niño y ella volvieron a Londres. Una vez allí, instalada cómodamente en el ático de Atreus y con una niñera de servicio, en una semana recuperó la movilidad y entonces quiso volver a su casa para cuidar de sus perros.

Alissa y Elinor habían insistido en organizar la boda y Lindy les agradeció la ayuda y la compañía, pues Atreus trabajaba muchas horas al día y a los quince días de haber vuelto tuvo que viajar a Asia por negocios.

Cuando iba a verlos, toda su atención se centraba en Theo. De no dirigirse al pequeño, se mostraba frío y distante. Lindy esperó en vano a que su actitud cambiara. Qué ingenua había sido al creer que, en cuanto le dijera que se iba a casar con él, las cosas entre ellos iban a volver a ser como habían sido antes.

Evidentemente, se había equivocado.

Cuanto más se acercaba el día de la boda, más nerviosa y aprensiva se iba poniendo. Había encontrado un vestido muy bonito que le quedaba muy bien porque había recuperado su peso. Durante el embarazo había estado bastante activa y no había engordado mucho.

Varias revistas del corazón le habían ofrecido entrevistarla, pero ella había declinado todas las invitaciones. Sabía que Atreus odiaba aquellas cosas y ella no tenía ninguna intención de prostituir su intimidad por el hecho de ir a convertirse en la esposa de un hombre rico y famoso.

El día antes de casarse, se quedó a dormir en casa de Alissa y Sergei en el centro de Londres. Estaba tumbada en la cama recriminándose a sí misma el no haber tenido nunca el valor para exigirle a Atreus que hablara de lo que sentía por ella.

¿Qué le estaría sucediendo? ¿Se habría arrepentido de querer casarse con ella? ¿Volvería a tocarla algún día? ¿Qué tipo de matrimonio iban a tener? ¿Se iba a casar con ella sólo para darle su apellido a Theo y poder estar cerca de él o había algo más?

Esos mismos temores la atormentaron el día de su boda, pues comprendió que, quizás, no fuera suficiente con el amor que ella sentía por Atreus. A lo mejor aquel amor no era suficiente para mantener bien engrasados los engranajes de su matrimonio.

Elinor, que era su madrina, le prestó una fabulosa tiara de diamantes para el velo y Alissa, su dama de honor, le regaló unos preciosos zapatos de diseño. A media mañana, llegó el regalo de Atreus: un espectacular collar de zafiros y diamantes.

Lindy se quedó un rato admirando las joyas en el espejo.

– Eres la novia más callada que conozco -comentó Elinor-. ¿Te pasa algo?

– No, claro que no -contestó Lindy.

– Es normal tener dudas y miedo -comentó Alissa-. A todas nos pasa. Casarse es un gran paso y has visto muy poco a Atreus desde que volvisteis de Grecia.

– No sabía que trabajara tanto -confesó Lindy. -A nosotras nos pasaba lo mismo con Sergei y con Jasim. Tranquila. Cuando vivas con él, encontrarás más tiempo para disfrutar de su compañía. Será más fácil.

– Has tenido un noviazgo un poco accidentado. Tendríais que hablar sobre lo que queréis y esperáis de vuestro matrimonio -le aconsejó Elinor.

Lindy pensó que era muy fácil para Elinor, que no sabía lo que había pasado en realidad, darle aquel consejo cuando Jasim estaba completamente enamorado de ella y nada le hacía más feliz en el mundo que hacerla feliz a ella.

Si ella tuviera la certeza de que Atreus estaba enamorado de ella, no tendría ni la más mínima preocupación. Tenía la sensación de que, si le pedía a Atreus que se sentaran a hablar sobre sus necesidades y expectativas, saldría corriendo y no volvería nunca.

Lindy avanzó por el pasillo hacia el altar. El corazón le latía desbocado. Atreus se giró y la miró de manera inequívoca, lo que la llenó de satisfacción, pues conocía muy bien aquella mirada, era una mirada cargada de deseo sexual.

Lindy se sintió profundamente aliviada.

– Estás preciosa -le dijo Atreus cuando llegó a su lado.

Era lo más personal que le decía en semanas y Lindy lo miró encantada. Atreus la tomó de las manos y le acarició la muñeca con la yema del pulgar. Lindy sintió que el deseo se apoderaba de ella y su mente dejó de dar vueltas a aquellos pensamientos negativos que tanto la habían atormentado.

Una vez casados y con la alianza en el dedo anular, Lindy abandonó la iglesia del brazo de su flamante esposo.

Estaba feliz.

Estaba segura de que serían felices juntos. Estaba dispuesta a poner todo lo mejor de su parte para que su matrimonio funcionara. Aquella felicidad le duró muy poco.

En cuanto salió de la iglesia, la primera persona a la que vio fue a Krista Perris. Llevaba un exuberante vestido rojo muy ajustado y el pelo recogido y tocado con un adorno a juego. Todos los hombres de su alrededor metían la tripa y echaban los hombros hacia atrás intentando ganarse su atención.

En cuanto subieron a la limusina, Lindy expresó en voz alta su malestar.

– ¿Se puede saber qué demonios hace Krista Perris aquí?

Atreus frunció el ceño.

– ¿Por qué no iba a estar? Mi familia es amiga de la suya.

– No lo sabía -admitió Lindy arrepintiéndose de su estallido de cólera.

– Habría sido imperdonable por nuestra parte no invitarla, pero la verdad es que me sorprende que haya venido -admitió Atreus girándose para mirar a la rubia por última vez-. Está muy guapa.

Eso fue más que suficiente para que Lindy sintiera náuseas.

Era su boda, su día y seguro que Krista Perris había sido el centro de atención todos los días de su vida. Se sentía mal por que no le hacía ninguna gracia que Krista estuviera allí, pero no podía evitarlo.

Su presencia la hacía sentirse insegura y amenazada.

El culpable de todo aquello era Atreus por no haber sido franco con ella. Claro que se habría sentido mucho peor de haber sabido que su marido estaba enamorado de Krista. Lindy se dio cuenta entonces de que sólo quería un marido sincero si esa sinceridad significaba cumplidos que quisiera oír, pero nada más.

En el banquete, que tuvo lugar en un hotel exclusivo, Lindy agarró a Evelina, la hija de Alissa y Sergei justo un instante antes de que chocara contra un camarero que iba cargado de bandejas. Ambas se giraron entonces hacia un enorme espejo que había en la pared.

– Estás muy guapa -le dijo la niña un segundo antes de salir corriendo de nuevo.

– Gracias -contestó Lindy sonriente.

De repente, otra cara apareció en el espejo y a Lindy se le borró la sonrisa del rostro.

Era Krista, con su espectacular vestido rojo y su melena rubia.

– No deberías ser tú la novia -le espetó en voz baja-. Todos los sabemos. Incluso Atreus. Lo vuestro no va a durar mucho.

Y, dicho aquello, desapareció tan rápidamente como había aparecido. Lindy dudó por un instante. ¿De verdad le había dicho lo que ella creía que le había dicho? A juzgar por el vello de la nuca que se le había erizado y la piel de gallina, sí.

«No deberías ser tú la novia».

Qué comentario tan cruel y, sin embargo, tan certero.

La verdad era que Lindy había pensado lo mismo cuando la había visto a la salida de la iglesia y se había dado cuenta de que era igual de sofisticada y elegante que Atreus.

Mientras varias personas se ponían en pie y ofrecían unas palabras a los novios, Lindy tuvo tiempo para dejar divagar la mente y, entonces, se dio cuenta de que, a la fuerza, Krista la tenía que odiar.

Al instante, se sintió culpable.

Lo cierto era que Atreus y Krista habían salido juntos y, le gustara a ella o no, su relación debía de haber sido lo suficientemente seria como para que él hubiera considerado la posibilidad de casarse con ella. Entonces, de repente, había saltado a los medios de comunicación que una ex novia de Atreus estaba embarazada de él y Krista había visto cómo su relación con su pareja se iba al garete.

No era de extrañar que Krista estuviera furiosa.

Lindy se dijo que el no haberle hablado a Atreus antes de su embarazo había sido un error imperdonable por su parte. Atreus había dejado a Krista a causa del niño que iba a nacer. ¿Cómo se sentiría la griega viendo al que dos meses atrás se iba a convertir en su marido casarse con otra mujer?

Lindy se había obligado a no pensar en todo aquello desde que había nacido Theo. Atreus no quería hablar de Krista ni por asomo y Lindy se había dicho que tenía que respetar su decisión. Sin embargo, en aquellos momentos, en su propia boda, no le estaba resultando mantener el silencio porque estaba viendo que las familias Dionides y Perris eran muy amigas y que una boda entre Atreus y Krista habría sido muy bien acogida.

«Debo dar gracias por lo que tengo», se recriminó a sí misma mientras bailaba con Atreus.

Sin embargo, no se le iba de la cabeza que, cuando Atreus había podido elegir, la había relegado al secretismo más absoluto. Era evidente que nunca la había visualizado siendo su mujer ni la madre de sus hijos.

Al final, el destino lo había obligado a elegir una cosa que él, de manera natural, no había querido elegir.

Un rato después, Atreus invitó a bailar a Krista. Lindy se dio cuenta de que muchos de los presentes observaban la escena y comentaban lo que estaba ocurriendo. Lindy sintió que el corazón se le subía a la boca e intentó controlar la mezcla de curiosidad, celos e inseguridad que amenazaban con apoderarse de ella.

Atreus y Krista charlaban con naturalidad, Krista sonreía constantemente y se reía ante los comentarios de su pareja de baile, con el que flirteaba con la mirada descaradamente.

– Basta ya -le dijo Elinor al oído-. No te tortures. No hagas tonterías. Si hubiera estado enamorado de ella de verdad, no se habría casado contigo.

– Yo no estaría tan segura de eso. Atreus ha hecho lo que ha hecho por el bien de su hijo. Ya antes de nacer, Theo había inclinado la balanza de mi lado -contestó Lindy, apesadumbrada-. ¿No has visto cómo la han saludado los familiares de Atreus? Como si fuera la hija pródiga.

– Sí, pero también he visto cómo se deshacían en halagos hacia tu hijo -contestó Elinor-. Es la próxima generación de Dionides.

Un rato después, la niñera le llevó a Theo, que dormía plácidamente con sus larguísimas pestañas negras. Lindy le dio un beso en la frente. Cuando volvió a levantar la mirada para seguir el baile de Atreus y de Krista, se dio cuenta de que habían dejado de sonreír y de que la conversación se había puesto seria, así que se apresuró a apartar la mirada diciéndose que no debía dejar que los nervios y la inseguridad le jugaran una mala pasada y le aguaran la fiesta.

Lindy decidió que no iba a volver a hablar de Krista nunca más. Cuando lo había hecho al salir de la iglesia, lo único que había conseguido había sido crear mal ambiente. Debía recordar que la esposa era ella, que Krista era la ex novia y lo más coherente y generoso por su parte sería olvidarse del horrible comentario que le había lanzado.

Sin embargo, sus buenas intenciones dieron al traste cuando Krista miró muy satisfecha en su dirección tras haber convencido a Atreus para que siguiera bailando con ella.

Aquella misma noche, Atreus y Lindy embarcaron en su avión privado rumbo a Thrazos, la isla privada que Atreus poseía y que, según él mismo había confesado, era el lugar del mundo que más le gustaba.

Le hubiera gustado llevarla antes, pero habían tenido que esperar a que el cuerpo de Lindy se recuperase después del parto, así que habían decidido pasar en ella la luna de miel.

Al llegar, estaba muy oscuro y apenas se veía, pero Lindy vislumbró el mar a la luz de la luna. Tras bajar del avión, se dirigieron a la casa, que estaba perfectamente iluminada, y Atreus le entregó a Theo a una niñera y una doncella les enseñó la habitación infantil.

– Qué preciosidad -exclamó Lindy sinceramente al entrar en una amplia estancia de paredes de piedra natural decorada con muebles de madera macizos y en tonos neutros y relajantes.

– Si no surge ninguna emergencia, nos podemos quedar un mes y medio, mali mu -comentó Atreus sonriendo encantado cuando Lindy se giró hacia él sorprendida-. ¿Por qué te crees que he estado trabajando tanto últimamente?

– Ojalá me lo hubieras dicho. Te veía tan atareado…

– Pues ya he dejado de estarlo -contestó Atreus con voz grave, apartándole el pelo del rostro con suavidad.

– ¿Has traído a muchas mujeres aquí? -le preguntó Lindy sin pensar lo que decía.

– No -contestó Atreus.

– ¿Y a Krista?

No había podido controlarse. Necesitaba saber hasta qué punto la otra mujer había estado involucrada en la vida de Atreus.

– Sí, Krista ha estado aquí -admitió él.

Lindy sintió que un escalofrío la recorría de pies a cabeza, pero consiguió encogerse de hombros. Ojalá no hubiera preguntado.

– No sé por qué te he hecho esa pregunta.

– La única mujer que quiero que esté aquí, ahora, en este momento es mi mujer -declaró Atreus, apoderándose de sus labios.

Lindy sintió que su sabor la embriagaba y que el deseo y la sensualidad que emanaba de su cuerpo la hacían tener ganas de ponerse a bailar de éxtasis.

Atreus la tomó en brazos y la condujo por un pasillo hasta un dormitorio más grande con terraza propia. Una vez allí, la dejó con mucha delicadeza en el borde de la cama y se arrodilló ante ella para quitarle los zapatos.

Y Lindy no pudo evitar preguntarse si también se habría acostado allí con Krista.

Atreus volvió a besarla con urgencia. Aquellos besos siempre le habían encantado y excitado. ¡Y hacía tanto tiempo que no la tocaba! No la había vuelto a besar ni a acariciar, no había vuelto a dar muestras de desearla hasta que la sabía mirado con deseo aquella mañana en la iglesia.

Por supuesto, después de dar a luz hay que evitar mantener relaciones sexuales, pero podrían haber compartido otro tipo de intimidad. Por lo menos, haber dormido juntos, pero Atreus había mantenido las distancias a pesar de ser un hombre con profundas necesidades sexuales.

¿Por qué lo habría hecho? ¿Por qué tanta indiferencia y control? ¿No sería que todavía deseaba a Krista? Lindy sintió que el corazón se le caía a los pies y que el deseo la abandonaba por completo.

¿Le estaría haciendo el amor sólo porque era lo que se esperaba de él? ¿La compararía con Krista? ¿Le gustaría que…?

¡ Qué vergüenza!

Lindy no pudo soportarlo, apartó a Atreus y se puso en pie.

– Lo siento, pero no puedo… ¡No puedo! -exclamó, volviendo a abrocharse el vestido.

Atreus apretó los dientes y se quedó mirándola. A continuación, dio un paso atrás muy enfadado.

– Como quieras -murmuró impávido.

Lindy se quedó mirándolo mientras salía de la habitación. Una vez a solas, sintió que las lágrimas le resbalaban por las mejillas.

¿Por qué se sentía tan insegura de sí misma? Se sentía fatal por ello. ¿Qué mosca le había picado? Era su noche de boda y no quería pasarla sola. ¿Qué manera de empezar su matrimonio era aquélla?

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