Capítulo 2

PODEMOS preparar té, café y bocadillos en mi casa -le dijo Lindy a Phoebe unos minutos después, tras recuperarse de lo sucedido-. La gente va a necesitar un descanso. Voy a por mi bici. Si te parece bien, sígueme en el coche.

Al llegar a casa, se dio cuenta de que le temblaban las manos. Aunque mentalmente se había dicho que había vuelto a ser ella misma, su cuerpo seguía conmocionado.

Lindy se apoyó en la pila de la cocina y se dijo que había entrado en la casa en llamas y había sacado a Dolly. Eso era lo único que importaba. No había permitido que el terror la paralizara.

No era una histérica. Sabía mantener el pasado a raya y mantener la calma. No iba a llorar. Había cumplido con su deber, todo el mundo estaba a salvo y punto.

Poco a poco, fue recuperando el control. Entonces, se dio cuenta de que, durante unos instantes, había sentido que no controlaba absolutamente nada y eso había sido cuando Atreus la había tomado en brazos y la había besado.

¡Qué tonta se sentía ahora por haberle devuelto el beso! Claro que un beso tampoco era para tanto, no significaba nada. Se habían dejado llevar por la intensidad del momento, gozosos de seguir con vida y lo habían celebrado.

Tenía muy claro que no era el tipo de mujer que le gustaba a Atreus Dionides, no era rubia ni delgada ni guapa, ni siquiera era de buena cuna. Lindy se miró cómo iba vestida, con una falda de pana y un jersey de pico, y se rió.

Evidentemente, aquel beso no había significado nada.

Sin embargo, no pudo evitar lo que le había hecho sentir. De hecho, no paraba de recordar el placer, fuerte y dulce, que había acabado con su autodisciplina. Ningún hombre había conseguido nada parecido.

Lindy no había sentido nunca antes el poder devastador del sexo. Todavía no había encontrado a su príncipe azul, el hombre con el que acostarse, pero había besado a unos cuantos sapos. No quería decir con aquello que Atreus fuera un sapo, nada más alejado de la realidad, pero tampoco podía hacerse ilusiones de ir a tener algo con él porque estaba completamente fuera de su alcance.

Phoebe llegó con una cesta llena de pan y de fiambre. El dueño de la tienda del pueblo había abierto expresamente para entregárselos.

– Lindy, no te sientas ofendida por lo que te voy a decir, pero siento que tengo que decírtelo -comentó mientras preparaban los bocadillos-. Respeto mucho al señor Dionides, pero ten cuidado. He visto cómo trata a las mujeres. No se toma a ninguna en serio.

– ¿Lo dices porque nos hemos besado? No ha sido nada, esas cosas que suceden así de repente y que no tienen ninguna importancia -contestó Lindy, intentando quitarle hierro al asunto-. No sé qué mosca nos ha picado, pero no se va a volver a repetir.

– No me gustaría verte sufrir -comentó la asistenta más relajada.

– No te preocupes, no suelo dejarme llevar -le aseguró Lindy.

Y tuvo que recordarse a sí misma aquella frase cuando Atreus apareció una hora después. Había mucha gente en el saloncito, pero lo vio enseguida. Estaba hablando por el teléfono móvil. Tenía unos rasgos impresionantes: pómulos altos, nariz recta y labios voluminosos y sensuales.

Lindy se fijó en que llevaba la manga de la chaqueta rota y la camisa cubierta de hollín, y se preguntó preocupada si se habría hecho daño. Antes de que la viera, volvió a la cocina. Sentía que el corazón le latía desbocado.

Aquel hombre era realmente guapo.

– ¿Preparo más té? -le preguntó Phoebe.

– No, están todos servidos -contestó Lindy, girándose hacia la puerta, que se acababa de abrir.

Al ver quién era, se sintió como una adolescente delante del amigo de su hermano mayor que sabe que le gusta.

– Ah, así que estás aquí -comentó Atreus-. Ven al salón.

– No, tengo muchas cosas que hacer.

– Ya has hecho suficiente. Necesitas descansar -insistió, tomándola de la mano y acercándola a él.

– Hago lo que hace todo el mundo -contestó Lindy, que nunca había sabido encajar bien un cumplido.

– Tienes dotes de organización. Lo has organizado tú todo, tanto la logística como a la gente. Te he visto en acción.

Lindy estaba temblando. Sentía los dedos de la mano entrelazados con los de Atreus. No podía respirar con normalidad ni hablar. Estaban casi en la puerta del salón. Los demás los estaban mirando.

– No quiero que la gente empiece a murmurar -comentó.

– ¿Te importa lo que digan? -contestó Atreus en tono divertido-. Jamás lo hubiera dicho. Te tengo por una mujer valerosa que se baña desnuda en el río en pleno día.

Lindy dio un respingo.

– Todavía no te he perdonado por cómo te comportaste aquel día.

Atreus no estaba acostumbrado a pedir perdón ni a esperarlo de nadie. Las mujeres se lo solían poner fácil porque ignoraban sus errores y sus carencias y no decían nada. Cuando cancelaba una cena en el último momento o aparecía con otra mujer, nadie le decía nada porque querían que las volviera a llamar.

Estaba acostumbrado a hacer lo que le daba la gana con las mujeres.

– Aquel día, en el río, te comportaste como un auténtico…

Atreus la miró divertido. Hacía mucho tiempo que nadie se avergonzaba de decir una pala-brota en su presencia.

– ¡Fuiste grosero, desagradable y me humillaste! -insistió Lindy al ver que no decía nada.

– Te pedí perdón -contestó Atreus con impaciencia-. No suelo hacerlo -le advirtió.

Lindy se dijo que era cierto que le había pedido perdón. Tal vez estaba exagerando. Además, Atreus la había sacado de la cocina en llamas, demostrando que era valiente y protector, cualidades que Lindy apreciaba mucho.

– No entiendo por qué estás interesado en mí.

– ¿Ah, no?

Lindy lo miró a los ojos y sintió que el deseo se apoderaba de ella de nuevo. Se moría por que la volviera a besar. El deseo era tan intenso, que se retiró a la cocina de nuevo.

Un segundo después, se fue la luz en toda la casa.

– Tu generador debe de estar conectado al de Chantry House y lo han apagado por seguridad -comentó Atreus desde algún punto de la oscuridad-. No creo que vayas a tener luz hasta, por lo menos, mañana.

– Vaya -murmuró Lindy, apoyándose en la encimera y apartándose el pelo de la cara. Adiós a la ducha con la que estaba soñando.

Los presentes dieron las gracias y comenzaron a marcharse.

– Vete tú también, Phoebe -le indicó Lindy-. No hace falta que te quedes conmigo. Descansa.

– ¿Por qué no te vienes a casa? Allí tenemos luz.

– Gracias, pero no falta mucho para que amanezca. Me las apañaré.

Dicho aquello, acompañó a Phoebe hasta la puerta de atrás, se despidió de ella y cerró.

– ¿Lindy?

Lindy se quedó helada.

– Creía que te habías ido -contestó al oír la voz de Atreus.

– ¿Cómo me iba a ir dejándote aquí sola sin luz ni calefacción? -se indignó Atreus-. He reservado una suite en el Headby Hall y quiero que vengas conmigo -añadió, refiriéndose al hotel rural más bonito de la zona.

– No puedo -contestó Lindy.

– Sé práctica. Debes de estar deseando ducharte y descansar. Yo, también. En poco más de cuatro horas, tengo que estar de vuelta aquí porque he quedado con los peritos de la aseguradora y con el equipo de albañiles que se va a hacer cargo de la reforma.

– Prefiero quedarme aquí.

– ¿De verdad prefieres quedarte aquí sin poder ducharte y muerta de frío que acompañarme a un lugar más civilizado y cómodo?

Lindy apretó los dientes. Evidentemente, la estaba llamando puritana.

– Dame un par de minutos para preparar mi bolsa de viaje -contestó repentinamente, en un arranque de valentía.

A la luz de una linterna, metió un pijama y una muda en una bolsa. Los perros tenían comida y agua, así que todo estaba en orden. ¡ La que no debía de estar en orden era su cabeza! ¿Por qué había accedido a irse a un hotel con Atreus Dionides? Aquello no era propio de ella.

Aun así, se montó en el asiento trasero de la limusina intentando simular naturalidad. Mientras él hablaba por teléfono, ella se dijo que tampoco era para tanto, que lo único que estaba haciendo era ofrecerle la posibilidad de descansar y poderse duchar.

Headby Hall era un hotel realmente lujoso y a Lindy le dio vergüenza entrar tal y como estaba, pero no tuvo más remedio que hacerlo.

– ¿No estás cansado? -le preguntó a Atreus cuando éste se disponía a hacer otra llamada telefónica en el ascensor.

– Sigo funcionando por la descarga de adrenalina.

– Siento mucho lo que le ha sucedido a tu casa.

– Tengo otras.

– He visto que se te había roto la chaqueta. ¿Estás herido? -le preguntó Lindy, poniéndole la mano en el brazo con suavidad.

Atreus la miró a los ojos y se dio cuenta de que Lindy lo estaba mirando como si quisiera abrazarlo y consolarlo. Ninguna mujer lo había mirado nunca así. Ni siquiera de niño. Con él, las mujeres buscaban más recibir que dar.

– No, no es más que un rasguño.

Lindy se miró en sus ojos oscuros y sintió que se quedaba sin aliento. Cuando se abrieron las puertas del ascensor, se apresuró a salir de él. A continuación, avanzaron por un pasillo privado y Lindy vio con asombro que un miembro, del personal de Atreus abría una puerta. Incómoda, entró en el espléndido vestíbulo de una suite llena de flores frescas.

Lindy vio que estaban llevando unas preciosas maletas de una marca cara y conocida a una habitación y se fijó en que su bamboleada bolsa de viaje la esperaba en el umbral de otra.

– He pedido algo de comer -comentó Atreus-.No te he visto comer nada.

– Me voy a cambiar -anunció Lindy encaminándose a la que suponía su habitación.

Una vez en el baño, se desnudó, se metió en la ducha y se lavó el pelo. Le sentó de maravilla quitarse el olor a humo que la había impregnado por completo. Sintiéndose limpia, se secó el pelo con el secador, se puso una falda larga verde y una camiseta beige y se quedó descalza. Al mirarse al espejo, no le gustó lo que vio, pues se le había ondulado el pelo, que no le gustaba nada, y estaba colorada como una gamba.

Cuando salió, vio que habían llevado un carrito con comida y que Atreus la estaba esperando. Al igual que ella, había elegido vestirse de manera informal.

Llevaba el pelo mojado peinado hacia atrás y se había puesto unos vaqueros negros y una camisa abierta al cuello. Cuando la vio aparecer, se quedó mirándola y sonrió. Aquella sonrisa abierta y sensual incendió a Lindy con el mismo fuego que había devorado la tercera parte de Chantry House.

La reacción fue inmediata. Le hervía la cara y tuvo que sentarse porque se mareó. Desde la silla, observó que no eran solamente sus rasgos, bellísimos, los que la atrapaban, sino también su magnetismo.

La atracción sexual que sentía por él era algo nuevo para ella.

Lindy aceptó un par de aperitivos y los mordisqueó sin ganas mientras Atreus hablaba de las reuniones que tenía por la mañana. La vibración de voz la hacía estremecerse de pies a cabeza. Cuando sus ojos se encontraron, Lindy tuvo la sensación de que se había abierto un agujero bajo sus pies y estaba cayendo desde una gran altura. Fue algo aterrador e increíble al mismo tiempo.

Como no estaba acostumbrada a sentir con tanta intensidad, Lindy decidió que estar con él y sentir aquellas cosas era peligroso y arriesgado.

Por eso, en cuanto pudo, se levantó y anunció que se iba a dormir.

– Estoy muy cansada. Me voy a la cama. Gracias por la cena y por la ducha -se despidió sonriente.

Atreus se quedó mirando la puerta cerrada del dormitorio de Lindy, y se preguntó cuándo había sido la última vez que una mujer le daba, literalmente, con la puerta en las narices.

Nunca.

Aquello lo llenó de frustración y de diversión a partes iguales.

Lindy se apoyó contra la puerta y se dijo que lo había logrado, que se había resistido a él, al hombre más guapo y sensual que había tenido ante sí en su vida.

No se podía creer que la encontrara atractiva porque tenía muy claro que, si por Atreus Dionides hubiera sido, habrían terminado pasando el resto de la noche en la misma cama. ¿Tal vez porque era la única mujer por allí cerca para dichos menesteres?

Lindy no era partidaria de mantener aventuras de una noche con hombres a los que apenas conocía. Por muy guapos que fueran. ¿Y no habría sido una experiencia increíble? ¡Qué vergüenza pensar así!

Nunca hubiera creído que iba a seguir siendo virgen a su edad, pero así se habían dado las cosas. Atreus era el primer hombre que la atraía después de Ben. Lindy sentía curiosidad por el sexo, pero eso no era excusa para llevar a cabo experimentos. Bastante vergüenza había pasado ya después de que la hubiera visto desnuda en el río. ¿Cómo volvería a mirarlo a la cara si se acostara con él?

Lindy se metió en la cama desnuda. Estaba agotada, pero le costó dormirse. Al final, se sumió en un sueño nada reparador. El incendio de Chantry House había destapado demasiados re-cuerdos dolorosos…

– ¡Lindy… despierta!

Lindy se dio cuenta de que la estaban zarandeando.

Al incorporarse y abrir los ojos, se encontró en un lugar que no conocía. Sorprendida y asustada, no supo qué decir.

– Estabas soñando -le dijo Atreus.

Lindy se fijó en su torso desnudo.

– ¿Te he despertado? -le preguntó.

– Estabas chillando a todo pulmón. Debes de haber tenido una pesadilla -contestó Atreus, fijándose en los pechos que apenas cubría la sábana.

– No era irreal -murmuró Lindy-. Cuando tenía cuatro años, mi casa se incendió.

Atreus se quedó de piedra al ver que Lindy comenzaba a llorar y que no lo hacía con delicadeza ni nada por el estilo. Las lágrimas le resbalaban una detrás de otra por las mejillas, se le había hinchado la nariz y sollozaba sin parar.

Al instante y, aunque era raro en él, sintió ganas de consolarla, así que le pasó el brazo por el hombro torpemente. No le resultaba normal hacer algo así, pues se había criado en una familia en la que las muestras de cariño y de debilidad no abundaban. Le habían enseñado a no demostrar sus sentimientos, nunca había tenido una relación seria con una mujer y, de hecho, siempre las había dejado cuando las cosas se complicaban.

Lindy se sentía bien entre los brazos de Atreus.

– Mi madre me contó que suponía que mi padre se había quedado dormido en el sofá con un cigarrillo en la mano. Había bebido algo… estaba triste porque mi madre estaba ingresada… me desperté de repente y había humo entrando por debajo de la puerta… olía muy raro -recordó emocionada.

Atreus maldijo en griego.

– ¿Y, después de eso, has entrado en una casa en llamas para salvar a una gata? -le preguntón con incredulidad.

Lindy seguía pensando en el pasado.

– Intenté bajar, pero veía que había fuego abajo. Tenía mucho miedo y empecé a llorar y a llamar a mi padre -recordó con voz trémula-. Lo vi un momento. La verdad es que he recordado esta noche que lo había visto. ¡Intentaba llegar a mí, pero el fuego lo alcanzó! -sollozó, escondiendo el rostro en el hombro de Atreus.

Atreus no sabía qué hacer. Con el ceño fruncido, le pasó el brazo por los hombros y la apretó contra sí. Mientras lo hacía, recordó la soltura y la naturalidad con la que aparentemente había acudido a la carrera a Chantry House para ayudar en todo lo que había podido. Le debía de haber costado un gran esfuerzo, pero había disimulado, se había tragado el miedo y había actuado con valentía.

– Eres una mujer muy valiente, mali mu.

– Soy una mujer normal y corriente -contestó Lindy, intentando parar de llorar y controlar sus emociones-. No sé por qué me he puesto a llorar por algo que pasó hace muchos años.

– Es porque el incendio de mi casa te ha hecho recordar todo y lo ha sacado a la luz. ¿Y cómo sobreviviste al incendio de tu casa?

– Creo que me rescató un bombero, pero no me acuerdo. Tuve mucha suerte. Tengo suerte de estar viva -contestó Lindy, dándose cuenta de que se le había resbalado la sábana-. Siento mucho haberte despertado.

– Tranquila, no estaba dormido -contestó Atreus acariciándole el pelo.

Cuando Lindy elevó la mirada, sus ojos se encontraron. Atreus se inclinó sobre ella y la besó en los labios con tanto erotismo, que Lindy sintió que todas sus defensas caían. Poco a poco, fue respondiendo a los besos de Atreus. A medida que lo fue haciendo, su cuerpo comenzó a calentarse y a acelerarse y las sensaciones se fueron haciendo más y más intensas.

Por un lado, sus sensaciones físicas eran cada vez más fuertes, pero el disgusto que estaba experimentando por dentro también era muy fuerte.

Atreus le tomó los pechos en las palmas de las manos y gimió satisfecho. A continuación, comenzó a acariciar los pezones de Lindy con las yemas de los dedos pulgares y la instó a tumbarse sobre las almohadas para seguir acariciándola con la lengua.

Lindy dio un respingo de placer. Sentía la punta de la lengua de Atreus y sus dientes sobre sus pezones sobreexcitados y le costaba pensar con claridad.

– ¡Apenas nos conocemos! -protestó.

– Te aseguro que ésta es la mejor manera de conocerme, glikia mu -contestó Atreus con convicción.

– ¡Pero yo no quiero conocerte! -objetó Lindy.

– ¿Cómo que no? Tú me deseas y yo te deseo. ¿Qué tiene de malo?

– Todo… Yo no hago este tipo de cosas.

– Tú no tienes que hacer nada, tranquila.

– Ni siquiera eres mi tipo -insistió Lindy a la desesperada.

– Haberlo dicho antes -contestó Atreus incorporándose y mirándola Lindy se apresuró a taparse los pechos desnudos con los brazos.

– Me encanta mirarte -le confesó Atreus deslizando un dedo por su cintura y su cadera-. Tienes unas curvas espectaculares.

Lindy se dejó convencer por la intensidad de su mirada. Aquello la hizo sentirse muy bien y la invitó a retirar los brazos lentamente. Aunque tímidamente, estaba descubriendo el placer que era que un hombre la mirara con aprecio y pasión.

Hasta aquel momento, ningún hombre había alabado nunca sus curvas. Hasta aquel momento, siempre había procurado disimularlas y esconderlas. Ahora, sin embargo, Atreus la estaba mirando y admirando y Lindy se sentía como una auténtica diosa.

– No apartaste la mirada en el río -lo acusó.

– Claro que no. ¿Cómo iba a perderme este espectáculo? Eres una preciosidad.

Sin pensárselo dos veces, Lindy se estiró hacia él y buscó sus labios, saboreó su aliento como un vino preciado y dejó que su lengua danzara de manera erótica por el interior de su boca mientras sentía una punzada insistente en el centro de la pelvis. Atreus había destapado en ella un apetito que no podía parar.

– ¿Esto quiere decir que sí?

– Sí… -murmuró Lindy sintiéndose sexy y temeraria por primera vez en su vida.

Cuando Atreus comenzó a besarla por el cuello, Lindy dejó caer la cabeza hacia atrás y suspiró encantada cuando la acarició donde ningún hombre la había acariciado antes. Mientras Atreus deslizaba los dedos entre los pliegues de su intimidad, sintió que el cuerpo se movía solo. El placer era exquisito, pero, a medida que fue creciendo, se convirtió casi en una tortura. Cuanto más la acariciaba, más deseaba ella y menos podía esperar. Atreus le succionó los pezones y a Lindy se le arqueó la espalda y gritó cuando Atreus inspeccionó con los dedos su estrecho conducto de entrada.

Cuando se dio cuenta de que Atreus se estaba quitando los vaqueros, la invadió el pánico.

– No me dejes embarazada, que no estoy tomando nada -le advirtió.

– No te preocupes, jamás me arriesgaría a una cosa así -le aseguró él, poniéndose un preservativo y volviendo a tomarla con impaciencia-. Te deseo tanto, que me duele.

– ¿Y a mí también me va a doler? -le preguntó Lindy.

Atreus la miró divertido.

– ¿Por qué te iba doler?

– Porque… es la primera vez…

– ¿Voy a ser el primero? -se extrañó Atreus. Lindy se sonrojó y asintió.

– No te preocupes. Tendré cuidado -le prometió Atreus.

Él, que jamás había tenido que tener cuidado con nada.

Pero lo consiguió.

Se tomó todo el tiempo del mundo para recorrer y acariciar el cuerpo de Lindy, para hacerla gozar y para asegurarse de que estuviera a punto cuando llegara el momento. Y, cuando ese momento llegó, Lindy vio encantada cómo Atreus gritaba de placer. Y ella también sintió un intenso gozo y una sensación maravillosa de estar verdaderamente unidos.

Después, sobrevino un agudo dolor que la hizo chillar.

Atreus se paró, le habló con suavidad en griego hasta que se relajó y, luego, recomenzó con exquisito cuidado, penetrándola muy lentamente, una y otra vez, hasta que Lindy se encontró jadeando y gritando, pero esta vez de placer.

De repente, se encontró galopando sobre un corcel intenso y erótico, fuera de control, abandonándose a la salvaje necesidad que Atreus le había provocado. Cuando le llegó el orgasmo, la tomó por sorpresa, dejándola desmadejada y satisfecha.

– Ha sido increíble… has estado increíble -comentó Atreus con una sonrisa de aprobación.

– Tú también -contestó Lindy manteniendo a raya a duras penas la vergüenza y la timidez.

A continuación, lo abrazó y lo besó mientras se decía que Atreus era un hombre muy atractivo y que se había dejado llevar por ese hecho. No tenía sentido fustigarse por algo que ya había ocurrido.

El beso y el abrazo tomaron a Atreus completamente por sorpresa, pero, cuando ella hizo amago de retirarse, se lo impidió.

– Quiero que esto se vuelva a repetir -le dijo.

Lindy lo miró estupefacta.

– No soy de aventuras de una noche -le explico

– ¿Ah, no?

– No… y tú, tampoco -contestó Atreus sonriendo con malicia.

Загрузка...