BUENA la he hecho -le dijo Lindy a Theo.
Desde la terraza en la que se encontraba había una vista magnífica del océano. Desde la casa, se extendía una espléndida pradera que bajaba hasta la playa de arena blanca y fina.
Pero Lindy no estaba disfrutando del paisaje ni de la belleza de aquel día. Toda su atención estaba puesta en su pequeño, que estaba sentado en su sillita, dando patadas al aire con fuerza. Estaba precioso con una ranita azul cielo y Lindy sonrió encantada a pesar de que no le apetecía en absoluto hacerlo.
Su estupidez había dado al traste con su relación con Atreus. Había puesto un palo en las ruedas de su matrimonio y ahora no sabía cómo quitarlo.
Habían pasado tres semanas desde su noche de bodas, aquella noche en la que se había dejado llevar por los celos, y Atreus seguía durmiendo en una habitación de invitados.
Sólo se tocaban cuando se pasaban al bebé el uno al otro o cuando Atreus creía que Lindy podía caerse. El resto del tiempo se comportaba con ella como si tuviera la peste.
Lindy había aprendido que sentirse rechazado no era motivación ni acicate para su marido, sino motivo más que suficiente para mantener las distancias.
Aparte de eso, el resto de la luna de miel estaba resultando, irónicamente, maravilloso. Aunque Atreus la estaba tratando como a una tía abuela a la que hay que ayudar al pasear o al subir al barco, no estaba escatimando esfuerzos a la hora de organizar planes para que Lindy se divirtiera.
La isla de Thrazos tenía muchas colinas cubiertas de verde vegetación en innumerables playas desiertas y Atreus se las había enseñado todas. Había un pueblecito pesquero con un puerto pintoresco y casi todos los días dejaban en él anclado el yate y bajaban a tierra a pasear.
Todos los días hacía un sol radiante y el cielo despejado los acompañaba, en sus salidas y excursiones. A veces, Lindy sentía que hacía demasiado calor y buscaba desesperadamente la sombra, pero aquel mismo calor sofocante reavivaba a Atreus.
En el mar, había brisa y Lindy se sentía mejor. Le encantaba cuando paraban en alta mar y se daban un chapuzón y disfrutaba de lo lindo de las comidas que hacían en playas donde no había nadie más que ellos.
Al poco tiempo, salir a navegar le gustaba tanto como a Atreus.
Estaba furiosa porque Atreus no comentaba nada de lo que estaba ocurriendo entre ellos. Se mostraba educado, sereno y divertido en todo momento. Lindy temía las noches, pues, tras haber acostado a Theo, Atreus se metía en su despacho a trabajar y ella no tenía más remedio que irse a la cama.
Sola.
Le encantaba la tranquilidad con la que vivían en la isla, donde iban vestidos de manera cómoda e informal todo el día. Sólo se ponía un vestido cuando caía el sol. Había cenado estupendamente en la taberna del puerto. Allí, una noche, sentada bajo un olivo centenario, había visto bailar a Atreus con otros hombres en honor del santo del lugar.
Por lo visto, Atreus siempre se había sentido libre en aquel lugar. Aquél había sido el único sitio donde sus guardianes, demasiado protectores, le habían dado rienda suelta. Allí había aprendido a navegar. Conocía a todo el mundo, se sabía todos los nombres, se paraba a hablar con ellos por la calle y les preguntaba por sus familias.
A veces, también navegaban hasta puertos más sofisticados de la isla de Rodas. Un día, Atreus le compró una preciosa joya allí y la llevó a las tiendas más exclusivas del lugar al descubrir que la ropa que se había llevado no era del todo apropiada.
Theo iba casi siempre con ellos.
Cuando llevaban allí apenas una semana lo habían bautizado en una ceremonia sencilla en la iglesia local.
Theo era un bebé precioso, tranquilo y cordial al que no le importaba dormir ni comer en cualquier sitio. Era una bendición cuidar de él.
Lindy se miró en los grandes ojos oscuros de su hijo.
– Buena la he hecho -repitió pensando en la noche de bodas que estropeó-. Y, para colmo, tu padre es muy lento -añadió pensando en la cantidad de señales que le había mandado a Atreus desde entonces y que él no había sabido o querido entender.
Para intentar compensar aquel primer desastre, había tomado la iniciativa varias veces, le había agarrado de la mano, se había puesto sus vestidos más bonitos, le había dedicado miradas y sonrisas especiales, incluso había intentado flirtear un poco con él…
En vano.
Desesperada, había llegado a tomar el sol en topless y, para su vergüenza, lo único que había conseguido había sido que Atreus le advirtiera que se iba a quemar.
Una de dos o ya no se sentía atraído por ella o le iba a tener que pedir perdón para romper el hielo.
Aquella tarde, tras despedirse de Theo, decidió que tenía que utilizar un enfoque más agresivo.
Cuando Atreus la vio aparecer en su despacho, la miró con las cejas enarcadas.
– ¿Ocurre algo? -le preguntó.
Lindy sabía que le estaba subiendo el color a las mejillas porque sentía mucho calor allí. Además, le sudaban las palmas de las manos, pero tomó aire y se lanzó.
– Vengo a decirte que siento mucho mi comportamiento de nuestra noche de bodas.
Atreus ladeó la cabeza, se echó hacia atrás y se quedó mirándola.
– ¿Lo dices de verdad? ¿Y por qué has tardado tanto en venir a arreglar el entuerto? -le preguntó muy serio.
A Lindy el entraron ganas de ponerse a chillar. Qué difícil era dialogar con aquel hombre. Jamás reaccionaba como ella esperaba.
Resultaba que allí estaba ella, intentando construir un puente entre ellos y él en actitud hostil en el momento más inoportuno.
– Tú tampoco has hecho nada para arreglar las cosas entre nosotros -le dijo.
– No era asunto mío. La pelota estaba en tu tejado -contestó Atreus-. Eras tú la que tenía que hablar. Por lo visto, te cuesta trabajo hablar conmigo -añadió con desdén-. Mira que tardaste en decirme que estabas embarazada.
Lindy lo miró estupefacta.
– No me vengas ahora con eso… ¡Eso ya está olvidado!
– De eso, nada. Sigues ocultándome cosas. Me cuesta creer que te tenía por una mujer abierta y sincera.
– La noche de bodas me comporté de manera muy estúpida -confesó Lindy retorciéndose los dedos de las manos-. No sé cómo explicártelo.
– Pues ya puedes ir encontrando la manera porque, hasta que no haya quedado satisfecho con tu explicación, no pienso volver a dormir contigo -le aseguró Atreus.
Lindy apretó los dientes.
– Estás siendo muy poco razonable.
Atreus se puso en pie y se acercó a ella.
– ¿Ah, sí? No estoy de acuerdo en absoluto. De hecho, yo creo que he sido muy generoso. Otros, en mi lugar, habrían puesto fin al matrimonio aquella misma noche. Yo, sin embargo, me he quedado y te he dado tiempo para solucionarlo. Si después de tres semanas no se te ocurre más que lo que acabas de decir, me decepcionas, la verdad.
Lindy estaba muy enfadada y estaba haciendo un gran esfuerzo por controlarse.
– ¡ Veo que ha sido una tontería por mi parte venir a pedirte perdón!
– Lo has hecho con tan poca gracia que ha sido una pérdida de tiempo, sí -contestó Atreus en actitud beligerante.
Lindy temblaba de rabia.
– A veces consigues que te odie y ahora mismo lo estás consiguiendo -le dijo-. Tenía celos de Krista. Hala, ya te lo he dicho. ¿Contento? -le espetó furiosa-. Cuando me dijiste que habías estado aquí con ella, me imaginé que habrías compartido la misma cama que ibas a compartir conmigo y no pude evitar pensar que nos ibas a comparar y que, a lo mejor, te gustaba más ella… me dio pánico, eso fue lo que pasó.
Atreus se quedó mirándola anonadado.
– ¿Me apartaste porque estabas celosa de Krista Perris?
– ¡Sí! ¡Estaba celosa de ella! -exclamó Lindy, gesticulando con las manos arriba y abajo-. ¿Cómo no iba a tener celos si la llevaste a ver a tu familia al poco de empezar vuestra relación? Yo estuve contigo año y medio y jamás me llevaste. Y a tu familia le encantó. Ella tiene todo lo que yo no tengo. Me dijiste que sólo querías una esposa que procediera del mismo mundo que tú. ¿Quién mejor que ella? Estáis hechos el uno para el otro.
– Sólo en teoría -contestó Atreus sin dejar de mirarla.
Entonces, de repente, se acercó a ella en dos zancadas y la tomó entre sus brazos, apretándola contra su cuerpo con tanta fuerza, que Lindy se quedó sin respiración.
– Estás loca -le dijo apartándole el pelo de la cara-. No tenías motivos para estar celosa.
– Es muy guapa -se lamentó Lindy, dejándose llevar por el dolor.
– Sí, pero yo quiero estar contigo, agapi mu -murmuró Atreus mirándola con deseo-. Siempre te he preferido a ti.
Lindy se apoyó en él. Se moría por creer sus palabras.
– Me cuesta tanto creerlo…
Atreus se apoderó de su boca y la besó con pasión.
– Me has estado matando con tus sonrisas y tu conversación alegre y divertida. Creía que no te importaba que ya no nos acostáramos -le explicó-. ¿Cómo iba yo a suponer que estabas celosa de Krista?
– En la boda Krista me dijo que yo no debía ser la novia y que acabarías divorciándote de mí -le confesó Lindy.
Atreus frunció el ceño y maldijo en griego. -No me habías dicho nada -la acusó.
– No quería comportarme como una adolescente. No quería venir corriendo a contarte cosas sobre tu ex novia.
– Pues te has comportado como tal al creer sus palabras -protestó Atreus-. Me lo tendrías que haber dicho.
– Lo que pasa es que me sentía culpable -admitió Lindy-. ¡Si yo no me hubiera quedado embarazada, seguirías con ella!
Atreus la miró muy serio.
– No, no seguiría con ella.
Lindy se quedó mirándolo en silencio. Aquella salida la había dejado sin habla, momento que Atreus aprovechó para tomarla en brazos y llevarla al dormitorio.
– A veces me vuelves loco -admitió-. No sabía por qué te habías comportado así la noche de bodas, pero no quería forzar el tema de conversación. Soy consciente de que la principal razón por la que te has casado conmigo es Theo. Eso me lo dejaste muy claro y lo entiendo perfectamente. Casarnos es lo mejor para él, pero… ¿y nosotros?
¿Y ellos? Ninguno de los dos se había hecho aquella pregunta. Habían examinado su matrimonio desde todos los ángulos por el bien de su hijo, pero no habían hablado de ellos.
Lindy supuso que creer que todo iba a ir bien simplemente porque sí había sido muy ingenuo por su parte.
Atreus la dejó en la cama, Lindy sintió un escalofrío de pies a cabeza.
– Es culpa tuya que me sintiera tan insegura. Hasta la boda, me mantuviste a distancia de ti.
– Cuando te pedí que te casaras conmigo, me rechazaste. ¿Qué querías que hiciera? -se defendió Atreus-. No sabía lo que sentías por mí y el vínculo que había entre nosotros era demasiado frágil como para arriesgarme a estropearlo todo por intentar acostarme contigo.
Lindy se estaba quitando los zapatos y lo miró preocupada.
– No tenía ni idea de que esos fueran tus sentimientos. Te dije que no me quería casar contigo sólo por una cosa, porque creía que me lo pedías por cumplir con tu responsabilidad como padre y no quería que fuera por eso.
– No fue por eso, agapi mu -le aseguró Atreus-. La verdad es que no entendía lo que sentía, así que no me extraña que tú tampoco me entendieras.
Lindy se incorporó y le pasó los brazos por el cuello.
– No me gusta dormir sola…
– ¿Y te crees que a mí sí? -contestó Atreus apretándola contra su cuerpo.
– Aquella noche después de la ecografía, cuando me llevaste a la cama en tu casa, me deseabas…
– Sí, y sabía que tú también me deseabas, pero quería algo más duradero, algo más que acostarnos ocasionalmente cuando a ti te apeteciera -confesó Atreus, desabrochándole el vestido y acariciándole los brazos.
– ¡Yo no soy así!
– ¿Cómo que no? -bromeó Atreus mordiéndole el labio inferior y desabrochándole el sujetador para acariciarle los pechos.
– Bueno, tienes razón. Puedo ser así, pero que sepas que es por ti, que me has enseñado malas costumbres -murmuró Lindy desabrochándole la camisa a toda velocidad-. Y también quiero que sepas que ocasionalmente no sería suficiente.
Atreus la miró divertido y se rió. A continuación, la empujó para tumbarla en la cama y la siguió.
– No quería que nuestra relación se convirtiera en una relación extraña.
– ¿Por eso era matrimonio o nada? -aventuró Lindy acariciándole el torso.
Al deslizar las manos más abajo, sintió el estremecimiento de Atreus y sonrió satisfecha. Atreus terminó de desnudarse y se apoderó de su cuerpo. La besó con fruición, haciéndole saber lo mucho que la necesitaba.
– Me dijiste que sólo te ibas a casar conmigo por el bien de Theo -le recordó.
– ¿Cuándo te he dicho yo eso? -se defendió Lindy, disfrutando de sentirlo tan cerca. -Después de que naciera el niño.
Lindy lo miró extrañada.
– No lo recuerdo. Me has preguntado que por qué cambié de parecer… bueno, Theo no fue la única razón, ¿sabes? Estaba intentando guardar las apariencias.
– Vaya, no lo sabía. Ya sé que te hice mucho daño al romper por primera vez -admitió Atreus. -Lo sabías porque te lo dije yo -contestó Lindy-. No se te da precisamente bien captar las emociones de los demás.
Atreus sonrió débilmente.
– Ni las mías, tampoco.
Hubo algo en la expresión de los ojos de Atreus que hizo que Lindy se estirara para besarlo. Aquel beso se fue haciendo cada vez más profundo y apasionado hasta llegar a cotas de urgencia insospechadas por ambos.
Se olvidaron de la conversación y se dejaron invadir por necesidades más primarias. Cuando Atreus la penetró de manera salvaje y primitiva, Lindy sintió que su deseo se volvía lava líquida que la quemaba por dentro hasta explotar en intensas oleadas de placer que se fueron apagando mientras ella pronunciaba su nombre entre sollozos.
– Ahora te siento mía de nuevo, yineka mu -dijo Atreus con voz grave.
A continuación, la tomó entre sus brazos y la besó en la boca con dulzura y así permanecieron hasta que a Lindy se le calmó el corazón y recuperó el ritmo respiratorio.
Lindy se regocijó en aquella sensación de encontrarse inmensamente feliz. Hacía muchos meses que no se sentía así y le encantaba. Tener a Atreus cerca era lo mejor que le había pasado en la vida.
Atreus le había dicho que siempre la había preferido a ella. Eso había sido más que suficiente para que se entregara a él sin reservas. Quería creer en aquellas palabras con toda su alma… aunque, quizás, Atreus hubiera exagerado un poquito…
– ¿En qué piensas? -le preguntó Atreus mirándola preocupado.
Lindy sonrió.
Tenía la respuesta perfecta para aquella pregunta que Atreus no solía formular jamás.
– En ti. ¿Contento?
– No te puedes ni imaginar lo enamorado que estoy de ti -contestó Atreus-. Es la primera vez en mi vida que me enamoro. Me tomó por sorpresa, pero sé lo que es. Lo pasé fatal. La vida sin ti no tenía sentido.
– ¿Estás enamorado de mí? -contestó Lindy atónita-. ¿Desde cuándo?
– Probablemente, desde el principio -confesó Atreus-. A mí no me educaron para prestar atención a los sentimientos, sino para que prevaleciera siempre la razón sobre el corazón y siempre me había ido bien así. Hasta que te conocí. Nunca había querido de verdad a una mujer… hasta que apareciste tú.
Lindy sonrió encantada.
«Lo pasé fatal. La vida sin ti no tenía sentido». Aquello era más que suficiente para olvidar los terribles meses que había pasado sin él.
– ¿Lo pasaste muy mal? Quiero detalles -ronroneó.
– Ya no quería ir a Chantry House. No me gustaba si tú no estabas. La casa estaba vacía. No me podía concentrar en el trabajo. Estaba de tan mal humor, que dos de mis secretarias personales pidieron el traslado. Te echaba de menos día y noche. No estaba preparado para algo así. Cuando comprendí que lo nuestro había terminado, decidí que había llegado el momento de buscar esposa y no una novia.
– ¿Por qué?
– Porque contigo había descubierto lo a gusto que se puede estar con otra persona. Para mí, aquellos fines de semana que pasábamos juntos, hacíamos vida marital y me encantaba. Fue lo más estable que había tenido hasta el momento, así que quería seguir teniéndolo, pero, aunque salí con varias mujeres, no encontré a ninguna que pudiera sustituirte.
– ¿Y Krista? -le recordó Lindy.
– Krista siempre estuvo ahí. La conozco de toda la vida. Recurrí a ella porque parecía cumplir con todos los requisitos que mi estúpida mente creían indispensables para asegurar el buen funcionamiento de un matrimonio -admitió Atreus, llevando a Lindy al baño y metiéndose en la ducha con ella.
Lindy lo miró y comprendió que Atreus estaba siendo sincero.
– ¿Por qué dijiste que estabais hechos el uno para el otro sólo en teoría?
– Porque es verdad… desde el principio quiso que lo nuestro se hiciera público y a mí no me gusta nada la publicidad. Por eso tuvimos que venir a ver a familia tan pronto, porque se aseguró de que estuvieran al tanto de lo nuestro desde el primer día.
Aquel dato permitió a Lindy darse cuenta de que Atreus no había estado con Krista tanto tiempo como ella creía.
– Y, claro, tu familia encantada -comentó.
– Si hubieran sabido lo que yo sé ahora, te aseguro que no les habría hecho tanta gracia -contestó Atreus-. Lo cierto es que Krista y yo no tenemos nada en común. Sólo la clase social de la que procedemos, pero ella no ha trabajado nunca, ni un solo día de su vida y ni siquiera ve la necesidad de hacerlo.
– Pues eso debió de ser muy difícil de llevar para un adicto al trabajo como tú -bromeó Lindy mientras Atreus le enjabonaba la espalda-. Aun así, la trajiste aquí, a la isla.
– Eso fue hace años, cuando éramos adolescentes. Traje a ella y a mucha más gente para una fiesta.
– Ah… yo creía que había sido ahora -suspiró Lindy mientras Atreus le pasaba el agua templada por la piel para retirar el jabón.
– Imposible. A Krista no le gusta la tranquilidad ni la naturaleza. No puede vivir sin tiendas ni discotecas y no le gusta nada salir a navegar porque se le estropea la piel -le explicó Atreus en tono divertido.
Aquello hizo reír a Lindy.
– Definitivamente, tienes razón: no era la mujer perfecta para ti.
– Tú eres la mujer perfecta para mí. ¡Qué estúpido he sido al no haberme dado cuenta antes! -admitió Atreus, envolviéndola en una toalla enorme y esponjosa-. Debería haber dejado a Krista mucho antes, pero aguanté porque creía que, en algún momento, descubriría algo en ella que me cautivaría… ni siquiera me acosté con ella.
Lindy se aseguró la toalla alrededor del pecho y lo miró estupefacta.
– ¿Ah, no?
– No. Sabía que, en cuanto lo hiciera, Krista se haría unas ilusiones imposibles de parar, así que me contuve porque no estaba seguro de querer tener algo más serio con ella. Cuando vi en la prensa que estabas embarazada… fue un golpe muy fuerte…
– ¡Sí, tan fuerte que te debió de afectar a la cabeza porque te presentaste en mi casa con un abogado para que firmara un documento diciendo que no era hijo tuyo! -exclamó Lindy.
– Estaba enfadado y celoso porque creía que estabas embarazada de otro hombre. Nunca se me pasó por la cabeza que podía ser mío porque, en aquel momento, llevábamos cinco meses separados -le recordó Atreus, colocándose una toalla a la cintura.
A continuación, abrió un armario, sacó una botella de champán, la descorchó y sirvió dos copas.
– Siento mucho no haberte dicho desde el principio que ibas a ser padre -se lamentó Lindy-. Soy consciente de las molestias que os he ocasionado. Aquello te obligó a hablar con Krista y a dejar vuestra relación…
– Bueno, en realidad, no fue así -le explicó Atreus, abriendo la puerta de cristal que daba acceso al porche, que estaba completamente bañado por el sol.
– ¿Y entonces cómo fue? -quiso saber Lindy probando el vino.
– Fui a ver a Krista para explicarle lo que había sucedido y poner fin a nuestra relación. La doncella dio por hecho que me estaba esperando y me dejó pasar. Me la encontré con lo más granado de sus amistades esnifando cocaína.
Lindy lo miró atónita.
– Me había dado cuenta de que tenía un estado de ánimo muy cambiante. No sé cómo no me percaté de que había algo de drogas de por medio. Las odio. No puedo soportarlas -continuó Atreus-. Entonces, comprendí que había dejado escapar al amor de mi vida y había estado intentando idealizar a una mujer que no te llega ni a la suela de los zapatos. Me dio mucha vergüenza estar tan desconectado de mis sentimientos como para no haberme dado cuenta de que lo que sentía por ti era amor, respeto y amistad y que entre tú y yo existían todos los ingredientes para que un matrimonio funcionara. ¡Lo había tenido al alcance de la mano y lo había estropeado todo!
Sorprendida tanto por lo que le había contado de Krista como por aquella profunda declaración de amor, Lindy dejó la copa de champán a un lado y le pasó los brazos por el cuello.
– Tranquilo, no fuiste tú. Yo empecé a hacerte preguntas que no estabas preparado para contestar y la situación nos estalló en la cara.
– No me digas eso para que me sienta mejor -contestó Atreus, sonriendo con dulzura-. No me lo merezco. Me tuviste que dejar para que me diera cuenta de lo que había entre nosotros, para que me diera cuenta de lo maravillosa que eres. Si te hubiera perdido para siempre, el único culpable habría sido yo.
– ¿Y la familia de Krista sabe que tiene problemas de adicción? -le preguntó Lindy.
– En nuestra boda, me prometió que se lo iba a decir. Necesitaba un tratamiento de rehabilitación.
– ¿Estabais hablando de eso mientras bailabais?
– Sé que, en cuanto se lo diga a su familia, la van a apoyar en todo lo que necesite. Si no lo hacen, lo haré yo, pero ahora mismo preferiría que habláramos de nosotros y que dejáramos de hablar de ella. ¿Te parece?
– Me parece muy bien -contestó Lindy.
– Menos mal -murmuró Atreus, mirándola con cariño-. Sé que Theo me ha dado una segunda oportunidad y, en esta ocasión, he aprendido lo que tenía que aprender. He tenido muy claro desde el principio lo que quería: tu amor.
Lindy se rió con amargura.
– Eso ya lo tenías. Ha habido momentos en los que he pensado cosas terribles de ti, lo admito, pero aun entonces he seguido queriéndote.
Atreus se sentó en uno de los sofás del porche y la colocó sobre su regazo.
– ¿Y… ahora? le preguntó con prudencia.
Lindy bebió de la copa de Atreus porque la suya había quedado muy lejos y lo besó con abandono.
– ¿No lo sabes? ¡Estoy loca por ti!
– Lo suficientemente loca por mí como para pedirme perdón…
– ¡ Querías que te suplicara! -protestó Lindy.
– Te lo merecías -sonrió Atreus-. Aquello de apartarme en nuestra noche de bodas me dejó completamente destrozado, agapi mu.
Lindy sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, pues era evidente que Atreus había sufrido intensamente aquel rechazo, así que lo besó y aquel beso fue dejando paso a otros y, cuando las cosas se calentaron demasiado en el sofá, se fueron a la cama y allí hicieron el amor, se intercambiaron palabras y promesas de amor y se abrazaron sintiéndose las personas más felices del mundo por haberse conocido.
Casi tres años después, Atreus y Lindy dieron una fiesta en Thrazos para celebrar su tercer aniversario de boda.
Sergei y Alissa llegaron en su nuevo yate, el Platinum II, e invitaron a sus amigos a navegar en él, así que Lindy, Atreus, Elinor y Jasim subieron a bordo y disfrutaron de la jornada. Al volver a puerto, los hombres se quedaron un rato más a bordo y Sergei le tomó el pelo a Atreus diciéndole que era increíble que fuera uno de los pocos armadores griegos que no tenían un yate de vanguardia.
– Espero que a Atreus no le dé ahora por comprarse un yate de última generación. No te puedes ni imaginar lo competitivos que son los hombres con estas cosas -se lamentó Alissa-. Seguro que, si se compra uno, es más grande que el Platinum.
– No creo que lo haga. A Atreus le gusta navegar sin tripulación. Si comprara un yate más grande que el que tiene ahora, se vería obligado a contratar a gente. Le gusta mucho la velocidad, llevar él la embarcación. El hombre y los elementos, ya sabes -sonrió.
– Sí, a Sergei le pasa algo parecido. La verdad es que a mí me gusta más la velocidad que el fútbol, para qué os voy a engañar -comentó Alissa.
Elinor y Lindy se rieron porque sabían que a Alissa no le encantaba la gran pasión de su marido, el fútbol, ni el hecho de que fuera propietario de un club.
– Pero mucho más peligrosa -apuntó Lindy.
Los niños corrían a todo correr por el jardín mientras los perros y las niñeras los perseguían. Lindy lo tenía todo organizado para que sus invitados se sintieran en la gloria y, además, contaba con la inestimable ayuda del servicio, así que todo estaba perfecto.
Los tres hijos de Elinor, Sami, Mariyah y el pequeño Tarif, eran inseparables de los dos hijos de Alissa, Evelina y Alek, y Theo encajó muy bien en el grupo. Estaba alto para su edad, al igual que Alek, y ambos tenían mucha energía para quemar. El príncipe Sami, el primogénito de Elinor y heredero al trono de Quaram, era el líder indiscutible del grupo. Se trataba de un chiquillo muy maduro que aprendía constantemente de su padre, actual rey de Quaram, desde que su abuelo, el rey Akil, había fallecido.
– Qué bien se llevan -comentó Elinor con satisfacción-. Es una suerte porque, así, nos veremos a menudo.
– Estás pálida, Lindy -dijo Alissa preocupada-. Ya me encargo yo de los refrescos. Tú llevas todo el día atareada. Anda, siéntate. No deberías moverte tanto.
– Estoy bien, tranquila -le aseguró Lindy-. Es el calor -añadió sentándose en una butaca y poniendo los pies en alto para relajarse.
Estaba embarazada de seis meses y de gemelas. Por lo que les habían dicho, eran niñas. Theo estaba encantado con la noticia de la llegada de sus hermanitas y Lindy estaba pletórica ante la idea de jugar con ellas y de comprarles ropita bonita.
Aquella noche, cenaron a bordo del Platinum II. Fue una velada muy agradable, en la que se rieron de lo lindo y la sólida amistad entre las tres parejas se afianzó todavía más, pero, cuando terminó, Lindy volvió muy a gusto a su dormitorio.
Atreus la ayudó a tumbarse en la cama y le quitó los zapatos.
– Feliz aniversario, agapi mu -murmuró entregándole un estuche.
– Pero si es mañana -le recordó Lindy.
– Sí, pero mañana tendremos compañía y ahora estamos solos -contestó Atreus, abriendo el estuche y sacando una pulsera de oro con adornos.
Lindy se interesó rápidamente al ver que los adornos habían sido especialmente elegidos para simbolizar cosas importantes de su vida, pues había un niño con una pelota de fútbol, un perro grande y otro pequeño, un yate, una isla diminuta y un gato… lo que demostraba que Atreus se había percatado de la presencia del minino que Lindy había metido en casa a escondidas.
El adorno más preciado era el diamante en forma de corazón con el nombre de su marido.
– Mi corazón está en tus manos -declaró Atreus mirándola emocionado mientras le tomaba el rostro entre las manos-. Quiero darte las gracias por estos maravillosos años, por darme a nuestro hijo, a quien adoro, y a las dos que están en camino…
– Sí, la verdad es que lo hemos hecho muy bien en el aspecto familiar -contestó Lindy observando el perfecto perfil de su esposo mientras éste le colocaba la pulsera en la muñeca-, pero lo más importante es que me haces sentirme valorada y querida y, por eso, te quiero tanto.
– Cuanto más tiempo llevamos juntos, más te quiero -declaró Atreus, inclinándose sobre ella para robarle un beso-. Siempre te querré.
Completamente confiada, Lindy le pasó los brazos por el cuello como pudo con su tripa por medio. Atreus se rió, la acomodó en la cama y le acarició la tripa con cariño.
– Estás preciosa -le dijo.
Y Lindy sabía que a sus ojos era cierto. Se sentía la mujer más feliz del mundo. -Siempre juntos -le dijo con amor.
Y Atreus selló la promesa con un beso.