SAMSON y Sausage recibieron a Lindy con todo tipo de alharacas cuando volvió a casa. Tras hacerles unos mimos, como de costumbre, se dispuso a hacer lo que había ido a hacer porque Atreus la estaba esperando.
Samson, un Jack Russell terrier de orejas rectas y propenso a saludar a todo el mundo, se acercó a él. Sausage, por su parte, se mantuvo a distancia y Pit fue corriendo hasta sus pies y se puso a ladrar a todo volumen mientras le tiraba de la pernera. En consecuencia, Samson se puso a ladrar también y Lindy tuvo que volver y poner paz y librar a Atreus de Pit.
– Lo siento. Este perro tiene muy mal genio. Es un milagro que no le hayas dado una patada. Gracias por no hacerlo -le dijo tomando a Pit en brazos-. ¡ Ay, madre, se le ha caído un diente!
– ¿Se lo habrá dejado enganchado en mi pantalón?
– No, está aquí, en la alfombra -contestó Lindy acariciando al perrillo-. No me había dado cuenta de que tuviera unos dientes tan malos. Le debe de doler. Pobrecillo.
Mientras Lindy consolaba a aquella fiera, Atreus esperó en silencio y bastante molesto. Nunca le habían hecho demasiada gracia los perros y ahora uno le había mordido y resultaba que tenía los dientes podridos.
– ¿Te quieres venir a la casa conmigo? -le preguntó a Lindy.
Lindy se quedó de piedra y lo miró estupefacta. -Bueno… preferiría que los demás no… supieran nada de…
– ¿No quieres que sepan que nos hemos acostado?
Lindy tragó saliva.
– Exacto. No quiero que nadie lo sepa.
A Atreus nunca le habían pedido algo así. Normalmente, era al revés. Las mujeres estaban encantadas de que todo el mundo supiera que había algo entre ellos. Él, sin embargo, siempre había querido ser discreto y prudente. La familia Dionides era famosa por huir de la publicidad como de la peste.
No podían evitar que hablaran de ellos con ocasión de los bautizos, las bodas y las muertes, pero, más allá de aquello, Atreus y sus parientes evitaban la notoriedad pública que otros muchos ansiaban porque les parecía de mal gusto.
– Seré muy discreto -le prometió-. Nos podemos ver los fines de semana cuando venga.
Lindy se quedó mirándolo perpleja, pues le costaba pensar que entre ellos hubiera algo, una relación…
– No tenemos nada en común -comentó.
– Los polos opuestos se atraen -contestó Atreus, apartando la mirada de la rata con dientes que Lindy todavía tenía en brazos.
El Jack Russell le había puesto un hueso de goma a los pies y tenía aspecto de estar esperando que se lo tirara. El otro, el del pelo largó, también lo miraba expectante. Así que Atreus decidió dejar clara su postura.
– Nunca me han gustado demasiado los perros, ¿sabes? Y desde luego no me gusta tenerlos dentro de casa.
– Supongo que no tuviste perro de pequeño -contestó Lindy, mirándolo con compasión-. No sabes lo que te perdiste. Menos mal que vas a tener oportunidad de estar ahora con los míos.
Dicho aquello, intentó imaginarse su vida con Atreus en ella y no lo consiguió ni de lejos.
– La verdad es que no sé por qué quieres volver a verme -comentó.
Atreus se quedó anonadado. Era la primera vez que una mujer le decía algo así. Al instante, sintió que aquella mujer era diferente, que era natural y sincera, que no se parecía en nada a las mujeres con las que él solía salir.
Lindy no conocía las normas del juego al que él jugaba y podía resultar lastimada. Era evidente que no sabía dónde se estaba metiendo. Lo había dejado claro cuando lo había abrazado sin pudor. Atreus se dijo que pronto aprendería.
Sí, iba a tener que aprender porque quería volver a verla.
Lo importante era que quería que aquella mujer formara parte de su vida. Quería cambios, quería cosas nuevas y ella era como un soplo de aire fresco.
Era una mujer fuerte, discreta y sincera, cualidades que Atreus valoraba enormemente y que no solía encontrar con facilidad. Sí, sería fácil relajarse con ella durante el fin de semana y olvidarse de las interminables jornadas de trabajo y los aburridos compromisos sociales.
Atreus se miró en los ojos violetas de Lindy y se dio cuenta de que la deseaba con más urgencia que unas horas antes. La fuerza de aquel deseo lo incomodaba, pero también le dio pie para tomarla entre sus brazos.
Siempre se había sentido más cómodo y fluido en lo físico que en lo emocional, así que, sin dudarlo, se apoderó de la boca de Lindy y le contagió su pasión. Lindy sintió una descarga eléctrica en la columna vertebral que pronto se expandió por todo su cuerpo.
La presión de sus labios y el roce de su lengua la excitaron por completo. Los pezones se le endurecieron de nuevo, se le humedeció la entrepierna y se mareó cuando lo miró a los ojos.
– Me encantaría volver a acostarme contigo ahora mismo -comentó Atreus tomándola de las caderas y apretándola contra sí para que sintiera su erección-. Con una vez no he tenido suficiente.
Lindy se sonrojó. Le costaba pensar en sí misma como en una especie de mujer tentadora, pero así la debía de ver Atreus… a juzgar por lo que tenía entre las piernas.
– Por desgracia, he quedado con los del seguro -le recordó-. Vente conmigo o vuelve al hotel, pero no te quedes aquí. No puedes hacer nada sin luz.
– No podré fabricar velas, pero puedo ir cortando lavanda y haciendo popurrí -contestó Lindy.
En aquel momento, llamaron a la puerta. Lindy miró por la ventana y vio el coche de su amigo.
– Es Ben -anunció.
– ¿Ben? -repitió Atreus fijándose en el BMW.
– Un amigo mío. Viene a buscar a Pip, el que te ha mordido. Es de su madre.
Cuando Lindy fue a la puerta, Ben ya había entrado en el vestíbulo.
– Como tenía el día libre, me he acercado -la saludó.
Lindy le contó lo de los dientes de Pip y le pidió que lo llevara al veterinario sin falta.
– Eso podía explicar su mal genio -le indicó-.
Le duelen las encías. Es urgente que lo lleves. Voy a buscarlo.
– ¿No me vas a invitar a pasar? -se extrañó Ben. Pero Lindy ya había desaparecido pasillo delante en busca de Pip.
– ¿Y esa limusina de dónde ha salido? -le preguntó Ben, alzando la voz.
Lindy apareció con Pip en brazos y, acto seguido, apareció Atreus.
– Es mía -contestó refiriéndose a la limusina.
Lindy los presentó con naturalidad.
Atreus frunció el ceño y Ben reconoció el nombre del otro inmediatamente y se puso serio.
– Anoche hubo un incendio en Chantry House todos fuimos a ayudar -le explicó Lindy. -Lindy fue la que más ayudó -apostilló Atreus.
Lindy dio un respingo cuando Atreus le pasó un brazo por la cintura. Ben se dio cuenta y la miró sorprendido. Lindy se sonrojó.
– Me gustaría invitarte a comer por haber cuidado de Pip -comentó Ben.
– Otro día. Lindy ya tiene planes para hoy contestó Atreus.
– Lo siento -se disculpó Lindy.
¿Por qué salía de repente Ben con aquella invitación para comer? Obviamente, porque sentía curiosidad. De repente, Lindy se sintió como un queso que se disputan dos perros y se enfadó por un lado, le molestaba que Ben se hubiera presentado sin avisar y, por otro, que Atreus fuera tan arrogante como para dar por hecho que iba a aceptar su sugerencia.
Y lo cierto era que sí iba a hacerlo.
– Bueno, luego te llamo por teléfono y hablamos -se despidió Ben.
– No, no te vayas todavía -contestó Lindy-. Te invito a un café.
Atreus la miró con el ceño fruncido y se encaminó a la puerta.
– Vendré a buscarte a las doce -se despidió con frialdad.
– ¿Se puede saber a qué demonios estás jugando con ese tipo? -le preguntó Ben en cuanto se quedaron a solas.
Lindy estuvo a punto de mandar a paseo a su amigo, pero se dijo que los buenos amigos tenían derecho a hacer ese tipo de preguntas.
– Está tonteando conmigo… nada más -mintió.
– Claro, qué iba a ser si no -contestó Ben-. Dudo mucho, la verdad, que Atreus Dionides se fijara en ti para algo más que un simple tonteo. Te recuerdo que es multimillonario y que sólo sale con mujeres impresionantes.
– ¿Café? -le preguntó Lindy, apretando los dientes y reprimiendo a duras penas la necesidad de espetarle que, aunque él no la encontrara atractiva, Atreus sí.
Ben no se quedó mucho tiempo porque Lindy quería tener tiempo para arreglarse para salir a comer. Ben no se mostró tan informal y cómodo como de costumbre y Lindy se preguntó, aunque parecía una locura, si no sería porque a su amigo le había sorprendido y molestado que otro hombre se interesara en ella.
Lindy eligió lo más bonito que tenía, un traje pantalón negro.
Cuando Atreus llegó a buscarla, fue uno de los guardaespaldas el que se bajó del coche a llamar al timbre y quien la escoltó hasta el asiento trasero de la limusina.
– Me gustáis más las mujeres con falda -contó Atreus al verla.
– ¿De verdad? -contestó Lindy-. ¿Y? ¿Qué esperas? ¿Quieres que me lo apunte y que no me vuelva a poner unos pantalones?
– ¿Y Ben qué lugar ocupa en tu vida? -le preguntó Atreus ignorando su comentario.
Lindy lo miró sorprendida y se rió.
– Estuve muy enamorada de él a los dieciocho años. Por desgracia, él nunca me correspondió. Al final, dejé de verlo como al amor de mi vida y nos hicimos amigos. Y llevamos siendo amigos desde entonces.
Atreus bajó la mirada. No le había hecho ninguna gracia que Ben apareciera en casa de Lindy y ahora ella le decía que había estado enamorada de él… Atreus se dijo que nunca había sido posesivo con sus conquistas y que no iba a empezar ahora. Así que volvió a mirar a Lindy a los ojos y sonrió al ver que estaba encantada de salir a comer con él, pero también nerviosa porque no querían que la vieran con él.
– Vamos a comer en la suite -anunció, tomándola de la mano para acercarse.
– Atreus… -murmuró Lindy tras un largo beso que la dejó mareada-. Somos las dos personas que menos pegamos del mundo.
– Tienes ideas muy obsoletas, pero me gustan -comentó Atreus, besándola por el cuello y haciéndola estremecerse de pies a cabeza-. Esto te gusta, ¿verdad?
– Bueno…
– Di la verdad.
– La verdad es que esto es indecente y que yo normalmente no me comporto así. ¡Ésta no soy yo! -protestó Lindy, encontrándose tumbada y con Atreus encima.
– Pero te gusta, ¿eh? -insistió él-. Además, ¿cómo vas a saber cómo eres en este aspecto de tu vida si antes no te habías acostado con nadie? Ser tu educador sexual me excita.
Mientras lo decía, Atreus le acarició la cara interna del muslo y Lindy creyó que iba a explotar de calor. ¿Qué le estaba sucediendo? ¿Qué había sido de su sentido común y de su prudencia? Que se habían ido a tomar viento, junto con sus veintiséis años de vida organizada y solitaria.
No había sido una mala vida, pero sí aburrida a más no poder.
– ¿Quieres comer primero? -le preguntó Atreus. Lindy tragó saliva. La excitación era tan in-tensa, que no podía hablar. Aquel hombre tenía una enorme influencia sobre ella y la estaba cambiando. Si eso estaba sucediendo en menos veinticuatro horas…
Claro que lo suyo no iba a durar. Era imposible. Eran completamente opuestos. Sí, se atraían, pero nada más. Lo suyo iba a ser explosivo y breve porque se iba a consumir rápidamente y, cuando eso sucediera y todo acabaría, ella se iba a sentir fatal.
Lindy miró a Atreus a los ojos y decidió que sobreviviría con tal de estar con él un poquito más.
Cuatro meses después, Lindy y Atreus seguían pasando casi todos los fines de semana juntos.
La diferencia era que ahora Lindy estaba lo locamente enamorada y tan feliz, que se despertaba todos los días con una sonrisa de felicidad. Un día, sin embargo, se produjo una fisura en su felicidad cuando vio una fotografía en un artículo de cotilleo.
Se trataba de Atreus con otra mujer.
La habían hecho en un baile de beneficencia y la preciosa mujer aparecía abrazando a Atreus. Lindy se sintió fatal, pero decidió no mencionar nada. No quería actuar de manera posesiva. Sabia que a Atreus no le gustaría.
Pero al cabo de un par de noches sin dormir, se dio cuenta de que no podía permanecer callada. Atreus era su pareja y ella necesitaba saber que era la única mujer que había en aquellos momentos en su vida, así que, como había quedado con él para cenar en Chantry House aquel fin de semana, decidió sacar a colación con delicadeza un tema un tanto espinoso: ¿qué hacía Atreus entre semana?
Un estupendo equipo de reformas había reconstruido la preciosa casa de estilo georgiano en tiempo récord. Lindy había sido testigo de todo el proceso, había visto cómo Atreus exigía lo mejor y cómo la obra estaba terminada en un plazo que parecía imposible.
Durante la cena, Lindy no encontró ninguna excusa para sacar a relucir el tema de conversación que tanto le interesaba y comenzó a ponerse nerviosa.
– ¿Qué te pasa? -le preguntó Atreus cuando se levantaron de la mesa.
– ¿Por qué lo dices? -contestó Lindy, sintiéndose como una cobarde.
– Has estado muy callada, mali mu. Es muy raro en ti.
– Esta semana he visto una fotografía en la que estabais otra mujer y tú -contestó Lindy no pudiendo evitar cierto tono acusador.
Aunque Atreus sabía perfectamente de qué periódico se trataba, con quién lo habían retratado y dónde, se hizo el distraído.
– ¿Ah, sí?
– Por lo visto, fuiste a un baile con ella -contestó Lindy con ansiedad-. ¿Quién es? -añadió mientras entraban en el salón, donde les estaban sirviendo una copa.
– Una amiga… de las muchas que tengo -contestó Atreus.
Lindy se sonrojó.
– Crees que no tengo derecho a preguntar, ¿verdad? Pero sí lo tengo porque no quiero ser una más -le espetó.
Atreus se sintió culpable, algo a lo que no estaba acostumbrado en absoluto. Aunque siempre le había parecido más fácil no definir los límites de las relaciones que mantenía, ahora se sentía mal porque Lindy era inocente y candorosa.
– Lindy…
– Dime la verdad. Necesito saberlo. No he pegado ojo desde que vi la foto -confesó.
Atreus la tomó de la mano.
– Sé razonable -le dijo-. No me acuesto con nadie. Soy hombre de una sola mujer, pero sí es cierto que, aunque me acuesto contigo, tengo muchas amigas que me acompañan a actos y eventos sociales.
Lindy sintió que podía volver a respirar con normalidad a pesar de que el corazón todavía le latía desbocado por el miedo. Atreus le había dicho lo que quería oír, que sólo, estaba con una mujer a la vez.
Lindy se dio cuenta entonces de que nunca le había puesto límites a su relación. Se había embarcado en ella sin pensarlo, se había acabado enamorando de Atreus y nunca habían hablado de normas. Claro que, por otra parte, seguro que Atreus se saltaría cualquier norma que intentara imponerle.
A primera hora de la madruga, Lindy se despertó y se quedó mirando a Atreus, que dormía plácidamente. Se sentía feliz y saciada. Su corazón volvía a latir satisfecho, lleno de amor, pero su mente no podía parar de recordar la conversación que habían mantenido después de cenar.
Aunque Atreus la había tranquilizado, Lindy estaba convencida de que había perdido puntos a sus ojos por necesitar, precisamente, que la tranquilizara.
Tenía la sensación de que había quedado como una mujer débil y víctima e insegura, una imagen que no quería dar porque sabía que a Atreus le gustaban las mujeres fuertes y seguras de sí mismas.
Así que debía mostrarse fuerte y segura de sí misma.
No volvería a comportarse como lo había hecho aquella noche.
Un año después de haber tomado aquella decisión, Ben Halliwell se presentó, como venía haciendo últimamente, sin avisar. Lindy acababa de terminar de trabajar, así que le convidó a un café y Ben se comió dos buenos trozos de tarta de queso antes de ir al grano.
– Quiero que veas esto para que te quede claro lo que hay entre Atreus Dionides y tú -le dijo, dejando sobre la mesa un periódico.
Lindy se quedó mirando la fotografía en la que se veía a Atreus con una rubia despampanante cargada de joyas y con un vestido de fiesta divino. Al instante, sintió que se ponía a sudar, pero consiguió devolverle el periódico a Ben con una mirada de reproche.
No era ni la primera vez que veía algo así y era consciente de que, probablemente, no sería la última, pero le molestaba sobremanera que Ben estuviera siempre criticando a Atreus.
– Atreus tuvo una fiesta de beneficencia a favor de un hospital infantil el lunes por la noche -le explicó a su amigo-. Ella sería una de las organizadoras.
– ¡Deja de excusarlo! -exclamó Ben enfadado-. Carde Hetherington es una rica heredera y es obvio que a Atreus no le da vergüenza que lo vean en público con ella.
– ¡Tampoco le da vergüenza que lo vean conmigo! -se defendió Lindy-. No seas injusto. Sabes perfectamente que fui yo quien le pidió discreción y no él a mí. No quería que nos vieran juntos… no quiero que comenten nada sobre nosotros… ¡me moriría si mi foto apareciera en la prensa!
– ¿Cómo puedes ser tan ingenua, Lindy? -protestó Ben-. No está siendo discreto, lo que pasa es que te ha convertido en un secreto sucio en su vida.
– ¿Cómo te atreves a decir algo así? -se enfureció Lindy poniéndose en pie.
Al hacerlo, se mareó. Como supuso que había sido por la velocidad con la que se había levantado, no le dio importancia.
– Te guste o no, es la verdad -insistió Ben sin darse cuenta de que su amiga había palidecido-. Eres su amante, no su novia. Sólo lo ves cuando viene, nunca te lleva a ninguna parte.
– ¡No soy su amante! -se defendió Lindy.
– Pero tampoco eres una rubia despampanante de las que le gustan, así que, ¿qué lugar ocupas exactamente en su vida?
Dolida por semejante comentario, Lindy se volvió a dejar caer en su butaca.
– ¿Por qué siempre atacas a Atreus?
– Porque tú y yo llevamos muchos años siendo amigos y desde hace año y medio ese hombre está jugando contigo. Lo vuestro no tiene futuro. Por cómo te trata, podría estar casado. Eres su amante.
– ¡Atreus me trata muy bien! -exclamó Lindy. -Es multimillonario y se lo puede permitir. -No me refería al dinero. Tú no entiendes lo que hay entre nosotros.
– Me parece que la que no lo entiende eres tú te enamoraste de él y empezaste a vivir en un mundo de fantasía. ¿Dónde está tu objetividad? lo único que quiero es que abras los ojos. Estás perdiendo el tiempo con él. Dionides nunca te va dar lo que tú quieres.
– Tú no tienes ni idea de lo que yo quiero.
– ¿Ah, no? Esta vida no es para ti. Tú quieres casarte y tener seguridad, pero has accedido a embarcarte en una relación que te empeñas en ver como el súmmum del romanticismo. Quiero que me contestes a una cosa: si tan feliz eres con él ¿por qué no se lo has presentado aún a Elinor a Alissa?
– Porque no suelen estar en Inglaterra -contestó Lindy a la defensiva-. Te recuerdo que una vive en Oriente Medio y la otra viaja mucha.
– ¿Les has hablado siquiera de él? ¿Saben que existe?
Lindy enrojeció.
Lo cierto era que hacía tan sólo unas semanas que había telefoneado a sus amigas para hablarles de Atreus.
– Claro que sí -contestó-. No quiero seguir hablando de esto. No me gusta nada que hables mal de Atreus. No quiero seguir con esta conversación.
– Piensa en lo que te he dicho -insistió Ben-.Pregúntale a Atreus hacia dónde va vuestra relación. No creo que te guste la respuesta.
– ¿Y qué hay de tu ascenso? -le preguntó Lindy a su amigo para cambiar de tema.
– Dentro de dos semanas tengo que ir a la boda de mi jefe -le dijo Ben al irse-. He pensado que, a lo mejor, te apetece venir conmigo. Es en Headby Hall, que está muy cerca de aquí. Ya sé que te lo digo con poca antelación, pero, ¿te apetece acompañarme?
Lindy lo miró sorprendida.
– No sé…
– Por favor -insistió Ben-. No me haría ninguna gracia tener que ir solo… me pondría muy triste…
Lindy se rió y se preguntó por qué su amigo ya no salía cada mes con una mujer diferente. Lo cierto era que ahora se veían mucho más.
– Está bien. Dime la fecha exacta.
– Espero que no te cueste una discusión con Atreus -se burló Ben.
– Por supuesto que no -contestó Lindy elevando el mentón-. Atreus no cuestiona lo que yo hago.
Una vez a solas, Lindy se dijo que lo cierto era que casi nunca hacía nada los fines de semana para poder estar con Atreus.
Lindy se encontraba de un humor maravilloso antes de la visita de su amigo porque era viernes e iba a ver a su amor en unas horas, pero ahora se sentía triste por las preguntas de Ben.
Lindy vivía para el fin de semana, lo que hacía entre semana le daba igual, lo único importante era el tiempo que pasaba con Atreus. Hasta que Ben le había arrojado aquella fotografía, había conseguido ignorar la realidad: Atreus vivía otra vida cuando no estaba con ella.
¿Por eso había dejado de comprar la prensa? ¿Para no ver a Atreus con otras? Lindy no quería contestar a aquella pregunta. Hacía tiempo que Atreus le había explicado por qué de vez en cuando lo fotografiaban con otras mujeres y Lindy confiaba en él.
Lo que había empezado como una relación superficial se había ido afianzando y profundizando y Lindy había vivido muy feliz durante un año y medio. Atreus la llamaba casi todos los días y estaba pendiente de ella. De verdad. No se lo hacía saber porque no se le daba bien verbalizar las cosas, pero se lo demostraba de otras maneras.
¿Acaso no había adelantado su vuelta desde Grecia cuando se había enterado de que Lindy estaba en el hospital porque un coche la había tirado de la bicicleta? ¿Acaso no se había despertado en un par de ocasiones y se lo había encontrado sentado a su lado mirándola en mitad de la noche? ¿Acaso no le había regalado un coche impresionante?
De hecho, su primera discusión de verdad la habían tenido por eso. Lindy le había dicho que no pensaba aceptarlo y Atreus había insistido diciendo que le parecía muy peligroso que se moviera en bici. La discusión había ido subiendo de tono hasta que Lindy había cedido por miedo a perderlo.
El otro tema por el que habían discutido había sido que Atreus se había negado a que Lindy pagara su alquiler como los demás inquilinos.
– ¿Cómo voy a aceptar tu dinero? -le había preguntado Atreus furioso-. Trabajas mucho para sobrevivir. ¿Para qué me vas a pagar cuando a mí me sobra el dinero?
Aquel tema todavía coleaba porque, aunque Lindy pagaba su alquiler todos los meses religiosamente, Atreus le devolvía el dinero a su cuenta bancaria todos los meses también. Cuando se paraba a preguntarse lo que el administrador pensaría de todo aquello, se encogía de vergüenza. Demasiada gente sabía lo que había entre el dueño de la finca Chantry y ella.
¿Cómo no lo iban a saber? Una tarde se había encontrado con el párroco de su iglesia en casa de Atreus.
Mucha gente lo sabía, pero nadie decía nada.
El único que se había metido donde no lo llamaban había sido Ben. ¿Y qué derecho tenía cuando nunca había mantenido una relación seria con una mujer?
A las seis de la tarde, Lindy estaba preparada. Había hecho la bolsa de fin de semana y los perros estaban listos. Llevaba una bonita falda tubo gris y un jersey morado con zapatos negros de tacón.
Desde que había conocido a Atreus, había ido cambiando su vestuario. Cada vez se sentía más segura de su cuerpo y se iba atreviendo a llevar ropa más ceñida y femenina. Había entregado sus faldas anchas y sus blusas sin formas a la iglesia, se había cortado el pelo con mucho más estilo y había vuelto a descubrir el maquillaje. Atreus no había comentado nunca nada sobre aquellos cambios. Por lo visto, no sentía la necesidad. Tampoco debía de sentir la necesidad de invitarla a salir por ahí. Aquello, no debería importarle, pues había sido ella quien le había dicho que no quería que los vieran juntos, pero ahora quería que la invitara.
Lindy no iba a hacerle preguntas estúpidas sobre el futuro a Atreus. Estaba feliz y contenta como estaba.
Veinte minutos después llegó la limusina y Lindy se subió con su bolsa, con sus perros y sus tacones. El coche los llevó a todos a la casa principal. El chófer le abrió la puerta y se hizo a un lado para dejar pasar a los perros y saludar a Lindy.
Phoebe Carstairs sólo trabajaba entre semana los fines de semana solían llegar un chef francés y un equipo de camareros griegos. Se presentaban antes que Atreus para asegurarse de que todo estuviera listo antes de su llegada.
Lindy entró en la casa con paso ligero. Estaba contenta. Dejó que Dimitri la guiara a la biblioteca que Atreus utilizaba como despacho…