Capítulo 4

ATREUS llevaba un precioso traje gris marengo que realzaba su masculinidad y su cuerpo bien formado. Estaba hablando por teléfono junto a uno de los ventanales de la estancia. Lindy se tomó unos segundos para observarlo y disfrutar de lo que veía.

¡ Qué gran placer volver a verlo!.

Cuando se giró y la vio, sus ojos adquirieron un brillo nuevo y le sonrió. Samson y Sausage salieron corriendo hacia él. Lindy se adelantó para que no lo molestaran mientras hablaba y se puso en medio, de espaldas a ellos. Cuando recibió el impacto de sus patitas, se fue hacia delante. Atreus la sujetó para que no perdiera el equilibrio y le sonrió con afecto.

A Atreus le encantaba lo natural que era Lindy. Nunca intentando esconder ni disimular nada. A diferencia de otras muchas mujeres, no tenía nada de artificial.

En cuanto percibió el aroma de su pelo y de su piel, sintió que le pulsaba la entrepierna de manera erótica, así que la tomó de la cintura y le puso los labios sobre un punto justo debajo de la oreja que sabía que la volvía loca.

Lindy se estremeció de gusto.

Atreus se despidió repentinamente de su interlocutor, colgó el teléfono y se apoderó de la boca de Lindy para besarla con pasión.

– Un fin de semana no es suficiente -comentó-. Luego vienen cinco días de celibato. Se me hace insoportable.

Lindy ronroneó encantada ante aquellas palabras.

– Podría ir a Londres de vez en cuando -comentó contenta ante la posibilidad de entrar en aquel otro mundo que Atreus habitaba.

Atreus apretó los dientes.

– Prefiero dejar las cosas tal y como están contestó-. Así, durante la semana me puedo concentrar en los negocios y ambos tenemos nuestro espacio vital.

Lindy se entristeció. En realidad, ella nunca había querido aquel espacio, pero había accedido en silencio porque era lo que él había estipulado. Al darse cuenta de algo tan horrible, se estremeció. ¿Cuándo se había olvidado de ella para anteponer los deseos de él a los suyos?

Por otra parte, era consciente de que a los hombres no les gustaban las mujeres pesadas. Una mujer que insiste en pasar mucho tiempo en su pareja puede resultar claustrofóbica.

Lo que Ben le había dicho la había llenado de inseguridades e intentó olvidarse de ellas disfrutando del abrazo de Atreus.

Lo amaba profundamente y tenía todo el fin de semana para disfrutar de él. ¿Cómo iba a dejar que su falta de confianza lo estropeara todo? No había sido su intención inicial enamorarse de él, había confiado en que su inteligencia la supiera mantener alejada de albergar aquellos sentimientos tan profundos por un hombre tan diferente a ella que era imposible que hubiera nada serio y duradero entre ellos.

Aun así, no había podido evitar caer rendida ante su carisma y su sensualidad. Cada vez que lo veía, se enamoraba más de él. Tres meses después de empezar su aventura, ya estaba completamente entregada.

Atreus se preguntó de dónde se habría sacado Lindy la horrible idea de ir a verlo a Londres entre semana. ¿Tal vez el que había sido el amor de su vida en el pasado había vuelto a hacer de las suyas?

Atreus sabía que el amiguito de Lindy había ido a verla aquella tarde. Atreus tenía muy claro que Ben Halliwell no le tenía por trigo limpio. El joven estaba esperando el momento oportuno para crear problemas.

«Y Lindy se deja influenciar con facilidad», pensó mientras la mantenía estrechada entre sus brazos y le acariciaba la espalda.

Tal vez tendría que hablar con Halliwell para pedirle que no se volviera a acercar a Lindy. Tenía muy claro que ella, que siempre pensaba lo mejor de los demás y lo peor de sí misma, jamás lo haría.

Evidentemente, a Lindy no se le había pasado por la cabeza que su viejo amigo quería lo que durante años había desdeñado y, desde luego, no iba a ser Atreus quien se lo dijera.

– Te he echado de menos -confesó Lindy mordiéndose la lengua en cuanto lo hubo dicho.

– La semana se me ha hecho interminable -contestó Atreus apretándola contra su cuerpo y besándola de nuevo.

Lindy sintió que la sangre le corría a más velocidad por las venas. Al instante, las rodillas le flaquearon. El deseo que sentía en la pelvis era tan intenso, que estuvo a punto de empezar a gemir. Aunque su mente estaba plagada de miedos y de inseguridades, su cuerpo reaccionaba por cuenta propia.

Lindy cerró los ojos con fuerza y frustración, intentando sobreponerse al deseo, odiando la certeza de saber que sólo se sentiría a salvo en la cama con él. En la cama era donde se sentía más necesitada y valorada.

¿Qué significaba aquello? ¿Qué tipo de relación tenían?

– ¿Qué te pasa? -murmuró Atreus.

– Nada -contestó Lindy.

Atreus tenía una especia de sexto sentido y siempre sabía lo que Lindy sabía y pensaba. Aunque tenía muy claro que a Lindy le ocurría algo, estaba demasiado excitado como para detenerse a hablar, así que la volvió a besar y la tomó en brazos.

– Creo que hoy vamos a cenar un poquito tarde -bromeó con voz grave.

Tras indicar a los perros que no subieran las escaleras con ellos, Atreus la condujo al dormitorio y la dejó sobre la cama.

Lindy sentía el corazón latiéndole aceleradamente.

Atreus le bajó la cremallera de la falda y la prenda resbaló por sus caderas y cayó al suelo. A continuación, la despojó del jersey y con un sonido gutural muy masculino y satisfecho se apoderó de sus cremosos pechos.

– A partir de la hora de comer, todos los viernes, sólo pienso en ti -le dijo, desabrochándole el sujetador y volviéndola a besar.

– Creía que íbamos a hablar -contestó Lindy intentando sofocar el fuego que ardía en sus entrañas.

– Tal y como me pones, mali mu, no puedo hablar -dijo Atreus, despojándose de la chaqueta y de la corbata y desabrochándose la camisa.

Lindy se encontró acariciándole el pelo, incapaz de recordar qué era aquello de lo qué quería que hablaran. En aquellos momentos, tenía otras prioridades. Así se lo indicaba el calor y la humedad que sentía entre las piernas.

Atreus se apoderó de uno de sus pezones mientras le quitaba las braguitas. En cuanto sintió su boca en su cuerpo, la columna vertebral de Lindy se arqueó hacia delante y se separó del colchón.

Le temblaron las piernas y se le aceleró el corazón cuando Atreus deslizó una mano sobre su pubis y palpó el lugar más erótico de su cuerpo. Lindy no tardó en alcanzar unas cotas de placer insuperables que, paradójicamente, la llevaron a desear todavía más, así que entreabrió los labios y lo pidió a gritos.

– Yo también te deseo, glikia mu -contestó Atreus tomándola con fuerza de las caderas para colocarse encima de ella.

Cuando ya se disponía a penetrarla, se apartó repentinamente y buscó un preservativo.

– Hay que tener cuidado con los preservativos. No vaya a ser que metamos la pata con estas cosas -sonrió-. Eso lo estropearía todo.

Mientras Atreus se adentraba en su cuerpo, sus palabras reverberaban en la cabeza de Lindy, que intentó no darles importancia y se dijo que sólo estaba haciendo lo correcto.

Cuando sintió las manos de Atreus en sus nalgas y su miembro en lo más profundo de su interior, Lindy se olvidó del disgusto que le habían producido. La excitación corría en cascada por su cuerpo. Atreus la excitaba cada día más. El orgasmo en aquella ocasión fue más potente que nunca.

Mientras las llamas del éxtasis la devoraban, Lindy se dio cuenta de que estaba llorando y se quedó estupefacta.

– He debido de ser muy bueno en otra vida porque jamás ninguna mujer me ha dado tanto placer en la cama como me das tú -comentó Atreus satisfecho, dejándose caer a su lado y mirándola a los ojos-. La química que hay entre nosotros es increíble.

Lindy se sintió ante aquel cumplido más importante que todas sus predecesoras, pero su mente le recordó las palabras que Atreus había pronunciado minutos antes.

– ¿Por qué has dicho que un error con los preservativos lo estropearía todo?

– Porque es la verdad -contestó Atreus-. No quiero tener hijos contigo.

Lindy, a la que le encantaban los niños, sintió que el corazón se le rompía ante la brutal sinceridad de Atreus. Sobre todo, porque en sus momentos de mayor locura, había soñado con tener un hijo con él.

– ¿No te gustan los niños? -le preguntó.

Con las alarmas disparándose a todo volumen en su cabeza, Atreus frunció el ceño. Aunque Lindy nunca había comentado nada al respecto, sabía que le encantaban los niños porque, cuando sus amigas le mandaban fotografías de sus retoños, no paraba de hablar de ellos. Hacía meses que Atreus tenía la sensación de que los perros y los gatos que recogía sustituían a los hijos que tendría algún día.

– Después de las dos batallas legales que he tenido que sufrir por supuestos casos de paternidad, se me han quitado las ganas de ser padre -contestó, optando por contarle la verdad.

– ¿Batallas legales? ¿O sea que tienes hijos?

– No que yo sepa, pero algunas mujeres se han empeñado en hacerme creer que sí.

Lindy lo miró a los ojos y vio que Atreus estaba enfadado.

– ¿Por qué?

– Evidentemente, un hombre rico es un buen blanco y endosarle un niño es un seguro de vida -contestó con sarcasmo-. Menos mal que las pruebas de ADN demostraron que yo no era el padre de ninguno de esos niños. De no haber existido esas pruebas, quizás me hubiera tenido que hacer cargo de mantener a esos niños y a sus madres para toda la vida.

– Entiendo que no quieras ser padre en esas circunstancias.

– Sólo tendré hijos cuando me case. Lindy sintió aquella frase como una segunda bofetada. Primero le decía que no quería tener hijos con ella y ahora que sólo los tendría con la mujer con la que se casara. Así que, evidentemente, tampoco se le pasaba por la cabeza casarse con ella.

¿Y qué esperaba?

Lindy se apartó lentamente.

De repente, los brazos de Atreus no se le antojaban el lugar más seguro y maravilloso del mundo.

– ¿Y con qué tipo de mujer te quieres casar? -le preguntó.

Ya que había salido aquel tema de conversación, quería tener las cosas claras.

– No me apetece seguir con este tema -contestó Atreus.

– Es obvio que tienes muy bien delineado y pensado tu futuro -insistió Lindy en un tono de voz serio y frío que Atreus nunca le había oído emplear-. Me parece que tengo derecho a saberlo después del tiempo que llevamos juntos.

Molesto con ella por sacar aquel tema, Atreus contestó con crueldad.

– Cuando llegue el momento, me casaré con una mujer rica de mi entorno social.

Hasta aquel momento, Lindy no se había dado cuenta de hasta qué punto había dejado que sus locos sueños le ocuparan la cabeza. Ahora se daba cuenta de que jamás había tenido ni tendría la más mínima oportunidad de convertirse en la esposa de Atreus Dionides.

No tenía dinero ni procedía de una clase social parecida a la suya. Para él, sólo era un pasatiempo, una aventura, una amante.

Lindy se puso en pie y comenzó a vestirse a toda velocidad.

Ben le había dicho que no le iba a gustar la respuesta de Atreus si se atrevía a preguntarle por ciertas cosas y tenía razón.

Atreus no la quería.

No debía ni de parecerle especial. ¿Cómo se lo iba a parecer cuando era pobre, trabajadora e hija de unos padres que no tenían estudios?

Debía de avergonzarse de ella, más bien.

– Lindy, ¿qué ocurre? -le preguntó exasperado.

– Nada, no ocurre nada -contestó ella-. Deberías haberme dicho esto hace meses. Así, habría tenido muy claro que estaba embarcada en una relación sin futuro.

– ¿Por qué sin futuro? -se indignó Atreus con impaciencia-. ¡No tengo intención de casarme pronto!

– ¡Mira que eres esnob! -exclamó Lindy-. Como no provengo de una familia adinerada, seguro que nunca me has tomado en serio…

– ¿Por qué te iba a tomar en serio? -le preguntó en tono burlón mientras se incorporaba y se apoyaba en las almohadas-. Nos lo pasamos bien juntos. No soy esnob. De hecho, las diferencias que hay entre nosotros han sido la sal y a pimienta…

– ¡La verdad es que en estos momentos no quiero ni sal ni pimienta! ¡Esto no tiene ninguna gracia! -le espetó Lindy.

Acto seguido, apretó los dientes para no seguir hablando. Estaba furiosa y no sabía a ciencia cierta lo que saldría por su boca. No quería perder la dignidad, así que eligió el silencio.

Estaba destrozada.

El hombre del que estaba enamorada le estaba diciendo que, para él, lo que había habido entre ellos había sido una aventura muy divertida sazonada por las diferencias que había entre ellos.

Atreus no se podía creer que Lindy estuviera reaccionando como lo estaba haciendo. Desde el principio, le había encantado de ella que nunca se enfadaba ni le montaba numeritos. La tenía por una mujer serena y razonable que nunca pedía cosas imposibles ni discutía.

El único lugar y momento donde se revelaba su pasión era en la cama, lo que a él le encantaba.

Atreus se puso en pie y, sin previo aviso, la tomó en brazos.

– ¿Se puede saber qué haces? -le espetó Lindy furiosa.

– Te llevo de vuelta a la cama, a ver si recuperas la cordura, glikia mu -contestó Atreus algo molesto por su tono.

– ¡No pienso volver a la cama contigo! -gritó Lindy-. ¡Lo nuestro ha terminado!

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