Capítulo 7

CON tus productos vendes, además del producto, una fantasía campestre -comentó Alissa, colocándole bien la falda a su amiga Lindy, que estaba reclinada en el balancín del porche con una cesta de lavanda recién cortada a su lado-. Tus clientes quieren creer que tú misma vives esa fantasía.

Antes de que al fotógrafo profesional le diera tiempo de disparar otra fotografía, Lindy se incorporó… aunque le costó bastante, pues hacía tiempo que había perdido la agilidad debido al embarazo.

Aunque llevaba un vestido de flores veraniego precioso y la habían maquillado, no se sentía guapa con aquella tripa tan voluminosa.

Nunca se le habría pasado por la cabeza que su embarazo iba a coincidir con uno de los momentos de más trabajo de su vida, pero eso era exactamente lo que había ocurrido durante los cuatro meses que hacía que se había ido de Chantry House.

Tras abandonar la finca de Atreus, se había instalado en una coqueta casa de campo que disponía de dos acres de terreno a su disposición. Lo primero que había hecho había sido repasar su estrategia de ventas para ver en qué se estaba equivocando y cómo podía mejorar sus ingresos para asegurarle una buena vida a su hijo.

A raíz de unas cuantas conversaciones que había mantenido con Atreus sobre aquel asunto, sabía en qué se estaba equivocando. El le había dicho que tenía que tener un catálogo de vanguardia y unos envoltorios mejores y Lindy había seguido aquellos consejos.

Sergei, el marido de Alissa, le había insistido en la idea de que hasta las empresas más pequeñas necesitan publicidad para vender sus productos. De ahí, la entrevista que le habían hecho aquella misma mañana y las fotografías que le estaban haciendo en aquellos momentos con los perros y el precioso jardín.

Sin embargo, en aquellos momentos de su vida, su mundo carecía de fantasía por completo. Le habían tenido que aplicar una ingente cantidad de maquillaje para disimular las ojeras que tenía después de tantas noches sin dormir.

Desde que su relación con Atreus había terminado, éste se había dedicado a salir con una mujer tras otra. Sin embargo, hacía unas semanas que aquello había cambiado. Le habían visto cenando varias veces con una rica heredera griega. Por supuesto, delgada y muy guapa.

Los columnistas del corazón no habían tardado en dar la voz de alarma y ya se oían campanas de boda.

Lindy creía que se había olvidado completamente de él hasta que Alissa le había pasado una revista en la que quedaba bastante claro que, efectivamente, Atreus estaba considerando casarse con Krista Perris.

Delante de los demás, se había mostrado valiente, pero a solas había llorado su amargura y su tristeza. ¡Cuánto le había dolido verlos juntos en aquella revista! Krista, heredera de otro imperio naviero, era perfecta para él en todos los sentidos.

El príncipe Jasim, el marido de Elinor, le había dicho que no podía dejar pasar ni un día más para ponerse en contacto con Atreus y decirle que estaba esperando un hijo suyo. Sergei incluso se había ofrecido a decírselo él a Atreus personalmente, pero Lindy se había negado.

Dejando a todos bien claro que lo suyo con la heredera iba en serio, Atreus la había llevado a que conociera a su familia. Aquello había sido lo que más le había dolido a Lindy. A ella jamás la había considerado merecedora de tal honor.

Evidentemente, lo último que iba a hacer Lindy en aquellos momentos era presentarse en casa de Atreus para escandalizar con su embarazo a la familia Dionides, a la familia Perris, indignar a Atreus y destrozar a su prometida.

Lindy era orgullosa e independiente y no iba a hacer nada parecido. Le iba bien sin Atreus y le iba a ir mucho mejor. Además, ser feliz era pedir demasiado, así que había decidido concentrarse en su empresa y en su hijo.

Atreus Dionides había sido el error más grande de su vida.


***

Alissa despertó a Lindy muy pronto aquel domingo y le tendió el periódico en el que se podía leer en grandes titulares «la amante secreta del millonario Atreus Dionides espera un hijo suyo».

– No puede ser. Qué pesadilla -se lamentó mirando la fotografía de sí misma que le habían hecho para su catálogo-. ¿Quién demonios ha hecho estas declaraciones?

– Supongo que alguien que te conocía cuando vivías en Chantry House y que se ha dado cuenta de lo sucedido. Le habrán dado dinero y habrá cantado -contestó Alissa.

Lindy se puso a leer el texto que acompañaba a la fotografía y al titular. Al instante, sintió que comenzaba a sudar. Se la describía como una mujer con la que el millonario había tenido una aventura de fin de semana y se hablaba de su repentina ruptura con Atreus. Además, se decía que antes ya de que se fuera de Chantry House había rumores de que estaba embarazada.

Lindy pasó del sudor frío al enfado al verse comparada en la fotografía de al lado con la fabulosa y guapísima heredera Krista Perris.

Su teléfono móvil se puso a sonar de repente. Tras dudar un momento, decidió contestar y se quedó de piedra al oír la voz de Atreus.

– ¿Has visto el Sunday Voice?

– Eh… sí.

– Ahora mismo voy para allá -le dijo él-. Llegaré en una hora más o menos.

– No quiero verte, no quiero que vengas -contestó Lindy con vehemencia.

– Me da igual. Voy a ir de todas maneras -insistió Atreus con frialdad.

Y, sin mediar más palabra, colgó.

– Aunque no te apetezca, tienes que arreglar las cosas con él, Lindy -le dijo su amiga Alissa.

– ¿Por qué? -le preguntó Lindy a su amiga mientras se levantaba de la cama-. Después de cómo se portó conmigo, no le debo nada. ¡Elinor y tú estabais de acuerdo conmigo en eso!

– Al principio, sí, pero Jasim me obligó a pensar con la cabeza fría y ahora comprendo que, aunque tú no le debas nada a Atreus Dionides, vas a tener un hijo suyo y ese hijo tiene una serie de derechos. No es justo para él permanecer en el anonimato, ser un hijo secreto. Cuanto antes saliera a la luz, mejor. En el fondo, la prensa te ha hecho un favor.

Alarmada y temblorosa, Lindy se dio cuenta para su vergüenza de que estaba ansiosa por ver a Atreus.

La verdad era que no había pensado en su hijo como en una persona individual con derechos. Por ejemplo, el derecho de conocer a su padre. La advertencia de su amiga la hizo plantearse seriamente el asunto y comprender que, cuanto antes arreglara las cosas con el padre de su hijo, mejor para el niño.

– Hay periodistas en la calle -anunció Alissa-. Si quieres salir, mejor utiliza el camino de tierra.

– Gracias -contestó Lindy-. Me voy a duchar -suspiró, dirigiéndose al baño.

– Muy bien.

– ¿Y los niños? -le preguntó Lindy a su amiga dándose cuenta de que Evelina, la pequeña de dos años, y Alek, el bebé de mes y medio no andaban por allí con su madre.

– Los he dejado con Sergei -contestó Alissa.

Lindy la miró perpleja, pues sabía que la última vez que se le había ocurrido hacerlo, el padre de sus hijos le había puesto en las manos el biberón al recién nacido y a Evelina le había dado para comer un paquete de galletas.

– Tiene que aprender -le explicó Alissa con una sonrisa maliciosa.

Lindy ignoró el precioso conjunto que su amiga le había dejado sobre la cama y prefirió ponerse una falda negra de encaje con una camisola negra también porque estaba convencida de que aquella ropa disimulaba su gordura.

Cuando oyó que se acercaba un helicóptero, se puso muy nerviosa y dejó salir a los perros para que no montaran un gran revuelo dentro de la casa al ver a Atreus. El helicóptero llevaba pintado el logo de Dionides en rojo en una puerta y aterrizó junto a su casa.

Lindy observó desde la ventana cómo se bajaban los guardaespaldas y echaban un vistazo. Cuando les pareció que todo estaba correcto, se bajó el jefe. Los perros esquivaron a los guardaespaldas y fueron a saludar a Atreus con alegría.

Lindy se dio cuenta entonces de cuánto odiaba a aquel hombre al que tanto había amado antes.

Lo odiaba por el poder que todavía ejercía sobre ella.

Atreus se estaba quitando los pelos de los perros del traje cuando vio a Lindy en la puerta mirándolo con sus enormes ojos azules. Los rayos del sol arrancaban reflejos caobas a su melena, que ahora le llegaba por debajo de los hombros.

Estaba muy enfadado con ella, pues jamás la había creído capaz de algo como lo que había hecho.

– Habría preferido que nos viéramos en otro lugar y no en mi casa -comentó Lindy-. Además, es domingo y, por tu culpa, voy a llegar tarde a misa.

Aquel último comentario le hizo recordar las mañanas de domingo cuando siempre intentaba convencerla para que se quedara con él en la cama en lugar de ir a la iglesia.

– ¿Quién le ha vendido el reportaje al Sunday Voice? -le preguntó.

Aunque lo había dicho en tono neutro, era evidente que estaba furioso.

A Lindy le seguía pareciendo el hombre más guapo del mundo y aquello también la hizo enfurecerse. Si fuera realmente inteligente, no se dejaría influenciar por su belleza, tendría que saber mantenerse indiferente.

– ¿Y yo qué sé? -le dijo-. Mucha gente del pueblo sabía lo nuestro. Y todos los empleados de la finca. Lo nuestro nunca fue ningún secreto.

– ¿No has sido tú? -le preguntó Atreus, fijándose en su tripa abultada.

Era evidente que estaba embarazada.

Lindy se revolvió incómoda ante aquella mirada.

– No, por supuesto que no. ¡No me hace falta el dinero y, aunque no lo tuviera, jamás vendería mi vida privada!

– Esta casa tiene pinta de ser muy cómoda -comentó Atreus, fijándose en su nuevo hogar.

– Lo es. Alissa se encargó de que la reforma fuera perfecta -contestó Lindy-. Si has venido hasta aquí para acusarme de vender esa historia a la prensa, te has equivocado, te lo aseguro. No gano nada con ese artículo. Al contrario. Pierdo mucho, pues valoro mucho mi intimidad. Atreus la miró muy serio. No he venido a discutir. -¿Ah, no? -se extraño Lindy enarcando una ceja

– No -contestó Atreus-, pero estoy muy enfadado. No me gusta que nuestra relación haya salido a la luz así y lo voy a denunciar. Pues muy bien -opinó Lindy-. Seguro que ganas el juicio y que, dentro de seis meses, cuando todo el mundo se haya olvidado del artículo original, el Sunday Voice publicará una fe de erratas en un lugar donde nadie lo leerá. ¿Tú crees que merece la pena molestarse para eso? Atreus enarcó las cejas ante el tono burlón de Lindy.

– Esta situación afecta a otras personas, ¿sabes? Mi familia de Grecia se va a quedar de piedra y… no sé si lo sabrás, pero me voy a casar…

– No hace falta que me des detalles de tu vida -le interrumpió Lindy con sequedad.

– No me interrumpas -le pidió Atreus continuando-. Esta historia le va a hacer mucho daño a Krista, la mujer con la que salgo en estos momentos. Para ella y para su familia es una humillación. Lo que ha publicado hoy el Sunday Voice no sólo nos va a afectar a nosotros.

Lindy sintió náuseas a causa de la tensión. Oír a Atreus hablar de su prometida no hizo sino empeorar las cosas. ¿La habría querido a ella así? ¿No se había parado a pensar cómo le iba a afectar su actitud caballerosa hacia su prometida? No, por supuesto que no. ¿Y por qué se iba a tener que preocupar por ella y por sus sentimientos?

Aquella indiferencia la hirió profundamente.

– La verdad es que no sé para qué has venido -se lamentó.

– He venido para pedirte que firmes un comunicado en el que le dejes claro a todo el mundo que el niño que esperas no es mío -contestó Atreus-. Así, todos quedaremos tranquilos. Me he traído a uno de mis abogados conmigo. Te ayudará en la redacción del texto.

Lindy se quedó mirándolo estupefacta y sintió que se le rompía el corazón.

A lo mejor tendría que haber hecho caso a sus amigos y haberle anunciado a Atreus el embarazo cuanto antes. Había esperado, había dejado pasar el tiempo y las cosas se habían complicado, pues Atreus había rehecho su vida.

– Qué bien organizado te veo -comentó Lindy con brusquedad.

A continuación, se apartó y se dirigió al ventanal. Los perros se dieron cuenta de que no se encontraba bien y la siguieron. Ambos se apretaron contra sus piernas y Sausage aulló con tristeza.

– Tranquilos, no pasa nada -les dijo Lindy echándose torpemente para acariciar a Sausage.

– Lindy… si no atajamos esto cuanto antes los rumores seguirán adelante.

Lindy se giró acalorada. Su equilibrio no era bueno como antaño y se mareó, lo que la obligó a agarrarse al respaldo del sofá para no caerse.

Atreus se acercó rápidamente y le pasó el brazo por la cintura, lo que sorprendió a Lindy. -¿Estás bien?

– No, la verdad es que no -contestó Lindy sinceramente.

Al percibir su olor, aquel olor que conocía tan bien, Lindy sintió que los recuerdos de su intimidad se apoderaban de ella con fuerza. Recordaba demasiado bien la cercanía de su cuerpo y no quería que el suyo la traicionara. Pero ya era demasiado tarde. Lindy sintió que los pechos se le hinchaban y que la entrepierna se le humedecía.

Para contrarrestar el devastador efecto de tenerlo tan cerca, Lindy pensó en Krista Perris, la mujer con la que Atreus iba a casarse. Aquello estuvo a punto de partirla por la mitad de dolor, pero consiguió apartarse de Atreus y sentarse en el sofá con cuidado.

– Has perdido el tiempo viniendo hasta aquí tu abogado -comentó apretando los labios-.No te puedo ayudar.

– Querrás decir que no quieres ayudarme -contestó Atreus desesperado.

Lindy levantó la mirada.

– ¿De quién te crees que es el hijo que espero? -le preguntó.

Atreus se encogió de hombros.

– Eso a mí no me atañe. Yo lo único que quiero es que publiques un comunicado dejando bien claro que no es mío. No quiero que ni mi familia ni yo tengamos que cargar en el futuro con la cantinela de que tengo un hijo ilegítimo -añadió con impaciencia.

Lindy se retiró un mechón de pelo que le había caído sobre la frente. Ahora que estaba sentada se encontraba un poco mejor, pero no hallaba las palabras correctas y comenzó a arrepentirse de haber mantenido su embarazo en secreto durante tantos meses, pues Atreus no estaba preparado en absoluto para lo que le iba a decir.

– No puedo publicar ese comunicado porque sería mentira -le explicó con cautela-. Supongo que no te va a hacer ninguna gracia, pero… Atreus, este niño que espero es tuyo.

Atreus la miró con intensidad y apretó los dientes.

– No es posible.

– Ya sabes que ningún método anticonceptivo es cien por cien eficaz -le recordó Lindy-. El nuestro falló en algún momento.

– No me lo puedo creer. ¿Has filtrado la noticia a la prensa para hacerme creer que es hijo mío?

Lindy se apoyó en los brazos de la butaca y se puso en pie.

– No tenemos nada más que hablar, Atreus -le anunció-. Quiero que te vayas -añadió, dirigiéndose a la puerta principal y abriéndola con agresividad.

– Esto es ridículo. No puedes soltar una bomba como ésta y luego pedirme que me vaya sin darme ninguna explicación -le recriminó Atreus.

– Para empezar, no tengo nada que explicarte y, para seguir, nunca se me ha pasado por la cabeza cargarte con nada. ¡Esto no es ninguna trampa, pero me has dejado embarazada y te vas a tener que hacer cargo! -le espetó furiosa.

Atreus la miró estupefacto y la agarró de las manos.

– Lindy, tranquila, no quiero que mis abogados tomen cartas en el asunto. Sólo quiero saber por qué me haces esto…

Lindy se zafó de sus manos.

– ¿Cómo te atreves? ¡Me echaste de mi casa, me pusiste la vida patas arriba y me dejaste embarazada! ¿Y ahora me amenazas con tus abogados?

– Nadie te va a amenazar -intervino una tercera persona.

Atreus y Lindy se giraron y se encontraron con Sergei a poca distancia de ellos.

– Alissa estaba preocupada por ti y parece que ha acertado.

Al ver al otro hombre, Atreus se quedó lívido.

– Hola, Sergei -lo saludó-. Gracias por tu ayuda, pero este asunto lo vamos a tratar Lindy y yo en privado.

El millonario ruso miró a Lindy preguntándole con los ojos si todo iba bien.

– Si necesitas asesoramiento jurídico en algún momento, tendrás a los mejores abogados, te lo aseguro.

– Gracias -contestó Lindy con lágrimas en los ojos ante la generosidad y la bondad del marido de su amiga, que se había portado con ella como un ángel desde que había comenzado todo aquello-. Te lo agradezco, Sergei, pero prefiero que te vayas.

Dicho aquello, Lindy volvió a entrar en su casa. Ojalá no hubiera abierto la puerta. Era mejor arreglar las cosas con Atreus en privado. Los demás no tenían por qué meterse, ni siquiera enterarse.

Una vez de vuelta en el salón, tuvo que hacer un gran esfuerzo para no preguntarle si Krista Perris sabía dónde estaba en aquellos momentos.

– ¿Quieres un café? -lo invitó.

– Sí. Oye, ¿desde cuándo eres tan amiga de Antonovich?

– Es el dueño de esta casa y el marido de mi amiga Alissa. Te hablé varias veces de ella. ¿Te acuerdas que te dije que habíamos sido compañeras de piso hace unos años?

– Ah, sí, no había caído. No sabía que estuviera casada con Sergei Antonovich -contestó Atreus, observando a Lindy moverse por la cocina.

Por supuesto, no pudo evitar fijarse en su abultado abdomen. ¿Su hijo? Aquello lo sacudió. Sabía que había embarazos que se producían por accidente. ¿Y cómo sabía un hombre que el hijo que estaba dentro del cuerpo de una mujer era suyo?

Al haberse visto en otras ocasiones en aquella circunstancia, era más desconfiado que otros hombres.

– ¿Es hijo mío? -preguntó de repente.

– Sí, es hijo tuyo -le confirmó Lindy-. No sé por qué te cuesta tanto creerlo. Que yo sepa, nunca te di el más mínimo motivo para que desconfiaras de mí.

– La última vez que nos acostamos, vi en el suelo de tu dormitorio la corbata de Halliwell -contestó Atreus. Lindy lo miró sorprendida.

– Eso es porque Ben y yo habíamos estado en una boda en Headby Hall la noche anterior. Al llegar a casa, le cedí mi cama y yo dormí en el sofá -le explicó-. ¿Por qué no me dijiste nada en el momento?

– Porque no me pareció oportuno -contestó Atreus, poniéndose tenso.

– Estoy embarazada de ti. Lo mínimo que puedes hacer cuando te cuento algo es creerme.

– Eso es demasiado pedirme -contestó Atreus.

– Te recuerdo que yo tenía que confiar en ti cuando me decías que las mujeres con las que salías en Londres no eran más que amigas.

Atreus se encogió de hombros.

– Nunca te mentí.

– Mira, hacerme las pruebas de ADN durante el embarazo es peligroso para el feto, así que no pienso hacérmelas, no pienso poner en peligro la vida de mi hijo porque tú no me creas -le aseguró Lindy.

Atreus apretó los dientes y no contestó.

Aquel silencio se le antojó a Lindy bastante incómodo y la impulsó a lanzarse a hablar atropelladamente.

– Cuando me enteré de que estaba embarazada, estaba de diez semanas. Para entonces, ya habíamos dejado la relación. Desde el principio supe que quería tenerlo, pero también supe que tú, no.

– No tenías derecho a hacer semejantes suposiciones.

– Suposiciones basadas en hechos. Me habías dicho que no querías tener hijos conmigo, que sólo serías padre cuando te hubieras casado -le recordó Lindy-. A raíz de aquellos comentarios, supuse que querrías que abortara o que diera al niño en adopción.

– ¡Jamás! -se escandalizó Atreus-. ¡Nunca te hubiera dicho algo así!

– A mí tampoco me gustaba ninguna de las dos ideas y tampoco me apetecía rebajarme a decirte que me había quedado embarazada -admitió.

– ¿Por qué dices que habría sido rebajarte? -se extrañó Atreus.

Lindy recordó cómo se había sentido tras la ruptura y lo mal que lo había pasado la última vez que se habían acostado y tragó saliva.

– Me hiciste mucho daño -confesó-. Aquel aviso de desahucio fue la gota que colmó el vaso. No quería volver a verte.

Atreus juró en griego.

– Pero si sabías que yo no era responsable de aquello… -protestó.

– Ya, pero querías que me fuera. Me di cuenta perfectamente de que querías perderme de vista -lo condenó Lindy-. No me sentía con fuerzas para confiar en ti.

Atreus se estremeció de rabia. Lindy sólo veía su parte mala. Sabía que no era perfecto, que no era ningún santo, pero, si hubiera sabido que lo necesitaba, jamás la habría dejado. Se sentía insultado al saber que Lindy lo hubiera creído capaz de abandonarla.

De repente, sintió claustrofobia y la imperiosa necesidad de sentir el sol y el agua del Egeo en su piel, de estar en su isla privada, aquel lugar al que se retiraba cuando quería ser él de verdad.

– No es justo -protestó-. No me diste la más mínima oportunidad.

– Bueno, eso ya no tiene importancia -contestó Lindy-. Cada uno hemos seguido adelante con nuestras vidas -añadió obligándose a sonreír-. Mira, te has llevado una buena sorpresa. ¿Por qué no te vas a casa y dejas pasar un poco de tiempo para ver cómo te sientes con todo esto? Podemos hablar más adelante.

– Lindy, si el hijo es mío, no me puedo casar con otra mujer -le aseguró Atreus-. ¿Qué tipo de persona crees que soy? -añadió al ver la cara de sorpresa de Lindy-. No puedo darte la espalda. Ni a ti ni al niño. Dadas las circunstancias, podéis contar ambos con mi lealtad y mi apoyo.

Así que era cierto que se había planteado casarse con Krista Perris. Lindy se cruzó de brazos en actitud defensiva.

– No pretendo pedirte nada. No pretendo complicarte la vida… ni a ti ni a tu novia.

– No puedes hacer nada para evitarlo. Ya nos la has complicado y no hay nada que podamos hacer para cambiarlo, pero lo que sí podemos hacer es lo que sea mejor para el niño.

– Estoy contenta con la vida que llevo en estos momentos -protestó Lindy-. Tengo mi empresa, unos buenos ingresos y un lugar seguro para vivir. No necesito nada más. No necesito ni tu lealtad ni tu apoyo… es demasiado tarde.

– Para ti puede que sí, pero no para el pequeño.

– ¡Pero si ni siquiera lo quieres! -le espetó Lindy-. ¡ Pero si me acabas de decir que te vas a casar con otra mujer!

Atreus la miró con un deje de tristeza.

– Pero quiero que mi hijo tenga todo lo que yo no tuve. Quiero que tenga una casa normal, unos padres que lo quieran, una sólida autoestima y seguridad. Si me caso con otra mujer, mi hijo no podrá disfrutar de todo eso y se lo debo porque es carne de mi carne.

Lindy comenzó a respirar con normalidad al comprender que Atreus ya no ponía en duda que era hijo suyo.

– ¿Aceptas que te estoy diciendo la verdad y que es hijo tuyo?

Atreus le dedicó una de sus escasas sonrisas carismáticas.

– Cuándo me has mentido? Jamás.

Lindy estuvo a punto de ponerse a llorar. Era un gran alivio que Atreus no dudara de su palabra. Lindy suspiró y dejó caer la cabeza hacia delante.

No sabía que Atreus no hubiera tenido un hogar seguro ni unos padres que lo quisieran. Nunca le había hablado de su infancia, pero Lindy sabía que tanto su padre como su madre habían muerto hacía años.

– Entonces, ¿de verdad quieres formar parte de la vida de tu hijo? -le preguntó.

– Por supuesto -le aseguró Atreus-. Hablaremos de ello más adelante. Ahora pareces muy cansada.

Era cierto que la tensión emocional la había dejado exhausta.

– No quiero que seamos enemigos.

– No te preocupes por eso. Aunque el embarazo me ha tomado completamente por sorpresa, sabré llevar bien los golpes -le aseguró Atreus.

– Menuda manera de decirlo. ¿Me querías tranquilizar? -bromeó Lindy mirándose en sus preciosos ojos.

Durante una décima de segundo, lo que tardó en recuperar el control, sintió la imperiosa necesidad de acariciarle la mejilla.

– Estoy sorprendido -admitió Atreus-, pero ya se me pasará. Este niño lo va a cambiar todo.

Lindy le agradecía que fuera sincero, pero aquel comentario le dolió. Ya no sabía lo que esperaba de aquel hombre. La había sorprendido sobremanera que hubiera aceptado su paternidad, pero admitía que aquella situación le iba a cambiar la vida por completo. Atreus insistía en que quería formar parte de la vida de su hijo y había dicho que no se iba a casar con Krista, que ya no podía hacerlo…

¿Lo habría dicho porque sabía que su novia no aceptaría que su marido tuviera un hijo con otra? ¿Cómo se sentiría en aquellos momentos? ¿Estaría verdaderamente enamorado de Krista? ¿Seguiría con ella aunque no se casaran?

Lindy se dijo que todo aquello ya no era asunto suyo, pero lo cierto era que Atreus todavía le interesaba.

Tenía que mantener la guardia y no dejarse llevar por la debilidad. Tenía que mantener las distancias. Tanto física como mentalmente.

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