Capítulo 10

¡Supongo que te habrás muerto de aburrimiento un mes entero rodeada de arena de playa y arena de desierto! -exclamó Laila con una gran sonrisa mientras su madre, Mouna, tomaba el té con Elinor.

– Laila, por favor -la reprendió su madre.

– Lo digo porque en el desierto no hay tiendas y tengo entendido que a las inglesas os encanta ir de compras.

– No todas las inglesas somos iguales -contestó Elinor-. Me gusta la moda, pero me aburre mucho ir de tiendas. Me lo he pasado muy bien en el desierto.

– Todas nos los pasaríamos muy bien en el desierto en compañía de Jasim -opinó Laila, bajando la voz para que su madre no la oyera.

– Tienes razón -sonrió Elinor tomando a Sami en brazos-. Ha sido un guía estupendo. Me lo ha enseñado todo.

– Tengo entendido que te han pedido que inaugures un nuevo hotel de lujo y que a Jasim le ha parecido bien.

Elinor le limpió las manos a Sami, que se había comido una galleta, mientras ganaba tiempo y ocultaba su sorpresa, pues no sabía nada de aquello.

Hasta que Laila se había presentado de manera imprevista, había estado deseando que Jasim volviera a casa, luego había pasado a desear que Laila se fuera para que no coincidieran y ahora se preguntaba qué le habría ocurrido a su marido que llegaba tan tarde.

– A ver si ahora va a resultar que te conviertes en la estrella protagonista de los medios de comunicación -comentó Laila sin poder ocultar su envidia.

– Alteza -dijo Zaid desde la puerta-, el rey quiere veros.

Visiblemente sorprendida por aquel anuncio, Elinor se puso en pie y le entregó a Sami a su niñera.

Mientras seguía a Zaid a las estancias del rey, Elinor se preguntó qué querría tratar el monarca con ella a solas. ¿Tendría algo que ver con el asunto del hotel que acababa de mencionar Laila? No creía, pues eso seguramente se lo diría el propio Jasim.

Entonces, ¿habría hecho o dicho algo inconveniente y el rey aprovechaba la ausencia de su hijo para reprenderla?

El rey estaba sentado en la sala de audiencias donde solía recibir a todo el mundo. En cuanto lo vio, lívido, Elinor supo que algo había ocurrido y se olvidó del protocolo.

– ¿Qué ha pasado? -le preguntó.

El rey le hizo una señal con la mano para que se sentara a su lado. Elinor así lo hizo.

– Jasim ha tenido que hacer un aterrizaje forzoso. En estos momentos, los servicios de emergencias están buscando el lugar exacto.

Elinor sintió que la sangre se le helaba en las venas.

– ¿Se ha estrellado? -preguntó con voz trémula.

– No lo sabemos… lo único que sabemos es que el helicóptero ha desaparecido del radar. No te preocupes, fue uno de los mejores pilotos de su promoción. Sabe lo que hacer en estos casos.

– Sí, seguro que está bien… tiene que estar bien -contestó Elinor al borde de la histeria.

De haber estado sola, se habría puesto a llorar de miedo.

El rey dejó caer la cabeza hacia delante, cerró los ojos y se puso a rezar.

– No contesta al teléfono móvil -confesó al cabo de un rato.

Elinor sintió que el corazón le daba un vuelco. Jasim le había dicho que no había ni un solo rincón de Quaram en el que no tuviera una excelente cobertura y sabía que su marido siempre llevaba el móvil encima.

Elinor se quedó mirando la nada, rezando también.

Ahora que había encontrado la felicidad junto a Jasim…

De repente, oyó voces al otro lado de la puerta y supuso que todo el palacio se estaba enterando de la terrible noticia.

Un rato después, se oyeron pasos apresurados, se abrió la puerta y entraron dos ayudantes del rey y dos ayudantes de Jasim, que se acercaron y se pusieron a hablar en su lengua.

– Lo han encontrado -le tradujo el rey-. Está bien.

– ¿Cómo de bien? ¿Completamente bien?

– Sí, tiene contusiones y heridas, pero está bien -la tranquilizó el rey-. Llegará pronto -añadió haciendo un gesto con la mano a los hombres para que se retiraran.

Elinor se dio cuenta entonces de que el rey estaba llorando. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas.

– Siempre ha sido bueno y ha hecho las cosas bien, pero yo siempre lo he ignorado -se lamentó.

– Está a tiempo de enmendar la situación -contestó Elinor.

A continuación, se quedaron allí sentados, haciéndose compañía en silencio. Sobre Elinor había descendido una sorprendente calma. Si hubiera sucedido lo peor y Jasim hubiera muerto, ella también se habría quedado sin decirle cosas importantes.

Por ejemplo, cuánto lo quería.

La guardia de palacio anunció la llegada del heredero con salvas de cañón. Al oírlas, Elinor y el rey se pusieron en pie y corrieron por el pasillo hacia el vestíbulo.

Jasim apareció con el pelo revuelto y sucio y una venda en un brazo.

– ¡Creía que no te había pasado nada! -exclamó Elinor.

– No es más que un rasguño -contestó Jasim anonadado cuando su padre lo envolvió entre sus brazos y lo estrechó contra su pecho con cariño.

Aunque Elinor también se moría por abrazarlo, abandonó silenciosamente el lugar para dejar hablar a padre e hijo.

Una vez a solas en su dormitorio, se dio cuenta del miedo que había pasado. Jasim se había convertido en un ser tan querido para ella como Sami.

Acalorada, decidió darse una ducha. Se estaba vistiendo cuando oyó entrar a Jasim, así que se apresuró a cubrirse con un albornoz y a salir del baño.

– Siento mucho haber tardado tanto, pero mi padre tenía muchas cosas que decirme -se disculpó Jasim.

– Ya me imagino -contestó Elinor-. Estaba muy disgustado. Por eso os he dejado solos.

– Estoy casado con el ángel del tacto y de la inteligencia -musitó Jasim mirándola a los ojos.

– ¿Por qué no contestabas al teléfono?

– Con las prisas por llegar a Muscar, me lo he dejado en la villa.

– ¿Y a qué venían esas prisas? -se extrañó Elinor.

– Quería pedirte perdón cuanto antes por haber dudado de ti, por haberte creído capaz de mentirme.

– ¿Por qué dices eso?

Jasim le pasó el brazo por los hombros y se sacó del bolsillo una fotografía y un papel doblado.

– Creo que es tu madre -dijo entregándole la fotografía.

Elinor se encontró mirando a su madre y a un Murad muy joven y delgado, ambos ataviados de fiesta y sonrientes.

– Sí, es mi madre. ¿De dónde la has sacado?

– Se cayó de un Corán al que mi hermano le tenía especial aprecio. También estaba esta carta -añadió entregándosela.

En ella, Rose le decía a Murad que, ya que no podían estar juntos, cada uno tenía que seguir adelante con su vida y ser feliz.

– Qué triste -se lamentó Elinor.

– Murad debió de quererla mucho para guardar su foto y su carta durante tantos años. Cuando he visto la fecha, he entendido por qué mi hermano jamás le habló a mi padre de este asunto. Se enamoró de tu madre el mismo año que mi madre dejó a mi padre. Evidentemente, a Murad no le pareció el mejor momento para pedir permiso al rey para casarse con una extranjera. Le habría dicho que no. Me temo que mi hermano le mintió a tu madre cuando le dijo que no contaban con el permiso del rey. No se atrevió a pedírselo dada la situación personal de mi padre.

Elinor negó con la cabeza lentamente.

– Es increíble. Qué espanto cómo nos pueden afectar las acciones de otros.

– Te he juzgado mal y te he insultado -le recordó Jasim-. Preferí creer la versión melodramática de Yaminah, en lugar de creerte a ti.

– Eso es porque ves cosas donde no las hay. Eres celoso y posesivo por naturaleza -contestó Elinor-. Lo complicas todo.

– Eso no es cierto -intentó defenderse Jasim.

– Eso es lo que has hecho en mi caso por lo menos. Siempre te esperas lo peor de las mujeres…

– Y tú sólo me has dado lo mejor -la interrumpió Jasim tomándola de las manos-. Eres lo que siempre he soñado en una mujer. Soy consciente de que podría haberos perdido a Sami y a ti para siempre. De sólo pensarlo, me entran náuseas.

– Me estás haciendo daño en las manos -sonrió Elinor.

Jasim se llevó los dedos a los labios y se los besó con cariño.

– He tardado mucho en darme cuenta de que me había enamorado de ti. No me creía capaz de enamorarme, la verdad, y, cuando me sucedió, tardé en percatarme.

Elinor lo miró estupefacta.

– Jamás creí que te oiría decir una cosa así.

– Yo tampoco, pero te quiero y me siento muy honrado de compartir la vida contigo, hayati.

– Yo también te quiero -contestó Elinor acariciándole la mejilla-. La verdad es que no creía que me fueras a corresponder nunca.

– Te tendrías que haber dado cuenta cuando te dije que saliéramos a ver las flores en el desierto. Nunca había hecho nada así con una mujer.

– ¿Y yo qué iba a saber? Creía que me querías mostrar las bellezas de tu país.

– Creo que me enamoré de ti la primera vez que te vi a caballo -recapacitó Jasim sonriendo de manera sensual-. Parecías una amazona, una guerrera… fuerte, valiente, sexy…

Elinor sonrió encantada.

– Por desgracia, los celos que sentía porque creía que habías tenido algo con Murad me impedían ver la realidad -continuó Jasim-. Los celos me impedían pensar con claridad. Lo único que quería era acostarme contigo para sentirte mía.

Elinor le pasó los brazos por el cuello. Le encantaba que fuera tan básico.

– Las cosas contigo han ido muy rápido desde el principio y a mí no me van demasiado las prisas -confesó-. Apenas habíamos estado juntos cuando descubrí que estaba embarazada y, para colmo, eso de casarnos a escondidas y de que estuviéramos todo el día discutiendo no me facilitó las cosas.

– Te tendría que haber dicho cómo me sentía en aquellos momentos, pero sobre todo tendría que haber sabido mirar hacia el futuro y haber convertido aquella boda en un día feliz. Ahora comprendo que mi actitud te hizo creer que me casaba contigo a regañadientes y contribuyó a que no confiaras en mí cuando aquel mismo día oíste lo que decía Yaminah.

– Fue la gota que colmó el vaso, pero reconozco que no fuiste tú el único que actuó mal.

Tendría que hablar hablado contigo en lugar de irme.

– Lo peor fue que no te pusieras en contacto conmigo para decirme que estabas bien -le dijo Jasim sinceramente-. Estabas embarazada. Tuve miedo de que hubieras decidido abortar, la verdad.

– Jamás habría hecho una cosa así.

– Pero yo no tenía manera de saberlo.

– Tienes razón, tendría que haberte llamado, pero es que… estaba muy enfadada y deprimida. Durante un tiempo, creí odiarte -confesó Elinor apoyando la cabeza en el hombro de su esposo-. Ahora comprendo que incluso en aquel tiempo te seguí queriendo, pero sentía rencor hacia ti porque me habías hecho mucho daño.

– Jamás volverá a suceder. Jamás te haré daño. Lo que hay entre nosotros es sagrado.

– No te puedes ni imaginar el miedo que tenía de que, si me encontrabas, te llevaras a Sami.

– Yo crecí sin madre, así que jamás se me habría ocurrido someter a mi hijo a la misma tortura, pero te confieso que estaba dispuesto a presionarte con esa posibilidad para que accedieras a volver a Quaram conmigo -admitió Jasim-. Lo que más quería en el mundo era estar contigo. Durante el año y medio que estuviste desaparecida, ni siquiera miré a otras mujeres. hayati.

– Ojalá lo hubiera sabido -se lamentó Elinor.

– A lo mejor tenía que perderte para darme cuenta de cuánto te quería -concluyó Jasim, besándola con pasión y tumbándola en la cama, harto de hablar.

La tensión que Elinor había vivido aquella tarde se tornó deseo y pronto ambos estuvieron desnudos y rodando por el colchón. Se acoplaron de manera dulce, lenta y cómplice.

Después de hacer el amor, Elinor se quedó entre los brazos de Jasim, que no paraba de decirle cuánto la quería. Y ella sabía que nunca se cansaría de oírselo decir.

– Me gustaría que algún día tuviéramos otro hijo -comentó Jasim poniéndole la mano sobre el vientre-. Esta vez, estaría a tu lado desde el principio.

– Algún día -contestó Elinor, sonriendo somnolienta.


Tres años después, Elinor entró en la habitación infantil de Woodrow Court ataviada con un precioso vestido de fiesta en seda verde y un espectacular aderezo de esmeraldas que refulgían a la luz de las bombillas.

Sami estaba metido en la cama, abrazado a su cochecito de juguete. Su hermana Mariyah, una preciosa niña de dos años, enormes ojos marrones y sonrisa fácil, descansaba ya dormida y el último en llegar, Tarif, que tenía cuatro meses y era un bebé sano, tranquilo y feliz, miraba muy concentrado el móvil que colgaba sobre su cuna.

Era madre de tres hijos. Le parecía increíble. Cuánto había cambiado su vida y con cuánta rapidez.

Lo cierto era que la llegada de Mariyah no había sido prevista, pero el embarazo y el parto habían sido fáciles y Elinor se había animado con un tercero.

Hacía cuatro años que se habían casado y Jasim y ella rara vez se separaban. La salud del rey Akil había mejorado bastante, así que Jasim no tenía que viajar tanto. Ahora, ambos trabajaban juntos, codo con codo, su relación era muy diferente a la que había sido y Jasim estaba muy contento.

Elinor también llevaba una vida muy atareada. Tras la inauguración del complejo hotelero, le habían pedido que amadrinara un proyecto de ayuda para recién nacidos prematuros y aquella actividad la tenía entusiasmada y entregada, así que su vida transcurría entre sus obligaciones reales y su deseo de pasar todo el tiempo que podía con su marido y con sus hijos.

Cuando iba a Inglaterra, siempre quedaba con Lindy y con Alissa. Le encantaba escapar de la pompa de la corte y ser trataba con normalidad por sus amigas.

Elinor se las había ingeniado para que Jasim organizara fiestas en las que invitaba a muchos solteros interesantes y Laila no tardó en enamorarse y casarse con un jeque omaní.

Por fortuna, Mouna, su madre, con la que Elinor se llevaba a las mil maravillas, seguía en Quaram y cuidaba de Elinor y de sus hijos como una madre.

Como era de esperar, Elinor apenas había visto a su padre en aquellos años. Ernest no tenía ningún interés en sus nietos y, una vez satisfecha su curiosidad por la arqueología del país, no encontró motivos para posteriores visitas.

La verdad era que el padre de Jasim le prestaba más atención de lo que su padre le había prestado jamás. Por cierto, el rey había decidido reformar el antiguo palacio real que había a las afueras de la ciudad y la corte se había trasladado allí.

La gigantesca y monstruosa mansión de mármol que Murad había mandado construir se utilizaba como palacio de congresos y museo.

Yaminah se había vuelto a casar con un hombre que tenía varios hijos. Había ido a la fiesta de cumpleaños de Jasim del año anterior y se había mostrado educada y cordial con Elinor, como si las ridículas sospechas del pasado se hubieran ido a la tumba con su primer marido.

– Qué guapa estás -murmuró Jasim desde la puerta.

– Creía que ibas a llegar más tarde -contestó Elinor girándose hacia él.

– ¿Para la cena de nuestro aniversario de boda? ¡Por supuesto que no! -exclamó Jasim tomándola de la mano y sacándola de la habitación-. Te quiero enseñar una cosa antes de la cena -le dijo.

A continuación, la condujo escaleras abajo hasta el coche.

– ¿A dónde vamos? -le preguntó Elinor riéndose como una colegiala.

– Es una sorpresa -contestó Jasim conduciendo hacia las cuadras.

Elinor dio un respingo. El año anterior, su marido le había regalado un caballo magnífico. A Elinor le interesaban más aquellos animales que todas las joyas del mundo.

– Si mi regalo de este año es de cuatro patas…

– Shh, está un poco nerviosa -le dijo Jasim ayudándola a bajar del coche.

– ¿Quién?

– Ella -contestó Jasim, abriendo la puerta de un box.

Elinor se quedó mirando a la yegua que había dentro.

– ¿Starlight? -dijo estupefacta.

La yegua había cambiado, por supuesto, pero Elinor la reconoció inmediatamente.

– ¡Dios mío! ¡Me has traído a Starlight! -exclamó con la voz tomada por la emoción-. ¿Cómo no vas a ser el amor de mi vida? -añadió, acercándose al animal al que tanto había querido y acariciándolo-. Eres fabuloso, Jasim. Cada día te quiero más.

– Tú sí que eres fabulosa, habibi -contestó Jasim-. Me has dado tres hijos maravillosos y tu compañía. Me has dado la vida -añadió mirándola con adoración.

Elinor sintió que la felicidad la embargaba.

– Te quiero -le dijo-. Cada día te quiero más.

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