Capítulo 5

Jasim, sin embargo, no estaba dispuesto a pasar página. Seguía anclado en el pasado y no le había gustado nada cómo lo había tratado Elinor, que todavía era su esposa, aquella tarde.

Hubiera preferido no tener que vivir jamás el año y medio que había pasado sin ella. Él, que era un hombre disciplinado y ecuánime, no entendía por qué de repente sufría ataques de pura rabia.

Cuando Elinor entró en el salón, sólo se fijó en una cosa.

– ¿Dónde está mi hijo?

– En casa, con una de mis compañeras de piso.

– ¿Y no has pensado que iba a querer volver a verlo? -preguntó Jasim molesto.

A continuación, se fijó en cómo iba vestida. Parecía una adolescente con aquellas mallas que marcaban el contorno de sus preciosas piernas y aquella blusa que dejaba al descubierto el inicio del valle que corría entre sus pechos turgentes.

Aquellas ideas le hicieron recordar la perfección de aquellos pechos que había conocido e inmediatamente el deseo se apoderó de él. Lo que lo puso todavía de peor humor.

Elinor se puso inmediatamente a la defensiva, intentando obviar su presencia, porque lo cierto era que, por mucho que no quisiera, todavía se seguía sintiendo poderosamente atraída por aquel hombre. Aunque estaba furiosa con él, se le había acelerado el pulso ante su atractivo.

– ¿Y por qué no lo has traído? -insistió Jasim.

Elinor se quedó perpleja ante el tono de voz que estaba empleando con ella. La estaba tratando como si fuera alguien inferior a él.

– Hay demasiada tensión entre nosotros -contestó-. No quería que Sami se viera en medio de otra discusión.

– Tengo una enfermera para que se haga cargo de él.

– No quiero que lo cuide una desconocida.

– Gracias a tu egoísmo, mi familia y yo mismo somos desconocidos para él. ¿Por eso no vamos a tener derecho a estar con él? -le preguntó Jasim con desprecio.

A Elinor no le hizo ninguna gracia que la llamara egoísta.

– Te recuerdo que fuiste tú quien creó esta situación.

– ¿Cómo dices eso? Yo me casé contigo de buena fe.

– No me vengas con ésas. No olvides que oí lo que te decía Yaminah. Estaba convencida de que a mí me interesaba su marido y yo a él. No tenía razones para pensar algo así.

– Mi hermano te regaló un anillo de la familia de valor incalculable. Eso demuestra el interés que tenía en ti -contestó Jasim recordando la repugnancia que le había producido aquel reciente descubrimiento.

Eso le había hecho estar seguro de que las sospechas de Yaminah estaban bien fundadas, pues su hermano jamás le habría entregado aquel anillo a una mujer con la que sólo hubiera querido tener una aventura.

– ¿Cómo sabes lo del anillo? -le preguntó Elinor, anonadada.

– ¿Cómo te crees que te he encontrado? En la cara interna del anillo había unas marcas. El joyero al que llegó cuando lo vendiste, por cierto por una cantidad irrisoria, reconoció las marcas de la Casa Real de Quaram y se puso en contacto con nuestra embajada para hacer averiguaciones.

– Tu hermano no me regaló el anillo a mí, sino a mi madre -contestó Elinor.

Jasim la miró con las cejas enarcadas.

– ¿A tu madre? -preguntó perplejo.

– Murad y ella se enamoraron en la universidad. Se iban a casar, pero tu padre se opuso y tuvieron que dejar la relación. Cuando eso sucedió, mi madre intentó devolverle el anillo a tu hermano, pero él no quiso aceptarlo.

– Nunca había oído nada de eso… -comentó Jasim con incredulidad.

– ¡Porque sucedió hace más de treinta años! -lo interrumpió Elinor-. Te aseguro que fue así. Hace un par de años, Murad volvió a Oxford y quiso ver a mi madre. Le habían dicho que se había casado con un catedrático de Historia, pero no sabía que había muerto, así que se presentó en mi casa.

– Ya te podrás imaginar que voy a averiguar si todo esto que me estás contando es cierto -intervino Jasim.

– Tu hermano se presentó en mi casa -insistió Elinor-. Le tuve que decir que mi madre había muerto. La noticia lo tomó por sorpresa y lo entristeció profundamente. Lo vi tan mal, que lo invité a pasar. Cuando le dije que acababa de terminar mi formación como cuidadora infantil, me dijo que quería que me entrevistaran para cuidar a su hija.

– ¿Por qué no me lo habías contado antes?

– Porque tu hermano me pidió que no mencionara nada de esto. Por si la gente lo malinterpretaba. Además, cuando te conocí, no tenía ni idea de que sospechabas que estuviera liada con tu hermano. Viniste a Woodrow porque creías que Murad tenía un interés malsano en mí, ¿verdad?

– Cabía la posibilidad. No habría sido la primera vez, te lo aseguro -contestó Jasim con desconfianza-. A mi hermano le gustaban demasiado las mujeres.

– ¡Sabes perfectamente que tú fuiste el primer hombre con el que me acosté! -se indignó Elinor.

Jasim se encogió de hombros, lo que la enfureció todavía más.

– ¿Qué voy a tener que hacer para que te convenzas de que entre Murad y yo jamás hubo nada?

– No te hagas la tonta. Los dos sabemos que una mujer ambiciosa que lo tiene todo bien planeado nunca se acuesta rápidamente con el hombre al que quiere embaucar. Es mejor darle largas. Es mucho más provechoso -contestó Jasim muy serio.

Aquélla fue la gota que colmó el vaso.

– ¿Cómo te atreves? -le increpó Elinor-. ¿Estás insinuando que yo quería romper el matrimonio de otra mujer? ¡Te odio! ¡Quiero el divorcio ahora mismo!

– Pues vas a tener que esperar porque no tengo ninguna intención de concedértelo -contestó Jasim-. Es más, quiero que cumplas con lo que prometiste cuando nos casamos.

Elinor se cruzó de brazos horrorizada.

– ¡Ni lo sueñes!

– Yo estoy dispuesto a cumplir con mi parte y a darte otra oportunidad.

– ¡No quiero que me des otra oportunidad! ¿Tengo cara de felpudo o qué? ¡No me gusta que me pisen! -se indignó Elinor.

– Sami nos necesita a los dos. Quiero que viva en Quaram para que aprenda el idioma y la cultura de su pueblo, del pueblo que algún día gobernará. Te advierto que esta condición no es negociable -la informó con aplomo.

Elinor se sintió acorralada y se defendió atacando.

– No pienso irme de Londres y, menos, contigo -le dijo, dando un paso al frente-, así que tenemos un bonito problema entre manos. No me fío de ti. ¡No me fío de ti en absoluto!

Jasim la agarró de la muñeca con fuerza y tiró de ella hacia sí.

– Puede que no te fíes de mí, pero no puedes dejar de mirarme -le dijo en tono burlón.

– No digas tonterías… ¿cómo puedes ser tan creído? -contestó Elinor aunque era cierto.

El deseo volvió a apoderarse con fuerza de ella, volvió a recordar la noche que habían compartido, aquella noche de pasión, aquella noche tan lejana…

Jasim le puso una mano en la nuca y la obligó a mirarlo. A continuación, la miró de arriba abajo y Elinor se dio cuenta de que se le habían endurecido los pezones y de que le corría flujo caliente entre las piernas.

Muy lentamente, Jasim recorrió su labio inferior con la yema del dedo pulgar. Cuando aquel mismo dedo se adentró en su boca y le tocó la punta de la lengua, sintió una descarga eléctrica por la columna vertebral. Aquello era lo más erótico que había vivido jamás y le hizo apretar las piernas para intentar controlar el deseo.

Se hizo el silencio mientras sus ojos se encontraban. Jasim la besó de manera sensual y Elinor se estremeció de pies a cabeza.

– ¿Creído yo? -murmuró Jasim-. De eso, nada. Te excito.

Elinor consiguió hacer acopio de fuerzas y lo apartó. A continuación, se dirigió con piernas temblorosas a la ventana e intentó recuperar la calma, pero Jasim había dado de lleno en el blanco.

Aquel hombre la excitaba sobremanera. No podía resistirse a él.

– ¿No tienes nada que decir? -le dijo Jasim.

– Sami es mucho más importante para mí que la excitación que pueda sentir por ti -gritó Elinor dándose la vuelta.

– Si eso es cierto, te honra, pero, aun así, tienes que reconocer que nuestro hijo nos necesita a los dos. Ahora y en el futuro. A medida que vaya creciendo, irá necesitando cada vez más a su padre. Cuidaré de él. Toda mi familia cuidará de él y…

– No quiero ser tu esposa -dijo Elinor.

– Pero lo eres y, por el bien de Sami, debes seguir siéndolo. Si nos divorciáramos, sería un gran escándalo en mi país y fuente de vergüenza para nuestro hijo.

Elinor sintió que el corazón se le caía a los pies. Se sentía enjaulada. ¿Cómo iba a insistir en el divorcio si eso podía dañar a su hijo? No podía ser tan egoísta. No podía pensar sólo en ella. Elinor miró a Jasim de reojo. Aunque era un hombre bello, que la atraía y la excitaba, no quería nada con él.

Sí, era muy guapo y seguía siendo su marido, pero no tenía escrúpulos y siempre se salía con la suya, costara lo que costara. Siempre conseguía lo que quería.

Elinor se estremeció de miedo, pues era consciente de que Jasim quería a Sami.

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