Capítulo 7

– ¿Quieres que te diga la ropa que te puedes poner para conocer a mi padre? -se extrañó Jasim-. No te preocupes. No se va a asustar si llevas las piernas al descubierto. No hay ningún protocolo al respecto, tranquila.

Elinor volvió al habitáculo del avión donde se estaba cambiando. Ojalá hubiera pensado en aquel detalle antes de hacer las maletas. Con un suspiro, eligió un traje de chaqueta en tono azul cielo que le pareció lo suficientemente clásico.

Al hacerlo, se fijó en el anillo de pedida que lucía ahora en el dedo anular de su mano derecha y se estremeció. Era exactamente el mismo anillo que Murad le había regalado a su madre años atrás. Jasim lo había recuperado para ella y se lo había entregado al subir al avión junto con la alianza de boda.

Elinor había protestado, pero no había servido de nada. No le hacía gracia lucir aquel anillo de compromiso que le recordaba a la triste historia de amor de su madre.

– ¿Por qué quieres que me lo ponga?

– Porque es el anillo que siempre lleva la mujer del príncipe heredero -le había explicado Jasim.

– Pues tu hermano no se lo dio a su mujer.

– No, y debería haberlo hecho. Yaminah tenía derecho a tenerlo.

– Sigues sin creer lo que te conté de Murad y mi madre, ¿verdad?

– Ya hablaré con mi padre sobre ello para que me lo confirme… si es verdad, claro -había contestado Jasim-. Tu padre no quiso hablar del tema.

– ¿Mi padre? -se sorprendió Elinor-. ¿Desde cuándo conoces tú a mi padre?

– Fui a verlo cuando desapareciste -contestó Jasim, recordando la obsesiva pulcritud de la casa del catedrático y la ausencia total de fotografías de su única hija-. Me dijo que se pondría en contacto conmigo si sabía algo de ti.

– Mi padre jamás reconocería que su mujer había tenido una relación amorosa con uno de sus alumnos antes de casarse con él. ¿Te dijo también lo mala estudiante que era yo?

Jasim se quedó helado.

– No…

– Suele contárselo a todo el mundo.

– Quiero que sepas que me preocupé mucho cuando desapareciste. Mis hombres se pusieron en contacto con todas las agencias de cuidadoras infantiles que encontraron.

– Dejé ese trabajo durante el embarazo y me puse a hacer un curso de auxiliar administrativo para después y me ha venido muy bien. La verdad es que tuve suerte en lo profesional. También en el aspecto personal, pues conocía a Alissa y a Lindy y nos hemos hecho muy amigas.

– Me alegro de que estuvieran a tu lado… yo también lo habría estado si me hubieras dejado.

En aquel momento, el avión tomó tierra y Elinor se percató de que había una muchedumbre esperándolos.

– Nuestra llegada es todo un acontecimiento -le explicó Jasim-. Todo el mundo quiere conocer a Sami. Cuando murió mi hermano la monarquía de Quaram se quedó sin sucesor. Ahora eso está asegurado con nuestro hijo y eso es muy importante para mi pueblo.

Al bajar, una banda militar interpretó el himno nacional y los saludó con solemnidad, los dignatarios se acercaron a darles la bienvenida y los acompañaron a la limusina oficial que habría de conducirlos al palacio real.

Por las calles por las que iban avanzando había gente saludándolos. Elinor se fijó en los edificios de estilo occidental, mezclados con los más tradicionales, y se dijo que aquel lugar era mucho más moderno de lo que había esperado.

El palacio resultó ser una mole de mármol blanco que, según le explicó Jasim, había sido diseñado por un arquitecto famoso para Murad. A él, personalmente, no le gustaba mucho, pero allí era donde iban a vivir.

Cuando lo limusina se paró, Jasim tomó a Sami en brazos para que Elinor pudiera bajar con más facilidad. Fuera, los esperaba todo el personal de servicio. Nada más bajar del vehículo, Elinor sintió un calor aplastante que hizo que el sudor bañara su delicada piel.

Estaba incómoda porque se le pegaba la ropa al cuerpo a causa del calor y le faltaba la respiración de los nervios de ir a conocer al rey Akil, así que agradeció el aire acondicionado que había dentro del edificio.

Quería terminar con aquello cuanto antes. Sabía que era la mujer extranjera que se había casado con el ahora príncipe heredero porque se había quedado embarazada.

¿Cómo la recibiría el rey Akil?

La guardia real los acompañó hasta la sala de reuniones del monarca. Una vez ante él, Elinor se sorprendió al verlo recostado en un diván. Se trataba de un hombre muy mayor y muy enfermo. Tenía el pelo cano, estaba muy delgado y parecía muy débil.

Tras los saludos protocolarios, Jasim acercó a Sami a su padre.

– Es un niño de ojos muy vivos -comentó el rey, mirando a Elinor con aprobación-. Además, le pusiste el nombre de mi bisabuelo. Una elección muy buena. Tienes un gusto exquisito.

Elinor se sonrojó ante aquel inesperado cumplido. Lo cierto era que había elegido el nombre de su hijo después de haber visitado la página web de Quaram y haber descubierto que su antepasado había sido un hombre bueno y sencillo que había logrado que las diferentes tribus que poblaban sus territorios hicieran las paces. Además, en inglés, Sami era un nombre fácil.

Tras aquel comentario, el rey se puso a hablar en su idioma con su hijo. Jasim se puso tenso y nervioso. Era evidente porque estaba apretando las mandíbulas y los puños, como si se estuviera conteniendo. De repente, un criado se ofreció para acompañar a Elinor y a Sami a sus aposentos.

Aunque sentía curiosidad, Elinor agradeció el poder salir de aquella estancia en la que había quedado más que patente que la relación entre padre e hijo no era buena. ¿Por qué se llevarían así? ¡Pues por qué iba a ser! ¡Jasim se había casado con una extranjera desconocida sin permiso de su padre!

Evidentemente, estaban discutiendo por su culpa.

En aquel momento, Elinor se fijó en que una joven de belleza cautivadora se dirigía hacia ella. Iba ataviada con un vestido en blanco y negro exquisito y lucía un broche de esmeraldas que a Elinor se le antojó excesivo para aquella hora del día.

Al llegar a su lado, se paró para admirar a Sami.

– Tienes un hijo adorable -le dijo-. Soy Laila, la prima de Jasim. Me han pedido que te ayude a instalarte

– Gracias -contestó Elinor-. Acabo de llegar y no conozco nada -añadió, admirando la melena negra y lustrosa y los labios carnosos y rojos de Laila.

– Ya me imagino -contestó la prima de Jasim, guiándola por un pasillo-. Supongo que no te hará ninguna gracia la idea de todas las restricciones que vas a vivir a partir de ahora.

– La verdad es que no me han informado de ninguna.

– Ser miembro de la familia real tiene muchas cosas buenas, pero también te obliga a llevar una vida muy aburrida -se quejó la joven-. En Londres, hago lo que me da la gana, pero aquí…

Elinor no quería hablar de cosas así y cambió de tema.

– Supongo que la muerte de Murad debió de ser un golpe muy fuerte para la familia.

– El pueblo quiere más a Jasim. Murad tenía gustos muy extravagantes que podían resultar ofensivos y no gozaba de buena fama. El pequeño y tú sois la joya de la corona de Jasim, la guinda del pastel. Tener un hijo tan rápidamente es una bendición. Estamos todos encantados. Enhorabuena.

– No sabía que Sami fuera tan importante…

– Es importante para la familia y para el país. De hecho, te van a entrevistar a ti y le van a hacer un reportaje fotográfico a él. Nunca antes se había hecho algo así en la familia real.

Elinor no tenía ni idea de todo aquello y temía que la situación la sobrepasara, pero guardó silencio.

– Ésta es la habitación de Sami -anunció Laila, entrando en una preciosa estancia llena de juguetes-. No te los voy a presentar porque no hablan inglés -añadió refiriéndose a los seis criados alineados junto a la pared que habían inclinado la cabeza al verlas aparecer-. Deja a Sami con ellos mientras te enseño el resto de tus dependencias.

Elinor tragó saliva. No le gustaba que aquellas personas a las que no conocía de nada cuidaran de su hijo.

– Venga, que no pasa nada, lo van a tratar muy bien -la urgió Laila con impaciencia-. Después de Jasim, Sami es la persona más importante de palacio.

– ¿No te olvidas del rey? -le preguntó Elinor mientras volvían a salir al pasillo.

– Mi tío está teniendo una larga vida porque es muy fuerte de carácter, pero la enfermedad lo está venciendo y, de hecho, Jasim se ocupa ya de muchas de sus responsabilidades.

Elinor sabía que el monarca estaba delicado de salud, pero no que estuviera tan grave. Eso quería decir que, en breve, Jasim tendría que asumir el trono y ella con él.

Elinor volvió a tragar saliva.

Laila la condujo a través de un patio ajardinado hacia un edificio construido aparte. Al llegar, le dijo algo a un criado.

– Aquí es donde vais a vivir mi primo y tú -la informó.

Elinor miró a su alrededor y le gustó lo que vio, pero se preguntó por qué Sami tenía que dormir en el otro edificio. ¿Lo querrían apartar de ella?

– Estás muy callada -comentó Laila-. ¿Estás nerviosa porque vas a ser reina? -añadió-. A mí me encantaría… de no haberte casado tú con Jasim, seguramente lo habría hecho yo y sería yo la reina concluyó con naturalidad.

Elinor se quedó estupefacta.

– ¿Jasim y tú…?

– Mi tío quería que nos casáramos -contestó Laila sirviendo el té que les habían llevado-. Pero Jasim quería disfrutar de su soltería y, luego, de repente, apareciste tú.

– Ya.

– Así que todas mis esperanzas se fueron al garete -proclamó Laila, encogiéndose de hombros-. A menos, claro está, que quieras que lo compartamos.

Aquello hizo reír a Elinor.

– No es mi estilo, lo siento, Laila.

– Muchas mujeres comparten a sus hombres en Oriente Medio y les va muy bien, de verdad -insistió Laila-. Un hombre viril siempre quiere tener varias mujeres con las que poder dar rienda suelta a sus necesidades. Y para nosotras también es mejor porque, así, no busca fuera de casa lo que tiene dentro.

Elinor no se podía creer lo que estaba escuchando. ¡Laila hablaba en serio!

– Perdona, te he asustado -se disculpó la prima de Jasim-. Sin embargo, ten presente que lo que te he dicho es cierto. Mira lo que le pasó a Yaminah. Se negó a que Murad tomara una segunda mujer y, poco después, su matrimonio comenzó a hacer aguas por todas partes -añadió poniéndose en pie.

– Me arriesgaré -contestó Elinor-. No pienso compartir a Jasim con nadie.

– Para que lo sepas, todo el mundo en palacio comenta que Jasim te va a ofrecer ese arreglo y espera que lo aceptes -insistió la joven.

– Y yo quiero que sepas que cuento contigo para acallar ese absurdo rumor -contestó Elinor con firmeza.

¡La prima de su marido era venenosa como un escorpión!

Cuando se quedó sola, Elinor se dio cuenta de que estaba preocupada. Aquella mujer celosa y despechada le podía hacer la vida imposible.

Zaid, el mayordomo, le enseñó el resto de su nuevo hogar y Elinor descubrió sorprendida que había sitio más que suficiente para instalar a Sami. Gracias a Dios, Zaid hablaba inglés muy bien y pudo contestar a todas las preguntas de Elinor, que estaba horrorizada ante la falta de personalidad de las estancias, donde no había ni una triste fotografía.

Aquella casa parecía un hotel.

Elinor se estaba cambiando cuando llegó Jasim.

– Mi padre quiere que nos volvamos a casar -anunció.

– Vaya… con lo bien que te lo pasaste la primera vez… -bromeó Elinor.

Pero Jasim no se rió.

– No considera válido nuestro matrimonio civil y ya ha preparado todo para nuestro enlace aquí. No tenemos más remedio que obedecer. Nos casamos mañana.

– Qué prisas. ¿Podríamos recuperar a Sami antes, por favor?

– ¿Cómo recuperar? ¿Dónde está? -se extrañó Jasim.

Elinor le explicó 1o ocurrido.

– Pero si el personal de palacio hace siglos que no cuida de un bebé -suspiró Jasim, llamando a Zaid y dándole instrucciones-. A partir de ahora, Sami dormirá aquí.

Elinor sonrió encantada y siguió a Jasim al dormitorio. Una vez allí, se fijó en que parecía muy molesto.

– ¿Has discutido con tu padre? ¿Por la boda?

– No hemos discutido. Hemos tenido una diferencia de opinión, que no es lo mismo -contestó Jasim, quitándose la camisa-. No estoy acostumbrado a que nadie me diga lo que tengo que hacer, ni siquiera mi padre, y no me gusta. Resulta que, después de casarnos, vamos a tener que pasar un mes recluidos, los dos solos, para conocernos mejor.

– ¿Cómo dices? -se extrañó Elinor.

– Mi padre no confía en nuestra unión. El hecho de que desaparecieras después de la boda lo tiene confuso y, si nos divorciáramos, la monarquía sufriría un gran revés. Está convencido de que nuestro matrimonio sólo irá bien si me olvido de mis responsabilidades durante un tiempo y me concentro única y exclusivamente en Sami y en ti.

– Oh…

– No son más que tonterías. Mi padre está muy enfermo y lo último que necesita es tener más trabajo -continuó Jasim, quitándose la camisa con impaciencia-. Llevo un tiempo intentando aligerar su agenda, pero, si yo no estoy… no superaría otro ataque al corazón…

– ¿Y por qué insiste?

– En esta familia somos así de cabezotas -contestó Jasim-. Unos somos cabezotas y otros mentirosos, ¿verdad, Elinor? No puedo soportar vivir con una mentirosa.

Elinor lo miró con la boca abierta.

– ¿A qué viene eso ahora?

– Le he preguntado a mi padre por tu estúpida historia sobre Murad y tu madre, y me ha dicho que no tenía ni idea de lo que le estaba contando -protestó Jasim, iracundo-. Mi hermano jamás le pidió permiso para casarse con ninguna mujer que no fuera Yaminah.

– Eso no es posible. Mi madre en persona me lo contó muchas veces. Fue algo muy importante en su vida. No tenía por qué mentirme…

– Tú eres la que miente -la interrumpió Jasim-. ¿Por qué no admites la verdad? ¡Murad te regaló el anillo porque entre vosotros había algo!

– ¡Eso no es verdad! -gritó Elinor.

Jasim se quitó los calzoncillos y Elinor no pudo evitar quedarse mirando. Aunque estuvieran discutiendo, su desnudez la turbaba.

– ¡Si no fuera porque me consta que eras virgen, te echaría ahora mismo de palacio! -exclamó Jasim, enfadado-. Eres una furcia que acepta un anillo que vale una fortuna de un hombre casado y, luego, se acuesta con su hermano.

– ¡No me llames furcia! – se defendió Elinor siguiéndolo al baño-. ¡Fuiste tú el que vino a por mí! -le recordó.

Jasim se metió en la ducha y abrió el agua. Estaba disgustado por haber creído en ella lo suficiente como para sacar el tema delante de su padre. Había querido creer su versión de los hechos porque la verdad era insoportable: estaba casado con una mujer avariciosa, mentirosa e inmoral que había utilizado sus encantos para manipular a su hermano.

A pesar de todo, Elinor no parecía avergonzada. Estaba rabiosa y lo miraba enfurecida.

Pero Jasim no se dejó impresionar. Había intentando engañarlo y se merecía todo lo que le estaba diciendo.

– Fuiste tú el que vino a por mí -insistió Elinor.

– Y tú no te resististe precisamente -le recordó Jasim-. ¿Por qué te ibas a resistir? -se preguntó en voz alta-. Era mucho mejor partido que Murad, pues no estaba casado. ¿Cómo no ibas a querer acostarte conmigo?

– No me puedo creer que me estés insultando de esta manera…

– ¿Ah, no? -repitió Jasim mientras se enjabonaba-. Será porque mi hermano era mucho más delicado con las mujeres que yo.

– Se supone que eres mi marido -contestó Elinor-. ¿Cuándo vas a empezar a comportarte como tal?

– Cuando tú dejes de mentir -contestó Jasim-. Quiero que me cuentes toda la verdad y la quiero ahora mismo. ¿Hasta dónde llegaste con mi hermano? No debió de ser una tontería cuando te dio ese anillo…

– No has comprendido nada y no pienso contestar a esas preguntas -contestó Elinor muy enfadada-. No pienso volver a casarme contigo, te lo advierto. ¡Ya tuve bastante con una vez!

– No estás en posición de amenazarme. No me obligues a contarle a mi padre el sórdido flirteo que hubo entre Murad y tú. Si lo hago, efectivamente, no habría boda, pero te encontrarías volviendo a Londres. Sola.

Elinor se estremeció.

– No me amenaces.

– En Quaram, puedo hacer lo que me dé la gana, aziz -contestó Jasim mirándola con desprecio.

– ¿Por ejemplo tomar una segunda esposa? -se burló Elinor.

Jasim se quedó petrificado.

– ¿Te crees muy graciosa?

– Eso es lo que me ha dicho tu prima Laila que me ibas a proponer.

– Ella jamás diría una cosa así -se indignó Jasim-. Es todo cosecha tuya. Te encanta mentir y meter cizaña. Hace más de un siglo que en este país se dejaron de hacer esas cosas. No seas tan esnob con tus prejuicios.

– ¡Yo no tengo prejuicios! -se defendió Elinor.

Jasim se envolvió en la toalla con la que se había secado y salió del baño. Elinor lo siguió, sospechando que había caído en una trampa. La prima de su esposo había conseguido lo que se proponía: enfrentarlos.

Era evidente que Jasim se sentía profundamente herido por su sugerencia.

– Ese comentario ha sido de muy mal gusto -insistió Jasim-. Deberías estar avergonzada. Me voy a cenar con mi padre. Nos vemos mañana.

Elinor se cruzó de brazos y apretó los labios. Estaba furiosa por cómo la estaba tratando, tan furiosa, que podría haberse puesto a llorar de rabia.

– ¿Y a mí qué me importa? -le espetó.

– Ten cuidado con tus modales y mañana no comentes delante de mi familia nada que tenga que ver con temas espinosos como el de las diferencias culturales -le indicó Jasim-. Recuerda que tu comportamiento nos afecta a Sami y a mí.

– Intentaré no avergonzar a nadie -contestó Elinor mortificada.

Desde la ventana, observó cómo Jasim se vestía a la manera tradicional. Sin mediar palabra, Jasim abandonó el dormitorio.

Veinte minutos después, le llevaron a Sami y lo instalaron en la habitación que había frente a la de sus padres. Cuando su hijo se hubo dormido, Elinor aceptó la cena que Zaid le había preparado.

Se sentía fatal.

Laila la había engañado, le había hecho creer que su esposo se disponía a tomar una segunda esposa y ahora Jasim creía que se había burlado de él y de sus tradiciones. Además, la tenía por una mentirosa porque su padre no había confirmado la relación que había habido entre Murad y su madre. Y si el rey no podía hacerlo, ¿quién?

¿Lo habría olvidado o de verdad no sabría nada?

Fuera como fuese, Jasim estaba convencido de que había intentado seducir a Murad para robarle el marido a Yaminah y ocupar su lugar, pero había cambiado de parecer cuando él más joven y soltero, había aparecido en escena.

¿Qué tipo de relación iba a tener con el padre de su hijo ahora?

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