Capítulo 6

La tarde siguiente, Jasim salió del despacho que había elegido para trabajar por su proximidad a la guardería.

Al acercarse a la cristalera, vio que Sami estaba sentado en una trona. Atado. El niño estaba girado hacia una ayudante que estaba repartiendo la merienda. Jasim pensó que su hijo pasaba demasiadas horas al día atado a aquella sillita. Parecía un prisionero. Estaba seguro, pero aburrido. No podía explorar.

Jasim recordó su desdichada infancia. No había conocido a su madre y no había sido capaz de ponerle rostro a su padre hasta los diez años. Nadie había acudido a tomarlo en brazos cuando lloraba. Todo a su alrededor había sido demasiado estricto. Desde muy pequeño lo mandaron interno a una academia militar en el extranjero donde aprendió disciplina y a aguantar las bromas de los demás niños. Durante muchos años, su padre sólo había sido una figura distante de gran poder que lo amonestaba a través de un ayudante siempre que sus notas no eran excelentes. Gracias a Dios, casi todo se le había dado bien, pero, aun así, jamás había obtenido ninguna felicitación paterna.

Al haber tenido aquella infancia tan desoladora, quería que su hijo tuviera una muy diferente. En Quaram, Sami no tendría que estar buena parte del día atado. Podría moverse porque siempre habría alguien pendiente de él, pero dejándolo explorar su mundo.

Jasim observó cómo a Sami se le caía un trozo de pan al suelo. El niño alargó el bracito para intentar recuperarlo, pero no llegaba. Entonces, miró a su alrededor en busca de alguien que pudiera ayudarlo, pero la cuidadora estaba ocupada con otros niños. Al final, se puso a llorar.

Una de las cuidadoras lo oyó, se acercó y le dio un juguete, pero el niño lo tiró con todas sus fuerzas y siguió llorando. La cuidadora pasó de largo para atender a otro niño.

Sin pensarlo dos veces, Jasim entró en la guardería, esquivó a la directora y tomó a su hijo en brazos. A Sami le caían gruesas lágrimas por las mejillas. Estaba desolado.

– Me lo llevo -anunció, entregándole el trozo de pan que Sami estaba buscando.

Al salir de la guardería, vio que su equipo de seguridad lo miraba sorprendido. Era la primera vez en su vida que veían a un miembro varón de la familia Rais con un bebé en brazos. ¡Pues no iba a ser la última!

Sami estaba encantado en brazos de su padre, había recuperado su anhelado trocito de pan y lo mascaba feliz.


Elinor trabajó duro aquel día a pesar de que estaba agotada, pues apenas había dormido aquella noche. Se la había pasado dando vueltas, haciéndose preguntas para las que no tenía respuesta. ¿Debería darle una segunda oportunidad a su matrimonio con Jasim por el bien de Sami? ¿Sería lo mejor para su hijo que ella sacrificara sus necesidades y deseos para que el niño ocupara su lugar en la línea de sucesión al trono de Quaram? ¿Cuánto tiempo se quedaría Jasim en Londres?

Elinor amaba profundamente a su hijo y temía que la presencia del príncipe interfiriera en sus vidas. Olivia no había dicho nada y nadie sospechaba que ella, una simple empleada, tuviera un hijo con el nuevo propietario.

Al finalizar su jornada de trabajo, se dirigió a la guardería a recoger a Sami y comprobó satisfecha que los guardaespaldas ya no estaban en la puerta. Al verla entrar, Olivia la miró extrañada.

– ¿Qué pasa? -le preguntó Elinor.

– El príncipe se ha llevado a Sami después de comer. Creía que lo sabías… -contestó la directora preocupada.

– ¿Se lo ha llevado? -preguntó, horrorizada.

– Sí, ha dicho que se lo llevaba a casa.

Elinor sintió que el pánico se apoderaba de ella. ¿Se lo habría llevado a Quaram? Elinor sintió que se debilitaba y, por primera vez en su vida, se desmayó.

Cuando volvió a abrir los ojos, Olivia le dijo que había llamado al príncipe para informarle de lo ocurrido. Elinor comprobó que habían llegado dos guardaespaldas a buscarla. Eso la alivió profundamente.

¡Entonces, no se había llevado a Sami a Quaram!

¿Pero cómo se había atrevido a sacarlo de la guardería sin decírselo?


Elinor entró en la biblioteca muy nerviosa.

– ¿Dónde está Sami? -le preguntó a Jasim.

– Está durmiendo. Arriba. Ahora vamos…

– Primero quiero hablar contigo -le interrumpió Elinor, acercándose y mirándolo fija y seriamente-. ¡No tienes derecho a llevarte a Sami de la guardería sin mi permiso!

– Soy su padre -le recordó Jasim-. He hecho lo que he creído mejor para él. Estaba disgustado y no lo estaban atendiendo bien. Por eso me lo he llevado -le explicó.

– No tenías derecho -insistió Elinor-. ¿Tienes idea de cómo me he sentido cuando me he enterado de que te lo habías llevado'? Creía que te lo habías llevado a Quaram y que no lo iba a volver a ver.

– Tienes suerte de que no todos seamos como tú -contestó Jasim-. Nunca os haría una cosa así. Ni a ti ni a Sami.

– Tendrías que haberme dicho algo -protestó.

– Te he llamado por teléfono.

Elinor se sacó el móvil del bolso y vio que, efectivamente, tenía dos llamadas perdidas. Aquello hizo que se apaciguara. Por lo menos, había intentado ponerse en contacto con ella.

– ¿Y por qué iba a tener que contar con tu permiso para llevarme a mi hijo? ¿Acaso tenías tú mi permiso cuando te fuiste? -le recriminó Jasim.

– Eso fue diferente -se defendió Elinor-. Tenía mis razones para hacer lo que hice.

– De eso nada -insistió Jasim-. La única razón de peso para que me hubieras privado de mis derechos paternos habría sido que yo hubiera sido un maltratador o algo por el estilo, pero ése no fue el caso. Cuando te fuiste y me abandonaste el día de nuestra boda sólo estabas pensando en ti y en cómo te sentías tú. Estoy seguro de que no te paraste a pensar cómo afectaría tu decisión a mí o a nuestro hijo.

Elinor comprendió consternada que tenía razón y tuvo que apoyarse en la mesa. Aun así, lo odiaba, lo odiaba porque siempre que estaba en su presencia se sentía humillada. Se había enamorado perdidamente de él cuando se habían conocido, le había entregado su virginidad a las pocas horas y aquello le daba vergüenza. Y siempre que estaba con él lo recordaba y se sentía fatal.

– ¿Qué querías que hiciera después de oír lo que te decía Yaminah? ¿Qué se suponía que tenía que hacer, tragarme mi orgullo después de cómo te habías aprovechado de mí, y ponerme a pensar si serías o no un buen padre?

– No me aproveché de ti en ningún momento -se defendió Jasim-. No estabas en tus cabales y no tomaste una buena decisión. No intentes recordarme mis errores. Concéntrate en los tuyos -añadió en tono burlón-. Te fuiste y me dejaste en una situación muy delicada. Sobre todo, con mi familia. Le tuve que decir a mi padre que me había casado, pero que no sabía dónde estaba mi mujer.

– ¡Cualquier mujer se habría ido después de una boda tan horrible! ¡Lo pasaste fatal y no podías esconderlo!

– Eso fue porque estaba actuando sin el consentimiento de mi padre -contestó Jasim, mirándola con frialdad.

– Te di la oportunidad de dar marcha atrás -le recordó Elinor.

– Palabras vanas imposibles de seguir. Negar a nuestro hijo la condición de heredero habría sido espantoso. Lo habría condenado a vivir siempre en la sombra. No habría podido conocer a mi familia ni reclamar lo que es suyo. Yo no habría podido soportarlo. Por eso tomé la decisión de presentarme ante mi padre ya casado contigo. No me hacía ninguna gracia, pero era la única salida.

– Me habría sido de mucha utilidad que me lo hubieras explicado -comentó Elinor, dolida-. ¡Me mantenías todo lo alejada que podías de ti! ¿Cómo iba yo a saber lo que estaba ocurriendo? ¡No te interesó nunca cómo me sentía y no te pienso perdonar jamás por ello!

Jasim se preguntó por qué las mujeres eran tan irracionales. Una boda era una boda y eso quería decir que seguían estando casados.

Elinor estaba guapísima. Al acalorarse, se le había subido el color al rostro y sus ojos brillaban como esmeraldas. Sin poder evitarlo, se encontró deslizando la mirada hasta sus labios y sus pechos.

– ¡No me mires así! -se indignó Elinor.

– Sigues siendo mi mujer y no he estado con ninguna otra desde la última vez que estuve contigo -contestó Jasim con naturalidad.

Elinor se quedó muy sorprendida, pues había creído que su matrimonio no era más que un formalismo, y no había esperado que Jasim le fuera fiel durante la separación. De hecho, siempre había creído que se habría divorciado de ella. Enterarse ahora de que había permanecido célibe, como ella, la llenaba de satisfacción.

– Sabía que te encontraría -comentó Jasim con voz ronca.

– Quiero ver a Sami -contestó Elinor, intentando romper la tensión sexual que se estaba formando entre ellos.

Jasim estaba encantado. Elinor estaba enrojeciendo por momentos. Hasta que se le ocurrió que todo aquello bien podía ser uno de sus montajes. Se hacía la tímida para impresionarlo. Era evidente que quería ganárselo, pues sería mucho más fácil manipular a un marido que la apreciara, que a uno que conociera sus vilezas.

Pero Jasim ya no estaba tan convencido de que Elinor fuera una cazafortunas sin escrúpulos. De haberlo sido, ¿por qué se habría ido justo después de conseguir casarse con él y sin pedir ninguna pensión de manutención millonaria? Sí, era cierto que tenía un anillo que valía una fortuna, pero su venta no la había librado de tener que trabajar. El modesto puesto que tenía tampoco encajaba con la imagen que Jasim había tenido de ella, lo que lo llevó a preguntarse cuánto querría a Sami. ¿Lo amaría de verdad o sólo sería un arma arrojadiza?

Elinor consiguió que Jasim la llevara a la habitación en la que dormía Sami. El niño estaba profundamente dormido. Una enfermera velaba sus sueños. La idea de poder perderlo la aterrorizaba. Su hijo era el centro de su vida.

– ¿Cómo podemos resolver esta situación? -le preguntó a Jasim.

– Sólo tenemos dos opciones: me llevo a Sami a Quaram yo solo o tú te vienes también en calidad de mi esposa -contestó Jasim, acompañándola de nuevo hacia la escalera.

– ¿De verdad crees que voy a aceptar cualquiera de las dos? -le increpó Elinor, furiosa, mientras volvían a entrar en la biblioteca.

– Si eliges quedarte en Londres, tendrás dinero suficiente para llevar una buena vida. De hecho, te compensaré muy bien por renunciar a Sami. Serías una mujer muy rica -le dijo Jasim para ver lo que contestaba y poder juzgar si quería o no a su hijo.

– ¿De verdad crees que te voy a vender a mi hijo? -se indignó Elinor.

– Eso depende de ti y no te pongas melodramática, por favor. No sería una venta.

– Me ofendes con tus palabras. Te recuerdo que he parido a Sami. Le di la vida porque lo amo y lo quería tener. Jamás se lo entregaré a nadie. ¡No pienso cambiar de parecer por todo el oro del mundo!

Jasim se acercó a ella.

– Me alegra oírte decir eso -le dijo-. Es evidente que Sami necesita a su madre. Me alegro de que hayas decidido venirte conmigo…

Elinor hizo una mueca de disgusto.

– ¿Tiene que ser así? Quiero decir… ¿no podría ser de otra manera? Podría instalarme en Quaram, pero no en tu casa. Así, podrías ver a Sami siempre que quisieras, pero no viviríamos juntos…

– No pienso dignarme ni a contestar a esa propuesta -contestó Jasim.

– Siento mucho molestar al señor con mis propuestas, pero todo esto es culpa tuya -le recriminó Elinor-. ¡Fuiste tú quien me sedujo, me llevó a la cama y no utilizó preservativos!

– ¿Hemos acabado ya con los reproches o todavía quedan más? -se enfadó Jasim-. Debemos dejar la rabia atrás y mirar hacia adelante. Yo vivo en el presente y, cuando miro a Sami, no veo el pasado, sino el futuro de mi familia…

– ¿Y qué ves cuando me miras a mí? ¡Seguro que un error que no tiene cabida en tu mundo!

Jasim deslizó la mano por la cadera de Elinor y la apretó contra su cuerpo para que sintiera su erección.

– Claro que tienes cabida -le dijo.

– ¡Eso es sólo sexo! -exclamó Elinor al borde de las lágrimas.

Jasim se apretó todavía más contra ella y Elinor sintió el magnetismo que había entre ellos y se estremeció.

– Creo recordar que a ti también te gusta el sexo, aziz -le recordó Jasim.

Elinor se sonrojó ante aquellas palabras. Por mucho que se empeñara en odiar a aquel hombre, lo cierto era que lo deseaba y aquello hacía que se odiara también a sí misma.

– Para que nuestro matrimonio funcione, vamos a necesitar mucho más que eso -comentó muy seria.

– Quédate conmigo esta noche -la instó Jasim-. Podemos empezar de nuevo.

Elinor sintió que la piel se le ponía de gallina, pero consiguió apartarse. No se fiaba de sí misma. No sabía controlarse en su presencia. Se dijo que el sexo no era importante para ella, que no podía serlo, que no podía permitirse caer a sus pies en cuanto Jasim le susurraba un par de cosas.

– Ni por asomo -contestó.

– Tengo que volver a Quaram pasado mañana -anunció Jasim-. Mi padre no está bien de salud y me necesita a su lado. Necesito que me des una contestación a mi propuesta cuanto antes.

Elinor se quedó anonadada de la rapidez con la que Jasim había vuelto a las cosas serias. ¿Y qué esperaba? Primero intentaba convencerla con arrumacos y, como no le daba resultado, se ponía serio y ordenaba.

Pero Elinor no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer.

– Tú te educaste aquí en Inglaterra, ¿no? -le preguntó.

– A partir de los dieciséis años -contestó Jasim.

– Respeto profundamente a tu familia, a tu pueblo y la importancia que Sami tiene para vosotros, pero tengo intención de que se críe aquí. Dentro de unos años, cuando sea mayor y pueda decidir, que haga lo que quiera.

Jasim la miró muy serio.

– Imposible -declaró-. Yo recibí parte de mi educación en el extranjero porque no era el heredero. La educación de Murad fue muy diferente. Sami es mi primogénito y mi heredero. No puedo permitir que lo eduques aquí.

– No te estoy pidiendo permiso para nada -se indignó Elinor-. ¡Te estoy diciendo que no quiero vivir en Quaram!

– ¡Tú a mí no me dices lo que tengo que hacer! -explotó Jasim-. Tengo inmunidad diplomática. Si hubiera querido, me habría podido llevar a Sami hoy a Quaram y no habrías podido hacer nada. Sami es de vital importancia para la sucesión y la estabilidad de mi país y no pienso descansar hasta que lo haya llevado allí.

– ¿Me estás amenazando?

– Te estoy pidiendo que consideres tu postura y el futuro de Sami con sentido común, sin dejarte llevar por las emociones y el egoísmo -contestó Jasim con desdén-. Mi pueblo no aceptará a Sami como rey si no lo conoce y Sami no podría aprender nuestra lengua y nuestra cultura viviendo aquí. Si le niegas la oportunidad de vivir en Quaram, lo estarás condenando a ser un desconocido allí.

– ¡No aguanto que me presiones de esta manera! -se defendió Elinor, cruzándose de brazos.

– Yo sólo hago lo que tengo que hacer -contestó Jasim con ironía-. A ver si entiendes que Sami no es un niño normal y corriente. Algún día, él también tendrá que entender que esa responsabilidad lleva aparejados grandes privilegios.

Elinor entendía todo aquello. pero no podía soportar tener que elegir entre sacrificar sus necesidades o las de su hijo. ¿Le perdonaría Sami si no le permitiera empaparse de la cultura de su padre y vivir con él? Separar a un niño de su padre era cruel. ¿Cómo le iba a hacer eso a su hijo?

– Me quiero ir a casa con Sami -suspiró.

Unos minutos después, Jasim estaba sacando a Sami de la cuna en la que descansaba. Aunque estaba despierto, seguía somnoliento después de la siesta que se había echado y, al ver que no reconocía el lugar en el que se encontraba, se puso a hacer pucheros. Su padre lo consoló amablemente y Elinor observó que Jasim era cuidadoso y cariñoso con su hijo y que Sami confiaba en él.

– Ya me va conociendo -comentó Jasim satisfecho cuando el pequeño apoyó la cabecita en su hombro.

Al ver a su madre, Sami le tiró los bracitos muy contento y Elinor lo tomó en brazos mientras Jasim le contaba por qué se lo había llevado aquella tarde de la guardería.

– No podía soportar verlo llorar así -concluyó.

Elinor se dio cuenta de que estaba viendo una faceta de Jasim que no creía que existiera. Cuando se trataba de su hijo, el príncipe se mostraba tierno y cariñoso.

¡Qué no daría ella por despertar en Jasim los mismos sentimientos!

Aunque sabía que aquello era imposible, debía pensar en el futuro de su hijo y en lo que era mejor para él, así que sólo había una opción.

– Si no hay otra opción y de verdad es lo mejor para Sami, acepto irme a vivir a Quaram -murmuró mientras bajaban las escaleras.

– Has tomado la decisión correcta y no te arrepentirás -contestó Jasim.

– Sabes perfectamente que no tengo más remedio que aceptar. ¡Cuando me has dicho que podrías haberte llevado a Sami con tu inmunidad diplomática es como si me hubieras puesto una pistola en la cabeza! -le recriminó.

Elinor era consciente de que albergaba sentimientos encontrados por el padre de su hijo. Lo odiaba, sentía una gran fascinación sexual y tenía la loca esperanza de que todo aquello tuviera un final feliz, de que Jasim se enamorara de ella perdidamente. Pero su madre le había enseñado a no confiar en los finales felices, así que mejor no pensarlo

Al llegar a casa, Elinor hizo unas cuantas gestiones para dejar su partida de Inglaterra arreglada, y aquella noche se quedó hablando hasta tarde con sus amigas.

A la mañana siguiente, dejó el trabajo y, ante la insistencia de Jasim, Sami y ella salieron de compras con él. Por lo visto, había que tener un montón de ropa apropiada para el clima de Quaram. Era increíble lo que sabía Jasim de los gustos femeninos en aquella materia.

– Has estado con muchas mujeres, ¿verdad? -le preguntó mientras Jasim elegía prenda tras prenda y decidía que a Elinor le iban bien el verde y el azul.

– Con unas cuantas, pero no me parece apropiado hablar contigo de ello.

Elinor apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas de las manos. No podía soportar la idea de que Jasim hubiera estado con otras mujeres.

– No quiero hablar en detalle del tema -opinó Elinor molesta-, pero ahora comprendo que aquella noche en Woodrow Court me las estaba viendo con un experto en la materia y yo no lo sabía.

– Piensa lo que quieras -contestó Jasim sin darle importancia al asunto.

Era cierto que Jasim había tenido muchas relaciones, pero siempre habían sido discretas y no se arrepentía de ninguna. Pronto se había dado cuenta de que muchas mujeres estaban encantadas de compartir con él sus placeres sexuales a cambio de aparecer en público con él y de carísimos regalos. Nunca había tenido problemas con el sexo, pero sospechaba que el sexo dentro del matrimonio sí le iba a suponer un problema.

Jasim miró a Elinor, que estaba tensa. Jasim sabía que a todas las mujeres les encanta ir de compras y había creído que aquella propuesta alegraría a Elinor, pero no estaba surtiendo el efecto deseado.

Aquello lo llevó a darse cuenta de que, en realidad, apenas conocía a Elinor Tempest y, desde luego, no sabía lo que había en su cabeza.

Elinor le mandaba señales contradictorias. ¿Qué ocurría? ¿Por qué no le gustaba como a otras mujeres, que siempre estaban encantadas de estar con él? ¿Por qué estaba allí sentada mirando la ropa como si fuera una puritana invitada a una orgía?

Aquello hizo sonreír a Jasim.

Elinor se sentía cada vez más enfadada. Como de costumbre, Jasim había ignorado sus preguntas y comentarios y la mantenía a distancia. No quería que lo conociera. Evidentemente, su papel iba a consistir en ser la madre de Sami, no la esposa del príncipe.

La siguiente parada en la ruta le puso los pelos de punta. Se trataba de una exquisita boutique de lencería femenina. Mientras ella permanecía petrificada en un rincón, Jasim seleccionó con naturalidad un montón de conjuntos frívolos y atrevidos.

Elinor se sentía profundamente ultrajada. ¿Cómo se atrevía Jasim a elegir su ropa íntima?

– ¡No pienso ponerme esa lencería ni muerta! -exclamó furiosa en la limusina.

Jasim sonrió con picardía.

– Estarías genial con uno de esos conjuntos en tu velatorio -comentó con ironía-, pero prefiero que te los pongas en vida y que yo pueda disfrutarlos.

– ¡Sigue soñando! -exclamó indignada.

– ¿Sabes que muchas veces los sueños se hacen realidad, aziz? -contestó Jasim.

– En esta ocasión, no, te lo aseguro -contestó Elinor desviando su atención hacia Sami, que se había quitado un calcetín y estaba explorando sus dedos de los pies.

Ni por todo el oro del mundo, habría admitido Elinor que el interés de Jasim por verla con aquellos conjuntos había despertado en su interior una llama de pasión y esperanza.

Para no dar alas a aquellos pensamientos, se concentró en el equipaje que tenía que hacer al llegar a casa. Al día siguiente, se iban a un país desconocido e iba a tener que hacer un gran esfuerzo para adaptarse.

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