Uno sólo puede preguntarse qué acontecimientos ocurrirán en el gran baile Hargreaves esta noche. Esta Autora sabe de buena fuente que lady Neeley planea asistir, como todos los principales sospechosos, con la posible excepción de la señorita Martin, que recibió una invitación sólo por deseo de la propia lady Neeley.
Pero el señor Thompson ha contestado afirmativamente, al igual que el señor Brooks, la señora Featherington, y lord Easterly.
Esta Autora descubre que sólo puede decir: “¡Que comiencen los juegos!”
Ecos de sociedad de lady Whistledown, 31 de mayo de 1816
– ¡Señor Thompson! -chilló lady Neeley-. ¡Justo la persona que he estado buscando!
– ¿De veras? -preguntó Tillie con sorpresa, antes de poder recordar que en realidad estaba bastante molesta con lady Neeley y que había pretendido ser amablemente glacial la próxima vez que se encontraran.
– Así es -dijo severamente la mujer mayor-. Estoy furiosa por esa columna de Whistledown de esta mañana. Esa mujer infernal nunca tiene más que la mitad bien.
– ¿A qué mitad se refiere? -preguntó Peter fríamente.
– La mitad respecto a que usted es un ladrón, por supuesto -dijo lady Neeley-. Todos sabemos que usted está a la caza de una fortuna -echó un vistazo bastante obvio a Tillie-, pero no es ningún ladrón.
– ¡Lady Neeley! -exclamó Tillie, incapaz de creer que pudiera ser tan grosera.
– ¿Y cómo -dijo Peter-, llegó usted a esa conclusión?
– Conozco a su padre -dijo lady Neeley-, y eso es suficiente para mí.
– ¿Los pecados del padre al revés? -preguntó él con sequedad.
– Exactamente -replicó lady Neeley, pasando su tono completamente por alto-. Además, sospecho de Easterly. Está demasiado bronceado.
– ¿Bronceado? -repitió Tillie, intentando deducir cómo se relacionaba eso con el robo de unos rubíes.
– Y -agregó lady Neeley oficiosamente-, hace trampas en las cartas.
– Lord Easterly me pareció un buen hombre -Tillie se sintió obligada a interceder.
No tenía permitido apostar, por supuesto, pero había pasado suficiente tiempo en la sociedad como para saber que una acusación de hacer trampas era una acusación seria, sin dudas. Más serio, dirían algunos, era una acusación de robo.
Lady Neeley se volvió hacia ella con un aire condescendiente.
– Tú, querida niña, eres demasiado joven para conocer la historia.
Tillie apretó los labios y se obligó a no responder.
– Debería asegurarse de tener pruebas antes de acusar a un hombre de robo -dijo Peter, con su columna recta como un poste.
– Bah. Tendré toda la prueba que necesito cuando encuentre mis joyas en su apartamento.
– Lady Neeley, ¿ha hecho revisar la habitación? -interrumpió Tillie, ansiosa por difuminar la conversación.
– ¿La habitación de él?
– No, la suya. El comedor.
– Por supuesto que sí -replicó lady Neeley-. ¿Crees que soy una tonta? -Tillie se negó a hacer comentarios-. Hice revisar la habitación dos veces -declaró la mujer mayor-. Y luego la revisé yo misma una tercera vez, sólo para asegurarme. El brazalete no está en el comedor. Puedo decirlo con seguridad.
– Estoy segura de que tiene razón -dijo Tillie, intentando todavía arreglar las cosas. Habían atraído un gentío, y no menos de una docena de espectadores estaban acercándose, ansiosos de escuchar el intercambio entre lady Neeley y uno de sus principales sospechosos-. Pero sea como sea…
– Será mejor que cuide sus palabras -la interrumpió Peter cortante, y Tillie se quedó boquiabierta, aturdida por su tono, y luego aliviada cuando se dio cuenta de que no se dirigía a ella.
– Disculpe -dijo lady Neeley, echando los hombros atrás ante la ofensa.
– No conozco bien a lord Easterly, así que no puedo responder por su carácter -dijo Peter-, pero sí sé que usted no tiene pruebas con las cuales apuntar una acusación. Está pisando terreno peligroso, milady, y haría bien en no ensuciar el buen nombre de un caballero. O podría descubrir -añadió convincentemente, cuando lady Neeley abrió la boca para seguir discutiendo-, que su propio nombre es arrastrado por el mismo lodo.
Lady Neeley jadeó, Tillie quedó boquiabierta y entonces un extraño silencio cayó sobre el pequeño público.
– ¡Esto estará en el Whistledown de mañana sin dudas! -dijo alguien finalmente.
– Señor Thompson, olvida su lugar -dijo lady Neeley.
– No -dijo Peter con gravedad-. Eso es lo único que nunca olvido.
Hubo un momento de silencio, y entonces, justo cuando Tillie estaba casi segura de que lady Neeley iba a escupir veneno, la mujer rió.
Rió. Ahí mismo en el salón de baile, dejando a todos los espectadores boquiabiertos de sorpresa.
– Tiene usted coraje, señor Thompson -dijo-. Le concedo eso. -Él asintió cortésmente, lo cual Tillie encontró bastante admirable bajo las circunstancias-. No cambio mi opinión de lord Easterly, para que usted sepa -continuó ella-. Aun si él no tomó el brazalete, se ha comportado terriblemente mal con la querida Sophia. Ahora, bien -dijo ella, cambiando de tema con una rapidez desconcertante-, ¿dónde está mi dama de compañía?
– ¿Ella está aquí? -preguntó Tillie.
– Por supuesto que está aquí -dijo lady Neeley enérgicamente-. Si hubiese permanecido en casa, todos pensarían que ella es una ladrona. -Se dio vuelta y miró con perspicacia a Peter-. Al igual que usted, espero, señor Thompson.
Él no dijo nada, pero inclinó la cabeza ligeramente.
Lady Neeley sonrió, un estiramiento bastante aterrador de los labios en su rostro, y entonces se dio vuelta y rugió:
– ¡Señorita Martin! ¡Señorita Martin!
Y se marchó, con remolinos de seda rosada volando detrás de ella, y lo único que Tillie pudo pensar fue que la pobre señorita Martin seguramente merecía una medalla.
– ¡Estuvo magnífico! -Dijo Tillie a Peter-. Nunca conocí a nadie que le hiciera frente de ese modo.
– No fue nada -dijo él en voz baja.
– Tonterías -dijo ella-. No fue nada menos que…
– Tillie, basta -dijo él, claramente incómodo por la continuada atención de los demás invitados a la fiesta.
– Muy bien -accedió ella-, pero nunca tomé mi limonada. ¿Sería tan amable de acompañarme?
Él no podía rechazar un pedido directo frente a tantos espectadores, y Tillie intentó no sonreír con deleite cuando él le tomó el brazo y la condujo de regreso a la mesa de refrescos. Se veía casi insoportablemente apuesto con su atuendo de noche. Ella ni siquiera sabía cuándo o por qué él había decidido renunciar a su uniforme militar, pero igualmente componía una figura gallarda, y era un placer embriagador estar tomada de su brazo.
– No me importa lo que diga -le susurró-. Estuvo maravilloso, y lord Easterly le debe gratitud.
– Cualquiera hubiese…
– Cualquiera no hubiese, y usted lo sabe -lo cortó Tillie-. Deje de estar tan avergonzado por su propio sentido del honor. Me resulta bastante atractivo.
El rostro de Peter se ruborizó, y se veía como si quisiera dar un tirón a su corbata. Tillie hubiese reído con placer si no estuviera tan segura de que eso sólo lo incomodaría más.
Y ella se dio cuenta -había pensado que era cierto dos días atrás, pero ahora lo sabía- de que lo amaba. Era una sensación asombrosa, impresionante, y se había convertido, de manera bastante espectacular, en una parte de quien ella era. Lo que sea que hubiese sido antes, ahora era algo más. No existía por él, y no existía debido a él, pero de algún modo él se había convertido en un pequeño pedazo de su alma, y Tillie sabía que nunca sería la misma.
– Vayamos afuera -le dijo impulsivamente, tirando de él hacia la puerta.
Peter resistió el movimiento, manteniendo el brazo firme contra la presión de la mano de ella.
– Tillie, sabe que es una mala idea.
– ¿Para su reputación o para la mía? -bromeó ella.
– Ambas -respondió él con energía-, aunque podría recordarle que la mía se recuperaría.
Y también la suya, pensó Tillie aturdida, si él se casaba con ella. No era que quisiera atraparlo en matrimonio, pero de cualquier modo era imposible no pensar en eso, no fantasear allí mismo en medio del baile sobre estar parada a su lado en el frente de una iglesia, con todos sus amigos detrás suyo, escuchando mientras ella pronunciaba sus votos.
– Nadie nos verá -dijo ella, tirando de su brazo lo mejor que podía sin llamar la atención-. Además, mire, la gente ha salido al jardín. No estaremos ni un poquito solos.
Peter siguió su mirada hacia las puertas ventana. Efectivamente, había varias parejas pululando, suficientes para que la reputación de nadie sufriera manchas.
– Muy bien -dijo él-, si insiste.
Ella sonrió de manera encantadora.
– Oh, insisto.
El aire nocturno era frío pero bienvenido luego del húmedo tumulto en el salón de baile. Peter intentó mantenerlos a plena vista de las puertas, pero Tillie seguía tirando hacia las sombras, y aunque debería haberse mantenido firme y haberla sujetado en aquel mismo sitio, Peter descubrió que no podía.
Ella conducía y él la seguía, y sabía que estaba mal, pero no había nada que pudiera obligarse a hacer.
– ¿Realmente cree que alguien robó el brazalete? -preguntó Tillie una vez que estaban apoyados contra la balaustrada, observando el jardín iluminado con antorchas.
– No quiero hablar sobre el brazalete.
– Muy bien -dijo ella-. Yo no quiero hablar sobre Harry.
Peter sonrió. Hubo algo en el tono de ella que le resultó divertido, y ella también debía haberlo oído, porque le estaba sonriendo.
– ¿Hemos dejado algo sobre lo que hablar? -preguntó ella.
– ¿El clima?
Tillie le ofreció una expresión vagamente recriminadora.
– Sé que no quiere discutir sobre política ni religión.
– Claro -dijo ella descaradamente-. Ahora no, de ninguna manera.
– Muy bien, entonces -dijo él-. Es su turno de sugerir un tema.
– Muy bien -dijo ella-. Me animo. Cuénteme sobre su esposa.
Él se ahogó con lo que debía ser la mota de polvo más grande en la creación.
– ¿Mi esposa? -repitió.
– La que afirma estar buscando -explicó Tillie-. Bien podría contarme qué es lo que está buscando, ya que claramente tendré que ayudarlo en la búsqueda.
– ¿Lo hará?
– Claro. Dijo que yo no hago más que hacerlo parecer un caza-fortunas, y acabamos de pasar los últimos treinta minutos juntos, varios de ellos a plena vista de los peores chismosos de Londres. Según sus argumentos, lo he retrasado un mes entero. -Ella se encogió de hombros, aunque el movimiento fue ocultado por el suave chal azul que había ajustado sobre sus hombros-. Es lo mínimo que puedo hacer.
Peter la observó un largo rato, perdió su batalla interior y cedió.
– Muy bien. ¿Qué quiere saber?
Ella sonrió con placer ante su victoria.
– ¿Ella es inteligente?
– Por supuesto.
– Muy buena respuesta, señor Thompson.
Él asintió con elegancia, deseando ser lo suficientemente fuerte como para no disfrutar del momento. Pero no había esperanzas; no podía resistirse a ella.
Tillie golpeteó su dedo índice contra su mejilla mientras reflexionaba sobre sus preguntas.
– ¿Es compasiva? -preguntó.
– Eso espero.
– ¿Bondadosa con los animales y los niños pequeños?
– Bondadosa conmigo -dijo él, sonriendo perezosamente-. ¿No es eso lo único que importa?
Ella hizo una expresión de malhumor y él rió entre dientes, apoyándose un poquito más contra la balaustrada. Un letargo extraño y sensual estaba apoderándose de él, y se estaba perdiendo en el momento. Podían ser invitados en un gran baile en Londres pero, en ese momento, nada existía excepto Tillie y sus burlonas palabras.
– Podría descubrir -dijo Tillie, mirándolo por encima de su nariz con mucha suficiencia-, que si ella es inteligente… ¿y creo que planteó eso como un requisito? -Él asintió, concediéndole amablemente ese punto-… que su bondad dependa de la suya. Trata a los demás como te gusta que te traen, y todo eso.
– Puede estar segura -murmuró él-, de que seré muy bueno con mi esposa.
– ¿Lo será? -susurró ella.
Y Peter se dio cuenta de que ella estaba cerca. No sabía cómo había sucedido, si había sido él o ella, pero la distancia entre ambos había sido reducida. Tillie estaba cerca, demasiado cerca. Podía ver cada peca en su nariz, captar cada destello de la luz titilante de las antorchas en su cabello. Los encendidos mechones habían sido apartados en un elegante rodete, pero algunos mechones se habían librado del peinado y se rizaban alrededor de su rostro.
Se dio cuenta de que el cabello de ella era rizado. No había sabido eso. Le parecía inconcebible no haber sabido algo tan básico, pero nunca la había visto de este modo. Su cabello siempre estaba atado a la perfección, cada mechón en su sitio.
Hasta ahora. Y no pudo evitar sentirse soñador y pensar que, de algún modo, esto era para él.
– ¿Qué apariencia tiene?
– ¿Quién? -preguntó Peter distraídamente, preguntándose qué sucedería si tiraba de uno de esos rizos.
Se veía como un tirabuzón, elástico y suave.
– Su esposa -respondió ella, con la diversión haciendo parecer música su voz.
– No estoy seguro -dijo él-. Todavía no la he conocido.
– ¿No? -Peter negó con la cabeza. Casi se había quedado sin palabras-. Pero, ¿qué desea? -La voz de ella era suave ahora, y le tocó la manga con el dedo índice, la pasó por la tela del abrigo de él, desde el codo a la muñeca-. Seguramente tiene alguna imagen en mente.
– Tillie -dijo él roncamente, mirando alrededor para ver si alguien había visto.
Había sentido el toque de ella a través de la tela de su abrigo. No quedaba nadie en el patio, pero eso no significaba que fueran a permanecer sin interrupciones.
– ¿Cabello oscuro? -murmuró ella-. ¿Claro?
– Tillie…
– ¿Rojo?
Y entonces él ya no pudo soportarlo. Era un héroe de guerra, había luchado y asesinado a incontables soldados franceses, arriesgado su vida más de una vez para apartar a un compatriota herido de la línea de fuego, y sin embargo no era inmune a esta muchachita, con su voz melodiosa y palabras insinuantes. Había sido llevado a su límite y no había encontrado murallas ni muros, ninguna última y desesperada defensa contra su propio deseo.
La atrajo hacia él y luego en círculo a su alrededor, moviéndose hasta que estuvieron ocultos por un pilar.
– No deberías presionarme, Tillie.
– No puedo evitarlo -dijo ella.
Él tampoco. Sus labios encontraron los de ella, y la besó.
La besó aunque nunca sería suficiente. La besó aunque nunca podría tener más.
Y la besó para arruinarla para todos los demás hombres, para dejar su marca y que cuando finalmente su padre la casara con otro, ella tuviera este recuerdo, y la acechara hasta el día de su muerte.
Era cruel y era egoísta, pero no podía evitarlo. En algún lugar, profundo en su interior, supo que ella era suya, y era un cuchillo en su vientre saber que su conciencia primitiva no significaba nada en el mundo de la alta sociedad.
Ella suspiró contra su boca, un suave sonido parecido a un maullido que se movió dentro de él como una llama.
– Tillie, Tillie -murmuró él, deslizando las manos hacia la curva de su trasero.
La tomó, la apretó contra él, duro y tenso, marcándola a través de las gruesas ropas.
– ¡Peter! -gritó ahogadamente, pero él la silenció con otro beso.
Ella se retorció en sus brazos, su cuerpo respondiendo al ataque de él. Con cada movimiento, su cuerpo se frotaba contra el de Peter, y el deseo de él se volvía más duro, más caliente, más intenso, hasta que estuvo seguro de que iba a explotar.
Debía detenerse. Tenía que detenerse. Y sin embargo, no podía.
En algún lugar dentro suyo, él sabía que esta podría ser su única oportunidad, el único beso que posaría sobre los labios de ella. Y no estaba listo para ponerle fin. Todavía no, no hasta que hubiera tenido más. No hasta que ella conociera más de su toque.
– Te deseo -le dijo, su voz ronca de necesidad-. Nunca dudes de eso, Tillie. Te deseo como deseo el agua, como deseo el aire. Te deseo más que todo eso, y…
Le falló la voz. No le quedaban palabras. Lo único que podía hacer era observarla, mirar profundo dentro de sus ojos y temblar al ver el eco de su propio deseo. La respiración de ella pasaba entre sus labios en breves jadeos, y entonces le tocó los labios con un dedo y susurró:
– ¿Qué has hecho? -Peter sintió que sus cejas se elevaban en pregunta-. A mí -aclaró ella-. ¿Qué me has hecho?
Él no podía responder. Hacerlo sería dar voz a todos sus sueños frustrados.
– Tillie -logró decir, pero eso fue todo.
– No me digas que esto no debería haber sucedido -susurró ella.
No lo hizo. No podía. Peter sabía que era verdad, pero no podía forzarse a lamentar el beso. Podría más tarde, cuando estuviera acostado en su cama, ardiendo de necesidad insatisfecha, pero no ahora, no cuando ella estaba tan cerca, su aroma en el viento, su calor atrayéndolo cerca.
– Tillie -dijo nuevamente, porque parecía la única palabra que sus labios podían formar.
Ella abrió la boca para hablar, pero entonces ambos oyeron el sonido de alguien más aproximándose, y se dieron cuenta de que ya no estaban solos en el patio. El instinto protector de Peter tomó el mando, y la llevó más lejos detrás del pilar, apretando un dedo sobre sus labios en señal de silencio.
Se dio cuenta de que era lord Easterly, discutiendo en voz baja con su esposa, a quien, si Peter sabía bien la historia, él había abandonado bajo circunstancias misteriosas unos doce años atrás. Estaban bastante involucrados en su propio drama, y Peter era optimista de que nunca notarían que tenían compañía. Dio un paso atrás, intentando envolverse más profundo en las sombras, pero entonces…
– ¡Aw!
El pie de Tillie. Maldición.
El vizconde y la vizcondesa se dieron vuelta bruscamente, sus ojos abriéndose mucho al darse cuenta de que no estaban solos.
– Buenas noches -dijo Peter resueltamente, ya que parecía no tener más opción que no mostrar vergüenza.
– Eh, buen clima -dijo Easterly.
– Sin dudas -respondió Peter, casi al mismo tiempo que el alegre “¡Oh, sí!” de Tillie.
– Lady Mathilda -dijo la esposa de Easterly.
Era una mujer alta y rubia, del tipo que siempre se veía elegante, pero esa noche parecía nerviosa.
– Lady Easterly -la saludó Tillie-. ¿Cómo está usted?
– Muy bien, gracias. ¿Y usted?
– Muy bien, gracias. Estaba, eh, un poquito acalorada. -Tillie movió la mano como para indicar el aire fresco de la noche-. Pensé que un poco de aire fresco podría reanimarme.
– Claro -dijo lady Easterly-. Nosotros sentimos exactamente lo mismo.
Su esposo gruñó de acuerdo.
– Eh, Easterly -dijo Peter, ahorrando finalmente a las dos damas su incómoda charla-, debería advertirle algo. -Easterly inclinó la cabeza en interrogación-. Lady Neeley ha estado acusándolo públicamente por el robo.
– ¿Qué? -exigió saber lady Easterly.
– ¿Públicamente? -preguntó lord Easterly, cortando cualquier otra exclamación de su esposa.
Peter asintió secamente.
– Muy claramente, me temo.
– El señor Thompson lo defendió -comentó Tillie, con ojos ardientes-. Estuvo magnífico.
– Tillie -murmuró Peter, intentando hacerla callar.
– Gracias por su defensa -dijo lord Easterly, luego de un amable asentimiento a Tillie-. Sabía que ella sospechaba de mí. Lo ha dejado perfectamente claro. Pero aún no había ido tan lejos como para acusarme públicamente.
– Ahora sí -dijo Peter con gravedad.
A su lado, Tillie asintió.
– Lo siento -dijo. Se volvió hacia lady Easterly y agregó-: Ella es bastante horrorosa.
Lady Easterly asintió.
– Nunca hubiese aceptado su invitación si no hubiera oído tanto acerca del chef.
Pero su esposo estaba claramente desinteresado en el renombre del chef.
– Gracias por la advertencia -le dijo a Peter.
Peter aceptó el agradecimiento con un solo asentimiento y dijo:
– Debo devolver a lady Mathilda a la fiesta.
– Tal vez mi esposa sería una mejor escolta -dijo lord Easterly, y Peter se dio cuenta de que estaba devolviéndole el favor.
Los Easterly nunca mencionarían que habían encontrado a Peter y Tillie a solas, y además, la impecable reputación de lady Easterly aseguraría que Tillie no fuera sujeto de chismes difamatorios.
– Tiene muchísima razón, milord -dijo Peter, tirando suavemente el brazo de Tillie y conduciéndola hacia lady Easterly-. La veré mañana -dijo a Tillie.
– ¿De veras? -preguntó ella, y él pudo ver en sus ojos que no estaba siendo tímida.
– Sí -respondió, y para gran sorpresa suya, se dio cuenta de que lo decía en serio.