CAPÍTULO 05

Debido a que no hay nuevos acontecimientos que informar respecto al Misterio del Brazalete Desaparecido, esta Autora debe contentarse con sus temas más ordinarios, a saber las debilidades cotidianas de la alta sociedad, mientras continúan en su búsqueda de riqueza, prestigio y la esposa perfecta.

Principal entre los temas de esta Autora es el señor Peter Thompson, quien, como cualquiera con una mirada perspicaz habrá notado, ha estado cortejando diligentemente a lady Mathilda Howard, única hija del conde de Canby, durante más de una semana. La pareja fue casi inseparable en el gran baile Hargreaves, y en la semana siguiente, se ha sabido que el señor Thompson visita Canby House casi todas las mañanas.

Tales actividades sólo pueden llamar la atención. El señor Thompson es conocido por ser un caza-fortunas, aunque para su crédito, debe notarse que antes de lady Mathilda, sus aspiraciones monetarias habían sido modestas y, para los estándares de la sociedad, indignos de reproche.

La fortuna de lady Mathilda, sin embargo, es un premio bastante grande, y ha sido aceptado por la sociedad hace mucho tiempo que ella debería casarse con no menos que un conde. De hecho, esta Autora sabe de las mejores fuentes que el libro de apuestas en White's pronostica que ella se comprometerá con el duque de Ashbourne, quien, como todos saben, es el último duque soltero en Bretaña.

Pobre señor Thompson.


Ecos de sociedad de lady Whistledown, 10 de junio de 1816


Pobre señor Thompson, sin dudas.

Peter había pasado la semana anterior alternando entre la miseria y la dicha, su humor totalmente dependiente de si era capaz de olvidar que Tillie era una de las personas más ricas en Bretaña y él, para ser franco, no lo era.

Los padres tenían que saber sobre su interés en ella. Había visitado Canby House casi todos los días desde el baile Hargreaves, y ninguno de ellos había intentando disuadirlo, pero también sabían de su amistad con Harry. Los Canby nunca rechazarían a un amigo de su hijo, y lady Canby en particular parecía disfrutar de su presencia. Le gustaba hablar con él acerca de Harry, escuchar historias de sus últimos días, especialmente cuando Peter le contaba cómo Harry podía hacer reír a cualquiera, aun mientras estaban rodeados de las peores degradaciones de la guerra.

De hecho, Peter estaba bastante seguro de que a lady Canby le gustaba tanto escuchar sobre Harry que le permitiría andar sin esperanzas tras Tillie, aunque él fuera, clarísimamente evidente, un prospecto totalmente inadecuado para el matrimonio.

Finalmente llegaría el momento en que los Canby se sentarían con él y tendrían una pequeña conversación, y dirían a Peter muy claramente que aunque era un tipo admirable, respetable, y ciertamente un excelente amigo para su hijo, era una cosa totalmente diferente formar una pareja con su hija.

Pero ese momento aún no había llegado, así que Peter había decidido sacar lo mejor de su situación y disfrutar el tiempo que le era permitido. Con ese fin, él y Tillie habían arreglado encontrarse esa mañana en Hyde Park. Ambos eran ávidos jinetes, y como el día lucía el primer trozo de sol en una semana, no pudieron resistirse a una salida.

El sentimiento parecía ser compartido por el resto de la alta sociedad. El parque era un tumulto, con jinetes retrasados al más reposado de los trotes para evitar enredos, y mientras Peter esperaba pacientemente a Tillie cerca del Serpentine, observaba distraídamente la multitud, preguntándose si habría algún otro tonto enamorado en sus filas.

Tal vez. Pero probablemente ninguno tan enamorado -o tan tonto- como él.

– ¡Señor Thompson! ¡Señor Thompson!

Él sonrió ante el sonido de la voz de Tillie. Ella siempre tenía cuidado de no dirigirse a él por su nombre de pila en público, pero cuando estaban solos, y especialmente cuando él le robaba un beso, siempre era Peter.

Nunca antes había pensado en la elección de nombres de sus padres, pero desde que Tillie había tomado la costumbre de susurrarlo en el calor de la pasión, él había llegado a adorar cómo sonaba, y había decidido que Peter era una elección espléndida, sin dudas.

Le sorprendió ver a Tillie a pie, moviéndose por el sendero con dos sirvientes, un hombre y una mujer, siguiéndola.

Peter desmontó inmediatamente.

– Lady Mathilda -le dijo con un asentimiento formal.

Había muchas personas cerca, y era difícil saber quién estaba lo bastante cerca para escuchar. Por lo que él sabía, la mismísima maldita lady Whistledown podía estar oculta detrás de un árbol.

Tillie hizo una mueca.

– Mi yegua pisa mal con una pata -le explicó-. No quería sacarla. ¿Le importa si caminamos? Traje a mi mozo de cuadra para que cuide de su caballo. -Peter entregó las riendas mientras Tillie le aseguraba-: John es muy bueno con los caballos. Roscoe estará más que bien con él. Y además -agregó en un susurro, una vez que se habían alejado algunos metros de los sirvientes-, él y mi doncella están bastante enamorados. Estaba esperando que pudieran distraerse fácilmente.

Peter se volvió hacia ella con una sonrisa divertida.

– Mathilda Howard, ¿planeaste esto?

Ella se retrajo como si estuviese ofendida, pero sus labios estaban estirados.

– No soñaría con mentir respecto a la lesión de mi yegua. -Él rió entre dientes-. Realmente estaba pisando mal con una pata -dijo Tillie.

– Seguro -dijo él.

– ¡De veras! -protestó ella-. En serio. Simplemente decidí aprovechar la situación. No hubieses querido que cancelara nuestra excursión, ¿verdad? -Ella miró sobre su hombro, a su doncella y el mozo de cuadra, que estaban parados uno junto al otro cerca de un pequeño grupo de árboles, conversando alegremente-. No creo que lo noten si desaparecemos -dijo Tillie-, siempre y cuando no vayamos lejos.

Peter levantó una ceja.

– Desaparecer es desaparecer. Si estamos fuera de su vista, ¿realmente importa qué tan lejos nos aventuramos?

– Claro que sí -contestó Tillie-. Es el principio del asunto. No quiero meterlos en problemas después de todo, especialmente cuando están haciéndose los tontos tan atentamente.

– Muy bien -dijo Peter, decidiendo que no tenía sentido seguir la lógica de ella-. ¿Ese árbol servirá?

Él señaló un enorme olmo, a mitad de camino entre Rotten Row y Serpentine Drive.

– ¿Justo en medio de las dos vías principales? -dijo ella, frunciendo la nariz-. Es una idea terrible. Vayamos allí, al otro lado del Serpentine.

Así que pasearon, sólo un poquito fuera de vista de los sirvientes de Tillie pero, para simultáneo alivio y consternación de Peter, no fuera de vista de todos los demás.

Caminaron varios minutos en silencio, y entonces Tillie dijo, en un tono bastante casual:

– Escuché un rumor sobre ti esta mañana.

– No algo que habrás leído en el Whistledown, espero.

– No -dijo ella pensativamente-, fue mencionado esta mañana. Por otro de mis pretendientes. -Y entonces, cuando él no picó su cebo, agregó-: Cuando no me visitaste.

– No puedo visitarte todos los días -dijo él-. Se comentaría, y además, ya habíamos hecho planes para reunirnos esta tarde.

– Tus visitas a mi hogar ya han sido comentadas. No creo que una más atrajera atención adicional.

Él se sintió sonriendo… una sonrisa lenta, perezosa, que lo calentó de adentro hacia afuera.

– Bien, Tillie Howard, ¿estás celosa?

– No -respondió ella-, pero, ¿tú no lo estás?

– ¿Debería?

– No -admitió ella-, pero ya que estamos en el tema, ¿por qué yo debería estar celosa?

– Te aseguro que no tengo idea. Pasé la mañana en Tattersall's, mirando caballos que no puedo comprar.

– Eso suena bastante frustrante -comentó ella-, ¿y no quieres saber cuál fue el rumor que escuché?

– Casi tanto -dijo él lentamente-, como sospecho que deseas decírmelo.

Tillie le hizo una mueca y luego dijo:

– No soy de chismosear… mucho, pero escuché que llevaste una vida algo desenfrenada cuando regresaste a Inglaterra el año pasado.

– ¿Y quién te dijo eso?

– Oh, nadie en particular -dijo ella-, pero sí surge la pregunta…

– Surgen muchas preguntas -masculló él.

– ¿Cómo es que -continuó ella, ignorando sus gruñidos-, nunca escuché sobre este libertinaje?

– Probablemente -dijo él con bastante rigidez-, porque no es adecuado para tus oídos.

– Se vuelve más interesante a cada segundo.

– No, se volvió menos interesante a cada segundo -declaró él, en un tono destinado a acabar con más discusiones-. Y por eso es que he reformado mis costumbres.

– Lo haces sonar enormemente excitante -dijo ella con una sonrisa.

– No lo era.

– ¿Qué sucedió? -preguntó Tillie, probando de una vez por todas que cualquier intento que él hiciera para intimidarla a rendirse sería infructuoso.

Peter dejó de caminar, incapaz de pensar con claridad y moverse al mismo tiempo. Uno pensaría que había dominado ese arte en la batalla, pero no, no parecía visible. No aquí en Hyde Park, de cualquier modo.

Y no con Tillie.

Era gracioso… había logrado olvidar a Harry gran parte de la semana pasada. Habían estado las conversaciones con lady Canby, seguro, y la innegable punzada que sentía cada vez que veía a un soldado con uniforme, cada vez que reconocía la sombra vacía en sus ojos.

La misma sombra que había visto tantas veces en el espejo.

Pero cuando estaba con Tillie -era extraño, porque ella era la hermana de Harry, y tan parecida a él en tantos sentidos- pero cuando estaba con ella, Harry desaparecía. No era olvidado, exactamente, pero simplemente no estaba allí, no colgaba sobre él como un espectro culpable, recordándole que él estaba vivo y Harry no, y que así sería el resto de su vida.

Pero antes de haber conocido a Tillie…

– Cuando regresé a Inglaterra -le dijo, con voz suave y lenta-, no fue mucho después de la muerte de Harry. No fue mucho después de la muerte de muchos hombres -agregó cáusticamente-, pero la de Harry fue la que sentí más hondo. -Ella asintió, y él intentó no notar que sus ojos brillaban-. No estoy seguro de qué sucedió realmente -continuó-. No creo haberlo planeado, pero parecía tan fortuito que yo estuviera vivo y él no, y entonces una noche salí con algunos amigos, y de pronto sentí como si tuviera que vivir por los dos.

Había estado perdido durante un mes. Tal vez un poco más. No lo recordaba bien; había estado ebrio la mayor parte de las veces. Había apostado dinero que no tenía, y sólo por pura suerte no se había enviado a la casa de caridad. Y había habido mujeres. No tantas como podría haber habido, pero más de las que debería, y ahora, al mirar a Tillie, la mujer que estaba seguro de que adoraría hasta el día de su muerte, se sentía indecente e impuro, como si hubiese ridiculizado algo que debería haber sido precioso y divino.

– ¿Por qué paraste? -preguntó Tillie.

– No lo sé -dijo él, encogiéndose de hombros.

Y no lo sabía. Había estado en una casa de juegos una noche y, en un momento de rara sobriedad, se había dado cuenta de que toda esa “vida” no estaba haciéndolo feliz. No estaba viviendo por Harry. No estaba viviendo por sí mismo. Simplemente estaba evitando su futuro, alejando cualquier razón para tomar una decisión y seguir adelante. Había salido esa noche y nunca había mirado atrás. Y se daba cuenta de que debía haber sido un poquito más cauteloso en su disolución de lo que había pensado, porque hasta ahora, nadie lo había mencionado. Ni siquiera lady Whistledown.

– Yo me sentí igual -dijo ella suavemente, y sus ojos tenían una suavidad extraña, ausente, como si estuviera en otro lugar, en otro momento.

– ¿Qué quieres decir?

Ella se encogió de hombros.

– Bien, no ando por ahí bebiendo y apostando, por supuesto, pero después de que fuimos notificados de… -Se detuvo, se aclaró la garganta y miró a otro lado antes de continuar-. Alguien vino a nuestra casa, ¿sabías eso?

Peter asintió, aunque había estado al tanto de esa información. Pero Harry era hijo de una de las casas más nobles de Inglaterra. Era lógico que el ejército informara a su familia del fallecimiento con un mensajero personal.

– Era casi como si simulara que él estaba conmigo -dijo Tillie-. Supongo que así era, en realidad. Todo lo que veía, todo lo que hacía, pensaba “¿Qué pensaría Harry?” O… “Oh, sí, a Harry le gustaría este budín. Hubiese comido dos porciones y no hubiera dejado nada para mí”.

– ¿Y comías más o menos?

Ella parpadeó.

– ¿Perdón?

– Del budín -explicó Peter-. Cuando te dabas cuenta de que Harry hubiese tomado tu parte, ¿comías la porción o la dejabas?

– Oh. -Tillie se quedó callada, lo pensó-. La dejaba, creo. Luego de algunos bocados. No parecía bien disfrutarlo tanto.

De repente, él le tomó la mano.

– Caminemos un poco más -dijo él, su voz extrañamente insistente.

Tillie sonrió ante su apremio y aceleró el paso para alcanzar el de Peter. Él caminaba con un paso de piernas largas, y ella se encontró casi dando saltitos para mantenerse a su ritmo.

– ¿Adónde vamos?

– A cualquier sitio.

– ¿A cualquier sitio? -preguntó ella perpleja-. ¿En Hyde Park?

– A cualquier sitio excepto aquí -aclaró él-, con ochocientas personas alrededor.

– ¿Ochocientas? -No pudo evitar sonreír-. Yo veo aproximadamente cuatro.

– ¿Cientas?

– No, sólo cuatro. -Peter se detuvo, mirándola con una expresión vagamente paternal-. Oh, muy bien -concedió ella-, tal vez ocho, si estás dispuesto a contar el perro de lady Bridgerton.

– ¿Te animas a una carrera?

– ¿Contigo? -preguntó Tillie, sus ojos bien abiertos por la sorpresa.

Él actuaba muy raro. Pero no era preocupante, sólo divertido, en realidad.

– Te daré una ventaja.

– ¿Para compensar mis extremidades más cortas?

– No, por tu débil complexión -dijo él provocadoramente.

Y funcionó.

– Eso es una mentira.

– ¿Lo crees?

– Lo sé.

Peter se apoyó contra un árbol, cruzando los brazos de un modo irritantemente condescendiente.

– Tendrás que probármelo.

– ¿Frente a todos los ochocientos espectadores?

Él levantó una ceja.

– Yo veo sólo cuatro. Cinco con el perro.

– Para ser un hombre al que no le gusta llamar la atención, estás excediéndote ahora mismo.

– Tonterías. Todos están más que enfrascados en sus propios asuntos. Y, además, todos están disfrutando demasiado del sol como para darse cuenta.

Tillie miró alrededor. Él tenía razón. Las demás personas en el parque -y eran considerablemente más de ocho, aunque ni cerca de los cientos que él había clamado – reían, bromeaban y, en general, actuaban de modo casi indecoroso. Ella se percató de que era el sol. Tenía que serlo. Había estado nublado durante lo que parecían años, pero hoy era uno de esos días perfectos de cielo azul, con rayos de sol tan intensos que cada hoja en cada árbol parecía dibujada más concisamente, cada flor pintada con una paleta más vívida. Si había reglas que seguir -y Tillie estaba bastante segura de que las había; sin duda habían sido machacadas en ella desde el nacimiento-, entonces la alta sociedad parecía haberlas olvidado esta tarde, al menos las que determinaban el comportamiento formal en un día soleado.

– Muy bien -dijo resueltamente-. Acepto tu desafío. ¿Hacia dónde corremos?

Peter señaló un grupo de árboles altos en la distancia.

– Aquel árbol allí mismo.

– ¿El cercano o el lejano?

– El del medio -dijo él, claramente sólo para ser contrario.

– ¿Y cuánta ventaja recibo?

– Cinco segundos.

– ¿Cronometrados o contados en tu cabeza?

– Buen Dios, mujer, eres un poquito rigurosa.

– He crecido con dos hermanos -le dijo con una mirada desapasionada-. He tenido que serlo.

– Contados en mi cabeza -dijo él-. No tengo un reloj aquí, en cualquier caso. -Ella abrió la boca, pero antes de que pudiera decir algo, Peter agregó-: Despacio. Contados despacio en mi cabeza. También tengo un hermano, ¿sabes?

– Lo sé, ¿alguna vez te dejó ganar?

– Ni siquiera una.

Los ojos de ella se entrecerraron.

– ¿Me dejarás ganar?

Él sonrió lentamente, como un gato.

– Tal vez.

– ¿Tal vez?

– Depende.

– ¿De qué?

– Del premio que recibiré si pierdo.

– ¿No se supone que uno reciba un premio por ganar?

– No cuando uno pierde la carrera a propósito.

Ella dio un grito ahogado de indignación, y entonces replicó:

– No tendrás que perder nada a propósito, Peter Thompson. ¡Te veré en la línea de llegada!

Y entonces, antes de que él pudiera recobrar el equilibrio, ella partió, corriendo por la hierba con un abandono que seguramente la atormentaría al día siguiente, cuando todas las amigas de su madre fueran de visita por su dosis diaria de té y chismes.

Pero en ese mismo momento, con el sol brillando sobre su rostro y el hombre de sus sueños mordiéndole los talones, Tillie Howard no logró obligarse a que le importara.

Era rápida; siempre había sido rápida, y reía al correr, con una mano bombeando al costado y la otra sosteniendo su falda a pocos centímetros de la hierba. Podía oír a Peter detrás suyo, riendo mientras sus pasos retumbaban cada vez más cerca. Ella iba a ganar; estaba segura de eso. O ganaba en buena ley, o él perdería a propósito y se lo recordaría durante toda la eternidad, pero no le importaba demasiado.

Una victoria era una victoria, y ahora mismo Tillie se sentía invencible.

– ¡Atrápame si puedes! -se burló, mirando sobre su hombro para evaluar el progreso de Peter-. ¡Nunca… Uff!

La respiración escapó de su cuerpo con contundente velocidad, y antes de que Tillie pudiera hacer otro sonido, estaba extendida sobre la hierba, enredada con -¡gracias al cielo!- otra mujer.

– ¡Charlotte! -jadeó, reconociendo a su amiga Charlotte Birling-. ¡Lo siento tanto!

– ¿Qué estabas haciendo? -exigió saber Charlotte, enderezando su sombrero, que había quedado tambaleadamente torcido.

– Una carrera, en realidad -murmuró Tillie-. No se lo digas a mi madre.

– No tendré que hacerlo -replicó Charlotte-. Si crees que no se enterará de esto…

– Lo sé, lo sé -dijo Tillie con un suspiro-. Espero que lo apunte a demencia inducida por el sol.

– ¿O tal vez ceguera por el sol? -dijo una voz masculina.

Tillie levantó la mirada para ver a un hombre alto, de cabello color arena, a quien no conocía. Miró a Charlotte, que rápidamente hizo las presentaciones.

– Lady Mathilda -dijo Charlotte, poniéndose de pie con ayuda del extraño-, este es el conde Matson.

Tillie murmuró su saludo justo cuando Peter se detenía resbalando a su lado.

– Tillie, ¿se encuentra bien? -exigió saber.

– Estoy bien. Mi vestido podrá estar arruinado, pero el resto de mí no está nada maltratado. -Aceptó su servicial mano y se puso de pie-. ¿Conoce a la señorita Birling?

Peter sacudió la cabeza en negativa, y Tillie los presentó. Pero cuando se volvió para presentarlo al conde, él asintió y dijo:

– Matson.

– ¿Ya se conocen? -preguntó Tillie.

– Del ejército -informó Matson.

– ¡Oh! -Los ojos de Tillie se ensancharon-. ¿Conocía usted a mi hermano? ¿Harry Howard?

– Era un buen tipo -dijo Matson-. Nos agradaba mucho a todos.

– Sí -dijo Tillie-, a todos les agradaba Harry. Era bastante especial en ese sentido.

Matson asintió, de acuerdo con ella.

– Lamento mucho su pérdida.

– Todos lo lamentamos. Agradezco su sentimiento.

– ¿Estaban en el mismo regimiento? -preguntó Charlotte, mirando del conde a Peter.

– Sí, así era -dijo Matson-, aunque Thompson aquí fue afortunado de permanecer durante la acción.

– ¿No estuvo usted en Waterloo? -preguntó Tillie.

– No. Fui llamado a casa por razones familiares.

– Lo siento tanto -murmuró Tillie.

– Hablando de Waterloo -dijo Charlotte-, ¿tiene intenciones de ir a la reconstrucción la semana próxima? Lord Matson estaba quejándose de haberse perdido la diversión.

– Yo no lo llamaría diversión -masculló Peter.

– Bueno -dijo Tillie alegremente, ansiosa de evitar un encuentro desagradable.

Sabía que Peter detestaba la glorificación de la guerra, y pensaba que él no sería capaz de seguir siendo amable con alguien que realmente lamentaba haberse perdido semejante escena de muerte y destrucción.

– ¡La reconstrucción de Prinny! Ya casi lo había olvidado. Será en Vauxhall, ¿verdad?

– Dentro de una semana -confirmó Charlotte-. En el aniversario de Waterloo. He oído que Prinny no cabe en sí de emoción. Habrá fuegos artificiales.

– Porque queremos que sea una fiel representación de la guerra -dijo Peter con mordacidad.

– O la idea de Prinny de lo que es fiel, al menos -dijo Matson, su tono era notablemente frío.

– Tal vez están destinados imitar los disparos -dijo Tillie rápidamente-. ¿Irá usted, señor Thompson? Agradecería su compañía. -Él se quedó callado un momento, y ella supo sin dudas que él no quería hacerlo. Pero, aun así, no pudo acallar su egoísmo y dijo-: Por favor. Quiero ver lo que Harry vio.

– Harry no… -Él se detuvo y tosió-. No verá lo que Harry vio.

– Lo sé, pero igualmente, será lo más cercano que veré. Por favor, diga que me acompañará.

Los labios de él se tensaron, pero dijo:

– Muy bien.

Ella sonrió abiertamente.

– Gracias. Es muy generoso de su parte, especialmente porque…

Tillie se quedó callada. No necesitaba informar a Charlotte y al conde que Peter no deseaba asistir. Podían haberlo deducido solos, pero Tillie no tenía que explicarlo con detalle.

– Bueno, debemos marcharnos -dijo Charlotte-, eh, antes de que alguien…

– Tenemos que marcharnos -dijo el conde suavemente.

– Lamento muchísimo lo de la carrera -dijo Tillie, acercándose y apretando la mano de Charlotte.

– No te preocupes -respondió Charlotte, devolviendo el gesto-. Imagina que soy la línea de llegada, así que ganaste.

– Una idea excelente. Debería haberlo pensado.

– Sabía que encontrarías la manera de ganar -murmuró Peter una vez que Charlotte y el conde se habían alejado.

– ¿Alguna vez estuvo en duda? -bromeó Tillie.

Él sacudió la cabeza lentamente, sus ojos nunca abandonaron el rostro de ella. La observaba con una extraña intensidad, y de pronto ella se dio cuenta de que su corazón estaba latiendo demasiado rápido, y su piel cosquilleaba, y…

– ¿Qué sucede? -preguntó, porque si no hablaba, estaba segura de que olvidaría respirar.

Algo había cambiado en el último minuto; algo había cambiado dentro de Peter, y ella tenía la sensación de que, fuera lo que fuera, cambiaría su vida también.

– Tengo que hacerte una pregunta -dijo él.

El corazón de Tillie se elevó. ¡Oh, sí, sí, sí! Esto podía ser una sola cosa. Toda la semana había estado conduciendo a esto, y Tillie supo que sus sentimientos por este hombre no eran unilaterales. Asintió, sabiendo que su corazón estaba en sus ojos.

– Yo… -Él se detuvo y se aclaró la garganta-. Debes saber que me importas mucho.

Ella asintió.

– Eso esperaba -murmuró.

– ¿Y creo que respondes a mis sentimientos?

Peter lo dijo como una pregunta, lo cual ella encontró absurdamente conmovedor. Así que asintió nuevamente, y luego se despojó de la cautela y agregó:

– Mucho.

– Pero también debes saber que una unión entre nosotros dos no es nada que tu familia o, de hecho, cualquiera, hubiese esperado.

– No -dijo Tillie prudentemente, no muy segura adónde iba él con esto-. Pero no logro ver…

– Por favor -le dijo él, interrumpiéndola-, permíteme terminar.

Ella permaneció callada, pero esto no se sentía correcto, y su humor, que había estado lanzándose hacia las estrellas, tuvo una caída brutal de regreso a la tierra.

– Quiero que me esperes -dijo Peter.

Ella parpadeó, insegura de cómo interpretar eso.

– ¿Qué quieres decir?

– Quiero casarme contigo, Tillie -dijo él, su voz era insoportablemente solemne-. Pero no puedo. No ahora.

– ¿Cuándo? -susurró ella, esperando que dijera dos semanas, dos meses o incluso dos años.

Cualquier cosa, siempre y cuando él pusiera una fecha.

Pero lo único que Peter dijo fue:

– No lo sé.

Y lo único que ella pudo hacer fue quedarse mirándolo. Y preguntarse por qué. Y preguntarse cuándo. Y preguntarse… y preguntarse… Y…

– ¿Tillie? -Ella sacudió la cabeza-. Tillie, yo…

– No, no lo hagas.

– Que no haga… ¿qué?

– No lo sé.

La voz de ella era desolada y herida, y atravesó a Peter como un cuchillo.

Podía notar que ella no comprendía lo que le estaba pidiendo. Y la verdad era que él tampoco estaba completamente seguro. Nunca había pretendido que esto fuera más que un paseo por el parque; sólo debía ser otro en esta serie de compromisos que componían su inútil cortejo a Tillie Howard. El matrimonio había sido lo último en su mente.

Pero entonces algo había sucedido; no sabía qué. Había estado observándola, y ella había sonreído, o tal vez no había sonreído, o tal vez sólo había movido los labios de alguna manera cautivadora, y entonces era como si hubiese sido disparado por Cupido, y de algún modo estaba pidiéndoselo, las palabras estallando desde un rincón atrevido, poco práctico de su alma. Y no podía detenerse, aunque sabía que estaba mal.

Pero tal vez no tenía que ser imposible. Tal vez no del todo. Había una manera en que él podría hacerlo suceder. Si tan sólo pudiera hacerle entender…

– Necesito un poco de tiempo para establecerme -intentó explicarle-. Tengo muy poco ahora, casi nada en realidad, pero una vez que venda mi comisión, tendré una pequeña suma para invertir.

– ¿De qué estás hablando? -preguntó ella.

– Necesito que esperes un par de años. Que me des algo de tiempo para hacer mi fortuna más segura antes de que nos casemos.

– ¿Y por qué lo haría? -preguntó Tillie.

El corazón de él golpeaba en su pecho.

– Porque me quieres. -Ella no habló; él no respiró-. ¿Verdad? -susurró Peter.

– Por supuesto que sí. Acabo de decirte cuánto. -Ella sacudió apenas la cabeza, como si intentara refrescar sus pensamientos, forzarlos a unirse en algo que pudiera comprender-. ¿Por qué esperar? ¿Por qué simplemente no podemos casarnos ahora?

Por un momento Peter no pudo hacer más que mirarla. Ella no lo sabía. ¿Cómo podía no saberlo? Todo ese tiempo él había vivido en un estado de agonía, y ella ni siquiera lo había pensado.

– No puedo mantenerte -dijo él-. Debes saberlo.

– No seas tonto -dijo Tillie con una sonrisa aliviada-. Está mi dote, y…

– No voy a vivir de tu dote -dijo él mordazmente.

– ¿Por qué no?

– Porque tengo orgullo -dijo él rígidamente.

– Pero viniste a Londres para casarte por dinero -protestó ella-. Eso me dijiste.

La mandíbula de él se apretó en una línea resuelta.

– No me casaré contigo por tu dinero.

– Pero no estarías casándote conmigo por mi dinero -dijo ella suavemente-. ¿Verdad?

– Claro que no. Tillie, sabes cuánto te quiero…

La voz de ella se volvió más cortante.

– Entonces no me pidas que espere.

– Mereces más de un hombre de lo que puedo ofrecerte.

– Deja que yo juzgue eso -siseó Tillie, y él se dio cuenta de que estaba enojada.

No molesta, no irritada, sino total y verdaderamente furiosa.

Pero también era ingenua. Ingenua como sólo alguien que nunca había enfrentado privaciones podía ser. Ella no conocía nada más que la completa admiración de la alta sociedad. Era agasajada y adorada, admirada y querida, y ni siquiera podía concebir un mundo en el que la gente susurraba tras su espalda o la miraba por encima de la nariz.

Y ciertamente nunca se le había ocurrido que sus padres pudieran negarle cualquier cosa que ella deseara.

Pero le negarían esto y, más específicamente, se negarían a él. Peter estaba seguro de eso. No había manera de que le permitieran casarse con él, no como estaba su fortuna actualmente.

– Bien -dijo ella finalmente, el silencio entre ambos se había prolongado demasiado-, si no aceptas mi dote, que así sea. No necesito mucho.

– Oh, ¿de veras? -preguntó él.

No había pretendido reírse de ella, pero sus palabras salieron vagamente burlonas.

– No -le contestó ella-, no lo necesito. Preferiría ser pobre y feliz antes que rica y miserable.

– Tillie, nunca has sido más que rica y feliz, así que dudo que comprendas cómo ser pobre podría…

– No me trates con condescendencia -le advirtió ella-. Puedes negarme y puedes rechazarme, pero no te atrevas a ser condescendiente conmigo.

– No te pediré que vivas con mis ingresos -dijo Peter, cada sílaba cortada-. Dudo que mi promesa a Harry incluyera forzarte a la pobreza.

Ella quedó boquiabierta.

– ¿De esto se trata? ¿De Harry?

– ¿Qué diablos estás…?

– ¿De esto se ha tratado todo? ¿Alguna tonta promesa en el lecho de muerte de mi hermano?

– Tillie, no…

– No, ahora tú permíteme terminar. -Los ojos de ella relampagueaban y sus hombros temblaban, y se hubiese visto magnífica si el corazón de él no se estuviera rompiendo-. Jamás vuelvas a decirme que me quieres -dijo Tillie-. Si lo hicieras, si siquiera comenzaras a comprender esa emoción, entonces te importarían más mis sentimientos que los de Harry. Él está muerto, Peter. Muerto.

– Sé eso mejor que nadie -dijo él con voz grave.

– No creo que sepas siquiera quién soy -dijo ella, todo su cuerpo temblaba por la emoción-. Soy sólo la hermana de Harry. La tonta hermanita de Harry, a quien juraste cuidar.

– Tillie…

– No -dijo ella enérgicamente-. No digas mi nombre. Ni siquiera me hables hasta que sepas quién soy.

Él abrió la boca, pero sus labios quedaron callados. Por un instante, no hicieron más que mirarse con un extraño horror silencioso. No se movían, tal vez esperando que todo esto fuera un error, que si permanecían allí un momento más, todo simplemente se esfumaría, y quedarían como habían estado antes.

Pero no sucedió, por supuesto, y mientras Peter sólo estaba allí parado, mudo e impotente, Tillie giró sobre sus talones y se marchó, su paso era una dolorosa combinación de paso y carrera.

Pocos minutos más tarde, el mozo de cuadra de Tillie apareció con el caballo de Peter, entregándole las riendas sin palabras.

Y mientras Peter las tomaba, no pudo evitar sentir una cierta irrevocabilidad en la acción, como si le estuvieran diciendo “Tómalas y vete. Vete”.

Era, se dio cuenta con sorpresa, el peor momento de su vida.

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