CAPÍTULO 07

La reconstrucción de la Batalla de Waterloo anoche fue, en palabras de Prinny, un “espléndido éxito”, llevando a uno a preguntarse si nuestro Regente simplemente no notó que una pagoda china (de las cuales tenemos pocas en Londres) se quemó hasta los cimientos.

Se rumorea que lady Mathilda Howard y el señor Peter Thompson estuvieron atrapados dentro, aunque no (increíblemente, en opinión de esta Autora) al mismo tiempo.

Ninguno de los dos fue herido, y en un intrigante giro de los eventos, lady Mathilda partió con su madre, y el señor Thompson partió con lord Canby.

¿Podrían estar recibiéndolo en su rebaño? Esta Autora no se atreve a especular, pero en cambio promete informar sólo la verdad, en cuanto esté disponible.


Ecos de sociedad de lady Whistledown, 19 de junio de 1816


Había muchas interpretaciones de “a primera hora”, y Peter había decidido tomar la que significaba las tres de la mañana.

Había aceptado la oferta del carruaje de lord Canby, y había llegado a casa mucho más temprano, pero una vez allí, lo único que podía hacer era dar vueltas inquieto, contando los minutos hasta que pudiera presentarse nuevamente al umbral de los Canby y pedir formalmente a Tillie que se casara con él.

No estaba nervioso; sabía que ella aceptaría. Pero estaba emocionado… demasiado emocionado para dormir, demasiado emocionado para comer, demasiado emocionado para hacer más que dar vueltas por su pequeña morada, echando el puño al aire de vez en cuando con un triunfante “¡Sí!”

Era tonto y era infantil, pero no podía contenerse.

Y por esa misma razón se encontraba parado bajo la ventana de Tillie en medio de la noche, lanzando guijarros a su ventana expertamente.

Pam. Pam.

Siempre había tenido buena puntería.

Pam. Pum.

Ups. Probablemente esa era demasiado grande.

Pa…

– ¡Aw!

Uuups.

– ¿Tillie?

– ¿Peter?

– ¿Te golpeé?

– ¿Era una piedra?

Ella se frotaba el hombro.

– Un guijarro, en realidad -aclaró él.

– ¿Qué estás haciendo?

Él sonrió.

– Cortejándote.

Ella miró alrededor, como si alguien de pronto fuera a aparecer para llevarlo cargado a Bedlam.

– ¿Ahora?

– Eso parece.

– ¿Estás loco?

Él miró alrededor en busca de un enrejado, un árbol… cualquier cosa para trepar.

– Baja y déjame entrar -le dijo.

– Ahora sé que estás demente.

– No lo suficientemente loco como para intentar escalar la pared -dijo él-. Ve a la entrada de los sirvientes y déjame entrar.

– Peter, no…

– Tillie.

– Peter, tienes que ir a casa.

Él inclinó la cabeza a un lado.

– Creo que me quedaré aquí hasta que toda la casa despierte.

– No lo harías.

– Lo haré -le aseguró.

Algo en su tono debe haberla impresionado, porque se detuvo para evaluar eso.

– Muy bien -dijo en una voz bastante parecida a una maestra de escuela-. Bajaré. Pero no creas que vas a entrar.

Peter sólo la saludó antes de que ella desapareciera dentro de su habitación, metiendo las manos en los bolsillos y silbando mientras iba tranquilamente a la puerta de los sirvientes.

La vida era buena. No, era más que eso.

La vida era espectacular.

Tillie casi había perecido de sorpresa al ver a Peter parado en su jardín trasero. Bueno, tal vez eso era exagerar un poquito, pero ¡santo cielo! ¿Qué creía que estaba haciendo?

Y sin embargo, aunque lo había regañado, aunque le había dicho que se fuera a casa, no había podido sofocar el aturdido regocijo que había sentido al verlo allí. Peter era remilgado y convencional; no hacía cosas como esta.

Excepto tal vez por ella. Lo hacía por ella. ¿Podría haber sido más perfecto?

Se puso una bata pero dejó sus pies descalzos. Quería moverse lo más rápido y silenciosamente posible. La mayoría de los sirvientes dormían en la parte superior de la casa, pero el mozo estaba abajo, cerca de las cocinas, y Tillie tendría que pasar directamente junto al dormitorio del ama de llaves también.

Luego de un par de minutos de corretear, llegó a la puerta trasera y giró la llave con cuidado. Peter estaba justo al otro lado.

– Tillie -le dijo con una sonrisa, y entonces, antes de que ella tuviera la oportunidad siquiera de decir su nombre, él la levantó en sus brazos y capturó su boca con la suya.

– Peter -jadeó ella, cuando él finalmente la dejó-, ¿qué haces aquí?

Los labios de él se movieron por su cuello.

– Decirte que te amo. -Todo el cuerpo de ella cosquilleó. Se lo había dicho antes esa noche, pero se emocionó como si fuese la primera vez. Y entonces él se apartó, con ojos serios mientras decía-: Y esperar que digas lo mismo.

– Te amo -susurró ella-. Sí, sí. Pero necesito que…

– Necesitas que te explique -terminó él por ella-, porqué no te conté lo de Harry.

No era lo que Tillie había estado a punto de decir; asombrosamente, no había estado pensando en Harry. No había pensado en él en toda la noche, no desde que había visto a Peter dentro de la pagoda en llamas.

– Desearía tener una respuesta mejor -le dijo-, pero la verdad es que no sé porqué nunca te lo dije. Supongo que nunca era el momento correcto.

– No podemos hablar aquí -dijo ella, consciente de pronto de que seguían de pie en el umbral. Cualquiera podría escucharlos y despertar-. Ven conmigo -le dijo, tomando su mano y tirando de él hacia adentro.

No podía llevarlo a su habitación, eso no podía ser. Pero había un pequeño salón un tramo más arriba, que estaba lejos de los dormitorios de todos. Nadie los escucharía allí.

Una vez que llegaron a su nuevo lugar, ella se volvió hacia Peter y dijo:

– No importa. Entiendo lo de Harry. Exageré.

– No -dijo él, tomándole las manos-, no exageraste.

– Sí lo hice. Fue la sorpresa, supongo. -Él llevó sus manos a los labios-. Pero tengo que preguntar -susurró-. ¿Me lo hubieses contado?

Peter se quedó quieto, con las manos de ella entre las suyas, sostenidas entre sus cuerpos.

– No lo sé -dijo con calma-. Supongo que hubiese tenido que hacerlo, con el tiempo. -Hubiese tenido que hacerlo. No eran las palabras que ella había pensado oír-. Cincuenta años es mucho tiempo para guardar un secreto -agregó él.

¿Cincuenta años? Ella levantó la mirada. Él sonreía.

– ¿Peter? -preguntó, su voz temblorosa.

– ¿Te casarás conmigo? -Los labios de ella se abrieron. Intentó asentir, pero parecía que no podía hacer funcionar nada-. Ya pregunté a tu padre.

– Tú…

Peter la acercó más.

– Él dijo sí.

– La gente te llamará caza-fortunas -susurró Tillie.

Tenía que decirlo; sabía que eso era importante para él.

– ¿Tú lo harás? -Ella sacudió la cabeza. Él se encogió de hombros-. Entonces nada más importa. -Y entonces, como si el momento no fuese lo suficientemente perfecto, él se apoyó sobre una rodilla, sin soltarle las manos-. Tillie Howard -dijo, su voz solemne y sincera-, ¿te casarás conmigo?

Ella asintió. Entre sus lágrimas, asintió, y de algún modo logró decir:

– Sí. ¡Oh, sí!

Las manos de él apretaron las suyas, se puso de pie, y entonces ella estuvo en sus brazos.

– Tillie -murmuró él, sus labios cálidos contra el oído de ella-, te haré feliz. Prometo, con todo mi ser, que te haré feliz.

– Ya lo haces. -Ella sonrió, levantando la mirada hacia su rostro, preguntándose cómo se había vuelto tan conocido, tan preciado-. Bésame -le dijo impulsivamente.

Peter se agachó, depositando un suave beso sobre sus labios.

– Debería irme -dijo él.

– No, bésame.

Él respiró con dificultad.

– No sabes lo que pides.

– Bésame -dijo ella nuevamente-. Por favor.

Y él lo hizo. No creía que debiera hacerlo; Tillie lo veía en sus ojos. Pero no pudo controlarse. Ella tembló con un estremecimiento de poder femenino cuando los labios de él encontraron los suyos, hambrientos y posesivos, prometiendo amor, prometiendo pasión.

Prometiendo todo.

Ahora no había marcha atrás; ella lo sabía. Peter era como un hombre poseído, sus manos vagaban sobre ella con una intimidad arrebatadora. Había poco entre la piel de ambos; ella sólo llevaba su camisón de seda y la bata, y cada toque provocaba una presión y un calor excitantes.

– Aléjame ahora -rogó Peter-. Aléjame ahora y oblígame a hacer lo correcto.

Pero la agarró más fuerte mientras lo decía, y sus manos encontraron la curva del trasero de ella y la presionaron escandalosamente contra él.

Tillie simplemente sacudió la cabeza. Deseaba demasiado esto. Lo deseaba a él. Peter había despertado algo dentro suyo, algo poderoso y primitivo, una necesidad que era imposible de explicar o negar.

– Bésame, Peter -susurró-. Y más.

Él lo hizo, con una pasión que le robó hasta el alma. Pero cuando se apartó, le dijo:

– No te tomaré ahora. No aquí. No de este modo.

– No me importa -casi gimió ella.

– No hasta que seas mi esposa -juró él.

– Entonces, por el amor de Dios, busca una licencia especial mañana -le dijo ella bruscamente.

Él apretó un dedo contra sus labios, y cuando ella observó su rostro, se dio cuenta de que Peter sonreía. Bastante diabólicamente.

– No te haré el amor -reiteró, sus ojos se volvieron pícaros-. Pero haré todo lo demás.

– ¿Peter? -susurró ella. Él la levantó en sus brazos y la depositó sobre el sofá-. Peter, ¿qué estás…?

– Nada que hayas escuchado -le dijo con una risita.

– Pero… -Ella jadeó-. ¡Oh, santo cielo! ¿Qué estás haciendo?

Los labios de él estaban en el interior de sus rodillas, y se movían hacia arriba.

– Lo que tú crees, imagino -murmuró él, su boca caliente contra el muslo de Tillie.

– Pero…

De repente él levantó la mirada, y perder esos labios sobre su piel fue devastador para ella.

– ¿Alguien notará si arruino este camisón?

– Cielos… no -dijo ella, demasiado aturdida como para decir algo más completo.

– Bien -dijo él, y entonces le dio un tirón, ignorando el jadeo de Tillie cuando la tira izquierda se separó del canesú.

– ¿Tienes alguna idea de cuánto tiempo he estado soñando con este momento? -murmuró Peter, moviendo su cuerpo sobre el de ella hasta que su boca encontró los senos.

– Yo… ah… ah…

Tillie esperaba que él realmente no esperara una respuesta. Los labios de Peter habían encontrado su pezón, y no tenía idea de cómo era posible, pero juraría que lo sentía entre sus piernas.

O tal vez era su mano, que la tocaba de la manera más perversa posible.

– ¿Peter? -jadeó.

Él levantó la cabeza, sólo el tiempo suficiente para mirarle la cara y decir lentamente:

– He estado distraído.

– Tú…

Si ella tenía intenciones de decir más, se perdió cuando él volvió a descender, sus labios reemplazando los dedos en su lugar más íntimo. Docenas de palabras inundaron la mente de ella, la mayoría involucrando el nombre de él y frases como “no deberías”, “no puedes”, pero lo único que parecía poder hacer era gemir, lloriquear y soltar un “¡oh!” de placer.

– ¡Oh! ¡Oh! -Y entonces otra vez, cuando la lengua de él hizo algo particularmente perverso-, ¡Oh, Peter!

Él debió oír el chillido en su voz, porque volvió a hacerlo. Y entonces una y otra vez, hasta que algo muy extraño sucedió, y ella simplemente explotó debajo de él. Jadeó, se arqueó, vio las estrellas.

Y en cuanto a Peter, simplemente se levantó, sonrió mirándola a la cara, se pasó la lengua por los labios y dijo:

– Oh, Tillie.

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