CAPÍTULO 06

¡Pobre señor Thompson! Pobre, pobre señor Thompson.

Todo cobra un nuevo significado, ¿verdad?


Ecos de sociedad de lady Whistledown, 17 de junio de 1816


No debería haber ido.

Peter estaba seguro de que no deseaba ver una reconstrucción de la Batalla de Waterloo; la primera había sido suficientemente infernal, muchas gracias. Y aunque no creía que la versión de Prinny -actualmente rugiendo a su izquierda- fuese particularmente espantosa o fiel, lo ponía bastante enfermo darse cuenta de que la escena de tanta muerte y destrucción estuviese siendo convertida en entretenimiento para la buena gente de Londres.

¿Entretenimiento? Peter sacudió la cabeza con indignación al observar londinenses de todas las condiciones sociales riendo y disfrutando mientras paseaban por los Jardines Vauxhall. La mayoría ni siquiera prestaba atención al simulacro de batalla. ¿No comprendían que habían muerto hombres en Waterloo? Hombres buenos. Hombres jóvenes.

Quince mil hombres. Y eso ni siquiera era contando al enemigo.

Pero pese a todos sus recelos, aquí estaba. Peter había pagado sus dos peniques y se abría paso en los jardines… no para observar esta parodia de una batalla o comentar sobre las espectaculares lámparas de gas, o siquiera la maravilla de los fuegos artificiales, que, le habían dicho, eran los mejores jamás montados en Bretaña.

No, había venido a ver a Tillie. Originalmente iba a escoltarla, pero dudaba que ella hubiese cancelado sus planes sólo porque ya no se hablaban. Ella le había dicho que necesitaba ver la reconstrucción, aunque fuera para despedirse finalmente de su hermano. Tillie estaría allí. Peter estaba seguro de eso. Sin embargo, de lo que estaba menos seguro era de si podría ubicarla. Miles de personas ya habían llegado a los Jardines, y cientos más seguían llegando en avalancha. Los senderos estaban abarrotados de juerguistas, y a Peter se le ocurrió que si había algo en esta noche que era una fiel representación de la batalla, era el olor. Faltaba el penetrante olor a sangre y muerte, pero ciertamente tenía ese hedor distintivo de demasiadas personas demasiado amontonadas.

La mayoría de las cuales, pensó Peter mientras giraba en un camino para evitar a una pandilla de rufianes dirigidos hacia él, no se habían bañado en meses.

¿Y quién decía que uno tenía que abandonar los placeres del ejército al retirarse?

No sabía qué iba a decir a Tillie, asumiendo que pudiera encontrarla. No sabía si iba a decir algo. Sólo quería verla, por patético que sonara. Ella había rechazado todos sus intentos de acercamiento desde su discusión en Hyde Park la semana anterior. La había visitado dos veces, pero en ambas ocasiones había sido informado de que ella no estaba “en casa”. Sus notas habían sido devueltas, aunque sin abrir. Y finalmente ella le había enviado una carta, diciendo simplemente que a menos que él estuviera preparado para hacer una pregunta muy específica, no necesitaba volver a contactarla.

Tillie no se andaba con rodeos.

Peter había oído el rumor de que la mayoría de la alta sociedad planeaba congregarse en la parte norte de la pradera, donde Prinny había montado un área de observación para la batalla. Tenía que bordear el perímetro del campo, y mantuvo su distancia de los soldados, sin confiar en que todos poseyeran la diligencia suficiente para asegurarse de que sus armas carecían de balas reales. Peter se abrió paso entre las multitudes, maldiciendo en voz baja mientras se dirigía a la pradera del norte. Era un hombre al que le gustaba caminar rápido, con andar de piernas largas, y el tumulto en Vauxhall era su versión del infierno en la tierra. Alguien pisó sus dedos del pie, otro lo codeó en el hombro, y un tercero… Peter le golpeó la mano cuando el tipo intentaba robarle.

Finalmente, luego de casi media hora de abrirse paso batallando a través de los enjambres, Peter salió a un claro; los hombres de Prinny evidentemente habían evacuado a todos excepto los invitados más nobles, dando al príncipe una visión perfecta de la batalla. La cual, notó Peter agradecidamente, parecía estar llegando a su fin.

Recorrió la muchedumbre con la vista, buscando un destello familiar de cabello rojo. Nada. ¿Era posible que ella hubiese decidido no asistir?

Un cañón tronó cerca de su oído. Él se estremeció.

¿Dónde diablos estaba Tillie?

Una explosión final, y entonces… Buen Dios, ¿era eso Handel?

Peter miró a su izquierda con indignación. En efecto, una orquesta de cien personas había tomado sus instrumentos y comenzado a tocar.

¿Dónde estaba Tillie?

El ruido empezó a crisparlo. La audiencia rugía, los soldados reían, y la música… ¿por qué diablos había música?

Y entonces, en medio de todo, la vio, y podría haber jurado que todo quedó en silencio.

La vio, y no hubo nada más.


Tillie deseaba no haber ido. No había esperado disfrutar de la reconstrucción, pero había pensado que podría… oh, no sabía… tal vez aprender algo. Tener alguna sensación de unión con Harry.

No toda hermana tenía la oportunidad de ver una reconstrucción del escenario de muerte de su hermano.

Pero en cambio sólo deseaba haber llevado algodón para sus oídos. La batalla era ruidosa, y peor aún, se encontraba junto a Robert Dunlop, quien evidentemente pensaba que era su deber ofrecer un comentario en directo de la escena.

Y lo único que ella podía pensar era “debería haber sido Peter”. Debería haber sido Peter parado a su lado, Peter explicándole qué significaban las estratagemas de la batalla, Peter advirtiéndole que cubriera sus oídos cuando se volvía demasiado ruidoso.

Si hubiese estado con Peter, podría haber tomado discretamente la mano, y haberla apretado cuando la batalla se volviera demasiado intensa. Con Peter se hubiese sentido cómoda preguntándole el momento en que Harry había caído.

Pero en cambio tenía a Robbie. Robbie, que pensaba que todo esto era una gran aventura, que realmente se había inclinado y gritado:

– ¿Una diversión genial? ¿Eh?

Robbie, quien, ahora que la batalla había terminado, conversaba sobre chalecos y caballos, y probablemente algo más también.

Era demasiado duro escucharlo. La música era fuerte y, sinceramente, Robbie siempre era un poco difícil de seguir.

Y entonces, justo cuando la música llegó a un momento tranquilo, él se acercó y dijo:

– A Harry le hubiese gustado esto.

¿Le hubiese gustado? Tillie no lo sabía, y de algún modo eso le molestaba. Harry hubiese sido una persona diferente si hubiera llegado a casa después de la guerra, y le dolía nunca saber el hombre en que se habría convertido en sus últimos días.

Pero Robbie tenía buenas intenciones, y tenía un buen corazón, así que Tillie simplemente sonrió y asintió.

– Una pena lo de su muerte -dijo Robbie.

– Sí -respondió Tillie, porque, realmente, ¿qué más se podía decir?

– Qué modo absurdo de partir.

Ante eso, ella se dio vuelta y lo miró. Parecía un comentario extraño para Robbie, que no era bueno para las delicadezas o sutilezas.

– Toda guerra es absurda -dijo Tillie lentamente-. ¿No lo cree?

– Bueno, sí, supongo -dijo Robbie-, aunque alguien tenía que salir y deshacerse de Boney. No creo que decirle “por favor, si no le molesta” hubiese funcionado.

Tillie se dio cuenta de que era la frase más compleja que jamás había escuchado de Robbie, y se preguntó si podía haber algo más en él, cuando de pronto… lo supo.

No era que hubiese escuchado algo, y no era que hubiese visto algo. Más bien, simplemente supo que él estaba allí, y efectivamente, cuando inclinó el rostro a su derecha, lo vio.

Peter. Justo a su lado. Parecía sorprendente que no hubiese percibido antes su presencia.

– Señor Thompson -le dijo con frialdad.

O al menos intentó ser helada. Dudaba haberlo logrado; sólo estaba tan aliviada de verlo.

Seguía furiosa con él, por supuesto, y no estaba del todo segura de querer hablar con él, pero la noche se sentía tan extraña, y la batalla había sido incómoda, y el rostro solemne de Peter era como una cuerda de salvamento a la cordura.

– Estábamos hablando sobre Harry -dijo Robbie jovialmente. Peter asintió-. Es una pena que se haya perdido la batalla -continuó Robbie-. Quiero decir, todo ese tiempo en el ejército, ¿y luego te pierdes la batalla? -Sacudió la cabeza-. Una pena, ¿no lo crees?

Tillie se quedó mirándolo con confusión.

– ¿Qué quiere decir con que se perdió la batalla?

Se volvió hacia Peter justo a tiempo de verlo sacudiendo la cabeza frenéticamente a Robbie, quien respondía con un fuerte:

– ¿Eh? ¿Eh?

– ¿Qué quiere decir -repitió Tillie, con fuerza esta vez-, con que se perdió la batalla?

– Tillie -dijo Peter-, debes entender…

– Me dijeron que él murió en Waterloo. -Miró de hombre a hombre, estudiando sus rostros-. Vinieron a mi casa. Me dijeron que él murió en Waterloo.

Su voz se volvía aguda, aterrada. Y Peter no sabía qué hacer. Podría haber matado a Robbie; ¿no tenía juicio ese hombre?

– Tillie -dijo, repitiendo su nombre, intentando hacer tiempo.

– ¿Cómo murió? -insistió ella-. Quiero que me lo digas ahora mismo. -Él la miró; ella empezaba a temblar-. Dime cómo murió.

– Tillie, yo…

– Dime…

¡BUM!

Los tres dieron un salto cuando una explosión de fuegos artificiales despegó a menos de veinte metros de donde se encontraban.

– ¡Un espectáculo terriblemente bueno! -gritó Robbie, de cara al cielo.

Peter levantó su mirada hacia los fuegos artificiales; era imposible no mirar. Rosado, azul, verde… explosiones estelares en los cielos, chisporroteando, astillándose, regando aguaceros de chispas sobre los jardines.

– Peter -dijo Tillie, tirando de su manga-, dímelo. Dímelo ahora.

Peter abrió la boca para hablar, sabiendo que debería darle toda su atención, pero de algún modo era incapaz de apartar los ojos de los fuegos artificiales. La miró de reojo, luego otra vez al cielo, luego a…

– ¡Peter! -casi gritó ella.

– Fue una carreta -dijo Robbie de pronto, mirándola durante una pausa en la pirotecnia-. Le cayó encima.

– ¿Fue aplastado por una carreta?

– Un carro, en realidad -dijo Robbie, corrigiéndose-. Él estaba… -¡BUM!-. ¡Wow! -gritó Robbie-. ¡Miren ese!

– Peter -rogó Tillie.

– Fue estúpido -dijo Peter, obligando finalmente a sus ojos a apartarse del cielo-. Fue estúpido, horrible e imperdonable. Debería haber sido roto para leña semanas atrás.

– ¿Qué sucedió? -susurró ella.

Y él se lo contó. No todo, no cada mínimo detalle; no era el momento ni el lugar. Pero lo bosquejó, lo suficiente para que ella entendiera la verdad. Harry era un héroe, pero no había tenido la muerte de un héroe; al menos no del modo en que Inglaterra veía a sus héroes.

No debería haber importado, por supuesto, pero podía notar por la expresión de ella que sí importaba.

– ¿Por qué no me lo dijiste? -preguntó ella, con voz baja y temblorosa-. Me mentiste. ¿Cómo pudiste mentir?

– Tillie, yo…

– Me mentiste. Me dijiste que él había muerto en batalla.

– Yo nunca…

– Me dejaste creerlo -gritó ella-. ¿Cómo pudiste?

– Tillie -dijo él desesperadamente-. Yo… -¡BUM! Los dos levantaron la mirada; no pudieron evitarlo-. No sé porqué te mentí -dijo Peter una vez que la explosión había disminuido a chispas verdes en espiral-. No sabía que tú no sabías la verdad hasta la cena de lady Neeley. Y no supe qué decir. No…

– No lo hagas -dijo ella con voz entrecortada-. No intentes explicar.

Acababa de pedirle que explicara.

– Tillie…

– Mañana -dijo ahogadamente-. Háblame mañana. Ahora mismo yo… ahora mismo…

¡BUM!

Y entonces, mientras chispas rosadas llovían desde arriba, ella se marchó, agarrando sus faldas, corriendo ciegamente a través del único lugar vacío en la multitud, justo al lado de Prinny, justo tras la orquesta.

Justo fuera de su vida.

– ¡Idiota! -siseó Peter a Robbie.

– ¿Eh?

Robbie estaba demasiado ocupado mirando al cielo.

– Olvídalo -le dijo Peter bruscamente.

Tenía que encontrar a Tillie. Sabía que ella no quería verlo, y normalmente hubiese respetado sus deseos, pero maldita fuera, esto era los Jardines Vauxhall, y había miles de personas pululando, algunas para entretenerse y otras con intenciones más maliciosas.

No era lugar para una dama sola, especialmente una tan evidentemente angustiada como Tillie.

La siguió por el claro, murmurando una disculpa al toparse con uno de los guardias de Prinny. El vestido de Tillie era de un verde pálido, muy pálido, casi etéreo a la luz de las lámparas de gas, y una vez que fue retrasada por la multitud, fue fácil de seguir. Él no podía alcanzarla, pero al menos podía verla.

Ella se movía rápidamente entre el gentío, al menos más rápido de lo que Peter podía. Tillie era pequeña y podía apretujarse en espacios en los cuales él sólo podía abrirse paso aporreando. La distancia entre ambos crecía, pero Peter aún podía verla, gracias a la ligera inclinación que ambos intentaban descender.

Y entonces…

– Ah, maldición -suspiró Peter.

Ella se dirigía a la pagoda china. ¿Por qué diablos haría eso? No tenía idea de quién estaba dentro, si es que había alguien. Sin mencionar el hecho de que probablemente había múltiples salidas. Sería endemoniadamente difícil seguirla una vez que entrara.

– Tillie -refunfuñó, redoblando sus esfuerzos por cerrar el espacio entre ellos.

Ni siquiera creía que ella supiera que estaba persiguiéndola, y sin embargo había escogido el único camino seguro para perderlo.

¡BUM!

Peter se estremeció. Otro fuego artificial, sin dudas, pero este sonaba extraño, silbando justo sobre su cabeza, como si hubiese sido apuntado demasiado bajo. Levantó la mirada, intentando deducir qué había sucedido, cuando…

– Oh, Dios mío.

Las palabras cayeron sin control de sus labios, graves y estremecidas de terror. Todo el lado este de la pagoda china había explotado en llamas.

– ¡Tillie! -gritó, y si había pensado que antes intentaba meterse con fuerza entre la gente, ahora sabía que no.

Se movía como un loco, derribando gente, pisoteando pies y codeando costillas, hombros, incluso rostros, mientras luchaba por llegar a la pagoda.

A su alrededor la gente reía, señalando la pagoda en llamas, obviamente pensando que era parte del espectáculo.

Al fin llegó a la pagoda, pero cuando intentó subir corriendo los escalones, fue bloqueado por dos guardias fornidos.

– No puede entrar ahí -dijo uno de ellos-. Demasiado peligroso.

– Hay una mujer allí -rugió Peter, luchando por liberarse de su agarre.

– No, hay…

– La vi -casi gritó Peter-. ¡Suéltenme!

Los dos hombres se miraron, y entonces uno murmuró:

– Es su propia cabeza -y lo dejó ir.

Él irrumpió en el edificio, sosteniendo un pañuelo sobre su boca contra el humo. ¿Tendría Tillie un pañuelo? ¿Estaba siquiera viva?

Revisó el piso inferior; estaba llenándose de humo, pero hasta entonces el fuego parecía estar contenido en los niveles superiores. Tillie no estaba en ninguna parte.

El aire estaba llenándose de crujidos y pequeñas explosiones, y a su lado un trozo de madera cayó al suelo. Peter levantó la mirada; el techo parecía estar desintegrándose ante sus ojos. Otro minuto y estaría muerto. Si iba a salvar a Tillie, tendría que rogar que ella estuviera consciente y colgando de una ventana de arriba, porque no creía que las escaleras pudieran soportarlo para un ascenso.

Ahogándose con el humo acre, salió tambaleándose por la puerta trasera, mirando frenéticamente las ventanas de arriba, mientras buscaba una ruta para subir al lado oeste del edificio, que seguía totalmente intacto.

– ¡Tillie! -gritó, una última vez, aunque dudaba que ella pudiera oírlo sobre el rugido de las llamas.

– ¡Peter!

Su corazón golpeó en su pecho al darse vuelta hacia el sonido de la voz de ella, para encontrarla parada fuera, luchando contra dos hombres grandotes que intentaban evitar que corriera hacia él.

– ¿Tillie? -susurró.

De algún modo ella se liberó y corrió hacia él, y fue sólo entonces que él emergió de su trance, porque seguía demasiado cerca del edificio en llamas, y en aproximadamente diez segundos, ella también lo estaría. La levantó en brazos antes de que ella pudiera rodearlo con los suyos, sin frenar el paso hasta que ambos estuvieron a una distancia segura de la pagoda.

– ¿Qué estabas haciendo? -gritó ella, aún aferrada a sus hombros-. ¿Por qué estabas en la pagoda?

– ¡Estaba salvándote! Te vi entrar corriendo en…

– Pero salí corriendo enseguida…

– ¡Pero yo no sabía eso!

Se quedaron sin palabras, y por un momento ninguno habló, y entonces Tillie susurró:

– Casi morí cuando te vi dentro. Te vi por la ventana.

Los ojos de Peter seguían escociendo y llorosos por el humo, pero de algún modo, cuando la miró, todo estaba claro como el cristal.

– Nunca en mi vida entera me asusté tanto como cuando vi que ese misil golpeaba la pagoda -dijo él, y se dio cuenta de que era verdad.

Dos años de guerra, de muerte, de destrucción, y sin embargo nada había tenido el poder de aterrarlo como pensar en perderla.

Y supo, allí mismo, supo hasta las puntas de sus pies que no podría esperar un año para casarse con Tillie. No tenía idea de cómo haría que los padres de ella aceptaran, pero encontraría la manera. Y si no… Bien, una boda escocesa había sido bastante buena para muchas parejas antes de ellos.

Pero una cosa era segura. No podía enfrentar la idea de una vida sin ella.

– Tillie, yo…

Había tantas cosas que quería decir. No sabía dónde empezar, cómo comenzar. Esperaba que ella pudiera verlo en sus ojos, porque las palabras simplemente no estaban. No existían palabras para expresar lo que había en su corazón.

– Te amo -le susurró, e incluso eso no pareció suficiente-. Te amo, y…

– ¡Tillie! -chilló alguien, y ambos giraron para ver a la madre de ella corriendo hacia ellos con más velocidad que nadie -incluyendo a la propia lady Canby- jamás hubiese soñado que poseía-. Tillie, Tillie, Tillie -seguía repitiendo la condesa, una vez que llegó a su lado y asfixió a su hija con abrazos-. Alguien me dijo que estabas en la pagoda. Alguien dijo…

– Estoy bien, mamá -le aseguró Tillie-. Estoy bien.

Lady Canby se detuvo, parpadeó y luego se volvió hacia Peter, asimilando su apariencia cubierta de hollín y despeinada.

– ¿Tú la salvaste? -le preguntó.

– Ella sola se salvó -admitió Peter.

– Pero él lo intentó -dijo Tillie-. Entró a buscarme.

– Yo… -La condesa parecía haberse quedado sin palabras y entonces, al final, simplemente dijo-: Gracias.

– No hice nada -dijo Peter.

– Creo que lo hiciste -replicó lady Canby, sacando un pañuelo de su ridículo y dando golpecitos a sus ojos-. Yo… -Miró nuevamente a Tillie-. No puedo perder otro, Tillie. No puedo perderte.

– Lo sé, mamá -dijo Tillie, con voz tranquilizadora-. Estoy bien. Puedes ver que lo estoy.

– Lo sé, lo sé, yo… -Y entonces algo pareció romperse dentro suyo, porque se apartó rápidamente, agarró a Tillie por los hombros y comenzó a sacudirla-. ¿Qué creíste que estabas haciendo? -gritó-. ¡Escapando sola!

– No sabía que iba a prenderse fuego -jadeó Tillie.

– ¡En los Jardines Vauxhall! ¡Sabes lo que sucede a las jóvenes en lugares como este! Voy a…

– Lady Canby -dijo Peter, apoyando una mano serena en su hombro-. Tal vez ahora no es el momento…

Lady Canby se detuvo y asintió, mirando alrededor de ellos para ver si alguien había presenciado su pérdida de compostura.

Sorprendentemente, no parecían haber atraído un público; la mayoría seguía demasiado ocupada viendo el gran final de la pagoda. Y, de hecho, incluso ellos tres fueron incapaces de apartar los ojos de la estructura cuando finalmente implosionó, colapsando al suelo en un infierno abrasador.

– Buen Dios -susurró Peter, tomando aire.

– Peter -dijo Tillie, ahogándose con su nombre.

Fue una sola palabra, pero él entendió perfectamente.

– Irás a casa -dijo lady Canby severamente, tirando la mano de Tillie-. Nuestro carruaje está al otro lado de esa verja.

– Mamá, necesito hablar con el señor…

– Puedes decir lo que quieras decir mañana. -Lady Canby miró bruscamente a Peter-. ¿Correcto, señor Thompson?

– Por supuesto -dijo él-. Pero las acompañaré a su carruaje.

– Eso no es…

– Es necesario -afirmó Peter.

Lady Canby parpadeó ante su tono firme, y entonces dijo:

– Supongo que lo es.

Su voz era suave, y sólo un poquito pensativa, y Peter se preguntó si acababa de darse cuenta de cuánto quería él a su hija.

Las llevó hasta su carruaje, observó cómo se alejaba rodando de su vista, preguntándose cómo esperaría hasta la mañana. Era absurdo, realmente. Le había pedido a Tillie que lo esperara un año, tal vez incluso dos, y ahora no podía aguantarse por catorce horas.

Se volvió hacia los Jardines y suspiró. No quería regresar allí, aun si significaba tomar el camino largo a donde los coches de alquiler hacían cola para los clientes.

– ¡Señor Thompson! ¡Peter!

Se dio vuelta para ver al padre de Tillie corriendo a través de la verja.

– Lord Canby -dijo-. Yo…

– ¿Has visto a mi esposa? -lo interrumpió frenéticamente el conde-. ¿O a Tillie?

Peter relató rápidamente los eventos de la noche y le aseguró que estaban a salvo, notando cómo se aflojaba con alivio el hombre mayor.

– Se marcharon hace dos minutos -le dijo al conde.

El padre de Tillie sonrió con ironía.

– Olvidándose completamente de mí -dijo-. Supongo que no tienes un carruaje a la vuelta de la esquina.

Peter sacudió la cabeza con pesar.

– Vine en un coche de alquiler -admitió.

Eso revelaba su espantosa falta de fondos, pero si el conde no estaba ya al tanto del estado de los fondos de Peter, pronto lo estaría. Ningún hombre tomaría en cuenta una proposición matrimonial para su hija sin investigar la situación económica del pretendiente.

El conde suspiró, sacudiendo la cabeza ante la situación.

– Bien -dijo, plantando sus manos en las caderas mientras miraba por la calle-. Supongo que no se puede hacer otra cosa más que caminar.

– ¿Caminar, milord?

Lord Canby lo miró de una manera evaluadora.

– ¿Te animas?

– Claro -dijo Peter rápidamente.

Sería un paseo a Mayfair, donde vivían los Canby, y luego un poco más hasta su apartamento en Portman Square, pero no era nada comparado con lo que había hecho en la península.

– Bien. Te pondré en mi carruaje una vez que lleguemos a Canby House.

Caminaron con rapidez pero en silencio cruzando el puente, deteniéndose sólo para admirar el esporádico fuego artificial que aún explotaba en el aire.

– Uno pensaría que los habrían disparado todos a esta altura -dijo lord Canby, inclinándose de costado.

– O parado totalmente -dijo Peter con aspereza-. Después de lo que sucedió con la pagoda…

– Así es.

Peter pretendía retomar la caminata -estaba bastante seguro de que eso quería-, pero de algún modo, en cambio, dijo sin querer:

– Quiero casarme con Tillie.

El conde giró y lo miró directo a los ojos.

– ¿Perdón?

– Quiero casarme con su hija.

Ahí está, lo había dicho. Incluso dos veces.

Y, por lo menos, el conde no se veía preparado para mandar a que lo mataran.

– Debo decir que esto no es una sorpresa -murmuró el hombre.

– Y quiero que usted se quede con su dote.

– Eso, sin embargo, sí lo es.

– No soy un caza-fortunas -dijo Peter.

Una esquina de los labios del conde se curvó… no era exactamente una sonrisa, pero algo similar, al menos.

– Si estás tan decidido a probarlo, ¿por qué no eliminar la dote totalmente?

– Eso no sería justo para Tillie -dijo Peter, parándose rígidamente-. Mi orgullo no vale su comodidad.

Lord Canby se quedó callado por lo que parecieron los tres segundos más largos de la eternidad, y preguntó:

– ¿La amas?

– Con todo mi ser.

– Bien. -El conde asintió con aprobación-. Ella es tuya. Siempre y cuando tomes la dote entera. Y si ella dice sí. -Peter no podía moverse. Nunca había soñado que podría ser tan sencillo. Se había preparado para una pelea, se había resignado a una posible fuga-. No te veas tan sorprendido -dijo el conde con una carcajada-. ¿Sabes cuántas veces Harry escribió a casa sobre ti? Con todos sus hábitos de sinvergüenza, Harry tenía un ojo perspicaz para las personas, y si él dijo que no había nadie con quien prefiriera ver casado a Tillie, me siento inclinado a creerlo.

– ¿Él escribió eso? -susurró Peter.

Le escocían los ojos, pero esa vez no podía culpar al humo. Sólo al recuerdo de Harry, en uno de sus raros momentos de seriedad. Harry, cuando había pedido a Peter la promesa de cuidar de Tillie. Peter nunca había interpretado que eso significara matrimonio, pero tal vez eso era lo que Harry había tenido en mente todo el tiempo.

– Harry te quería, hijo -dijo lord Canby.

– Yo también lo quería. Como a un hermano.

El conde sonrió.

– Bien, entonces. Esto parece bastante adecuado, ¿no lo crees? -Se volvieron y comenzaron a caminar nuevamente-. ¿Visitarás a Tillie por la mañana? -preguntó lord Canby mientras salían del puente hacia la ribera norte del Támesis.

– A primera hora -le aseguró Peter-. A primerísima hora.

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