Darcy entró en la página web de Inmobiliaria Lake Country y navegó hasta las fotografías de la casa de cuatro dormitorios y tres cuartos de baño junto al Crystal Lake. Releyó la descripción como había hecho tantas veces en las últimas semanas. Un porche ancho que rodeaba toda la casa, un mirador victoriano que daba al lago, un cobertizo para botes original. Pero ni siquiera los pensamientos de comprar su hogar de ensueño podían desterrar de su cabeza a Kel Martin.
En el momento en que la había tocado, se había dado cuenta de que nunca lo había olvidado. Para ella no era más que un desconocido, pero si la tomaba de la mano y la conducía al dormitorio, le costaría mucho negarle algo.
¿Cómo un hombre podía tener un ascendente tan increíble sobre ella? ¿Era por Kel Martin o por la soledad? Mientras estuvo prometida, apenas había pensado en él.
Se pasó una mano por el pelo y tuvo que reconocer que no era del todo cierto. Había habido más de una ocasión en que se había sorprendido reviviendo aquella noche.
Con un suspiro frustrado, volvió a dedicar su atención a la inmobiliaria. Kel Martin era parte de su pasado. Esa casa representaba su futuro.
Se hallaba casi frente al Delaford, al otro lado del lago.
– West Blueberry Lane -musitó. En unos meses, esa dirección podía ser suya… si hacía acopio de valor para realizar una oferta por la propiedad.
Los dos años que llevaba en el hotel, había estado viviendo en una suite, sin saber jamás el tiempo que iba a quedarse. Pero había llegado el momento de forzar la mano de su padre. O bien el trabajo en el Delaford era definitivamente para ella o bien no lo era… y en el primer caso, iba a realizar algunos cambios importantes en su vida. Pensaba comprar una casa y echar raíces.
Se acabó pensar que el Príncipe Encantado la esperaba a la vuelta de la esquina y supeditar sus esperanzas a eso. Cerró los ojos y pensó en Kel Martin.
Sí, era atractivo y habían pasado juntos una noche increíble e inolvidable. Pero ya era cinco años mayor y mucho más lista. Una noche de pasión jamás podría garantizar una vida de felicidad, sin importar lo tentadora que fuera la fantasía.
La puerta de su despacho se abrió y giró en el sillón. Amanda estaba en el umbral, jadeante. Cerró a su espalda y se apoyó contra la superficie de la puerta. Se abanicó la cara con la mano y respiró hondo.
– Adivina quién está en la recepción.
– ¿Mi padre? -sintió un nudo nervioso en el estómago. Aún no estaba preparada para él.
– ¡No! -exclamó Amanda-. ¡Inténtalo de nuevo!
Se sintió aliviada.
– No lo sé. ¿Arnold?¿J.Lo.? ¿Madonna? Recibimos a demasiados famosos. Las celebridades ya no me impresionan. Lo sabes.
– Kel Martin. Ya sabes, el chico que vimos hoy en la chocolatería. Planea quedarse una semana.
Darcy se levantó casi de un salto.
– No le habrás dado una habitación.
– Claro que no. Lo hizo Olivia. Está en la recepción.
– No, no, no -gritó, retorciéndose las manos-. No puede quedarse aquí. Tienes que volver y decirle a Olivia que ha cometido un error. No hay habitaciones; esperamos un grupo enorme. Tendrá que encontrar otro sitio en el que quedarse.
– ¿Y por qué voy a hacer eso? Esta semana tenemos dos bonitas suites vacías. Su dinero es tan bueno como el de cualquiera. Además, tendremos el placer de volver a mirar esa cara magnífica durante siete días y siete noches.
– Es un desastre -insistió Darcy.
– ¿Por qué?
Se movió nerviosa. Amanda no iba a ceder sin una buena razón. Decidió que debía dársela.
– Hace unos cinco años, tuve una aventura de una noche con Kel Martin.
Los ojos de Amanda se desencajaron.
– ¿Dormiste con Kel Martin?
– No dormimos. Pasarnos toda la noche…ocupados. A la mañana siguiente, él se marchó y jamás volví a verlo. Hasta hace una semana, cuando vi su foto en el periódico y descubrí quién era realmente.
Amanda sonrió.
– Fin del capítulo uno. El capítulo dos comienza con Kel Martin ocupando una suite en el Delaford.
– Ahora ya sabes por qué no puedo permitir que se quede aquí. Jamás he sido capaz de quitarme aquella noche de la cabeza.
– Quizá podrías reavivar tu romance o tener otra bonita aventura. Llevas mucho tiempo sin un hombre en tu cama. Si no practicas de vez en cuando, vas a olvidar cómo se hace.
– Jamás tuvimos un romance. Sólo fue lujuria, dos personas quemando un deseo. Pienso informarlo de que no podemos hospedarlo aquí el tiempo que quiere. Además, ahora no tengo tiempo para sexo. Mi padre viene el fin de semana y todo ha de estar perfecto.
– Pero siempre se te han dado de maravilla las multitareas.
– No me estás ayudando -musitó mientras salía de su despacho.
Cuando la habían invitado a entrar en el mundo de su padre, había estado encantada con la oportunidad de demostrarle su valía.
Sólo después de aceptar el trabajo se había dado cuenta de que su padre no tenía planes para que fuera permanente. Sam Scott todavía insistía en que el foco principal de ella debía ser encontrar marido, preferiblemente uno que tuviera interés en formar parte del negocio familiar.
Neil Lange había sido la elección perfecta. Había dirigido el hotel de Beverly Hills de su padre y, para deleite de éste, había mostrado un interés inmediato al conocer a Darcy. Ella había permitido que la encandilara y, durante un tiempo, había creído estar enamorada. Pero había demorado poner fecha a la boda.
Al final, se había dado cuenta de que casarse con Neil era otro intento de complacer a su padre. Y Neil solo había estado interesado en el puesto ejecutivo que conseguiría en la empresa. Después de devolverle el anillo de compromiso, Darcy había decidido que ya había hecho demasiado. Si su padre no podía aceptarla por la persona con talento, decidida y creativa que era, estaba preparada para marcharse para siempre.
Al llegar al vestíbulo, a Kel no se lo veía por ninguna parte. Maldijo para sus adentros cuando sintió que el corazón se le desbocaba. ¿Estaba nerviosa por echarlo o por volver a verlo? Quizá debería evitar una confrontación y esquivarlo toda la semana.
– ¿Lo has visto? -preguntó Amanda a su espalda.
– No.
– Darcy, ¿cuál es el problema?¿Está segura de que él te recuerda?
– Si no me recuerda, entonces, ¿por qué ha aparecido aquí?
Amanda se llevó un dedo al mentón.
– Oh, no sé. Quizá busca pasar unos días relajado. Tal vez desea jugar al golf o disfrutar de nuestro spa. ¿Quién sabe?
– ¿Y si me recuerda? -desafió Darcy-. ¿Y si quiere empezar algo otra vez? Probablemente piensa que me meteré directamente en su cama. Lo que probablemente haría -movió la cabeza-. Si no me recuerda sería aún más humillante, porque desde luego yo sí recuerdo cada centímetro de él.
– ¿Y cuántos centímetros había? -preguntó Amanda llena de curiosidad.
– No me refería a eso -se volvió y agarró a su amiga de las manos-. Por favor, ¿quieres decirle que se marche? Te prometo que te deberé un gran favor.
– No. Es tu problema. Yo soy la directora de los servicios para los huéspedes. No les digo a éstos que se marchen cuando disponemos de habitaciones -apretó la mano de Darcy y la llevó hacia el ascensor-. Está en la Suite Bennington -le dio un pequeño empujón.
Las puertas se cerraron y Darcy se apoyó en la pared. Pensaba echar del hotel al hombre que disfrutaba de la dudosa distinción de protagonizar sus fantasías sexuales más descabelladas. Algo que apenas podía considerarse un delito. Iba a tener que pensar en una excusa plausible para deshacerse de él.
Las puertas se abrieron en la segunda planta y salió.
– Simplemente, hazlo, rápida y limpiamente. Mantén la serenidad profesional.
Caminó por el pasillo hacia la Suite Bennington, luego se alisó la chaqueta y se pasó las manos por la falda. Pero justo cuando iba a llamar, la puerta se abrió.
Kel se hallaba en el umbral, con unos pantalones cortos de surf de cintura baja. Debajo del brazo llevaba la cubitera. Darcy le miró el torso, suave y musculoso y resplandeciente bajo la suave luz del pasillo.
– Hola -dijo él-. Volvemos a encontrarnos.
Darcy subió los ojos a su cara.
– ¿Otra vez? -¡santo cielo, la recordaba!
– ¿No te vi esta mañana en la chocolatería?
Se sintió aliviada.
– He visto que te acabas de registrar. Soy la directora del Delaford y…
– Has venido a averiguar qué necesito -él rió entre dientes, luego se apoyó en él marco y se frotó con pereza el pecho. La observó mirarlo-. Bueno, ¿qué me ofreces…? -se inclinó y clavó la vista en la placa con su nombre-. ¿Darcy Scott?
No había cambiado nada. Seguía siendo demasiado encantador para poder confiar en él. Era bien consciente de la fama que tenía con las mujeres y no pensaba volver a caer otra vez en brazos de él. Respiró hondo.
– En la recepción hay un cuaderno que expone todos los servicios que ofrecemos. En cuanto hayas tenido la oportunidad de mirarlo, estaremos encantados de hacer la reserva que te apetezca. Nos ocuparemos de todas tus necesidades.
– ¿De todas?
Se inclinó aún más y de pronto Darcy fue incapaz de continuar. Quiso retroceder, alejarse de su innegable magnetismo. Pero sintió que la atraía. Necesitaba alargar la mano y tocarlo, sopesar su reacción al contacto.
Despacio, levantó la mano y le acarició la mejilla, áspera por la barba de un día.
– Todas las necesidades dentro de lo legal -musitó ella.
Él emitió un gemido suave y le rodeó la cintura con el brazo para pegarla contra su cuerpo. Un instante después, la besó. Los recuerdos regresaron y los cinco años transcurridos se evaporaron como la niebla en un día soleado.
La lengua de él le recorrió los labios y ella se abrió ante ese gentil asalto. Probarlo le encendió la sangre y penetró en su alma. Sabía a… ¿chocolate? No había recordado eso, pero era placenteramente adictivo, un sabor que quería disfrutar. Sí, habían pasado años, pero era como si hubieran compartido ese mismo beso hacía muy poco tiempo.
La apretó más y le subió la pierna por el muslo hasta dejarle la falda en la cintura.
Con una mano le coronó el trasero. Darcy experimentó unas sensaciones salvajes hasta que tembló de necesidad. Así había sucedido la primera vez; el impulso se había convertido en acción con rapidez y sin un pensamiento consciente.
– Es estupendo -murmuró él, metiendo los dedos entre su cabello.
– Estupendo -repitió Darcy débilmente.
Una puerta se cerró detrás de ella y el sonido fue como un golpe en su sistema nervioso. Saltó hacia atrás, luego se bajó la falda y se arregló el pelo.
– Debería irme -pegó las manos sobre sus mejillas encendidas.
– Ha sido un placer conocerte, Darcy Scott -dijo él antes de robarle otro beso-. Espero que veamos mucho más el uno del otro.
Darcy retrocedió despacio, incapaz de quitarle los ojos de encima. Permaneció como una boba en mitad del pasillo hasta que él entró en la suite y cerró la puerta. Entonces, sus rodillas casi cedieron y se llevó los dedos a los labios. Seguían húmedos.
– ¿Qué estoy haciendo? -murmuró.
No tuvo respuesta a esa pregunta, pero no pareció importar. Deseaba a Kel Martin más allá de toda lógica. Quería que abriera la puerta, la arrastrara al interior de su habitación y la sedujera por completo.
– No, no, no -murmuró para sí misma-. Se supone que soy mayor y más lista.
Respiró hondo y regresó al ascensor.
Kel era exactamente como el chocolate. Quizá quisiera permitirse un pequeño mordisco, pero temía que eso condujera a una bacanal de una semana entera. Y después, anhelaría una dieta constante de Kel Martin.
Kel se sentó en el taburete y pidió un whisky. Luego centró su atención en el partido de baloncesto en el televisor que había encima del bar. Había disfrutado de una placentera y tranquila cena en el restaurante del hotel con la esperanza de volver a encontrarse con Darcy, pero ella no había aparecido.
– Gracias -le dijo al camarero cuando le puso la copa delante. El hombre asintió y luego se fue al extremo más alejado. Kel lo siguió con la mirada y descubrió a Darcy. En las sombras, al principio no había notado su presencia.
Sus ojos se encontraron y contuvo el aliento, con un nudo de expectación en el estómago. Lo había estado esperando, sabiendo que él la buscaría. Sin embargo, su expresión no animaba. Parecía como si pudiera huir en cualquier momento… o vomitar.
Bebió un sorbo de whisky y el licor fortaleció su coraje. Se puso de pie y fue hacia el final de la barra. Luego se sentó junto a ella. ¿Cómo se suponía que debía ir la situación? ¿Debía dedicar tiempo al coqueteo preliminar o ella esperaba que fuera directamente a la seducción?
– ¿Puedo invitarte a una copa? -preguntó. Era un buen comienzo, aunque algo tópico.
– Champán -dijo Darcy.
Aquella noche había pedido champán. De modo que era así como quería llevarlo… exactamente igual que cinco años atrás.
– ¿Celebras algo?
Ella rió con suavidad, como si se sintiera complacida de que recordara las palabras que había empleado la primera vez que se conocieron.
– No lo sé. No se me ocurre nada que celebrar.
– ¿Qué te parece conocerme? -preguntó.
La frase había soñado refinada hacía cinco años, pero en ese instante sólo sonaba como algo sexual.
Ella se mordió el labio inferior, divertida.
– ¿Eso llega a funcionar con las mujeres?
– Solía hacerlo -se volvió hacia el camarero-. ¿Me puede servir una botella de su mejor champán y dos copas? -volvió a centrar la atención en Darcy. Dos líneas finas de preocupación empañaban su frente y tenía las manos juntas ante ella, tan tensas que los dedos se veían blancos.
El camarero regresó, sirvió las dos copas y luego dejó la botella en una cubitera de plata grabada con el logo del Delaford.
– Dime, ¿qué haces aquí sola?
– No estoy sola -Darcy alzó su copa. El cristal sonó suavemente al entrechocarlo con delicadeza con la copa de él.
De pronto, Kel no pudo recordar qué iba a continuación. ¿Le había preguntado qué hacia en San Francisco? ¿O habían hablado de sus trabajos?
Aunque no importaba. El juego que jugaban sólo era un medio para un fin.
– ¿Te gustaría irte de aquí?
Darcy se puso de pie, tomó su copa y fue hacia la puerta.
Kel firmó con rapidez la cuenta y luego tomó la botella y su copa con una mano.
– Lo consideraré un «sí» -musitó.
La alcanzó justo fuera del bar y caminó en silencio junto a ella por el vestíbulo hasta el ascensor. El deseo le recorrió las venas al aguardar que las puertas se abrieran. Entonces, puso la mano en la cintura de ella y la guió al interior.
– Si tienes alguna duda, éste es el momento de decírmelo, antes de que comience a apretar los botones.
Sin apartar la vista, Darcy alargó el brazo y apretó el botón de la segunda planta. Pero Kel ya no podía esperar más. Le rodeó la cintura con el brazo y la acercó para darle un beso.
La unión de las lenguas le lanzó una oleada de calor por la corriente sanguínea y sintió que se ponía duro. Darcy enganchó los dedos en la cintura de sus pantalones y pegó las caderas contra las suyas, con el calor de la erección entre ambos. No quedó ninguna duda. Lo deseaba tanto como él a ella.
Las puertas del ascensor se abrieron y, conduciéndola por la cintura, continuaron sin quebrar el beso. Trastabillaron hacia su suite, con el champán cayendo de su copa mientras avanzaban. Al llegar, buscó la tarjeta en el bolsillo. Pegó a Darcy contra la puerta y, apoyando la barbilla en el hombro de ella, introdujo la tarjeta con torpeza en la cerradura.
Finalmente, cuando consiguió abrir, los dos entraron a trompicones, con lo último que quedaba del champán vertiéndose en el suelo. Kel le quitó la copa y la dejó en el bar junto con la suya. La giró y empujó contra la pared, le apartó el pelo y comenzó a besarla en la zona de la oreja.
Su embriagadora fragancia le llenó la cabeza y le dificultó pensar con coherencia. Pero su instinto lo impulsó. Lo sucedido cinco años atrás ya no importaba. Se hallaban en su suite, en ese momento, y la deseaba más allá de todo pensamiento racional.
Le sujetó el bajo de la falda, se la subió hasta las caderas y le acarició los muslos. Tenía las piernas desnudas, su piel era cálida y sedosa.
Darcy suspiró mientras le acariciaba las nalgas e introducía los dedos en el fragmento sedoso de las braguitas. Pero cuando la caricia llegó a su vientre, apretó los glúteos contra la erección en una invitación silenciosa. Los dos estaban completamente vestidos, pero sentía como si se hallara desnuda ante él.
Kel metió las manos bajo las braguitas y profundizó entre sus piernas, sacando los dedos húmedos. Despacio, la exploró y sintió que se derretía en él. Sabía que podía elevarla a la cima con los dedos, pero cuando tuviera el orgasmo, quería mirarla a los ojos.
Con gentileza, la giró. Ella se apoyó contra la pared y la acarició más profundamente.
Darcy cerró los ojos y arqueó la espalda, pero Kel se retiró y deslizó la mano alrededor de su cuello.
– Mírame -dijo.
Ella abrió los ojos y él vio la pasión que remolineaba en sus profundidades. Darcy entreabrió los labios y él la besó, capturando su boca tal como había hecho con su sexo. El gemido leve que escapó de su boca le indicó que se hallaba cerca. Pero entonces sintió su mano alrededor de la muñeca, apartándolo.
Llevó las manos a su cinturón y comenzó a abrírselo con dedos torpes. Luego siguió la cremallera y, una fracción de segundo más tarde, cerraba los dedos en torno a él. Kel cerró los ojos y disfrutó de la sensación del contacto. Tantas veces había fantaseado con eso, preguntándose por qué años atrás su respuesta al contacto de ella había sido tan intensa… Ni siquiera podía explicarlo en ese momento.
Volvió a besarla.
– Necesito que vayas más despacio -susurró sobre su boca-. No ganaré un premio por acabar primero -y era imposible que pudiera continuar de esa manera. Le acarició la mejilla-. Tenemos tiempo.
– No puedo esperar -indicó Darcy. Del bolsillo de su chaqueta sacó un paquete de celofán.
– ¿Has venido preparada?
– No sabía cuándo o dónde sucedería.
La confesión le satisfizo.
– Pero sabías que sucedería.
Ella asintió y le bajó lentamente los pantalones y los calzoncillos. Cuando rompió el envoltorio del preservativo, él contuvo el aliento mientras se lo enfundaba. Tenían que parar. Durante uno o dos minutos. Pero Darcy estaba decidida a tenerlo… y en ese mismo momento. Y lo único que realmente quería Kel era satisfacerle.
Había pensado en eso durante años, en volver a tenerla en brazos, en poder tocarla a placer, en hundirse en ella y permanecer allí para siempre. Con un gemido bajo, le subió las piernas y las acomodó alrededor de sus caderas y le apartó la barrera sedosa de las braguitas.
Cerró los ojos y el simple hecho de pensar en lo que estaba a punto de hacer lo acercó al precipicio. Pero vaciló durante un instante. ¿Cómo dar marcha atrás una vez que se perdiera en ella?
– Por favor -musitó Darcy contra su oído.
La penetró lentamente, y la sensación de su calor en torno a él le provocó una oleada de placer por todo el cuerpo. Cuando se enterró hondo en ella, esperó, tratando de frenar las palpitaciones del corazón, preguntándose cómo conseguía Darcy quitarle de esa manera el autocontrol.
Ella se movió encima de él, con las piernas en torno a sus caderas, y Kel ya no pudo frenar. Comenzó a moverse, al principio con cuidado, a duras penas manteniendo su necesidad a raya. Pero a medida que la penetraba una y otra vez, perdió el contacto con la realidad. Todos los pensamientos estaban centrados en la sensación de hallarse dentro de ella, de perderse en esos brazos.
No supo cuanto tiempo duraron. Pero cuando Darcy se arqueó contra él, conteniendo el aliento, supo que se encontraba ante el abismo. Quiso traerla de vuelta, pero entonces Darcy gritó y el cuerpo se convulsionó a su alrededor. El orgasmo siguió y siguió hasta que tampoco él pudo contenerse y la embistió una última vez. Luego se derrumbó contra la pared con la cara enterrada en la curva del cuello de ella. Habían alcanzado el orgasmo muy deprisa, aunque la liberación había dado la impresión de durar una eternidad mientras ambos temblaban y gemían de placer.
Mientras aspiraba su fragancia, Kel pensó que era así como había sido. Nada había cambiado. Si había creído que podría quitarse a Darcy Scott de la cabeza, entonces se había equivocado. De hecho, creía que en esa ocasión no podría recobrarse del regreso de ella.