Darcy despertó despacio, con la cara enterrada entre las almohadas suaves, bloqueando la luz de la mañana que entraba por las ventanas.
Eran casi las ocho. Kel tenía reservado el campo de golf para las nueve, y aunque se había ofrecido a cancelarlo, ella le había insistido en que fuera. Bostezó y estiró los brazos por encima de la cabeza.
– Dos noches más -murmuró.
La estancia de Kel de una semana finalizaría en dos días. Su padre tenía que llegar al día siguiente y sabía que entonces, el tiempo que pudiera tener con él, sería sólo momentos robados entre una reunión tras otra.
Suspiró.
En ese momento llamaron a la puerta y se sentó, cubriéndose el cuerpo desnudo con la sábana. Por lo general, Kel dejaba el cartel de «No molestar» en el pomo de la puerta.
Se levantó, arrastrando la sábana y preguntándose si Kel se habría olvidado la llave.
Pero al abrir, vio a Amanda en el pasillo.
– Menos mal que te he encontrado. Supuse que podrías estar aquí.
– ¿Qué sucede? -inquirió Darcy.
– Tienes que vestirte. Tu padre esta abajo y te busca.
Se quedó boquiabierta.
– ¿Qué? -miró alrededor de la habitación, buscando su ropa-. ¿Cuándo ha llegado?
– Hace unos diez minutos. Fue a tu despacho y luego a tu suite; trató de llamarte al busca, pero últimamente no lo llevas encima. Logré convencerlo de que tomara una taza de café en el comedor y le dije que te estabas ocupando de un leve problema con unas ardillas en el campo de golf.
Darcy recogió su ropa con celeridad y comenzó a ponérsela.
– Vuelve al comedor y dile que me reuniré con él allí en quince minutos -se calzó y siguió a Amanda fuera de la suite.
Tardó tres minutos en ir a su suite, otros siete en vestirse y arreglarse el pelo y dos más en bajar al vestíbulo. Le sobraron dos minutos.
Entró en el comedor y miró alrededor de los huéspedes que desayunaban. Detuvo la búsqueda en cuanto posó los ojos sobre su padre.
– Oh, no -musitó. Sam Scott estaba desayunando con… Kel Martin. Los observó largo rato. Su padre parecía cómodo, casi relajado, si es que ello era posible. Los dos reían y no pudo imaginar qué podía resultarles humorístico.
Cruzó la sala.
– Hola, papá -le dio un beso en la mejilla-. Hola, Kel -éste se llevó un dedo a la mejilla, una silenciosa invitación para que también lo besara, pero Darcy le dedicó una mirada asesina. Lo último que necesitaba era que Kel se hiciera amigo de su Padre-. Lamento llegar tarde, papá, pero me encontré con un problema en la pista de golf.
Su padre le sonrió, y luego señaló una silla frente a él y al lado de Kel.
– No pasa nada, Darcy. El señor Martin me hacía compañía y me contaba lo mucho que ha estado disfrutando de su estancia aquí. Ha dicho que te has mostrado especialmente atenta con sus necesidades. Es exactamente lo que me gusta oír. Una directora activa es la clave del éxito de un hotel.
Darcy carraspeó.
– Creo que verás que la atención a nuestros huéspedes es siempre nuestra máxima prioridad. Tengo algunos datos sobre clientes que han repetido que sé que te gustaría ver. ¿Por qué no vamos a mi despacho…?
– Ahora no -dijo Sam-. Kel me ha pedido que juegue un partido de golf con él esta mañana. Tiene una reserva para las nueve.
– Pero hoy vamos a estar ocupados. Tengo tantas cosas que repasar contigo…
– Eso puede esperar -comentó Sam.
– Sí, puede esperar -indicó Kel-. ¿Cuán a menudo se presenta la oportunidad de jugar al golf con el padre de mi chica?
– ¿Tu qué? -la voz de Darcy adquirió un tono levemente histérico.
– Kel me ha contado que habéis estado pasando algún tiempo juntos -comentó Sam-. Me alegra oírlo. Ya era hora de que empezaras a pensar en tu futuro.
– Kel y yo no salimos y él no es mi futuro -insistió Darcy-. Apenas nos conocemos -le lanzó otra mirada de ésas y movió el pie junto a la mesa-. Y con respecto a mi futuro, tengo algunas noticias buenas. Voy a comprar una casa.
– Bueno, Kel, ¿qué tal la estancia con nosotros? -preguntó Sam, soslayando la afirmación de Darcy.
– Estupenda. Como he dicho, Darcy ha sido muy atenta.
– ¿No vas a pedir algo para desayunar?-preguntó su padre con cierta impaciencia.
– Tengo mucho trabajo. Te veré luego, papá. Después de tu partida de golf -se volvió hacia Kel-. ¿Podría hablar contigo un momento? Sólo quiero cerciorarme de que tengo bien el horario para el campo.
Salió del restaurante y una vez en el vestíbulo esperó que Kel se reuniera con ella.
Cuando lo hizo, lo tomó de la mano y lo arrastró a su despacho.
– Exactamente, ¿qué crees que estas haciendo?
– Desayunar con tu padre. Es un gran tipo. Todo un personaje. Y qué hombre de negocios. Me ha dado unos consejos para invertir.
– No me refería a eso. Le has dicho que estamos saliendo.
– Bueno, y así es. Más o menos. Podríamos estar haciéndolo si no pasáramos cada minutos despiertos juntos en la cama.
– No vamos a salir -afirmó ella-. Teníamos un acuerdo. Se suponía que esto sólo iba a durar una semana. Es solo sexo, no una relación.
La expresión de él se puso seria.
– Vamos, Darcy, sabes que eso no es verdad. No es sólo sobre sexo. Quizá lo fuera al principio, pero ya no.
– No busco una relación, Kel -indicó Darcy-. ¿No lo ves? Por eso es tan bueno entre nosotros, porque no hacemos planes para nuestro futuro. Podemos ser simplemente quienes somos en el presente.
– ¿Y qué cambiaría si empezáramos a hacer planes?
– Todo -expuso-. Quiero que vuelvas al restaurante y le digas a mi padre que no puedes jugar al golf con él esta mañana. Y también que no estamos saliendo, que sólo somos amigos.
– ¿Estás segura de eso, Darcy? ¿Cuál es tu queja con tu padre?
– Lo que sucede entre nosotros no es asunto de mi padre. Y lo que sucede entre mi padre y yo no es asunto tuyo.
Él movió la cabeza.
– Te equivocas.
– Si voy a tener una relación con un hombre, quiero que sea idea mía, no de mi padre. Ha estado dirigiendo mi vida desde que recuerdo. Nunca he sido lo bastante buena para él, sin importar lo mucho que me esforzara. Quiere que sea como mi madre.
– ¿Y tú no quieres eso?
– No me malinterpretes. Es una mujer maravillosa, pero yo no soy ella. Ella estaba contenta de vivir en un pequeño rincón de la vida de mi padre. Nunca ha tenido nada propio. Yo quiero hacer algo más con mi vida, y en eso no va incluido el matrimonio y una familia.
– ¿Y qué hay de malo en el matrimonio y la familia?
– Nada -suspiró-. Te lo advierto, no te acerques mucho a mi padre. Antes de que te des cuenta, hará que nos casemos y le demos un nieto cada pocos años -trató de contener su frustración-. Soy buena en mi trabajo. Soy muy buena y me merezco la oportunidad de dirigir algún día esta empresa. Y voy a hacer lo que sea necesario para que él se de cuenta de ello.
Dio media vuela y se dirigió hacia su despacho. No había trabajado tan duramente esos últimos dos años para dejar que apareciera un hombre y se interpusiera entre su futuro y ella. Kel Martin se marcharía de su vida en dos días y ella continuaría como antes. Pero mientras pensaba eso, percibía que su vida ya no seria igual.
– No juego al golf -insistió ella-. No se me da bien. Pensé que ya lo tendrías claro. He necesitado treinta y siete swings para llegar hasta aquí.
– Golpes -corrigió él con una sonrisa, mientras la veía debatirse con el palo. Después de todo, la había engañado para que lo acompañara.
Sam Scott había planeado unirse a Kel, pero en el último instante había tenido que atender una conferencia telefónica. Había insistido en que Darcy acompañara a Kel en su lugar y de inmediato ella se había negado.
Pero en el momento en que Kel había tratado de reprogramar la partida con su padre, mágicamente había aceptado. Era obvio que no quería que pasara más tiempo con Sam Scott.
Aunque se había reído ante sus errores y por lo general había mostrado un gran espíritu, era evidente que Darcy no había dormido mucho la noche anterior, aunque no por culpa suya. Su padre la había mantenido ocupada casi todo el día, y luego había insistido en que cenaran juntos. Según le había contado ella, se habían quedado trabajando en la habitación de él hasta las tres de la mañana.
– ¿No podemos probar otra cosa? -preguntó Darcy-. Hay cosas tanto más interesantes que hacer que perseguir esta estúpida bola por la hierba.
– Intenta un hoyo más. Yo te ayudaré -se situó detrás de ella.
– Relajar las caderas -murmuró. Meneó el trasero, apoyándose contra Kel hasta establecer un contacto directo con su entrepierna-. Eso esta bien. Creo que ya empiezan a relajarse -se meneó un poco más-. Oh, está muy bien.
Kel la sujetó con firmeza.
– Darcy, para.
En esa ocasión, ella se inclinó insinuante mientras pegaba el trasero contra su delantera, subiéndosele levemente la pequeña falda de golf.
– Creo que ya lo siento -dijo con tono juguetón-. ¿Así está mejor?
Kel no podía controlar la situación. Bajó la vista a la creciente erección que tenia en la parte frontal de sus pantalones.
– Tienes razón, esto ha sido un error.
Darcy se volvió, le rodeó el cuello con los brazos y le dio un beso en los labios.
– Me alegro de que al fin coincidas conmigo. Y si ahora vienes conmigo, podemos desnudarnos para divertirnos de verdad.
Kel apoyó la frente contra la de ella y la miró a los ojos.
– No podemos pasar todo el tiempo en la cama, Darcy. ¿No quieres algo más? ¿Algo…normal?
Ella suspiró, apartándose.
– ¿Por qué tenemos que hablar de esto ahora? ¿No podemos simplemente disfrutar? Sólo nos queda un día juntos. Y con mi padre aquí, ¿quién sabe cuánto tiempo tendremos?
– Es adonde quiero llegar -indicó Kel-. Pensaba que podríamos pasar una agradable mañana juntos, haciendo algo más que rodar en mi cama.
– No hay nadie más con quien prefiera pasar mi tiempo. Pero no somos una pareja normal -expuso-. Solo nos estamos divirtiendo… ése fue el acuerdo.
– Tienes razón -convino él con sequedad-. No dejo de olvidar el acuerdo.
– Y ahora estás enfadado -repuso Darcy-. Lo siento. Parece que desde que llegó mi padre no hacemos otra cosa que pelear.
– ¿A qué le tienes miedo? -quiso saber él.
– A nada -regresó a la salida del hoyo, recogió su pelota y se dirigió al cochecito eléctrico.
Kel se afanó por plasmar sus sentimientos en palabras, pero eso nunca había sido su fuerte. Desde que se había enredado tanto con Darcy, ya no sabía cómo manejar la situación.
Su instinto le decía que se aferrara a ella y no la dejara ir. Al principio sólo habían sido los fuegos artificiales sexuales. Era tan grato tocarla, perderse dentro de ella… Pero a cada minuto que pasaban juntos, las cosas dentro de él comenzaban a cambiar.
Por desgracia, había logrado enamorarse de una mujer que no sentía absolutamente nada por él… al menos nada que reconociera. Parecía estar perfectamente contenta con continuar como hasta el momento, disfrutando del tiempo que pasaban en la cama antes de regresar a la vida que había llevado hasta que él apareciera por el Delaford.
Era extraño cómo se habían invertido los papeles. Quizá firmar la oferta por la casa de Crystal Lake no había sido la mejor idea, pero tenía que creer que había una oportunidad para ellos.
– ¿Por qué no vuelves con el cochecito y yo termino el hoyo? -sugirió, reacio a seguir luchando con ella-. No me vendría mal el ejercicio.
Ella le dedicó una mirada extraña.
– ¿Te veré más tarde?
Si alguna vez había esperado salir de ese enredo sin arrepentimientos, entonces tendría que establecer distancia entre Darcy y él… a partir de ese momento.
– No lo sé.
– Siempre podría acompañarte -sugirió ella-, y ver cómo juegas. Quizá así aprendiera algo.
Él se encogió de hombros. Al menos estaba dispuesta a hacer concesiones. Era un paso en la dirección adecuada.
– De acuerdo -aceptó.
Ella se sentó ante el volante y lo observó dar un golpe para salir del tee.
– Mueve esas caderas -le gritó Darcy.
Kel lanzó un drive estupendo, cayendo en el centro de la pista, y Darcy acercó el coche hasta él. Justo cuando iba a subir, vio que otro cochecito se dirigía hacia ellos a toda velocidad. Reconoció al botones del hotel.
– ¿Señor Martin? Señor Martin, tengo una llamada de urgencia para usted.
Darcy se irguió.
– ¿Una urgencia?
El botones le pasó a Kel un teléfono móvil.
– Es el señor Waverly.
Kel se volvió hacia Darcy.
– Mi agente -explicó-. Cada vez que llama, es una urgencia -aceptó el teléfono y la miró con expresión tranquilizadora-. No te preocupes. Seguro que no es nada.
La voz de su agente crepitó en la débil conexión.
– Kel. Tengo noticias.
– Ahora mismo estoy jugando al golf, Ben. ¿No puede esperar?
– Kel, quieren traspasarte. A Atlanta. Acabo de recibir una llamada del club. Tienes que volar allí y someterte a una revisión física. Quieren saber qué pasa con el hombro antes de firmar. Vas a tener que tomar una decisión, Kel, y deprisa.
– Deja que vuelva al hotel -repuso-. Te llamaré desde allí -cortó la llamada y le devolvió el aparato al botones.
– ¿Va todo bien? -preguntó Darcy.
– En realidad, no -murmuró. Miró alrededor-. Deberíamos volver. He de ocuparme de esto y no puedo hacerlo desde aquí.
– Cuéntame -murmuró ella, los ojos llenos de preocupación-. Si sucede algo, me gustará ayudarte.
Kel hizo una mueca y se frotó la nuca, tratando de aliviar la tensión que siempre surgía con las llamadas de su agente. Al menos si se retiraba, ya nunca tendría que tratar con Ben Waverly.
– ¿Lo harías? Vamos, Darcy, eso no es parte de nuestro acuerdo -comentó con sarcasmo-. No querría que tuvieras que fingir que te importaba.
– ¿Por qué te has obsesionado tanto con nuestro acuerdo? Se suponía que iba a ser sencillo, ¿no?
– Pero no lo es. Se ha enredado y complicado, y ahora tú quieres dar carpetazo y huir.
– ¿Y tú no? -demandó Darcy.
– Puede que no -señaló hacia la sede del club-. Conduce.
Lo miró de reojo mientras traqueteaban por la hierba.
Él miraba al frente, tratando de contener su frustración. Habría sido demasiado perfecto conocer a la mujer de sus sueños justo días antes de retirarse. Quizá buscaba algo que no existía por temor a los cambios que estaban teniendo lugar en su vida.
– Era mi agente -explicó-. Me han vendido a Atlanta.
Darcy se quedó boquiabierta.
– ¿Atlanta? Pero eso esta en la otra punta del país.
– Sí, al menos la última vez que miré el mapa -estudió su expresión y luego respiró hondo. ¡Y un cuerno que a ella no le importaba! Durante un momento, lo vio ahí, en su expresión-. Iba a retirarme, pero ahora pienso que tal vez pueda sacarle unos pocos años más a mi brazo. Quieren verme en unos días.
– ¿Vas a ir?
Kel sabía que no debería jugar con sus emociones. Pero si era la única manera de poder evaluar sus sentimientos, la emplearía.
– Es una opción que debería explorar. Si no quieren meterme en la rotación regular del equipo, podría llegar a esquivar el quirófano. Probablemente significaría un recorte en mi sueldo, pero eso no me importa.
– Entonces, ¿te irás a Atlanta? -insistió Darcy.
– ¿Qué crees que debería hacer?
Ella movió la cabeza y forzó una sonrisa.
– Lo que yo piense no importa.
– Sí, supongo que tienes razón. No marca ninguna diferencia lo que tú pienses porque en realidad no te importa.
– Eso no es verdad -murmuró a la defensiva-. Te echaría de menos. Te echaré de menos… cuando te marches, si es que te vas de San Francisco. Mucha gente lo hará -se detuvo delante del club, y luego se volvió hacia él-. Mientras vas a ocuparte de tus asuntos, yo me ocuparé de los míos. Llevo esperando hablar con mi padre y creo que éste es el momento perfecto.
– Correcto. Tengo que tomar algunas decisiones importantes.
El único problema era que su cabeza le decía que hiciera una cosa y su corazón lo opuesto. Quería creer que Darcy y él tenían un futuro, aunque no estaba seguro de disponer del tiempo suficiente para hacerla cambiar de idea.