Darcy miró la tercera taza de café que tomaba en el restaurante mientras esperaba que la cafeína actuara. Asolada por pensamientos de Kel, apenas había dormido unas horas. En su cabeza remolinearon el remordimiento, la confusión, la frustración, hasta que se vio obligada a levantarse de la cama y encontrar algo que la calmara. El cuarto kilo de trufas que se había comido a las cuatro de la mañana no había ayudado en nada. En cuanto asomó el sol, había aceptado la derrota y se había metido en la ducha.
Había hecho lo correcto, llegar y huir. Entregarse a una noche entera de placer no alteraría los hechos. Aunque el sexo había sido rápido, seguía siendo el mejor que había tenido en cinco años.
Con una simple caricia, él había eliminado todos los temores e inhibiciones que siempre había tenido con los hombres. Su cerebro se había desactivado y le había liberado el cuerpo para disfrutar de cada sensación maravillosa. Quizá la libertad surgía porque sabía que sólo estaba de paso por su vida. Le haría el amor y luego se marcharía. Después de todo, ¿qué arriesgaba?
Bebió un sorbo de café.
Se sentía como si le hubiera tocado la lotería sexual. Un orgasmo de un millón de dólares con un único intento. En ese momento, lo único que deseaba hacer era comprar otro billete, y otro y otro, y al cuerno las probabilidades y los riesgos.
Si cerraba los ojos, podía recordar el milagro de tenerlo en su interior. Pero ese pequeño desvío a la pasión se había acabado.
Su curiosidad se había visto mitigada y era hora de seguir adelante.
– Parece que te han estado arrastrando detrás de un autobús -Amanda se sentó en la silla frente a Darcy-. ¿Has dormido algo?
– Un poco -reconoció.
– He comprobado el registro y visto que Míster Béisbol sigue con nosotros. ¿Hablaste con él? -volvió a mirarla y se percató de lo somnolienta que se veía Darcy-. Aguarda…no vayas por ahí. Oh, no, no lo hiciste.
Darcy se limpió los labios con la servilleta, con la esperanza de ocultar la sonrisa que no quería desaparecer.
– No era mi intención, pero no pude remediarlo. Al menos ya puedo dejar de contar. La sequía se ha terminado.
– ¿Y ahora comienza la temporada de los tifones? ¡Te has acostado con un huésped!-exclamó Amanda-. ¿No dimos un seminario sobre eso?
– Técnicamente, no es un huésped. Es un viejo amigo que da la casualidad de que se hospeda en el Delaford.
– Ah, ahora sois amigos.
– De acuerdo, no somos amigos, pero nos… conocemos bien -Darcy gimió y enterró la cara en las manos-. No quiero hablar de esto.
– No me importa. Voy a quedarme aquí sentada hasta que me cuentes todos los detalles -cruzó los brazos.
– Esperaba que fuera mal -comenzó Darcy-. La verdad, lo esperaba para poder olvidarlo al fin. Por eso seguí adelante con toda la seducción, para demostrarme que no podría estar a la altura del recuerdo.
– ¿Y?
– Y en cuanto comprendí que sería incluso mejor, me fue imposible marcharme. Estábamos… consumidos. Y ahora voy a dedicar los próximos cinco años a pensar en lo de anoche. Siento como si me hubiera succionado un agujero negro de frustración sexual.
Con expresión pensativa, Amanda eligió un croissant de la fuente que había sobre la mesa.
– Bueno, hay una manera de salir. Podrías pasar una o dos noches más con él. Quizá toda la semana -dio un mordisco al extremo y masticó despacio.
– ¿Y cómo ayudaría eso?
– Tarde o temprano, se caerá de ese pedestal de sexo al que lo has subido y hará algo típicamente masculino.
– ¿Cómo qué?
– ¿Tengo que ser específica? Cariño, al final, todos son iguales. Se olvidarán de limpiar las uñas de los pies que se han cortado en el cuarto de baño y esperarán que lo hagas tú, todos piden hacer un trío con el bombón del apartamento de al lado, esperando que te domine una locura temporal y aceptes. Lo llevan grabado en las hormonas. Si eres paciente, ya lo verás.
Darcy movió la cabeza con melancolía.
– Pensé que cuando encontrara a un hombre al que deseara tanto como deseo a Kel, estaría enamorada. Que disfrutaría de un gran romance, cautivada por algún Príncipe Encantado sexualmente aventurero.
– Todas queremos eso, Darcy. Pero el Príncipe Encantado por lo general es terriblemente aburrido en la cama. Su hermano perverso, el Duque de la Depravación, es quien te hace ver las estrellas. Algunos hombres están hechos para casarse y otros para pasarlo bien con ellos. Creo que Kel Martin cae en esta última categoría. Divertido, un poco peligroso, pero no hecho para un consumo diario.
– ¡Y ésa es exactamente la forma en que ellos piensan de nosotras! -exclamó Darcy-. Están las chicas con las que te casas y las chicas con las que juegas.
– Al menos sabes donde estás con el Duque, ¿no? Sólo es sexo -Amanda suspiró, se bebió el zumo de arándanos de Darcy y se puso de pie-. He de irme. Su Alteza viene hacia aquí.
Darcy giró en la silla y vio que Kel se aproximaba. Llevaba una camisa azul suave, unos pantalones caqui y unos mocasines. Aún lucía el pelo mojado por la ducha y no se había molestado en afeitarse, lo que le daba un aire todavía más peligroso.
Cuando llegó a su mesa, se sentó en la silla que acababa de dejar libre Amanda, le dio la vuelta a una taza y se sirvió un café.
– Buenos días -saludó alegre.
– Buenos días -repuso Darcy.
– Se te ve preciosa esta mañana -dijo después de beber un sorbo.
– Para -pidió ella. No podía estar diciendo la verdad. Al llegar a su habitación, había dado vueltas en la cama casi toda la noche, antes de darse una ducha para ir a la reunión con el personal de todos los días a las ocho. Tenía ojeras y se había recogido el pelo en una coleta.
Amanda tenía razón. Parecía como si la hubieran arrastrado detrás de un autobús-. No hace falta activar el encanto a estas horas.
– Al despertar, no estabas allí -comentó él.
Darcy frunció el ceño.
– Me viste marchar.
– En realidad, no me gustó esa parte de la noche -comentó él.
– Creía que ése era el trato.
Él frunció el ceño.
– ¿Teníamos un trato?
– Como la última vez. Todo era de sexo, nada más.
Kel la miró largo rato y movió la cabeza.
– ¿De qué diablos estás hablando?
De pronto ella sintió el estómago revuelto y, aterrada, se preguntó si se habría equivocado. Había dado por hecho que él recordaba la última noche que habían pasado juntos en San Francisco. Que en silencio habían acordado que eso ya había pasado una vez y que estaba a punto de repetirse. Pero quizá se había equivocado.
– Sabes de qué estoy hablando.
Él le cubrió la mano con la suya.
– ¿Estás enfadada conmigo? Espero que no, porque pensaba que quizá quisieras que pasáramos algo más de tiempo juntos -ella apartó la mano-. ¿Juegas al golf? -le preguntó-. Podríamos jugar hoy o dar un paseo. Tengo entendido que por aquí hay unos viñedos estupendos.
Darcy se puso de pie y tiró la servilleta sobre la mesa. Estaba harta de ese juego.
– ¿Me estás diciendo que no recuerdas la noche que pasamos en San Francisco? ¿El bar de Penrose, la botella de champán, el ascensor? Eras nuevo en la ciudad, yo necesitaba una copa para relajarme y terminamos desnudos en tu habitación.
Una lenta sonrisa reemplazó la expresión seria de Kel.
– Recuerdo aquella noche muy bien -bebió un sorbo de café.
– Entonces, ¿por qué fingiste que no la recordabas? -demandó Darcy.
– Hasta que tú lo mencionaste, no estaba seguro de que tú la recordaras, así que no te muestres tan ofendida.
Darcy no supo qué decir. Su indignación se disolvió despacio, sustituida por la inquietante sensación de que lo que habían iniciado la noche anterior no se había acabado. Volvió a sentarse.
– ¿Y ayer me reconociste en la tienda de chocolate?
– Nada más verte. ¿Por qué crees que estoy aquí, Darcy? Los spa nunca me han interesado.
– No se si te interesan o no, pero lo que pasó anoche no se va a repetir.
Con gesto distraído, entrelazó los dedos con los de ella.
– ¿Por qué no? Desde luego, a mí me encantó, igual que a ti, a menos que… -rió entre dientes-. ¿Lo fingiste, Darcy?
– No -trató de no pensar en el modo en que su dedo pulgar le acariciaba el interior de la muñeca.
– Entonces, ¿te lo pasaste tan bien como yo?
Se irguió y retiró la mano.
– Eso depende de lo mucho que lo disfrutaras tú -dijo.
– Un montón -sonrió-. Más de lo que creía posible en tan breve espacio de tiempo. ¿Por qué negarnos esa clase de placer?
– ¿Qué estás sugiriendo? ¿Que sigamos adelante juntos hasta… que tú decidas irte? -la posibilidad debería haberle parecido impensable, pero la verdad era que le resultaba extrañamente fascinante. Una semana de sexo fabuloso con un hombre devastadoramente atractivo. ¿Qué más podía pedir una chica?
Sintió un escalofrío.
– De modo que estaremos juntos el tiempo que te quedes aquí y luego regresaremos a nuestras respectivas vidas, sin ataduras -le dio vueltas a la cuchara de café mientras reflexionaba en la oferta.
– Suena bien -convino él-. Con el entendimiento de que nuestro tiempo empezará a partir de ahora.
– Lo pensaré -murmuró ella.
– Ah, no hagas eso -se reclinó en la silla y movió la cabeza-. Debería ser una decisión sencilla, Darcy. O me deseas o no me deseas. No pienses. Actúa.
– ¿Quién murió y te nombró Yoda? Hay un montón de cosas que considerar en esta situación.
– ¿Como cuáles? -antes de que ella pudiera hablar, continuó-: Así es como lo veo yo. Parece que sentimos una atracción el uno por el otro. No termino de entenderlo, y desde luego me gustaría. El problema es que no puedo estar en la misma habitación que tú sin querer arrancarte la ropa y besar tu cuerpo desnudo. Así que sugiero que nos ocupemos de eso.
– Tengo un trabajo que desempeñar aquí -dijo-. Mi padre viene el fin de semana para realizar una inspección y tengo un millón de cosas que acabar antes de que llegue.
– Pero apuesto que ninguna de ellas tan divertida como yo -se adelantó y le subió el mentón con el dedo pulgar. La besó con suavidad, y su lengua apenas le rozó los labios.
Dios, debería poder resistirlo si lo quería. Después de todo, sabía que había dedicado años a afinar su talento com un montón de mujeres. Para Kel Martin, ella no era más que otra mujer de una larga cola a la que tumbar en la cama.
Entonces, ¿qué le pasaba? Mientras no se involucrara emocionalmente, podría pasar una semana fabulosa con él. Terminar cada día en sus brazos, en su cama, sería una maravillosa decadencia. Y ¿no merecía un poco de placer en la vida?
– He de ir a trabajar -dijo-. Te veré esta noche y te comunicaré lo que he decidido.
– Te estaré esperando -dijo él mientras Darcy se marchaba.
Darcy miró el reloj de pared y se impulsó desde el borde de la piscina. Medianoche. Había pasado todo el día pensando en Kel, y nada que hiciera podía apartarle la mente de la noche que habían compartido.
Flotó boca arriba y contempló el techo de la piscina cubierta. El reflejo de las luces submarinas remolineaba en un patrón sosegado encima de ella. Cerró los ojos. Nadar siempre la agotaba. Cada vez que se enfrentaba a una noche insomne, cuando tenía la mente dominada por las preocupaciones del negocio, iba a la piscina a nadar hasta que la mente se le despejaba y el cuerpo se le relajaba.
Resistirse a Kel Martin era lo que realmente le preocupaba. La tentación de ir a su habitación era casi abrumadora.
Nadó hasta el extremo opuesto de la piscina, donde un enorme ventanal daba a los terrenos del hotel. Fuera, la luna llena flotaba baja sobre el horizonte y un viento fresco sacudía los pinos altos. Al girar como una experta nadadora, captó la visión de una figura que cruzaba la ancha terraza de piedra. Mientras iniciaba otro largo, pensó que sería alguien de mantenimiento.
Pero al regresar a ese extremo de la piscina, vio a Kel de pie. Llevaba una camiseta vieja y unos vaqueros desteñidos. Estaba descalzo y con el pelo revuelto, como si acabara de levantarse de la cama.
– La piscina está cerrada -indicó, agarrándose al borde y subiendo las rodillas hasta el pecho.
Él se pasó los dedos por el pelo.
– No podía dormir. Demasiadas cosas en la cabeza.
– ¿Cómo sabías dónde encontrarme?
– En la recepción me dijeron que a veces nadabas tarde. Pensé en comprobarlo.
Vio los ojos de Kel bajar de su cara a sus pechos.
– Cuando dejes el béisbol, deberías considerar iniciar una carrera como investigador privado -le dijo.
– Puede -se puso en cuclillas delante de ella, con los codos apoyados en las rodillas-. Tengo que encontrar algo que hacer conmigo bastante pronto -movió la cabeza-. Ya casi estoy acabado para el béisbol.
Sus palabras fueron tan directas, que ella sintió como si le hubieran abierto una ventana al verdadero Kel Martin por primera vez.
– ¿Cómo te sientes ante eso?
Él se encogió de hombros.
– Aún no lo sé. Eres la primera persona a la que se lo he comentado. Se suponía que debía operarme al acabar la temporada y no lo he hecho.
– ¿Por qué no?
– Otra operación de hombro, un año de rehabilitación, todo por la oportunidad de un año más, dos como mucho. Y si no recuperaba el brazo, probablemente terminaría yendo de un equipo a otro. Pensé que quizá lo mejor era empezar con el resto de mi vida.
– ¿No es el béisbol tu vida?
Kel movió la cabeza.
– Eso creía, pero ahora sé que no. Me ha ido muy bien. Mi brazo ha durado más tiempo que el del noventa y cinco por ciento de jugadores de la liga.
– ¿Lo echarás de menos?
– No es real… el dinero, la fama, las mujeres. Desde el principio sabía que no era real, pero los últimos años empezaba a parecer…una vida normal, y eso me asustó.
– ¿Y qué harás ahora?
– Las cosas que un chico hace tarde o temprano. Matrimonio, una familia -rió entre dientes-. Pero ahora mismo, sólo pienso en nadar.
Se incorporó y se quitó la camiseta. Realmente tenía un cuerpo fantástico, fibroso pero musculoso, con unos hombros anchos y una cintura estrecha.
– La gente te recordará -dijo, tratando de distraerse de mirarlo-. Tú… tuviste un partido perfecto, lograste que nadie bateara tus pelotas. La gente recordará eso.
– No sabía que habías seguido mi carrera.
Darcy se apartó del borde y nadó hasta el centro de la piscina.
– Aún aparecías en los periódicos. Costaba pasarte por alto.
– Seguiste mi carrera -repitió él.
– ¿Y qué si lo hice?
– Eso me gusta -dijo-. Me gusta saber que pensaste una o dos veces en mí en los cinco años que hemos estado separados.
– Mas de una o dos veces -reconoció.
– Yo también -corroboró el-. Pensé en ti bastante.
Lo observó desde el agua mientras se bajaba la cremallera de los vaqueros y procedía a quitárselos. Había esperado ver un bañador, pero no se había molestado en ponérselo.
– No… no has traído un bañador -tartamudeó, exponiendo lo obvio.
– No planeaba nadar -indicó, plantándose desnudo ante ella.
– Oh, no. Yo dirijo este hotel. Si alguien entrara y me encontrara desnuda en la piscina, con un hombre desnudo, el personal jamás dejaría de hablar de ello. Si te vas a meter, yo saldré.
Kel se acercó al borde de la piscina y se zambulló perfectamente, nadando hasta el centro. Emergió delante de ella, agarrándola de la cintura al hacerlo. Darcy gritó y trató de alejarse, pero él se lo impidió.
– No me es posible tener suficiente de ti -con suavidad le bajó una tira del traje de baño, besándola en el hombro-. ¿Por qué?
– ¿Estás tan loco?
Él le capturó la boca, introduciéndole la lengua en un certero asalto.
– Creo que se debe al chocolate que he estado comiendo -llevó la boca cerca de su oreja-. ¿Has estado comiendo chocolate? Porque tienes un sabor delicioso.
– Puede que haya comido unas pocas piezas -admitió.
Le bajó la otra tira, revelando la parte superior de sus pechos. Tiró con algo más de tesón y el traje quedó a la altura de su cintura.
– Eso está mucho mejor.
Ella lo miró fijamente. Toda su resolución desapareció en cuanto él la tocó. ¿Para qué oponerse? Con sonrisa resignada, bajó el traje mas allá de sus caderas y con los pies se desprendió de él.
– ¿Satisfecho?
– Aún no, pero lo estaré -bromeó-. Y tú también.
– ¿Qué vas a hacer conmigo?
Le pegó el cuerpo desnudo contra el suyo.
– Hoy te he echado de menos.
Darcy gimió suavemente y ladeó la cabeza.
– ¿Por qué insistes en torturarme?
– Porque pareces disfrutarlo mucho -se retiró y trazó la forma del labio inferior con el dedo-. Lo disfrutas, ¿verdad, Darcy?
Kel aguardó una respuesta. Necesitaba saber que lo deseaba tanto como él a ella. Se preguntó si se hallaba dispuesta a admitirlo.
Le coronó la cara con las manos y la besó, invadiéndole la boca con la lengua mientras le acariciaba el cabello.
– Dime que me deseas -murmuró Darcy sobre sus labios-. Quiero oírtelo decir.
– Claro que te deseo -respondió, moldeando el cuerpo contra el suyo mientras le rodeaba la cintura con las piernas, sintiendo cómo su erección la rozaba de forma insinuante. Le encantó la sensación de los cuerpos desnudos tocándose bajo el agua.
– Si lo hacemos aquí, uno de los dos terminará ahogado -comentó él.
Darcy aflojó las piernas de su cintura.
– Entonces, ven conmigo -murmuró.
Nadó hacia el extremo de la piscina y subió las escaleras hasta la cubierta, volviendo la cara para mirarlo, sin importarle su desnudez.
Recogió una toalla de un montón que había en una cesta próxima con una «D» bordada en un extremo y se envolvió con ella.
Luego observó cómo Kel la seguía.
La visión de esa lanza, dura y preparada, la recorrió con un escalofrío. Esa noche era suyo, para disfrutar de él el tiempo que quisiera. Sacó otra toalla y se la llevó, frotándolo despacio al tiempo que besaba la piel que había secado.
Kel cerró los ojos, disfrutando de esa seducción leve, y por primera vez Darcy se dio cuenta del poder que tenía sobre él. Sí, podía seducirla, pero ella podía hacer lo mismo con igual facilidad. Le pasó la toalla alrededor del cuello y lo acercó para otro beso, mientras el deseo de Kel presionaba con fuerza su estómago, duro y caliente.
Bajó la mano y lo tocó; Kel contuvo el aliento. Luego, se apartó de él y caminó hacia el spa. Quería devolverle parte del tormento que él le había infligido.
Cada una de las duchas de vapor con paredes de mármol eran como pequeños cuartos, con cabezas de ducha en tres de las cuatro paredes y un banco bajo en un lado.
Darcy dejó caer su toalla, luego entró y abrió el agua, ajustando la temperatura. Un momento más tarde, Kel se unió a ella, agarrándola de la cintura y pegándole la espalda contra la pared.
Permanecieron bajo la cascada de agua, besándose, riendo, explorándose lentamente los cuerpos. Ella le pasó los dedos por la cicatriz de su hombro y la besó, como si de algún modo eso pudiera mejorarla.
– Eres tan hermosa… -susurró Kel. Le coronó un pecho con una mano y se inclinó para succionarle con suavidad el pezón.
– Mi parte de arriba es insignificante.
Él movió la cabeza. Le cubrió los pechos con las palmas de las manos y con los dedos pulgares le puso duros los pezones.
– Eres perfecta tal como eres -afirmó-. ¿Ves como encajamos? -se irguió y la pegó a él, con la mano firme sobre su cadera-. Como si estuviéramos hechos el uno para el otro -bajó el dedo y se lo deslizó dentro-. ¿Lo ves? -murmuró-. Perfectos.
Darcy contuvo el aliento mientras él entraba y salía, excitándola y llevándola cerca de la liberación. Pero el momento no iba a centrarse en ella, al menos todavía no. Le apartó la mano y la posó sobre su propio cuello.
– Creo que es hora de que yo te torture un poco.
– Por favor, hazlo -levantó las manos en burlona rendición.
Ella le dio un beso en la boca, y luego bajó más y más los labios, por el torso hasta su vientre. Después, arrodillándose delante de él, introdujo el miembro viril despacio en la boca. Kel gimió, cerrando los dedos sobre el cabello mojado de Darcy en un intento por controlarla.
El agua parecía potenciar la experiencia de entrar y salir de su boca. A medida que lo aproximaba al vacío, Kel la instó a parar con una mano en la cabeza.
Pero Darcy necesitaba su rendición, quería sentirla y probarla. Al final, con un gruñido frustrado, él se inclinó y la puso de pie.
– No podemos quedarnos aquí -dijo con voz entrecortada-. No tenemos preservativos.
– No necesitamos ninguno.
La miró confundido.
– ¿Estás segura?
– Yo me ocuparé de ti -dijo, acariciándole los abdominales.
– Pero quiero estar dentro de ti.
– Lo harás. Cierra los ojos.
Obedeció y Darcy comenzó a acariciarlo lentamente.
– ¿Te gusta? -murmuró ella-. Dime.
– Oh, Dios -gimió Kel-. No puedo hacer esto.
– Claro que puedes -instó Darcy-. Sólo dímelo.
El guardó silencio un momento largo.
– Estás cálida… y mojada. Y tan compacta que… -contuvo el aliento-. Es como si fuera parte de ti. Estas toda a mi alrededor… y es…realmente increíble -calló al rendirse a su contacto.
Darcy prestó atención a las pistas que le dio su cuerpo, la aceleración de su respiración, la tensión de los dedos en sus hombros.
– Quiero que tengas el orgasmo conmigo -murmuró Kel, bajando la mano para tocarla entre las piernas. Deslizó el dedo por los suaves pliegues de su sexo.
Ella sonrió y aminoró el ritmo para poder alcanzarlo. Era tan agradable tocarlo, compartir su cuerpo con él, disfrutarlo sin miedos ni vacilaciones… Con Kel, el sexo era tan sencillo… solo pasión, lujuria y deseo y nada más. No tenía que pensar en su pasado y en su futuro. Por el momento, era suyo y lo tendría siempre que quisiera.
Llegaron juntos al clímax, temblando en el contacto del otro hasta que ambos quedaron extenuados. Luego, Kel la introdujo con delicadeza en la ducha y los lavó a ambos. Darcy se hallaba tan relajada que apenas podía tenerse de pie y se apoyó en él, rodeándole el cuello con los brazos.
– Llévame a la cama -dijo ella.
La envolvió en uno de los albornoces que colgaban al lado de cada ducha y luego se puso uno él. Kel recogió la ropa que había dejado al lado de la piscina y sacó la llave de la habitación de los vaqueros. Antes de llegar al vestíbulo, subió la capucha del albornoz de Darcy para ocultarla a los ojos del personal que pudieran encontrarse.
Cuando llegaron a su habitación, la ayudó a quitarse el albornoz y la arropó.
Podrían haber hecho el amor. Pero a cambio charlaron abrazados, contándose cada detalle de las aventuras de la infancia y de los primeros amores. Pero con cada detalle que Kel le daba, ella sentía como si ya lo conociera.
En su corazón, lo había conocido desde el primer momento en que se vieron. Y todo lo que le contaba en ese momento no era más que la confirmación del hombre que sabía que era… un hombre que quizá jamás dejara de desear.