– Como puede ver, la cocina necesita unos retoques. Unos armarios y electrodomésticos nuevos harían maravillas. Pero la distribución es fantástica y espaciosa.
– No cocino mucho -Kel se acercó al fregadero. Abrió el grifo para comprobar la presión del agua y luego lo cerró. Una ventana encima del fregadero daba a Crystal Lake y al largo césped que conducía hasta el agua-.¿Hay embarcadero? -inquirió.
La agente inmobiliaria asintió.
– Y una antigua caseta para botes, original de la propiedad. Y hay un precioso mirador victoriano justo detras de los árboles.
– Creo que encajaré a la perfección -señaló la ventana-. Bajaré al lago. Vuelvo en unos minutos.
– Tiene una extensión de tierra de treinta metros -indicó ella-. También dispone de una playa arenosa. Y también han construido una bonita terraza de piedra.
Kel atravesó la puerta y bajó al jardín. No había esperado que le gustara el primer lugar que viera. Ni el segundo o el tercero. Pensó que le costaría bastante encontrar una casa.
Al llegar al agua, subió al embarcadero desvencijado. El lago estaba hermoso, en calma y sereno, con el sol centelleando en su superficie. A lo lejos, un pescador se mecía en su embarcación. Saludó a Kel y éste le devolvió el gesto.
– Podría vivir aquí -musitó, estudiando la vista. Podía imaginar a sus parientes yendo a visitarlo, la casa enorme llena con sus sobrinos, pasando los días perezosos en el agua. West Blueberry Lane no sería una mala dirección en la que vivir.
La agente aún lo esperaba en la cocina. Le abrió la puerta y él entró.
– Bueno, ¿qué le parece? -le preguntó.
– ¿Cuánto tiempo lleva en venta? -preguntó.
– Cinco semanas. Hay que cambiarle las tuberías, junto con el tejado, y quizá eso esté asustando a la gente. Creo que tiene un precio un poco elevado. También que puede llegar a venderse pronto. Hay una mujer en la ciudad que ha estado pensándose seriamente hacer una oferta. Así que si está interesado, probablemente debería realizar una antes que ella. Y conozco un banco que tramitará los detalles con rapidez.
Él asintió. Si la agencia sabía quién era él, ella no lo demostraba. La financiación no era un problema, mientras quisiera la casa. Pero se trataba de una decisión importante. Comprar una casa en Austell significaba que iba a empezar su vida después del béisbol… y que lo haría a unos pocos kilómetros de Darcy Scott.
– Hagamos una oferta -dijo Kel-. Ofrezca lo que piden, sin regatear.
La mujer se quedó boquiabierta.
– ¿Nada? ¿Y la financiación?
Él movió la cabeza.
– Puedo pagar en efectivo -indicó-. Voy a realizar un último recorrido, si no le importa.
Aturdida, ella le estrechó la mano y Kel regresó al salón. Quizá estaba siendo demasiado optimista, pero no albergaba ninguna duda de que ahí podría encontrar la paz y la tranquilidad que siempre había anhelado.
Avanzó por el pasillo hacia el dormitorio principal. Trató de imaginarlo recién pintado y decorado, con una cama cómoda. Podía verlos a los dos, acurrucados en la cama un domingo por la mañana. Él preparando el desayuno y pasando el día leyendo el periódico y haciendo el amor. Movió la cabeza. Era gracioso cómo la imagen incluía automáticamente a Darcy. ¿Desde cuándo se había convertido en una parte permanente de su futuro?
Mientras pasaba por los otros dormitorios, pensó en una familia. Siempre había sabido que el matrimonio y los niños no serían una elección apropiada mientras jugara… aunque nunca había encontrado una mujer con la que quisiera casarse. Su carrera de béisbol había ocupado casi toda su energía, dejándolo con poco que ofrecer para compartir. Pero en ese momento disponía de más tiempo, tiempo para encontrar a la persona adecuada.
Salió por la puerta delantera y le echó un último vistazo a la fachada de la casa. Podría ser feliz allí, con o sin Darcy. Pero reflexionó que con ella sería mucho mejor.
Subió al coche y recordó su misión inicial. Comprar preservativos. Había visto una tienda Price Mart justo a las afueras de la ciudad. Aparcó en el aparcamiento casi lleno y antes de bajar se puso una gorra de béisbol, con la esperanza de que sumada a las gafas de sol, lo ayudara a ocultar su identidad. Y más cuando no iba a comprar una tostadora, sino preservativos.
Fue directamente a la zona de la farmacia y buscó entre las estanterías hasta encontrar la marca habitual que usaba. En el último momento, se decidió por una caja adicional, una que prometía un «aumento de placer» para la pareja.
Al llegar a la caja, sacó dinero de la cartera, con la intención de pasar lo más rápidamente posible. Pero delante tenía a una madre joven con un carrito lleno de pañales, que se demoraba buscando los cupones de descuento. Kel miró la caja de al lado y gimió para sus adentros.
La mujer que había en aquella cola trabajaba en el Delaford. La reconoció de verla varias veces en la recepción. Si no recordaba mal, se llamaba Amanda. La mirada de ella se posó en las cajas que sostenía en la mano y enarcó las cejas divertida.
Kel le dio la espalda y puso las cajas en la cinta transportadora. Logró pasar por el proceso de pagar sin que nadie más lo reconociera, pero Amanda lo esperaba una vez que había recogido su compra.
– ¿Planeas una noche especial? -le preguntó.
– ¿Es asunto tuyo?
– Soy amiga de Darcy -extendió la mano-. Amanda Taylor. No te molestes en presentarte. He oído todo sobre ti.
– ¿Sí? -se la estrechó.
– ¿Te apetece comer algo, quizá charlar un rato?
Kel se encogió de hombros y la siguió a un mostrador de comida situado cerca de la salida. Ella compró dos perritos calientes y le entregó uno antes de sentarse a una mesa pequeña situada en un rincón de la cafetería.
– Gracias -dijo él.
Ella asintió y mordió su perrito.
– Muy bien, Míster Béisbol, ¿qué intenciones tienes con Darcy? Quiero decir, sé que planeáis disfrutar de todo el sexo que sea posible antes de que te marches. Ella me lo contó. Pero aparte del sexo, ¿en qué estás pensando?
– ¿Darcy y tú habláis de mí? -murmuró.
– Somos excelentes amigas. Hablamos de todo.
– ¿Y qué dice de mí? ¿Qué siente sobre lo que está pasando?
Amanda lo miró fijamente.
– ¿Quieres que califique tu rendimiento en el dormitorio?
– ¡No! -exclamó-. Bueno, no a menos que Darcy haya hecho algún comentario. Supongo que no haría daño saberlo -maldijo en voz baja-. No, no quiero saber sobre mi rendimiento. Pero sí me gustaría saber lo que siente por mí.
Amanda apoyó los brazos en la mesa.
– No estoy segura de que deba involucrarme.
– Eh, tú me invitaste a comer -contrarrestó Kel.
– No creo que Darcy sepa lo que quiere. Y tener un sexo devastador y salvaje cada noche no va a ayudarla a descubrirlo. Quizá debieras darle un poco de espacio.
¿Devastador? Se preguntó si serían palabras de Darcy.
– Supongo que podría hacerlo -después de todo, acababa de decidir comprar la propiedad. Eso significaba que su relación no necesariamente iba a acabar en unos días-. Aunque es difícil estar lejos de ella -añadió.
– ¿Y eso?
– Porque realmente disfruto estando con ella. Y no se trata solo del sexo, porque si fuera necesario, podría pasar de eso, al menos durante un tiempo. Me gusta hablar con ella, mirarla, tomarla de la mano.
– No te estarás enamorando, ¿verdad? -preguntó Amanda.
– ¡No! -exclamó. Pero nada más responder, se dio cuenta de que no era del todo verdad-. No sé. Es complicado saberlo, ya que nunca antes me había sentido así. Por lo general… mantengo el control.
Después de lanzarle una mirada cautelosa, Amanda recogió su compra y se puso de pie.
– Quiero que sepas que si le haces daño, te romperé los dos brazos. No personalmente, pero conozco a algunos tipos que lo harían. Así que ve con cuidado.
– Lo haré.
– Alguien tiene que cuidar de ella.
Asintió mientras la observaba salir del local. Quizá algún día él llegara a ser esa persona. Pero si iba a enamorarse, desde luego no sucedería después de pasar unos días con una mujer. Hasta él sabía que hacía falta mucho más.
Cuando llamaron a la puerta de su despacho, Darcy alzó la vista esperando ver a Kel, pero quien entró fue Amanda. Sostenía un trapo mojado que goteaba.
– Pensé que debías ver esto.
Darcy frunció la nariz.
– ¿Qué es?
– Es tu traje de baño. Jerry lo encontró atascado en el filtro de la piscina. ¿Querrías explicar cómo llegó allí?
– Debió de caerse cuando nadaba la noche pasada -comentó con una risita suave-. Cuando nadábamos Kel y yo.
Amanda se sentó en uno de los sillones para invitados, colgando el traje sobre el reposabrazos del otro.
– Entonces, supongo que todo va bien, ¿no?
Darcy respiró hondo.
– Eso depende de cómo definas «bien». El sexo es fabuloso, Kel es el hombre más encantador que he conocido jamás, y desde que llegó no he podido dormir del tirón ni una sola noche. Cuando estamos juntos, me es imposible tener suficiente de él.
– ¿Y qué siente él? -inquirió Amanda.
– Se supone que eso no debe importarme. Decidí embarcarme en esta pequeña aventura con el fin de quitármelo de mi sistema.
– ¿Y cómo te funciona?
Suspiró.
– No puedo dejar de pensar en él -admitió. Abrió un cajón y sacó una caja nueva de chocolates de Dulce Pecado-. Le pedí a Olivia que pasara por la chocolatería cuando ayer estuvo en la ciudad. Prueba los caramelos recubiertos de chocolate. Están para morirse.
– Entonces, si las cosas van bien -continuó Amanda-, ¿por qué estás aquí sentada comiendo dulces?
– Hoy no me ha llamado -explicó Darcy-. Ayer me llamó seis veces y hoy ninguna. Creo que tal vez se ha acabado. Se ha aburrido y está listo para seguir adelante.
– Hoy me encontré con él en la ciudad -indicó Amanda-. Estaba acumulando preservativos, así que estoy convencida de que no se ha acabado.
– ¿Has visto a Kel?
Asintió.
– Hablé con él. Le dije que si te hacía daño, le rompería los dos brazos.
Darcy gimió.
– ¡No! Eso no es parte del trato. No puedo resultar herida porque se supone que no me importa, ¿no lo ves?
– Lo que veo es a dos personas que se esfuerzan tanto por no encariñarse con la otra, que les es imposible ver que tal vez se están enamorando.
– No -afirmó Darcy-. No me lo permitiré. Es así de sencillo.
– ¿Quieres que esto termine?
Darcy se llevó otro caramelo a la boca.
– No. Pero empieza a entorpecernos. No he hecho nada para preparar la visita de mi padre.
Aunque la distracción de tener cerca a Kel era agradable, había logrado olvidar todo lo que era importante para ella. Si algo había aprendido en su vida, era que necesitaba controlarla de ella.
– Quizá deberías contarle lo que realmente sientes.
– Pienso hacerlo. En cuanto llegue, pienso contarle a mi padre…
– No a tu padre. Hablaba de Kel. Y no intentes soltarme eso de que no sabes cómo te sientes -se puso de pie, sacó un puñado de chocolates de la caja y caminó hacia la puerta-. Cielos, hablar tanto de sexo me ha puesto a cien. Creo que voy a tener que convencer a Carlos de que me de un masaje.
Darcy abrió la boca, lista para soltarle una severa advertencia acerca de la confraternización, pero Amanda agitó el dedo y giró en redondo, dejándola con sus propios dilemas sexuales.
Alzó el auricular del teléfono y marcó el número de la habitación de Kel, pero antes de que sonara colgó. Si ése era el fin, entonces quería oírlo directamente de él, cara a cara. Sacó la llave maestra de las habitaciones del hotel del cajón y se puso de pie.
El trato había sido tan sencillo al principio… Sólo había querido probar la fruta prohibida el tiempo suficiente para satisfacer su apetito. Nunca había esperado volverse una adicta, anhelarlo tanto como para no poder controlarse, hacer cualquier cosa por un bocado más de la manzana.
Cerró los ojos y suspiró. Podía ir a su propia suite y tratar de quedarse dormida o podía pasar una noche más con Kel.
– Oh, qué diablos -musitó al salir del despacho.
Saludó a Olivia al cruzar el vestíbulo.
– Ya no estoy disponible.
Al llegar a la puerta de Kel, no se molestó en llamar. Metió la tarjeta en la cerradura, abrió y entró. Estaba tendido en el sofá viendo la televisión, vestido sólo con unos pantalones de chándal.
Darcy dejó que la puerta se cerrara a su espalda y al oír el sonido él se incorporó.
– ¡Darcy! -la miró.
– ¿Esperabas a alguien más?
– Sí -respondió-. De hecho, he llamado para que me dieran un masaje. Iban a enviarme a alguien. Creo que a Carlos. Quería que trabajara en mi hombro.
– Creía que esta noche nos íbamos a ver -dijo ella-, pero no he tenido noticias tuyas.
– Planeaba llamarte después del masaje. Pensé que tal vez te gustaría disponer de tiempo para ti sola. Ya sabes, dormir bien y todo eso.
Darcy cruzó la habitación y alzó el auricular del teléfono que había junto al sofá. Marcó el número del spa y esperó que contestaran.
– Hola, soy Darcy. Solo quería comunicaros que el señor Martin, de la Suite Bennington, querría cancelar su masaje. Tiene otros planes.
Colgó y se quitó la chaqueta.
– A los dos nos vendría bien dormir un poco -sugirió Kel-. Tengo un montón de cosas en las que necesito pensar y realmente no puedo hacerlo si tú me distraes.
Levemente ceñuda, los dedos de Darcy fueron a los botones de su blusa.
– De acuerdo, si es lo que quieres. Cuando llegamos a este acuerdo, no dijimos que teníamos que pasar todas las noches juntos -se quitó la blusa de la falda y se la bajó por los hombros, revelando un sujetador negro de encaje.
– ¿Por eso pasamos tiempo juntos? -preguntó, bajando la vista a sus pechos-. ¿Por nuestro acuerdo?
Ella sonrió y se acercó despacio.
– Me gusta nuestro acuerdo, ¿a ti no?
Kel asintió.
– Sí, me gusta mucho.
Buscó la cremallera de la falda mientras entraba en el dormitorio de la suite.
– Esto debería servir -dijo, deteniéndose junto a la cama-. ¿Por qué no te quitas la ropa para que yo te de el masaje que quieres? -lentamente, dejó que la falda cayera por sus caderas hasta el suelo, ofreciéndole una tentadora visión de su trasero.
Por atrás, Kel le rodeó la cintura con los brazos y le besó el cuello.
– Déjate puestos los zapatos -murmuró.
Darcy se volvió en sus brazos y metió los dedos debajo del elástico de la cintura de sus pantalones, bajándoselos despacio hasta el suelo. Al incorporarse, le rozó adrede el miembro viril con los pechos.
– Si pudiera encontrar una masajista como tú, estoy seguro de que jamás necesitaría que me operaran del hombro.
– Mmmm -dijo Darcy, apoyando las palmas de la mano sobre su torso y empujándolo con gentileza hacia la cama. Kel cayó hacia atrás, arrastrándola consigo, y le capturó la boca con un beso antes de que ella pudiera gritar. Pero Darcy se puso sobre las rodillas y se sentó a horcajadas sobre su cintura, sujetándole las manos por encima de la cabeza-. No se te permite tocarme -dijo juguetonamente-. Si me tocas, no me quedará más alternativa que irme.
Kel dejó las manos encima de la cabeza y ella le acarició el torso. Tenía la piel cálida y los músculos duros.
– Creo que necesito un poco de loción -se levantó de la cama y fue al cuarto de baño. Se miró en el espejo y sonrió. Era agradable saber que podía seducirlo con tanta facilidad.
Al regresar, Kel aún seguía en la cama, con el miembro duro contra el estómago. Le pasó con delicadeza los dedos por el contorno mientras volvía a sentarse sobre él.
– ¿Y cómo te gusta el masaje?
– En realidad, no me importa -sonrió somnoliento-. Mientras me toques, surtirá el efecto deseado.
Continuó frotándole el pecho, dejando que sus manos descendieran hasta el vientre de vez en cuando. Kel se relajó y cerró los ojos y Darcy observó cómo su expresión pasaba de puro placer a deseo jadeante. Se inclinó y le besó un pezón, rodeándolo con la lengua.
– ¿Por qué no me llamaste hoy?
– Amanda dijo que necesitabas un respiro -murmuró.
– ¿Hablaste con Amanda sobre mí?
– Mmmm. Pensé que tal vez la ausencia haría que el corazón se encariñara más -abrió los ojos-. Lo sé. Fue una idea estúpida -alargó el brazo y le acarició el hombro-. Supongo que voy a tener que compensártelo -el contacto provocó un escalofrío en ella, y él lo tomó como una invitación para volver a tocarla. En esa ocasión le acarició el labio inferior.
– ¿Y cómo lo harás?
La sujetó por la cintura y rodaron hasta dejarla debajo.
– Encontraré un modo.
La besó con dulzura. Siempre que habían hecho el amor había existido una cierta desesperación en el acto, pero eso fue diferente. Mientras Kel le exploraba el cuerpo, lo hizo lentamente, con una ternura exquisita, como si tratara de memorizar cada detalle.
Con los brazos apoyados a cada lado de su cabeza, estudió su rostro.
– ¿En qué piensas?
El corazón de Darcy sintió una profunda melancolía al darse cuenta de que se acercaba el fin de su tiempo juntos. Se había acostumbrado tanto a tenerlo cerca, que no podía imaginar un día entero sin verlo o, al menos, sin hablar con él.
– Pienso en que te quiero dentro de mí -le dijo.
Kel sacó un preservativo de la mesilla y se lo entregó.
– Es lo mismo que pienso yo.
Ella se lo puso y luego suspiró cuando la penetró despacio. Pensó que tal vez Amanda tenía razón. Quizá debería reconocer lo que sentía por Kel. ¿Qué podía perder? Si él compartía esos sentimientos, entonces tal vez existiera un futuro para ellos. Si no, al menos sabría qué terreno pisaba.
Pegó los labios a su oído.
– ¿Qué más quieres? -susurró.
Kel gimió.
– A ti -afirmó, y su deseo ardió entre ambos.
Darcy se mordió el labio inferior.
– ¿Durante cuánto tiempo? -aventuró.
– Para siempre -repuso mientras comenzaba a moverse-. Para siempre.
Respirando hondo, se tragó sus emociones y dejó que su mente vagara. Jamás habría otro hombre como él. El resto de su vida, recordaría la sensación que tenía en ese momento, sus cuerpos juntos, la lenta ascensión hacia la liberación y el dulce momento de la rendición.
– Para siempre -susurró Darcy. Si tan solo pudiera ser verdad…
Al final, mientras yacía uno en brazos del otro, completamente saciados, Darcy se preguntó qué habría querido decir Kel. ¿Ese «siempre» duraría hasta el fin de la semana? ¿O sería para toda la vida?