Jack corrió las cortinas y volvió a la cama para ver el amanecer. Al volverse a tumbar, le apartó a Samantha un rizo de la cara para observar lo bonita que era.
No era que no se hubiera dado cuenta antes de su belleza, pero esta mañana se había vuelto a maravillar de ella.
Estaba tumbada entre las sábanas revueltas, desnuda y le bastó ver su pezón para volverla a desear, pero se dijo que con tres veces ya había estado bien.
Volvió a acariciarle el pelo, maravillándose de su suavidad, recordando cómo había sido la segunda vez, cuando Samantha se había sentado a horcajadas sobre él y le había hecho el amor como una amazona salvaje.
Desde luego, se complementaban bien en la cama. ¿Opinaría ella lo mismo cuando se despertara o le daría por decir que todo aquello había sido un error que nunca tendría que haber sucedido?
Samantha se estiró levemente y abrió los ojos. Al girarse y tenderse boca arriba, quedó con los pechos al descubierto y no se molestó en taparse.
– ¿Has dormido? -le preguntó.
Jack asintió.
Samantha sonrió.
– Estás muy serio. ¿Qué te pasa?
– Nada -contestó Jack.
Samantha se acercó a él y le acarició el torso desnudo.
– ¿Qué te pasa? ¿Te arrepientes de lo de anoche? -le preguntó preocupada.
– Yo no, pero supongo que tú sí -contestó Jack.
– Oh -exclamó Samantha dolida.
– Perdona, no tendría que haber sido tan bruto.
Samantha se incorporó y se tapó con las sábanas.
– No pasa nada, es normal que te haya salido así después de cómo me he comportado. Llevo mucho tiempo diciéndote que no y actuando como que sí. No te creas que para mí ha sido fácil, he querido pararlo pero no he sabido cómo. No te creas que no lo he intentado, me he repetido una y otra vez que tenía que vivir el presente sin pensar en el futuro, sobre todo porque te has portado de maravilla conmigo desde que he llegado a Chicago. Eres un hombre maravilloso y no me arrepiento en absoluto de lo de anoche -le explicó Samantha-. Bueno, sólo me arrepiento de una cosa, de haber tardado tanto tiempo en acostarme contigo.
– ¿No te arrepientes? -dijo Jack sorprendido.
– No. ¿Y tú?
Jack sonrió.
– ¿Estás de broma? Lo de anoche fue increíble.
– Sí, es que tengo un talento especial para estas cosas -bromeó Samantha-. Bueno, ¿cuáles son tus reglas del juego?
– ¿Por qué das por hecho que tengo reglas?
– Porque todos los hombres las tenéis. Dime cuáles son y ya veremos si yo estoy de acuerdo.
«Territorio peligroso», pensó Jack.
Aunque, tal vez, no porque Samantha acababa de divorciarse y Jack no creía que quisiera una relación seria.
– Monogamia en serie -le propuso-. Estamos juntos lo que dure, no para siempre y, cuando se termine, seremos buenos amigos.
– ¿Eso quiere decir que serías como mi novio? -sonrió Samantha.
– Si lo quieres llamar así…
– ¿Y nos haríamos tatuajes cada uno con el nombre del otro? -bromeó.
– Por supuesto que no.
– ¿Haríamos el amor?
– Constantemente.
– ¿Y qué te hace pensar que te deseo?
– Anoche gritabas como una loca.
– Yo no me acuerdo de eso -se sonrojó Samantha.
– Pues te lo digo yo, gritabas como una loca.
Samantha se puso seria.
– Jack, has tenido mucha paciencia conmigo. Tenía mucho miedo de que me hicieras daño y pensé que era mejor evitar cualquier tipo de relación contigo, pero ésa no es forma de vivir. Mi reacción ante ti consistía en complicar la situación.
– ¿De qué reacción hablas? -dijo Jack acariciándole la mano.
– Yo… ya sabes, mis reacciones.
– Como no seas un poco más explícita, no me entero.
Samantha suspiró.
– Analicemos la situación de manera lógica. Si no quería nada contigo, ¿por qué no permanecía alejada de ti? ¿Por qué siempre volvía por más? -se preguntó en voz alta encogiéndose de hombros a continuación-. La respuesta es bien sencilla. Siempre has sido una tentación para mí.
A Jack le encantó aquello.
– ¿Desde cuándo?
– Desde la universidad.
– Pero si me diste calabazas diciendo que lo nuestro había sido un error.
– Estaba asustada.
– ¿De mí? ¡Pero si yo nunca te hice nada!
– Efectivamente. No era por ti, sino por mí. Estaba asustada de mí y de que te parecieras tanto a mi padre.
Eso quería decir que también se parecía a su ex marido, lo que hizo que Jack se preguntara qué méritos habría hecho al final para convencerla de que no tenía que temer nada de él.
– Nunca he olvidado aquella noche que pasamos juntos -continuó Samantha-. Transcurrido el tiempo, me convencí de que la había mitificado, de que era imposible que hubiera sido de tan buena calidad, pero después de lo de anoche, sé que eres realmente especial.
A Jack le hubiera gustado decirle que se entendían tan bien en la cama por una cuestión puramente química, pero no lo hizo porque a su ego le encantaba que Samantha lo tuviera por alguien especial.
– Bueno, no todo el mérito ha sido mío -contestó-. La mitad es tuyo.
– Bueno, entonces, ¿somos novios?
Jack asintió.
– Me encanta -rió Samantha-. La verdad es que poner un poco de normalidad en mi vida ahora mismo me va a venir muy bien.
– ¿Normalidad? No creo que te parezca que haya nada de normal en unas cuantas fantasías que tengo en mente -dijo Jack mordisqueándole el lóbulo de la oreja.
– ¿Ah, sí? A ver -rió Samantha-. Cuéntamelas.
La reunión en la que el nuevo equipo presentó la ampliación de Intemet ante el Consejo de Administración fue larguísima y, para colmo, cuando terminó, Jack y Helen tuvieron que quedarse.
Jack sabía lo que venía a continuación, era inevitable. Baynes esperó a que la puerta se cerrara cuando los demás se hubieron ido para mirar a Jack.
– Buen equipo -lo congratuló.
Jack asintió.
– Obviamente, nuestro objetivo es conseguir que esta empresa salga adelante. Entre lo que está publicando la prensa y los problemas internos, no nos va ser fácil, pero lo estás haciendo bien de momento. Las nuevas propuestas son realmente buenas, pero necesitamos más, necesitamos estabilidad.
Varios miembros del consejo asintieron, pero Helen negó con la cabeza.
– De momento, todo está bien como está -comentó-. Sé por dónde vas y es demasiado pronto. No podemos anunciar que Jack va ser el nuevo presidente, hay que dejarlo correr un tiempo.
Por muy bien que hablara Samantha de su amiga, era evidente que Helen también estaba dispuesta a venderlo si fuera necesario para salvar la empresa.
– Helen, sí es necesario -insistió Baynes-. ¿Quieres que el legado de George vaya a la quiebra o, lo que sería todavía peor, se vea absorbido por una multinacional? Yo, desde luego, no y la única solución que se me ocurre para mantener a flote a Hanson Media Group es anunciar que Jack es el nuevo presidente. Jack, sé que tú quieres volver a tu bufete, pero todos tenemos que hacer sacrificios en esta vida y a ti te ha llegado el turno ahora. Te pido que aceptes el trabajo.
– Me gustaría saber qué sacrificios estáis haciendo los demás -contestó Jack con mucha calma.
– Bueno, ya sabes a lo que me refiero -contestó Baynes.
– No, la verdad es que no tengo ni idea -insistió Jack-. No me interesa en absoluto quedarme en esta empresa, así que no estoy dispuesto a quedarme más de los tres meses que ofrecí al principio.
– Recuerda que estamos hablando de tu empresa familiar. Se lo debes a tu padre -dijo otro miembro del consejo.
«Desde luego, no era lo mejor que me podías decir para convencerme», pensó Jack con ironía.
– Piensa en los accionistas.
– Eres el mejor candidato para el trabajo, el único que tenemos.
Baynes hizo callar a los demás.
– Jack, tu familia tiene la mayoría de las acciones, pero, aun así, tenemos una obligación hacia la comunidad financiera.
– Me cuesta creer que no seáis capaces de encontrar una persona cualificada que se haga cargo de la empresa -contestó Jack-. ¿Os habéis molestado siquiera en buscar?
– Te queremos a ti.
– ¿No se os ha ocurrido pensar que obligar a Jack a quedarse haciendo un trabajo que no le gusta es una estupidez? -sugirió Helen-. Sería una locura. Otra cosa sería que él quisiera quedarse…
– No, no quiero -insistió Jack.
– Suponía que tú, precisamente, Helen, ibas a querer que Jack se quedara al cargo de la empresa -se asombró Baynes.
– Me encantaría, pero no por obligación. Sería una solución a corto plazo y no es eso lo que yo quiero. De momento, estamos bien. Vamos a dejar que Jack siga haciendo su trabajo y, mientras tanto, nosotros vamos buscando a un sustituto adecuado.
– No me parece buena idea -insistió Baynes.
– Ya, pero te recuerdo que, hasta que se lea el testamento de George, yo hablo por él y eso quiere decir que tengo la última palabra -contestó Helen.
Samantha llevaba ya un rato paseándose por el despacho de Jack, exactamente el mismo tiempo, unos veinte minutos, que Jack llevaba reunido con el Consejo de Administración.
Cuando, por fin, lo vio aparecer, corrió hacia él.
– ¿Qué tal? ¿Te han insistido para que te quedes?
Jack la tomó entre sus brazos y la besó en la frente.
– Estás preocupada por mí.
– Pues sí -admitió Samantha-. ¿Han intentado convencerte para que te quedes?
– Sí. Menos mal que Helen ha salido en mi defensa y me ha conseguido un poco de tiempo.
Samantha sonrió.
– De todas formas, también ha dejado clara su postura. A ella lo que más le interesa es la empresa y, si no encuentran un sustituto adecuado, no dudará en hacer valer el contrato que firmé para obligarme a quedarme más de tres meses.
– No quiero discutir por Helen.
– Yo, tampoco -contestó Jack positivo-. Me pregunto cuándo empezaron a ir mal las cosas entre mi padre y nosotros, qué es lo que pasó, por qué no nos llevamos bien.
– Tal vez, nunca lo sabrás. Hay familias en las que las relaciones no son fáciles.
– Si mi madre no hubiera muerto… -recapacitó Jack encogiéndose de hombros.
Samantha se quedó mirándolo a los ojos y vio que había algo diferente en él. Jack estaba sufriendo y el dolor lo hacía vulnerable. Jamás lo había visto así, siempre lo había visto fuerte y poderoso y aquel lado de él la sorprendió.
– Has hecho todo lo que has podido -lo tranquilizó abrazándolo.
– ¿Te importaría que cambiáramos de tema?
– Claro que no. ¿Sabes que tenías razón con lo de ensayar las presentaciones que vamos a hacer ante el consejo? Es una idea genial.
– Yo tengo razón en muchas cosas -bromeó Jack-. Por ejemplo, aposté por ti y no me he equivocado.
– ¿Quieres que hagamos una lista con todas las cosas que haces bien? -rió Samantha.
– Si quieres, tengo tiempo.
– ¿Ah, sí? ¿Tienes tiempo? -sonrió Samantha mirando hacia la puerta, que estaba cerrada-. Se me ocurre otra cosa que podríamos hacer.
Jack enarcó las cejas.
– Señorita Edwards, estamos trabajando.
– ¿Y?
– ¿Me estás provocando?
– La verdad es que me estaba fijando en lo grande que es tu mesa. Siempre me han gustado las mesas grandes.