Capítulo 5

Roger Arnet era un hombre alto, delgado y rubio de cincuenta y tantos años. Jack le estrechó la mano y le indicó que se sentara.

– ¿Qué tal lo llevas? -le preguntó Roger-. No debe de ser fácil ocupar el lugar de tu padre porque tu padre era un hombre realmente magnífico, sí, un hombre realmente magnífico.

¿De verdad Roger seguía creyendo que George era un hombre magnífico después de todo lo que se había descubierto?

– Lo llevo como mejor puedo -contestó de manera ambigua-. Te he llamado porque quería comunicarte que estamos realizando grandes cambios.

– Sí, al volver de vacaciones, he notado que la oficina estaba bullendo de actividad -contestó Roger.

– Efectivamente, tenemos muchas cosas que hacer.

– Sí, Arnie me ha estado contando lo que queréis hacer. Muy ambicioso. Muy ambicioso. Para mi gusto, demasiado.

– ¿Me estás diciendo que no podemos ampliar las páginas web?

– Expandirlas es una cosa y lo que vosotros queréis hacer es otra. Bueno, aunque ya sé que no eres tú sino esa chica nueva, esa Samantha no sé cuántos.

– Samantha Edwards -contestó Jack-. Quiero que sepas que tiene mi respaldo incondicional.

– Ya… Es una mujer con mucha energía. Yo prefiero ir más despacio. La tecnología está muy bien, pero esta empresa se fundó en papel.

– Las revistas son muy caras y, además, van muy despacio -objetó Jack-. Ninguna de nuestras publicaciones tiene más de un millón de ejemplares de tirada, así que estamos perdiendo dinero. Internet es una parte muy importante de nuestra cultura, cada vez va a más y sale muy barato.

Roger asintió.

– Arnie me ha contado todo. Es un buen chico, pero demasiado joven. A veces, se embala. Espero que no te haya llenado la cabeza de pájaros.

A Jack le gustaba ser respetuoso con sus mayores, pero tampoco estaba dispuesto a que lo trataran como a un idiota.

– Voy a ser muy claro -le dijo a Roger-. Esta empresa está al borde de la quiebra financiera y seguir actuando como en los viejos tiempos no nos va a sacar del bache. Vamos a llevar a cabo grandes cambios y lo vamos a hacer rápidamente. Estoy convencido de que la tecnología es nuestra mejor baza, así que tienes dos opciones: quedarte en la empresa y respaldar los cambios o buscarte otra que te guste más.

– A eso lo llamo yo ir directamente al grano -se indignó el director.

– Efectivamente, así soy yo. Me han hablado muy bien de ti y me gustaría que te quedaras, pero, si lo haces, quiero que tengas muy claro en qué dirección vamos a trabajar.

– No tengo nada en contra de la ampliación de la empresa vía Internet, pero creo que puede ser peligroso porque se va a trabajar con niños y vamos a tener que proceder con mucho cuidado con el tema de la seguridad.

– Estoy completamente de acuerdo. De hecho, Samantha y Arnie ya están trabajando en ello. Únete a su equipo, échale un vistazo a lo que han hecho hasta el momento y ven a verme siempre que quieras.

Roger asintió y salió de su despacho.


Intranquilo tras su reunión con Roger, Jack se dirigió al despacho de Samantha.

– ¿Tienes un momento? -le preguntó al ver que colgaba el teléfono.

Samantha asintió y Jack entró y le contó la conversación que acababa de tener con el director del departamento de informática.

– Yo creo que lo más inteligente por nuestra parte sería admitirlo en tu equipo -le propuso.

Samantha lo miró horrorizada.

– ¿No hay otra opción?

– Sí, por supuesto podemos dejarlo fuera y crearnos un enemigo, pero todos los informes que tengo sobre él son excelentes. Lleva muchos años y conoce el trabajo. Podría sernos de ayuda.

– Está bien -cedió Samantha poniéndose en pie y sirviendo dos cafés.

Jack se quedó mirándola mientras lo hacía. Le gustaba cómo andaba, le gustaba el vaivén de sus caderas, le gustaba cómo olía el café antes de bebérselo.

Siempre lo hacía. De hecho, Jack solía tomarle el pelo en la universidad por ello. Sin embargo, en aquel momento se mordió la lengua ya que hacía dos noches, en el bar, Samantha le había dejado muy claro que no quería nada con él.

Jack creía que, normalmente, los asuntos de química sexual eran cosa de dos, pero parecía que Samantha era la excepción que confirmaba la regla. Aunque él la deseaba con todo su cuerpo, ella ni reparaba en él.

Había llegado el momento de asumirlo y de seguir adelante.

– ¿Qué tal tu nueva casa?

– Muy bien. Tenías razón, la localización es fabulosa. ¿Has probado las pizzas del restaurante de enfrente?

– Sí, suelo pedirlas a menudo -contestó Jack.

– Madre mía, son las mejores que he comido en mi vida -se maravilló Samantha-. El otro día pedí una para cenar y estaba tan buena que me tomé para desayunar lo que me sobró. Nunca había hecho algo así.

– Pues ya verás cuando pruebes la pasta que hacen.

– ¿Tan buena está? A lo mejor la pido esta noche para cenar. Este fin de semana me gustaría salir a dar una vuelta por el barrio porque, de momento, solamente me he dedicado a trabajar.

A Jack le hubiera encantado proponerse como guía, pero se mordió la lengua porque Samantha había dejado muy claro que no quería nada con él.

– Mira en Internet. Hay un montón de puntos de interés, itinerarios para pasear y un montón de cosas más.

– Ya -contestó Samantha sorprendida-. Bueno, yo había pensado que si tú no estás ocupado…

En aquel momento, la señorita Wycliff llamó a la puerta.

– Señor Hanson, el señor Baynes quiere hablar contigo.

– Te tengo que dejar -se despidió Jack. Samantha asintió y Jack abandonó su despacho. Se había dado cuenta de que Samantha le iba a proponer que hicieran algo durante el fin de semana y, aunque le hubiera encantado aceptar, sabía que habría sido un error pues llevaba mucho tiempo queriendo lo que no podía tener y debía olvidarse de Samantha.


El sábado, a Samantha le entraron unas terribles ganas de pasarse por casa de Jack para preguntarle si le apetecía irse con ella a dar un paseo, pero no lo hizo porque tenía la sensación de que le iba a contestar que no.

Lo que no era de extrañar porque le había mantenido a distancia y, por fin, se había dado por aludido. ¿No tendría que estar contenta por ello? Era mejor para los dos que simplemente fueran compañeros de trabajo.

Sí, era mejor porque, aunque Jack era un hombre maravilloso, también se parecía demasiado a su padre y a Vance. Los tres eran hombres a los que les gustaba tenerlo todo bajo control.

Tenía que encontrar a un hombre con el que tener una relación superficial. Si Jack no fuera tan sensual, tan inteligente y tan divertido…

Samantha salió a la calle y se dijo que se había terminado pensar en Jack, que durante el resto del día se lo iba a pasar bien ella sola y que…

De repente, algo le golpeó la pierna, Samantha se giró y se encontró con Charlie, que la saludó ladrando encantado.

– Buenos días -sonrió su dueño.

– Hola -contestó Samantha.

– ¿Sales de exploración por el barrio?

– Efectivamente. Llevo agua, mapas y dinero para un taxi por si me pierdo -contestó Samantha mostrándole la mochila que llevaba colgada del hombro.

– Has elegido un buen día porque no hace mucho calor.

– ¿Y vosotros dónde vais?

– Al parque, como todos los sábados.

Samantha acarició a Charlie. Lo más inteligente por su parte sería irse inmediatamente, pero se encontraba sola, le caía muy bien Jack y quería ser su amiga.

– ¿Se aceptan personas que no tengan perro?

– Por supuesto -sonrió Jack tras unos segundos de duda-. Así, cuando ya no pueda más de lanzarle la pelota a Charlie, me podrás reemplazar tú.

– Con mucho gusto -sonrió Samantha-. ¿Cómo es que has terminado teniendo perro? ¿Venía con la casa o qué? -quiso saber Samantha mientras caminaban hacia el parque.

– No, un compañero de trabajo del bufete me invitó a cenar una noche a su casa y, al llegar allí, descubrí que había citado a unas cuantas personas más porque su perra había tenido seis cachorros y quería regalárselos a gente de confianza. Charlie y yo nos enamoramos nada más conocernos.

Aquello hizo reír a Samantha.

– Nunca hubiera dicho que un abogado tan duro como tú se fuera a derretir de manera tan fácil.

– No se lo digas a nadie. Me lo llevé a casa semanas después y fue espantoso porque mordía todo lo que encontraba. Cuando fue creciendo, fue haciéndose más juicioso y ahora nos llevamos de maravilla -le explicó-. La zona de los perros está en la otra punta del parque -añadió al llegar a la verja-. Espero que no te importe andar un poquito más.

– Me encanta hacer ejercicio -sonrió Samantha.

– ¿Sabes que hay gimnasio en el edificio?

– Sí, me lo enseñaron cuando alquilé la casa.

– Yo voy todas las mañanas a las cinco.

– ¿A las cinco? Supongo que estarás tú solo.

– Sí, eso es precisamente lo que quiero.

– A mí no me gusta mucho lo del gimnasio. Menos mal que no suelo engordar y no lo necesito.

– Hacer ejercicio no es solamente una cuestión de no engordar o de perder peso sino de salud.

– Sí, pero yo prefiero dormir que también es muy importante para la salud. Además, camino mucho.

Habían atravesado una vereda de árboles y habían llegado a una inmensa pradera abierta donde ya había seis o siete personas con sus perros.

– ¿Nos ponemos aquí? -dijo Jack sacando una manta de la mochila y extendiéndola sobre el césped.

Samantha asintió mientras observaba cómo Jack sacaba también una pelota para Charlie y se la lanzaba varias veces.

A continuación, se sentó en la manta y disfrutó del sol mientras escuchaba los ladridos de los perros y las risas de sus propietarios. A los quince o veinte minutos, Charlie se hartó de que le tirara la pelota y se tumbó junto a ellos a descansar.

– ¿Echas de menos Nueva York? -le preguntó Jack.

– Sí, Nueva York es una gran ciudad y la echo de menos -contestó Samantha-. Sin embargo, aquí estoy más tranquila. En Nueva York siempre tenía la sensación de que tenía que hacer algo o ir a algún sitio y aquí no me ocurre eso.

– ¿Echas de menos a tu ex marido?

– No, nuestro matrimonio se había acabado mucho antes de que yo me fuera. Por desgracia, Vance se había dado cuenta.

– Entonces, ¿no estuvo de acuerdo con el divorcio?

– No, no le hizo ninguna gracia que me fuera, pero yo ya no podía seguir viviendo con él porque ya no confiaba en él.

– ¿Te engañó con otra?

– No -contestó Samantha-. Nos conocimos en el trabajo. Yo trabajaba consiguiendo fondos y él es cirujano. Todo el mundo que nos conocía decía que formábamos una pareja maravillosa y yo también lo creía. Él estaba divorciado, pero tenía muy buena relación con sus hijos y yo creí que eso era muy buena señal.

Jack frunció el ceño.

– Tú querías tener hijos.

– Me sorprende que te acuerdes.

Jack se encogió de hombros.

– Sí, recuerdo que tú decías que con dos era suficiente y yo decía que quería cuatro -rió Samantha-. Vance y yo hablamos mucho de ese tema, lo dejamos muy claro antes de casarnos. Los dos queríamos tener hijos. Incluso habíamos elegido ya los nombres.

– ¿Y cambió de opinión?

– Me mintió. Me dejé engañar, ¿sabes? Me dijo que prefería no tenerlos inmediatamente, que era mejor disfrutar de nuestro matrimonio un poco antes de lanzarnos. A mí me pareció bien, pero, transcurrido un tiempo prudencial, decidí que había llegado el momento de ponernos manos a la obra. Siempre que se lo decía, él encontraba alguna excusa. Al final, conseguí que accediera y no pasó nada. Pasaron los meses y, al final, me fui a ver al médico. Me hicieron pruebas y me dijeron que estaba perfecta, que podía tener hijos. Cuando le tocó a él el turno, se negó a ir. Al final, me contó la verdad. Se había hecho la vasectomía después de que naciera el más pequeño de sus hijos. Me había mentido.

– Madre mía, lo siento mucho -dijo Jack sinceramente.

– Yo, también -contestó Samantha acariciando a Charlie-. Me puse furiosa, pero, sobre todo, me dolió mucho. No entendía entonces y sigo sin entender por qué no me contó la verdad desde el principio. Hubiera sido mucho más fácil.

Desde luego, la manera de actuar de su ex marido no era fácil de entender.

¿Por qué mentir sobre algo que, al final, se va a saber? ¿Por qué casarse con Samantha cuando tenía muy claro que ella quería tener hijos y él, no?

– ¿Y qué te dijo?

– No mucho. Eso fue lo peor. Nunca se hizo responsable de sus actos. Para él, no ha hecho nada mal. Enterarme de la verdad, me hizo ver que Vance no era el hombre especial que yo creía -contestó Samantha con dolor.

Jack sabía que su padre les había abandonado a ella y a su madre y ahora con aquello que le había hecho su ex marido no era de extrañar que Samantha fuera con pies de plomo con los hombres.

– Este tema es muy aburrido, así que vamos hablar de otra cosa -sonrió Samantha-. ¿Sabes que todavía me cuesta creer que trabajes como abogado?

– ¿Por qué?

– No sé, me parece tan aburrido.

– A mí, no -sonrió Jack.

– Y, para colmo, aparte de tener que estudiar todos esos libros tan gordos tenéis que ir vestidos de esos colores terribles.

– Sí, ya supongo que eso para ti sería lo peor -sonrió Jack.

– ¿Y qué quieres hacer en el futuro?

– Me gustaría llegar a ser juez -contestó Jack a pesar de que no solía hablar con nadie de sus planes de futuro.

– Vaya, se te dará bien porque eres un hombre sereno al que le gusta razonar las cosas. Lo único malo es esa túnica negra… -bromeó Samantha-. Juez Hanson. Suena bien. Entonces, estarás deseando volver al bufete.

– Así es.

– Por eso precisamente te tomas muy a pecho los problemas que surgen en la empresa de tu padre, ¿verdad? No lo debes de estar pasando bien…

A Jack no le sorprendió que Samantha lo entendiera tan bien. En la universidad, su amistad se había basado, sobre todo, en largas noches hablando.

– Dije que me quedaría tres meses y me voy a quedar tres meses, pero, cuando transcurra ese tiempo, volveré a mi trabajo.

– La empresa no será la misma sin ti, pero entiendo perfectamente que te quieras ir.

En aquel momento, Charlie se estiró y Jack comprendió que quería seguir jugando, así que sacó el platillo volante de la mochila y se lo lanzó. El perro salió corriendo y lo agarró al vuelo.

– ¡Toma ya! -se maravilló Samantha poniéndose en pie-. Este plan es genial para los sábados por la mañana.

– Sí, Charlie y yo hacemos un montón de cosas juntos. Ya verás, hay varias cosas interesantes para hacer. Puedes ir al lago, por ejemplo. Seguro que te lo pasas bien.

– Sí, ya -contestó Samantha de manera ausente mirando al perro-. Lo malo es que no voy a poder ir a muchos sitios porque no conduzco.

– ¿No conduces? -se sorprendió Jack.

– No -contestó Samantha cruzándose de brazos. Nunca he tenido necesidad porque vivía en Manhattan y me movía en el transporte público y andando.

– ¿Quieres que te enseñe? -se ofreció Jack sin pensárselo dos veces.

¿Pero qué le ocurría? ¿Por qué no aceptaba de una vez que Samantha no quería nada de él?

– Tienes un coche estupendo y no te lo quiero estropear -contestó Samantha.

¿Eso era un sí?

– Me podría hacer con uno más viejo si quieres.

– ¿De verdad? ¿Y no me gritarías?

– No es mi estilo.

– Entonces, acepto tu oferta. La verdad es que hace ya tiempo que me apetece aprender a conducir. En cualquier caso, si cambias de opinión y no te apetece enseñarme, dímelo.

– No es mi estilo hacer cosas que no me apetece hacer.

Aquello hizo reír a Samantha.

– Te recuerdo que ahora mismo estás haciendo un trabajo que odias.

– Bueno, sin contar eso -dijo Jack chasqueando la lengua.

En aquel momento, Charlie trajo el platillo volante para que se lo lanzaran y tanto Jack como Samantha se dispusieron a hacerlo. Al agacharse para agarrar el objeto, se chocaron el uno contra el otro y cayeron al suelo.

Para amortiguar la caída de Samantha, Jack la tomó entre sus brazos y cayó con ella encima. Una vez en el suelo, sus miradas se encontraron. Jack sentía los pechos de Samantha sobre su torso y se moría por besarla.

Había muchas razones para no hacerlo y sólo una para hacerlo, que le apetecía.

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