Jack revisó los libros una y otra vez con la esperanza de haberse equivocado, con la esperanza de que su padre no hubiera engañado a los empleados, a los accionistas y a su familia, pero, cuanto más miraba las cifras, más evidente se hacía la verdad.
Se puso en pie y se acercó al ventanal desde el que la ciudad de Chicago exhibía sus encantos nocturnos.
Sabía que, en cuanto el Consejo de Administración se enterara de lo ocurrido, le presionaría para que se quedara más tiempo al mando de la empresa.
En aquel momento, llamaron a la puerta y Jack se giró.
– Trabajas hasta muy tarde -comentó Samantha entrando en su despacho-. Desde luego, los ejecutivos siempre trabajando tanto. ¿No os cansáis de…? -se interrumpió al ver la cara de Jack-. ¿Qué pasa?
Jack había intentado disimular su zozobra, pero no había podido y se dijo que no servía de nada ocultarle la verdad a Samantha pues iba a convocar una reunión de emergencia a primera hora de la mañana.
– He encontrado un segundo juego de libros de contabilidad -dijo-. Mi padre los tenía guardados en la caja fuerte. He estado comparando las cifras con las que yo tengo y las diferencias son increíbles. La empresa hace aguas por todas partes.
– ¿Fraude?- le preguntó Samantha con los ojos abiertos como platos.
– Sí, vamos a tener que hacer una auditoría interna completa y no me extrañaría nada que la Asociación del Mercado de Valores quisiera hacer una investigación aparte, lo que nos va a acarrear muy mala prensa y una bajada increíble de nuestras acciones -contestó Jack volviendo a girarse hacia el ventanal.
– No sé qué decir.
– Yo, tampoco. Supongo que esto es lo último que esperarías oír de mí. Entenderé que quieras dejar el trabajo.
– Por supuesto que no -contestó Samantha-. ¿Estás bien?
– Bueno, he tenido momentos mejores -contestó Jack-. Menos mal que mi padre está muerto porque, de lo contrario, iría a la cárcel.
– Tu padre no era un mal hombre -intentó consolarlo Samantha.
– ¿Vas a justificar lo que hizo?
– Por supuesto que no, pero, por lo que tengo entendido, tampoco era el diablo.
– Aunque no fuera el diablo no quiere decir que no se haya saltado la ley. Si quieres que te diga la verdad, no me sorprende que haya ocurrido algo así. Mi padre se encargaba de varios departamentos a la vez y ahora empiezo a entender por qué. Los números no cuadraban y eso no le gustaba, así que los cambió. Ahora entiendo por qué no quería grandes cambios a su alrededor. Por ejemplo, si hubiera introducido mucha tecnología la verdad habría saltado a la luz mucho antes.
– ¿Crees que lo sabía alguien más?
– No sé, pero le voy a preguntar a todo el mundo -contestó Jack.
– ¿No crees que lo hiciera solo?
– No.
– ¿Por qué no le preguntas a Helen?
– ¿Crees que estaría compinchada?
– ¡Claro que no! -exclamó Samantha-. Helen no es así. Te lo decía porque, a lo mejor, ella te puede decir si tu padre cambió de repente o si estaba más estresado de lo normal.
– No necesito consejo sobre trapos.
Samantha se enfadó al oír cómo insultaba a su amiga.
– ¿Te crees que Helen es una mujer sin cerebro a la que solamente le importan la ropa y las joyas?
– La verdad es que no la conozco -contestó Jack encogiéndose de hombros.
– ¿Y eso? Forma parte de tu familia desde hace un tiempo. ¿Por qué no te has molestado en conocerla un poco?
– Porque conozco muy bien a las mujeres como ella.
– Helen es una persona que no tiene nada que ver con lo que tú te imaginas. Dices que tu padre hizo que la empresa fuera mal por tener ideas obsoletas en la cabeza, pero me parece que tú actúas exactamente igual.
Samantha terminó de tomar notas tras la presentación de un miembro de su equipo.
– Buen trabajo, Phil -lo congratuló sinceramente-. Me encanta la paleta de colores que has elegido para la nueva página.
– Sí, los niños pequeños responden mejor a los colores que a las instrucciones -sonrió su compañero-. Se me había ocurrido seguir el mismo esquema con niños de más edad e ir convirtiendo los colores claros en colores más oscuros.
– Buena idea -contestó Samantha mirando a Arnie-. ¿Sería muy difícil hacer eso?
– No, no hay problema -contestó el programador.
– Estupendo entonces.
– También podríais, eh, meter menús. Así, el niño puede hacer clic en el color que le guste y obtener no sólo una pregunta sino una serie y, luego, dependiendo de la respuesta puede pasar a otro lugar de la página. Por ejemplo, si acierta la respuesta, podríamos meterle un pequeño juego -sugirió Arnie-. Ya sabéis, para motivarlos.
Samantha miró a su equipo, que parecía encantado con la idea.
– Estupendo -le dijo a Arnie-. Gracias.
Arnie se encogió de hombros y se sonrojó y Samantha se dio cuenta, por cómo la miraba, de que aquel hombre se había enamorado de ella, lo que era un incordio porque, además de que ella no estaba buscando pareja, Arnie no era su tipo en absoluto. Justo en aquel momento, se abrió la puerta de la sala de conferencias y entró Jack, que no dijo nada y se limitó a sentarse en silencio.
Al instante, el cuerpo de Samantha se tensó, por si su cerebro se había dado cuenta de que Jack había llegado. Samantha odiaba que, a pesar de que seguía enfadada con él, su cuerpo reaccionara así ante su presencia.
Desde luego, el mundo siempre patas arriba. Arnie era un hombre soltero y agradable, inteligente y probablemente poco complicado, pero no le llamaba la atención lo más mínimo mientras que Jack, que la sacaba de quicio con sus prejuicios sobre Helen, era irresistiblemente sensual.
Haciendo un increíble esfuerzo, consiguió volver a concentrar su atención en la reunión.
– Los juegos de premio tendrían que ver con el tema de la pregunta -propuso Sandy.
– Sí, buena idea, la dificultad de los juegos iría en aumento dependiendo del curso en el que esté el niño -añadió Phil.
– Vamos a tener que pasar mucho tiempo confeccionando los contenidos, pero creo que merece la pena -comentó Samantha-. Tenemos que hablar con los de Investigación y Desarrollo para contarles estas ideas y que se pongan en marcha con las preguntas y las respuestas.
– Ojalá hubiera existido algo así cuando nosotros estábamos en el colegio -apuntó Jeff-. A mí me habría ayudado un montón con la Historia.
Y así transcurrió la reunión, en la que se aportaron y se debatieron un montón de buenas ideas. Samantha tuvo siempre mucho cuidado de no mirar a Jack porque eran compañeros de trabajo y sabía que tenía que dejar sus desavenencias personales a un lado.
– Bueno, chicos, estoy encantada con vuestro trabajo. Nos volvemos a ver el viernes -se despidió Samantha de su equipo.
Cuando sus compañeros se pusieron en pie, Arnie se percató de que Jack no se iba, miró a Samantha y se fue.
– Vamos muy bien -le dijo Samantha a Jack una vez a solas mientras recogía sus notas.
– Ya lo veo, formáis un buen equipo.
– Me alegro de que te lo parezca.
– ¿Sigues enfadada conmigo?
– No entiendo por qué tienes tan mal concepto de Helen. Por lo que tengo entendido, apenas la conoces. Si hubieras pasado mucho tiempo con ella y se hubiera portado mal contigo, entendería que tuvieras una mala opinión de ella, pero solamente la has visto en un par de ocasiones y la tratas como si fuera la madrastra mala de los cuentos.
Aquello hizo sonreír a Jack.
– No es porque sea mi madrastra.
– Entonces, ¿por qué es?
Jack pareció dudar.
– Es mucho más joven que mi padre y mi padre no era un buen hombre.
Samantha se puso en pie.
– Ah, entiendo. Crees que se casó con él por el dinero, ¿no? -le espetó-. Conozco a Helen desde hace años. Para que lo sepas, me cuidaba cuando era pequeña y siempre hemos tenido una gran amistad. Es como una hermana para mí. Te puedo asegurar que estaba completamente enamorada de tu padre. A lo mejor tú no te llevabas bien con él y te cuesta entenderlo, pero es la verdad. Lo considera el amor de su vida. No puedo evitar defenderla porque es como si estuvieras atacando a mi hermana.
– Pareces muy sincera -contestó Jack poniéndose en pie.
– Así es.
Jack y Samantha se quedaron mirándose intensamente hasta que, por fin, él se encogió de hombros.
– Entonces, supongo que tienes razón.
Samantha se quedó estupefacta.
– ¿Cómo?
– Nunca me has mentido. Te conozco hace tiempo y sé que me puedo fiar de tus juicios, así que respeto tu opinión sobre Helen.
– ¿Y eso qué quiere decir exactamente?
– Que la respeto como persona. Es cierto que no he pasado mucho tiempo con ella, en eso tienes razón. Lo cierto es que no la conozco de nada. A lo mejor no es como yo creía.
¿Así de fácil? Samantha no se lo podía creer. Samantha recordó que Jack tampoco mentía nunca y se dijo que podía fiarse de él.
– Bueno, estupendo.
– ¿Ya no estamos enfadados? -preguntó Jack.
– Supongo que no.
– Parece que te fastidia.
– Será porque tengo un montón de energía dentro y no sé cómo quemarla -contestó Samantha.
En cuanto hubo pronunciado aquellas palabras, se dio cuenta de que se le tensaba todo el cuerpo, de que toda la sala de reuniones se llenaba de electricidad y no era porque no se llevaran bien sino porque Samantha no podía dejar de sentirse atraída por el hombre que tenía frente a sí.
Su mente le dijo que saliera corriendo de allí a toda velocidad, pero su cuerpo le suplicó que se quedara y disfrutara de la situación.
Al final, Jack rompió el hechizo al mirar el reloj.
– Tengo que preparar la reunión de mañana.
– ¿Viene todo el mundo?
– Sí, más o menos. Un par de personas entrarán por videoconferencia o por teléfono. No va a ser nada agradable.
– He leído la prensa esta mañana y no decía nada.
Jack se encogió de hombros.
– Eso es porque a las ocho de la tarde de ayer solamente lo sabíamos tú y yo.
– Ah -contestó Samantha, que había creído que lo sabría más gente-. Yo no le he dicho nada a nadie.
– Ya lo sé -contestó Jack despidiéndose y yéndose.
Samantha se volvió a sentar y esperó a que el deseo que se había apoderado de todo su ser desapareciera.
¿Por qué aquel hombre le atraía tanto si tenía un montón de cosas que no le gustaban? Era orgulloso, controlador y poderoso y, sin embargo, acababa de reconocer con total naturalidad que se había equivocado con Helen.
En todos los años que había estado casada con Vance jamás le había visto hacer algo parecido. El pobre tipo se creía perfecto.
En eso, desde luego, ambos hombres eran completamente diferentes, pero no era suficiente. Samantha se dijo que no podía arriesgarse a cometer otro error como el de la última vez porque, si lo hacía, podría salir muy mal parada.
Tres de los miembros del Consejo de Administración vivían en Chicago, otros habían llegado en avión y otros dos iban a asistir a la reunión por teléfono.
Jack entró en la sala de reuniones exactamente a las once y media de la mañana y los allí reunidos tomaron asiento y escucharon las malas nuevas que tenía que comunicarles.
Por supuesto, todos estuvieron de acuerdo en preparar una nota de prensa para hacer público lo que había sucedido.
– Yo creo que lo mejor sería que te quedaras ocupando el puesto de tu padre de manera permanente -sugirió Baynes, el miembro de más edad del consejo.
– Dije que me quedaría tres meses y me quedaré tres meses -contestó Jack.
– Por favor, Jack, sé razonable, la empresa va a pasar una crisis terrible. Piensa en los empleados y en los accionistas. Tenemos una responsabilidad hacia ellos.
– Yo, no.
– Tú eres el hijo mayor de George Hanson -le recordó la señora Keen, la única mujer del Consejo de Administración.
– Tengo dos hermanos más.
– ¿Y dónde están? No tienen ni la experiencia ni la educación ni el temperamento para este tipo de trabajo.
– Tres meses -insistió Jack-. Tienen tres meses para encontrar a un presidente o presidenta.
– Pero…
Jack se puso en pie.
– No voy a cambiar de opinión -les advirtió-. Además, ni siquiera sabemos quién tiene la mayoría de la empresa porque las acciones de mi padre están en el limbo hasta que se abra su testamento. ¿Quién sabe? A lo mejor, su último deseo fue que se vendieran al mejor postor.
Todos los miembros del consejo palidecieron ante aquella posibilidad. Mientras recobraban el color, Jack aprovechó para salir de la sala. Una vez en el pasillo, se deshizo el nudo de la corbata, pero aquello no fue suficiente.
Se sentía completamente atrapado.
– Dentro -gritó Samantha tirando la bola-. ¡Dos más para nuestro equipo! -exclamó chocando las cinco con Patty-. Ganamos por seis.
Jugar al baloncesto en el pasillo a lo mejor no era muy propio de una empresa, pero a Samantha le parecía que ayudaba mucho a un equipo a relajarse después de un día entero haciendo brainstorming.
– Ahora veréis -dijo Phil lanzando.
La bola rebotó en la canasta y se perdió por el pasillo. Cuando Jack dobló la esquina con la bola en la mano, el equipo de Samantha se quedó en silencio y la miró.
– ¿Puedo jugar? -preguntó Jack.
– Claro -contestó Samantha.
Jack se quitó la chaqueta y la corbata y se remangó la camisa mientras Phil le explicaba quién iba en cada equipo.
– ¿Se te da bien jugar al baloncesto?
– Más o menos -sonrió Jack.
Diez minutos después, Samantha y todos los demás habían comprobado que no era que se le diera bien sino que era un as de la canasta. Se movía con la velocidad de un guepardo y llegaba a todas las bolas y a todos los rebotes.
Para colmo, cada vez que saltaba, se le subía la camisa y dejaba al descubierto unas abdominales fabulosas que Samantha no podía dejar de mirar.
«A lo mejor ha llegado el momento de buscarme una aventura para pasar el rato y olvidarme de Vance», pensó Samantha decidiendo que no estaba preparada para una relación seria.
– Gracias por dejarme jugar -se despidió Jack.
– De nada -contestó Phil.
– ¿Os apetece que tomemos algo dentro de media hora en el bar de la esquina? -propuso Jack consultando el reloj.
– Estupendo -contestaron los demás volviendo a sus oficinas.
– Tú también te vienes, ¿no? -le preguntó Jack a Samantha una vez a solas.
Samantha sabía que no debería ir, que no era un movimiento inteligente por su parte, pero…
– Por supuesto -contestó.
– Bien -sonrió Jack.
Samantha sintió mariposas en el estómago y se metió a toda velocidad en su despacho.
«Un clavo con otro clavo se quita», se dijo.
Jack pidió bebidas y fuentes de aperitivos para todos y habló con cada miembro del equipo de Samantha.
– Has contratado a gente muy válida -le dijo sentándose a su lado al cabo de un rato.
– Gracias -contestó Samantha-. ¿Qué tal la reunión?
– Bueno, los miembros del consejo están más interesados en protegerse que en saber exactamente qué ha ocurrido. Vamos a hacerlo público mañana por la mañana.
– Buena suerte -dijo Samantha dando un trago a su refresco.
– ¿Sabes? Lo que no entiendo es por qué mi padre no había nombrado a un sucesor. ¿Acaso creía que iba a vivir para siempre?
– A lo mejor, esperaba que uno de sus hijos quisiera hacerse cargo de la empresa.
– A lo mejor. Lo cierto es que no me imagino ni a Evan ni a Andrew instalados en Chicago y convertidos en hombres de negocios.
– Ya sabes que tú tampoco tienes que encargarte de la empresa si no quieres -dijo Samantha tocándole el brazo.
– Sí, ya sé que me puedo ir cuando quiera.
Samantha sabía que no lo haría, que Jack tenía un inmenso sentido de la responsabilidad.
De nuevo, su cuerpo le recordó que no se parecía en absoluto a Vance, pero su cabeza no estaba tan segura. Su ex marido también parecía ser un buen hombre, un profesional de éxito que quería convertirse en padre. Sí, eso había sido hasta después de la boda porque, luego, de la noche a la mañana, todo había cambiado.
Su padre había hecho exactamente lo mismo, había pasado en pocas semanas de ser un hombre cariñoso y agradable a convertirse en una persona que había abandonado a su mujer y no había querido hacerse cargo de su única hija.
Los hombres poderosos a menudo eran así y Samantha se dijo que, a pesar de que la atracción que sentía por Jack fuera muy fuerte, no debía dejar que su relación fuera más allá de los límites de lo estrictamente profesional.
No podía arriesgarse a sufrir otro revés emocional.
– Me tengo que ir -anunció colgándose el bolso del hombro.
– Yo también me voy -contestó Jack-. ¿Quieres que te lleve?
– No, gracias -contestó Samantha aunque la tentación era terrible-. Tengo que hacer unos cuantos recados antes de volver a casa y prefiero ir andando.
– ¿Estás segura? No me importa llevarte.
– Gracias, pero prefiero ir sola -sonrió Samantha.
Sí, había aprendido que lo más seguro en la vida era estar sola.