– ¿A que te ha ido bien? -preguntó Samantha entrando en el despacho de Jack para comer juntos.
– Bueno, desde luego, mis jefes tienen grandes planes para mí -contestó Jack.
Samantha se acercó y sonrió.
– Qué bien -dijo poniéndose de puntillas y besándolo en la boca-. Eso es porque están impresionados contigo, como yo.
Como de costumbre, tenerla tan cerca hacía que Jack la deseara sobremanera. Por muchas veces que hacían el amor, el deseo nunca desaparecía.
Samantha se sentó en el sofá y sacó dos sándwiches de una bolsa de papel.
– ¿Pavo o jamón?
– Me da igual -contestó Jack.
Samantha le entregó el de jamón y, a continuación, sacó una ensalada, dos bolsas de patatas fritas y servilletas. Jack sacó dos refrescos de la nevera que tenía en un rincón del despacho y se sentó a su lado.
– Cuéntame -le dijo Samantha.
– Verás, los socios del bufete lo tienen todo pensado -contestó Jack desenvolviendo su sándwich-. Me apoyan para que me presente a juez.
– Eso es maravilloso.
– Sí, por lo visto, les está gustando lo que estoy haciendo aquí.
– ¡Genial!
– Sí, pero hay una cosa…
– No hace falta que me lo digas, sé que no sabes qué hacer, que no sabes si seguir tu propio camino o quedarte haciéndote cargo de la empresa familiar.
– Qué bien me conoces. Todavía no lo he decidido. Por una parte, me dan ganas de decirle al Consejo de Administración que dimito porque esta empresa no me importa nada.
– Eso no es verdad -contestó Samantha acariciándole el brazo-. Te importan los empleados y no quieres que se queden sin trabajo y, además, hay una pequeña parte de ti que se niega a perder la empresa por la que tu padre luchó tanto.
– Eso no es así -contestó Jack tensándose.
Pero Samantha no se achantó.
Al final, Jack suspiró.
– Tienes razón -admitió-. Mi padre me importa un bledo, pero no quiero que esta empresa se vaya al garete.
Samantha sonrió.
– La verdad es que no entiendo cómo podía tenerte miedo en la universidad. Entonces, creía que te parecías a mi padre, pero ahora veo que no eres como él en absoluto.
– ¿Por qué me tenías miedo?
– Porque creía que me harías daño y que terminarías abandonándome.
«Al final, fuiste tú la que me abandonaste a mí», pensó Jack.
– No me parezco ni a tu padre ni a Vance.
– Ahora lo sé.
«Mejor tarde que nunca», pensó Jack.
En los diez años que habían pasado separados, los dos habían aprendido su lección. Por desgracia, la de Jack había sido que no debía fiarse de nadie porque todo el mundo acaba yéndose.
– Voy a hablar con Helen -anunció Samantha-. Ella se puede hacer cargo de la empresa para que tú puedas volver a tu bufete.
– ¿Por qué te preocupas por mí? -quiso saber Jack encantado de que lo hiciera.
– Porque me importas -sonrió Samantha-. Anda, venga, cómete el sándwich -añadió cambiando de tema.
Jack así lo hizo, pero no pudo evitar pensar que las palabras y las acciones de Samantha indicaban claramente que estaba comenzando a sentir algo por él. Había ansiado aquello durante mucho tiempo y, por fin, parecía que estaba sucediendo. ¿Podía fiarse de ella? ¿De verdad no lo iba a abandonar? ¿De verdad quería abrirse a otra persona después de lo que había pasado con Shelby?
– Voy a vomitar -bromeó Samantha intentando tranquilizarse.
– No te preocupes, todo va bien -contestó Arnie.
– ¿Ah, sí? Pues tú estás pálido como la pared-. Ojalá fuera ya mañana, ojalá ya hubiera pasado el lanzamiento de la página.
– Sí, pero es ahora.
Efectivamente. Allí estaban, en un colegio del centro de la ciudad donde habían montado un laboratorio informático que ahora mismo estaba lleno de niños y periodistas.
Varias conversaciones se mezclaban con las risas y la música, había globos de todos los colores, muñecos y una tarta enorme.
Llevaban dieciocho minutos de lanzamiento y a Samantha le daba miedo salir a ver qué tal iba todo.
– Es mi trabajo -se dijo a sí misma acercándose a uno de los ordenadores y comenzando a hablar con los niños que estaban probando la página-. ¿Qué os parece?
– A mí me encanta -contestó un pelirrojo de pecas-. Puedo hacer los deberes de matemáticas y, además, jugar a la vez.
Samantha tomó nota y pasó al siguiente internauta.
Media hora después, David Hanson fue a buscarla.
– La prensa quiere hablar contigo.
– Estoy nerviosa.
– No se te nota.
A continuación, tuvo lugar una pequeña rueda de prensa y, al final, Samantha sonrió encantada porque su sueño se había hecho realidad. Detrás de ella compareció la directora del centro.
– Me gustaría darle las gracias a Hanson Media Group, no sólo por la maravilloso página web, también por los ordenadores nuevos y los accesos a Internet que han donado a nuestro centro -agradeció la mujer.
Samantha aplaudió, pero no tenía ni idea de lo que estaba hablando aquella mujer. En cuanto terminó la rueda de prensa, fue hacia David.
– ¿Qué es eso de que la empresa ha donado ordenadores al colegio?
– Fue idea de Jack -asintió David-. No le parecía bien utilizar el centro para hacernos publicidad sin dar algo a cambio. Tenían unos ordenadores muy viejos.
Samantha buscó a Jack con la mirada. Lo halló sentado ante un ordenador con una niña sentada en el regazo y otras dos al lado, todos pendientes de una pantalla.
– Pero ayer por la noche estuve repasando todo el dossier y no se decía nada de la donación -insistió Samantha.
David se encogió de hombros.
– Jack no quería estropear el momento. Le dije que era una locura, pero no me escuchó. Ya sabes lo cabezotas que es.
Samantha sabía que no lo había hecho por ella, que había donado miles de dólares en ordenadores porque era lo que debía hacer, porque él era así.
Diez años atrás, había huido de él porque había tenido miedo… pero no de él, se dio cuenta de repente, sino de sí misma, de su reacción, de cómo cambiaría su mundo; le había dado miedo depender de alguien, correr el riesgo de que alguien desapareciera de su vida y no poder soportarlo.
Diez años atrás, había dejado escapar a Jack, pero no por quién era él, sino por quién era ella.
Se acercó a él y sintió que el corazón se le henchía al verlo sentado con aquellas niñas, explorando pacientemente la nueva página con ellas. Una de ellas señaló a un loro que hablaba y se rió y Jack sonrió y asintió.
Entonces, Samantha lo vio claro, percibió su aceptación, su cariño, su bondad y se dijo que ella siempre había querido tener hijos, que había esperado por Vance y que había perdido mucho tiempo.
Ahora, tenía otra oportunidad. ¿La iba a dejar pasar o iba a luchar por la felicidad que tan cerca tenía?
El viernes por la noche la página resplandecía de colorido y funcionaba a las mil maravillas.
Un hombre tecleaba frente al ordenador a toda velocidad. Aquello no estaba bien. Nada bien. A George no le hubiera gustado. A George le gustaba que las cosas cambiaran. Jamás habría aprobado tanta tecnología nueva.
Aquella dirección que había tomado la empresa no era la adecuada. ¿Cuántas veces había dicho George que Hanson Media Group era una empresa basada en las revistas?
Para colmo, Jack se estaba llevando todos los méritos, él que nunca se había preocupado por su padre e incluso le había roto el corazón al no haber querido entrar en la empresa familiar.
¡Y ahora el Consejo de Administración andaba diciendo que era poco menos que un héroe!
El hombre mecanografió todavía más deprisa, cambiando los vínculos del programa de software, colocando cosas donde no debían estar, donde nadie las buscaría.
Ahora, lo único que tenía que hacer era que se cayera el sistema. En cuanto los técnicos lo volvieran a reactivar, creerían que la página estaba funcionando adecuadamente, no se darían cuenta de que había sido vinculada automáticamente a una página porno.
Así aprendería Jack.
Así aprenderían todos.
El fuego estaba encendido en la chimenea y Jack sentía el calor en las piernas, pero estaba mucho más pendiente de quitarle el sujetador a Samantha.
– Quiero verte desnuda -le dijo. Samantha rió y lo besó.
– No tengo nada que objetar.
Jack se quedó mirándola a los ojos y se encontró queriéndose perder en ellos. Así era como debía ser, aquello era lo que importaba, estar con una mujer a la que quería, alguien en quien se podía confiar.
Una voz dentro de su cabeza le advirtió que Samantha ya había huido de él una vez y que, probablemente, volvería a hacerlo, pero Jack se negó a escucharla.
Lo último que quería en aquellos momentos era pensar en la posibilidad de que Samantha no estuviera a su lado.
¿Y qué podía hacer para convencerla de que se quedara? Él no era la persona que más creía en que una relación pudiera funcionar porque nunca le había ido bien en aquel terreno.
¿Acaso aquella vez iba a ser diferente?
«A lo mejor, esta vez la diferencia es que yo quiero que funcione», pensó mientras la besaba.
– Samantha -suspiró tumbándose sobre ella.
De repente, los interrumpió el timbre del teléfono. Jack maldijo en silencio y pensó en no contestar porque era sábado y más de las once de la noche. ¿Quién llamaba a aquellas horas? Sólo podía ser una urgencia, así que decidió responder.
– ¿Sí?
– ¿Jack? ¿Eres tú? ¿Has visto los informativos?
– ¿Señorita Wycliff? ¿Qué pasa?
– Pon la televisión. Lo están dando en todas las cadenas. Oh, Jack, esto es horrible. Esto es el fin. La empresa no sobrevivirá a esto.
Jack se apresuró a encender el televisor con el mando de control remoto y al instante apareció una pantalla en la que se veía claramente lo que estaban haciendo dos personas, aunque tenían ciertas partes de su anatomía tapadas.
Jack subió el volumen.
– No hemos podido ponernos en contacto todavía con nadie de Hanson Media Group -estaba diciendo el presentador-, pero parece ser que la nueva página infantil de esta empresa lleva toda la tarde vinculada a una página porno. Padres de todo el país están furiosos y nadie sabe exactamente cuántos niños han estado expuestos a este tipo de basura.