Capítulo 8

– Mi nombre completo es Juliette Stanton -dijo ella, como si nombre debiera significar algo para él.

– La hija del senador Stanton.

– Mi padre es una figura pública muy importante, ¿verdad?

– Es uno de los pocos políticos que pueden presumir de tener una buena carrera, en lo personal y en lo político. Veo muchas de sus cualidades en ti -afirmó Doug.

– Te agradezco el cumplido. Veo que todavía no has establecido la relación. ¿Podría ser que la noticia no hubiera llegado a Michigan?

– Eres la Novia a la fuga de Chicago, ¿verdad? -anunció él, sin poder negar la evidencia-. Establecí la relación entre las dos personalidades, pero no quise incomodarte.

– Entonces, ¿no me reconociste?

– Bueno, el cabello es diferente de cómo aparece en las fotografías -dijo Doug para no mentir.

– Todo el mundo cree que salí corriendo porque me entraron dudas, o porque tenía un amante esperándome. ¿Sabías que las emisoras de radio de Chicago están haciendo concursos? Era ridículo. No podía salir de mí casa sin que me siguieran. ¿Es que no tiene la gente nada mejor que hacer con sus vidas? Ni siquiera soy una mujer famosa.

– Nunca se sabe lo que va a despertar el interés de la gente.

– Tú no me has preguntado por qué salí corriendo.

– Si quieres que lo sepa, no me cabe la menor duda de que me lo dirás…

Cuando recordara la conversación, quería que Juliette recordara que ella se lo había contado todo sin que él la forzara, quería que se diera cuenta de que no había forzado ni dirigido la conversación de ningún modo.

Cuando descubriera la verdad sobre él, no sólo no quería que sufriera, sino que quería que fuera capaz de perdonarlo.

– Quiero decírtelo, sólo que no sé por dónde comenzar.

Su dolor era tan palpable que Doug decidió que no quería prolongarlo más de lo necesario.

– Conozco los artículos de periódico que señalan al socio de tu antiguo prometido como parte de un plan para blanquear dinero.

– Entonces, sabrás que el artículo fue retirado por falta de pruebas -afirmó Juliette. Doug simplemente asintió-. Yo creía que Stuart era inocente. Creía que su socio, el congresista Haywood, era inocente.

– Entonces, el hecho de que se retirara ese artículo debió de ser una bendición.

– En aquel momento, solo confirmó lo que ya sabía, pero después…

Doug contuvo el aliento. Allí estaba la respuesta a su historia. La que volvería a colocarlo a la cabeza de su profesión, aliviaría la inquietud emocional de su padre y arreglaría el daño que le había hecho a la reputación del Tribune. La maldita culpa luchaba con la anticipación que sentía en su interior.

– … Habíamos llegado pronto a la iglesia para hacer los preparativos de última hora, pero yo sentía algo de claustrofobia y dejé a mi hermana y a mi madre en la sacristía porque necesitaba salir a tomar un poco el aire. No había nadie en la iglesia todavía, pero no quería encontrarme con nadie, así que me marché a un lugar que Stuart, Gillian y yo solíamos frecuentar de niños. Allí fue donde los vi.

– ¿A quién viste? -preguntó Doug, sintiendo que la adrenalina le palpitaba en las venas.

– A Stuart, al congresista Haywood y a Paul Costa. El artículo del periódico aludía a los vínculos con la Mafia y el blanqueo de dinero, pero no mencionaba a nadie por su nombre. Se dice que Costa es un capo, por lo que no había posibilidad alguna de que yo no lo reconociera. Además, oí parte de la conversación. Era algo sobre el hecho de que se había conseguido que se retirara el artículo. No me quedó duda alguna de que Stuart estaba implicado.

Doug la escuchó incrédulo. Su instinto le había dicho que ella conocía el vínculo que unía a Barnes y a Haywood con los negocios sucios. Sin embargo, nunca hubiera pensado que también había sido testigo ocular de sus trapicheos.

– ¿Te vieron?

– ¿Crees que se podría pasar por alto a una mujer vestida con su traje de novia? En realidad, fue sólo Stuart quien me vio y se excusó. Yo ya había echado a correr, pero él me agarró del brazo y me llevó a un lugar privado. Tuvimos una fuerte discusión. Yo cancelé la boda y él…

– ¿El qué? -le preguntó Doug, agarrándola de las manos para calentarlas entre las suyas. Ya tenía su historia. Lo único que podía hacer ya era ocuparse de Juliette. Ya se imaginaría más tarde cómo podría contarle la verdad sin desgarrarle el corazón-. ¿Te amenazó?

– No estaría tan destrozada o tan confusa acerca de qué hacer si yo fuera su blanco. Me dijo que si él caía, se aseguraría de que se llevaba a mi padre con él. Era una amenaza implícita para que yo mantuviera la boca cerrada.

Sabiendo lo mucho que Juliette quería a su padre, algo que seguramente sabía, Stuart Barnes se había garantizado su silencio.

– Perdóname por preguntarte esto, pero, ¿está tu padre implicado en modo alguno?

– No, pero si el protegido del senador Stanton era arrestado, afectaría de todos modos a la reputación de mi padre y todo lo que había conseguido durante la vigencia de su cargo. Aunque sea inocente, pasaría a la historia por haber dejado su escaño rodeado del escándalo y de las sospechas.

Doug gruñó. Aquella afirmación acababa de darle una razón para no tratar de dejar al descubierto a Barnes y a su congresista a cualquier precio. Un artículo de esas características con Juliette como testigo destruiría a su padre, y cualquier cosa que afectara al senador Stanton mataría a Juliette. Aquello era algo que nunca sería capaz de hacer. El duro reportero que había sido antes de conocer a Juliette ya no existía. Doug tendría que aceptar aquel hecho…

Tenía que conseguir preparar un plan enseguida. Y pronto. Aunque tenía motivos personales para tratar de dejar a Barnes y a Haywood en evidencia, le quedaba una razón mucho más importante: no podía permitir que sus actividades ilegales siguieran produciéndose. Tenía que dejarlas al descubierto antes de que Barnes fuera elegido senador. Existía la posibilidad de que el hecho de que Juliette lo hubiera dejado abandonado en el altar le ganara cierto voto de simpatía. Tenía que detenerlo sin herir a Juliette ni a su familia.

– Te has quedado muy callado. Veo que te he dejado muy sorprendido.

– No. Siempre supe que tú eras especial, pero saber de lo que fuiste capaz para proteger a tu padre, el modo en que los medios de comunicación han hablado sobre ti…

– Él habría hecho lo mismo por mí sin dudarlo, por eso necesito preparar un modo de impedir que Stuart pueda llegar a ser senador. No puedo consentir que lo sea sabiendo lo que sé. Estoy segura de que juntos se nos ocurrirá una idea, aunque esperaba que, primero, pudiéramos hacer algo más juntos.

La temperatura de la habitación subió algunos grados. En cuestión de segundos, Doug pasó de estar preocupado a excitado. Aparentemente, Juliette sentía lo mismo, porque se estaba acercando a él para colocarle las manos en los hombros y susurrarle al oído.

– ¿Te das cuenta de la importancia de este secreto? ¿Comprendes que no lo compartiría con cualquiera?

– Juliette… -susurró él. Si ella supiera con quién lo había compartido…

– Doug, me has hecho sentirme como si pudiera confiarte cualquier cosa. Eso tiene que significar algo en el esquema de tu fantasía.

– Las fantasías son complicadas…

– No tienen por qué serlo -susurró ella, mordisqueándole el cuello detrás de la oreja.

Aquello era una ironía en el grado más alto. Ella le había revelado todo para hacer que se unieran más. Si se marchaba para decidir cuál era el mejor modo de utilizar aquella información, le haría casi tanto daño como sus secretos, unos secretos que no podía revelar hasta que no hubiera ideado un modo de ayudarla, de salvar la reputación de su padre y de asegurar su futuro como pareja.

– Doug, si tu fantasía trata de verdad sobre anteponer las necesidades de una mujer a las propias, entonces… hazme el amor.

Toda la contención que Doug había estado ejerciendo sobre sí mismo se desvaneció en aquel instante. Ella lo había liberado mental y emocionalmente y él se negaba a mirar atrás. Tendría que encontrar aquella salida… después de hacer lo que ella le estaba pidiendo.

– Llevas torturándome varios días -susurró Doug, tomándola entre sus brazos y colocándola encima de la cama. Después, la empujó suavemente por las caderas y la tumbó encima del colchón. Luego, se echó encima de ella.

– ¿De verdad? Sé que lo he intentado. Ya estaba empezando a creer que no estaba teniendo demasiado éxito.

– Estoy seguro de ello. Lo que ocurre es que tengo eso que se llama disciplina.

– A mí me parece que ya la has perdido…

Juliette levantó la pelvis, presionando su feminidad contra la firme erección. Al notarla, lanzó una exclamación de apreciación.

– Vaya, veo que no me he equivocado.

– Llevas puesta demasiada ropa…

– Entonces, quítamela.

Aquélla era la sugerencia más provocativa que Doug había escuchado nunca. Ella extendió los brazos para provocarlo aún más si aquello era posible. La blusa revelaba que debajo había una prenda de encaje, una suave tela de araña que le recordaba la lencería sexy y las cálidas noches de pasión.

De repente, le pareció que la temperatura de aquella noche en particular iba a subir varios grados.

Juliette miró a los profundos ojos azules de Doug, incapaz de creer lo juntos que estaban en aquellos momentos y lo íntima que iba a ser su unión a los pocos segundos. Ella le había confiado sus secretos más íntimos, por lo que no le cabía duda alguna de que la ayudaría a saber cuál era el siguiente paso que debía dar, igual que ella le había ayudado a cumplir su fantasía.

La suya estaba a punto de cumplirse. El corazón le latía a toda velocidad pensando en el erotismo que las manos de Doug le iban a transmitir. Aquellas manos se estaban perdiendo poco a poco bajo su blusa y se habían detenido al encontrar la camisola de encaje…

Con hábiles dedos, él siguió tocando hasta que le encontró los pechos, erguidos y llenos, esperando sus caricias.

– ¿No llevas sujetador? -le preguntó él.

– No es necesario con tantas capas…

– Mejor. Más fácil para mí.

– Ese era el plan…

Doug la sorprendió al darle un suave beso en las acaloradas mejillas. Entonces, se levantó un poco y alineó sus cuerpos tanto como le fue posible, a pesar de la barrera de la ropa. Firme y pesada, su erección la tentaba con infinitas posibilidades.

– ¿Cómo te gustaría, Juliette? ¿Lento o rápido?

– Creo que ya nos hemos tomado las cosas con demasiada calma, ¿no te parece?

Como respuesta, Doug le agarró la camisa y tiró de ella. Los botones se esparcieron por todas partes, al tiempo que se escuchaba el sonido de la tela rasgada.

– Estoy aquí para cumplir tus deseos. Después de todo, se trata de que consiga que tus sueños se hagan realidad.

– ¿Sabías que existe la opinión de que toda mujer fantasea con la época de las cavernas?

– Entonces, hagamos que la tuya se haga realidad -dijo Doug, admirando los pechos a través del encaje de la camisola-. ¿Qué haría tu cavernícola después de haberte llevado arrastrando a tu cueva?

– Me besaría -susurró ella, sintiendo un deseo más fuerte que nunca.

– ¿Dónde? Ya sabes que no puede satisfacerte si no sabe lo que te gusta -replicó Doug. Mientras esperaba que ella respondiera, empezó a dibujar círculos alrededor de uno de los pezones, torturándolo, excitándolo…

– Pensé que habíamos acordado que sería rápido.

– Si me dices lo que te gusta, te prometo que te lo daré rápido, con fuerza y profundo -musitó él. Al escuchar aquellas palabras un suave gemido se escapó de los labios de Juliette, lo que excitó aún más a Doug-. Bueno, ¿dónde te gustaría que te besara?

– Creo que mi cavernícola me besaría los pechos -musitó ella, avergonzada de decir lo que más deseaba.

Tal y como había prometido, Doug besó ligeramente uno de los pezones, para después humedecerlo repetidamente con la lengua. Entonces, empezó a estimularlo más rápidamente, lo que le provocó a Juliette una intensa sensación de placer entre las piernas e hizo que se retorciera bajo él. Doug le estaba dando todo lo que había prometido.

Juliette no se había dado cuenta de que había cerrado los ojos hasta que sintió que le levantaba la camisola y que se la quitaba por la cabeza La sensación de la tela deslizándose sobre su piel fue exquisita.

– Eres tan hermosa… -musitó él. Avergonzada, Juliette desvió la mirada, pero Doug le agarró la barbilla y la obligó a mirarlo-. Yo no soy tu ex. No deseo ni el escaño de tu padre ni ninguna otra cosa. Sólo te deseo a ti. Cada vez que te miro, veo a la mujer que… admiro -añadió mientras comenzaba a acariciarle ambos pechos con las manos-… la mujer por la que siento algo muy especial.

¿Sería la mujer que amaba? A Juliette se le ocurrió aquella pregunta sin previo aviso, sin haberlo pensado antes. En realidad, tenía la sensación de que era en sus propios sentimientos en los que estaba pensando, a pesar de que las sensaciones físicas impedían todo proceso mental. Su cuerpo pedía tanto…

Extendió una mano y se agarró la cinturilla de la falda. Doug comprendió enseguida lo que le quería decir y se levantó. Entonces, se quitó los vaqueros que llevaba y ella hizo lo mismo con la falda.

– Tampoco llevas braguitas… -susurró él.

– Ya he dicho que quería facilitarte el trabajo. Además, tú tampoco llevas ropa interior.

Doug estaba gloriosamente desnudo frente a ella. Era todo músculo y acero. Juliette no pudo evitar tragar saliva.

– La diferencia es que yo sí la llevaba.

– Ahora no…

En un abrir y cerrar de ojos, Juliette sintió que él la cubría con su cuerpo desnudo. Su propio cuerpo se moldeó para adaptarse a los contornos de su masculinidad. Doug le agarró la cabeza entre las manos y sus labios se fundieron con los de ella en un apasionado beso. La lengua descubrió como si fuera por primera vez los contornos de la boca de Juliette, haciendo que aquello fuera el preludio de lo que estaba por venir.

Lentamente, él fue bajando las manos e introdujo un dedo en su resbaladiza feminidad. El gruñido de placer que emitió resonó en toda la habitación.

– Te prometí que sería duro, rápido y profundo…

Juliette levantó las caderas, haciéndole saber que estaba lista. Como respuesta, Doug le dedicó una atractiva sonrisa.

– Y yo siempre mantengo mi palabra.

Entonces, sin decir nada más, le separó las piernas y la penetró de un solo empujón. Juliette cerró los ojos y se rindió a las intensas sensaciones. Lo sentía dentro de ella, deteniéndose lo suficiente para permitir que su cuerpo se adaptara a él.

Ella estuvo a punto de alcanzar el placer en aquel momento y, si servían de indicación los guturales sonidos que salían de la garganta de Doug, a él le había ocurrido lo mismo.

Sin embargo, la reacción emocional de Juliette era mucho más potente que las sensaciones físicas que sacudían su cuerpo.

No era virgen, pero casi se sentía como si lo fuera. Sensaciones y sentimientos eran completamente nuevos para ella. Amor…

No tuvo tiempo de procesar lo que significaba aquello, dado que él se incorporó lentamente, dejando que ella gozara con los movimientos de su miembro entrando y saliendo de su cuerpo, para darle así tiempo a que ella pudiera acomodarse a su tamaño, longitud e intenciones.

Instintivamente, Juliette flexionó las piernas para mantenerlo dentro de ella.

– Doug… -susurró, mientras él se movía duro, profundo y rápido, tal y como le había prometido.

– ¿Es esto lo que tenías en mente? -preguntó, mientras salía de ella, sólo para penetrarla con más fuerza que antes.

– Sí.

Había estado esperando tanto tiempo aquel momento, a aquel hombre, que sentía que el orgasmo no estaba muy lejos. Las sensaciones iban creciendo, más y más rápido, adueñándose de todo su ser hasta que se encontró más allá de la capacidad de poder razonar.

Doug había encontrado el ritmo perfecto. Aquella vez, se alzó sobre ella, sujetando el peso de su cuerpo sobre las manos para hacer que lo único que ella sintiera fuera a él entrando y saliendo de su cuerpo, duro y caliente, grueso y firme…

Las caderas de Juliette se alzaron para acoger todos y cada uno de sus movimientos. Entonces, abrió los ojos. La emoción que vio en los de él, la tensa expresión de su rostro, igualaba todo lo que ella estuviera sintiendo.

– Doug, por favor -susurró. Ni siquiera estaba segura de qué más podía desear.

– ¿Más profundo?

– Oh, sí…

– En ese caso, ayúdame, cielo.

Juliette le rodeó la cintura con las piernas, empujando su feminidad hacia él, tanto que cada uno de los movimientos hacía que Doug se hundiera más dentro de ella.

– Más rápido… -gimió, con el último aliento que le quedaba.

Él le dio lo que pedía y se movió más rápidamente dentro de ella, hasta que provocó un estallido de luz y un interminable placer en su cuerpo. Doug dejó escapar un gemido. El orgasmo de Juliette provocó el suyo. Tal vez la había estado, esperando, pero lo importante fue que alcanzaron el clímax al unísono…

Minutos después, entre los brazos de Doug, fue cuando por fin los latidos de su corazón volvieron a la normalidad. Sin embargo, Juliette estuvo completamente segura de que todo lo demás había cambiado.

Después de la traición de Stuart, el amor había sido la última cosa que había creído que volvería a desear o a encontrar. Su fantasía era sólo para superar el dolor y saber que era deseable, no sólo por su familia o por sus contactos políticos, sino sólo por ella misma. Sin embargo, a pesar de todo, se había enamorado.

Al comprender aquello, decidió que se negaría a tomar una actitud pasiva ante su vida y su futuro. Tal vez la recién encontrada determinación tenía algo que ver con el hecho de que Stuart le hubiera exigido que guardara silencio y la total seguridad que él había tenido de que haría lo que le pedía. Tal vez tenía más que ver con amar a un hombre muy especial, al que se negaba a perder después de aquellas vacaciones. Al menos, si así ocurría, no sería porque ella no lo hubiera intentado.

Aunque, por el momento, guardaría silencio con relación a Stuart, tenía la intención de decirle a Doug que lo amaba. Con un poco de suerte, él sentiría lo mismo y ella, Juliette Stanton, hija del senador Stanton, tendría su final feliz.


Doug permaneció despierto durante mucho tiempo después de que Juliette se hubiera quedado dormida. Respiró profundamente, aspirando la fragancia de su cabello. Habían decidido no salir a cenar y habían llamado al servicio de habitaciones. Entonces, habían hecho el amor una vez más. Aunque Doug sentía que su cuerpo estaba temporalmente saciado, no podía decir lo mismo de su corazón.

¿Cómo podía estarlo cuando los rodeaba tanta incertidumbre?

Necesitaba saber que tenían un futuro y, para eso, él tenía que sincerarse y esperar que Juliette lo perdonara y comprendiera. Considerando que últimamente se había visto herida por un hombre que la había utilizado, tenía sus dudas de que así fuera. Sin embargo, se negaba a que se le etiquetara en la misma categoría de Stuart Barnes, porque él amaba a Juliette y nunca había tenido la intención de herirla.

Al tener aquellos pensamientos, tuvo que ahogar una risotada. Era un maestro para utilizar a las personas para sus fines profesionales.

Si no lograba su mayor deseo, probablemente era porque se lo merecía, porque, inicialmente, sí que había tenido la intención de utilizarla, tal y como había hecho su prometido.

Juliette suspiró y se estiró en sueños. Doug le acarició el cabello y se lo apartó de la cara. Entonces, permitió que ella se acurrucara más contra él. Tal vez no la conociera mucho, pero no le cabía la menor duda de que podrían tener una relación duradera. Estaba seguro de que lo que quería vivir con Juliette no era sólo una aventura, sino un compromiso eterno, como el que sus padres compartían.

Su certeza nacía de su pasado. Nunca había experimentado nada tan fuerte como lo que sentía por Juliette. No podía confundir de ninguna manera la diferencia de sentimientos con respecto a lo que había sentido por sus anteriores amantes.

Con mucho cuidado de no despertarla, se levantó de la cama. Ella se rebulló un poco, pero terminó por abrazarse a la almohada. Doug se dirigió a su escritorio y sacó un cuaderno, en el que empezó a escribir rápidamente maneras de proteger a Juliette, los datos con los que contaba…

Cuando hubo terminado de escribir sus notas, las metió en su maleta y volvió a meterse en la cama. Para su delicia, Juliette inmediatamente volvió a cobijarse entre sus brazos. Minutos después, volvía a dormir profundamente.

– Te amo -susurró, sabiendo que tenía la libertad y el deseo de poder decir aquellas dos palabras en alto por primera vez.

Le gustaba cómo sonaban y, de nuevo, experimentó la seguridad de sus sentimientos. Entonces, cerró los ojos y se esforzó por relajarse.

La mañana llegaría muy pronto y, con el amanecer, sus verdades. Y la reacción de Juliette.

Sin embargo, cuando se despertó, se encontró una nota sobre el reloj.


Según tengo entendido, a la mayoría de los hombres no les gusta que una mujer se quede a pasar la noche. Para evitar situaciones incómodas, me marcho a mi bungaló a ducharme y a vestirme. ¿Te apetece venir a desayunar conmigo? Te dejaré la puerta abierta. Juliette.


PD. Lo de anoche fue increíble.


La palabra «increíble» ni siquiera servía para empezar a describirlo. Doug arrugó el papel que tenía en la mano. Él no era como la mayoría de los hombres, al menos, no en lo que se refería a una mujer en concreto. No sólo había deseado despertarse con Juliette, sino que hubiera querido ser él quien se despertara en primer lugar.

De un modo sensual y erótico, pensaba haberle mostrado exactamente lo que sentía… antes de sincerarse con ella y poner su vida en sus manos.

Sin embargo, el desayuno tenía sus ventajas. Además, como era un escritor, era un hombre muy creativo. Se le podrían ocurrir muchas y eróticas maneras de disfrutar de la comida que no le dejaran a Juliette duda alguna de lo que sentía.

Después de una rápida ducha, salió de su habitación y se marchó en dirección a la zona en la que estaba el bungaló de Juliette.

Doug llevaba siendo reportero durante más tiempo del que recordaba. Desde que conoció a Ted Houston, descubrir una historia había sido siempre parte de él. Sabía cómo debía seguir a una persona a una distancia discreta, Precisamente porque solía haber otros reporteros siguiendo el mismo rastro, Doug sabía siempre cuándo tenía compañía.

En aquellos momentos, sintió aquella sensación. Doug no estaba solo en la isla y con ello no se refería al resto de los huéspedes de Merrilee, porque éstos no andarían escondiéndose. Miró a su alrededor, pero no vio nada fuera de lo normal. También oyó el sonido de unas ramas y supo que no había sido un pájaro ni un animal.

En vez de ir directamente al bungaló de Juliette, Doug decidió tratar de probar su teoría y se dirigió hacia la piscina. Escogió un sendero que no se utilizaba muy frecuentemente y que estaba cubierto de plantas y maleza. Si alguien lo estaba siguiendo, le resultaría imposible no hacerlo sin ruido. Efectivamente, a los pocos segundos, oyó el leve susurró de las ramas de las plantas. Enseguida, el sonido se interrumpió. Fuera quien fuera quien lo seguía, se había dado cuenta de que Doug se había percatado de su presencia.

Cuando Doug se volvió a mirar, la persona que lo seguía se le había anticipado y no se veía por ninguna parte. Además, el silencio lo rodeaba por todas partes, roto solamente por el canturreo de los pájaros y las risas de unas personas lejanas.

Doug nunca descartaba su instinto. Entonces, recordó que Merrilee había comentado que habían llegado más huéspedes al final de la semana y que estos parecían más desesperados que la mayoría. No sabía quién era la persona que lo estaba siguiendo, pero de algo estaba seguro: todos los caminos conducían a Juliette.

Inmediatamente, pensó en otro periodista, aunque reconoció que, si hubiera conseguido saber dónde estaba Juliette y lo hubiera reconocido a él, no habría consentido que lo descubrieran con tanta facilidad. Lo descartó.

Podría ser el congresista Haywood. Si Stuart le había dicho lo que Juliette había visto y oído en la iglesia… Decidió que tampoco era probable porque habría enviado a Barnes para que le recordara su compromiso.

Aquello le llevó a pensar en Stuart Barnes. Podría ser que hubiera decidido controlar de cerca a su ex novia y asegurarse de que ella cumpliera su pacto.

Por último, quedaba la Mafia. Doug no sabía si conocían que Juliette sabía toda la historia. Decidió no correr riesgo alguno y echó a correr. Tenía que llegar al bungaló de Juliette y asegurarse de que estaba bien. Entonces, debía contarle las otras verdades, no sólo porque la amaba, sino porque ella necesitaba saber que debía protegerse y tomar precauciones con todo el mundo. Incluso con él.

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