Juliette era la última persona que Doug necesitaba o quería ver. Se giró y siguió nadando, decidido a agotarse tanto que no lograra responder a su serena belleza o a la sinceridad de sus ojos, hasta que su cuerpo estuviera tan cansado, que no pudiera reaccionar cuando estuviera cerca del de ella y su mente pudiera concentrarse en tratar de conseguir las respuestas que buscaba.
Hasta aquel momento, cada vez que había retirado una capa de Juliette Stanton, había conseguido un mayor acceso a sus pensamientos, a sus sentimientos y a su pasado, había dejado que fuera ella la que marcara el ritmo. Nunca había tratado de llegar más allá de los límites establecidos, ni siquiera cuando había mencionado el nombre de su ex novio. «Menudo reportero», pensó, mientras se esforzaba con más ahínco en su ejercicio.
Recordó la llamada que había realizado al hospital aquella mañana y la vaga respuesta de su madre. Después de las últimas pruebas que le habían realizado a su padre, habían encontrado que tenía las arterias obturadas, por lo que necesitaba un bypass, porque, si no, no podría sobrevivir a otro ataque.
La noche anterior, le habían practicado una operación de urgencia. Como no había podido localizarlo en su habitación, su madre había soportado las largas horas de la operación y la espera en solitario. Doug sentía que debía haber estado a su lado.
Tal vez lo habría hecho si hubiera estado ejerciendo su profesión en vez de dejarse seducir por Juliette Stanton, la mujer que tenía las respuestas que lo liberarían de aquella misión para poder volver a su casa, que era donde se le necesitaba.
Cuando por fin salió a la superficie para tomar aliento, la encontró arrodillada al borde de la piscina.
– El ejercicio no te va a servir de nada si mueres en el intento.
– Necesitaba quemar un poco de energía.
– Más bien parecía que te estabas matando. ¿Qué es lo que pasa?
– He recibido malas noticias de mi casa.
– ¿Tus padres?
– Mi padre. Tuvo un ataque al corazón hace algún tiempo y anoche tuvieron que operarlo.
– Oh, lo siento -susurró ella, colocando una mano encima de la de él-. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?
– No, pero gracias por preguntar.
– ¿Necesitas marcharte? -preguntó ella, con tal preocupación en la voz, que Doug sintió que no pudiera dirigir hacia ella la ira y la frustración que le había adjudicado mentalmente.
– En estos momentos no. La operación ha ido bien. Creo que se va a reponer.
– Me alegro mucho. Sé lo mucho que quieres a tus padres -dijo Juliette, sin poder ocultar su alivio-. Por supuesto, yo te echaría mucho de menos si tuvieras que marcharte.
Con aquella sincera afirmación, la furia de Doug terminó por desaparecer. No podía culparla de aquello por mucho que quisiera.
– Bueno, ¿qué haces levantada tan temprano?
– No podía dormir.
Doug vio un ardor en su mirada que le resultó imposible no comprender. Marcharse y dejarla sola en aquella cama, aun sabiendo que ella se le habría entregado con gusto, había sido una de las decisiones más difíciles de toda su vida. A la luz de día, se alegraba de sus acciones y se respetaba a sí mismo. Después de todo lo que había pasado últimamente, aquello era decir mucho, por lo que tenía que estarle agradecido a Juliette.
– Yo tampoco descansé muy bien -admitió él.
Juliette asintió sin hablar. ¿Qué se podía decir cuando el silencio resultaba como un libro abierto y podían leerse mutuamente sus pensamientos?
Siempre había creído que sus padres compartían una relación única, en la que los votos matrimoniales no sólo significaban algo, sino que se reforzaban con cada año que pasaba. Por el contrario, las pocas relaciones de larga duración que había tenido habían implicado mucho sexo y las peticiones de las mujeres para que expresara sus sentimientos cuando él prefería que lo dejaran en paz. Siempre había terminado sintiéndose ahogado, necesitando escapar.
Lo que estaba experimentando con Juliette era muy especial. Compartían un cómodo silencio cuando no había nada que decir. A él no le importaba abrirse a ella y Juliette le daba una comprensión tácita, sin ataduras, sin expectativas. Lo más extraño de todo era que Doug deseaba que ella le pidiera algo. Lo más sorprendente era que había podido dar marcha atrás cuando ella se le había insinuado sexualmente. Le preocupaban más sus sentimientos y su bienestar que el suyo propio.
– ¿Por lo de tu padre?
– No. Recibí la llamada esta mañana.
– ¿Y ahora? ¿Sigues preocupado?
– No mucho. Por cierto, anoche te eché de menos.
El genuino placer con el que ella sonrió casi le compensó por aquella noche en vela.
– Bueno, esos viejos clichés deben de tener algo de verdad, porque la ausencia hizo que mi corazón vibrara más fuerte.
– Me estás matando -gruñó él.
– Espero que no. Hay muchas otras cosas que quiero hacer contigo primero.
– ¿Qué cosas? -preguntó Doug de todas formas, a pesar de que intuía la respuesta.
– Bueno, en primer lugar, quiero que me des más besos de esos que das tan bien -susurró ella mientras pestañeaba, llena de vergüenza.
Aquello bastó a Doug. La agarró por la cintura y la tiró a la piscina. Ella gritó, sorprendida, y se aferró a él.
– No es justo -dijo, aunque no estaba enfadada, sino que sonreía.
Doug la mantuvo agarrada por la cintura hasta que la llevó a una zona de la piscina en la que ella pudo hacer pie. Mientras tanto, ella luchaba por bajarse la falda del vestido.
– Tal vez no, pero finalmente te tengo donde quiero tenerte. Estás entre mis brazos y te he refrescado un poco. ¿Qué te parece?
– No me molesta, y lo sabes. Lo que ocurre es que tus métodos son poco ortodoxos.
– Tú misma dijiste que querías experimentarlo todo. Yo sólo te estoy ayudando. Además… quiero estar contigo también y en estos momentos estamos completamente solos…
– ¿Cómo puede discutir una mujer con un hombre que se ha tomado tantas molestias por tenerla entre sus brazos? -preguntó ella, rodeándole el cuello con los brazos.
– No puede.
Doug la hizo separarse un poco de él para poder verla mejor. El vestido se le pegaba a la piel en los lugares adecuados y casi se había vuelto transparente, dado que revelaba claramente los pezones a través de la tela. De repente, los besos que ella había mencionado resultaron muy atractivos.
– ¿Es a esto a lo que te referías? -le dijo Doug, besándola deliciosamente.
Como respuesta, Juliette prácticamente ronroneó. Entonces, arqueó la espalda hasta que sintió la firme erección de Doug contra el muslo. Con los besos, él trató de evitar que se le acercara demasiado. El beso resultante no tenía nada que ver con lo que ella recordaba.
– No, ése ni siquiera ha sido parecido -murmuró Juliette.
– ¿Y esto?
Con la lengua, le acarició la línea de los labios con una languidez que la desarmó.
Una deliciosa sensación se le despertó en el vientre, tan fuerte que las rodillas casi se le doblaron. Mientras las manos de Doug le acariciaban el cabello, las eróticas sensaciones se iban apoderando de ella. Aquello parecía ser sólo un preludio de los placeres que podrían compartir si él no la torturara con aquella lentitud en sus movimientos.
Desde que había conocido a Doug, el deseo y el anhelo que sentía en su interior habían adquirido proporciones casi epidémicas. No sólo era que quisiera experimentar el deseo, sino que esperaba hacerlo con Doug, el hombre que le había devuelto la confianza en sí misma.
– ¿Y bien? -preguntó él cuando hubo terminado de besarla.
– Puedes hacerlo mejor -mintió ella; estaba segura de que ningún hombre podría resistir un desafío así.
– No tienes ni idea.
Entonces, la agarró por la cintura y la estrechó aún más fuerte contra su cuerpo. Deslizó la lengua entre los labios de ella y dejó que las explosivas sensaciones empezaran a devorar su cuerpo mientras la besaba de aquel modo seductor y magistral.
Lentamente, metió la mano en el agua y empezó a deslizaría por debajo del vestido de Juliette, hasta que logró tener acceso a los pechos. El deseo se despertó completamente en su interior, manifestándose por medio de una cálida humedad que ella reconoció a pesar de estar rodeada de agua.
– Dios…
– ¿Estás satisfecha ya? -susurró Doug, mientras iba besándola suavemente por la mejilla hasta llegar al cuello, que mordisqueó insistentemente.
– ¿Satisfecha con el beso? Sí, con el beso sí. ¿Satisfecha completamente? Ni hablar. ¿Y tú?
– Estar satisfecho significa que uno ha tenido suficiente, y yo nunca tendré suficiente de ti…
Juliette sintió que aquellas palabras le llegaban al corazón. Como respuesta, le agarró la cinturilla del bañador y metió los dedos hasta que pudo tocar el vello que le adornaba la entrepierna y la suave y húmeda punta de su sexo.
– Juliette…
Ningún hombre había pronunciado su nombre con tanta pasión ni reverencia. Nunca había necesitado a un hombre tanto como necesitaba a Doug. Lo deseaba dentro de ella, llenándola, aliviando su deseo…
Apretó un poco más y por fin tomó la columna de su masculinidad entre los dedos, deleitándose en su firmeza y su longitud, en su suavidad aterciopelada…
De repente, a sus espaldas, oyó un sonido muy distintivo que provenía de los arbustos. Aquel sonido la sacó de la bruma del deseo en la que se hallaba inmersa. Recordó que había escuchado aquel sonido antes, aquella misma mañana. Rápidamente sacó la mano y se apartó de Doug.
Él se sumergió rápidamente en el agua, para refrescarse y para esconderse al mismo tiempo. Entonces, una pareja pasó al borde de la piscina, de la mano, aunque ninguno de los dos los miró.
– Hemos estado muy cerca.
– Nosotros lo estuvimos más -replicó él.
– ¿Y eso te molesta? -preguntó Juliette. Doug se pasó una mano por el cabello húmedo, lleno de frustración, pero no contestó-. Que haya intimidad entre nosotros y tu fantasía… ¿Tienen que excluirse mutuamente?
– No estoy seguro.
– Yo sí. Dijiste que necesitabas ver que podías anteponer las necesidades de una mujer a las tuyas. Eso es lo que has hecho conmigo. Físicamente, te alejaste de mí cuando estaba claro que tu cuerpo prefería quedarse. Emocionalmente también lo has hecho. Has escuchado todas mis historias y medias respuestas sobre mi antiguo prometido y mi familia sin pedirme nada más.
– Tampoco es que te conozca completamente.
– Te he hablado de mi miedo por las tormentas y sobre la casa que mi padre construyó en el árbol. Tú has admitido que te adoptaron y me has dicho que pasaste mucha hambre en las calles. No creo que se pueda comparar.
– Tal vez no, pero tú escuchaste todo lo que te dije y lo comprendiste sin emitir juicio alguno.
– Eso no me resultó nada difícil porque me interesas -dijo Juliette, mientras se dirigía al borde de la piscina.
– ¿Adonde vas?
Con mucho trabajo, Juliette consiguió salir del agua. Al sentir la brisa sobre su piel, se echó a temblar.
– Vuelvo a mi bungaló para darme una larga y cálida ducha.
– Eso me parece una idea estupenda…
Al ver el modo en que se le habían dilatado las pupilas, Juliette comprendió que tenía los mismos anhelos de ella. La joven deseó desesperadamente que ocurriera, que los dos compartieran aquella ducha juntos. Sin embargo, también sabía que debía esperar al momento adecuado y estaba segura de que aquél no lo era. Doug evidentemente la deseaba, pero su fantasía los estaba separando. Miró a su alrededor para buscar sus sandalias y las vio flotando en la piscina. Se encogió de hombros, sabiendo que eran una causa perdida.
– Sé que en estos momentos necesitas espacio. Tiempo para pensar, pero cuando nos reunamos más tarde, deberías saber algo.
– ¿El qué?
– Que nuestras fantasías pueden coexistir y que sé cómo puedo convencerte de ello. Para cuando haya terminado, ya no te sentirás tan inseguro. ¿Doug?
– ¿Sí?
– Tampoco te sentirás insatisfecho.
Antes de que pudiera sonrojarse o exhibir cualquier signo que pudiera traicionarla, se dio la vuelta y se marchó, dejándolo solo en la piscina, insatisfecho y deseándola con todo su corazón. Sin embargo, si ella se salía con la suya, no estarían separados mucho más tiempo.
Doug observó cómo Juliette se marchaba. Se preguntó si sabría que aquel desafío no había conseguido engañarlo en absoluto. Cuanto más se unían, más segura de sí misma se sentía ella. Se alegraba de saber que había podido crear algo bueno en su vida.
Tomó las sandalias que Juliette había dejado en el agua y, sin poder dejar de recordar lo que habían compartido en el agua, salió de la piscina y regresó hacía su bungaló. Se pasó el día leyendo el periódico en la terraza mientras trataba de analizar su situación. Su vida. Sus sentimientos.
Los sentimientos que tenía por Juliette. Era inútil negar el impacto que había tenido en él. Como un cometa, había entrado en su vida y la había cambiado para siempre. Sin duda alguna, lo había redimido. Antes, nunca había pensado en los sentimientos de los demás en lo que se refería a su trabajo, a excepción de los de su padre. Había sido Juliette la que le había hecho darse cuenta de que quería parecerse a Ted Houston en muchas más maneras que en simplemente ser un periodista.
Juliette… Ella le había ayudado a olvidarse de todos los problemas de su vida, aunque hubiera sido por unos breves momentos. Le había permitido tener sentimientos nuevos y, evidentemente, estaba decidida a seducirlo. Creía que si se acostaban juntos, él lo haría para darle placer.
El corazón empezó a latirle al triple de la velocidad normal. Era tan persuasiva como hermosa. En la piscina, no había podido resistirse a ella, a pesar de sus promesas. Por primera vez desde que había puesto los ojos en Juliette Stanton, no le importaba. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Podría ser porque se estaba enamorando de su Novia a la fuga?
Aquel pensamiento lo dejó atónito. Sus relaciones pasadas habían tenido que ver tan poco con el amor, que seguramente no habría reconocido aquel sentimiento aunque se le pusiera delante y, sin embargo, en esos momentos, estaba contemplando la posibilidad. Una complicación que no había anticipado nunca.
No podía decidir con exactitud cuál había sido el momento en el que ella se había convertido en parte de su vida. Cuando estaba con Stuart Barnes, la había admirado. El día que la vio en el vestíbulo de Fantasía secreta, se había quedado atónito… ¿Se estaría enamorando? No lo sabía, pero no podía negar que sus sentimientos eran muy fuertes, aunque no sabía cómo manejarlos ni lo que podrían significar para su futuro personal o profesional.
De repente, alguien llamó a la puerta de su terraza. Era Juliette, como si él la hubiera invocado con aquellos pensamientos. Estaba de pie al lado de la hoja de la puerta, con un aspecto fresco, y vestida con una falda de color amarillo limón, camisola y blusa a juego. Evidentemente, estaba nerviosa, porque no dejaba de retorcerse las manos. Juliette no podía ocultar sus sentimientos y la a… adoraba por ello.
– Hola -dijo ella, tras abrir la puerta corredera y entrar al interior.
– Hola…
– ¿Doug? ¿Qué te pasa? Me estás mirando como si no me hubieras visto nunca antes.
Aquélla era una descripción muy exacta. Juliette podía leerle muy bien los pensamientos. Tenía que dejarlos a un lado y concentrarse en lo que Doug, el reportero, tenía que hacer.
Se dio cuenta de que ya no podía mantener la promesa que había hecho de mantener las distancias. Le parecía que aquella promesa había sido realizada hacía una vida, antes de aquella revelación tan sorprendente. Además, a cada segundo, aquella certeza se afianzaba cada vez más. Se había enamorado de Juliette Stanton.
No le resultaba difícil hacer una lista de las razones que lo habían empujado a ello. Ella era todo lo que nunca había experimentado en una mujer y todo lo que deseaba. Fresca, inocente, abierta, sincera…
Recordó el tiempo en que su padre había tratado de definir su relación con su madre. «Tu madre tiene los tornillos que llenan los agujeros que yo tengo en la cabeza». Aquéllas habían sido las palabras exactas de Ted Houston. Doug recordaba haber mirado a su padre sin entender.
– Ella me escucha, hijo -le había dicho-, y eso es muy raro en una mujer. Así que, si encuentras una que te escuche y te comprenda, ya tienes la mitad de la batalla ganada. El resto de las mujeres no merece la pena. Tus hormonas te dirán que sí, pero tu corazón y tu cabeza te llevarán en la dirección adecuada.
Su padre tenía razón. Desde el momento en que había puesto los ojos encima de Juliette, había estado siguiendo a su corazón. Por eso había respondido a sus preguntas y había podido anteponer las necesidades de ella a las propias. La noche anterior, la cabeza había tomado las riendas y lo había obligado a salir del bungaló antes de que pudiera hacer algo que los dos pudieran lamentar.
Las palabras de su padre encajaban perfectamente con Juliette. A pesar de que seguía necesitando su información, quería limpiar su nombre, ya sabía con toda seguridad que Juliette estaría siempre primero, porque la amaba.
– Bienvenida -le dijo-. No es tan grande como tu bungaló, pero servirá.
– Es todo tan masculino -comentó ella, mirando los muebles de madera oscura, los suelos de madera y la sobria decoración-. Como tú. Eso le hace a una preguntarse si Merrilee coloca a las personas en las habitaciones que mejor les van, como hace con sus fantasías.
Doug se echó a reír, a pesar de que sentía que sólo había secretos, mentiras y omisiones entre él y lo que se estaba convirtiendo en su verdadera fantasía: la propia Juliette.
– Bueno, ¿qué te trae por aquí?
– Necesito hablar contigo.
– Me das miedo.
– No hay por qué, pero necesitas prestarme mucha atención. Había pensado hacer esto seduciéndote, pero veo que no puedo.
– ¿Qué es lo que te pasa? -preguntó Doug, a pesar de que no estaba de acuerdo con aquella afirmación.
– ¿Qué puede ser más íntimo que el sexo?
– No estoy seguro. Dímelo tú.
– Las verdades, los secretos, las revelaciones íntimas… Una vez que dos personas se cuentan ese tipo de cosas, han compartido algo más profundo y con más significado que una unión física. Tú ya me has hecho ese regalo compartiendo tu pasado conmigo.
– Sí -dijo él, sabiendo que no le había contado todo-. Sigue.
– Voy a corresponderte. Necesito hacerlo. Cuando lo haga, estaremos a la par. Por así decirlo, te habré dejado que entres en mi interior. Y así sabrás con toda seguridad que me has antepuesto a todo lo demás.
¿Cómo iba a creer eso teniendo en cuenta las mentiras y omisiones que había entre ellos? Por eso, Doug resistió la necesidad que sentía de tocarla. Si no lo hubiera hecho, no habría podido contenerse y se la habría llevado a la cama para satisfacer así sus fantasías más físicas. Sin embargo, primero necesitaba escuchar lo que ella tenía que decirle, establecer aquel vínculo emocional que ella quería regalarle, aunque no por su historia o su profesión. Ya vería más tarde lo que haría con aquellas verdades.
– Cuando veas que ya has cumplido tu fantasía, podremos hacer el amor…
– Juliette…
Ella simplemente sonrió. Acostarse con Juliette sería la respuesta a un sueño, tanto suyo como de ella. La joven se humedeció los labios, lenta, suavemente, como lo había hecho aquella mañana.
Así sería como le haría el amor. Lenta y suavemente. Sin embargo, sabía que nunca podría hacerlo hasta que no fuera del todo libre, hasta que no le hubiera contado la verdad. Y sabía que no podía hacerlo sin perderla para siempre.
– Tengo secretos que nadie conoce, nadie aparte de mi hermana, porque no ha habido nadie hasta ahora en quien pudiera confiar. Ahora confío en ti, porque tú me has hecho sentir mimada y especial.
– Eso es porque lo eres -musitó Doug, tragándose una maldición. Estaba en el purgatorio, entre el Paraíso y el Infierno.
– Gracias a ti, ahora lo creo, pero por si te estás preguntando el porqué de esta repentina revelación, te diré que no es sólo para tener un vínculo mayor contigo, sino porque necesito tu consejo. Lo que estoy a punto de decirte puede afectar a la vida de muchas personas.
– Tengo que admitir que has despertado mi curiosidad…
Doug, el reportero, estaba a punto de conseguir la información que necesitaba, por la que había viajado hasta aquella isla. Doug, el hombre, estaba a punto de estar entre los brazos de Juliette y dentro de ella.
Todo su ser temblaba ante la posibilidad de perder todo lo que acababa de descubrir que significaba tanto para él por conseguir aquella información de un modo engañoso, algo que había sabido desde que había empezado aquella charada.
Sin embargo, ya no se trataba de una charada, ya no era un medio de salvar su carrera. Era su vida. Juliette era su vida y no quería perderla.