Después de una breve siesta y de deshacer las maletas rápidamente, Juliette se cambió y se marchó a la playa. De camino, se detuvo para poder admirar la vista. Delante de ella, se divisaba arena blanca e interminables kilómetros de agua azul que se extendían hasta el horizonte, hasta que el azul del cielo se confundía con el del mar. A su izquierda, vio unos exuberantes jardines y a su derecha una piscina con una cascada en el centro.
– Un auténtico jardín del Edén -murmuró.
– Esto te hace pensar que el hombre debió de ser un estúpido por marcharse.
Aquella profunda voz masculina resonó en sus oídos e, inmediatamente, Juliette supo de quién se trataba. El corazón empezó a latirle tres veces más rápidamente de lo normal y la excitación se adueñó de ella.
– Si no recuerdo mal, el hombre no se marchó porque quiso. Lo desterraron.
– Por probar la fruta prohibida.
Al oír aquellas palabras, Juliette no pudo resistirlo más y decidió darse la vuelta.
Si resultaba atractivo desde lejos, en la cercanía era devastador. Sin gafas de sol, se apreciaban unos ojos profundamente azules, unos rasgos tremendamente atractivos. Al contrario del físico rubio y típicamente norteamericano de su ex prometido, aquel hombre iba rodeado del aura de misterio y exotismo que creaban su cabello oscuro, su piel bronceada, su barba de varios días…
Su fantasía se había hecho realidad. En sus sueños, aquél era el tipo de hombre que acudiría a ella en la oscuridad de la noche, el que la tomaría entre sus brazos y la convertiría en el centro de su universo, sin nada más en mente…
– Doug -dijo él, extendiendo la mano-. ¿Tú eres…?
– Encantada de conocerte -susurró ella con una dubitativa sonrisa-. Me llamo Juliette.
No mencionó el apellido, igual que él no había dicho el suyo. Entonces, colocó la mano en la de él. El calor que sintió fue inmediato e intenso y, por el brillo que vio en los ojos de Doug, estaba segura de que él también lo había sentido. Atónita por la repentina atracción, Juliette trató de retirar la mano, pero él la aferró con fuerza.
– Encantado de conocerte, Juliette.
El pulgar de él le acarició brevemente el lugar de la muñeca donde late el pulso antes de soltarla. El placer se apoderó de ella, envolviéndole el corazón y caldeándola por dentro de un modo que no creía haber experimentado nunca.
Le gustaba lo que estaba sintiendo. Cada sensación que experimentaba su cuerpo, cada temblor… Después del dolor y el sufrimiento de las últimas semanas, se había dado cuenta de que necesitaba desesperadamente sentirse atractiva y deseable. Anhelaba una profusa atención que le asegurara que no era plato de segunda mesa. Aquel hombre podría proporcionarle la prueba de ello y ser la distracción que tanto necesitaba.
Sin embargo, quedaba un miedo real, que no dejaba de acuciarla. Aunque había escapado a aquella isla, no podía estar segura de que hubiera conseguido dejar atrás a la prensa. Lo último que quería era causar otro escándalo.
La fantasía secreta de la hija del senador sería un titular mucho peor que el de Novia a la fuga. Gracias a su magnífica reputación, el senador había capeado bien aquel temporal de rumores y había negado que hubiera sido avergonzado públicamente o que se preocupara por nada excepto por el bienestar de su hija. A pesar de todo, Juliette no tenía deseo alguno de ocasionarle más publicidad negativa durante los últimos meses de su cargo.
En aquellos momentos, estaba en la isla y se merecía cierto tiempo para ella sola. Al mirar a los ojos de Doug, vio sinceridad en ellos. La atracción era real, su atención singular y genuina. A menos que quisiera perder la oportunidad de toda una vida, no le quedaba más remedio que apartar sus temores y confiar.
Al contrario de Stuart, Doug la miraba como si fuera alguien especial. Juliette deseaba aferrarse a lo que su hermana le había dicho. No quería preguntarse cómo Gillian habría sabido lo que necesitaba. Como gemelas, compartían un vínculo que era mucho más fuerte que nada que fuera tangible o comprensible.
– ¿Adónde ibas? -le preguntó él, sacándola así de sus pensamientos.
– Estaba pensando en ir a la playa.
– Y yo estaba pensando en acompañarte donde fueras. Es decir, si no te importa.
Juliette lo miró a los ojos. Cuando decidió quedarse en Fantasía secreta, había decidido confiar. También había decidido dejar atrás todas sus inhibiciones. Al deshacer la maleta, había descubierto que su hermana había saqueado su equipaje y había sustituido todas sus sensatas prendas por cosas poco prácticas y las que eran más conservadoras por las más atrevidas. En su atuendo, la había liberado de sus ataduras. Sólo le faltaba completar aquel cambio con su actitud. Sin embargo, aquello era algo que resultaba más fácil de decir que de hacer; para conseguirlo sería mejor que no mirara el escote de su minúsculo biquini.
– De hecho -dijo ella, aclarándose la garganta-, me encantaría tener compañía.
Se recordó que aquel hombre no la conocía, que podría ser cualquiera que quisiera ser, actuar de modos nuevos y excitantes.
Extendió la mano y él deslizó la suya contra su piel. El contacto fue cálido y eléctrico y, como dos piezas de un rompecabezas, encajaban perfectamente.
Juliette no sabía si aquél era el hombre que Merrilee había escogido para su fantasía, pero después de su aburrida relación con Stuart, no podía ignorar una atracción tan fuerte y tan abrasadora. Su ex presentaba un aspecto civilizado, quizá demasiado, pero aquel hombre irradiaba un poder salvaje y masculino, lo que la tentaba profundamente.
Nunca antes se había sentido de aquel modo y probablemente nunca volvería a sentirlo. ¿Por qué esperar que se le acercara otro hombre? No quería al hombre que Merrilee hubiera elegido para ella, sino a aquél. Fuera lo que fuera lo que aquella semana fuera a depararle, pensaba dejarse llevar.
Doug le agarró la mano y se acercaron a la playa. Surgían preguntas por todas partes. ¿Quién era aquella mujer que lo había dejado tan impresionado desde el primer momento? Investigación, fotografías e incluso verla a distancia cuando había acompañado a su ex a actos sociales no le habían preparado para la realidad. Aquella seductora y vibrante mujer tenía la dosis justa de encanto y de ingenuidad para seducir a un curtido reportero.
Sabía que todavía no podía comenzar su misión. Merrilee todavía no lo había autorizado. Le había dado veinticuatro horas para que pudiera observar y decidir. Doug respetaba el cuidado que había puesto en el caso y admiraba su dedicación. Si la situación fuera la contraria, tal vez él no estuviera confiando en sí mismo en aquellos momentos.
Por ello, por delante tenía unas horas valiosísimas para convencer a las dos mujeres de que él era el hombre adecuado para Juliette. Persuadirlas no sería ningún problema. Había tenido mucha experiencia en seducir a las mujeres para conseguir lo que necesitaba.
– ¿De dónde eres? -le preguntó Juliette.
Doug se sorprendió por la calidez y la dulzura de su voz. Habría creído que sería más distante y cultivada. Sospechaba que la personalidad de la joven sería igual de amable. Aquello podría causarle problemas. Le habría resultado más fácil mantener una distancia emocional si ella hubiera sido la típica mujer rica, fría y distante.
– Soy de Michigan.
Técnicamente así era. Había nacido en Detroit y había vivido allí hasta los tres años. Entonces, su padre los abandonó y su madre decidió mudarse a Chicago. Sin embargo, no podía decir que vivía en Chicago por si ella se volvía más cautelosa. Tampoco podía darle su apellido por si ella recordaba sus artículos en el Tribune. Cuantos menos detalles, mejor.
– Yo nací en Chicago. Esto parece irreal -añadió ella mientras admiraba la blanca arena y la profundidad del océano.
Doug se volvió a mirarla para contemplar el traje de baño que ella llevaba puesto, un biquini con un generoso escote, que revelaba un vientre muy liso y unas piernas muy largas.
– Sí -respondió a duras penas.
Al ver que Juliette se sonrojaba, se dio cuenta de que había cometido un error. Había sido demasiado directo. Necesitaba información, no sexo. Bueno, si era sincero consigo mismo, también necesitaba sexo, pero, por muy tentadora que le resultara, no estaba en su agenda. Estaba allí para hacer que la fantasía de Juliette se convirtiera en realidad y conseguir al mismo tiempo que ella confiara en él y le contara todo lo referente a su ex. Aunque el efecto que estaba teniendo en él era poderoso, no podía utilizarla para satisfacer motivos egoístas. No podía volver a tomar ese camino.
Aquel pensamiento lo sorprendió. El Doug Houston que conocía habría hecho cualquier cosa para conseguir material para una historia. ¿Por qué Juliette tenía que hacer que las cosas fueran diferentes?
Porque ella misma era diferente. No sabía por qué, pero Juliette y su encantadora ingenuidad hacían que pudiera analizar de otro modo su poco estelar pasado. No sólo había causado a Erin un inmenso dolor, sino que la venganza de ella había sido algo que no olvidaría jamás. Era la razón por la que estaba en aquella maldita isla.
A pesar de todo, no podía culparla. Ella no había podido sospechar que él no buscaba un futuro en común. Se había acostado con ella porque había estado interesado en ella, se había quedado a su lado porque ella era conveniente, tanto personal como profesionalmente, pero nunca la había amado.
Al mirar a la mujer que tenía a su lado, se dio cuenta de que Juliette Stanton era una mujer muy hermosa. Demasiado. Debía tener cuidado si se implicaba, con ella de aquella manera, porque sería él el que se llevaría la patada aquella vez.
– ¿Puedo traerte algo de beber? -le preguntó, tras ayudarla a colocar una hamaca y a poner una toalla encima.
– Creo que por ahora contemplaré el paisaje.
– Me encantaría hacer lo mismo -dijo él sin poder evitar fijarse en el escote de ella. Decidió inmediatamente que no debía excederse. Ya había sido suficiente para el primer día.
– Merrilee mencionó que hay una fiesta en la playa esta noche…
– Por favor, no me digas que vas a participar en el concurso de camisetas mojadas.
– Creo que eso haría que todos los hombres le suplicaran a Merrilee que les devolviera el dinero -musitó ella, sonriendo ligeramente.
– Me parece que subestimas el impacto que causas en el sexo opuesto -susurró Doug. Entonces, sin poder evitarlo, admiró de nuevo su espléndida figura.
– Oh, creo que sé muy bien el impacto que les causo a los hombres -replicó Juliette, cerrando los ojos. Parecía como si quisiera ocultar de aquel modo sus pensamientos y sus sentimientos.
Doug se sentó en el borde de la hamaca, junto a ella.
– No estoy seguro de ello.
Aquella actitud le reveló que, seguramente, Stuart Barnes le había hecho dudar de su atractivo. Por eso había acudido a aquella isla, en busca de su fantasía. Recordó todo lo que había leído en su expediente, pero sobre todo que quería sentirse deseada. Doug quiso borrar la duda y las sombras de sus ojos y, por primera vez en su vida, sus motivos no fueron puramente egoístas.
– ¿Por qué me parece que estás viéndote influida por los puntos de vista de otra persona?
– ¿Porque has estado demasiado tiempo al sol? -bromeó ella, mirándolo con sus enormes ojos verdes.
– No llevo al sol el tiempo suficiente como para delirar. Por otro lado, he estado a tu lado lo suficiente como para saber que tú me afectas -susurró, acariciándole suavemente la piel con el pulgar.
– Aquí hace mucho calor.
– Sí…
Doug sabía que, si no apartaba la mano, los dos se acalorarían más y más.
– Creo que te he entendido.
– Me alegro. No te conozco muy bien, pero te aseguro que puedes afectar a cualquier hombre.
– Gracias por decírmelo. En cuanto a lo de no conocerme, eso es algo que se puede remediar -musitó. Luego, sacudió la cabeza. Evidentemente, estaba avergonzada.
– ¿Me estás invitando?
– Creo que sí -contestó ella, sonrojándose-. A la fiesta de la playa, para que podamos conocernos mejor…
La actitud que ella estaba desplegando ante él demostraba perfectamente que aquellas insinuaciones no le salían fácilmente, lo que sugería lo mucho que había sufrido su orgullo y la confianza en sí misma. Aunque había sido ella la que había dejado plantado a Stuart en el altar, aquello le había pasado factura.
Doug le acarició suavemente un muslo y luego le tomó la mano.
– Bueno, Juliette, me encantaría disfrutar de tu compañía esta noche, por lo que acepto encantado tu invitación.
– Gracias -susurró ella, antes de humedecerse ligeramente los labios, en una intrigante combinación de sensualidad y de inocencia.
– ¿Quieres que pase a recogerte o nos reunimos allí?
– Tengo algunas cosas de las que ocuparme primero, así que nos reuniremos allí, ¿te parece?
Doug asintió. Alejarse de su lado fue mucho más difícil de lo que hubiera imaginado cuando sabía que iba a volver a encontrarse con ella a las pocas horas. Nunca hubiera esperado que la conservadora Juliette Stanton fuera la que diera el primer paso, pero debía reconocer que aquello lo acercaba a su meta. Le había dado oportunidad de conocer su historia y de dejar al descubierto los trapicheos de su ex, y la relación de éste con Haywood y con la Mafia. Juliette le había proporcionado la oportunidad. El resto dependía de él.
Merrilee estaba sentada en su escritorio, contemplando el enorme ramo de rosas rojas que le habían mandado. La tarjeta que acompañaba las flores no iba firmada. El remitente era anónimo.
Entonces, alguien llamó a la puerta de su despacho.
– Entre.
Cuando la puerta se abrió, entró Juliette Stanton, vestida como si acabara de regresar de la playa.
– Hola. Siento molestarte, pero me preguntaba si tendrías un minuto… ¡Oh! ¡Qué bonitas flores!
– Gracias. A mí también me lo parecen, aunque me gustaría saber quién me las ha enviado.
– ¿Se trata de un admirador secreto? ¡Qué romántico!
– Más que nada es misterioso.
– ¿Había alguna tarjeta? ¡Oh! Lo siento. Sé que no es asunto mío.
– En realidad, siempre he creído que cuando una persona me cuenta sus fantasías, es como si se creara un vínculo entre nosotros. No me importa responder. Sí, había una nota -respondió Merrilee, leyéndole la tarjeta-. «Rosas, rojas como rubíes. Porque son tus favoritas».
– ¿Y es eso cierto?
Merrilee asintió. Los rubíes rojos le recordaban a Charlie. Sin poder evitarlo, miró el anillo. Sin embargo, sabía bien que hacía mucho tiempo que había perdido a Charlie. Dejarse llevar por el sentimentalismo no se lo devolvería. Aunque se preguntaba quién conocía tan bien sus secretos, aquél no era el momento de hacerse preguntas al respecto.
– Bueno, ¿qué puedo hacer por ti? -le preguntó a Juliette, tras sacar un pañuelo de papel de una caja y enjugarse los ojos.
– Tal vez éste no sea el momento más adecuado. Puedo volver más tarde…
– Estoy bien. Cuéntame, por favor.
– Bueno, no conozco muy bien cómo funciona esto de las fantasías, pero tengo una petición que puede resultar… poco ortodoxa.
– Confía en mí -dijo Merrilee con una sonrisa-. No hay mucho que no haya visto ni oído en mi trabajo de hacer que las fantasías de la gente se hagan realidad.
– En ese caso, de acuerdo. Deseo a Doug… Lo siento, no conozco su apellido, pero quiero que sea el hombre de mis fantasías.
Doug. Merrilee sabía que Juliette se refería a Doug Houston y comprendió que él había escogido el anonimato. Tras la visita que Doug le había hecho hacía una semana, Merrilee había investigado un poco y conocía muy bien los entresijos de aquella fantasía. Había descubierto, antes de que llegara, que él le había dicho la verdad. Era un punto a su favor, pero su estancia en la isla seguía estando condicionada. Merrilee comprendió que si Juliette sabía que había elegido al hombre que había escrito el artículo sobre el socio de su ex, se asustaría. Sin embargo, también sabía que la atracción era más fuerte que el miedo.
– ¿Te refieres al hombre que vimos antes en el vestíbulo?
– Sí. Sé que dijiste que lo vería más y quiero que sea así. Quiero asegurarme que él es el hombre que has elegido para mí, a menos que ya esté con otra mujer.
– Evidentemente, hay una fuerte atracción entre vosotros.
– No estoy segura de haber sentido algo parecido antes -confesó Juliette, sonrojándose y desviando la mirada-. Es como algo que te golpea entre los ojos y te deja sin saber qué hacer a continuación.
– ¿Excepto no dejarlo marchar?
– Exactamente.
La joven acababa de hacer que la decisión de Merrilee fuera mucho más simple. Por la ética de su profesión, no podía revelar nada sobre la vida de Doug Houston ni la relación que pudiera tener con el pasado de Juliette. Aquello era algo que tendrían que solucionar los dos cuando llegara el momento y si este llegaba a producirse. Después de observar a Doug toda la tarde, su instinto le decía que no estaba allí para hacer daño a Juliette.
– Bueno, no veo ningún problema. Sea cual sea la fantasía de Doug, y creo que entenderás que no puedo revelarla, no implica a ninguna otra mujer.
– Entonces, está… -comentó Juliette, aliviada.
– Disponible.
– Yo iba a decir que a mi disposición -replicó la joven, riendo.
– Algo me dice que ese hombre no sabe lo que se le viene encima -dijo Merrilee, riendo.
– Creo que estoy jugando limpiamente. Mientras yo le ayude a cumplir su fantasía, ¿por qué no he de ir tras el hombre que más me interesa?
– Entonces, supongo que él también está cumpliendo tu fantasía.
– ¿Te refieres a lo de si me está haciendo sentir como si nada ni nadie fuera más importante? Sí, se le da muy bien… Bueno, supongo que debo darle a mi hermana las gracias en cuando la vea por regalarme esta semana para disfrutar y escaparme de los problemas que me esperan en casa.
– Mi esperanza es que mis huéspedes se marchen de aquí con una nueva perspectiva de vida.
– Estoy esperando marcharme de aquí con una nueva perspectiva sobre muchas cosas.
– Bueno, si hay algo que pueda hacer, te ruego que no dejes de venir a comunicármelo.
– Sí. Muchas gracias, Merrilee. Por todo. Y hasta que descubras quién es tu admirador secreto, espero que disfrutes con la atención.
Merrilee sonrió.
– Y yo espero que tú disfrutes de tu estancia entre nosotros y que dejes que empiece tu fantasía.
– Lo haré -afirmó Juliette.
Entonces, se levantó y salió del despacho.
Se puso a recordar los momentos que había pasado con Doug. Se acordó de que había pensado que sería imposible que un hombre tan atractivo se sintiera atraído por ella. Rápidamente, al sentir el contacto de sus manos, se había dado cuenta de que era Stuart el que hablaba dentro de ella y la llenaba de dudas. Doug había sabido convertirla de nuevo en la mujer segura y confiada que había sido.
Juliette pensó en la semana que la esperaba. Doug sabría distraerla de su dilema de cómo y cuándo revelar el engaño de su ex novio. Era un hombre con el que podría retirar la red tras la cual se había protegido toda su vida y así descubrir el lado más sensual de sí misma, el lado que siempre había creído inexistente. Además, era un hombre al que no volvería a ver después de pasar aquellos días juntos. Y lo más importante era que se trataba de un hombre que no la estaba utilizando por sus contactos en la sociedad o en la política.
Juliette salió de su bungaló y aspiró el húmedo y fragante aire de la noche. Siguió el estrecho sendero que conducía hacia la playa en la que se iba a celebrar la fiesta de aquella noche, la playa en la que esperaba que Doug la estuviera esperando.
Las llamas de unas antorchas iluminaban el camino. Desde lo alto de las empinadas escaleras que conducían a la playa, se detuvo. Había una fogata y una orquesta estaba tocando sobre un improvisado escenario. La gente se mezclaba, algunos en parejas, otros en grupos y unos cuantos estaban solos. Juliette centró más su atención y buscó a la única persona que despertaba su interés.
– ¿Estás buscando a alguien? -le dijo de repente su voz a sus espaldas.
– Sólo estaba admirando las vistas -mintió ella.
– Si tú lo dices… -susurró él, echándose a reír inmediatamente-. Sin embargo, yo sé que te estaba buscando a ti.
– Pues ya me has encontrado. Estaba a punto de bajar a dar una vuelta.
– Suena bien -le dijo Doug. Entonces, con un gesto, le indicó que bajara primero. Al llegar a la arena, Juliette se dispuso a seguir andando, pero él le agarró la mano-, pero antes, una cosa.
– ¿De qué se trata?
Doug le había colocado las manos sobre los hombros. Estaba estrechándola suavemente contra su pecho. Juliette vio que una barba de pocos días le cubría las mejillas y que sus ojos, tan azules como el mar, la miraban muy fijamente.
– Gracias por invitarme a pasar la noche contigo.
– ¿No te parece que estás siendo algo presuntuoso?
Al comprender la extensión de lo que había dicho, Doug abrió mucho los ojos, muy sorprendido. Juliette se echó a reír.
– Bueno, algo me dice que es mejor no profundizar en esa frase.
– Todavía no, pero hay tiempo…
Juliette se echó a reír. Estaba muy nerviosa, porque quería darle luz verde, pero no sabía exactamente cómo proceder. Sin embargo, la intensidad y el interés que notaba en él la hizo ser valiente.
– No pienso irme a ninguna parte. ¿Te apetece tomar algo? -le sugirió Doug cuando un camarero se detuvo delante de ellos con una bandeja llena de bebidas multicolores-. ¿Una piña colada? ¿Un tequila sunrise? ¿O quieres que vaya a la barra y te pida otra cosa?
– Elige tú por mí.
Doug tomó dos vasos altos de la bandeja y le entregó uno a Juliette. Entonces, el camarero se marchó y los dejó solos.
– Es una piña colada.
– Mmm -dijo Juliette, tras dar un sorbo-. Está muy dulce -añadió, sorprendida, mientras se lamía los labios con la lengua.
– Pensé que era mejor iniciarte en los cócteles con algo suavecito.
– ¿Qué me delató?
– Tus enormes ojos, llenos de curiosidad. Miraste esa bandeja como si no hubieras visto nada parecido antes.
– Estoy más familiarizada con los vinos y el champán.
– Algo me dice que has llevado una vida muy protegida.
– Yo diría más bien que muy conservadora, pero mi gemela lo ha experimentado todo.
– Bueno, espero que después de esta semana tú puedas afirmar lo mismo.
– Me alegro de ver que pensamos del mismo modo -susurró ella con una sonrisa-. Efectivamente, estoy aquí para experimentarlo todo. Bueno, ¿a qué otras cosas me vas a introducir?
Un temblor sacudió el cuerpo de Doug. No se atrevía a contarle las experiencias que le gustaría tener con ella. Se recordó que era mejor que no hubiera sexo entre ellos.
Necesitaba algo que lo distrajera de las miradas veladas que ella le estaba lanzando. A pesar de aquel comportamiento tan provocativo, el ligero temblor de su voz y la mirada que había en sus ojos revelaban su verdadera naturaleza. Como hija de un senador, había crecido delante de las cámaras, por lo que sabía muy bien guardar las apariencias. Sin embargo, en aquella isla, al verse enfrentada al verdadero deseo, irradiaba una ingenuidad que nunca hubiera esperado. No creía que supiera el efecto que estaba teniendo en él. Cada vez que la miraba y contemplaba el atuendo que había elegido, la boca se le quedaba seca. La falda a modo de pareo que llevaba puesta mostraba gran parte de su pierna, mientras que la camiseta, que imitaba la parte superior de un biquini, mostraba un liso vientre y acentuaba sus redondeados pechos. No difería del atuendo que llevaban el resto de las mujeres aquella noche, pero las demás no eran Juliette, ni ejercían sobre él el mismo efecto devastador.
– Vamos a ver qué hay en las cabañas de bambú -sugirió él, señalando los improvisados restaurantes-. ¿Qué te apetece? ¿Una hamburguesa, un perrito caliente o prefieres pescado?
– Creo que tomaré una hamburguesa -respondió ella, arrugando la nariz al notar el fuerte aroma del pescado.
– Supongo que las chicas tan conservadoras como tú no aprecian el arte de atrapar, descamar y destripar un pez.
– Yo no he dicho que fuera conservadora -replicó ella con una sonrisa en los labios-, sino que había llevado una vida muy conservadora. Hay una diferencia muy grande entre los dos conceptos. En cuanto a ti, te veo tan relajado que no veo ni una onza de convencionalismo ni en ti ni en tu educación, ¿me equivoco?
– Tienes razón. Me adoptaron y ni mis padres biológicos ni los adoptivos eran conservadores.
– Yo diría que no, especialmente si has heredado el estilo para vestir de alguno de ellos -dijo ella, señalando los pantalones cortos, con motivos hawaianos, que él llevaba puestos, y que no conjuntaban con la camisa de manga corta y de estampado también tropical.
– ¿Te molesta?
– No, es diferente.
– ¿Diferente en qué sentido?
– En el mundo del que yo vengo, los hombres llevan trajes y corbatas y polos con pantalones de pinzas.
– Bueno, si alguien de mi familia lleva traje y corbata, nunca lo he visto -replicó él, agradeciendo aquel breve, aunque prometedor, inciso sobre su vida privada.
Efectivamente, Ted Houston no se había puesto nunca un traje. Doug, por el contrario, sabía muy bien cómo debía vestirse para cada ocasión, aunque en la isla había dejado que dominara su lado más rebelde.
– Además, mi padre adoptivo tiene un problema congénito y no puede distinguir los colores, y yo creo que heredado su habilidad para combinar los colores.
Juliette se echó a reír con aquella broma.
– ¡Eh! No me interpretes mal. Tu estilo es un cambio muy agradable. Tú eres un cambio agradable…
Juliette dio un nuevo sorbo a su cóctel. Doug, que había sentido un soplo de aire fresco con su risa, se dio cuenta entonces de que el camarero se había olvidado de darles unas pajitas, pero no le importó. Así tuvo oportunidad de limpiarle la espuma de la bebida del labio superior con la yema del pulgar.
Juliette se quedó muy quieta, con aquellos enormes ojos verdes llenos de sorpresa. El mismo Doug reconoció el sentimiento, porque él mismo lo estaba sintiendo. Su mente le decía que utilizara la sorprendente corriente eléctrica que había surgido entre ellos para su propio beneficio. Sin embargo, el corazón, que le latía velozmente en el pecho, lo animaba simplemente a disfrutar.
Cuando apartó la mano, se la llevó a la boca para quitarse la espuma del dedo con la lengua. Juliette suspiró, casi como si fuera de placer, por lo que el cuerpo de Doug se tensó inmediatamente.
Justo entonces, anunciaron la cena e indicaron a los invitados que se dirigieran al buffet, lo que ayudó a Doug a recuperar la razón. Había perdido una oportunidad perfecta de sacarle información con el pretexto de conocerla mejor. No sólo no comprendía por qué no lo había hecho, sino que se sentía completamente descentrado.
– Salvada por la campana -musitó.
– ¿Cómo dices?
– Nada. ¿Qué te parece si vamos por algo de comer?
– Vamos.
Efectivamente, Doug necesitaba poner distancia con aquel momento. ¿En cuántos líos podía meterse durante el transcurso de una cena? En demasiados.
Con los platos llenos de comida, se dirigieron a las mesas que se habían colocado para la cena. A sugerencia de Juliette, se sentaron en una que estaba en un lugar más reservado.
Doug se estaba empezando a dar cuenta de que no podía negarle nada cuando tenía aquel brillo de excitación en los ojos, el brillo que indicaba que estaba experimentando algo por primera vez. Él había crecido rápidamente, primero en las calles y luego al lado de Ted Houston. Había aprendido cómo engatusar al diablo para conseguir la información que deseaba, por lo que le sorprendía mucho alegrarse por estar dándole buenos recuerdos que la ayudaran a olvidar los más dolorosos que, sin querer, él le había causado.
Verla comer estaba resultando ser una experiencia muy sensual. Era una delicia cómo se lamía los dedos antes de secárselos ligeramente en la servilleta. Entonces, dejó la servilleta a un lado y bostezó.
– Juro que no es la compañía.
– Es el viaje. Lo sé. Me sorprende que hayas aguantado hasta tan tarde. ¿Quieres marcharte ya a tu bungaló?
– Por mucho que me cueste decirlo, creo que eso sería lo mejor.
– Lo entiendo. -Tras depositar sus envoltorios de papel y las sobras en los cubos de la basura, Juliette se volvió de nuevo hacia él.
– Me he divertido mucho esta noche.
– Yo también, pero hasta que no te haya acompañado hasta tu puerta, no se ha terminado.
– No tienes por qué hacerlo, aunque me gustaría que lo hicieras.
Mientras la acompañaba hasta la puerta de su bungaló, Doug se sintió como un muchacho en su primera cita, en vez de un experimentado reportero que luchaba por conseguir una historia. Sin embargo, sabía que todas las tareas requerían tiempo y que eso era lo que necesitaba para conseguir lo que esperaba.
– Bueno, ya estamos aquí -dijo ella, apoyándose contra la puerta del bungaló.
Por el brillo que vio en sus ojos, Doug comprendió que ella no escaparía rápidamente tras darle atropelladamente las buenas noches, aunque, por la respuesta que estaba experimentando su cuerpo, no era eso lo que deseaba.
La fantasía de Juliette. Se había esforzado tanto por descubrirla, aunque sólo hubiera sido por sus egoístas propósitos… Sin embargo, poco a poco, estaba dándose cuenta de que aquélla no era la única razón de que quisiera hacer realidad sus sueños. Disfrutaba dándole la atención que ella deseaba y gozaba con el brillo que veía en sus ojos.
Dio un paso al frente y le acarició suavemente la mejilla. Juliette suspiró y, sin poder evitar el impulso, Doug enredó un dedo en uno de los rizos de su cabello. Era tan sedoso como había imaginado, pero su piel lo era aún más.
Suavemente, la tomó entre sus brazos. Los labios de la joven estaban tan cerca que casi estaban besando los de él. ¿Serían tan deliciosos como su piel? ¿Se escaparía a su control el breve beso de buenas noches que iba a darle, convirtiéndose en un fuego imposible de apagar? Se prometió guardar las distancias y se juró una vez más que el sexo no pasaría jamás a formar parte de la ecuación.
Cuando la besó, supo que aquello no tenía nada que ver con sus propósitos y todo con el deseo que ella le hacía sentir. Entonces, lo descubrió. Los labios de Juliette eran suaves, pero decididos. Sabían a la dulzura de la piña colada y recibieron sus caricias con un ansia que no debió tomarlo por sorpresa, pero así fue.
A pesar de que aquel beso iba destinado a dejarla deseando más, era él el que anhelaba un contacto más íntimo. Como si Juliette le hubiera leído los pensamientos, separó los labios y dejó que su lengua se deslizara al interior de la boca y la hiciera suspirar de placer. Sin pensarlo, la aprisionó entre su cuerpo y la puerta del bungaló. Juliette le rodeó la cintura con las manos.
Durante un momento, Doug dejó que su cuerpo se moldeara al de ella, le permitió que sintiera lo que le hacía. Entonces, en lo que debió de ser el movimiento más difícil de su vida, dio un paso atrás y rompió el beso. Sin embargo, no interrumpió el contacto entre sus cuerpos. Apoyó la frente sobre la de ella y escuchó la atribulada respiración de Juliette, que armonizaba perfectamente con los rápidos latidos de su corazón.
– Eres muy hábil -murmuró ella.
– Tú tampoco lo haces mal -replicó Doug, riendo. Entonces, levantó el rostro.
– Me lo tomaré como un cumplido -dijo Juliette mientras llevaba un dedo a los labios de él, lo que volvió a despertar su deseo.
– Esa era mi intención. Ahora, deberías dormir.
Le quitó la llave de la mano y abrió la puerta del bungaló. Sin embargo, no hizo ademán por entrar tras ella cuando Juliette cruzó el umbral y le deseó buenas noches.
Cuando la puerta se cerró, Doug se echó a temblar.
– Maldita sea…
Necesitaba una estrategia, y la necesitaba muy pronto. Si no, corría el peligro de perderse en Juliette Stanton sin cumplir el propósito que lo había llevado allí. Un propósito que ella le hacía olvidar demasiado fácilmente.