Capítulo 5

Los truenos resonaron sobre sus cabezas, Juliette apretó las manos en el regazo. Se sentía muy avergonzada. ¿Cómo podía seducir a Doug si estaba demasiado asustada para moverse?

Sin previo aviso, la mano de él cubrió las suyas.

– Relájate -susurró.

Entonces, le tomó una mano y le fue estirando los dedos poco a poco. Cuando lo hubo conseguido, se la extendió encima de su propio muslo.

Tenía la pierna firme y fuerte bajo la dura tela vaquera. Sus poderosos músculos se flexionaron bajo sus caricias, lo que hizo que Juliette soltara lentamente el aire que tenía en los pulmones.

– Te has perdido el último relámpago.

– Tenía cosas mejores en las que pensar.

– De eso se trata precisamente -dijo él, riendo.

Entonces, el rugido de los truenos la sorprendió por completo. Juliette se puso tensa y le apretó los dedos contra el muslo.

– ¿Sabías que si cuentas los segundos entre el relámpago y el trueno se puede saber a qué distancia está el centro de la tormenta? -comentó ella.

– ¿Es verdad o se trata de un cuento?

– No lo sé, pero gracias a ti, yo tengo otra cosa en la que pensar, al menos durante esta tormenta -susurró ella, dándole a la voz un tono deliberado de picardía combinado con deseo.

– Sea lo que sea lo que tienes en mente, ¿evitará que tengas miedo?

Juliette asintió y se giró para quedar frente a frente con él y así poder colocarle las manos en los hombros.

– Estaré demasiado ensimismada como para pensar en el tiempo -musitó ella, armándose de valor.

– Entonces, habrá que hacer que te distraigas -murmuró Doug, con una voz tan ronca que despertó el deseo en todos los poros de su piel.

La tormenta, los nervios y la abrumadora necesidad hicieron que se echara a temblar. Lentamente, deslizó las manos hasta llevarlas a los botones de la camisa de Doug. Ya tenía dos abiertos y, sin proponérselo, le rozó el vello del pecho con los dedos. Él contuvo el aliento y, cuando lo dejó escapar, el sonido que se produjo fue parecido a un gruñido. Aquella respuesta afectó a Juliette en lo más profundo de su vientre y, más allá, en el pulso que le latía entre las piernas.

Acababa de demostrarle que tenía el poder de afectar físicamente a un hombre, algo que había dudado seriamente. Doug podría no darse cuenta de la importancia de su descubrimiento, pero ella nunca olvidaría aquel regalo, aquel momento ni a aquel hombre.

Deslizó poco a poco el botón por el ojal y fue repitiendo el mismo movimiento con los siguientes. A lo largo de aquellos gestos, el aliento acalorado de Doug no dejaba de acariciarle la mejilla. Entonces, un pequeño gemido de necesidad se le escapó de la garganta.

Doug apoyó la cabeza contra el asiento y cerró los ojos. Poco a poco, ella lo estaba matando, con sus caricias, con la mirada de sus ojos, con su capacidad para dejar el miedo de lado y perderse en aquella delicada exploración. Doug la estaba ayudando a cumplir su fantasía, pero también estaba descubriendo que tenía necesidades propias.

Abrió los ojos cuando ella, como si le hubiera leído el pensamiento, le había apartado la camisa para dejar el tórax al descubierto. Enredó los dedos en el vello del pecho y le acarició suavemente los pezones. Sus labios recorrían dulcemente la sensibilizada carne hasta que Doug se echó a temblar de deseo.

Un relámpago cruzó el cielo e, inmediatamente, el trueno estalló encima de ellos. Si lo que ella había dicho anteriormente era cierto, estaban en el centro de la tormenta. Sin embargo, Juliette estaba demasiado presa de su deseo, de su propia tormenta, como para darse cuenta de lo que estaba ocurriendo a su alrededor.

A Doug le pasaba lo mismo. Perderse en ella no era lo que había tenido en mente cuando había decidido apaciguar sus temores y tranquilizarle los nervios. El corazón le galopaba más fuerte que el caballo que habían montado antes y el deseo tomaba cada vez más fuerza dentro de él. Estaba tan tenso que era él quien necesitaba que lo tranquilizaran. Sabía que no encontraría el alivio que tanto buscaba si Juliette continuaba con sus sensuales movimientos.

Con la humedad de la lengua, ella fue abriéndole un sendero por el pecho, hasta llegarle al cuello, y se detuvo cuando le alcanzó la oreja.

– Estoy distraída -le susurró.

– Estoy seguro de ello…

Doug decidió colocar las manos a los lados. En primer lugar, había prometido que no se implicaría de aquella manera con ella y, además, ella misma se estaba distrayendo de su miedo a las tormentas. No necesitaba sus manos, ni su boca… Al pensar en todas las posibilidades que había ante ellos, apretó los dientes.

– ¿Te estoy distrayendo? -le preguntó, mientras le mordisqueaba suavemente el lóbulo de la oreja y le hacía subir a cotas inimaginables de infierno y paraíso.

– Ya hemos llegado -dijo de repente el conductor, a través del intercomunicador del coche-. La parada de Juliette es la primera.

Doug, a pesar de todo, se dio cuenta de que el conductor no había facilitado el apellido de Juliette para tratar de proteger su identidad al máximo. Aquello le recordó a Doug quién era y lo que estaba haciendo. O, más bien, lo que no debería estar haciendo. Afortunadamente, habían regresado al complejo turístico justo a tiempo.

La limusina se detuvo, pero el conductor no salió para abrirles la puerta. Evidentemente, les estaba dando una oportunidad para hablar.

– Bueno, supongo que ya está.

– No tiene por qué ser así -musitó ella mientras le ayudaba a ponerse la camisa con una picara sonrisa en los labios-. Recuerda lo que he dicho antes. No quiero entrar en mi bungaló y dejarte de pie en el umbral de mi puerta.

– Esta vez no sería así. Yo estaría en el interior del coche…

Doug empezó a abrocharse los botones, necesitando algo en lo que distraerse. Sin embargo, ella le apartó las manos y terminó la tarea ella misma. Cuando terminó, volvió a dejar las manos en el regazo.

– Un verdadero caballero me acompañaría a mi puerta. Y, una vez que llegara allí, ¿te parece que querría que yo entrara sola?

Sí. No. Lo que él quisiera no importaba. Además, sabía muy bien que no era un caballero.

Otro relámpago iluminó el cielo. Los enormes ojos de Juliette brillaban llenos de esperanza y parecían estar pidiéndole que no la defraudara. A los pocos segundos, estalló el trueno y, entonces, Doug supo que su destino estaba escrito. No podía enviarla al interior de su bungaló para enfrentarse al resto de la tormenta y al resto de la noche sola. Se preguntó si el destino se estaba riendo de él.

Como respuesta a su pregunta, abrió la puerta de la limusina y salió al exterior. Estaba lloviendo muy fuerte y no se sorprendió cuando el conductor prácticamente se materializó a su lado ni cuando Juliette miró el cielo desde el asiento trasero del coche.

– Te has tomado tu tiempo en decidirte. No me importa estar sola. Soy una mujer adulta, por muy infantil que sea el modo en que me he comportado, y he sobrevivido a muchas tormentas sola.

– ¿Estás esperando a que me ahogue? -le preguntó Doug, extendiendo la mano para ayudarla a salir.

– No quiero que entres a hacerme compañía porque te apiades de mí.

Él la tomó entre sus brazos y la sacó de la limusina para apretarla fuertemente contra su pecho.

– ¿Te parece que esto es piedad? -susurró él. Al escuchar aquellas palabras, duras y desesperadas, Juliette abrió mucho los ojos-. No sé por qué te sorprendes. Gracias a esa distracción que necesitabas, te has pasado la última media hora excitándome.

– ¿De verdad estás excitado?

– Claro. Por ti.

Al oír aquellas palabras, Juliette sonrió. Doug no pudo contenerse y la besó en los labios. Ella se echó a reír y le devolvió el beso, abrazándolo con fuerza y abriendo mucho la boca, para dejar que él accediera plenamente a su interior. Como ruido de fondo, Doug había notado que, discretamente, el conductor se había vuelto a meter en el coche y se había marchado.

La agarró de la mano y la llevó bajo el porche del bungaló, aunque era demasiado pequeño como para proporcionarles cobijo.

– Deberíamos entrar.

– Sí, deberíamos, pero si lo hiciéramos, yo nunca superaría mi miedo a las tormentas. Si consiguiéramos reemplazar mis malos recuerdos por otros más placenteros…

– Entonces, tendríamos una cura para todas las fobias. Podríamos patentarla y ganaríamos millones.

– A mí no me importaría intentarlo si tú quieres.

Doug lanzó un gruñido y reconoció su derrota. Estaba allí y, a menos que quisiera volver andando a su alojamiento, no iba a moverse. Además, tampoco podía regresar dándole la impresión equivocada y dejándola confundida y vulnerable.

Sin poder resistirse, volvió a besarla. Aunque sabía que no podía justificar aquello con la noción de que estaba llevando a cabo su fantasía, en aquel momento no le importaba nada más que sentir y saborear la erótica mezcla de agua de lluvia y de Juliette. Acarició suavemente los labios de ella con los suyos e investigó cuidadosamente los pliegues de su boca, aprendiendo y dando un minuto y devorando al siguiente.

El ruido de los truenos iba siendo cada vez más débil, pero, a pesar de todo, Juliette se ponía rígida cada vez que estallaba uno.

– Tranquila…

No dejaba de acariciarla, tratando de calentarle el cuerpo con el mismo fuego que ardía en su interior. Cuando empezó a temblar de frío, Doug supo que el tiempo que iban a pasar en el exterior estaba a punto de terminar. Sin embargo, no podía entrar hasta que no hubiera conseguido reemplazar sus viejos temores con algo que ella ya no temiera ni olvidara nunca.

Con ese pensamiento, deslizó las manos entre los muslos de Juliette, agarrándola muy íntimamente, esperando una señal de rechazo o de aceptación. Cuando la mano se acomodó allí, ella asintió y entreabrió más las piernas para facilitarle el acceso.

Juliette suspiró, palpitando de excitación. Sintió cómo Doug apretaba la mano contra su parte más íntima, a pesar de la pesada barrera de la tela vaquera, y empezaba a despertar en ella emociones que nunca había experimentado antes, Juliette tembló y se aferró a él, segura de que, si no lo hacía, se desplomaría.

Aquello era el deseo real, las sensaciones que siempre había deseado sentir. Los incansables movimientos de la mano de Doug hacían que el corazón le palpitara, que la garganta se le cerrara…

– ¿Dónde estás ahora? -le preguntó él, apartándole el cabello húmedo de la cara.

– Estoy ahogándome… de deseo.

Había estado a punto de decir «emoción». Decidió no precipitar las cosas, pero sabía que sus sentimientos andaban desbocados.

– ¿No tienes miedo?

– ¿Y de qué podría tenerlo?

Como si quisieran ponerla a prueba, los elementos decidieron manifestarse en aquel momento. Aunque el cielo no se iluminó de luz, los truenos rugieron por encima de sus cabezas. Sin embargo, Juliette se sentía segura.

– De mí nunca. No tienes que tener miedo de mí.

Al mirar aquellos ojos azules, ella creyó sus palabras. Tras aquella breve interrupción, Doug volvió a centrarse en el lugar que estaba excitando con sus expertas caricias. Unas cálidas e intensas sensaciones se abrieron paso dentro de ella, llevándola hacia la consecución del placer.

– ¿Dónde estás? -volvió a preguntarle sin dejar de presionar, de rotar, de juguetear con ella.

Al ver que no contestaba, él interrumpió inmediatamente los movimientos de la mano.

– Doug, por favor -susurró ella. Las sensaciones eran tan exquisitas que casi le impedían hablar.

– Solo dime dónde estás. Abre los ojos y mira a tu alrededor.

¿Acaso los había cerrado? Juliette levantó muy lentamente los párpados y contempló la oscuridad de la noche.

– Estoy fuera de mi bungaló.

Doug recompensó aquella respuesta con el movimiento justo, con la rotación perfecta de la palma y de los dedos de la mano hasta que ella sintió que la liberación de su tensión estaba cerca, más fuerte de lo que la había sentido nunca.

Se aferró a Doug para apoyarse en él y le ofreció las caderas, buscando así una presión más fuerte y más profunda.

– ¿Está lloviendo? -preguntó él. Como sabía lo que ocurriría si no contestaba, Juliette parpadeó y se obligó a contestar.

– Sí.

– ¿Hay relámpagos? -preguntó.

Estaba tan, tan cerca… Su cuerpo temblaba a la espera del movimiento que la catapultara a la cima de placer, y que estaba tan cerca… No quería hablar, quería sentir. Y, sin embargo,…

– No, no hay relámpagos. Ya no.

Rápidamente, Doug cambió de posición y la apoyó contra la puerta, ésta proporcionaba un apoyo más firme para la espalda de Juliette y permitía que él empujara y tocara tan profundamente como deseara, llevándola hasta los límites exteriores del deseo.

– ¿Truena?

– Sí. Oh, sí -susurró ella, sintiendo que el momento estaba cada vez más cerca.

– ¿Qué vas a pensar la próxima vez que llueva?

– En ti -dijo Juliette, al tiempo que su cuerpo explotaba de placer.

Doug besó sus labios y atrapó aquellas palabras en su boca. Justo entonces, un potente trueno estalló en el cielo, pero a ella no le habría importado ni aunque hubiera caído encima de ellos.

Poco a poco, las lánguidas oleadas de placer fueron siendo cada vez más débiles. Juliette fue consciente de que había alcanzado el orgasmo con Doug de un modo que le resultaba completamente extraño. Sin embargo, por mucho que hubiera gozado, se sentía mortificada con sólo pensar cómo iba a poder volver a mirarlo a la cara.


– El café está listo -dijo Juliette, entrando en el pequeño salón del bungaló con dos tazas.

Llevaba puesto un ligero conjunto de seda, que cubría más piel de lo que a Doug le habría gustado, pero que realzaba unas curvas que seguía queriendo sentir plenamente, sin la barrera de la ropa.

– Gracias. Un café caliente es justo lo que necesitaba.

– ¿Sigues teniendo frío?

Aunque ella se había puesto ropa seca, a él no le había quedado más remedio que quedarse con la que llevaba puesta. Los vaqueros no estaban demasiado empapados, pero la camisa estaba chorreando, por lo que se la había quitado y se había envuelto en una toalla para no enfriarse.

– Ya me siento mejor.

Aquello no se debía al café, sino a la visión que tenía de Juliette. El cabello le caía en suaves rizos sobre los hombros y estaba sin maquillar, pero lo estaba excitando más de lo que había conseguido nunca otra mujer.

– Este lugar me sorprende. Tiene todas las comodidades de mi casa y, sin embargo, nunca me he sentido más alejada de mi vida.

– Yo tampoco me siento mucho más cercano a la mía -musitó Doug, sin poder reprimir un escalofrío.

– Ojalá tuviera algo de abrigo que poder prestarte, pero casi no reconozco las prendas que he traído en la maleta. Además, en cualquiera caso, no serían de tu talla.

Juliette no podía mirarlo a los ojos, ni a ninguna otra parte. Doug deseó que ella no se sintiera tan incómoda por la increíble experiencia que acababan de compartir. Deseó tener una camisa que ponerse y poder aliviar así aquella incomodidad. Quería que Juliette se sintiera cómoda con él, vestido o no. Anhelaba repetir la experiencia de fuera, aunque aquella vez en una cálida cama, en la que él podría entrar dentro de su cuerpo.

Se pasó una mano por los ojos. Aquello no podría ocurrir. Ya había llevado las cosas más allá de lo que nunca hubiera debido y la inquietud con la que se comportaba Juliette revelaba lo incómoda que se sentía. El único modo de distraerse era hablar.

– ¿Te compraste toda la ropa para este viaje? -le preguntó él, recordando que ella había comentado que casi no reconocía la ropa que tenía en la maleta.

– No -respondió ella, riendo de una manera que le hizo pensar que aquéllas eran las prendas que se había comprado para su luna de miel.

Sin poder evitarlo, se preguntó si aquellos minúsculos trajes de baño habrían estado destinados para los ojos de otro hombre. Cuando se le ocurrió aquel pensamiento, sintió que el estómago se le hacía un nudo al pensar que otro hombre pudiera haber estado mirándola. Doug quería ser el único hombre que pudiera contemplar las varias facetas de Juliette Stanton… ¡Dios santo! ¿De dónde habían salido aquellos sentimientos de posesión?

– No -reiteró Juliette-, mi hermana me sorprendió con este viaje… y con el guardarropa.

– Tu hermana debe de ser increíble -dijo él, sintiendo una profunda sensación de alivio.

– Sí, es muy especial. En realidad, somos gemelas. ¿Y tú? ¿Tienes hermanos o hermanas?

– No. Mis padres no podían tener hijos, y por eso me aceptaron tan fácilmente. ¿Os habéis llevado siempre tan bien tu hermana y tú?

– Sí. Es mi mejor amiga. Me ayuda siempre en los momentos más difíciles.

Al oír que ella hablaba así de su más reciente pasado, sintió que se le hacía un nudo en el estómago. ¿Cuántas veces había devorado la información cada vez que alguien le había vaciado su alma? Si había sentido escrúpulos, los había acallado con el pretexto de que estaba haciendo su trabajo. Sin embargo, con Juliette todo era diferente.

– Entonces, estáis las dos. Tal vez seáis gemelas, pero tú eres demasiado única como para que alguien se te parezca. Eres demasiado especial -admitió.

– Gracias. Gillian, mi hermana, es mucho más extrovertida que yo, mucho menos reservada…

Su voz se interrumpió bruscamente. Doug supo inmediatamente que estaba pensando en lo que había ocurrido durante la tormenta. Sus pensamientos se vieron confirmados cuando un ligero rubor cubrió sus mejillas.

– Eh… ¿Qué te pasa? Se suponía que debía darte buenos recuerdos para reemplazar los malos, no para hacer que te sintieras demasiado avergonzada como para poder estar conmigo.

– Es sólo que…

– Dilo.

– Es como si te lo hubiera pedido y tú me lo hubieras suministrado. Y tú no sacaste nada a cambio.

¿De verdad no lo entendía? Se había sentido tan afectado por su orgasmo que casi había tenido él uno con sólo mirarla. Nunca había tenido sentimientos tan fuertes con respecto a una mujer, nunca se había preocupado tanto por el placer de otra persona sin ver el suyo correspondido.

– No es así tal y como yo lo recuerdo…

– ¿Me estás diciendo que no fui yo sola la que sintió algo?

– Los dos tenemos nuestras fantasías, Juliette…

¿Qué era lo que le había dicho a Merrilee? «Necesito saber que puedo anteponer las necesidades de una mujer a las mías». En aquellos momentos, aquello sólo habían sido palabras para sacarle del paso y conseguir que Merrilee lo emparejara con Juliette, aunque tenían algo de verdad. Sin embargo, al besarla, al acariciarla, al darle placer, Doug había aprendido que no sólo era posible anteponerla a ella físicamente, sino que quería anteponerla también emocionalmente.

Al volver a mirar a Juliette, vio que ella se había inclinado hacia delante, esperando que él siguiera hablando. Lo que más le extrañó fue que no le importaba contárselo. No había esperado tener que hacerlo, pero ella había hecho que deseara abrirse a ella y compartir.

– Recientemente, hice mucho daño a alguien a quien apreciaba mucho. Desde su punto de vista, yo la estaba utilizando y supongo que esa apreciación no estaba lejos de la realidad. Ahora, quiero demostrar que puedo anteponer las necesidades de una mujer a las mías.

– ¿Y te sirve cualquier mujer para ello?

– No, claro que no. Además, tú no eres una mujer cualquiera, al menos no para mí.

– Sin embargo, no me puedes negar que lo que ocurrió entre nosotros fue sólo por mi parte. Y tengo que saber… ¿me estabas utilizando para demostrar algo?

– No más de lo que yo creo que tú me estabas utilizando a mí para realizar tu propia fantasía. Eres muy testaruda… Técnicamente, sí, fue sólo por tu parte, pero…

– ¿Pero qué?

– Has empezado a significar mucho para mí -respondió él, inclinándose hacia ella hasta que sólo estuvieron separados por unos pocos centímetros-. He disfrutado viéndote y escuchándote… ¿Sabes que haces esos soniditos, esos suspiros, esos gemidos de placer?

Las pupilas de Juliette se dilataron. Un ligero rubor le cubrió el rostro y abrió ligeramente la boca para luego cerrarla sin emitir ni un solo sonido. El mismo Doug sintió que un intenso calor estaba inundando su cuerpo y empezó a sudar. Al tratar de convencerla a ella, se estaba excitando de nuevo. Aquélla era su pena y su castigo. Estar tan cerca de la mujer que deseaba y saber que tenía que mantener las distancias, tanto por el bien de ella como por el suyo propio. Para hacer que su propia fantasía se convirtiera en realidad, para estar seguro de que podía anteponer las necesidades de una mujer a las suyas, no podía ir más allá. No podía acostarse con ella, aun sabiendo que, al hacerlo, haría realidad una fantasía de otro tipo, porque su conciencia y su alma corrían un riesgo. Igual que su corazón.

– ¿Y sabes lo que ocurre con esos sonidos?

– ¿Sí?

– Me excitan.

Juliette tragó saliva. Estaba volviendo a hacerlo. Para calmar uno de sus anhelos, estaba despertando uno nuevo y de una clase completamente diferente.

Sabía que estaba tratando de convencerla de que darle placer había resultado placentero para él también, y lo estaba consiguiendo. Aquello le recordó que, igual que él estaba tratando de cumplir su fantasía anteponiendo las necesidades de otra persona a las propias, ella también debía cumplir la suya, que era liberarse completamente en aquella semana y ser ella misma. Se había jurado que experimentaría, sin ataduras, sin inhibiciones…

– ¿Doug?

– ¿Si?

– ¿Estás todavía excitado? -le preguntó. Para hacerlo, tuvo que armarse de valor y pensar en el poco tiempo que les quedaba en la isla.

Él respondió con un «sí» apenas susurrado. Entonces, Juliette agarró los extremos de la toalla y lo estrechó contra ella. Aspiró su aroma, potente y masculino. Su cuerpo, ya excitado, lo hizo aún más. Los pezones se le endurecieron y el deseo fue despertándose en su vientre, unas reacciones que ya le resultaban familiares y bienvenidas. En tan poco tiempo, se sentía más próxima en aquel terreno a Doug de lo que lo había estado nunca con su prometido.

– Esta vez, deja que sea yo la que se ocupe de ti.

Susurró aquellas palabras casi al mismo tiempo que cubría la boca de él con la suya, excitándolo con el movimiento de sus labios al pronunciar sus palabras. Quería excitarlo con las palabras y con sus caricias, exactamente como Doug había hecho con ella.

Él la agarró por los hombros, para así hacer que el beso fuera ligero y evitar que sus cuerpos se tocaran íntimamente. Sin embargo, Juliette decidió poner a prueba todas sus armas de mujer e insistió, acariciándole los labios con la lengua.

Evidentemente, consiguió lo que buscaba porque, de repente, Doug dejó que profundizara el beso y que aquél fuera el más dulce que ella hubiera conocido nunca. Juliette se imaginó que había hecho progresos, pero, cuando él acompasó sus movimientos y utilizó la lengua tal y como ella lo estaba haciendo, ya no pudo seguir pensando.

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