Capítulo 4

Juliette se zambulló en la piscina. El agua estaba lo suficientemente fresca como para devolverla a la realidad y hacer que se olvidara del sensual sopor en el que su sueño la había sumido. Se había quedado dormida pensando en él, en sus talentos eróticos, y todos sus sentidos se habían despertado por ello. En su imaginación, Doug la había llevado a un febril e insatisfecho estado de deseo. Cuando se había despertado, sin haber logrado cumplir sus anhelos, había descubierto que él la estaba observando.

Cuando salió de debajo del agua, Doug surgió también a su lado.

– ¿Qué hay de esa bebida? -le dijo Doug, señalando la cascada que había en el centro de la piscina y el bar tropical.

– Creo que esperaré un rato -respondió ella, poniéndose a flotar en el agua. No quería ni imaginarse cómo reaccionaría su cuerpo ante una combinación de alcohol, sol y Doug.

– ¿Qué te parece entonces si compartimos una colchoneta?

Juliette se agarró al lado que él le ofrecía y juntos flotaron en la parte más profunda de la piscina, a la deriva y solos.

– Hay que admitir que esto es vida.

– Con toda seguridad es mucho mejor que la rutina diaria…

– Dijiste que eras escritor.

– Sí, sigo los pasos de mi padre.

– ¿Te importa si te pregunto de cuál de ellos?

– Ted Hou… mi padre adoptivo. En realidad, es el único padre que tengo. Mi padre biológico se marchó, así que no hay razón alguna para acordarse de él.

– ¿Tienes buena relación con tus padres adoptivos?

– Son los mejores que podría tener.

– Eso mismo pienso yo de los míos. Creo que es un regalo maravilloso cuando puedes mirar tu infancia y saber que ha sido muy buena. ¿Sientes alguna vez que debes algo a tus padres por darte mucho más que un simple techo bajo el que cobijarte? Claro, me refiero a tus padres adoptivos…-dijo Juliette.

– Sé que les debo mucho. En mi caso, me sacaron de la calle.

– ¿Cómo fue eso?

– Yo tenía diez años. Hacía días que no había dormido, si no se cuenta descansar sobre el banco de un parque, y no había comido desde hacía el doble de tiempo. Estaba a punto de que me llevaran a una familia de acogida y también a punto de que me arrestaran -dijo Doug. Al oír aquellas palabras, Juliette colocó la mano sobre el brazo de Doug, para así transmitirle que comprendía lo que estaba contando. Entonces, con la mano que le quedaba libre, él cubrió la de ella-. Algunas veces, en medio de la noche, me despierto hambriento y tengo que pellizcarme para recordar que tengo un frigorífico repleto en la planta de abajo y que ya no soy un muchacho de diez años, que se ha quedado sin opciones y que tiene que recurrir a robar carteras para poder comer.

– Lo siento. Cuando te hice esa pregunta estaba pensando en mi padre y en cómo puedo ayudarlo ahora. Nunca imaginé…

Juliette sacudió la cabeza, sin saber qué decir. Había hablado de su padre, aunque sin mencionar el nombre, pero no le importó compartir aquella información con Doug. No cuando él le había contado una etapa tan dura de su pasado.

– Cuando uno sabe lo afortunado que es por tener buenos padres y, créeme, yo sé lo que es, no hay nada que uno no hiciera a cambio de todo lo que se le ha dado. Eso es algo que yo comprendo muy bien.

Juliette asintió. Evidentemente, Doug podía entender perfectamente su deseo de cuidar y de proteger a las personas que la habían criado.

– Me parece que estás aquí para solucionar algo. ¿Se trata de algo relacionado con tu padre? -le preguntó Doug, apretándole ligeramente la mano.

– Podríamos decir eso.

Se peguntó lo que Doug le aconsejaría si supiera la verdad sobre quién era y todo lo que había pasado. Se preguntó si podría abrirle su corazón y confiar en él. Después de todo, había cometido muchos errores como para confiar en su buen juicio, pero algo le decía que Doug era diferente, que no la utilizaría del modo en que lo había hecho Stuart. Ya había decidido confiar en él físicamente. Sus sentimientos no podrían andar muy a la zaga.

De repente, una mujer anunció que comenzaba el partido de voley playa, lo que rompió la oportunidad de compartir más profundamente lo que había entre ellos en aquellos momentos.

– Actividades organizadas -dijo Juliette con una sonrisa-. Son para las personas que no pueden permanecer ociosas.

– Y para las personas a las que les gustan las multitudes -musitó Doug, antes de zambullirse de nuevo en el agua.

Juliette lo había vuelto a hacer. Nunca había revelado su doloroso pasado a nadie, y menos a una mujer. Erin se habría postrado a sus pies para que le suministrara aquella información. No había tenido deseos de compartirlo con ella, que había sido su novia durante dos años y, sin embargo, en un día, Juliette conocía sus más íntimos secretos. Sólo esperaba que su deseo por conocer más datos sobre el ex novio de la joven hubiera sido la causa por la que se había sincerado de aquella manera. Temía perder su propio corazón y odiaba cada vez más el constante sentimiento de culpabilidad que lo acompañaba a cada paso.

Doug volvió a salir a la superficie y se sacudió el agua del cabello antes de agarrarse a la colchoneta.

– ¿Te interesa el voley playa?

– Sé que dijiste que querías probar algunas de las actividades que se organizan, pero creo que voy a pasar del voley playa. Prefiero la compañía de alguien muy especial a la de un grupo grande -añadió, mirándolo intensamente a los ojos.

– ¿Recuerdas que tengo algo muy especial planeado para nosotros? -dijo él, que, a pesar del riesgo que suponía, también prefería estar con ella a solas.

– ¿Me vas a contar de qué se trata?

– Lo haré muy ponto. Por ahora, lo único que necesitas hacer es regresar a tu bungaló. Todo lo que necesitas para esta noche te está esperando allí.

– Si no tengo cuidado, me podría acostumbrar a tantas atenciones.

– No hay razón alguna por la que no debieras hacerlo. Una mujer como tú se merece lo mejor -susurró. Entonces, extendió hacia delante las piernas por debajo del agua y las entrelazó con las de ella. Juliette le recompensó con una enorme sonrisa.

El corazón de Doug empezó a latir rápidamente. En aquel momento, supo que estaba perdido. Debería haberse dado cuenta cuando le contó todos los detalles de su infancia. Sólo con aquella sonrisa, había comprendido que estaba empezando a tener unos sentimientos muy fuertes por aquella mujer.

Cuando le dijo a Merrilee que creía en los finales felices, no había mentido. Lo único que ocurría era que nunca habría pensado que una mujer pudiera inspirar aquella clase de sentimientos en él, y mucho menos Juliette Stanton, la mujer a la que sólo necesitaba por unas razones egoístas. Sólo quería la información que ella tenía y que él tanto necesitaba. Acababa de admitir que había ido a la isla para solucionar algo que estaba relacionado con su padre. Se preguntó si el senador Stanton estaría implicado con su protegido en aquellos negocios tan sucios, aunque dudaba que fuera así. En la información de la que disponía, nunca se había mencionado al senador y su reputación estaba por encima de toda duda.

Aquellos pensamientos hicieron que Doug volviera a pensar de nuevo en Juliette y en su relación con Stuart Barnes. Aquella mañana, ella le había preguntado si había estado comprometido. Juliette había hablado de verse arrastrada por las circunstancias y de que así, una persona podría terminar hasta contrayendo matrimonio. Sin duda alguna, había estado hablando tanto sobre sí misma como sobre él.

Así que Juliette sería capaz de comprender lo que significaba anteponer a un padre a sí mismo. Desgraciadamente, no apreciaría ser la que resultara sacrificada por dicha causa. Pensó entonces en su padre, que estaba en la unidad de cuidados intensivos, y en la sonrisa que había visto en su cansado rostro cuando había ido para decirle que se marchaba a buscar su historia. Sólo sabía una cosa. No le había quedado elección.


¿Cómo lo sabía? Juliette estaba delante de la puerta del armario, que era también un espejo de cuerpo entero, mirando los vaqueros, la camisa blanca con la camiseta debajo y un par de sencillas botas negras. Todo era de su talla, todo resultaba cómodo y fácil de llevar. Se preguntaba una y otra vez cómo Doug había podido saber lo mucho que necesitaba aquellas prendas que simbolizaban una vida corriente.

No se había puesto algo tan simple desde la universidad. Ya no había un par de vaqueros en su guardarropa. Siempre, y especialmente desde que había empezado a salir con Stuart, había sido muy consciente de ser el foco de atención, por lo que siempre había salido de la casa muy bien vestida y con aspecto muy conservador.

Cuando oyó el timbre, echó a correr hacia la puerta, con la intención de darle las gracias a Doug en cuanto lo viera. Sin embargo, cuando le rodeó el cuello con los brazos y sintió que él le acariciaba la cintura, sintió que la simple gratitud se convertía en algo más, algo básico y elemental, salvaje y libre.

Echó la cabeza hacia atrás, tan sólo con la intención de mirarlo, pero aquel movimiento tuvo como resultado un contacto más íntimo entre ellos. Su firme pecho, cubierto por una camisa vaquera, se apretaba contra el de ella, acrecentando las sensaciones de sus sensibles senos. La hebilla del pantalón se le apretaba contra el vientre, pero aquella presión no era nada comparado con la firme columna de su erección, que se frotaba contra su feminidad y agrandaba aún más su deseo.

– ¿A qué debo una recepción tan entusiasta? -preguntó Doug sin soltarla.

– Has anticipado mis necesidades.

– ¿Cómo puedes estar tan segura de eso, cuando ni siquiera conoces lo que tengo planeado para esta noche?

– Con los vaqueros será más que suficiente.

Doug la retiró lo justo y la hizo girar sobre sí misma para poder admirarla.

– Veo que te sientan muy bien -dijo. Al oír aquellas palabras, Juliette se sonrojó. Él lo vio enseguida y le acarició suavemente las mejillas con un dedo-. ¿Es que no has oído nunca antes un cumplido?

– Claro que sí, pero nunca dirigido a mí.

– En ese caso, los hombres de Chicago deben de ser ciegos. No me digas que una hermosa mujer como tú nunca ha tenido una relación seria.

Juliette suspiró. De repente, sintió deseos de compartir la verdad sobre su pasado, que se estaba convirtiendo en una carga demasiado pesada. Quería contárselo todo a Doug.

– Probablemente estuve más cerca de casarme que tú.

– ¿Cómo de cerca?

– Lo suficiente como para llevar puesto el vestido de novia.

Doug se quedó sorprendido. Nunca había esperado que ella le contara tanto en tan poco tiempo. Los remordimientos volvieron a apoderarse de él.

Estaba utilizando su fantasía y todo lo que sabía que ella necesitaba de un hombre para conseguir la información que ayudara a su causa y, sin embargo, todavía no había hecho nada por ella. Todo era falso. Juliette era hermosa por dentro y por fuera y también muy deseable. Más que nada, quería que ella también lo creyera.

– ¿Qué clase de estúpido fue capaz de estar a punto de casarse contigo y de dejarte escapar?

– De la clase que tiene aspiraciones más altas de las que se merece -dijo Juliette mientras se soltaba de él y se recogía el cabello en una coleta-. Bueno, ¿qué tienes planeado para esta noche?

El cambio de tema había resultado más que evidente. Doug sabía que tenía que aceptarlo. Después de todo, ella había confiado mucho más en él de lo que habría imaginado nunca en un solo día.

– ¿Te da esto una pista?-respondió él, sacándose un pañuelo rojo del bolsillo.

– Nada.

– Me desilusionas. Si unes esas ropas a este pañuelo…

– Nada de nada -dijo Juliette entre risas.

– Parece que vas a tener que seguirme la corriente. Y confiar en mí -añadió, mientras plegaba el pañuelo y, tras colocarse detrás de ella, le vendaba los ojos-. Ahora sí que es una verdadera sorpresa.

– No veo nada -se quejó ella, extendiendo las manos.

– De eso se trata precisamente. Dame la mano.

Así salieron al exterior del bungaló, en dirección al coche eléctrico que él tenía esperando. La ayudó a sentarse y le colocó el cinturón de seguridad. Al inclinarse sobre ella y aspirar su olor, el deseo se apoderó de él, por lo que tuvo que rezar para tener fuerza de voluntad para contenerse.

– Bueno, ya está. ¿Te encuentras bien?

– Me muero de curiosidad, pero sí.

– Estupendo. La anticipación es la mitad de la diversión. Ahora, agárrate.

Rápidamente dio la vuelta al coche para ponerse al volante. Arrancó el vehículo y lo hizo bajar por un sendero apartado, hacia un lugar del que el personal de Merrilee le había hablado anteriormente.

– Bueno, ya hemos llegado -dijo, tras detener el coche-. ¿Tienes ya alguna pista? -añadió, al ver que ella olisqueaba el aire.

– Huele a…

Antes de que Juliette pudiera terminar la frase, Doug le quitó el pañuelo para que pudiera ver. La joven parpadeó mientras sus ojos se adaptaban a la luz y conseguía ver dónde estaban.

– ¡Caballos! Huele a estiércol de caballo. ¡Estamos en un establo! -exclamó, encantada-. ¡Qué sorprendente! Siempre he querido montar a caballo -añadió mientras bajaba del vehículo-. Cuando era pequeña, le supliqué a mi padre que me comprara un caballo. Él se echó a reír y, en vez de eso, me compró un perrito. Él no hacía más que ir y venir de Washington DC. Lo hacía con tanta frecuencia que no habría podido cargar, ni cargarnos, con la responsabilidad de un poni, pero nunca dejé de desear uno.

Otro dato más. Doug sabía que aquél era un buen momento para preguntarle por su padre, pero no quiso destruir el momento. Además, estaba disfrutando demasiado con la alegría y la excitación que ella demostraba.

– No sabía que tuvieran caballos aquí.

– No hay mucho que Merrilee haya pasado por alto -contestó él.

– Entonces, ¿cuál es el plan?

– Vamos a ir a dar un paseo nocturno por la playa.

– No se me puede ocurrir nada mejor.

Al mirarla, Doug pensó que a él tampoco. El mozo del establo les advirtió sobre una tormenta tropical que se estaba acercando, algo muy común para aquella época del año. Doug le prometió que regresarían pronto o que utilizarían los refugios que había en la ruta. Lo más sabio sería dar un paseo rápido y regresar rápidamente, pero en lo que se refería a Juliette, no reaccionaba con sensatez alguna.

Después de recorrer los establos, se marcharon. Cuanto más se alejaban del complejo turístico, más hermosa era la playa. Como Doug tenía experiencia con los caballos, el que había elegido para Juliette era muy manso, por lo que el hecho de que el mar estuviera algo bravo por la próxima tormenta no le hacía encabritarse.

Aunque Doug había planeado aquel viaje para Juliette, él también se quedó atónito por la belleza que los rodeaba. Además, el hecho de que ella hubiera reaccionado como una niña ante los vaqueros o el paseo a caballo, la inocencia que Juliette tenía, en contraposición con su atribulada vida, lo sorprendía. De hecho, tanto lo afectaba que, a su lado, le parecía estar viendo el mundo por primera vez.

Gracias al sonido del océano y al ruido que hacían los caballos, no podían hacer otra cosa que no fuera centrarse en la belleza de lo que los rodeaba, por lo que Doug estaba muy agradecido. De hecho, aunque hubiera querido hablar, no habría podido. El nudo que tenía en la garganta era demasiado grande.

Se recordó que sus planes se centraban en una cena, algunas preguntas, y un rápido retorno a casa. Aquella velada estaba destinada a cumplir sus propósitos minimizando todo lo que fuera posible el riesgo para su corazón, algo que sospechaba que había sido más de lo que había esperado.

Finalmente, llegaron a su destino al otro lado de la isla. Doug le entregó los caballos al mozo del establo.

– ¿Dónde estamos? -preguntó Juliette Como respuesta, Doug extendió la mano y la condujo a través de los establos. Entonces, la llevó hacia una casa pintada de color amarillo, rodeada de unos frondosos jardines tropicales.

– Esta casa es propiedad de una pareja que trabajaba en un restaurante de Nueva York y que se cansaron de la vida que llevaban allí. Se asociaron con Merrilee, se mudaron aquí y ahora preparan fiestas privadas.

– Así que, ¿estamos sólo nosotros? -dijo ella con una ligera nota de pánico en la voz.

– Podría llamar a la caballería si prefieres no estar sola -bromeó Doug, aunque comprendía la sensación que ella había expresado porque él mismo la sentía. El corazón le latía mucho más fuerte siempre que Juliette estaba cerca.

– No hay otro lugar en el que prefiriera estar…

De pequeña, había soñado con montar a caballo, pero nunca se había imaginado los sentimientos que aquella poderosa bestia podía despertar en ella. Sentada en el caballo y admirando el paisaje, había descubierto que nada de aquello tenía que ver con el pulso que le latía entre las piernas. El paseo parecía haber tenido cualidades afrodisíacas, y su efecto no había disminuido cuando se había bajado del caballo con la ayuda de los fuertes brazos de Doug. Esperaba con impaciencia aquella velada en la intimidad.

Dos horas más tarde, satisfecha gracias a una deliciosa langosta y algo afectada por el vino, seguía sintiéndose de la misma manera. No había habido un momento de aburrimiento en la conversación. Habían hablando de una amplia variedad de temas, de preferencias, igual que ocurre en una primera cita.

Estaba más relajada de lo que debería estarlo, considerando el modo en el que Doug la estaba mirando. Sin embargo, no tenía dudas sobre quién era la persona con la que deseaba estar ni de que él fuera un buen hombre.

– ¿Estás lista para regresar?

– ¿Tanta prisa hay? -preguntó ella-. No querrás que me suba a ese caballo algo bebida, ¿verdad?

– Nunca habría dicho que una copa de vino en una cena que ha durado dos horas te iba a afectar tanto -comentó él riendo.

– ¿Puedo contarte un secreto? -dijo Juliette, inclinándose sobre la mesa, al tiempo que con un gesto del dedo, le pedía que hiciera lo mismo.

Sin embargo, antes de que Doug pudiera responder, el camarero se les acercó.

– Perdónenme los señores.

– ¿Sí? -preguntó Doug.

– Tengo un mensaje de la central. La tormenta se acerca más rápidamente de lo que se había supuesto en un principio. Los caballos están a salvo en el establo de aquí, pero ustedes tendrán que regresar en coche. Ya está esperándolos en la entrada, para cuando ustedes deseen marcharse.

– Gracias -dijo Doug. El camarero asintió y volvió a dejarlos solos.

Una tormenta. Juliette respiró profundamente. Su miedo a las tormentas era algo pueril y poco razonable. Era el resultado de una travesura de la infancia que las había dejado a Gillian y a ella, cuando sólo tenían ocho años, en una casa en un árbol. El miedo a que les regañaran había sido mucho mayor que su temor a la lluvia y, para cuando las niñas se dieron cuenta de la severidad de la tormenta, los rayos y los truenos les impidieron regresar a su casa. Su padre las encontró por fin, pero no antes de que un trueno partiera la rama de un árbol cercano. Desde entonces, el miedo que Juliette sentía de las tormentas formaba parte de su ser.

– ¿Ves? Tenemos que volver en coche, así que no hay que preocuparse por que hayas bebido vino y tengas que montar a caballo.

– Es que hay otras cosas que me preocupan -dijo ella.

– Bueno, tú dirás…

– No es el vino lo que me ha afectado tanto sino…

Respiró profundamente y fortaleció la resolución que había estado desarrollando a lo largo de la cena. Había tomado una decisión y no pensaba echarse atrás. No quería que, cuando su estancia en aquella isla hubiera terminado, tuviera nada de lo que lamentarse. Estaba lista para dar el paso que, evidentemente, Doug el caballeroso había estado evitando. ¿Tal vez por miedo a ofenderla? No sabía, pero ya iba siendo hora de descubrirlo.

– ¿De qué se trata? -insistió él, cubriéndole la mano con la suya.

– Eres tú. Haces que pierda la cabeza y que me sienta mareada. Produces un efecto muy importante en mí. Estaba a punto de decirte que no estaba lista para irme a casa si ello significaba que me ibas a dejar en el umbral de mi bungaló.

Doug tosió. El hombre que se sentía atraído por Juliette estaba luchando con el periodista que se había prometido que no la utilizaría sexualmente para conseguir sus fines. Sin embargo, se recordó que también estaba en aquella isla para asegurarse de que los deseos de Juliette se hacían realidad. Si la rechazaba, estaría destruyendo su fantasía y su necesidad de sentirse deseada por un hombre muy especial, el hombre que Doug había elegido ser. Además, la deseaba tanto como ella lo deseaba a él. Tras sopesar las circunstancias, supo que podía convencerse de que estar con ella, cuando la propia Juliette se lo había pedido, no sería estar utilizándola para obtener información. Se aseguraría de que ella supiera lo mucho que la deseaba y de que disfrutaba de la intimidad que compartieran. Sin embargo, como se había prometido antes, acostarse con ella no podía ni debía ocurrir.

Tras agarrarla de la mano, se puso de pie, haciendo que Juliette hiciera lo mismo.

– Deberíamos irnos ahora, pero hablaremos en el coche, cuando vayamos de camino.

Ella asintió.

Había esperado que la presencia del conductor lo ayudara a contrarrestar la tensión sexual que había entre ellos, pero no habían enviado un coche o un minibús, tal y como había esperado, sino una limusina. Aquel gesto, completamente innecesario en una isla tan pequeña, era propio de una romántica como era Merrilee. Por supuesto, la limusina tenía una pantalla que ocultaba a los pasajeros de la mirada del conductor, para que ellos pudieran comportarse como les viniera en gana. Y, por el brillo que vio en los ojos de Juliette, vio que a ella tampoco se le había pasado por alto aquella posibilidad.

Sin embargo, vio que miraba al cielo y que, al ver las negras nubes que se estaban formando, se echaba a temblar.

– Las tormentas me dan mucho miedo -susurró-. Es un miedo de la infancia. Sé que es una tontería, pero…

– Lo siento, se suponía que no iba a desatarse hasta más tarde.

– Esas cosas ocurren -comentó ella, antes de meterse en la limusina, seguida de Doug.

En el momento en el que el conductor cerró la puerta, la lluvia empezó a caer. Doug estaba a solas, con una mujer que parecía estar a punto de sentársele en el regazo en cuanto retumbaran los primeros truenos. Una mujer a la que él deseaba desesperadamente.

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