Capítulo 2

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Su tregua duró exactamente dos minutos. Margaret no estaba exactamente segura de como ocurrió, pero antes de que estuvieran a mitad de camino de The Canny Man, ellos discutían como niños.

Él no podía resistirse a recordarle que ella había estado más allá de toda sensatez al partir sola rumbo a Escocia.

Ella sencillamente tuvo que llamarlo campesino arrogante cuando él la impulsó hacia arriba en los escalones delanteros y dentro de la posada.

Pero nada de eso -ni una sola palabra entrecortada- podría haberla preparado para lo que pasó cuando estuvieron parados frente al posadero.

– Mi esposa y yo requerimos habitaciones para la noche, -dijo Angus.

¿Esposa?

A fuerza de voluntad, Margaret logró impedir que su mandíbula cayera hasta sus rodillas. O era quizás un acto del Dios; pues ella no creyó que su voluntad fuese lo bastante fuerte para impedirle pellizcar el brazo de Angus Greene por su impertinencia.

– Tenemos sólo un cuarto disponible, -les informó el posadero.

– Lo tomamos entonces, -contestó Angus.

Esta vez ella sabía que estaba sujeta a una intervención divina, porque no podría haber ninguna otra explicación para su contención ante su enorme deseo de abofetearlo.

El posadero cabeceó con aprobación y dijo, -Sígame. Les mostraré el camino. Si les gustaría una comida…

– Nos gustaría, -le cortó Angus. -Algo caliente y que llene.

– Me temo que a esta hora de la noche solo tenemos es pastel de carne frío.

Angus sacó una moneda de su abrigo y la sostuvo delante.

– Mi esposa tiene mucho frío, y dada su delicada condición, me gustaría ver que ella recibiese una buena comida.

– ¿Mi condición? -jadeó Margaret.

Angus le sonrió y le guiñó un ojo.

– A ver, querida, seguramente no pensaste que podrías ocultarlo para siempre.

– ¡Felicidades a ambos! -retumbó el posadero. -¿Es este su primero?

Angus asintió.

– Entonces ve usted por qué soy tan protector. -Enrolló su brazo alrededor de los hombros de Margaret. -Ella es una mujer tan delicada.

Esa "delicada" mujer puntualmente dobló su brazo y dio un codazo en la cadera de Angus. Con fuerza.

El posadero no debió haber oído el subsiguiente gruñido de dolor, porque él solamente tomó la moneda y la hizo rodar entre sus dedos.

– Desde luego, desde luego, -murmuró. -Tendré que despertar a mi esposa, pero estoy seguro que podemos encontrar algo caliente.

– Excelente.

El posadero avanzó, y Angus hizo el intento de seguirlo, pero Margaret lo agarró del dobladillo de su abrigo y le dio un tirón.

– ¿Está usted loco? -susurró.

– Pensé que usted ya había cuestionado mi cordura y la había encontrado aceptable.

– Lo he reconsiderado, -estableció.

Él le acarició el hombro.

– Trate de no alterarse. No es bueno para el bebé.

Los brazos de Margaret eran barras a sus costados mientras ella trataba de contenerse de aporrearlo.

– Deje de hablar del bebé, -silbó, -y no voy a compartir una habitación con usted.

– Realmente no veo que otra opción tiene.

– Preferiría…

Él le cogió una mano.

– No me diga que preferiría esperar en la lluvia. Simplemente no le creeré.

– Usted puede esperar en la lluvia.

Angus agachó la cabeza y miró detenidamente hacia afuera. Las gotas de agua golpeaban fuerte contra el cristal.

– Pienso que no.

– Si usted fuera un caballero…

Él rió en silencio.

– Ah, pero nunca dije que fuese un caballero.

– ¿Qué era todo lo que sobre la protección de mujeres, entonces? -exigió Margaret.

– Dije que no me gusta ver a las mujeres heridas. Nunca dije que estaba dispuesto a dormir en la lluvia y pescar una horrible enfermedad pulmonar por usted.

El posadero, que llevaba la delantera, se había parado y dado la vuelta cuando él comprendió que sus invitados no lo habían seguido.

– ¿Vienen? -preguntó.

– Sí, sí, -contestó Angus. – Solamente estaba teniendo una pequeña discusión con mi esposa. Parece que ella tiene un notable antojo por haggis [1].

La boca de Margaret se cayó abierta, y le tomó varios intentos antes de que lograra decir, -No me gusta el haggis.

Angus sonrió abiertamente.

– A mi sí.

– ¡Och! -exclamó el posadero con una amplia sonrisa. -Justo como mi esposa. Ella comió haggis cada día mientras estaba en estado, y me dio cuatro finos muchachos.

– Fantástico, -dijo Angus con una sonrisa arrogante. -Tendré que recordar esto. Un hombre necesita un hijo.

– Cuatro, -recordó el posadero, su pecho hinchándose de orgullo. -Tengo cuatro.

Angus le dio una palmada en la espalda a Margaret.

– Ella me dará cinco. Marque mis palabras.

– Hombres, -masculló, tropezando por la fuerza de su amistosa palmadita. -Un grupo de gallos ostentosos, la mayoría de ustedes.

Pero los dos hombres estaban demasiado implicados en su juego de hombres sobre el arte que consiste en aventajar a los demás -Margaret esperaba que ellos comenzaran a discutir sobre quien podía lanzar un tronco [2] más lejos en cualquier momento- y claramente no la oyeron.

Ella estuvo de pie allí con sus brazos cruzados durante un minuto entero, tratando de no escuchar lo que ellos decían, cuándo Angus de repente le acarició la espalda y dijo, -¿Entonces, Haggis para la cena, mi amor?

– Voy a matarle, -silbó ella. -Y voy a hacerlo lentamente.

Entonces Angus la pinchó en las costillas y echó un vistazo al posadero.

– Me gustarían algunos, -se ahogó. -Mi favorito.

El posadero sonrió satisfecho.

– Una mujer que me llega al corazón. Nada protege a uno de los espíritus como el buen haggis.

– El olor sólo ya espantaría al Diablo, -refunfuñó Margaret.

Angus rió en silencio y dio un apretón a su mano.

– Usted debe ser una escocesa, entonces, -dijo el posadero, -si le gusta el haggis.

– En realidad, -dijo Margaret remilgadamente, dando un tirón a su mano. -Soy inglesa.

– Lástima. -El posadero entonces dio vuelta a Angus y dijo, -Pero supongo que si usted se tiene que casar con una sassenach [3], al menos escogió a una con gusto por el haggis.

– Rechacé pedir su mano hasta que ella lo probara, -dijo Angus solemnemente. -Y luego no llevaría a cabo la ceremonia hasta que no estuviera convencido de que le gustase.

Margaret lo golpeó en el hombro.

– ¡Y carácter, también! -el posadero rió alegremente. -Haremos una buena escocesa de ella.

– Eso espero, -estuvo de acuerdo Angus, su acento sonó más fuerte en el oído de Margaret. -Pienso que ella debería aprender a lanzar un mejor golpe, sin embargo.

– ¿No dolió, eh? -dijo el posadero dijo con una sonrisa conocedora.

– Ni un poco.

Margaret rechinó los dientes.

– Señor, -dijo tan dulcemente como pudo, -¿por favor podría usted mostrarme mi habitación? Soy un desastre, y me gustaría tanto asearme antes de la cena.

– Desde luego. -El posadero reanudó su viaje hacia arriba, con Margaret pegada a sus talones. Angus se rezagó unos pasos detrás, sin duda riéndose a costa suya.

– Aquí es, -dijo el posadero, abriendo la puerta para revelar un cuarto pequeño pero limpio con un lavabo, un orinal, y una sola cama.

– Gracias, señor, -ella dijo con una cortés cabezada. -Estoy sumamente agradecida. -Entonces ella entró resueltamente al cuarto y cerró la puerta de golpe.

Angus aulló con la risa. No lo podía evitar.

– Och, usted está en problemas ahora, -dijo el posadero.

La risa de Angus se convirtió en una sonrisa.

– ¿Cuál es su nombre, buen señor?

– McCallum. George McCallum.

– Bien, George, pienso que usted tiene razón.

– Tener una esposa, -aseguró George -es un acto de delicado equilibrio.

– Yo nunca supe demasiado hasta este día.

– Por suerte para usted, -dijo George con una sonrisa taimada, -todavía tengo la llave.

Angus sonrió abiertamente y le tiró otra moneda, luego cogió la llave cuando George la lanzó por el aire. -Usted es un buen hombre, George McCallum.

– Aye, -dijo George mientras se iba, -eso es lo que sigo diciéndole a mi esposa.

Angus rió en silencio y puso la llave en su bolsillo. Él abrió la puerta sólo unos milímetros, luego llamó, -¿está usted vestida?

Su respuesta fue un ruidoso golpe contra la puerta. Probablemente su zapato.

– Si no me lo dice de otra manera, entro. -Él introdujo su cabeza dentro del cuarto, luego la sacó justo a tiempo para evitar el otro zapato, que vino navegando hacia él con mortal puntería.

Él se introdujo nuevamente, comprobó que ella no tenía nada más para lanzarle, y luego entró en la habitación.

– Le importaría decirme qué diablos era todo eso? -dijo ella con furia apenas controlada.

– ¿Qué parte de ello? -se paró

Ella le contestó con una mirada feroz. Angus pensó que ella parecía bastante atractiva con sus mejillas rojas de ira, pero sabiamente decidió que no era el momento para elogiarla sobre tales cosas.

– Ya veo, -dijo él, incapaz de evitar que las esquinas de su boca se crisparan de alegría. -Bien, uno pensaría que sería evidente, pero si debo explicarle…

– Usted debe.

Él se encogió.

– Usted no tendría un techo sobre su cabeza ahora mismo si George no pensara que es mi esposa.

– Eso no es verdad, y ¿quién es George?

– El posadero, y sí, con toda certeza es verdad. Él no habría dado este cuarto a una pareja que no estuviera casada.

– Desde luego que no, -dijo seca. -Él me lo habría dado a mí y le habría echado de la oreja.

Angus se rascó la cabeza pensativamente.

– No estoy tan seguro de eso, señorita Pennypacker. Después de todo, soy yo el que tiene el dinero.

Ella lo miró tan airadamente, sus ojos tan amplios y enfadados, que Angus finalmente notó que color tenían. Verde. Una sombra bastante encantadora, como la hierba verde.

– Ah, -dijo ante su silencio. -Entonces está de acuerdo conmigo.

– Tengo dinero, -refunfuñó ella.

– ¿Cuánto?

– ¡Bastante!

– ¿No dijo usted que le habían robado?

– Sí, -ella dijo, tan de mala gana que Angus se maravilló de que no se ahogase con la palabra, -pero todavía tengo algunas monedas.

– ¿Bastante para una comida caliente? ¿Agua caliente? ¿Un comedor privado?

– Ese no es realmente el punto, -discutió, -y la peor parte de esto es que usted actuaba como si se estuviese divirtiendo.

Angus sonrió sarcásticamente.

– Me estaba divirtiendo.

– ¿Por qué haría usted eso? -ella dijo, sacudiendo sus manos hacia él. -Podríamos haber ido a otra posada.

Un ruidoso trueno sacudió el cuarto. Angus decidió que Dios estaba de su parte.

– ¿Con este tiempo? -preguntó. -Perdóneme si carezco de la inclinación de aventurarme allá afuera.

– Incluso si tenemos que hacernos pasar como marido y mujer, -concedió ella, -¿tuvo que divertirse tanto a mis expensas?

Sus ojos oscuros se pusieron tiernos.

– Nunca quise insultarla. Seguramente sabe eso.

La resolución de Margaret comenzó a debilitarse bajo su mirada cálida y preocupada.

– Usted no tenía que haberle dicho al posadero que estaba embarazada, -dijo, sus mejillas volviéndose de un rojo furioso mientras pronunciaba aquella última palabra.

Él soltó un suspiro.

– Todo lo que puedo hacer es pedirle perdón. Mi única explicación es que simplemente me entusiasmé con la representación. He pasado los dos últimos días montando a lo largo de Escocia. Tengo frío, estoy mojado, y hambriento, y esta pequeña farsa es la primera cosa divertida que he hecho en días. Perdóneme si me sobrepasé con la diversión.

Margaret sencillamente lo miró fijamente, sus manos formando puños a los costados de su cuerpo. Ella sabía que debería aceptar su disculpa, pero la verdad era que necesitaba unos minutos para calmarse.

Angus levantó sus manos en una insinuación de conciliación.

– Usted puede mantener su pétreo silencio todo lo que quiera, -dijo él con una sonrisa divertida- pero esto no desaparecerá. Usted, mi querida señorita Pennypacker, es una persona más amable de lo que piensa.

La mirada que ella le dirigió era dudosa en el mejor de los casos y sarcástica en el peor.

– ¿Por qué? ¿Porqué no lo estrangulé allí en el pasillo?

– Bien, está eso, pero yo en realidad me refería a su desgana de hacer daño a los sentimientos del posadero menospreciando su cocina.

– Realmente menosprecié su cocina, -indicó ella.

– Sí, pero no lo hizo en voz alta. -Él la vio abrir la boca y alzó su mano. -Ah, ah, ah, no más protestas. Usted está determinada a provocarme aversión, pero me temo que no funcionará.

– Usted está loco-suspiró.

Angus se quitó su empapado abrigo. -Ese particular estribillo en particular se está poniendo aburrido.

– Es difícil discutir con la verdad, -murmuró. Entonces miró para arriba y vio lo que él estaba haciendo. -¡Y no se quite el abrigo!

– La alternativa es la muerte por pulmonía, -dijo él suavemente. -Sugiero que usted también se quite el suyo.

– Sólo si usted se va de la habitación.

– ¿Y pararme desnudo en el pasillo? No lo creo.

Margaret comenzó a pasearse y a registrar el cuarto, abriendo el guardarropa y sacando a cajones.

– Tiene que haber un vestidor aquí en algún sitio. Tiene que haber.

– Probablemente no encontrará uno en la cómoda, -dijo él amablemente.

Ella estuvo de pie sin moverse durante varios momentos, tratando desesperadamente de contener su cólera. Toda su vida había tenido que ser responsable, dar buen ejemplo, y las rabietas no eran un comportamiento aceptable. Pero esta vez… Miró sobre su hombro y lo vio sonreírle burlonamente. Esta vez fue diferente.

Ella cerró de golpe al cajón, lo que debería haberle dado alguna medida de satisfacción si no se hubiese pillado la punta de su dedo medio.

– ¡Aaaaauuuucccchhhhh! -aulló, e inmediatamente metió su palpitante dedo en su boca.

– ¿Está usted bien? -preguntó Angus, moviéndose rápidamente a su lado.

Ella asintió.

– Márchese, -masculló ella con el dedo en la boca.

– ¿Está segura? Podría haberse roto un hueso.

– No lo hice. Márchese.

Él tomó su mano y sacó con cuidado el dedo de su boca. -Se ve bien, -dijo con voz preocupada, -pero realmente, no soy ningún experto en estos asuntos.

– ¿Por qué? -ella gimió. -¿Por qué?

– ¿Por qué no soy un experto? -él repitió, parpadeando en una manera algo confusa. -No estaba bajo la impresión de que usted pensaba que yo había recibido entrenamiento médico, pero la verdad es que, soy más un agricultor que cualquier otra cosa. Un caballero agricultor, puede estar segura…

– ¿Por qué me tortura? -gritó.

– ¿Por qué piensa usted, señorita Pennypacker, que eso es lo que hago?

Ella arrebató su mano de su apretón.

– Juro por Dios, no sé por qué estoy siendo castigada de este modo. No puedo imaginarme que pecado he cometido para garantizar tal…

– Margaret, -dijo enérgicamente, cortando su discurso con el empleo de su nombre de pila, -quizás está exagerando demasiado este asunto.

Ella se quedó parada, apenas moviéndose, al lado de la cómoda, durante todo un minuto. Su aliento era desigual, y tragaba más que lo normal, y luego ella comenzó a parpadear.

– Oh, no, -dijo Angus, cerrando sus ojos en agonía. -No llore.

Sniff

– No voy a llorar.

Él abrió sus ojos.

– Jesús, whisky y Robert Bruce, -murmuró. Ella ciertamente lo miró como si fuera a llorar. Él carraspeó. -¿Está segura?

Ella cabeceó, una vez, pero firmemente. -Nunca lloro.

Él suspiró sentido suspiro de alivio.

– Bien, porque nunca sé que hacer cuando… oh!, maldita sea, está llorando.

– No. No… lo… estoy. -Cada palabra salió como una pequeña oración propia, puntuada por unos ruidosos jadeos.

– Alto, -rogó, cambiando torpemente de un pie al otro. Nada lo hacía sentir más incompetente e incómodo, que las lágrimas de una mujer. Peor, él estaba bastante seguro de que esta mujer no había llorado en más de una década. Y peor aún, él era la causa.

– Todo lo que quería hacer… -jadeó. -Todo lo que quería hacer…

– ¿Era…? -incitó, desesperado por mantenerla conversando, cualquier cosa con tal de impedirle que llorase.

– Detener a mi hermano. -Ella tomó un profundo, estremecido suspiro y se dejó caer sobre la cama. -Sé que es lo mejor para él. Sé que suena condescendiente, pero de verdad lo sé. He estado cuidando de él desde que tenía yo diecisiete años.

Angus cruzó la habitación y se sentó al lado de ella, pero no tan cerca para ponerla nerviosa.

– ¿De verdad? -preguntó suavemente. Él supo desde el momento en que ella le pegó un rodillazo en la ingle a ese hombre que no era una mujer corriente, pero estaba empezando a comprender que ella era más que un carácter obstinado y un ingenio rápido. Margaret Pennypacker se preocupaba profundamente, era leal hasta el defecto, y daría su vida por aquellos que amaba sin un segundo de vacilación.

Ese entendimiento lo hizo sonreír irónicamente -y al mismo tiempo lo aterrorizó hasta el fondo de su corazón. Porque en términos de lealtad, preocupación y devoción familiar, Margaret Pennypacker podría haber sido una versión femenina de él. Y Angus nunca antes había conocido a una mujer que igualase esas normas que él se había impuesto.

Ahora que la había conocido, bien, ¿qué era lo que iba a hacer con ella?

Ella interrumpió sus pensamientos con una muy ruidosa sorbida. -¿Me está usted escuchando?

– Su hermano, -apuntó.

Ella asintió y suspiró. Entonces de pronto alzó la vista de su regazo y volvió su mirada fija sobre él.

– No voy a llorar.

Él acarició su hombro.

– Desde luego que no.

– Si él se casa con alguna de esas horribles muchachas, su vida estará arruinada para siempre.

– ¿Está usted segura? -Angus preguntó con delicadeza. Las hermanas tenían un modo de pensar que ellas sabían que era lo mejor.

– ¡Una de ellos aún no conoce el alfabeto entero!

Él hizo un sonido que salió más bien como -Eeee, -y su cabeza se echó atrás con piedad. -Eso es malo.

Ella asintió otra vez, esta vez con más vigor.

– ¿Ve usted? ¿Ve lo que quiero decir?

– ¿Cuántos años tiene su hermano?

– Él sólo tiene dieciocho.

Angus resopló.

– Entonces usted tiene razón. Él no tiene ni idea de lo que está haciendo. Ningún muchacho de dieciocho la tiene. Pensando en ello, ninguna muchacha de dieciocho, tampoco.

Margaret cabeceó su acuerdo.

– ¿Es esa la edad de su hermana? ¿Cuál es su nombre? ¿Anna?

– Sí, a ambas preguntas.

– ¿Por qué la persigue? ¿Qué hizo?

– Se escapó a Londres.

– ¿Sola? -preguntó Margaret, claramente horrorizada.

Angus la observó con una expresión perpleja.

– ¿Podría recordarle que usted se dirigió a Escocia por sí misma?

– Bien, sí, -balbuceó, -pero eso es completamente diferente. Londres es… Londres.

– Por así decirlo, ella no está completamente sola. Ella robó mi carruaje y tres de mis mejores criados, uno de ellos es un antiguo pugilista, que es la única razón de que no esté aterrorizado ahora mismo.

– ¿Pero qué planea hacer?

– Acudir ella misma con mi tía abuela. -Él se encogió de hombros. -Anna quiere una temporada.

– ¿Y hay alguna razón por la cual ella no pueda tenerla?

La expresión de Angus se puso severa.

– Le dije que ella podría tener una el próximo año. Hemos estado renovando nuestra casa, y estoy demasiado ocupado como para dejar todo e ir directamente a Londres.

– Ah.

Sus manos fueron a sus caderas.

– ¿Qué significa, ah?

Ella movió sus manos en un gesto que era de algún modo de desaprobación y sabiondo, todo en uno.

– Solamente que me parece que está poniendo sus necesidades antes que las de ella.

– ¡No hago tal cosa! No hay ninguna razón por la que ella no pueda esperar un año. Usted, usted misma, convino que las personas de dieciocho años no saben nada.

– Usted probablemente tiene razón, -estuvo de acuerdo, -pero es diferente para los hombres y las mujeres.

Su cara se acercó una fracción de pulgada [4] a la suya.

– ¿Le gustaría explicar cómo?

– Supongo es verdad que las muchachas de dieciocho años no saben nada. Pero los muchachos de dieciocho años saben menos que nada.

Para su sorpresa, Angus comenzó a reírse, cayendo en la cama y sacudiendo el colchón con sus risitas ahogadas.

– Oh, me debería sentir insultado, -jadeó él, -pero temo que usted tenga razón.

– ¡Sé que tengo razón! -replicó, con una sonrisa furtiva.

– Ah!! querido Señor, -él suspiró. -Qué noche. Qué lamentable, miserable y maravillosa noche.

Margaret levantó la cabeza ante sus palabras. ¿Qué quiso decir él con eso?

– Sí, lo sé, -dijo, con vacilación, ya que ella no estaba segura de con qué estaba de acuerdo. -Es una porquería. ¿Qué deberíamos hacer?

– Unir fuerzas, supongo, y buscar a nuestros errantes hermanos inmediatamente. Y en cuanto a esta noche, puedo dormir en el suelo.

Una tensión que Margaret no se había dado cuenta que cargaba se deslizó fuera de ella.

– Gracias, -dijo ella dijo con gran sentimiento. -Aprecio su generosidad.

Él se incorporó. -Y usted, mi querida Margaret, va tener que disfrutar de la vida de una actriz. Al menos por un día.

¿Una actriz? ¿No andaban ellas por todas partes a medio vestir tomando amantes? Margaret cogió aliento, sintiendo sus mejillas -y algunas muchas otras partes- ponerse calientes.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó, tan horrorizada que pareció sin aliento.

– Simplemente que si usted quiere comer esta noche -y estoy bastante seguro habrá más que haggis en el menú, de manera que puede respirar tranquila en ese sentido- entonces tendrá que pretender ser Lady Angus Greene.

Ella frunció el ceño.

– Y, -añadió él haciendo girar sus ojos, -usted va tener que fingir que la situación no es tan desagradable. Después de todo, nos arreglamos para hacer un bebé. No podemos desagradarnos demasiado.

Margaret se ruborizó.

– Si usted no deja de hablar de ese infernal bebé que no existe, juro que cerraré el cajón en sus dedos.

Él juntó las manos detrás de su espalda y sonrió abiertamente.

– Estoy temblando de terror.

Ella le dirigió una mirada irritada, luego parpadeó.

– ¿Dijo usted Lady Greene?

– ¿Importa eso? -Angus dijo bromeando.

– ¡Bien, !

Durante un momento Angus solo la miró fijamente, la decepción extendiéndose en su pecho. El suyo era un titulo menor -sencillamente una baronía con un pequeño pero encantador pedazo de tierra- pero todavía las mujeres lo veían como un premio para ser ganado. El matrimonio parecía ser algún tipo de competencia entre las damas que él conocía. La que atrape el título y el dinero, gana.

Margaret se colocó la mano sobre el corazón.

– Tengo gran aprecio por los buenos modales.

Angus sintió un renovado interés.

– ¿Sí?

– No debería haberle llamado señor Greene si usted es realmente Lord Greene.

– En realidad es Sir Greene, -dijo, sus labios dibujando una sonrisa, -pero puedo asegurarle que no estoy ofendido.

– Mi madre debe estar revolviéndose en su tumba. -Ella sacudió la cabeza y suspiró. -He tratado de enseñar a Edward y Alicia -mi hermana- lo que mis padres habrían querido. He tratado de vivir mi vida del mismo modo. Pero a veces pienso que sencillamente no soy lo bastante buena.

– No diga eso, -dijo Angus con gran sentimiento. -Si usted no es lo bastante buena, entonces tengo serios miedos por mi propia alma.

Margaret le ofreció una temblorosa sonrisa.

– Usted puede tener la capacidad de ponerme tan furiosa que no puedo ver derecho, pero yo no me preocuparía por su alma, Angus Greene.

Él se inclinó hacia ella, sus ojos oscuros brillando con humor, travesura, y solo un poco de deseo.

– ¿Está tratando de elogiarme señorita Pennypacker?

Margaret inspiró, un calor creciendo extrañamente por todo su cuerpo. Él estaba tan cerca, sus labios apenas a unas pulgadas de distancia, y ella tuvo el repentino, extraño pensamiento de que le podría gustar ser una mujer descarada por una vez en su vida. Si solamente ella se inclinara adelante, oscilando hacia él por un segundo… ¿tomaría él la iniciativa y la besaría? ¿La arrastraría hasta sus brazos, sacaría los alfileres de su cabello, y la haría sentir como si fuera la estrella de un soneto shakesperiano?

Margaret se inclinó.

Se balanceó.

Y se cayó directamente de la cama.

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