La lluvia había disminuido, pero el aire húmedo de la noche era una bofetada en el rostro, no obstante, Margaret salió precipitadamente por la puerta delantera de The Canny Man. Miró frenéticamente alrededor, torciendo su cuello a la derecha y a la izquierda. Ella había visto a Edward por la ventana. Estaba segura de ello.
Por el rabillo del ojo, vio a una pareja moverse rápidamente a través de la calle. Edward. El pelo rubio oro del hombre era una completa revelación.
– ¡Edward! -lo llamó, apresurándose en su dirección. -¡Edward Pennypacker!
Él no dio ningún indicio de haberla oído, entonces ella recogió sus faldas y corrió por la calle, gritando su nombre mientras cerraba la distancia entre ellos.
– ¡Edward!
Él giró.
Y ella no lo conocía.
– L…l…lo lamento tanto, -tartamudeó, tropezando un paso. -Lo confundí con mi hermano.
El atractivo hombre rubio inclinó su cabeza gentilmente.
– Está todo bien…
– Es una noche brumosa, -explicó Margaret, -y yo estaba mirando por la ventana…
– Le aseguro que no ha hecho ningún daño. Pero si usted me disculpa -el joven puso su brazo alrededor del hombro de la mujer a su lado y la arrastró cerca -mi esposa y yo debemos continuar con nuestro camino.
Margaret asintió y los miró desaparecer alrededor de la esquina. Ellos eran recién casados. Por la forma en que su voz se había calentado al decir la palabra "esposa", ella sabía que tenía que ser así.
Estaban recién casados, y como todos los demás aquí en Gretna Green, ellos probablemente se habían fugado para casarse, y sus familias probablemente estaban furiosas con ellos. Pero se veían tan felices, y Margaret de repente se sintió insoportablemente cansada, y desolada, y vieja, y todas aquellas cosas tristes, solitarias que nunca pensó que sería.
– ¿Tuvo que irse justo antes del pudín?
Ella parpadeó y giró. Angus -¿cómo demonios un hombre tan grande se mueve tan silenciosamente?- surgía sobre ella, con los brazos en jarras, el ceño fruncido. Margaret no dijo nada. No tenía la energía para decir algo.
– Asumo que no era su hermano el que usted vio.
Ella sacudió la cabeza.
– ¿Entonces por el amor de Dios mujer, podemos terminar nuestra comida?
Una sonrisa bailaba de mala gana a través de sus labios. Ninguna recriminación, ningún -Es usted estúpida mujer, ¿por qué fue a escaparse en la noche?. Solamente -¿podemos terminar nuestra comida?.
Qué hombre.
– Sería una buena idea, -contestó ella, tomando su brazo cuando él lo ofreció. -Y hasta podría probar el haggis. Solo una muestra usted sabe. Estoy segura de que no va a gustarme, pero como usted dijo, es sólo cortés intentarlo.
Él levantó una ceja, y algo en su rostro, con aquellas grandes, espesas cejas, ojos oscuros, y la nariz ligeramente torcida, hizo que el corazón de Margaret se salteara dos latidos.
– Och, -le concedió, dando un paso hacia la posada. -¿No van a cesar nunca las maravillas? ¿Me está diciendo que en realidad me escuchaba?
– ¡Escucho casi todo que dice!
– Usted sólo se está ofreciendo a intentar el haggis porque sabe que comí su porción.
El rubor de Margaret la delató.
– ¡Ahá!. -Su sonrisa era sin duda lobuna. -Solo por eso, voy a hacerle comer hugga-muggie mañana.
– ¿No puedo intentar solamente el cranopoly del cual usted hablaba? ¿El que tiene la nata y el azúcar?
– Se llama cranachan, y si procura no fastidiarme el camino entero hacia la posada, yo podría estar dispuesto a pedirle al Sr. McCallum que le sirva un poco.
– Och, usted siempre tan bondadoso -dijo ella sarcásticamente.
Angus hizo un alto.
– ¿Precisamente dijo usted "och"?
Margaret parpadeó por la sorpresa.
– No lo sé. Podría haberlo hecho.
– Jesús, whisky y Robert Bruce, usted comienza a sonar como una escocesa.
– ¿Por qué sigue diciendo eso?
Era el turno de él de parpadear por la sorpresa.
– Estoy completamente seguro de que nunca la confundí a usted con un escocés hasta este mismo momento.
– No sea obtuso. Quise decir el trozo sobre el hijo de Dios, licores paganos, y su héroe escocés.
Él se encogió de hombros y empujó la puerta de The Canny Man.
– Es mi pequeña plegaria.
– De algún modo, dudo que su vicario encontrara esto particularmente sacrosanto.
– Los llamamos ministros por aquí, y ¿quién demonios piensa usted que me lo enseñó?
Margaret casi tropezó mientras ellos entraban de nuevo en el pequeño comedor.
– Usted bromea.
– Si planea pasar algo de tiempo en Escocia, va tener que aprender que somos gente más pragmática que vosotros los de climas más cálidos.
– Nunca he escuchado "los de climas más cálidos" utilizado como un insulto, -murmuró Margaret, -pero creo que usted acaba de conseguirlo.
Angus apartó la silla para ella, se sentó él mismo, y luego siguió con su pontificación.
– Cualquier hombre merecedor del pan que come rápidamente aprende que en tiempos de gran necesidad, debe regresar a las cosas en las que puede confiar, cosas de las que puede depender.
Margaret lo miró fijamente con una mezcla de incredulidad y repugnancia.
– ¿De qué habla usted?
– Cuando siento la necesidad de convocar un poder superior, digo, "Jesús, whisky, y Robert Bruce". Tiene sentido.
– Usted está loco de atar.
– Si yo fuera un hombre menos tolerante, -dijo él, haciéndole señas al posadero para que trajera algo de queso, -podría tomarlo como una ofensa.
– No puede rezarle a Robert Bruce, -persistió ella.
– Och, y ¿por qué no? Estoy seguro de que él tiene más tiempo para cuidarme que Jesús. Después de todo, Jesús tiene a todo el puñetero mundo para cuidar, hasta sassenachs como usted.
– Se equivoca, -dijo Margaret firmemente, negando con su cabeza junto con sus palabras. -Es sencillamente incorrecto.
Angus la miró, se rascó la sien, y dijo, -Tome algo de queso.
Los ojos de Margaret se ensancharon con sorpresa, pero tomó el queso y puso un poco en su boca.
– Sabroso.
– Yo comentaría la superioridad del queso Escocés, pero estoy seguro de que usted ya se sentirá un poco insegura sobre la cocina de su país.
– ¿Después del haggis?
– Hay un motivo por el que nosotros, los escoceses somos más grandes y fuertes que los ingleses.
Ella soltó un resoplido elegante.
– Usted es insufrible.
Angus se echó hacia atrás, descansando la cabeza en sus manos, con sus brazos abiertos. Él parecía un hombre-bien-saciado, un hombre-seguro, uno que sabía quién era y lo que quería hacer con su vida.
Margaret no podía quitar sus ojos de él.
– Quizás, – accedió él, -pero a todos les caigo bien.
Ella le lanzó un pedazo de queso.
Él lo cogió y lo metió en su boca, sonriendo sarcásticamente mientras masticaba.
– ¿Le gusta lanzar cosas, verdad?
– Que curioso que nunca sentí la inclinación de hacer eso hasta que lo conocí.
– Y aquí todos me dijeron que sacaba lo mejor de ellos.
Margaret comenzó a decir algo y luego solamente suspiró.
– ¿Y ahora qué? -preguntó Angus, claramente divertido.
– Estuve a punto de insultarle.
– No es que esté sorprendido, pero por qué lo pensó mejor?
Ella se encogió.
– Ni siquiera lo conozco. Y aquí estamos, discutiendo como un viejo matrimonio. Es bastante incomprensible.
Angus la miró pensativamente. Ella se veía cansada y algo confundida, como si ella finalmente hubiese disminuido la velocidad lo suficiente para que su cerebro comprenda que estaba en Escocia, cenando con un desconocido que casi la había besado una hora antes.
El sujeto de su lectura interrumpió sus pensamientos con un persistente, -¿No lo cree?
Angus sonrió cándidamente.
– ¿Se suponía que tengo que hacer un comentario?
Esto le ganó un ceño bastante feroz.
– Muy bien, -dijo, -aquí está lo que pienso. Pienso que la amistad florece más rápidamente en circunstancias extremas. Considerando los acontecimientos que se han revelado esta tarde y, aún más, el objetivo común que nos une, no es sorprendente que estemos sentados aquí disfrutando la comida como si nos conociéramos desde hace años.
– Sí, pero…
Angus consideró brevemente que espléndida sería su vida con la eliminación de las palabras, "sí" y "pero" de la lengua inglesa, entonces interrumpió con, -Pregúnteme algo.
Ella parpadeó varias veces antes del contestar, -¿Disculpe?
– ¿Quiere saber más de mí? Aquí está su posibilidad. Pregúnteme algo.
Margaret se puso pensativa. Dos veces separó los labios, con una pregunta en la punta de su lengua, sólo para cerrarlos otra vez. Finalmente ella se inclinó hacia adelante y dijo, -Muy bien. ¿Por qué es usted tan protector con las mujeres?
Diminutas líneas blancas aparecieron alrededor de su boca. Era una pequeña reacción, y bien controlada, pero Margaret había estado mirándolo atentamente. Su pregunta lo había puesto nervioso.
Su mano tensa alrededor de su taza de alé, y él dijo, -Cualquier caballero vendría en ayuda de una dama.
Margaret sacudió su cabeza, recordando la fiera, casi salvaje mirada de él cuando había despachado a los hombres que la habían atacado.
– Hay más en esto que eso, y ambos lo sabemos. Algo le pasó. -Su voz se puso más suave, más calmante. -O quizás a alguien que ama.
Hubo un largo silencio de dolor, y luego Angus dijo, -yo tenía una prima.
Margaret no dijo nada, nerviosa por lo plano de su voz.
– Ella era mayor, -continuó, mirando fijamente el líquido que se arremolina en su taza de ale. -Diecisiete a mis nueve. Pero éramos muy cercanos.
– Suena como si usted fuese afortunado de tenerla en su vida.
Él asintió.
– Mis padres iban con frecuencia a Edimburgo. Ellos raras veces me llevaban con ellos.
– Lo siento, -murmuró Margaret. Ella sabía lo que era echar de menos a sus padres.
– No lo esté. Yo nunca estaba solo. Tenía a Catriona. -Él tomó un sorbo de su alé. -Ella me llevó de pesca, me dejó acompañarla en sus recados, me enseñó las tablas de multiplicar cuando mis tutores levantaron sus brazos en desesperación. -Angus alzó la vista bruscamente; luego una sonrisa melancólica cruzó su cara. -Ella las entretejió en canciones. Curiosa, la única manera en que yo podía recordar que seis por siete era cuarenta y dos era cantarlo.
Un nudo se formó en la garganta de Margaret porque ella sabía que esta historia no tenía un final feliz.
– ¿Cómo era ella? -susurró, no completamente segura de por qué quería saberlo.
Una sonrisita nostálgica escapó de los labios de Angus.
– Sus ojos eran del mismo color que los suyos, tal vez un poco más azules, y su pelo era el más rico pelirrojo que usted alguna vez ha visto. Ella solía lamentarse cuando se volvía rosa en la puesta del sol.
Él se calló, y finalmente Margaret tenía para expresar la pregunta que colgaba en el aire.
– ¿Qué le pasó?
– Un día ella no vino a la casa. Ella siempre venía los martes. Otros días yo no sabía si ella iba a visitarme o no, pero los martes ella siempre venía para ayudarme a practicar mis números antes de que mi tutor llegara. Pensé que ella debía estar enferma, entonces fui a su casa a llevarle flores. -Él levantó la mirada con una expresión extrañamente arrepentida. -Pienso que debo haber estado medio enamorado de ella. ¿Quién se enteró alguna vez de un muchacho de nueve años que trae flores a su prima?
– Pienso que es dulce, -dijo Margaret suavemente.
– Cuando llegué, mi tía estaba aterrada. Ella no me dejaría verla. Dijo que yo tenía razón, que Catriona estaba enferma. Pero di la vuelta por atrás y subí por su ventana. Ella estaba tendida en su cama, enroscada en la pelota más apretada que alguna vez haya visto. Nunca he visto que algo así… -Su voz se rompió. -Dejé caer las flores.
Angus carraspeó, luego tomó un sorbo de alé. Margaret notó que sus manos temblaban. -Dije su nombre, -dijo él, -pero ella no respondió. Lo dije otra vez y tendí una mano para tocarla, pero ella se estremeció y se movió lejos. Y luego sus ojos se despejaron, y durante un momento ella pareció la muchacha que yo conocía tan bien, y dijo, "Crece fuerte, Angus. Crece fuerte para mí."
– Dos días más tarde, ella estaba muerta. -Él alzó la vista, sus ojos tristes. -Por su propia mano.
– Oh, no… -Margaret se oyó decir.
– Nadie me dijo por qué, – siguió Angus. -Supongo que ellos me creyeron demasiado joven para la verdad. Yo sabía que ella se había matado, desde luego. Todos lo sabían, la iglesia se negó a enterrarla en la tierra consagrada. Solo años más tarde oí la historia completa.
Margaret tomó su mano a través de la mesa. Le dio un apretón tranquilizador.
Angus alzó la vista, y cuando habló otra vez, su voz pareció más enérgica, más… normal.
– No sé cuánto sabe usted de la política escocesa, pero tenemos muchos soldados británicos que vagan por nuestra tierra. Nos dicen que ellos deben estar aquí para mantener la paz.
Margaret sintió algo nauseabundo creciendo en la boca de su estómago.
– ¿Alguno de ellos… estaba ella…?
Él asintió de manera cortante.
– Todo que hizo fue caminar de su casa al pueblo. Ese fue su único crimen.
– Lo siento tanto, Angus.
– Era un camino había recorrido toda su vida. Excepto que esa vez, alguien la vió, decidió que la quería y la tomó.
– Oh, Angus. ¿Usted sabe que eso no fue su culpa, verdad?
Él asintió otra vez.
– Yo tenía nueve años. ¿Qué podría haber hecho? Y aún no aprendí la verdad hasta haber alcanzado diecisiete, la misma edad que Catriona tenía cuando murió. Pero me prometí… -Sus ojos quemaron, oscuros y feroces. -Prometí a Dios que no dejaría que a otra mujer se le hiciera el mismo daño.
Él sonrió de lado.
– Y entonces me he encontrado al sujeto de más peleas que me gustaría recordar. Y he luchado con varios forasteros que preferiría olvidar. Y no he recibido mucho agradecimiento por mi intervención, pero pienso que ella… -Miró hacia el cielo. -Pienso que ella me lo agradece.
– Oh, Angus, -dijo Margaret, con el corazón en su voz, -sé que ella lo hace. Y sé que yo lo hago. -Ella comprendió que todavía sostenía su mano, y la apretó otra vez. -No creo haberle agradecido correctamente, pero realmente aprecio lo que hizo por mí esta tarde. Si usted no hubiese aparecido, yo… yo no quiero ni pensar en lo que sentiría ahora mismo.
Él se encogió de hombros incómodamente.
– No fue nada. Le puede agradecer a Catriona.
Margaret dio a su mano un último apretón antes de que retirar la suya a su propio lado de la mesa.
– Agradeceré a Catriona por haber sido una amiga tan buena para usted cuando era pequeño, pero le agradeceré a usted por salvarme esta víspera.
Él removió la comida sobre su plato y gruñó, -Estaba feliz de hacerlo.
Ella se rió de su menos que amable respuesta.
– No está acostumbrado a que le agradezcan, ¿verdad?. Pero basta de esto; creo que le debo una pregunta.
Él alzó la vista.
– ¿Disculpe?
– Conseguí preguntarle algo. Sólo es justo que le devuelva el favor.
Él agitó su mano con desdén.
– No tiene que…
– No, insisto. Esto no sería deportivo para mí, sino.
– Muy bien. -Él pensó durante un momento. -¿Le altera que su hermana menor se case antes de que usted?
Margaret soltó una pequeña tos de sorpresa.
– Yo… ¿cómo sabía que ella se está por casar?
– Más temprano esta tarde, -Angus contestó, -usted lo mencionó.
Ella carraspeó otra vez.
– Entonces lo hice. Yo… bien… debe saber que amo a mi hermana muchísimo.
– Su devoción a su familia es clara en todo lo que hace, -dijo Angus tranquilamente.
Ella agarró su servilleta y la torció.
– Estoy emocionada por Alicia. Le deseo toda la felicidad del mundo.
Angus la miró de cerca. Ella no mentía, pero tampoco decía la verdad.
– Sé que es feliz por su hermana, -dijo él suavemente. -No está en usted sentir algo diferente por ella. ¿Pero qué siente por usted?
– Siento… siento… -Ella soltó un largo, cansado aliento. -Nadie nunca me ha preguntado esto antes.
– Tal vez es tiempo.
Margaret asintió.
– Me siento olvidada. Pasé tanto tiempo criándola. He dedicado mi vida a este momento, a este final, y en alguna parte a lo largo del camino, me olvidé de mí. Y ahora es demasiado tarde.
Angus levantó una ceja oscura.
– Usted no es una arpía desdentada.
– Lo sé, pero para los hombres de Lancashire, estoy estrictamente sobre la estantería. Cuando ellos comienzan a pensar en novias potenciales, no piensan en mí.
– Entonces ellos son unos estúpidos, y no debería desear tener nada que ver con ellos.
Ella rió tristemente.
– Usted es dulce, Angus Greene, no importa con cuanta fuerza trata de ocultarlo. Pero la verdad es, la gente ve lo que espera ver, y he pasado tanto tiempo haciendo de carabina de Alicia que me han dado un papel autoritario. Me siento con las madres en los bailes campestres, y, me temo que es donde me quedaré.
Ella suspiró.
– ¿Es posible ser tan feliz por una persona y al mismo tiempo estar tan triste por uno mismo?
– Sólo el más generoso en espíritu puede manejarlo. El resto de nosotros no sabe ser feliz por los demás cuando nuestros propios sueños se han perdido.
Una sola lágrima pinchó el ojo de Margaret.
– Gracias, -dijo.
– Usted es una buena mujer, Margaret Pennypacker, y…
– ¿Pennypacker? -El posadero vino apresurando. -¿Usted la llamó precisamente Margaret Pennypacker?
Margaret sintió su garganta cerrarse. Ella sabía que sería atrapada en esta maldita mentira. Ella nunca había sido buena en la mentira, o aún en la actuación, para lo que importa…
Pero Angus solo miró a George en los ojos con calma y dijo, -Es su apellido de soltera. Lo uso como una caricia de tiempo en tiempo.
– Bien, entonces, usted debe haberse casado recientemente, porque hay un mensajero que viaja de posada en posada, preguntando por ella.
Margaret se sentó muy derecha.
– ¿Está todavía aquí? ¿Sabe a dónde fue?
– Él dijo que iba a intentar en The Mad Rabbit [9]. -George sacudió su cabeza a la derecha antes de darse la vuelta para alejarse. -Está justo calle abajo.
Margaret se paró tan rápidamente que volcó su silla.
– Vamos, -le dijo a Angus. -Tenemos que alcanzarlo. Si él comprueba todas las posadas y no me encuentra, podría dejar el pueblo. Y entonces nunca conseguiré el mensaje, y…
Angus puso una pesada, consoladora mano en su brazo.
– ¿Quién sabe que usted está aquí?
– Solamente mi familia, -susurró. -Oh, no, ¿qué si algo terrible le ha ocurrido a uno de ellos? Nunca me lo perdonaré. Angus, usted no entiende. Soy responsable de ellos, y yo nunca podía perdonarme si…
Él apretó su brazo, y de algún modo el movimiento ayudó a su acelerado corazón a tranquilizarse.
– ¿Por qué no vemos lo que este mensajero tiene que decir antes de entrar en pánico?
Margaret no podía creer que la palabra "nosotros" la había tranquilizado. Ella asintió apresuradamente.
– De acuerdo. Tranquilicémonos, entonces.
Él sacudió su cabeza.
– Quiero que usted permanezca aquí.
– No. Yo no podría. Yo…
– Margaret, usted es una mujer que viaja sola, y… -Él la vio abrir la boca para protestar y continuó con, -No, no me diga lo capaz que es. Nunca he conocido a una mujer más capaz en mi vida, pero eso no significa que el hombre no vaya a tratar de aprovecharse. ¿Quién sabe si este mensajero es realmente un mensajero?
– Pero si él es un mensajero, entonces él no dejará el mensaje en sus manos. Está dirigido a mí.
Angus se encogió de hombros.
– Lo traeré aquí, entonces.
– No, no puedo. No puedo tolerar sentirme una inútil. Si me quedo aquí…
– Me haría sentir mejor, -interrumpió él.
Margaret tragó convulsivamente, tratando de no prestar atención a la cálida preocupación de su voz. ¿Por qué tenía el hombre que ser tan malditamente agradable? ¿Y por qué tenía ella que preocuparse de si sus acciones pudieran hacerle " sentirse mejor "?
Pero lo hizo.
– Está bien, -dijo despacio. -Pero si usted no vuelve en cinco minutos, voy detrás de usted.
Él suspiró.
– Jesús, whisky y Robert Bruce, ¿piensa que podría ser capaz de concederme diez?
Sus labios temblaron en una sonrisa.
– Diez, entonces.
Él señaló hacia su boca con el ir y venir de los dedos.
– La atrapé sonriendo abiertamente. Usted no puede estar enfadada conmigo.
– Solo consígame ese mensaje y lo amaré para siempre.
– Och, bueno. -Él la saludó y salió por la puerta, haciendo una pausa sólo para decir, -No permita que George dé mi cranachan a alguien más.
Margaret parpadeó, luego jadeó. ¡Por Dios!, ¿acababa ella de decirle que lo amaría para siempre?
Angus entró de nuevo en The Canny Man ocho minutos más tarde, con el mensaje en la mano. No había sido que difícil de convencer al mensajero de renunciar al sobre; Angus simplemente había dicho -con un cierto nivel de firmeza- que él servía como el protector de señorita Pennypacker, y procuraría que ella recibiera el mensaje.
Tampoco hizo daño que Angus sobrepasara los seis pies por unas buenas cuatro pulgadas [10], lo cual le daba casi un pie encima del mensajero.
Margaret estaba sentada donde él la había dejado, tamborileando sus dedos contra la mesa e ignorando los dos grandes tazones de cranachan que George debía haber puesto ante ella.
– Aquí está usted, my lady, -dijo él jovialmente, dándole la misiva.
Ella debía haber estado aturdida, pero se llamó la atención y sacudió la cabeza antes de tomarlo.
El mensaje era de verdad de su familia. Angus había logrado obtener aquella información del mensajero. Él no estaba preocupado de que fuera una emergencia; el mensajero -cuando preguntó, otra vez firmemente- le habido dicho que el mensaje era muy importante, pero que la mujer que se lo había dado no había parecido demasiado histérica.
Él observó a Margaret con cuidado mientras sus temblorosas manos rompían el sello. Sus ojos verdes ojearon las líneas rápidamente, y cuando alcanzó el final, ella parpadeó varias veces. Un estrangulado sonido surgió de su garganta, seguida de un jadeo de "no puedo creer que él hiciera eso".
Angus decidió que era mejor pisar con cuidado. De su reacción, él no podía decir si ella estaca a punto de comenzar a gritar o llorar. Los hombres y los caballos eran fáciles para predecir, pero solo Dios entendía el funcionamiento de la mente femenina.
Él dijo su nombre, y ella empujó dos hojas de papel hacia él en respuesta.
– Voy a matarlo, -dijo con los dientes apretados. -Si él no está muerto aún, maldición, voy a matarlo.
Angus miró los papeles en su mano.
– Lea lo último primero, -dijo Margaret amargamente.
Él cambió las hojas y comenzó a leer.
Rutherford House Pendle, Lancashire
Queridísima hermana:
Esta nota nos fue entregada por Hugo Thrumpton. Él dijo que estaba bajo órdenes estrictas de no traerla hasta que te hubieses marchado hacia un día.
Por favor no odies a Edward.
Dios este contigo.
Tuya, tu amada hermana, Alicia Pennypacker
Angus levantó la vista y la miró con ojos interrogantes.
– ¿Quién es Hugo Thrumpton?
– El mejor amigo de mi hermano.
– Ah.
Él sacó la segunda carta, que estaba escrita por una mano decididamente más masculina.
Thrumpton Hall
nr. Clitheroe, Lancashire
Querida Margaret
Es con un corazón dolido que escribo estas palabras. Para este momento has recibido mi nota informándote de mi viaje a Gretna Green. Si reaccionas como sé que vas a hacerlo, estarás en Escocia para cuando leas esto.
Pero no estoy en Escocia, y nunca tuve ninguna intención de fugarme para casarme. Más bien me marcho mañana hacia Liverpool para unirme a la Marina Real. Usaré mi parte para comprar mi comisión.
Sé que nunca quisiste esta vida para mí, pero soy un hombre ahora, y como hombre debo escoger mi propia fortuna.
Siempre supe que estaba destinado a la vida militar; desde que jugué con mis soldados de estaño como un muchacho joven tuve muchas ganas de servir a mi país.
Rezo para que me perdones mi hipocresía, pero sabía que vendrías por mí a Liverpool si fueras consciente de mis verdaderas intenciones. Tal despedida me dolerá para el resto de mis días.
Es mejor de esta manera.
Tu amado hermano,
Edward Pennypacker
Angus alzó la vista a los ojos de Margaret, que estaban sospechosamente brillantes.
– ¿Tenía usted alguna idea? -preguntó él tranquilamente.
Ninguna, -dijo, su voz temblorosa sobre la palabra. -¿Piensa usted que yo habría emprendido este loco viaje si hubiera soñado que él habría ido a Liverpool?
– ¿Qué planea hacer después?
– Volver a casa, me imagino. ¿Qué más puedo hacer? Él probablemente está a mitad de camino a América ahora.
Ella exageraba, pero Angus calculó que se había ganado ese derecho. No había mucho que uno podría decir en tal situación, sin embargo, él se inclinó y empujó su tazón de budín un poco más cerca.
– Tenga su cranachan.
Margaret miró su comida.
– ¿Usted quiere que yo coma?
– No puedo pensar en nada mejor para hacer. Usted no tocó su haggis.
Ella recogió su cuchara.
– ¿Soy una hermana terrible? ¿Son una persona tan terrible?
– Desde luego que no.
– ¿Qué tipo de persona soy que él sintió la necesidad de enviarme hasta Gretna Green solo para que entonces él pudiese realizar una fuga limpia?
– Una hermana bien amada, me imagino, -contestó Angus, llevando un poco de cranachan en su boca. -Maldito sea, esto está rico. Usted debería probar un poco.
Margaret bañó su cuchara, pero no la levantó hasta su boca.
– ¿Qué quiere decir?
– Obviamente él le ama demasiado para soportar un doloroso adiós. Y suena como si usted hubiese presentado una verdadera lucha a su alistamiento a la marina si hubiera sabido sus verdaderas intenciones.
¡Margaret había estado a punto de replicar, "Desde luego!" pero en cambio ella solamente suspiró. ¿Qué ganaba defendiendo su posición o explicando sus sentimientos? Lo que estaba hecho, estaba hecho, y no había nada que ella pudiera hacer sobre eso.
Ella suspiró otra vez, más fuerte, y levantó su cuchara. Si había una cosa que ella odiaba, eran las situaciones sobre las cuales ella no podía hacer nada.
– ¿Va a comer ese pudín, o es este algún tipo de experimento científico del equilibrio de la cuchara?
Margaret parpadeó para salir de su aturdimiento, pero antes de que ella pudiera contestar, George McCallum apareció en su mesa.
– Tenemos que limpiar para la noche, -dijo él. -No tengo la intención de echarlos, pero mi esposa insiste. -Él sonrió burlonamente a Angus. -Usted sabe como es.
Angus hizo un gesto hacia Margaret.
– Ella no ha terminado su cranachan.
– Lleve el tazón a su habitación. Es una lástima desperdiciar la comida.
Angus asintió y se puso de pie.
– Buena idea. ¿Estás lista, dulzura?
La cuchara de Margaret resbaló de su mano, aterrizando en su tazón de cranachan con un ruido apagado. ¿Acababa él de llamarle dulzura?
– Yo… Yo… Yo…
– Ella me ama tanto, -le dijo Angus a George, – que a veces pierde el poder del habla.
Mientras Margaret estaba embobada mirándolo, él encogió sus poderosos hombros y dijo satisfecho, -¿Qué puedo decir? la abrumo.
George rió en silencio mientras Margaret farfullaba.
– Mejor cuide su espalda, -el posadero aconsejó a Angus, -o usted se encontrará lavando su cabello con el mejor cranachan de mi esposa.
– Magnifica idea, -dijo Margaret entre dientes.
Angus se rió mientras se paraba y le ofreció su mano. De algún modo él sabía que el mejor modo de distraerla de sus penas era provocarla con otra broma sobre ella siendo su fiel esposa. Si él hubiera mencionado al bebé, ella probablemente olvidaría a su hermano totalmente.
Él comenzó a abrir la boca, pero luego observó el destello furioso en sus ojos y se lo pensó mejor. Un hombre tenía que pensar en su propia seguridad, después de todo, y Margaret lo miró lista para hacer algún serio daño físico o al menos arrojar un tazón de cranachan en él.
De todos modos, él con mucho gusto aceptaría el disparo de pudín si esto significaba que ella pudiese dejar de pensar en su hermano, aún durante unos momentos.
– Ven, querida, -dijo él suavemente, -tenemos que dejar a este buen hombre cerrar por esta noche.
Margaret asintió y se puso de pie, sus labios todavía apretados fuertemente. Angus tenía la sensación de que ella no confiaba en si misma para hablar.
– No olvides tu cranachan, -dijo, haciendo señas al tazón sobre la mesa mientras él recogía el propio.
– Usted podría querer llevar el suyo, también, -se rió George. -No confío en la expresión de sus ojos.
Angus tomó su consejo y agarró el otro tazón.
– Una idea excelente, mi buen hombre. Mi esposa tendrá que caminar sin la ventaja de mi brazo, pero pienso que ella podrá arreglárselas, ¿no cree?
– Och, sí. Ella no necesita a un hombre para decirle a donde ir. -George le dio un codazo a Margaret en el brazo y rió con complicidad. -¿Pero es agradable sin embargo, eh?
Angus le dio un codazo a Margaret sacándola del lugar antes de que ella matara al posadero.
– ¿Por qué debe usted persistir en burlarse así de mí? -gruñó.
Angus se giró y la esperó para comenzar a subir la escalera después de ella.
– Desvió su mente de su hermano, ¿verdad?
– Yo… -Sus labios se separaron asombrados y lo miró fijamente como si nunca antes hubiera visto otro ser humano. -Sí, eso hizo.
Él sonrió y le dio uno de los tazones de pudín mientras él buscaba la llave de la habitación en su bolsillo.
– ¿Sorprendida?
– ¿Que usted hiciera tal cosa por mí? -Ella sacudió su cabeza. -No.
Angus se dio media vuelta despacio, la llave todavía en la cerradura.
– Quise decir que estaba sorprendida de haber olvidado a su hermano, pero pienso que me gusta más su respuesta.
Margaret sonrió melancólicamente y apoyó una mano en su brazo.
– Usted es un buen hombre, Sir Angus Greene. Insufrible de vez en cuando… -Ella casi sonrió burlonamente ante su ceño fingido. -Bueno, insufrible la mayor parte del tiempo, si uno quiere poner un buen punto sobre ello, pero todavía un buen hombre.
Él empujó la puerta abierta, luego pusieron sus tazones de cranachan sobre una mesa en la habitación.
– ¿No debería haber mencionado a su hermano en este momento? ¿Quizás debería haberla dejado riñendo como loca y lista para cortar mi garganta?
– No. -Ella soltó un largo, cansado suspiro y se sentó sobre la cama, otro bucle de su largo cabello castaño escapó de su peinado y se derramó en su hombro. Angus la observó con todo el dolor de su corazón. Ella parecía tan pequeña e indefensa, y tan malditamente melancólica. Él no podía soportarlo.
– Margaret, -dijo, sentándose al lado de ella, -usted ha hecho todo lo posible por criar a su hermano por… ¿cuantos años?
– Siete.
– Ahora es hora de dejarle crecer y tomar sus propias decisiones, buenas o malas.
– Usted mismo dijo que ningún muchacho de dieciocho conoce su propia mente.
Angus se tragó un gruñido. No había nada más detestable que ser atormentado por sus propias palabras.
– Yo no querría verlo casarse a tal edad. ¡Buen Dios, si él tomara una mala decisión tendría que vivir con ello -¡ella!- para el resto de su vida.
– Y si él tomó una mala decisión entrando en la Marina, ¿cuánto tiempo de vida tendrá para lamentarlo? -Margaret levantó su cara hacia él, y sus ojos lucían insoportablemente enormes en su cara. -Él podría morir, Angus. No me importa lo que la gente diga, siempre hay una guerra. En algún sitio, algún hombre estúpido sentirá la necesidad de luchar con algún otro hombre estúpido, y ellos van a enviar a mi hermano para resolverlo.
– Margaret, cualquiera de nosotros podría morir mañana. Yo podría salir andando de esta posada y ser pisoteado por una vaca loca. Usted podría salir de esta posada y ser golpeada por un relámpago. No podemos vivir nuestras vidas con miedo por ese momento.
– Sí, pero podemos tratar de reducir al mínimo nuestros riesgos.
Angus levantó su mano para peinarse el cabello; esta era una acción que él a menudo repetía cuando estaba cansado o exasperado. Pero de algún modo su mano se movió ligeramente a la izquierda, y en cambio se sintió tocar el cabello de Margaret. Era fino, y liso, y suavemente sedoso y parecía haber allí mucho más de lo que él al principio había pensado. Se deslizó de sus alfileres y cayó en torrentes sobre su mano, entre sus dedos.
Y mientras saboreaba su tacto, ninguno de ellos respiraba.
Sus ojos se entrelazaron, verde contra el más oscuro, ardiente negro, no dijeron ni una palabra, pero mientras Angus se inclinaba, cerrando de una manera lenta la distancia entre ellos, ambos sabían lo que iba a pasar.
Él iba a besarla.
Y ella no iba a detenerlo.