Capítulo 6

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Margaret se despertó a la mañana siguiente como lo hacía siempre: completamente y en un instante.

Se sentó derecha, parpadeando para quitarse el sueño, y comprendió de tres cosas. Uno, estaba en la cama. Dos, Angus no. Y tres, el ni siquiera estaba en la habitación.

Ella saltó sobre sus pies, haciendo una mueca ante el estado irreparablemente arrugado de su falda, e hizo su camino hacia la pequeña mesa. El cuenco vacío de cranachan todavía estaba allí, así como las sólidas cucharas de estaño, pero también había un pedazo de papel doblado. Estaba arrugado y manchado y parecía que había sido rasgado de una hoja de papel más grande. Margaret imaginó que Angus había tenido que buscar minuciosamente por toda la posada solo para encontrar este pequeño trozo.

Lo abrió suavemente y leyó:

Fui por el desayuno. Vuelvo pronto.

Ni se molestó en firmarla. No es que importara, pensó Margaret mientras buscaba por la habitación algo con lo que pudiera peinarse. Como si la nota pudiese venir de alguien que no fuese Angus.

Sonrió mientras veía la audaz, segura caligrafía. Aún cuando alguien más haya tenido la oportunidad de deslizar la nota dentro de la habitación, ella hubiera sabido que era de él. Su personalidad esta ahí, en las líneas de la nota.

No había nada para usar como cepillo, entonces ella se conformó con sus dedos mientras se movía hacia la ventana. Apartó las cortinas y echó una ojeada hacia fuera. El sol había aparecido, y el pálido cielo estaba punteado de nubes. Un día perfecto.

Margaret sacudió su cabeza y suspiró mientras abría la ventana para que entrara aire fresco. Ahí estaba ella, en Escocia -con, como resultó, ninguna razón para estar en Escocia- no tenía dinero, su ropa estaba manchada más allá del rescate, y su reputación probablemente estaría hecha pedazos para el momento en que regresara a casa.

Pero al menos era un día perfecto.

El pueblo ya se estaba despertando. Margaret observó a una joven familia cruzar la calle y entrar en un pequeño negocio, luego desplazó su fija mirada a una pareja que claramente acababa de fugarse para casarse. Entonces se tomó el trabajo de contar a todas las jóvenes parejas que iban desde la calle a las posadas y de nuevo a la calle.

Ella no sabía si reír o fruncir el ceño. Todas estas escapadas no podían ser algo bueno, y aún así alguna esquina romántica de su alma había sido estimulada la noche pasada. Tal vez algunas de estas nuevas novias y novios no eran los completos idiotas que ella había pensado la noche anterior. No era completamente irracional suponer que algunos de ellos realmente tenían buenas razones para escapar a Escocia para casarse.

Con un suspiro sentimental, ella se inclinó un poco hacia fuera de la ventana y comenzó a inventar historias para todas las parejas. Aquella señorita tenía un padre autoritario, y este hombre joven quiso unirse en matrimonio con su verdadero amor antes de unirse al ejército.

Estaba tratando de decidir que señorita tenía la malvada madrastra, cuando un grito ensordecedor sacudió el edificio. Margaret miró abajo justo a tiempo para ver a Angus moverse deprisa a la calle.

– ¡Aaaaaaaaaaaaannnnnnnnnnnnne!

Margaret jadeó. ¡Su hermana!

Bastante segura, una alta señorita de cabellos negros estaba de pie del otro lado de la calle, mirando sumamente asustada mientras trataba de ocultarse detrás de un carruaje obviamente bien mantenido.

– Jesús, whisky y Robert Bruce, -susurró Margaret. Si no bajaba pronto, Angus iba a matar a su hermana. O al menos asustarla con su demencia temporal.

Recogiendo sus faldas bien arriba de los tobillos, Margaret salió corriendo de la habitación.


Angus se había estado sintiendo razonablemente alegre, silbando para él mismo mientras se había propuesto encontrar el perfecto desayuno escocés para llevárselo a Margaret. Gachas de avena, por supuesto, y un verdadero bollo escocés eran necesarios, pero Angus quería darle una probada del delicioso pescado ahumado de su país también.

George le había dicho que tenía que ir a través de la calle al pescadero para conseguir algún salmón salvaje, y entonces le había dicho al posadero que volvería en unos minutos por las gachas de avena y los bollos, y había empujado la puerta de calle.

No había dado ni un paso hacia la calle cuando lo divisó. Su carruaje apostado al otro lado de la calle con dos de sus mejores caballos amarrados.

Lo que significaba solo una cosa.

– ¡Aaaaaaaaaaaaannnnnnnnnnnnne!

La cabeza de su hermana asomó por un lado del carro. Sus labios se separaron con horror, y él vio su nombre en su boca.

– ¡Anne Greene, -rugió -no des un solo paso más!

Ella se congeló. Él avanzó a través de la calle.

– ¡Angus Greene! -vino el grito detrás de él. -No des un paso más.

¿Margaret?

Anne se estiró un poco más lejos del carro, el terror en sus ojos dio paso a la curiosidad.

Angus se giró. Margaret estaba corriendo hacia él con toda la gracia y la delicadeza de un buey. Ella estaba, como siempre, completamente enfocada en un solo objetivo. Desafortunadamente, esta vez el objetivo era él.

– Angus, -dijo en ese tono normal de ella que casi lo hizo pensar que ella sabía de qué hablaba, -no quieres hacer nada precipitado.

– No estaba planeando hacer nada precipitado, -dijo, con lo que estimó santa paciencia. -Solo estaba a punto de estrangularla.

Anne jadeó.

– No lo dice en serio, -se apresuró a añadir Margaret. -Él ha estado muy preocupado por usted.

– ¿Quién eres? -preguntó Anne.

– ¡Lo digo en serio! -gritó Angus. Pinchó con el dedo a su hermana. -Tú señorita, estás en grandes problemas.

– Ella tenía que crecer en algún momento, -dijo Margaret. -Recuerda lo que me dijiste sobre Edward anoche.

Anne se volvió hacia su hermano.

– ¿Quién es ella?

– Edward estaba escapando para unirse a la Marina, -gruñó Angus, -no siguiendo un estúpido sueño a Londres.

– Oh, y supongo que Londres es peor que la Marina, -se burló Margaret. -Por lo menos ella no va a tener un tiro en su brazo por algún francotirador portugués. Además, una temporada en Londres no es un estúpido sueño. No para una muchacha de su edad.

La cara de Anne se iluminó.

– Mírala, -protestó Angus, agitando su brazo hacia su hermana mientras miraba fijamente a Margaret. -Mira lo hermosa que es. Cada uno de los libertinos de Londres irá tras ella. Voy a tener que rechazarlos con un palo.

Margaret se giró hacia la hermana de Angus. Anne era bastante bonita, con el mismo grueso y negro cabello y ojos oscuros que su hermano poseía. Pero ella no era la idea que alguien tendría de una belleza clásica. De nadie menos Angus.

El corazón de Margaret se hinchó. Ella no se había dado cuenta hasta ese momento de cuanto amaba Angus a su hermana. Puso una mano en su brazo.

– Tal vez sea tiempo de dejarla crecer, -dijo suavemente. -¿No dijiste que tenías una tía abuela en Londres? Ella no estará sola.

– Tía Gertrude ya ha escrito que yo podría quedarme con ella, -dijo Anne. -Dijo que le gustaría la compañía. Pienso que debe sentirse sola.

La barbilla de Angus sobresalió hacia adelante como un toro enfadado.

– No trates de hacer esto sobre la tía Gertrude. Tu quieres ir a Londres porque quieres ir a Londres, no porque estés preocupada por la tía Gertrude.

– Por supuesto que quiero ir a Londres. Nunca dije lo contrario. Yo simplemente trataba de indicar que mi ida beneficiaba a dos personas, no solo una.

Angus le frunció el ceño, y ella se lo devolvió, y Margaret contuvo el aliento ante lo parecidos que los dos hermanos lucían en ese momento. Desafortunadamente, también se veían como si se fueran a agarrar a golpes en cualquier momento, entonces ella hábilmente dio un paso entre ellos, alzó la vista (Anne era unas buenas seis pulgadas más alta que ella y Angus la superaba por más de un pie), y dijo, -Es muy dulce de tu parte Anne. ¿Angus, no crees que Anne tiene un buen punto?

– ¿De qué lado estas? -gruñó Angus.

– No estoy del lado de nadie. Solo trato de ser razonable. -Margaret lo tiró del antebrazo, llamándolo aparte, y le dijo en voz baja, -Angus, esta es la misma situación por la cual me aconsejabas anoche.

– De ninguna manera es lo mismo.

– ¿Y por que no?

– Tu hermano es un hombre. Mi hermana es solamente una joven.

Margaret lo miró con el ceño fruncido.

– ¿Y eso que se supone que quiere decir? ¿Yo soy “solamente una joven” también?

– Por supuesto que no. Tú eres… tú eres…-Él hurgó el aire en busca de las palabras, y su cara se puso más bien inquieta. -Tú eres Margaret.

– ¿Por qué -habló arrastrando las palabras, -eso suena como un insulto?

– Desde luego que no es un insulto, -dijo bruscamente. -Solamente te hacía un cumplido hacia tu inteligencia. Tu no eres igual que otras féminas. Tú eres… eres…

– Entonces pienso que usted solamente insultó a su hermana.

– Sí, -saltó Anne, -me has insultado.

Angus dio vueltas alrededor.

– No escuches disimuladamente.

– Oh, por favor, -se burló Anne, -estás hablando tan fuerte como para ser escuchado en Glasgow.

– Angus, -dijo Margaret, bruzando los brazos, -¿crees que tu hermana es una joven mujer inteligente?

– Lo hacía, antes de que se escapara.

– Entonces ofrécele amablemente un poco de respeto y confianza. Ella no corre a ciegas. Ella ya se ha puesto en contacto con su tía y tiene un lugar para quedarse y una chaperona que desea su presencia.

– Ella no puede elegir marido, -refunfuñó.

Los ojos de Margaret se estrecharon.

– ¿Y supongo que tu podrías hacer un trabajo mejor?

– Ciertamente que no voy a permitirle casarse sin mi aprobación a su elección.

– Entonces ve con ella, -lo instó Margaret.

Angus dejó escapar un largo suspiro.

– No puedo. Le dije a ella que podríamos ir el año próximo. No puedo estar lejos de Greene House durante las renovaciones, y luego hay nuevo sistema de irrigación para supervisar…

Anne miro a Margaret de manera suplicante.

– No quiero esperar hasta el año que viene.

Margaret miró de un Greene a otro Greene, tratando de idear una solución. Probablemente era bastante curioso que ella estuviera allí, en el medio de una disputa familiar. Después de todo, ella no sabía que existían la mañana anterior.

Pero de alguna manera, todo esto parecía muy natural, de modo que ella giró hacia Angus con una mirada firme y dijo:

– ¿Puedo hacer una sugerencia?

Él todavía miraba airadamente a su hermana mientras decía:

– Por favor, hazla.

Margaret carraspeó, pero él no se giró para mirarla. Decidió seguir adelante y hablar, de todos modos.

– ¿Por qué no las dejas ir a Londres ahora, y tu puedes unirte a ella en uno o dos meses? De ese modo, si ella encontrase al hombre de sus fantasías, puedes conocerlo antes de que las cosas se pongan demasiado serias. Y tú tendrás tiempo para terminar el trabajo en casa.

Angus frunció el ceño.

Margaret perseveró.

– Sé que Anne nunca se casaría sin tu aprobación. -Se giró hacia Anne con ojos apremiantes -¿No es verdad, Anne?

Anne se estaba tomando un poquito de demasiado tiempo en considerar la pregunta, entonces Margaret la codeó en el estómago y dijo:

– ¿Anne? ¿No es correcto?

– Desde luego, -gruñó Anne, frotándose el abdomen.

Margaret sonrío.

– ¿Te das cuenta? Es la solución perfecta. ¿Angus? ¿Anne?

Angus frotó una mano cansada contra su frente, apretando su sien como si la presión pudiese de alguna manera hacer que todo el día desapareciera. Había comenzado como la mañana perfecta, mirando a Margaret mientras dormía. El desayuno aguardándolos, el cielo era azul, y él estaba seguro de que pronto encontraría a su hermana y la llevaría de nuevo a casa donde ella pertenecía.

Y ahora Margaret y Anne se unían contra él, tratando de convencerlo de que ellas, no él, sabían lo que era mejor. Como un frente unido, eran una fuerza poderosa.

Y Angus temía que como objetivo, no era completamente inamovible.

Él sintió su rostro suavizarse, su voluntad debilitarse, y sabía que las mujeres sentían su victoria.

– Si te hace sentir mejor, -dijo Margaret, -Acompañaré a Anne. No puedo ir todo el camino hasta Londres, pero puedo cuidarla al menos hasta Lancanshire.

– ¡NO!

Margaret se sobresaltó ante su enérgica respuesta.

– ¿Disculpa?

Angus apoyó las manos en las caderas y la miró con el ceño fruncido.

– No irás a Lancanshire.

– ¿No iré?

– ¿No irá? -dudó Anne, luego se volvió hacia Margaret y le preguntó, -Si no le molesta, ¿cuál es su nombre?

– Señorita Pennypacker, aunque pienso que podríamos utilizar nuestros nombres de pila, ¿no crees? El mío es Margaret.

Anne asintió.

– Estaría tan agradecida por su compañía en este viaje a…

– Ella no irá. -dijo Angus firmemente.

Dos pares de ojos femeninos voltearon para enfrentarse a él.

Angus se sintió enfermo.

– ¿Y que -dijo Margaret, con poca amabilidad, -se supone que voy a hacer en lugar de eso?

Angus no tenía idea de donde salieron las palabras, ni idea de que ese pensamiento se hubiera formado, pero mientras miraba a Margaret, de repente recordó cada momento en su compañía. Sintió sus besos y escuchó su risa. Vio su sonrisa y tocó su alma. Era demasiado mandona, demasiado obstinada, y demasiado baja para un hombre de sus proporciones, pero de algún modo su corazón saltó sobre todo eso, porque cuando ella lo miró con esos magníficamente inteligentes ojos verdes, todo lo que él pudo hacer fue decir bruscamente:

– Cásate conmigo.

Margaret había pensado que sabía lo que era quedarse sin palabras. No era una condición que experimentase siempre, pero pensó que estaba razonablemente familiarizada con ella.

Estaba equivocada.

Su corazón palpitaba, su cabeza se puso ligera, y comenzó a quedarse sin aire. Su boca se puso seca, sus ojos se humedecieron y sus orejas empezaron a zumbarle. Si hubiera habido una silla en los alrededores, hubiese tratado de sentarse en ella, pero probablemente hubiese fallado completamente.

Anne se inclinó hacia ella.

– ¿Señorita Pennypacker? ¿Margaret? ¿Se siente bien?

Angus no dijo nada.

Anne se giró hacia su hermano.

– Creo que va a desmayarse.

– Ella no va a desmayarse, -dijo él con gravedad. -Ella nunca se desmaya.

Margaret comenzó a darse golpecitos en el pecho con la mano, como si eso pudiese desalojar la bola de conmoción que se había instalado su garganta.

– ¿Hace cuánto la conoces? -Anne preguntó sospechosamente.

Angus se encogió de hombros.

– Desde anoche.

– ¿Entonces cómo es posible que sepas si se desmaya o no?

– Solo lo sé.

La boca de Anne se transformó en una firme línea.

– Entonces como… ¡Espera un minuto! ¡¿Quieres casarte con ella después de un día de conocerse?!

– Es una pregunta dudosa, -murmuró, -ya que no parece que ella vaya a decir sí.

– ¡Sí! -Era todo lo que Margaret podía hacer para no ahogarse con la palabra, pero no soportaba ver lo desilusionado que estaba ni un minuto más.

Los ojos de Angus se llenaron de esperanza y con el más entrañable toque de incredulidad.

– ¿Sí?

Ella asintió furiosamente.

– Si, me casaré contigo. Eres demasiado mandón, demasiado obstinado, y demasiado alto para una mujer de mi estatura, pero me casaré contigo de todos modos.

– Bien, no es romántico, -refunfuñó Anne. -Debería haberlo hecho preguntar de rodillas, por lo menos.

Angus la ignoró, sonriéndole a Margarte mientras ella le tocaba la mejilla con la más suave de las manos.

– ¿Te das cuenta, -murmuró, -que esto es lo más loco e impulsivo que has hecho en toda tu vida?

Margaret asintió.

– Pero también lo más perfecto.

– ¿En su vida? -Anne repitió dudosamente. -¿En su vida? ¿Cómo puedes saber eso? ¡Sólo la conoces de ayer!

– Tú, -dijo Angus, lanzando a su hermana una mirada fija, -sobras.

Anne sonrió.

– ¿De verdad? ¿Eso significa, entonces, de que puedo ir a Londres?


Seis horas después, Anne estaba camino a Londres. Había recibido un severo sermón de parte de Angus, montones de consejos de hermana de Margaret, y una promesa de los dos de que la irían a visitar en un mes.

Ella se había quedado en Gretna Green, por supuesto, para la boda. Margaret y Angus estuvieron casados menos de una hora después de que él hiciera la propuesta. Margaret al principio se había resistido, diciendo que debía casarse en casa, con su familia presente, pero Angus acababa de levantar una de aquellas oscuras cejas y había dicho:

– Jesús, whisky y Robert Bruce, estás en Gretna Green, mujer. Tiene que casarte.

Margaret había estado de acuerdo, pero solo después de que Angus se hubiera inclinado sobre ella y susurrado en su oído:

– Me acostaré contigo esta tarde, tengamos o no la bendición del ministro.

Hubo ventajas, decidió ella rápidamente, en un matrimonio precipitado.

Y entonces la feliz pareja se encontró de nuevo en su habitación de The Canny Man.

– Debería comprar esta posada, -gruñó Angus mientras la cargaba a través del umbral, -solo para estar seguro de que esta habitación nunca será usada por nadie más.

– ¿Estás tan encariñado con ella? -se burló Margaret.

– Sabrás porque antes de la mañana.

Ella se ruborizó.

– ¿Mejillas rosadas todavía? -se rió. -Y tú, una vieja mujer casada.

– ¡He estado casada por dos horas! Pienso que todavía tengo el derecho a ruborizarme.

La dejó sobre la cama y miró abajo, hacia ella, como si fuera una delicia en la ventana de la panadería.

– Si, -murmuró, -lo tienes.

– Mi familia no va a creer esto, -indicó.

Angus se deslizó en la cama y cubrió el cuerpo de ella con el suyo.

– Puedes preocuparte por ellos más tarde.

Yo todavía no puedo creerlo.

Su boca encontró su oído, y su aliento estaba caliente cuando dijo:

– Lo harás. Me aseguraré que lo harás. -Sus manos se escabulleron alrededor de ella hacia su trasero, acoplándola y apretándola firmemente contra su excitación.

Margaret dejo escapar un sorprendido, -¡Oh!

– ¿Lo crees ahora?

De donde sacó su osadía, nunca lo supo, pero sonrió seductoramente y murmuró:

– No del todo.

– ¿Ah sí? -sus labios se extendieron en una lenta sonrisa. -¿Esto no es una prueba suficiente?

Ella sacudió la cabeza.

– Hmmmm. Debe ser por toda esta ropa.

– ¿Lo crees?

Él asintió y se puso a trabajar en los botones de su abrigo, que ella todavía estaba usando.

– Hay muchas, demasiadas capas de tela en esta habitación.

El abrigo se desapareció, así como su falda, y luego, antes de que Margaret tuviera tiempo de sentirse tímida, Angus se había quitado sus propias prendas, y todo lo que quedaba era piel contra piel.

Era la sensación más extraña. Él estaba tocándola por todos lados. Estaba encima de ella y alrededor de ella, y pronto, comprendió con asombro, jadeante, estaría dentro de ella.

Su boca se movió hacia la delicada piel de su lóbulo, jugando y mordisqueándolo mientras le susurraba atrevidas insinuaciones que la hicieron ruborizar hasta los dedos de los pies. Y luego, antes de que ella pudiese dar alguna clase de respuesta, el se alejó y descendió, y antes de que ella se diese cuenta, su lengua rodeaba su ombligo, y ella supo, supo absolutamente, que él iba a realizar cada uno de esos atrevidos actos esa misma noche.

Sus dedos cosquillearon en camino hasta su feminidad, y Margaret jadeó cuando él se deslizó dentro. Debería haber parecido una invasión, pero en cambio era más como una consumación, y sin embargo todavía no era suficiente.

– ¿Te gusta eso? -murmuró, alzando la vista.

Ella asintió, su aliento entrando superficialmente, en necesitadas bocanadas.

– Bien, -dijo, luciendo muy masculino y muy complacido consigo mismo. -Te gustará incluso más.

Su boca resbaló para encontrarse con sus dedos, y Margaret casi se cayó de la cama.

– ¡No puedes hacer eso! -exclamó.

Él no levantó la mirada, pero podía sentirlo sonreír contra la sensible piel del interior de sus muslos.

– Si, puedo.

– No, realmente…

– Sí. -Él levantó la cabeza, y su lenta, perezosa sonrisa derritió sus huesos. -Puedo.

Le hizo el amor con la boca, la provocó con sus dedos, y todo el tiempo una lenta, perturbadora presión aumentaba dentro de ella, la necesidad creció hasta que casi dolió y aún se sentía perversamente delicioso.

Y luego algo dentro de ella explotó. Algún profundo, secreto lugar que ella no sabía que existiera estalló en luz y placer, y su mundo se redujo a esa cama, con ese hombre.

Era absolutamente perfecto.

Angus deslizó su cuerpo a lo largo del de ella, envolviendo los brazos alrededor suyo mientras regresaba lentamente hacia la tierra. Angus todavía estaba duro, su cuerpo tiesamente enrollado de necesidad, y aún de algún modo él se sentía extrañamente realizado. Era ella, se dió cuenta, Margaret. No había nada en la vida que pudiese ser mejor que una de sus sonrisas, y producirle su primer placer de mujer y tocar su alma.

– ¿Feliz? -murmuró.

Ella asintió, luciendo somnolienta y saciada y muy, muy satisfactoriamente amada.

El se inclinó y hociqueó su nuca.

– Hay más.

– Algo más seguramente me mataría.

– Oh, pienso que podemos arreglarnos. -Angus rió entre dientes mientras se colocaba sobre ella, usando sus poderosos brazos para mantener su cuerpo a pocas pulgadas del suyo.

Los ojos de ella se abrieron emocionados, y le sonrió. Levantó una de sus manos para tocar su mejilla.

– Eres un hombre tan fuerte, -susurró. -Un hombre tan bueno.

Él giró su rostro hasta que sus labios encontraron el hueco de su palma.

– Te amo, sabes.

El corazón de Margaret se salteó un latido, o tal vez palpitó el doble.

– ¿Lo haces?

– Es la maldita cosa más extraña, -dijo, su sonrisa un poco desconcertada y con un toque de orgullo. -Pero es la verdad.

Ella lo miró fijamente por varios segundos, memorizando su rostro. Quería recordar todo sobre ese momento, desde el destello en sus ojos oscuros hasta el modo en que su espeso, negro cabello caía sobre su frente. Y luego estaba el modo en que la luz impactaba sobre su cara, y la fuerte pendiente de sus hombros, y…

Su corazón se volvió cálido. Iba a tener toda la vida para memorizar esas cosas.

– Yo también te amo. -susurró.

Angus se inclinó y la besó. Y luego la hizo suya.


Varias horas después, estaban sentados en la cama, tomando con entusiasmo la comida que el posadero había dejado fuera de su puerta.

– Pienso, -dijo de repente Angus, -que hicimos un bebé anoche.

Margaret dejó caer su muslo de pollo.

– ¿Porqué demonios pensarías eso?

Él se encogió de hombros.

– Ciertamente trabajé lo bastante fuerte.

– Oh, y piensas que esa única vez…

– Tres. -sonrió burlonamente. -Tres veces.

Margaret se ruborizó y farfulló:

– Cuatro.

– ¡Tienes razón! Olvidé todo sobre…

Ella aplastó su hombro.

– Es suficiente, sino te molesta.

– Nunca tendré suficiente. -Se inclinó hacia adelante y dejó caer un beso sobre su nariz. -Estuve pensando.

– Dios me asista.

– A la vista de que somos Greenes, y esto es Gretna Green, y nunca deberíamos olvidar como nos conocimos…

Margaret gimió.

– Para ahí, Angus.

– ¡Gretel! -dijo con gesto dramático. -Podemos llamarla Gretel. Gretel Greene.

– Jesús, whisky y Robert Bruce, por favor dime que él bromea.

– ¿Gertrude? ¿Gertrude Greene? No tendrá la misma sagacidad, pero mi tía estará orgullosa de ese honor.

Margaret se hundió en la cama. Resistirse era inútil.

– ¿Grover? Gregory. No puedes quejarte de Gregory. ¿Galahad? Giselle…

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