Capítulo 3

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Margaret chilló sorprendida mientras se deslizaba por el aire. No era una larga caída; el piso prácticamente saltó para encontrar su cadera, que desde luego estaba magullada por su paseo en el carro del agricultor. Ella estaba sentada allí, algo aturdida por su repentino cambio de posición, cuando la cara de Angus apareció sobre el borde de la cama.

– ¿Está usted bien? -preguntó.

– Yo, eh, perdí el equilibrio, -refunfuñó ella.

– Ya veo, -dijo él, tan solemne que ella no podía creerlo.

– Con frecuencia pierdo el equilibrio, -mintió ella, tratando de hacer parecer el incidente tan corriente como fuera posible. No todos los días se caía una de la cama mientras oscilaba en un beso con un completo extraño.-¿Usted?

– Nunca.

– Esto no es posible.

– Bien, -él reflexionó, rascándose la barbilla, -supongo que no es completamente cierto. A veces…

Los ojos de Margaret se fijaron en sus dedos mientras acariciaban la barba de su mandíbula. Algo en el movimiento la paralizó. Ella podía ver cada pequeño pelo, y con un horrorizado jadeo comprendió que su mano ya había cruzado la mitad de la distancia entre ellos.

¡Por Dios!, ella quería tocarlo.

– ¿Margaret? -le preguntó, con ojos divertidos. -¿Me está escuchando?

Ella parpadeó.

– Desde luego. Solamente… -Su mente fracasó para decir algo. -Bien, es obvio que estoy sentada en el suelo.

– ¿Y esto interfiere con sus habilidades auditivas?

– ¡No! Yo… -Ella sujetó sus labios juntos en una línea irritada. -¿Qué estaba diciendo?

– ¿Está segura de que no quiere volver sobre la cama así puede oírme mejor?

– No, gracias. Estoy perfectamente cómoda, gracias.

Él la alcanzó, sujetó con una de sus grandes manos su brazo, y la arrastró sobre la cama.

– Yo podría haberle creído si usted lo hubiera dejado en un "gracias".

Ella hizo una mueca. Si ella tenía un defecto fatal, era intentarlo con demasiada fuerza, protestar demasiado, argumentar demasiado alto. Nunca sabía cuando parar. Sus hermanos le venían diciendo desde hace años, y en lo profundo de su corazón, ella sabía que podría ser el peor tipo de plaga cuando tenía la mente fija en un objetivo.

Ella no estaba por inflar su ego mucho más estando de acuerdo con él, en cambio sorbió por la nariz y dijo, -¿Hay algo desagradable en los buenos modales? La mayoría de la gente aprecia una palabra de agradecimiento de tanto en tanto.

Él se inclinó adelante, sobresaltándola con su proximidad.

– ¿Sabe usted cómo sé que no me estaba escuchando?

Ella sacudió su cabeza, su ingenio normalmente preparado estaba yéndose por la ventana -lo que no era una hazaña insignificante, considerando que la ventana estaba cerrada.

– Usted me había preguntado si alguna vez me he sentido desequilibrado -dijo, su voz reduciéndose a un ronco murmullo, -y dije no, pero entonces… -Él levantó sus poderosos hombros y los dejó caer con un extraño encogimiento lleno de gracia. -Entonces, -añadió, -lo reconsideré.

– E-Este… porque yo le dije que eso no era posible, -logró decir apenas.

– Bien, sí, -reflexionó él, -pero, sentado aquí con usted, tuve un repentino destello de memoria.

– ¿Lo hizo?

Él asintió despacio, y cuando habló, cada palabra salió con hipnotizadora intensidad.

– No puedo hablar por otros hombres…

Ella se encontró atrapada en su cálida mirada, y no podía apartar la mirada tanto como no podía dejar de respirar. Su piel hormigueo y sus labios se separaron, y luego tragó convulsivamente, de repente segura de que habría estado mejor en el suelo.

Él se llevó un dedo a la comisura de la boca, pasando la mano por la piel mientras continuaba su perezoso discurso. -… pero cuando estoy vencido por el deseo, borracho de él…

Ella salió disparada de la cama como un petardo chino.

– Tal vez, -dijo, con voz extrañamente espesa, -deberíamos pensar en conseguir esa cena.

– Correcto. -Angus se paró tan de repente que la cama se meció. -Sustento es lo que necesitamos. -Él le sonrió abiertamente. -¿No lo cree?

Margaret solamente lo miró fijo, asombrada por el cambio en su semblante. Él había estado intentando seducirla, estaba segura de ello. O si no lo estaba, definitivamente intentaba ponerla nerviosa. Él hasta había admitido que había disfrutado haciéndolo.

Y había tenido éxito. Su estómago estaba más o menos saltando, su garganta parecía haber aumentado tres veces, y ella seguía teniendo que asirse de los muebles para mantener el equilibrio.

¡Y aún así, ahí estaba él, completamente tranquilo, sonriendo incluso! O él no había sido afectado por su proximidad, o el maldito hombre pertenecía a la etapa shakesperiana.

– ¿Margaret?

– Comida está bien, -soltó.

– Me alegro que esté de acuerdo conmigo, -dijo él, pareciendo completamente divertido por su pérdida de compostura. -Pero primero usted debe sacarse el abrigo mojado.

Ella sacudió su cabeza, abrazándose a sí misma.

– No tengo nada más.

Él lanzó una prenda en su dirección.

– Puede llevar mi prenda de recambio.

– ¿Pero entonces qué usará usted?

– Estaré bien con una camisa.

Impulsivamente, ella extendió la mano y tocó su antebrazo, que estaba expuesto por la manga enrollada.

– Usted se está congelando. ¿Su otra camisa está hecha de lino? No será lo bastante gruesa. -Cuando él no contestó, ella añadió firmemente, -Usted no puede darme su abrigo. No lo aceptaré.

Angus echó una mirada a su diminuta mano en su brazo y comenzó a imaginarla viajando hasta su hombro, luego a través de su pecho…

Él no sentía frío.

– ¿Sir Greene? -preguntó suavemente. -¿Está usted bien?

Él arrancó la mirada de su mano y luego cometió el error colosal de mirarla a los ojos. Esos orbes verdes herbosos que, en el curso de la tarde, lo habían mirado con miedo, irritación, vergüenza y, recientemente, con inocente deseo, estaban ahora rebosantes de preocupación y compasión.

Y lo desarmaba completamente.

Angus se sintió llenarse de un histórico terror masculino, como si de algún modo su cuerpo conociese lo que su mente se rechazaba a considerar, que ella podría ser La Única, que de algún modo, no importase con cuanta fuerza él luchase, lo fastidiaría para toda la eternidad.

Y peor, que si ella alguna vez ella decidiera dejar de fastidiarlo, él debería rastrearla y encadenarla a su lado hasta que empezara otra vez.

Jesús, whisky y Robert Bruce, era un destino aterrador.

Él le arrancó su camisa, furioso por su reacción hacia ella. Esto había comenzado de solamente con una mano en su brazo, y la siguiente cosa que él sabía, era que había visto su vida entera estirándose delante de él.

Él terminó de vestirse y salió por al puerta dando fuertes pisadas.

– Esperaré en el pasillo hasta que usted esté lista, -dijo.

Ella lo miraba fijamente, su cuerpo temblaba con diminutos escalofríos.

– Y sáquese toda esa condenada ropa mojada, -ordenó él.

– Sencillamente no puedo llevar su abrigo sin nada debajo, -protestó ella.

– Usted puede y lo hará. No seré responsable de que coja una fiebre pulmonar.

Él vio la enderezar los hombros y sus ojos llenarse de acero.

– Usted no puede darme órdenes, -replicó ella.

Él levantó una ceja.

– Puede sacarse usted su camisa mojada, o yo lo haré por usted. Es su decisión.

Ella dijo algo en voz baja. Angus no oyó bien todas las palabras, pero las que escuchó no eran terriblemente elegantes.

Él rió.

– Alguien debería regañarle por su lengua.

– Alguien debería regañarle por su arrogancia.

– Usted ha estado intentándolo toda la noche, -indicó él.

Ella hizo un sonido ininteligible, y Angus apenas logró desaparecer por la puerta antes de que ella le lanzara otro zapato.


Cuando Margaret asomó su cabeza por la puerta del dormitorio, Angus no estaba por ningún lado. Esto la sorprendió. Ella conocía al enorme escocés de unas pocas horas, pero estaba segura de que él no era del tipo que abandonaba a una dama de buena crianza para que se arregle por cuenta propia en una posada pública.

Cerró silenciosamente la puerta detrás de ella, no queriendo llamar la atención sobre si misma, y fue de puntillas pasillo abajo. Probablemente estaría segura de atenciones no deseadas aquí en The Canny Man -Angus había proclamado en voz alta que era su esposa, después de todo, y sólo un idiota provocaría a un hombre de su tamaño. Pero las pruebas del día la habían dejado cautelosa.

En retrospectiva, probablemente había sido un esfuerzo absurdo hacer un viaje tan largo y difícil a Gretna Green sola, ¿pero qué otra opción tenía? No podía dejar a Edward casarse con una de aquellas horribles muchachas a las que él había estado haciendo la corte.

Alcanzó el hueco de la escalera y miró detenidamente abajo.

– ¿Hambrienta?

Margaret pegó un brinco y soltó un corto y notablemente ruidoso grito.

Angus sonrió burlonamente.

– No tenía intención de asustarla.

– Sí, quería.

– Muy bien, -admitió. -Quería. Pero usted seguramente tuvo su venganza sobre mis oídos.

– Se lo merece, -refunfuñó ella. -Ocultándose en el hueco de la escalera.

– En realidad, -dijo, ofreciéndole su brazo, -yo no había tenido la intención de ocultarme. Yo nunca habría abandonado el pasillo, pero pensé que había oído la voz de mi hermana.

– ¿Lo hizo? ¿La encontró? ¿Era ella?

Angus levantó una espesa ceja negra.

– Usted parece más bien excitada por la perspectiva de encontrar a alguien que no conoce.

– Lo conozco a usted, -indicó ella, esquivando una lámpara mientras se movían por el cuarto principal de The Canny Man, -y por mucho que usted me fastidie, me gustaría verle localizar a su hermana.

Sus labios se extendieron en una sonrisa burlona.

– Por qué, señorita Pennypacker, pienso que usted podría acabar de admitir que le gusto.

Dije, -dijo ella de forma significativa, -que usted me fastidia.

– Bien, desde luego. Lo hago a propósito.

Esto lo ganó una mirada feroz.

Él se inclinó adelante y tiró de su barbilla.

– Fastidiarla a usted es la mayor diversión que he tenido en años.

– No es divertido para mí, -refunfuñó ella.

– Desde luego que lo es, -dijo él jovialmente, conduciéndola en el pequeño comedor. -Apostaría que soy la única persona que conoce que se atreve a contradecirla.

– Usted me hace sonar como una arpía.

Él sacó una silla para ella.

– ¿Estoy en lo cierto?

– Sí, -masculló-pero no soy una arpía.

– Desde luego que no. -Él se sentó transversalmente de ella. -Pero usted está acostumbrada a salirse con la suya.

– Igual usted, -replicó ella.

Touché.

– De hecho, -ella dijo, apoyándose hacia adelante con un destello de sabiduría en sus ojos verdes, -es por eso que la desobediencia de su hermana es tan irritante. Usted no puede soportar que ella se haya ido en contra de sus deseos.

Angus se retorció en su silla. Era todo diversión y satisfacción cuando él analizaba la personalidad de Margaret, pero esto era inaceptable.

– Anne ha estado yendo en contra de mis deseos desde el día en que nació.

No dije que ella fuera dócil y apacible e hiciera todo que usted dijera…

– Jesús, whisky y Robert Bruce, -dijo él bajo su aliento, -si eso fuera verdad…

Ella no hizo caso de su extraña interjección.

– ¿Pero Angus -le dijo animadamente, usando sus manos para puntuar sus palabras, -ella alguna vez le ha desobedecido antes a gran escala? ¿Ha hecho algo que interrumpió completamente su vida?

Durante un segundo, él no se movió; entonces sacudió su cabeza.

– ¿Lo ve? -Margaret sonrió, luciendo terriblemente complacida consigo misma. -Es por eso que usted está tan nervioso.

Su expresión cambió de cómica a arrogante.

– Los hombres no somos nerviosos.

Ella arqueó una ceja.

– Disculpe, pero estoy mirando a un hombre nervioso mientras hablamos.

Se miraron fijamente el uno al otro a través de la mesa durante varios segundos, hasta que Angus finalmente dijo, -Si levanta sus cejas un poco más arriba, van a confundirse con el nacimiento de su cabello.

Margaret trató de responder con clase -él podía verlo en sus ojos- pero su humor pudo con ella, y se echó a reír.

Margaret Pennypacker consumida por la risa era algo digno de contemplar, y Angus nunca se había sentido tan absolutamente contento de recostarse y mirar a otra persona. Su boca formó una encantadora sonrisa boquiabierta, y sus ojos brillaron con pura alegría. Su cuerpo entero tembló, y ella se jadeó por aire, finalmente dejando caer su frente en una mano de apoyo.

– Ah, mi Dios, -dijo, apartando suavemente un rizado mechón de cabello castaño. -Oh, mi cabello.

Angus rió.

– ¿Su peinado siempre se deshace cuando usted se ríe? Porque debo decir, esto es una peculiaridad bastante simpática.

Ella alzó la mano y con timidez acarició su pelo.

– Está desordenado desde la mañana, estoy segura. Yo no tuve el tiempo para fijarlo de nuevo antes de que bajáramos para la cena y…

– No necesita tranquilizarme. Tengo plena confianza que durante un día normal, cada cabello de su cabeza está en su sitio.

Margaret frunció el ceño. Ella siempre estaba orgullosa sobre su aseada y ordenada apariencia, pero las palabras de Angus -que seguramente pretendían ser un cumplido- de algún modo la hicieron sentir decididamente desarreglada.

Ella fue salvada de seguir con esta cuestión, por la llegada de George, el posadero.

– ¡Och, ahí está usted! -dijo en un estruendo, bajando un gran plato de barro sobre su mesa. -¿Todos secos, verdad?

– Lo mejor que se puede esperar, -contestó Angus, con una de aquellas cabezadas que los hombres comparten cuando piensan que se compadecen sobre algo.

Margaret giró sus ojos.

– Weel [5], usted está invitado para una delicia, -dijo George, -porque mi esposa, tenía algún haggis hecho y listo para mañana. Tuvo que calentarlo, desde luego. No se puede comer haggis frío.

Margaret no pensó que el haggis caliente luciera terriblemente apetitoso, pero se abstuvo de ofrecer una opinión sobre el asunto.

Angus llevó el aroma -o humores, como Margaret solía llamarles- en su dirección y tomó una aspiración ceremonial.

– Och, McCallum, -dijo él, sonando más escocés que en todo el día, -si esto sabe algo como huele, su esposa es un floreciente genio.

– Desde luego que lo es, -contestó George, agarrando dos platos de la mesa de al lado y poniéndolos delante de sus invitados. -¿Ella se casó conmigo, verdad?

Angus se rió calurosamente y dio una palmada cordial al posadero. Margaret sintió una réplica subir por su garganta y tosió para contenerla.

– Solo un momento, -dijo George. -Tengo que conseguir un cuchillo apropiado.

Margaret lo observó marcharse, luego se inclinó a través de la mesa y siseó, -¿Qué hay en esta cosa?

– ¿No lo sabe? -preguntó Angus, obviamente disfrutando de su angustia.

que huele horrible.

– Tsk, tsk. ¿Esta tarde estaba insultando gravemente mi cocina nacional aún sin saber de lo que hablaba?

– Solamente dígame los ingredientes, -rechinó.

– El corazón, picado con el hígado y el pulmón, -contestó él, dibujando las palabras en todo su detalle sangriento. -Entonces añada algún sebo bueno, cebollas, y harina… rellenados en el estómago de una oveja.

– ¿Qué, -preguntó Margaret al aire a su alrededor, -he hecho para merecer esto?

– Och, -dijo Angus con desdén. -Le gustará esto. Ustedes ingleses siempre adoran los órganos.

– Yo no. Nunca lo hice.

Él ahogó una risa.

– Entonces podría estar en un pequeñito problema.

Los ojos de Margaret crecieron aterrados.

– No puedo comer esto.

– Usted no quiere insultar a George, ¿verdad?

– No, pero…

– Usted me dijo que tenía un gran aprecio por los buenos modales, ¿verdad?

– Sí, pero…

– ¿Está usted listo? -preguntó George, entrando nuevamente dentro del cuarto con los ojos resplandecientes. -Porque le daré un haggis propio de Dios. -Con esto, sacó de repente un cuchillo con tal destreza que Margaret se vió obligada a tambalearse hacia atrás o arriesgarse a tener su nariz permanentemente acortada.

George cantó en voz alta algunos compases de un himno bastante pomposo-presagiando la comida, Margaret estaba segura- entonces, con un amplio y orgulloso golpe de su brazo, cortó por la mitad el haggis, abriéndolo para que todo el mundo lo viera.

Y oliera.

– Oh, Dios, -Margaret jadeó, y nunca antes había pronunciado un rezo tan sentido.

– ¿Alguna vez ha visto usted una cosa tan encantadora? -cantó George

– Tomaré la mitad en mi plato ahora mismo, -dijo Angus.

Margaret sonrió débilmente, tratando de no respirar.

– Ella tomará una pequeña porción, -dijo por ella. -Su apetito no es lo que una vez fue.

– Och, sí, -contestó George, -el bebé. Usted estará en los primeros meses, entonces, ¿eh?

Margaret supuso que esos "primeros" podrían ser interpretados como pre-embarazo, así que asintió.

Angus levantó una ceja de aprobación. Margaret le frunció el ceño, irritada de que él estuviera tan impresionado de que ella finalmente participara en esta ridícula mentira.

– El olor podría hacerle sentirse un poco mareada, -dijo George, -pero no hay nada para un bebé como un buen haggis, entonces debería al menos intentar comer, como mi tía abuela Millie la llama, una porción-no-gracias.

– Sería encantador, -Margaret logró no atragantarse.

– Aquí tiene, -dijo George, sirviéndole una sana cantidad.

Margaret miró fijamente la masa de alimento sobre su plato, intentando no tener arcadas. Si esto era no-gracias, se estremeció imaginándose el sí-por-favor.

– ¿Dígame, -dijo ella, tan con recatada como fuera posible, -cómo es su Tía Millie?

– Och, una mujer encantadora. Fuerte como un buey. Y tan grande como uno, también.

Los ojos de Margaret cayeron de nuevo sobre su cena.

– Sí, -murmuró, -eso es lo que pensé.

– Inténtelo, -impulsó George. -Si le gusta, haré que mi esposa haga Hugga-muggie mañana.

– ¿Hugga-muggie?

– La misma cosa que haggis, -dijo Angus amablemente, -pero hecho con el estómago de un pescado en vez de la oveja.

– Que… encantador.

– Och, le diré que llene uno, entonces, -aseguró George.

Margaret miró con horror como el posadero regresaba a la cocina.

No podemos comer aquí mañana, -siseó ella a través de la mesa. -No me importa si tenemos que cambiar de posada.

– Entonces no coma el hugga-muggie. -Angus separó un enorme bocado, se lo llevó a la boca y masticó.

– ¿Y cómo se supone que voy a evitarlo, cuando usted ha estado charlando sobre como debo elogiar con buenos modales la comida del posadero?

Angus todavía estaba masticando, así que logró evitar contestar. Entonces él tomó un largo trago del alé [6] que uno de los criados de George había deslizado en la mesa.

– ¿No va usted al menos intentarlo? -preguntó, haciendo señas hacia el haggis intacto sobre su plato.

Ella sacudió la cabeza, sus enormes ojos verdes algo aterrados.

– Intente un mordisco, -la instó, atacando su porción con gran gusto.

– No puedo. Angus, le digo, es la cosa más extraña, y no sé como sé esto, pero si como un bocado de este haggis, moriré.

Él bajó el haggis con otro sorbo de alé, mirándola con toda la seriedad que podía reunir, y preguntó, -¿Está segura de esto?

Ella asintió.

– Bien, si ese es el caso… -Él extendió la mano, tomó su plato, y deslizó el contenido entero en el suyo. -No se puede desperdiciar un buen haggis.

Margaret comenzó a echar un vistazo alrededor de la estancia.

– Me pregunto si tiene algo de pan.

– ¿Hambrienta?

– Famélica.

– Si usted piensa que puede aguantar durante diez minutos más sin perecer, el viejo George probablemente traerá algún queso y pudín.

El suspiro que Margaret soltó fue sentido en extremo.

– Le gustarán nuestros postres escoceses, -dijo Angus. -No encontrará ningún órgano.

Pero los ojos de Margaret estaban fijos de una manera extraña en la ventana al otro lado de la habitación.

Asumiendo que ella simplemente tenía la mirada vidriosa por el hambre, él dijo, -Si tenemos suerte, ellos tendrán cranachan [7]. Usted nunca probará un budín más fino.

Ella no replicó nada, entonces él se encogió de hombros y se metió el resto del haggis en la boca. Jesús, whisky y Robert Bruce, sabía bien. No se había dado cuenta de cuan hambriento había estado, y realmente no había nada tan bueno como el haggis. Margaret no tenía idea de lo que se perdía.

Hablando de Margaret… la miró. Ella estaba ahora bizqueando hacia la ventana. Angus se preguntó si ella necesitaba gafas.

– Mi mamá hacía el cranachan más dulce a este lado del Loch [8] Lomond, -dijo, calculando que uno de ellos debía mantener la conversación. -Nata, harina de avena, azúcar, ron. Se me hace agua la boca solamente…

Margaret jadeó. Angus dejó caer su tenedor. Algo en el sonido de su aliento precipitándose por sus labios hizo que corriera un frío por su sangre.

– Edward, -susurró ella.

Entonces su semblante cambió de la sorpresa a algo considerablemente más negro, y con un ceño que habría vencido el monstruo del Loch Ness, ella se paró rápidamente y salió furiosa de la estancia.

Angus apoyó su tenedor y gimió. El dulce aroma del cranachan llevado por el aire desde la cocina. Angus quiso golpear su cabeza contra la mesa por la frustración.

¿Margaret? (Él miró la puerta por la cual ella acababa de salir.)

¿O cranachan? (Él miró con ansia a la puerta a la cocina.)

¿Margaret?

¿O cranachan?

– Maldición, -refunfuñó, parándose. Iba a tener que ser Margaret.

Y mientras iba alejándose del cranachan, él tenía la siniestra sensación de que su opción de algún modo había sellado su destino.

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